/ Política

Aventuras y desventuras del populismo

Por | 6 julio 2019

Vasco Szinetar. De la serie “Caracas Postcards" (2017-2018)

En uno de sus estudios sobre el peronismo, el investigador Raanan Rein sostuvo, con minuciosa fundamentación biográfica, la existencia de un inevitable soporte del líder más allá del carisma. No se refería a su ideología, su estrategia o certeza política. Dilucidaba con precisión una segunda línea de conducción que la historia no había considerado con detalle. La exagerada creencia en un vínculo directo de Perón y las masas soslayaba la eficiente espalda política de su coalición, a pesar de que le debía el amplio programa social y político que implementaba. El personalismo obstinado de este movimiento sepultó el reconocimiento de esas figuras fundamentales de segunda fila, y la centralidad autoritaria de Perón fijó el límite de su relevancia. La unificación bajo el resplandor del carisma fue también una trampa, impidió la trasmisión fluida del proyecto que encarnaba. 

Este análisis del profesor israelí sobre la experiencia populista argentina ilumina el flagrante equívoco de Ernesto Laclau, el desaparecido teórico del populismo. La dinámica que promovía este sofisticado investigador de corte lacaniano, los núcleos de significantes únicos, emplazados como en un inconsciente individual, desconocen la heterogeneidad y los niveles cambiantes de la vida social. En su enfoque, los significantes lacanianos sostienen por si mismos el carisma del líder y suscitan, correlativamente, un nuevo orden de la diferencia y equivalencia en la demanda de las masas, modalidades claves en su análisis del vínculo político.  La “equivalencia” de las demandas las coaliga, y hace afines frente a un mismo interlocutor y un mismo culpable (el antipueblo, un equivalente imaginario del anticristo). Lo contrario es la “diferencia” de las demandas, que las constituye individualmente, parcializa y obliga al desempeño institucional del Estado (políticamente desagrega, divide los interlocutores, las causas y los culpables). Si las demandas fueran solamente diferenciadas, atendidas institucionalmente, desaparecería la pujanza de una formulación que apunta siempre al líder y configura el centro de la ideología y práctica populista. Sería pura administración, casi como sucede en algunos estados nórdicos con voluntad generalizada de bienestar social. Por el contrario, si fueran solo equivalentes remitirían al líder, se disolverían las instituciones, habría gran pujanza popular, pero sin articulación racional serían acechadas por la anomia. Este borde teórico lo ejemplificó un entusiasta ministro chavista cuando observó el derecho de todos a tener un “televisor de plasma”, y unificó una demanda que usualmente está diferenciada, lo que movilizó afanes consumistas, colas anárquicas y finalmente saqueos de electrodomésticos. Usualmente, ambas variables, equivalencia y diferencia, se regulan entre sí. El predominio de la equivalencia organiza para Ernesto Laclau un modelo que, incluso apegándose a procesos reales, no a “esencias teóricas” previas, tampoco asegura un desenlace socialista en vez de fascista.

Estas maneras de tratar el fenómeno no se agotan en estos ejemplos, ya que no hay solo diferencias metodológicas, sino de aproximaciones a la singularidad social. La visión de Laclau está imbuida del mismo plano imaginario que describe, la de Rein de un riguroso análisis particular. Quizás fue agraciado por su mirada “extranjera” sobre un fenómeno que tiende a chupar a los observadores como un agujero negro. El simple análisis del populismo no explica mucho, a menos que se indague las condiciones particulares de ese proceso. Populistas fueron Chávez, Perón, Mussolini, Hitler; pero también Roosevelt, De Gaulle, Lula, Betancourt. “Pueblo”, esa entidad que funda la relación carismática del líder, es una metáfora del género catacresis, no tiene referente y configura un espectro imaginario, similar a “nación”, que había analizado felizmente Benedict Anderson en su famoso ensayo sobre las “comunidades imaginadas”. El poder convocante no reduce la sustancia imaginaria de la expresión. Es eficiente en la fórmula jurídica “el pueblo llama al banquillo”, la querellante  “el pueblo se levantó”, la personalizada “el pueblo quiere saber de qué se trata”, o la metafísica “la voz del pueblo es la voz de Dios”. El discurso que fraguó este imaginario, la utopía, la acechanza histórica y los aspectos prácticos del poder son determinantes en cada caso.

