/ Elecciones-28J

Otra vez

Por | 14 septiembre 2024

Centro Comercial Concresa. Caracas. 2017. S/A

Maravilloso país en movimiento
donde todo avanza o retrocede,
donde el ayer es un impulso o una despedida.

Quien no te conozca
dirá que eres una imposible querella.

Víctor Valera Mora

I

Hasta el sábado en la tarde no tenía esperanzas. Me pasaba como a muchos, como a tantos que al igual que yo han vivido más fuera del país que adentro. Pero uno no se va del lugar en el que la mamá le dio teta y el papá le enseñó a escoger los caballos del 5 y 6 para después ir a comprar periódicos y almuerzo en el restaurant italiano que estaba ahí, al lado, allá en el pueblo. Hasta el sábado en la tarde no tenía esperanzas porque todo lo que oía a mi alrededor era que las elecciones serían más de lo mismo, y lo mismo —a estas alturas— cualquier venezolano no sólo lo sabe, sino que podía intuirlo. Pero soy débil —he de confesar— y con el andar de las horas, ese hilo que me he empeñado en anudar para evitar el tropiezo empezó a desenredarse y así, sin premura pero con mucha intención, me rendí al hecho de que —como dice un poeta—, «el tiempo se dirige al hombre en diversos lenguajes: los de la inocencia, del amor, de la fe, de la experiencia». Así en aras de esa fe y de esa experiencia que aun por haber estado tanto tiempo lejos no deja de serme ajena, sucumbí y el 28 de julio ya era otra creyente de ese culto de más de siete millones de votantes y de aquellos que como yo fueron impedidos a hacerlo por estar desperdigados en el mundo. Entonces me lancé a conciencia en esa vorágine en la que seguimos sumidos —todos— y aún no acaba. Esa noche vi a mi hermana temblar de ansiedad, manos heladas, arroparse la cabeza, pedir clemencia. Fue la última en dejar el país, la única detenida en la frontera, la chica que tuvo que explicarle a su hijo que se iban a unas largas vacaciones y que solo podía llevar un peluche y cuatro franelas: ya no quiero saber, murmuraba ella mientras en el televisor un CNE sin baranda y sin escrúpulos escupía números falsos y mi mamá, a la que arrastré a mi afán de credulidad, procuraba también buscar la calma para lograr transmitirla a su muchacha. Uno no elude ser hijo cuando la mamá está cerca. Uno se acurruca, se deja acariciar y como en aquellas noches de lecturas infantiles, escucha. Pero ahora los resultados son solo un cuento macabro. Uno en el que a diario añadimos páginas —o quizá deba decir las arrancamos— y entonces la historia se mide —otra vez— en víctimas y partes por millón.

II

Me cuesta organizar las ideas, se me hace muy difícil precisar las fechas. ¿Fue en el 2002, en el referéndum, en el 2014, el 2017? Las imágenes se agolpan como los clics de los reels de Instagram que pasan en fracción de segundos, y si escarbo más en mi computadora conseguiré las que gente querida me mandaba de Venezuela por temor a que los detuvieran y en los teléfonos habitara la evidencia de las guarimbas, protestas que tomaron el país y cercenaron la vida de tantos jóvenes que, como ellos, clamaban por un cambio. El país ardía. El país arde todavía. Ayer la solicitud de borrar los mensajes de WhatsApp y respaldar los chats recorrió mis grupos. Ayer las conversas se tornaron en miedo y esos recuerdos ocultos en la conciencia, la criptomemoria que llama el psicólogo Théodore Flournoy, me agarró por los pelos doblegándome y una vocecita gocha hizo un hueco en mí: prima, guárdame las fotos, serán historia muy pronto. Han pasado diez años desde entonces y a esas pruebas hay que sumar las que a cada instante se generan en la matria. Muy pronto.

