Un adiós a María Luisa Sandoval. Estrella de la radio, el cine y la televisión en la era de la «modernidad espectacular » en Venezuela
María Luisa Sandoval (Los Teques, 1929 - Miami, 2024) falleció el pasado mes de noviembre a los 95 años. La actriz fue una precursora y la estrella más longeva de las primeras producciones de la radio, el cine y la televisión venezolana. Con su partida cae el telón para toda una generación pionera de los medios de comunicación en Venezuela. En la siguiente crónica, su hija, la escritora y periodista Carol Prunhuber, recorre algunos pasajes de su vertiginoso ascenso profesional en la «década espectacular» de 1950, cuando protagonizó La Escalinata, de César Enríquez, y compartió escenario con figuras como Horacio Peterson, Alfredo Cortina, María Luisa Lamata, Luis Salazar, Tomás Henríquez, entre muchos otros.
«Desciendo de un linaje de mujeres fuertes decididas a tomar la vida en sus manos», contaba mi madre cuando ya tenía más de ochenta años. Su abuela, Josefa Sandoval Ylamar se casó en 1888 con Miguel Garrido, un hombre mujeriego, prepotente y abusador. El Tirano Garrido, como lo llamaban, no le dio tregua. Tras darle siete hijos Josefa lo dejó, acudió a los tribunales y un juez le otorgó la separación legal, ya que en ese entonces no existía el divorcio. Al morir Garrido, Josefa se vistió de luto —como debía ser—, pero entre las paredes de la casona que habitaba celebraba su libertad con un gracias a Dios que le insuflaba el pecho.
Mi mamá, Luisa Amelia León Garrido, hija de Luis Leon Díaz y Josefina Garrido Sandoval, nació en 1929 en Los Teques. De su madre heredó la pasión por la lectura y muy pequeña vivió en Valencia con su abuela Josefa, quien quería ayudar a su hija Josefina, que ya tenía cinco hijos. Luisa Amelia creció entonces entre mujeres mayores que siempre vestían de enlutado negro y se educó en un ambiente severo.
Hizo la escuela primaria en la urbanización El Conde en Caracas, donde vivía. Al terminar sexto grado, como en la escuela no había bachillerato, se inscribió en la Academia de Arte El Cuño. Cuando empezó, Mateo Manaure y Carlos Cruz-Diez, aprendices a punto de graduarse, se desempeñaban como profesores. Allí se estudiaba pintura, diseño y escultura. Mi mamá pintaba.
Paralelamente decidió aprender dicción y vocalización para aprovechar su voz grave y sedosa. Dramatizaba pequeños personajes en Radio Continente en novelas por las que le pagaban 25 bolívares por capítulo. Eran esos los primeros melodramas de la radio venezolana. Entonces se inventó un nombre artístico, María del Mar. Modeló e hizo comerciales para la también naciente industria publicitaria: cosméticos, joyas, perfumes, modas y hasta la publicidad de un piano de cola, Erard, donde aparecía como concertista. No necesitaba esforzarse para hacerse escuchar. Con el arrojo de sus antecesoras asumió con tenacidad que era la artífice de su vida.
En 1950, el intento de erigir una industria cinematográfica en Venezuela produjo ocho películas, entre ellas La balandra Isabel llegó esta tarde, Venezuela también canta y La escalinata. Esta última fue la que lanzó a mi madre al estrellato. El esfuerzo encabezado por Bolívar Films para construir una industria cinematográfica provocó la aparición de roles hasta entonces desconocidos en el país: directores, guionistas, técnicos, productores, actores y actrices; y junto a ellos la adquisición de equipos de filmación y la creación de estudios en un impulso −inspirado en la industria que ya se encontraba en marcha en México− que buscaba traducir al cine el auge modernizador acelerado del país petrolero. Su éxito, sin embargo, tuvo alcances limitados.
Cuando César Enríquez, artista plástico y cineasta, conoció a mi madre en la academia de arte, ella «era la más famosa sonrisa de Venezuela, con una figura y una melena espectacular que recordaba a Rita Hayworth en Gilda».[1]
Enríquez y su equipo empezaron a escoger a la gente y a buscar extras. Tenían ya asegurado al legendario fotógrafo Boris Doroslovacky (quien luego haría Reverón, de Margot Benacerraf) y a casi todos los actores, pero faltaba aún la mujer. No conseguían una muchacha para el papel. Le preguntaron a mi madre si quería participar y esta les contestó que no le interesaba. Siguieron buscando sin éxito y finalmente le propusieron hacer una prueba. Necesitaban una joven, «ayúdanos», insistieron. Finalmente ésta accedió a que le hicieron la prueba y para no evocar su imagen comercial, el director le pidió que no usara maquillaje. «Y así fue, sólo en una escena de primer plano sonríe con la magia de su suprema belleza que no necesitó afeites de ningún tipo»,[2] dijo Enríquez a Ricardo Tirado en una entrevista de 1996.
