/ Mariano Picón-Salas: Fervor de Venezuela

Mariano Picón-Salas y la voluntad de comprender

Por | 4 diciembre 2021

Mariano Picón-Salas (1949). Comprensión de Venezuela. Caracas: Aguilar.

No hay que engañar al país sino ayudarlo y comprenderlo.

Mariano Picón-Salas. Comprensión de Venezuela, 1949.

Acaso este verbo –comprender– pueda mostrar uno de los senderos esenciales de la vocación de Mariano Picón-Salas como escritor, y en especial cuando alcanzamos a apreciar la extensión de su rica obra literaria y su incansable y esperanzada labor constructora en la educación y la cultura de una Venezuela que aspiraba ver tras la meta del convivir auténtico y la mejor potencia de sus habitantes. Ya lo había señalado con sensible agudeza el profesor Ángel Rosenblat –aquel infatigable y dedicadísimo “Humboldt o el Explorador de las Palabras” como lo llamara con gracia y precisión el propio don Mariano– en un ensayo de 1965 dedicado especialmente a la memoria de su admirado amigo: “Todo lo que ha escrito es una constante y reiterada tentativa de comprensión de Venezuela”.

Como búsqueda que no cesa en la convicción de que la conciencia es “la primera libertad ínsita a la naturaleza humana”, el comprender alcanza en Picón-Salas sus diversos e íntimos sentidos: dilucidar una problemática o entender una situación y sus facetas; quizás interpretarla –con su repertorio polisémico: exégesis, traducción de signos y sabores, ejecución y crítica al modo del arte–; también abarcarla, en empatía afectiva, como procurando un amable abrazo en torno a aquella, nunca para cercarla sino tratando de volverla efectivamente más cercana en una mirada que siempre se renueva. No pueden disociarse el ejercicio de la conciencia libre y los intentos de comprensión de una realidad que habitamos. ¿No parece desprenderse de ello la necesidad de compartirla? Tal vez por esto mismo la intención de la escritura de don Mariano, especialmente en sus ensayos –y así él nos habla en alguna ocasión sobre esta forma de experiencia verbal–, aspira, en el gesto de comunicar para comprender, “buscar las rutas de la conciencia”, esclarecer “las oscuras vueltas del laberinto” terrestre, y no en el trazo de senderos fijos o definitivos, sino extrayendo con humilde confianza algo de “claridad y certeza de la unánime turbulencia”.

