/ Literatura

La invención del maestre Juan de Ocampo: heteronimia y creación literaria en Bolívar Coronado 

En tiempos agitados por los debates sobre la "creación artística" generada por la llamada "inteligencia artificial", o la propagación indiscriminada de "fake news", es muy pertinente el estudio que propone Juan Pablo Gómez Cova (Caracas, 1978) en torno al trabajo de Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), eminente falsario venezolano asentado en España a comienzos del siglo pasado, dedicado a la producción de textos propios que en su época fueron presentados como escritos por otros autores. "Pocos actos como los de un falsario ponen de relieve las dificultades de discernimiento entre lo que consideramos verdad y lo que consideramos mentira", afirma el autor, al explayarse en el análisis de los textos de Juan de Ocampo, "un heterónimo con todas sus letras", cuya biografía y extensa obra constituyen "una elaborada e hilarante parodia, no sólo de los cronistas de Indias y sus obras, sino de todo el proceso de colonización de América y la fijación de su narrativa".

Fotografía que Rafael Bolívar Coronado envió a su abuela. Firmada en Madrid el 19 de octubre de 1917. Fotografía cortesía del cronista Oldman Botello.

Tiene que tratarse de un hombre con talentos prodigiosos quien pueda inventar un país,
forjar una religión, dictar leyes y costumbres, construir un lenguaje,
y todo esto diferente a cualquier otra parte del mundo.
George Psalmanazar

La llegada del escritor venezolano Rafael Bolívar Coronado (1884-1924) a Madrid en julio de 1916 acabó siendo un auténtico problema para los estudios literarios. En principio, este escritor arribó a la capital española para dedicarse al periodismo (o a la publicidad, como se decía entonces), con el firme propósito de dejar el nombre de Venezuela y, por consiguiente, el del régimen gomecista, muy en alto. Los reconocimientos de concursos literarios (“Juegos florales” de La revista, certamen de cuento breve de El Nuevo Diario) y la escritura del guion lírico de la exitosa zarzuela Alma llanera, fueron méritos suficientes para que el gobierno financiara su pasaje trasatlántico a Europa. Era una personalidad tan dinámica, inquieta e ingeniosa que —pensaron los funcionarios gubernamentales— sabría abrirse paso en el ámbito cultural español y satisfacer las expectativas propagandísticas del régimen. Así pues, el 16 de junio de 1916 zarpó a bordo del buque Manuel Calvo desde el puerto de La Guaira y, con previas escalas en Puerto Rico, Tenerife y Tánger, arribó a la península ibérica un mes después. Nunca volvió a Venezuela.

Los funcionarios del régimen venezolano terminaron muy decepcionados con Bolívar Coronado porque se había convertido en un vehemente opositor al gomecismo y, además, actuaba como un peligroso agente del anarcosindicalismo catalán con vínculos con el bolchevismo. Dicho así suena de lo más altisonante, pero la verdad es que Bolívar Coronado acabó decepcionando a todos, entre otras cosas porque se había propuesto una titánica tarea de desmontaje radical, por medio de la escritura, de todos los dogmas, ideologías e instituciones; su blanco predilecto, además del régimen gomecista, fue el sistema de consagraciones del campo literario de la época. Derrida hubiese quedado cautivado con este personaje, pues llevó a cabo su gesto de crítica extrema —una deconstrucción demasiado literal— y terminó extraviado en una compulsión por la escritura.

En Madrid y Barcelona se dedicó a toda clase de indecencias literarias, pero la más insólita de todas —que ya es decir— fue la falsificación de unas crónicas de Indias, halladas supuestamente en unos legajos de manuscritos raros en la Biblioteca Nacional de Madrid. Aprovechando su posición como investigador y copista en la Editorial América, dirigida por el robusto compatriota Rufino Blanco Fombona, decidió mostrar a este intimidante jefe unas inéditas joyas bibliográficas. Por supuesto, no eran más que disparatadas invenciones suyas: textos compuestos de forma apresurada y “a la manera de” los cronistas indianos genuinos (es evidente que leyó, por ejemplo, los Naufragios de Núñez Cabeza de Vaca y las crónicas de Oviedo y Baños). La osadía y el desparpajo de este falsario consiguieron hacer que el poderoso Blanco Fombona tragara el anzuelo. De forma insólita y —duele decirlo— bochornosa, este avezado polígrafo no cotejó los textos con los originales, tampoco consultó con especialistas y, desesperado por publicar manuscritos históricos inéditos, se apresuró a darlos a la imprenta. De este modo, la Editorial América se envaneció al crear la “Biblioteca Americana de Historia Colonial” compuesta de nueve flamantes títulos que verían por primera vez la luz, sin sospechar que todos eran fraudulentos. Mientras el embaucador Bolívar Coronado regresaba a su pensión madrileña dando tumbos debido a las carcajadas, el embaucado Blanco Fombona saciaba parte de sus ansias de prestigio editorial, sin imaginar que estaba siendo la víctima más prominente de un crimen literario de dimensiones colosales.

Carta a Juan Vicente Gómez solicitando empleo, escrita por Rafael Bolívar Coronado el 1 de abril de 1913 (compilada por Oldman Botello y aparecida en el libro de este El hombre que nació para el ruido, página 54, 1993).