Para presentarla como a toda una estrella le pidieron que cambiara su nombre por algo más sonoro, «más bonito». Como por azar y sin afán por ser actriz, Luisa Amelia León se convirtió entonces en María Luisa Sandoval. Brilló con el apellido materno que aupaba su linaje.
La escalinata (1950), considerada una película emblemática de las contradicciones y desigualdades de esa Venezuela caracterizada por la «modernidad espectacular» acuñada por el petróleo a mediados del siglo pasado, era un drama social, «una crónica urbana veraz» con limitadísimo presupuesto y un reducido equipo técnico. El rodaje duró ocho semanas. Los interiores se hicieron en los Estudios Civenca. Filmaron los exteriores con actores no profesionales, vecinos de la Quebrada de Caraballo, en Caracas, en un esfuerzo de Enríquez, artista de formación, por trasladar ciertos postulados del neorrealismo italiano a la escena local. Incluso los policías y las ambulancias eran del barrio.
Rodaban exclusivamente de día para aprovechar la luz natural. A diario subían y bajaban las escaleras con la cámara y el almuerzo. Cuando estaban filmando en el rancho, un espacio real, se quedaban allí todo el día, compartiendo con la gente, que era muy simpática y atenta. El rancho era un cuarto donde dormían todos juntos con una cocinita y una batea afuera que era donde ella, la protagonista, estaba lavando todo el tiempo. Por este trabajo nadie cobró un solo centavo, se hizo por amor al arte. Incluso hacían colectas para comprar café, me contaba mi madre en nuestras conversaciones.
El estreno, el 20 de septiembre de 1950, tuvo lugar en los teatros Continental, Capitol, Caracas, Alcázar, Espala, Río y Lincoln en Caracas y otras diez salas en el país.[3]
Para María Luisa «haber tratado este tema social fue un acto visionario que demostró la realidad en ese entonces de los barrios, y en lo que se convertiría la Caracas en la que hoy vivimos».[4] Según Paulo Antonio Paraguaná, la película «tuvo éxito de crítica, pero no de público.»[5] El mismo Enríquez reconoció que en su momento fue un «estruendoso fracaso de taquilla».[6] Nunca imaginó que un día La escalinata formaría parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Gracias a ese filme, María Luisa Sandoval, a quien comparaban con las bellezas del cine de la época, embrujaba con su encanto a sus coetáneos. Al año siguiente en el homenaje de «Las Estrellas», promovida por los periodistas de La Esfera y El Gráfico, junto con la revista Venezuela Cinematográfica, fue galardonada con el premio a la «Revelación del año», mientras que La escalinata recibió el Premio especial por «sus genuinos valores venezolanos, artísticos y argumentales.»[7]
María Luisa Sandoval logró «con su primera interpretación dramática, sencilla y sin artificios (…) convencernos [de] que puede ser la novia, madre y hermana lavandera del cerro,»[8] escribió el crítico Rodolfo Wellish. «Esa película tan modesta rodada a pleno sol por las quebradas, cerros y calles de la ciudad marginal, cambió la vida de unos cuantos»[9] incluyéndola a ella.
En 1951, María Luisa protagonizó Un sueño nada más, comedia rosa y de historia predecible que pasó sin pena ni gloria. «Era de tipo inglesa, con dos hermanas enamoradas del mismo hombre. Yo era la mayor y el galán estaba enamorado de mí. Dafne Acosta Rubio hizo el papel de la jovencita. Su papá, un publicista conocido, la produjo para que ella actuara. Se filmó en El Paraíso en la casa de la antropóloga Miriam Cupello», la primera reina de belleza de Venezuela elegida en 1949. La película no tuvo éxito, «pero era bonita, la gente iba bien vestida, no estaba mal. Pero es que no gustaba en esa época. A la gente no le interesaba. El venezolano todavía no estaba preparado para eso», insistía mi madre. Aunque «estaba llena de defectos, (…) no llegaba a dañar el interés que suscitaba verla, especialmente por la presencia de sus protagonistas».[10]
Mamá fue modelo para la Casa Balmain y la imagen del carro de moda: «La belleza suprema del Mercury 1951 solo es comparable a la suprema belleza de María Luisa Sandoval»,[11] decía la publicidad. Trabajaba sin cesar y ganaba bien. Pero el cine era otra historia. Siempre estaban buscando gente que no necesitara dinero porque no tenían con qué pagar a los actores. La primera vez que recibió honorarios, 2000 bolívares, un monto significativo en 1952, a pesar de haber protagonizado dos películas, fue cuando hizo Territorio Verde para Bolívar Films. Dirigida por Ariel Severino y Horacio Peterson, compartió reparto con Elena Fernán, Luis Salazar, Tomás Henríquez, Pura Vargas y Alberto de Paz y Mateos; todas ellas serían figuras destacadas del teatro, el cine y la televisión venezolana. En 1953, la cinta representó a Venezuela en el Festival de Cannes. En Nantes, años más tarde, en el Festival de Tres Continentes (1989), fue premiada entre una selección de los mejores filmes de Hispanoamérica.