El chavismo no tiene todavía estudios tan cuidadosos como otros populismos, y suele estar refractado por una mezcla de verdades “de opinión” y verdades “de hecho” sin tamizar. Por lo pronto, un primer repaso por los “hechos”, señala que casi a la inversa del proteccionismo económico peronista, con Chávez fue destruida la industria local. Notoriamente se promovió la importación masiva, fuente privilegiada de los negociados corruptos del control de cambio. Con Chávez los sindicatos fueron literalmente aniquilados, la acción social diferenciada de las instituciones fue sustituida por la equivalencia ejercida por las “Misiones” (formato militar y religioso, como las misiones jesuíticas que derivaban todo a un poder superior). Se rechazaba la eficiencia y la idoneidad profesional porque la “diferencia” anulaba la “equivalencia” popular, y la creciente ideologización desembocó así en una impotencia técnica irreversible. Su coalición tuvo también una segunda línea de conducción, ideológica y antipolítica (aparte de la inteligencia cubana), pero desde el comienzo perdió sus alfiles mayores, en beneficio de cómplices equivalentes de todos los estamentos. Se creaban ministerios y los mismos ministros rotaban de uno a otro, porque la fortuna petrolera permitía desdeñar el conocimiento específico y subvencionar la equivalencia que pregonaba el discurso revolucionario. La corrupción no fue una degradación, sino una matriz básica, la política central, beneficiada por la buena fortuna petrolera. En este caso, podría aplicarse con menos equívoco la tesis de Laclau, ya que no existía una segunda conducción sustantiva, con real prestancia socialdemócrata o nacionalista, como ocurría con el peronismo. Se gestó una sociedad de cómplices y estafadores con un monótono paraguas ideológico y la complicidad oportunista del exterior.

El significante popular del chavismo permitió una expansión delictiva sin precedentes, una realización primitiva de capitalismo salvaje bajo la leyenda de un socialismo mágico en epifanía crónica. La lucha contra la corrupción, primera voluntad del chavismo, fue la primera maniobra de la corrupción, afección crónica cuya vacuna la tornó septicemia. La corrupción se tornó endémica porque era un sistema informal de distribución de riqueza

El significante popular del chavismo permitió una expansión delictiva sin precedentes, una realización primitiva de capitalismo salvaje bajo la leyenda de un socialismo mágico en epifanía crónica. La lucha contra la corrupción, primera voluntad del chavismo, fue la primera maniobra de la corrupción, afección crónica cuya vacuna la tornó septicemia. La corrupción se tornó endémica porque era un sistema informal de distribución de riqueza. El núcleo de este liderazgo no tenía otro horizonte que su crecimiento y permanencia, una carcoma incesante de las instituciones al calor de la bonanza petrolera. Este vaciamiento desnudó la sociedad de toda normatividad. Así fue invadida progresivamente la estructura institucional, la empresa privada, las fuerzas armadas, la educación y la prensa, y luego muchos organismos de la “oposición”. Cuando las dos décadas de saqueo y destrucción sin freno tuvieron efecto y cesó el maná del petróleo, se enfrentaron a una oposición dura, real y claramente mayoritaria. Pero estaba inerme, sin representación orgánica, y ya el régimen había logrado tener casi la totalidad del poder económico e institucional en sus manos, incluida la fuerza armada, la policía, los tribunales y el hampa. Blindado el régimen, los que no pudieron engancharse como eslabones en la vasta quimera delictiva, fueron acosados por una brutal y desprevenida carencia, millones tuvieron que emigrar masivamente para sobrevivir. Mafias de la gasolina, del oro, del narcotráfico, del control de cambio, de la distribución, de la documentación, del transporte, de la medicina, etc., etc., modificaron el mapa económico del país. Estos negocios eran auténticas concesiones en connivencia con un gobierno que, como aquel capitán de Julio Verne en “La vuelta al mundo en ochenta días”, alimentaba las calderas con las maderas que desmantelaba de la misma cubierta del barco. La epidemia populista mundial y el derrumbe concomitante de las formas democráticas tiene en Venezuela el modelo emblemático de destrucción endogenerada, pero no debería desconocerse su particularidad histórica.

