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de la LLECA al COHUE: Fotografía en penitenciarías venezolanas

Por | 10 abril 2024

Publicamos la introducción al libro de la LLECA al COHUE: Fotografía en penitenciarías venezolanas, editado por Violette Bule y Michel Otayek. El texto es del propio Otayek, historiador de arte especializado en fotografía y cultura impresa en Iberoamérica, y describe la radical experiencia de Violette al ingresar como docente en varios centros penitenciarios para dictar talleres de formación fotográfica. El resultado creativo y, sobre todo, vivencial es maravilloso, tanto como el trabajo de edición artesanal del volumen.

Acerca de este libro

Las fotografías reproducidas en este libro no fueron tomadas con la intención de volverse este libro. Pero tampoco lo fueron para reposar inertes a plazo indefinido, sin ser vistas, sin uso o destino cierto. La selección que presentamos aquí es el resultado de una aventura de archivo y al respecto debemos hacer algunas precisiones. Los archivos constituyen territorios de imágenes, como apuntó en su momento Allan Sekula.[1] Imágenes cuyo significado está en juego, por efecto de la pérdida del contexto del que provienen. Al romperse el vínculo entre imagen fotográfica y circunstancia original de uso, el archivo libera las posibilidades de significación. Esta liberación trae consigo, no obstante, el riesgo de tergiversar las condiciones materiales a las que la imagen debe su existencia.

Al tomarlas prestadas del archivo, no hemos querido separar a estas fotografías de su razón original de ser. Por el contrario, su reproducción en estas páginas busca hacer justicia al gesto de osadía que las hizo posible. Entre los años 2010 y 2012, la artista y fotógrafa venezolana Violette Bule ofreció una serie de talleres vocacionales de fotografía en varios centros de reclusión en Venezuela. La idea no respondió a solicitud oficial alguna. Podríamos decir más bien que la artista se coló entre grietas de disfunción institucional para echar a andar un proyecto animado por su convicción en el potencial emancipador del acto de crear. Esta convicción parte de su propia historia. «La fotografía salvó mi vida,» me contó Violette una tarde, revisando juntos en su estudio el archivo del que provienen estas imágenes. Con sus talleres en penitenciarías venezolanas, la artista buscaba compartir con otros lo que el oficio fotográfico había hecho posible para ella misma: re-imaginar sus circunstancias a través de la expresión visual.

Violette Bule y Michel Otayek (Eds.) de la LLECA al COHUE: Fotografía en penitenciarías venezolanas. Ciudad de México: Roga Ediciones. 2023

Tocuyito. INOF. El Rodeo. Estos son nombres que evocan horror en muchos venezolanos. Parajes macabros de un imaginario colectivo en el que el país es considerado rehén de mafias violentas operando bajo el amparo del poder. En Venezuela, lo penitenciario forma parte esencial de la espectacularización mediática de la violencia y la pobreza. Desde inicios de su carrera, Violette ha dedicado parte de su trabajo al cuestionamiento de prácticas que contribuyen a la polarización política. En tal sentido, por ejemplo, su colaboración con el colectivo «Desmontar la simulación», que en su momento reunió artistas, escritores y curadores dentro y fuera de Venezuela que compartían una postura crítica frente a la hegemonía discursiva operante en ambos bandos de una sociedad polarizada en grado extremo. El discurso habitual sobre el sistema penitenciario venezolano encuentra poca correspondencia en las fotografías reproducidas en estas páginas. En efecto, este proyecto marca distancia con prácticas documentales y narrativas que apelan al morbo del público respecto a experiencias de precariedad y violencia – lo que los cineastas colombianos Carlos Mayolo y Luis Ospina denominaron hacia finales de los años setenta como porno-miseria.[2]