El filme mostraba los conflictos de los caucheros, hombres y mujeres prisioneros en el «infierno verde» de la jungla amazónica. Mamá hizo el rol de una india: «Les hicieron pruebas a varias actrices y ninguna los convenció. También probaron con Margot Antillano, quien podía dar el tipo de personaje que buscaban, pero era una mujer un poco madura y el papel era para una actriz joven. Me contrataron porque pensaban que me podían arreglar, no sé, maquillar».[12]
Las escenas fueron filmadas en Tarzilandia, que en ese entonces no era un restaurante sino un parque nacional salvaje en las faldas del cerro Ávila. Trabajaban de ocho de la mañana a cinco de la tarde, mientras hubiese luz. La crítica la aplaudió. José Ratto Ciarlo en El Nacional apuntó que «María Luisa Sandoval, consigue el carácter dulce, seductor de la mestiza en un rol difícil de un gran trabajo interior con el sacrificio de su belleza».[13] Por su parte, la escritora Elisa Lerner en Mi Film valoró en el trabajo de «María Luisa Sandoval (…) una india quimérica y arcángela. Solo Joan Fontaine en La Ninfa Constante ha logrado en el cine escenas tan puras».[14]
Al recordarla, Peterson contó que era «una de las actrices más amables, cooperadoras, receptivas y entrañables que he conocido en mi vida, a pesar de lo difícil de filmar en la selva (…) Era el ideal de cualquier director. Una gran dama. Sabía decir, andar, conocía o preguntaba lo que correspondía en el momento preciso».[15]
Tras esta experiencia, Peterson y Severino la invitaron a participar en obras de teatro que estaban montando. El teatro fue la verdadera pasión de mi madre, pero, al igual que con el cine, no suscitaban gran interés en una Caracas aún pequeña y con una escena cultural muy limitada. Se presentaban en el teatro Municipal. A mi pregunta de si había mucho público, sonrió:
—¿Qué público, Carol? Algunas veces no había casi nadie. En esa época no había interés por el teatro.
—Y los que iban ¿pagaban por asistir?
—A veces la gente pagaba por ver la obra; otras veces la hacíamos gratis. Pero ni aún así venían mucho. La sala la costeábamos entre todos; cada uno daba algo para cubrir los ensayos y el vestuario era el nuestro.
—Pero el Municipal es un teatro grande. Entonces, ¿nunca se llenó? —Yo recordaba el entusiasmo por asistir años después al Festival Internacional de Teatro de Caracas, siempre repleto de jóvenes, y ver emocionada cuánto había evolucionado la dramaturgia en Venezuela.
—Qué se va a llenar, Carol. ¿Los venezolanos viendo teatro?
Sin embargo, el desinterés no los desanimó. Los ensayos duraban un par de meses y llegaron a presentar obras como La casa de Bernarda Alba, Esquina peligrosa, Una madeja de lana azul y El tiempo es un sueño, tres veces a la semana. Posteriormente montaron La soga, en el Caracas Theater Club, dirigida por Juana Sujo.
No necesitaba esforzarse para hacerse escuchar. Con el arrojo de sus antecesoras asumió con tenacidad que era la artífice de su vida.