“Definir problemas –escribe en su prólogo a Comprensión de Venezuela (1949), aunque la definición parezca inusual a los diarios comentaristas de la vida vernácula, ha sido para mí un duro propósito de escritor en que me gustaría insistir, lejos de todo halago y de todo ruido”. Y en verdad, precisar los contornos de un problema es un arte difícil que no todos son capaces de alcanzar, pues generalmente la impresión primera de una situación confusa y turbia, la cual suscita inquietantes enigmas que no llegan a afinarse en el interrogante apropiado y así despertar miradas y encauzar indagaciones, apenas se reduce al prejuicio, al encasillamiento del esquema ideológico y al auxilio de la frase hecha que ofrece una aparente seguridad. Tendemos a continuar en la inercia del lugar común, de la ligera explicación totalizadora que, aunque incierta, se satisface en el más conveniente, miope y anestesiante acomodo –bien sea en la conformidad o en la actitud combativa a ultranza–. Renunciamos así al atender, al contemplar y su asombro, así como al preguntar y al inquirir legítimos. “Conceptos, fórmulas e ideologías reemplazan el ámbito de las cosas concretas. (…) En nuestro amoblado cerebro de hombres modernos se guardan y se deshidratan para cualquier ocasión las frases y las consignas de moda”, advierte Picón-Salas en su “Pequeña confesión a la sordina” –su “autorretrato espiritual” de 1953– en un momento que realiza una alusión al mundo contemporáneo. ¿Podemos confiar que, luego de tantos años de esas líneas, nos encontramos indemnes de este peligro que empantana el fluir libre de la conciencia? En nuestra aproximación a lo que nos ocurre en el presente, en nuestro gesto de asomarnos a la historia, particularmente la venezolana, ¿estamos exentos de caer en la tentación simplificadora de la manida explicación de causas y consecuencias unidireccionales que solo buscan tomar partido? ¿Qué podemos decir de nuestra historia y de nuestro presente? Casi provocaría acompañar en su sutil pregunta impregnada de cortesía e irónico buen humor al abuelo Pablo, el “original, buenmozo y fantástico” personaje de la novela autobiográfica Viaje al amanecer (1943), a quien, en los “coloreados recuerdos” de la infancia, Picón-Salas veía con “su habitual manera de llevarse la mano al chaleco” y “decir, por ejemplo, para evitarse comentarios: “Este país, este país ¿para qué nos libertaría Bolívar?””. El suspenso silente en el que nos deja la sonrisa de la interrogación adquiere un sentido aún más punzante cuando encontramos en el libro Formación y proceso de la literatura venezolana (1940) un certero señalamiento que retrata nuestra historia casi en cualquiera de sus sucesivas etapas: ““Gobierno o muerte” pareció ser durante muchos años la disyuntiva de la política nacional. Se enfrentaban siempre, así, sin posibilidad de diálogo y comunicación, dos Venezuelas irreconciliables”. En el dolor que acompañan los hechos ¿podemos afirmar que hemos cambiado, o que nuestro presente es distinto y que incluso en las consignas, en las intenciones y en los actos estamos lejos de soportar el perpetuo enfrentamiento que hondamente nos divide en dos Venezuelas, y aun sin distinguir la presencia de otro país anónimo y preterido que no terminamos de entender? De ahí la necesidad, la voluntad de comprender, que en Picón-Salas es lúcida vocación de servicio que aún nos ilumina. Pero la agudeza de la visión del autor merideño sobre la historia y la cultura no se detiene en la descripción del problema que parece signar nuestro devenir, porque singularmente en aquel ensayo ofrece también la proposición de camino y salida atendiendo la conciliación de lo diverso, precisamente en la integración de un mismo legado: “crear entre tantas generaciones beligerantes una posibilidad de acuerdo (…) buscar a través de los libros y los hombres característicos la herencia moral de nuestro país”; quizás “suscitar un gusto por una tradición”. Enseñar a ver, a leer, a gustar en la diversidad ¿no corresponden a una ética y a la vez van conformando una invitación a considerar los sentidos originarios de la palabra cultura: atención, cultivo y cuidado de las facultades naturales del hombre para siempre buscar y propiciar la cosecha de sus mayores y mejores frutos?

Y es que la convicción de don Mariano sobre la conciencia como primera libertad se vincula estrechamente con su concepción de que la cultura consiste fundamentalmente en elevación, comprensión y convivencia. Sin duda para Picón-Salas la cultura es también la manifestación de un modo de vida característico de un pueblo –por ello su atender asombrado y detenido que dirige a las múltiples facetas de esa comunidad: lengua, arte, arquitectura, pensamiento, costumbres, tradiciones, creencias, deseos, sabores, colores… –, pero, al mismo tiempo, es “la necesaria técnica de vivir con gracia”, como mostrando que la palabra entraña indisolublemente esencia y expresión, tensa búsqueda de plenitud y a la vez recorrido que puede resultar acertado goce o torpe y fallido extravío; “ensayos de ser” como recordaba María Zambrano. Por esta misma razón, para Picón-Salas “el problema de la cultura es un problema de forma”: la vida humana que se expresa, se configura y se concreta en signos, imágenes, obras, actos, gestos y comportamientos que abarcan el cultivo individual y aquel que se comparte en el ámbito social. Convencido de este sentido implícito de la cultura en el que lo ético y lo estético se funden, en su ensayo “Cultura y sosiego” cita unas amenas cartas de Eça de Queiroz para afirmar que “la civilización es un sentimiento y no una construcción”. Es decir, la cultura, más allá y además de su concreción material, es un modo de ser que es también anhelo de crecer, de atender, de diálogo y de concordia para intentar lograr que “la vida valga la pena ser vivida” como diría T.S. Eliot. Y en este sentido, don Mariano toma de aquellos retratos de la cotidianidad espontánea que se recogen en la deleitosa “prosa confidencial y casera” de Queiroz algunas virtudes que parecen configurar la aspiración de toda cultura: “Calma, gracia, perfección”. Darse y procurar el tiempo sosegado para “tratar de hacer las cosas bien, con una especie de aseo y esmero interior que corresponda al aseo físico en las relaciones humanas”; “para leer, pensar y decidir”; para darle espacio a “la cortesía y las formas”, indispensables para la real convivencia y el grato compartir: con ello “acaso no se modifique radicalmente la humanidad, pero se habrá hecho más diáfano, al menos, el trato y la comprensión de los hombres”. ¿No es este el deseo de vida de toda comunidad humana? Indudablemente, la cultura como cultivo del ser en sus distintas facultades –espiritual, intelectual y sensitiva– es un problema de forma.