Todas las imágenes reproducidas en esta publicación fueron creadas por participantes en los talleres dictados por Violette, cuya asistencia era gratuita y voluntaria. Cada taller duraba alrededor de una semana e incluía lecciones sobre historia y técnica de la fotografía, seguidas por sesiones prácticas que daban a cada participante la oportunidad de experimentar distintos principios de composición fotográfica utilizando cámaras desechables obtenidas en donación por Violette. Es preciso apuntar que el empleo de este tipo de cámaras en un proyecto colectivo de autorrepresentación encuentra precedentes en proyectos como Camera Lucida (1996), concebido por el artista chileno Alfredo Jaar en torno a la inauguración del Museo Jacobo Borges en un barrio de clase trabajadora en el oeste de Caracas. Pero mientras el proyecto de Jaar partía de una iniciativa institucional que apuntaba a generar vínculos entre un nuevo museo y la comunidad a la que aspiraba servir, el trabajo de Violette en media docena de penitenciarías venezolanas no respondió a otro interés que su propia iniciativa. De hecho, en ningún momento contó con el apoyo o visto bueno de las autoridades competentes. La proeza de haber llevado a cabo numerosos talleres fotográficos en los que participaron cientos de mujeres y hombres privados de libertad refleja más bien el estado de disfunción generalizada del sistema de justicia penal en Venezuela, que Violette pudo aprovechar para compartir con otros el poder emancipador de la creatividad.

Cada uno de estos talleres culminaba con la presentación de las imágenes creadas por los participantes y el intercambio de impresiones sobre su experiencia como creadores visuales. Aunque representa apenas una fracción de las más de tres mil imágenes que conserva Violette en su extenso archivo de este proyecto, la selección que presentamos aquí refleja la variedad temática de los talleres y la diversa sensibilidad creativa de quienes participaron en ellos. Mientras que algunas fotografías refieren claramente a momentos de experimentación formal, en otras destellan pulsiones distintas de la vida en confinamiento. Aquí y allá, la aparente elección de un encuadre, de un sujeto o de una pose nos hace pensar en el momento fotográfico como instancia de manifestación de intenciones usualmente suprimidas en el entorno penitenciario o, cuando menos, que no solemos asociar con él.

La secuencia en la que hemos dispuesto las fotografías a lo largo de estas páginas no es cronológica, geográfica o temática. Responde más bien a la dinámica intuitiva en que se fue desenvolviendo la pausada revisión del archivo, a la que Violette y yo dedicamos varios meses. Sin premeditación, fuimos conviniendo en categorías tentativas bajo las cuales agrupar ciertas fotografías que nos llamaban la atención – imágenes que nos punzaban, en el sentido dado a la expresión por Roland Barthes.[3] De tal manera fue poco a poco tomando cuerpo la selección para este libro. Si algún principio ordenó este ejercicio, fue precisamente el compromiso compartido de valorar las imágenes del archivo como sustanciación de la creatividad individual de sus creadores, ni más ni menos. Como me explicó Violette alguna vez en respuesta a mis preguntas sobre su aproximación al entorno penitenciario: «Siempre desde el primer momento quise acercarme sin sugestión. Sabía de todo lo que muchos escuchamos sobre nuestras cárceles en Venezuela, pero no fui pensando en ello. Creo que así fue que se hizo posible el intercambio, que para mí fue experimentación. Un proceso de escuchar y ofrecer. Fui yo quien se adaptó a ellos y fueron ellos quienes dieron la guía de lo que era justo hacer».[4]

La proeza de haber llevado a cabo numerosos talleres fotográficos en los que participaron cientos de mujeres y hombres privados de libertad refleja más bien el estado de disfunción generalizada del sistema de justicia penal en Venezuela, que Violette pudo aprovechar para compartir con otros el poder emancipador de la creatividad.

En el archivo se conservan también materiales audiovisuales. Entre ellos está el video de una entrevista a Violette y a Yelsi Duarte, colaboradora suya, realizada en 2012 por algunos privados de libertad en el centro penitenciario El Rodeo II. A pesar su brevedad, la entrevista refleja el espíritu de colaboración y empoderamiento creativo de los talleres. Este es uno de los rasgos esenciales del proyecto: el haber planteado una relación horizontal entre facilitador y participante dentro de un entorno deshumanizante y sujeto a dinámicas de crueldad que, como ha apuntado Jean Franco, contribuyen a la cooptación del estado por intereses privados y la debilitación de la sociedad civil a través del miedo.[5]

El gesto mismo de compartir espontáneamente el control de su propia cámara, colocarse frente al lente y asumir la posición de entrevistada es esclarecedor. Interrogada al respecto por uno de los entrevistadores, Violette comenta: «Fino que ustedes mismos agarraron la cámara y ustedes mismos hicieron sus cosas… Lo que nos interesa es que ustedes nos sigan abriendo las puertas porque no solamente es nosotros venir, sino que ustedes también nos acepten».[6] Así pues, lejos de considerarlos sujetos de instrucción o caridad, Violette se aproximó a los participantes en los talleres como verdaderos colaboradores en un experimento creativo. En ese sentido, queremos poner de relieve su propia mirada como autores de estas imágenes. A ellos se deben estas páginas.