Cuando llegó la televisión comercial, en 1953, María Luisa era la estrella más popular del momento. Un año antes de lanzar la primera señal de televisión en el país, los equipos se prepararon, los técnicos de cámara e iluminación, así como los actores, en su mayoría procedentes del cine y el teatro estuvieron ensayando durante meses. José Heredia, jefe de producción del naciente canal Televisa, hoy Venevisión, invitó a Cesar Enríquez a dirigir Los casos del inspector Nick, una telenovela con guión del multifacético Alfredo Cortina. Enríquez se la llevó a trabajar con él en «el primer espacio dramático de continuidad»,[16] que se transmitía de lunes a viernes, a las 9 de la noche, con episodios de un cuarto de hora. Trabajó junto a los actores Aura Ochoa y Alberto Castillo Arráez, como el Inspector.
En Los casos del inspector Nick, que duró varias semanas, ensayaban una hora por la mañana y transmitían en vivo por la noche, ya que no existía la tecnología para grabar las imágenes televisivas.
—¿Qué hacían cuando se equivocaban?
—Inventábamos. Cortina se ponía furioso porque decía que le cambiábamos el libreto.
En unos episodios de crimen y suspenso le tocó estar acostada tres días en el piso porque la habían matado. Estaba encantada porque no tenía que hablar ni decir nada.
Participó también en El castillo de San Cipriano (1953), escrita por Cortina.
—Había muchas equivocaciones. En el caso de esa serie, uno de los capítulos terminaba con una escena en que me tenían que entregar un pergamino. Al día siguiente, empezaba con una pregunta: «¿Dónde está el pergamino?». Aunque habíamos ensayado por la mañana, nadie se acordó de traerlo. Todos nos quedamos esperando. No sabíamos qué hacer porque, según lo que hablaba el otro, tú contestabas. Pero si el otro no decía nada, ¿qué contestabas tú? De golpe, alguien se acordó y preguntó: «Bueno, y ¿dónde está metido el pergamino?». Esta improvisación nos permitió continuar la escena. Cortina se puso bravo con nosotros porque nada de lo que dijimos estaba en el libreto. Pero no quedaba más camino que inventar porque no nos podíamos quedar callados.
Mamá era muy disciplinada, puntual y exigía respeto. De fácil trato y amable, era intransigente ante la falta de decoro. Tanto en el set, como en la casa, no permitía el uso de vulgaridades, y si alguna persona no respetaba ese código simplemente avisaba: «si fulano de tal se queda, yo me voy». Si los horarios no se cumplían, ella a las cinco de la tarde se iba. No era farandulera y tenía que ocuparse de su familia.
Por ser culta, refinada y la gran estrella de la época en la que se había convertido, le pedían que acompañara a personalidades del medio que solían visitar Caracas, como Maurice Chevalier y María Félix. De hecho, a menudo la relacionaban con la actriz mexicana, quien en una ocasión le comentó: «Para mí es un honor que se me compare con una bella venezolana porque, como usted bien sabe, yo también soy una venezolana famosa», refiriéndose a su personaje de Doña Bárbara.[17]
Continuó con las telenovelas hasta sacar el título de locutora y luego pasó a Radio Caracas Televisión (RCTV) donde hizo anuncios publicitarios. Era menos trabajo y pagaban mejor. Entre sus clientes tenía leche Nido, una salsa de tomate y compotas Gerber. Otro de los productos era Quaker Oats, una marca que le pidieron pronunciara en inglés. Con el sentido común que la caracterizaba, explicó que nadie lo iba a entender y simplemente lo españolizó. Gracias a eso, Avena Quaker (Kuáker) pasó a ser la forma venezolana de nombrarla.
Anunciaba los productos en los intervalos de El Show de Renny. Los dos eran amigos, pero había una lucha de protagonismo subyacente: ambos eran vedettes, pero el programa era de Renny. «Me molestaba muchísimo, porque no quería que nadie lo opacara. Procuraba que hiciera todo mal para ser él siempre la estrella». Antes del anuncio publicitario ella colocaba las compotas Gerber en la mesa con unas notas detrás de cada una para no equivocarse. Renny se las cambiaba de lugar y ella sólo se daba cuenta cuando estaba frente a las cámaras, en vivo. Sin embargo, nunca logró descolocarla y demostró su destreza profesional. Era capaz de manejar cualquier situación incluso ante una fuerza arrolladora y traviesa como la de Renny Ottolina. Hastiada, le informó al cliente que no iba a seguir trabajando con el famoso presentador, y así logró que la cambiaran a un programa al mediodía donde pudo trabajar sin esas jugarretas.