Tornando a la voluntad de comprender en Picón-Salas que dirige especialmente a la cultura venezolana, a muy pocos días de que fuera sorprendido por la muerte el primer día del año de 1965, nuestro escritor concluiría su prólogo a Suma de Venezuela –una versión nueva de su anterior Comprensión– en el que recogió “escritos que son testimonios no sólo de una Venezuela leída sino también caminada o sentida como vivencia, conjuro y añoranza”, o para expresarlo con sus propias palabras: “acaso la Venezuela que sufrí y que gocé con mis nervios y con mis huesos”. En este breve texto reafirmará, contra todo tipo de totalitarismo y sus externos “programas” o decretos de definiciones preestablecidas, su convicción sobre el ámbito libre de la conciencia como inalienable derecho humano y como fundamento de la cultura que recoge, cuida, cultiva y transmite sus formas, en una ruta de indagación nada fácil, con trayectos poblados de algunos tropiezos, pero siempre gustosa por los sorprendentes hallazgos: “Venturosamente, vivir es más problemático o más poético que lo que pretenden ciertos simplificadores o empresarios de mitos que suelen ser también candidatos a verdugos”. Ante esto, Mariano Picón-Salas, en el deber venezolano “que a veces se torna difícil”, nos ofrece el donaire de su escritura para invitarnos, “por encima de las discordias”, a “buscar una línea de entendimiento y esperanza o de simple estímulo para seguir trabajando”.

©Trópico Absoluto

Bibliografía

T. S. Eliot. Notes towards the definition of culture en Christianity and culture. New York: Harcourt Brace Jovanovich, Publishers, 1988.

Mariano Picón-Salas. Autobiografías. (Biblioteca Mariano Picón-Salas, volumen I.) Caracas: Monte Ávila Editores, 1987. Comprende: “Pequeña confesión a la sordina” (1953), Viaje al amanecer (1943) y Regreso de tres mundos (1959).

_______________ Crisis, cambio, tradición. (Ensayos sobre la forma de nuestra cultura.) Caracas-Madrid: Ediciones Edime, 1955.

_______________ Europa-América. (Biblioteca Mariano Picón-Salas, volumen V.) Caracas: Monte Ávila Editores, 1996.

_______________ Formación y proceso de la literatura venezolana (1940). Caracas: Monte Ávila Editores, 1984.

_______________ Hora y deshora. Caracas: Publicaciones del Ateneo de Caracas 1963.

_______________ Suma de Venezuela. (Biblioteca Mariano Picón-Salas, volumen II.) Caracas: Monte Ávila Editores, 1988.

Ángel Rosenblat. “Mariano Picón-Salas” en La primera visión de América y otros estudios. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, 1965.

María Zambrano. La agonía de Europa (1945). Madrid: Mondadori, 1988.

Cristian Álvarez (Maracaibo, 1959). Doctor en Letras por la Universidad Simón Bolívar (USB), es Profesor Titular en la misma universidad. En la USB se desempeñó en distintos momentos como Director de la Editorial Equinoccio, Coordinador fundador de la Licenciatura en Estudios y Artes Liberales, Decano de Estudios Generales y Jefe del Departamento de Lengua y Literatura. Ha publicado los libros Ramos Sucre y la Edad Media (1990; 1992. Premio CONAC de Ensayo «Mariano Picón-Salas» 1991); Salir a la realidad: un legado quijotesco (1999); La «varia lección» de Mariano Picón-Salas: la conciencia como primera libertad (2003; 2011; 2021); ¿Repensar (en) la Universidad Simón Bolívar? (2005); y Diálogo y comprensión: textos para la universidad (2006). Para Monte Ávila Latinoamericana, preparó la edición de las Biblioteca Mariano Picón-Salas, que consta de doce volúmenes, de los cuales fueron publicados seis.

Este texto se presentó originalmente como ponencia en el Simposio Clásicos humanistas. II Semana Extraordinaria Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, Venezuela, 1º de diciembre de 2016.

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