III

Tía, conseguimos huevos, exclama el chiquillo. Y de este lado del auricular mi mami y yo escurrimos las lágrimas ante el inexplicable júbilo de una criatura que insiste en contarnos que los malos están afuera, que tienen pistolas y que pueden tumbar las puertas, entrar a las casas, sin permiso, tía. Se están llevando a los muchachos, a los más grandes que yo, los que están en la esquina protestando, tía… El niño tiene 6 años, arranca el 2014 y él —como medio mundo, y lo digo en sentido literal—, atestigua la violencia de las fuerzas de unos colectivos armados por el gobierno para atacar al pueblo maltrecho y hambriento que está en la calle, otra vez.

IV

Ahora estoy en Angola, atardece y camino por el centro de la ciudad que me acogerá los próximos meses. Todo es una tolvanera. Las vías repletas de gente son un tesoro. Luanda es lo que queda en la copa después de que acabas una jarra de sangría. Paso por un edificio alto, abandonado; parece un cascaron huero, me hace pensar en la Torre de David y en la Bienal de Venecia. Esbozo una sonrisa que es más bien una mueca. Un león de oro allá cuál becerro pagano y ya ha empezado el éxodo en el que huirán más de siete millones de venezolanos.

V

Una vez que te da malaria el temor se apodera de ti y descargas obsesiones combatiendo a los mosquitos. En ese instante, de todos los lugares por recorrer, las farmacias toman puesto relevante. Acá no venden Malarone, el antiparasitario que mantiene a raya al plasmodium, así que toca impedir otra infección a fuerza de repelentes. Aún no he visto llorar a mis hermanas al atestiguar lo pródigo de los supermercados en Texas. Ahora la que se enjuga las lágrimas soy yo en esta tierra que resistió el conflicto más largo de África, la más cruenta guerra civil que recién termina cuando nosotros lidiamos con un paro petrolero. Pero aquí las farmacias tienen las paredes atiborradas, los anaqueles llenos, medicinas. Las mismas, las básicas, las aspirinas, los antibióticos, las contraceptivas por las que claman en Venezuela. Doy un traspié, tumbo una botella. Maalox, miro de reojo y caigo en cuenta de que por estos lados, el viscoso líquido blanco es sólo otro remedio para la acidez y no un arma contra los gases lacrimógenos que lanzan las tanquetas, nada más. Madamethe war is over, here…

VI

Es mayo de 2012. Estoy en La Habana y busco a un poeta que conocí primero por referencia, después por sus letras y luego en persona en Medellín. Lo consigo bajo los frondosos árboles del patio de la UNEAC en el que, a pesar de la sombra, no cede la canícula. Me invita a recorrer la ciudad, a descubrirla a través de unos ojos que han sido polvo de pueblo por casi 80 años. Arquitecto él, nos lanzamos a una caminata que va desde el Vedado hasta la Habana Vieja. Me señala los edificios, me cuenta de su «evolución», de los patios de las mansiones de antes que ahora son de los niños, de las múltiples familias que los ocupan, de mil lugares insólitos. Llegamos al lobby de un hotelito que fue albergue de Gabriela Mistral, de Juan Ramón Jiménez. Hay fotos de ellos enmarcadas, fechas que no recuerdo. Hay fotos nuestras en una nube virtual. Después vamos a su casa, me presenta a su familia, me mata el hambre. Entre su gente disfruto la mejor comida de mi estancia: frijoles negros, arroz, yuca, ensalada y un bistec que compró clandestinamente para la ocasión esa misma mañana. Intento comprender —entre otras cosas— qué significa hallar carne de res de forma clandestina. Devoro palabras por pedazos, silencio el sonido de mis maxilares, el pálpito de las sienes, degluto. Hoy podría ser navidad, dice otra voz, yo asiento.