La singularidad imaginaria

En Venezuela el Estado no había derivado de la sociedad civil, sino la sociedad civil del Estado. Luego de un devastador siglo XIX, que destruyó las promesas del siglo anterior, la sociedad quedó desarticulada y se incorporó casi indefensa al siglo XX. El petróleo le otorgó al universo político una clientela rentista, que heredaba y unificaba el poder omnímodo de los caudillos en una identidad nacional. Alrededor de estas creencias se gestó una vasta mitología, que precede al imaginario chavista mucho más que las ideologías de la modernidad. Cuando Max Weber estudió el carisma, había señalado, antes que Freud, la “proletarización espiritual” de la masa por el caudillo, el trastorno identificatorio que infligía este “padre simbólico” sobre la vida social. El populismo era su modelo clásico, y el liderazgo carismático su forma privilegiada.

En nuestra perspectiva, que aquí sigue a Freud y Weber, se despliega el discurso populista no en el ámbito fáctico y desnudo del poder, sino en el histórico del dominio  –que para Weber implica voluntad de obediencia–, no en el nivel fonemático del significante, sino de la semántica, de la narración, y ocurre en un tiempo histórico particular. Laclau procura temporalizar la estructura fija que heredó del estructuralismo, pero eso no es posible sin historia y narración. En Laclau ese “vacío” se organiza en una confluencia de significantes flotantes, pero es preciso tomar en cuenta las características discursivas, semánticas y no simbólicas, de tal “vacío”. Nuestra aproximación al mismo tema fue expresada en el trabajo “El llamado del padre: 26 millones en busca de autor”[1]. Allí señalamos, desde la perspectiva psicoanalítica freudiana, los rasgos particulares que preceden el “nicho” del caudillo, aquello que anidaba la instalación hegemónica de un discurso en Venezuela. Implicó reconocer una acumulación histórica específica y múltiples interacciones particulares que están presentes en el fenómeno. Interesó del análisis histórico los rasgos que perduraban y tenían su desenlace en expresiones actuales, fósiles activos no contemplados por la cultura formal. Eran lesiones colectivas, restos traumáticos que seguían golpeando la conciencia, no por deducción de una continuidad histórica, sino por práctica viva de la subjetividad social. El populismo y la polarización, siempre interdependientes, son extensiones fantasmales de aquel flujo.

Espectros precursores del desastre

El modelo teológico de la política no arranca en Venezuela en las ideologías fascistas, formas europeas cristalizadas después de la primera guerra por la fusión del nacionalismo y las demandas de socialismo y anarquismo (que influyeron en Perón a través del falangismo). Procede de la configuración mítica de Simón Bolívar, al que se le rendían homenajes y suscitaba apelaciones místicas desde poco después de su muerte. Desde el siglo XIX se registran procesiones con sus imágenes ligadas al sincretismo religioso de la región, como verificaron muchos historiadores. Este vínculo nunca había cesado, y aunque no se manifestaba en políticas públicas explicitas, atravesaba la interacción social. Se registra una fusión patriótica religiosa que articuló esas creencias, y desde la segunda mitad del siglo XIX su imagen fue aprovechada por todos los gobiernos.  Hubo desde los gobiernos de Antonio Guzmán Blanco, a finales del siglo XIX, movimientos anticlericalistas, pero nunca afectaron las creencias religiosas y el sincretismo concomitante en el pensamiento social. Esta es la dimensión trascendental a que apela el Bolivarianismo actual al gestar una continuidad Bolívar–Marx. Por supuesto, que ese trascendentalismo chavista es una falsificación de todos los datos históricos (Marx, que apoyó a EUU en su guerra contra México, despreciaba explícitamente a Bolívar), y configura una presunción infantil sobre el ímpetu revolucionario y antiimperialista que precede al actual régimen.  La dimensión trascendental real es algo no develado totalmente, pero señala carencias y demandas (como la paternidad), y a veces emerge en costumbres y valores dentro y fuera de la política.