RCTV quiso amarrarla con un contrato fijo. Querían que hiciera un comercial de jabón de lavar, pero no aceptó porque «eso no pegaba conmigo», me decía con mirada pícara. Sólo escogía los anuncios publicitarios que iban con su personalidad. Entre tanto apareció un empresario cubano, dueño de una textilería de ropa de niños, que le ofreció un contrato de dos años para trabajar junto a unas muy jóvenes actrices Rebeca González y Marina Baura. Radio Caracas no quería perderla, pero no pudo ofrecerle las mismas condiciones salariales que la textilería, por lo que se fue con el empresario cubano que le pagaba diez mil bolívares mensuales, una pequeña fortuna para esa época.
En 1955, junto a las estrellas del momento, Agustín Irusta, Liliana Durán, Rebeca González, América Alonso, América Montero, María Escalona, Helena Naranjo y Edmundo Valdemar trabajó en Papalepe, un clásico melodrama en el que la heroína sufre todo tipo de reveses antes de alcanzar el triunfo. El crítico Álvaro Marcano de El Nacional, escribió: «María Luisa Sandoval, parece que no sufre tanto, siempre refinada y chic, parece de otra película y se comprende. No entiendo por qué aceptó ese papel ultraconvencional (…) ¿O es una lección de humildad y humanidad con el cine venezolano? Lo cierto es que nuestra encantadora estrella está ahí».
En 2017 la periodista Milagros Socorro le preguntó:
—¿Se sentía usted una estrella?
—Jamás— respondió—. No había manera. A casi nadie le interesaba lo que hacíamos.
—Por lo menos, ¿se sentía bella?
—No particularmente.[18]
Disfrutaba del glamour y la elegancia inherentes a la profesión, aunque estuviese vestida de percal lavando ropa en un rancho. Prefería el teatro, los vestuarios y escenarios que evocaban tiempos pretéritos quizá por un dejo de nostalgia, por eso que llamamos una época mejor. Nunca se ufanó de ser una estrella. No se dejó apabullar por la fama y los elogios. Cuando le preguntaba, respondía que fue algo que simplemente hizo. «Siempre tuve la impresión de que la que aparecía en pantalla, nunca era yo».[19]
Fue una diva con los pies en la tierra, responsable por los dos hijos que tenía hasta entonces, Luisita y Marco Antonio, a quienes sacó adelante con su carrera sin dejar de ser el foco de toda esa generación que vió nacer los medios de comunicación en Venezuela y que la admiraba.
En el transcurso conoció a mi padre, Carlton Prunhuber, quien llegó a Venezuela en 1950 tras una asignación laboral. El hombre se enamoró del país, su gente, el clima. Muy pronto descubrió todo su potencial, así los dos meses iniciales se convirtieron en cinco. De vuelta a Nueva York, decidió mudarse a Caracas. Allí conoció a mi madre en casa de unas amistades, y prendado empezó a cortejarla.
Ella insistió en presentarle a todas sus amigas porque no estaba interesada en una relación. Pero Carl no se dio por vencido y sin tregua continuó pretendiéndola. La esperaba todos los días a la puerta del teatro, se aparecía en los platós de Televisa durante las grabaciones cual vigilante, no fuera a ser que se la quitaran. Finalmente, los encantos de mi padre surtieron efecto y se casaron en 1955. Eran una pareja espectacular: guapos y distinguidos. A pesar de ser una mujer independiente, mamá decidió dejar a un lado su carrera para ocuparse de su esposo y de sus hijos.
Yo nací en 1956, y dos años después, antes del nacimiento de Roger, mi hermano menor, se retiró definitivamente de la vida pública. Sin embargo, en 1969 aceptó regresar a la televisión con un rol escrito especialmente para ella por María Antonieta Gomez: Un hombre y siete mujeres, protagonizado por el galán del cine mexicano Jorge Rivero, junto a Susana Duijm, Gloria Mirós, Elisa Parejo, Marizza, Rosario Prieto, Mercy Verona e Irma Huncal. La telenovela, de 30 capítulos, comenzó el rodaje en los estudios de Cadena Venezolana de Televisión. Sin embargo, hubo retrasos en la producción y como Rivero tenía otros compromisos el proyecto quedó inconcluso.
En 1974, a sus 45 años, ante la insistencia de Ricardo Tirado, uno de sus fans más apasionados, regresó a la pantalla grande en La Imagen, interpretando a la esposa de un político con aspiraciones presidenciales. Fue emocionante para mí presenciar la actividad en casa durante las sesiones de fotos: había actores, directoras, técnicos, fotógrafos. Era la primera vez que veía a mi madre en su papel de estrella cautivando a todos con su sonrisa, sencillez y amabilidad.