La tarde se vuelve noche y la conversa pasa de la utopía a la guerra, de Angola al periodo especial. Hablamos de poesía, de hijos; del nieto de un gran hombre que es también mi amigo, de moringa, de hambre y de la leña que hay que tener, siempre. Testimonian los supervivientes de otra revolución que aunque ofreció de todo, aún no termina de robarles la esperanza de que yo —la extranjera—, cuente al mundo lo que ve, lo que escriben, lo que claman, que resisten y les dé el chance de trasponer fronteras. Aún la gente no se ha peleado por las bombonas de gas en Venezuela; no ha hecho cola por comida ni en busca pan. Aún hay detergentes, tampax, ansiolíticos y chistes, muchos chistes porque nosotros no somos Cuba; ¡no vale, yo no creo!

Yo no creo —insiste D cuando le digo que necesito un taxi— que quieras pagar por uno lo que cobro yo en un mes, exclama para que lo oiga y su expresión me dobla, su humildad me abrasa y acepto que me lleve a buscar un “almendrón”. Y heme ahí cargada de libros en una calle cualquiera cogiendo un por puesto y cambiando de lugar cada vez que un pasajero se sube o se baja. Tal vez no parezca foránea entre el gentío; puedo pasar por cubana, me han repetido varias veces desde que estoy en la isla. A esta hora mientras voy los 35 o 40 minutos de Marianao al centro, las miradas que atraigo no son por el color de la piel, el escote, el perfume, el acento o las lágrimas. Son por una tristeza que anidará en mí y se prolongará años. Pero eso aún tampoco lo sé.

VII

Es febrero 2015, estamos en Caracas mis hermanas, mi sobrino y yo. Nos alojamos en un hotel en Altamira por un precio casi irrisorio. Vemos las guacamayas, comemos en restaurantes suculentos, tomamos vino, visitamos a la familia. Una noche la reunión se extiende más de lo recomendado, la oscuridad se cierne como un fantasma, el toque de queda impuesto por los maleantes empieza y seguimos en la calle. Por falta de uso, la batería de la camioneta está descargada. Alguien nos dice que volvamos a entrar, que los chicos se harán cargo, la encienden y finalmente logramos irnos. No son las 11 pm y en la Avenida Rio de Janeiro no hay un carro. Mientras maneja, K le pide a F que no use el teléfono, que eso atrae las miradas de aquellos a los que no vemos pero que nos están observando. Intento mediar, es sólo un iPhone, por favor no discutan y pregunto si es realmente grave sacarlo. La del volante me exige que olvide el teléfono, ahora le preocupan dos motos que nos siguen desde el CCCT y una vez en el elevado, acelera. Ya en la principal de Altamira, la ciudad sigue vacía y el pequeño empieza a inquietarse cuando una de las máquinas nos adelanta escasos metros por la derecha y gira en una amplísima vuelta en u. Quedamos cara a cara y el hombre que antes se aferraba a la cintura del chofer, levanta una mano, la lleva a la espalda y saca un arma muy larga. La escena parece de película, recuerda a los sicarios colombianos. Agradezco que no soy quien conduce, pues K procura la fuga cual piloto de Fórmula 1 y yo, por a la costumbre, me habría detenido en cada stop. Las motos nos persiguen. Saltamos por entre las calles, pienso en los bornes de la batería recién ajustados y apenas tengo tiempo de otear para buscar a los malandros cuando es mi hermana la que gira 180º y ahora vamos en sentido contrario en plena avenida. No sólo sorprendemos a los delincuentes, sino que los dejamos atrás. Seguimos a todo lo que da el vehículo. No muy lejos el obelisco atestigua el escape, el niño llora, la madre le implora que no levante la cabeza, K no suelta el volante y yo suplico a quien haya que, no quedar estampillados contra otro carro pero no hay ni uno. De pronto las luces de algo que parece una patrulla nos devuelve el alma al cuerpo, no obstante no nos detenemos hasta que la tenemos al frente. Dos policías salen iracundos, las armas desenfundadas y de este lado solo atinamos a subir los brazos, ponerlos en alto, somos tres mujeres y un niño, no disparen; hay unos ladrones persiguiéndonos, gritamos, pero eso no impide que terminemos encañonadas. Los hombres lanzan las típicas preguntas, que cómo, que por qué, que vamos en sentido contrario, que estamos locas…

Ya en ese instante no había rastro de los maleantes y los otros, los policías, ni siquiera se toman la molestia de acompañarnos las escasas cuadras que faltan para llegar al hotel. Esa noche, la descendencia en pleno de mi mami vivió para contarlo.