Desde que empezamos a trabajar juntos en la idea de este libro, Violette y yo convenimos evitar a toda costa cualquier pretensión didáctica. Esta publicación no intenta aportar un diagnóstico sobre el sistema penitenciario venezolano. Tampoco se presenta como documento transparente de la realidad. En este sentido vale la pena tener presente la advertencia de Sekula sobre la invisibilidad y pretendida neutralidad del aparato interpretativo en nuestra cultura fotográfica: «Dentro del marco de la cultura dominante de la fotografía encontramos una cadena de evasiones y negaciones: en cualquier etapa de la producción fotográfica el aparato de selección e interpretación tiende a hacerse invisible (o por el contrario a ensalzar su propio trabajo como una especie de cruzada moral o magia creativa). Fotógrafo, archivista, editor y curador pueden todos alegar, al ser interpelados acerca de su rol como intérpretes, que simplemente transmiten un reflejo neutral de un estado preexistente de cosas. Bajo este proceso de negación profesional subyace un empiricismo de sentido común. La fotografía refleja la realidad. El archivo cataloga fielmente el conjunto de reflejos, y así sucesivamente.»[7] Admitimos, pues, qué si bien hemos querido evitar fijar posición sobre el debate de lo penitenciario en Venezuela, nuestra intervención como editores de este material necesariamente condiciona la experiencia de quien ojee estas páginas.

Estas líneas no tienen otro propósito que el de explicar a quien las lea de dónde viene esta publicación fotográfica y reconocer el rol que nuestras propias subjetividades han jugado en su devenir. Entre la creación de cada imagen y su reproducción en estas páginas han tenido lugar distintos procesos de mediación – entre ellos, la negociación sobre su toma del archivo e inclusión en esta selección. Si algo refleja este libro es precisamente el diálogo que Violette y yo hemos sostenido por largo tiempo sobre el poder transformativo de la creatividad. En torno a la contemplación pausada de estas imágenes y la evaluación subjetiva de sus atributos formales y contenido, tuvimos ocasión de intercambiar ideas sobre el valor de la autoexpresión creativa en situaciones límite. También conversamos a menudo sobre lo difícil que resulta valorar la complejidad de nuestras circunstancias sociales en el contexto de polarización extrema en el que nos relacionamos, tanto en Venezuela como en la diáspora. En este sentido agradezco a Violette la oportunidad de aproximarme con mente abierta a un mundo al que nunca había mirado sin mediación de mis propios prejuicios.

Tras finalizar el proceso de revisión del archivo y selección preliminar de imágenes, confiamos a Isabela Eseverri el diseño de este libro. La mirada crítica de Isabela al material que compartimos con ella aportó mucho más que una propuesta audaz de diseño gráfico. En efecto, sus pertinentes observaciones sobre la selección, secuencia y diagramación de imágenes hicieron posible conciliar nuestro deseo de reconocer la creatividad de los participantes en los talleres con la subjetividad de nuestra propia mediación.

Atento al riesgo de banalización implícito en la circulación de imágenes fotográficas en nuestra cultura de masas, Walter Benjamin insistía en el imperativo ético de acompañarlas de leyendas capaces de rescatarlas del consumo trivial de novedades.[8] Quien revise estas páginas notará, sin embargo, que salvo reconocer la autoría individual de cada imagen, hemos prescindido por completo del uso de leyendas. Hemos querido más bien facilitar una experiencia expansiva de estas imágenes, evitando atar su lectura a un momento o lugar que refiera a lo que ya sabíamos o creíamos saber sobre la vida en confinamiento en Venezuela. Por única intervención textual, hemos desperdigado a lo largo de la secuencia un puñado de términos que refieren, como lo hace también el título de este volumen, a la jerga penitenciaria – un código lingüístico en cuya opacidad se juegan la pertenencia a la comunidad, la protección de la privacidad e incluso la misma supervivencia.