El 28 de enero 1994, se presentó la versión restaurada de La escalinata en el Teatro Teresa Carreño con motivo de la entrega de los premios de la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos (ANAC), en su VI edición. Yo estaba en Caracas de vacaciones y acompañé a mis padres y hermano a la proyección. Roger compró los billetes y entramos. De pronto, alguien vino a pedirle a mamá que fuera a sentarse junto a César Enríquez. Ella, que quería pasar desapercibida, se percató así de que tenía que subir al escenario para entregarle a César un premio. Aunque había estado años frente a las cámaras y el público, la timidez la doblegó. De haberlo sabido, es probable que nunca hubiera asistido. Una vez anunciaron su presencia en el teatro un murmullo recorrió la sala, «¿Está aquí? ¡Es ella, mira es ella!», escuchábamos susurrar a nuestro alrededor. Muchos de los asistentes eran jóvenes estudiantes de cine que no se imaginaron que la célebre artista estaría presente. Fue emocionante ver el respeto y admiración que le dedicaron esa noche.
La escalinata fue una de las primeras películas restauradas por la Cinemateca Nacional. Las cualidades de la cinta le han concedido un lugar prominente en la pequeña historia cinematográfica venezolana. En 1995, con motivo del centenario de la historia del cine, la UNESCO invitó a 49 países a escoger los 15 filmes más relevantes para ser incluidos en el Programa Memoria del Mundo. Entre ellos estuvo La Escalinata.[20] En 2016, tras una encuesta a 90 expertos del cine venezolano realizada por la Cinemateca Nacional, la película fue seleccionada entre las 50 mejores de nuestro cine.[21]
María Luisa Sandoval fue, en el fondo, una actriz sin desearlo, sin proponérselo. A pesar de su éxito como actriz prefería las artes plásticas y la literatura. Pero el destino había escogido por ella, y ésta lo asumió con elegancia y dignidad. Fuera del escenario leía los clásicos, novelas históricas, biografías y ciencia ficción. Se mantenía informada; todas las mañanas revisaba los periódicos y revistas, además de ver las noticias en la televisión.
Fue una mujer con un enorme corazón y a la vez muy contenida. Aun así, no dudaba en expresar sus opiniones con inteligencia y seguridad. Cultivaba virtudes, era generosa, amable, audaz cuando era necesario, y noble con sus afectos. No verbalizaba su amor, lo transmitía con infinidad de matices en su sonrisa y en su mirada. Lo expresaba también con hechos, siempre pendiente de la familia y de todas sus querencias. Fue leal con sus amistades a las que conservaba con cuido, y fue capaz de ir añadiendo más a su amplio círculo. Recuerdo las risas, la jocosidad en los encuentros semanales y el cariño que permeaba siempre el ambiente a su alrededor.
En 2004, con motivo del Día de la Madre, tuve la idea de hacerle un álbum y pedí a la familia y a sus seres queridos que le escribieran una carta. Fue conmovedor leer esas notas donde primaba el reconocimiento de su amor incondicional, su figura siempre presta a ayudar, a resolver los problemas de otros sin esperar nada a cambio, dispuesta a oír sin juzgar y ofrecer un consejo, una palabra de aliento. Atenta, gentil y firme cuando tenía que serlo; bastaba con una palabra y con esa mirada penetrante que lo decía todo. Unos meses antes de su fallecimiento se lo volví a mostrar para que recordara cuán querida era. Leyó cada carta, se detuvo en cada foto y sentí su gratitud por la vida plena que conquistó.
Mamá amaba la belleza en todas sus formas, la naturaleza y los animales. Con sus hijos siempre fue firme, pero respetuosa del camino que cada cual tomó en su vida. Compartió con entusiasmo lo que hacíamos y nuestras decisiones. Era conservadora y liberal a la vez. Tolerante y abierta. Solidaria y generosa con el que tenía menos. Aceptaba a las personas como eran. En mi caso, me apoyó en todas mis aventuras y siempre intervino por mí ante mi padre. Antes de mi partida al Kurdistán, viajó a Paris, y me pidió que tuviera cuidado de no enfermarme, algo que no me había cruzado la cabeza. Al ver lo que había empacado, preguntó: «¿Para qué llevas todo esto si vas para el monte?» y rehízo mi maleta. Previsora, incluyó medicamentos para trastornos estomacales, picadas de insectos, polvo para las pulgas y analgésicos, cosas que terminé usando y compartiendo con el equipo; aun así, me dio fiebre tifoidea de la cual tardé meses en recuperarme.
