Volver a la calle
Volver a la calle, a plena luz del día, en horario laboral. Al principio de la avenida Solano hay una veintena de policías nacionales, acalorados con sus uniformes anti-motín, pasando el tiempo con sus teléfonos. Es raro que ninguno lleve lentes a pesar de la notable distancia de las manos con las que sostienen los celulares y esos gestos que hacemos todos cuando tratamos de leer, como echando la boca para abajo, marcando esas líneas que se desprenden de la nariz, esas que ninguna cirugía estética ha logrado corregir aun.
La estación de Chacaíto está cerrada, una acción que no por repetida deja de ser injusta. Durante las dos cuadras de distancia hasta la concentración se repite una y otra vez la palabra apagón. Fue anoche. El recordatorio de una de las esferas de razones para votar por el cambio, que coincidiera con los trueques ministeriales fue un guiño macabro, tan macabro como algunos nombramientos. Pero al llegar eso pasa a otro plano. Ves a la gente y es más bonito que verte en un espejo después de arreglarte para un gran evento. No llevamos tacones, pero llevamos banderas, pancartas y actas. Llevamos convicción, una que, rescatada de la vorágine del miedo, permuta en alivio colectivo.
Hacer inventario de la gente que has visto y vuelves a ver. Sentir alegría porque están vivos y libres. Leer las pancartas, preguntar por el acta impresa, aprender a leer sus cifras, escanear el código QR (¿por qué no?), aprovechar el espacio sin árboles y verificar la que esa persona imprimió y sonreír porque coincide. Eso nunca lo lograrán los que se impusieron tratando de arrebatarnos una victoria masiva y pacífica, que pudo ser aún mayor si a nuestros millones de migrantes les hubiesen respetado su legítimo derecho al voto.
Ganamos. Recuperar esa noción, bromear con la frase “Echarle bola”, porque le echamos bola y lo hicimos bien. Celebrar ese logro a pesar de las amenazas, de los enormes riesgos que entrevera un régimen sostenido con violencia, cantar el himno nacional, sonreír porque la mayoría confunde la segunda parte de la segunda estrofa… casi siempre cantan la segunda parte de la tercera. Debe ser que “desde el empíreo, el supremo autor” envía aliento pero no memoria, o tal vez que estar en Caracas nos convoca a aplaudir el ejemplo que todos damos, hasta esos presos a quienes hoy María Corina Machado pidió cuidar a los inocentes detenidos durante este mes.
Salir otra vez. Ver a la gente encaramada en las defensas de la avenida Francisco de Miranda, torcerle los ojos al cabeza de ñame que aún vende los coroticos esos que hacen un ruido insoportable, respetar a cada adulto mayor que incluso con bastón se acerca para ver, para estar allí, para librar por los suyos y usar su gorra tricolor con tantos años esperando ser reivindicada.
Ver la reacción de tantos cuando se acercan los líderes, más tercos que las plantas que fotografío en la calle, espléndidos para el valor y la cortesía. Este es otro cambio sustancial. La gente se siente cerca de ellos y se lo expresan, no solo los fotografían y graban, sino que también los saludan por sus nombres: María Corina, Juan Pablo, Delsa, Andrés, Alfredo, Biagio… el mismo Biagio Pilieri que minutos después sería perseguido y detenido, llevado a El Helicoide junto a su hijo Jesús, como si la victoria fuese un delito, como si la militancia política fuese un crimen. Es una forma de arrebatarnos la alegría del encuentro, el reconocimiento al valor de tanta gente que sigue allí, en la calle, con su bandera y su himno mal entonado.
Aunque fluctúe la energía por la incertidumbre, que no se nos olvide que ganamos limpia y masivamente, que la deshonra de unos no impere sobre la gloria de este bravo pueblo.
A mi lado canta Alex, con una voz tan bella como su estampa. Los que están alrededor lo miran un poco incrédulos de las bonitas formas con las que modula las notas de esa canción que aprendimos desde pequeños, que entonamos desafinados y con sueño, pero si él que sabe de música es capaz de afirmar que el himno para ser poderoso tiene que sonar desafinado (como el cumpleaños feliz), quién soy yo para oponerme a que se me quiebre la voz mientras entono “la ley respetando la virtud y honor”.
Aunque quisiera, es difícil describir la emoción de una ciudadanía que se sabe representada por personas que honran sus roles y corren graves riesgos al hacerlo. Gente que pide mantenernos unidos defendiendo nuestro logro. Ha pasado un mes y de verdad parece mucho más tiempo, es un tiempo medido en violaciones masivas a los derechos humanos, con el anuncio de detenciones de inocentes como si se tratara de logros, un tiempo de mentiras a diario, hipótesis absurdas, incumplimento de las normas y de la voluntad popular, esa que seguimos reclamando, porque ganamos, es la parte de la historia que debemos recordar, aunque todo alrededor parezca oscuro, volvemos a la calle, nos encontramos, exigimos la libertad de los presos políticos, mostramos las actas impresas, las pancartas, las banderas, superamos a los policías pasando calor, leyendo sin lentes aunque tengan presbicia.
Que la luz del día nos siga amparando, que volvamos a vernos hasta que podamos celebrar lo que logramos, no hay cadena que supere el poder de una victoria que reside en la procura de cada persona que votó y cuidó su voto. Aunque fluctúe la energía por la incertidumbre, que no se nos olvide que ganamos limpia y masivamente, que la deshonra de unos no impere sobre la gloria de este bravo pueblo. Aunque desafinemos, no importa, la libertad necesita de todas las voces, adentro y afuera, no hay distancia que impida que nos encontremos, no hay frontera para la convicción de la justicia, para la imperiosa necesidad de volver a ser libres. Ganamos.
©Trópico Absoluto
Naky Soto Parra
Caracas
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