VIII

Sigo en Caracas por un motivo muy específico y necesito volver a una farmacia. Las colas para entrar son súper largas y en la mayoría no me dejan hacerlo. Vamos de este a oeste varias veces. Cerca del Concresa hay una que no tiene tanta gente y a las personas las clasifican de acuerdo con lo que necesitan: afeitadoras, toallas sanitarias, desodorante, etc. No busco nada de eso y puedo pasar. Adentro parece una jauría y yo la presa que intenta evadir furiosos galgos. Entrego el récipe al dependiente casi con vergüenza por saltarme el gentío. Lo mira y sin el menor reparo empieza a gritar que a quién se le ocurre hacerse un tratamiento de fertilidad en este momento o es que tú no sabes cómo están las cosas, no vas a tener pañales que ponerle, te va a tocar usar sábanas viejas, no hay leche ni teteros, ácido fólico, se va a enfermar. Mis mejillas delatan el malestar que siento. Tienes o no las medicinas, farfullo y a pesar del pataleo, consigo un par de cajas más.

IX

Regreso a Venezuela a regañadientes. Es enero de 2017. La llegada a Maiquetía que ya antes me angustiaba, ahora me paraliza, me pone de mal humor. El vehículo que nos recoge evidencia el deterioro del parque automotriz y debo instalar en él una sillita de bebé; no soy objetiva. Hace un calor pegostoso. El camino es largo y cuando el chófer insiste en que no hay que temer, yo pienso en la actriz que asesinaron delante de su hija mientras llevo a la mía agarrada de la mano. Quiero no ser injusta, quiero sonreír mientras el verdor de la orilla se anuncia y si me afinco logro divisar las ramas tímidas de algún araguaney que sale de su ensueño a recibirnos, pero soy incapaz de abrir la oscura ventana para confirmarlo. No hay ciruelas a principios de año; no vamos oriente sino a Maracay, ciudad ajena. El hotel que nos acoge es viejo, permanecemos ahí la mayor parte del tiempo la bebé y yo. No debes tomar agua que no sea embotellada, no debes salir sola, no debes ponerte el reloj, vigila la cartera, cuidado con los mosquitos, no bajes tarde porque se acaba el desayuno, no, no, no.

La noche atrae a los huéspedes que se guardan a veces entre paneles de bambú, a veces entre paredes de ladrillos. Hay un grupo que se mueve juntos. Es imposible obviarlos después de varios días. Resaltan entre el gentío por lo espigado de los cuerpos, lo contorneado de los brazos, lo claro de ojos y pelos. Son rusos, dice el mesonero ante lo escrutador de mi mirada. Viven aquí hace mucho, van, vienen, viajan con frecuencia. Están construyendo una base militar, instalando radares, acomodando las carreteras. A veces ni propina dejan, los rusos.