Cuando Chávez comenzó su campaña presidencial yo vivía en Sarasota, EE.UU. Le pregunté qué pensaba de él y me respondió con claridad. «Un hombre que dio un golpe de estado y ahora dice que va a freír los sesos de los adecos no merece mi confianza». A diferencia de muchas de sus amistades, nunca se dejó embelesar por los cantos de sirena del comandante. Temprano, vio venir la debacle.
Papá falleció en 2003 y ella quedó sola en la enorme casa familiar en Prados del Este. Ante el aumento de la inseguridad y un par de asesinatos de mujeres mayores en el vecindario, aceptó venir a vivir a los Estados Unidos. Durante unos años vivió en una casa cercana a la mía, pues quería mantener su independencia. Y la tuvo hasta que pudo, aunque finalmente se mudó conmigo. Yo, que tanto tiempo pasé lejos de ella, tuve la fortuna de poder estar a su lado durante más de quince años. En mi casa continuó sus rutinas de lectura, revistas y noticieros. Entre 2014 y 2017, seguimos los eventos que sucedían en Venezuela a través de la televisión. En esa época, muchas veces sentíamos que estábamos más informadas que los propios venezolanos que casi no tenían acceso a las noticias.
En junio del 2023, entró en cuidados paliativos y nos mudamos a Doral, Miami, cerca del resto de la familia. Fue un año en que disfrutó de la presencia de sus hijos, sobrinos, nietas y bisnietos. Hubo altos y bajos, sustos médicos que asumió con templanza y estoicismo. Se ganó el cariño de todas las personas que la conocieron, doctores, enfermeras, cuidadoras y mis amistades.
Nunca perdió su dignidad, su agudo y, a menudo, incisivo sentido del humor. El pasado 18 de octubre cumplió 95 años. Se estaba apagando. Mantenía los ojos cerrados y no hablaba. La sentamos en su sillón y al escuchar a mis sobrinos, abrió los ojos y sonrió. Esa tarde estuvo conversadora y divertida. Sin embargo, el domingo dejó de hablar y de comer. Una semana después, no quiso beber más. El martes 5 de noviembre comenzaron los turnos de enfermeros las veinticuatro horas al día. El jueves por la mañana entró en coma. El viernes 8 ya sabíamos que faltaba muy poco. Roger y yo nos mantuvimos a su lado. María, su cuidadora, y la enfermera a sus pies. La respiración se le hizo cada vez menos profunda. Hacia las tres y media de la tarde respiraba desde la parte alta de los pulmones, pero la exhalación se tardaba cada vez más. Los dedos de los pies se tornaban azules por falta de oxígeno. A las 4.14 inhaló y ya no volvió a exhalar. Una calma llenó el espacio.
Se fue serena habiendo apreciado el último aliento antes de su partida. La bañamos con agua de rosas y la untamos con aceite de sándalo. La vestí con sus pantalones blancos y la camiseta verde oliva que siempre usaba. Al terminar miré la foto en blanco y negro de la glamorosa María Luisa Sandoval que ahora reposaba en la cama, cuerpo delgado e inerte que acababa de cerrar con plenitud su tránsito en esta tierra. Vivió como quiso vivir y se fue igual, rodeada de amor.
María Luisa Sandoval falleció en los Estados Unidos a los 95 años, fue una precursora y la estrella más longeva de su época. Con su partida se cierra el telón para toda una generación pionera del cine y los medios de comunicación en Venezuela, y yo me quedé huérfana.
©Trópico Absoluto
Notas
[1] Ricardo Tirado entrevista a César Enríquez,1966, en Cuadernos Cineastas Venezolanos, «César Enríquez #10», Fundación Cinemateca Nacional, Caracas, 2004, 41.
[2] Ibid.
[3] Milagros Socorro, El Archivo, 8 de octubre de 2017. En https://elarchivo.org/las-peliculas-de-maria-luisa-sandoval-una-estrella-venezolana-2/
[4] Iván González Córdoba, entrevista a María Luisa Sandoval, 2008, fragmento en Cuadernos Cineastas Venezolanos, 44.
[5] Paulo Antonio Paraguaná, Cinemais, n0 34, 2003, fragmento en Cuadernos Cineastas Venezolanos, 39.
[6] Leonardo Aranguibel B., Bolívar y Enríquez, Imagen vol. 100, 1987, fragmento en Cuadernos Cineastas Venezolanos, 43.
[7] Ricardo Tirado, Memoria y notas del cine venezolano 1897-1950, Edición Fundación Neumann, 231.
[8] Tirado, Memoria y notas, 207.
