La misma herida
Salí a rodar hoy. Me cancelaron una cita y pude. Tenía tiempo que no me quebraba en la bici. Se me había olvidado esa sensación cuando la brisa se encarga de limpiarte las lágrimas. La película de recuerdos que nunca quieres estar mirando regresó otra vez desde el domingo cuando los mismos personajes infames se proclaman ganadores de unas elecciones que perdieron por paliza. Los días transcurren. Me sumerjo en las noticias. Las verifico, las comparto y las repico. Anoche se hizo presente la desesperanza en la mayoría de los grupos de Whatsapp donde hago vida. Pienso en mi familia. Hay frustración. Hay impotencia. Hay autocensura. Hay silencio. Tus amistades y seres queridos que viven en Venezuela no denuncian. No pueden. Alzar la voz es correr riesgo. Te espera El Rodeo o Yare y que te torturen también. Me invade el recuerdo del dolor de unas medidas penales impuestas a mi esposo. Revivo la sensación de pánico de cuando me persiguieron lanzándome piedras al carro. Vuelvo a sufrir. La herida no se ha cerrado, sino no llorara. Regresa la rabia de ser inmigrante porque no te quedó de otra. Se mezcla con el agradecimiento de que aquí me recibieron y me dieron la nacionalidad. Vuelve a pasearse el plan de vida que tenía y lo que había construido. Me atrapan los días de Uber que nunca quise. Todo trabajo dignifica. Mis papás no parieron mediocres ni holgazanes sino todo lo contrario. No pude hacer mucho. Solo quien tiene un hijo con discapacidad entiende que mi compromiso era él. No. No pude enfocarme en mi ni en mi carrera. Pienso en mi papá. También lloro por él. Me escucha. Se molesta porque me ve llorando. “Hijita por qué no piensas en tu día de ayer?” , me dice. Si. Me agarro de ahí y trago. Los dos pacientes que atendí no quieren que nadie más sea su intérprete sino yo. Me lo ruegan. No les puedo garantizar eso. Veo sus caras de esperanza al despedirse contando con que sea posible. Algo bueno debo tener. Me reviso. Papá, heredé y copié tu entrega y servicio al prójimo enfermo. Si. Tienes razón papá. Por fin encontré un camino en este país. Quiero llenarme de esperanza y creer que va a ser posible concretarse un cambio en Venezuela. Veo el monitor cardíaco. Ha sido un día muy malo. No me regaño. Hay desgaste, aunque se viva aquí. La energía todavía me la consume Venezuela, aunque tenga 11 años que me fui. Quiero continuar la última tarea del taller de Julio Tupac que estaba escribiendo. Por dónde lo dejé?. No tengo inspiración. No me concentro. Creo que más bien voy a llegar a casa a escribir sobre estos pensamientos. El régimen nos quitó los puentes aéreos desde EE.UU a través Panamá y República Dominicana. Mi mamá pretendía venir a vernos este mes. No se salvó la línea Copa, nuestra mejor conexión. Venezuela merece claridad, un amanecer en democracia, en libertad. Mi gente transita por la desesperanza aprendida, por el desconsuelo. Unos ya se resignaron, otros quieren creer que esta vez si se va a lograr. Cada quien lo enfrenta como puede. No es fácil vivir borrando todo de tu teléfono. La cárcel les respira en la oreja. Hay unos muy molestos y me reprochan cada noticia, como si yo me hubiese robado las actas. Ayer me contactaron para una entrevista sobre la situación de Venezuela. No estoy para lidiar con la ultraderecha de este país ni sus fanáticos. Cerré la ventana. No iba a ser capaz de tolerar que compararan este fraude con el que según ellos le hicieron a Trump. “Paralelismos”. Quiero creer, quiero confiar en que esta vez es distinto. Juego trancado. Represión. Lloran de miedo las madres de los 1000 detenidos. Puede haber otra ola migratoria importante. Mis pacientes. Yo. Todos somos inmigrantes. Unos con más ventajas que otros por el status de documentos. Nos une la misma valentía de haber buscado seguridad y futuro. He aprendido a amar al inmigrante. A amarme a mi misma. Venezuela necesita a sus hijos. Que regresen los que puedan y que no se vean otros miles en la necesidad de escapar. Odio las estatuas de Chávez. ¿Se habrá aprendido la lección? Se acabó la revolución y un tirano usurpa el poder. Lo sostienen las armas. ¿Hasta cuándo? ¿Qué tanto puede hacer la comunidad internacional? A quiénes les importa un país sumido en la destrucción desde hace 25 años? ¿Le importa a alguien realmente? ¿Qué se debe hacer? ¿Qué más se debe hacer? ¿Qué no se ha hecho? ¿Qué más falta por vivir o padecer? ¿Qué puedo hacer yo? Llegué a casa. 610 calorías. 1hora 10 min y una descarga emocional.
©Trópico Absoluto
Ana Garroni
Viernes, 2 de agosto de 2024
Atlanta, EE.UU.
10 Comentarios
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Impecable, totalmente identificada
Completamente. Suscribo tus comentarios
Tu impotencia, tus palabras reflejan lo que todos nosotros vivimos desde tanto tiempo y en modo avasallante se ha multiplicado desde el 28J. Gracias por plasmarlo en éste monólogo que dialoga con quien te lee porque se refleja en él
Excelente !!
Sentimientos de frustración, rabia e impotencia… seguimos llorando . Impecable tu testimonio. Desde otro exilio, te abrazo cariño
Un abrazo inmenso a nuestra Ana Garroni. Nuestra memoria y nuestro presente está en tus palabras.
Esperé por en café para leerte, mi querida Ana. Intuía que sería un momento muy íntimo por mi propio dolor, por el de muchos, por el tuyo. Te mando un abrazo, uno que ayude a reconciliarte con esa herida abierta, que ante esta nueva crisis, redescubrimos muchos.
Así estamos, querida Ana. Gracias por ponerle voz a lo que tantos llevamos dentro.
Impecable.
Ni 22 años fuera de Venezuela han bastado para llorar como si me hubiese ido ayer.
Gracias, querida Ana, por compartir tan generosamente tus sentimientos.
Un abrazo enorme.