X

Es abril de 2017 y otra vez el pueblo está en la calle. Los titulares de los periódicos reseñan lo que ocurre. El New York Times en su edición en español señala: «Dos muertos, más de un centenar de heridos y al menos 270 detenidos. Es el saldo de las protestas del miércoles en Venezuela, en una jornada que sacó a la gente a las calles en masa para manifestarse en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Tanto el gobierno como la oposición aprovecharon el 19 de abril, fecha que marca el comienzo del movimiento independentista en Venezuela, para movilizar a sus seguidores. Han fallecido siete personas desde que las protestas comenzaron el 1 de abril tras conocerse las sentencias 155 y 156 del Tribunal Supremo de Justicia que le quitaban poderes a la Asamblea Nacional (…) Un cordón policial dividió a Caracas y marcó las diferencias entre las marchas que se realizaron en cada lado. Una, en el municipio Libertador, convocada por el gobierno, contaba con chavistas de base, empleados públicos, funcionarios de ministerios, organismos, instituciones y misiones. Abundaban las camisetas, gorras y banderas rojas, el rostro de Chávez, consignas antiimperialistas, bailes y militares. En la otra, convocada por la oposición, la gente pedía elecciones, la dimisión del presidente, comida y medicinas. Fue quizás la marcha más grande que ha convocado la oposición en los últimos años». Los últimos años. Releo y ahí está la mueca. Podría copiar el texto íntegro y sólo cambiar la fecha. Pero seguimos en el 2017 y esta tarde en Houston convocan a una protesta frente a Citgo a la que asistimos, K, mi Niña Esplendor y yo. La justicia americana ya metió preso al boliburgués Roberto Rincón por robarse al menos 1.000 millones de dólares y el desfalco a PDVSA también es vox populi.  En el país la gente sigue muriéndose de hambre y aquí vamos, otra vez.

XI

Es 2 de agosto de 2024. Esta vez el NYT dice: «El anuncio de la victoria de Maduro desencadenó protestas el lunes y llevó a varios países latinoamericanos a suspender o minimizar sus relaciones diplomáticas con Venezuela, sumiendo al polarizado país en un nuevo período de incertidumbre. El análisis del Times muestra que los recuentos electorales proporcionados por los investigadores no concuerdan con una victoria de Maduro por ningún margen» y pasa a desgajar cómo fue que se llegó a esas conclusiones. Por su parte la organización de Derechos Humanos Foro Penal indica que «la represión política durante la situación post electoral a partir del 29 de julio de 2024 es la siguiente: al 4 de agosto hay 988 arrestos verificados de los cuales 91 son adolescentes y hay 11 muertos» aunque en sus redes, Luis Carlos Díaz señala que van «1200 detenidos y 21 muertes» e insiste en que «la concentración en Las Mercedes ha sido apoteósica a pesar del peor despliegue de represión de todos estos años». El mundo observa las olimpiadas que se suceden en París criticando a dioses e inventando bulos, nosotros rompemos nuestro récord mundial y derribamos al verdugo.

XII

Hace una semana fueron las elecciones. Esta tarde el cielo parece uno de esos barrios caraqueños a donde algún amigo utópico —y enamoradizo— ofreció llevarme. Nunca me atreví. Titilan las estrellas allá afuera y el país es un abismo. Aquí las pantallas son monstruos de fauces abiertas y yo todavía no tengo sueño.

Ophir Alviárez
Houston, 4 de agosto de 2024

6 Comentarios

  1. Arnarely E Rambert

    El arte para escribir que se refleja en este articulo confunde mi corazon, terminé de leerlo con mis ojos aguados y aun con esperanza.

  2. Excelente lectura. Te traslada a través del tiempo y aún conociendo su realidad, buscas leer un final que todos soñamos.
    Ophir, agradezco que plasmes nuestra historia, que es la tuya repetida en más de 7 millones de venezolanos, deseando que seamos libres otra vez.

  3. Entre líneas es inevitable que los ojos se humedezcan ,somos miles esperando abrazar el cambio y lograr cerrar lo incómodo de tantos capítulos de dolor, todo esto nos deja grandes enseñanzas,el deseo ferviente de reconstruir con resilencia y plenitud cada espacio,las nuevas líneas van a iniciar con esencia de amor ,reconquista,de oportunidades. Por fortuna nacimos en tierra bendita,es hora de decirle adiós al síndrome del vacío en
    nuestro país .

  4. Leer esta mezcolanza -este caos narrativo- y entenderla solo es posible por la vivencia que atrapa, cual hilo conductor, todo el texto: el miedo subyacente que inunda el ambiente venezolano y la esperanza que al decirlo es derrotado en su causa…miedo y esperanza.

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