[9] Ricardo Tirado, Amores públicos, Fundación para la Cultura Urbana, Caracas, 2004, 125.
[10] Ibid., 232-4.
[11] Elite, No. 1322, 3 febrero 1951, 12.
[12] Milagros Socorro, «Las películas de Maria Luisa Sandoval», Prodavinci, 8 de octubre, 2017. https://historico.prodavinci.com/blogs/las-peliculas-de-María-luisa-sandoval-una-estrella-venezolana-por-milagros-socorro-unafotountexto/
[13] Tirado, Memorias y notas, 248.
[14], Ibid., 249.
[15] Tirado, Amores públicos, 126.
[16] Ricardo Tirado, «Filmografía María Luisa Sandoval», en Revista de Cine y Fotografía, Conac, Caracas, junio 1987, 14.
[17] Tirado, Amores públicos, 129.
[18] Socorro, «Las películas de María Luisa Sandoval».
[19] Ricardo Tirado, «María Luisa Sandoval», Encuadre, CONAC, Caracas, 11 de noviembre, 1987, 15.
[20] «Memoria del mundo: patrimonio cinematográfico nacional». Unesco. 1995. Consultado el 22 de noviembre de 2024. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000110379_spa?posInSet=3&queryId=65b027ec-1323-4212-9b38-37dd28767064
[21] Rodolfo Izaguirre, (May 2016). «50 Aniversario De La Fundación Cinemateca Nacional». Fundación Cinemateca Nacional (296): 7-8.
Carol Prunhuber (Caracas, 1956) estudió Literatura en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas y posteriormente obtuvo su Doctorado en Estudios Iberoamericanos en la Universidad de París. Comenzó escribiendo para periódicos de habla hispana, y más tarde trabajó como agregada de prensa junto a destacados diplomáticos y políticos en Madrid. Durante los años 80, fue corresponsal extranjera de El Nacional (Caracas) en Madrid. En 1983 conoció al líder kurdo iraní Abdul Rahman Ghassemlou. En 1985, a través de la agencia francesa Gamma TV, viajó al Kurdistán iraní. Tras tres años de investigación completó la escritura de La pasión y muerte de Rahman el kurdo (1991), un libro fundamental para entender las luchas de emancipación del pueblo kurdo. Ha publicado también: Agua, silencio, memoria y Felisberto Hernández (Academia Nacional de la Historia, 1986), Femmes: Les Grands Mythes Féminins à travers le Monde (Hermé, 1987), Women: Around the World and Through the Ages (Atomium Books, 1990), Sangre y asfalto, 135 días en las calles de Venezuela (Kalathos, 2017) y Dreaming Kurdistan (Peter Lang, 2024).
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Esta semblanza de tu madre es un legado a la historia del cine y la televisión venezolana querida Carol. Que vida tan interesante la de ella. Un privilegio ser su hija.
He leido este hermoso texto desde el sentimiento de esa hija que estuvo al lado de su mamá entre amándola y admirandola a partes iguales. Memoria personal, colectiva y familiar se unen para narrar la vida de Maria Luisa Sandoval desde la historia menor de Caracas y como parte de la misma. Considero que este texto era muy necesario para los Estudios Culturales de Caracas. Del mismo modo, para ser una mujer independiente en la Caracas de los años 40 y 50 del siglo XX, debía tener dotes singulares de seguridad en sí misma, don de gentes, capacidad intelectual y autenticidad. Maria Luisa Sandoval merece una biografía escrita desde la perspectiva de las mujeres pioneras del siglo XX venezolano. Gracias por compartir este texto, Carol. No puedo dejar de decirlo: me encantó.
Gracias por este texto esplendoroso, lleno de amor, admiración y respeto, de una hija para su madre, un ser excepcional.
Un texto que evoca personas muy queridas, sobre todo Alfredo Cortina, con quien pasé mucho tiempo siendo niña (y con su amada Elisabeth Schön)
Un texto que hace eco a mi relación con mi amada madre, Colette Delozanne, que se fue el 29 de junio del 2021.
Madres excepcionales, pioneras, con una pasión, una vida profesional y cierto sentido de la aventura, pero con los pies en la tierra; madres amantes, en su rol de madre. Seres generosos, desbordante de amor y de plenitud. Tuvimos ambas esa suerte, queridísima Carol, las honramos y nos inscribimos en esos destinos inspiradores, fuera de lo común.
¡Qué privilegio!
«Un corazón tendido al sol»
No conocí a la estrella, pero el trabajo de su hija es una bella obra de arte