Notas:

[1] Allan Sekula, «Reading an Archive: Photography Between Labour and Capital,» en The Photography Reader, ed. Liz Wells (Londres y Nueva York: Routledge), 2003.

[2] Luis Ospina y Carlos Mayolo, «¿Qué es la porno-miseria?». 1978

[3] Roland Barthes. Camera Lucida: Reflections on Photography (Nueva York: Hill and Wang, 1981).

[4] Violette Bule a Michel Otayek, correspondencia electrónica, 20 de junio de 2019.

[5] Jean Franco, Cruel Modernity (Durham: Duke University Press, 2013), 247.

[6] Violette Bule, entrevistada por privados de libertad en el centro penitenciario El Rodeo II, 2012. Archivo de la artista.

[7] Sekula, «Reading an Archive,» 446.

[8] Walter Benjamin, «The Author as Producer,» en The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction and Other Writings, ed. Michael W. Jennings, Brigid Doherty y Thomas Y. Levin (Cambridge: Harvard University Press, 2008), 87.

Michel Otayek (Caracas, 1977) es historiador de arte especializado en fotografía y cultura impresa en Iberoamérica. Es egresado de la facultad de Derecho de la Universidad Católica Andrés Bello (1999), magister en Historia del Arte en Hunter College (2012) y doctorado en la Universidad de Nueva York (2019). Como investigador en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Freie Universität Berlin, su trabajo actual estudia la presencia de fotógrafas centroeuropeas en América Latina durante el siglo XX; entre ellas Barbara Brändli, Thea Segall e Inga Steinvorth Goetz en Venezuela. Es autor de numerosas publicaciones, entre las que se encuentra Barbara Brändli: PhotoBolsillo (Madrid: La Fábrica, 2018), la primera monografía sobre la fotógrafa suiza radicada en Venezuela. Su experiencia curatorial incluye «Told and Untold: The Photo Stories of Kati Horna in the Illustrated Press» (Americas Society, Nueva York, 2016), la primera exposición en los Estados Unidos dedicada a la fotógrafa húngaro-mexicana. Entre otros proyectos institucionales, ha colaborado con los portales «Repensar el Guernica» (2017) y «Frente y Retaguardia: Mujeres en la Guerra Civil española» (2021) del Museo Reina Sofía en Madrid.

Violette Bule (Valencia, 1980) es fotógrafa y artista conceptual residenciada en los Estados Unidos. Estudió en la Escuela Activa de Fotografía en Ciudad de México y cuenta con una maestría en Bellas Artes por la Universidad de Houston (2023). Su trabajo examina dinámicas de poder que impactan la vida cotidiana, subrayando la imbricación del capitalismo y racismo estructural en fenómenos interconectados de migración, nacionalismo y populismo. Ha sido artista residente invitada en Tokyo Art Space (2012-13) y la Universidad de Cornell (2022). Entre otras distinciones, ha recibido la beca Soma Summer otorgada por la Colección Patricia Phelps de Cisneros (2014) y el Horton Artadia Award (2023). Entre sus exposiciones individuales se cuentan «Echo Chamber» en la Fundación Transart, Houston (2020) y «Someone in My Bed / Someone in My Car» en la Art League de Houston (2023). Su trabajo ha sido también expuesto en numerosas muestras colectivas entre las que destacan recientemente «Ante América» en ArtBO, Bogotá (2022); «Soy de Tejas» en el Centro de Arte de San Antonio (2023); y «Day Jobs» en el Blanton Museum of Art en Austin (2023) y el Cantor Arts Center en la Universidad de Stanford (2024).  

de la LLECA al COHUE: Fotografía en penitenciarías venezolanas
Violette Bule y Michel Otayek, eds.

Roga Ediciones (Ciudad de México), 2023
Diseño editorial: Isabela Eseverri
152 páginas
Impresión en offset con detalles en serigrafía
Encuadernación artesanal

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