La dimensión abstracta de Bolívar, característica que el historiador Germán Carrera Damas deriva de la retórica del siglo XVIII, es apropiada para la configuración de ideales lejanos e imágenes paternales. Por otro lado, la idea de un mandato moral:  parábola del sacrificio del prócer: “el murió por nosotros”,  la culpa histórica, la deuda y su redención, volvieron a retomar desde el siglo XIX el mismo vigor del mito bíblico cristiano. El mandato crístico bolivariano alcanzó una escala nacional mucho antes del chavismo. Esta configuración fue favorecida por la desaparición de la autoridad monárquica con la independencia, la caída de la autoridad eclesiástica, y el desvanecimiento del mundo paternal por el desgarramiento anárquico que padeció la sociedad y sus estructuras familiares.

La devastadora guerra de independencia y la federal posterior desestructuraron las familias, disolvieron las jerarquías sociales, especialmente la función paterna, hasta muy entrado el siglo XX, lo que favoreció también la instalación de una demanda imaginaria del “patriarca salvador”. La diferencia entre la familia escrituraria y jurídica y la real de la sociedad venezolana es más importante de lo que se cree. Su reconocido carácter matrilineal, suscitaba un “vacío” que casi todas las políticas públicas trataban de suturar, y determinó el peso del lugar “simbólico” paternal; además del discurso de orden civil que rodea el mismo. Un repaso de manuales de pedagogía familiar al estilo Carreño, hasta la poesía moralista, comprueba que la apelación pública configuraba esta demanda en el siglo XIX y parte del XX.

La diferencia entre la cultura letrada y la experiencia social le otorgó a la sociedad venezolana una distancia entre la realidad práctica y los ideales que se advierte en casi todos los discursos. En el chavismo, la impostura letrada vino de la izquierda, pero la tradición solemne, de ampulosidad retórica y conceptualidad hueca, es añosa. Solían importarse las ideas, como ocurrió con las vestimentas (es revelador el ensayo sobre la función ideológica del vestido en Venezuela en tiempos de Guzmán Blanco, de la investigadora venezolana, ahora radicada en Chile, Cecilia Rodríguez Lehmann), y ese modelo de positivismo progresista se trasladó a todos los ámbitos, también a los protestatarios. Las codificaciones férreamente “nacionales” del chavismo delatan un fatigado archivo europeo, sonsacado por “pensadores” que dan su texto a los voceros de turno. Así como en el siglo XIX los pensadores de la Europa industrializada viajaban al Mediterráneo para alimentar en la pobreza elemental de Italia o España las pasiones románticas que tonificaban el norte, los ideólogos de una izquierda caviar internacional cambiaban sus agotados abalorios teóricos con los políticos chavistas. Los nombres ( “socialismo del siglo XXI” ) eran  hallazgos de talante periodístico o televisivo, pero suscitaban un saber teórico de cartón pintado, o eran recalentados desde otras historias más reflexivas ( el “socialismo venezolano”, por ejemplo, fue inaugurado por el partido MAS, como crítica al socialismo “real” de los soviéticos, cuarenta años antes que lo reinventasen los chavistas), la denominación de “afroamericanos” fue tomada del liberalismo estadounidense, también la equitativa formula “otros y otras”,  así como muchos términos “correctos” de prestigio en la tribuna. Este nominalismo artificioso contribuía al clima de farsa del chavismo, la subvención de una narcotizante epifanía revolucionaria, nube que les impedía pronosticar que, aunque viajaban en primera clase espiritual, estaban viajando en el Titanic.

La estructura económica enfatizaba subjetivamente el consumo, el poder, la filiación  y no la productividad. Esa disposición sedentaria movilizaba utopías arcaicas sobre dones y riquezas privilegiadas, que para algunos antropólogos ya heredaban las leyendas de Américo Vespucio y Colón sobre Venezuela como un lugar del paraíso.

El énfasis sobre el consumo, la distribución, y el comercio en el manejo ideológico y político de la administración social, se explica básicamente porque la productividad está localizada en el petróleo. El poder clientelar de la renta hereda el patronazgo de los caudillos, que a su vez ya habían heredado fragmentado el poder monárquico roto por la independencia. Considerando la economía que propicia esa renta, no podrían ser obreros y campesinos el eje de un movimiento social en Venezuela (excepto en la retórica folklórica de la ideología) sino buhoneros, empleados estatales y lumpen.  Los sindicatos fueron un sostén privilegiado de Perón, de allí la expansión complementaria de la industria liviana argentina, mientras que los mismos fueron ferozmente atacados por el control estatal venezolano. Esto explica el sesgo fascista de este régimen populista, definido ingeniosamente como un fascio-comunismo por el economista Humberto García Larralde.

El significante vacío es bordeado entonces por una multitud de intersecciones, cadenas significantes, pero también de espectros semánticos, que se hacen presentes y tejen mucho más que “un capitón” en la tela, tejen un dominio y bordan el gran tapiz político económico del poder y su burocracia. No vienen como ecos de la historia porque su presencia es actual, subsiste en la trama narrativa que “hizo” la historia.

En aquel estudio observábamos que “la diferencia entre un ordenamiento familiar de tipo civil o abstracto y una realidad parental de otro carácter, es quizás expresión de la represión escrituraria de la sociedad y la idealización jurídica correspondiente (…). La emergencia de un discurso de paternidad primaria no fue un salto al siglo XIX, sino a los ámbitos vivos pero desconocidos del XXI. No fue un camino hacia atrás sino a lo ancho. El suceso no sucedió en el tiempo, sino en el espacio, integrando sectores que parecían “dormidos”. Los desarrollos institucionales estaban acostados sobre una falla esencial que se agrietó con celeridad. Esa integración narrativa es diferente a un significante flotante, se trata de un vasto relato. Existe una narración previa informal que circula en los mismos vasos que la ideología y la política. Puede advertirse en la retorica chavista, y con particular precisión en el extravagante juramento presidencial que cristalizó el estado de excepción, fuente de la pérdida normativa que hasta hoy acompaña una dictadura de saqueadores[2].


[1] La identidad suspendida. Fernando Yurman. Caracas: Editorial Alfa, 2008

[2] Analizado en detalle en el articulo “La locura y el Poder”. Fernando Yurman. Viceversa.com, Magazine. (30.3.2017)

Una versión de este ensayo se publicó originalmente en el blog del autor (http://fernandoyurman.blogspot.com/2018/12/aventuras-y-desventuras-del-populismo.html) en diciembre de 2018, y simultáneamente en Viceversa.com (13.12.2018)

Fernando Yurman (Paraná, Argentina, 1945) es psicoanalista con experiencia clínica y docente en Argentina y Venezuela. Actualmente reside en Israel.  Ha publicado, entre otros: Metapsicología de la sublimación (1992), Lo mudo y lo callado (2000) , La temporalidad y el duelo (2003), Psicoanálisis y creación (2002), Sigmund Freud ( 2005), Crónica del anhelo (2005), La identidad suspendida (2008), Fantasmas precursores (2010) , y las ficciones La pesquisa final (2008), El legado (2015), y El viajero inmóvil (2016).

2 Comentarios

  1. Magnífico artículo. Firmemente anclado en lo que hemos vivido los venezolanos en las dos últimas décadas. Celebro la etiqueta asignada por el autor a quienes apoyan ese tipo de regímenes, «oligofrénicos morales».

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