La leyenda cuenta que, una vez enterado, Blanco Fombona salió iracundo, puñal en mano, a buscar por todos los bares de Madrid al bribón que lo había engañado (y no sólo con estos nueve títulos, sino con otros tres más), con la firme intención de matarlo. Lo cierto es que, cien años después, el caso sigue sumido en una nebulosa, en parte debido al propio interés del embaucado por ocultarlo. Sin embargo, el desbarajuste bibliográfico posterior ha dejado consecuencias que siguen siendo imprevisibles. Por ejemplo, mucha de la información sobre las figuras de Paramaiboa, Guaicaipuro y el supuesto cacique Yaracuy se ha nutrido de estas fuentes falaces; en realidad, en el terreno simbólico-mítico, a muy pocos les interesa si se trata de manuscritos genuinos o no, pues su contenido ya ha adquirido una dimensión en el que estos asuntos filológicos tienen escasa relevancia, por no decir ninguna. Nuestro falsario sonreiría perplejo.[1]

Portada del primer volumen de las falsas crónicas de Indias, publicado en Madrid en 1918. Este volumen contiene La gran Florida, atribuido a Juan de Ocampo; Los Chiapas, atribuido a Salcedo y Ordóñez; y Los desiertos de Achaguas, atribuido a Diego Albéniz de la Cerrada.

Bolívar Coronado no sólo inventó textos, sino creó a sus autores —cuando no usaba nombres consagrados— en un entramado narrativo ficcional difícil de deshilvanar. Se prodigó creando supercherías de toda índole: antologías poéticas, ensayos de sociología, tratados geográficos, biografías, libros de crítica literaria. Se atrevía con cualquier formato, en cualquier género, de cualquier época y sobre cualquier tema. Su crítica iba dirigida a la “autoridad” emanada del libro como objeto, como dispositivo cultural. De los autores inventados, el más relevante es sin duda el maestre Juan de Ocampo; se trata del heterónimo más elaborado de toda su obra espuria. Recordemos que un heterónimo es “el nombre de un escritor imaginado, que tiene realidad mediante una biografía y una obra diferentes de las del autor que lo concibe. Este simulacro de realidad se construye también con elementos externos e indirectos como los testimonios de otros y los retratos” (Álvarez Barrientos, 2014, p. 28). De modo que, si todo el conjunto de las crónicas indianas fuese leído como una extensa novela, este heterónimo sería el gran protagonista. Es el supuesto autor de cuatro crónicas: La Gran Florida, Nueva Umbría, El mar de las perlas y El fiero Yaracuy (estas dos últimas basadas en supuestos apuntes de otros autores) y además es el supuesto traductor de la crónica Guaicaipuro, escrita “originalmente” en francés. Su nombre —Juan de Ocampo— recuerda al de dos auténticos cronistas: Gonzalo de Ocampo (s. XVI) y Florián de Ocampo (1490-1558). Incluso, Juan declara ser deudor y familiar del primero y compone El mar de las perlas a partir de los apuntes de este: “justísima razón es que consigne que en ella heme orientado y valido por los documentos que legó a su familia Gonzalo de Ocampo, mi deudo muy cercano, y que fueron su ejecutoria como servidor de Su Majestad” (1918c, p. 11). Bolívar Coronado otorga a este “maestre”, pues, una sumaria biografía (no exenta de incongruencias) que se puede rastrear entre sus crónicas. En el inicio de La Gran Florida se prodiga al respecto:

Yo, el maestre Juan de Ocampo, que tiene agrande gloria y prestancia el haber encanecido llevando la fe del Señor en más de un viaje peligroso al través del mar océano, e imponiendo el vasallaje del Emperador y Rey mi señor, heme dado a ejercitar el entendimiento en la peregrina relación de lo que he visto y oído en tan larga y agitada existencia. Ahora que estoy en esta muy ilustre villa de Miranda del Duero, en la sosegada paz de mi casa y de los míos, puesto que bulliciosos nietos se trepan a mis rodillas y está el pan al horno, la presa de perdiz al arrimo del brasero y el vino enranciándose con la opresión de la cuba, agora, digo, póngome a recordar lo primero que aconteció en La Gran Florida, allá por los años de 1526 al 48 de gracia en Dios Nuestro Señor (1918a, p. 16).

La Gran Florida fue la primera —en orden cronológico— de estas supercherías, no sólo por tratarse de la que abre la serie, sino por no adentrarse aún en los artificios narrativos que aplicaría después a otros textos: crónicas basadas en antiguos apuntes de otros autores y traducciones. Según el texto, Juan de Ocampo estuvo presente en la expedición de la Florida llevada a cabo por el adelantado Pánfilo de Narváez, en 1526, y décadas después decidió escribir esta crónica basada en sus recuerdos, así como en las “notas” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. En 1598 escribe El mar de las perlas; dos años después traduce Guaicaipuro; en 1605 redacta El fiero Yaracuy basado en los “papeles de Mencio Vargas”. Acerca de la crónica Nueva Umbría no señaló ni las fechas ni las fuentes. De manera que, cuando compuso este último texto, Bolívar Coronado había constatado la vulnerabilidad del sistema y había publicado siete crónicas (agrupadas en dos volúmenes) de esta colección; por tanto, para el último volumen ni siquiera se molestó en disimular empleando este tipo de artimañas. A estas alturas, el falsario se había entregado a la más ligera desprolijidad, como deseando que lo descubriesen cuanto antes.

El falsario insistió en tergiversar, confundir y modificar todo lo concerniente a su vida y a su obra, como es lógico en alguien dedicado a embaucar. Sin embargo, eso también ha afectado muchos de los datos, interpretaciones y atribuciones esparcidos en libros y artículos (más bien escasos) sobre él.

Juan de Ocampo demuestra desorganización e incongruencia en su relación sobre La Gran Florida. La voz narrativa se sitúa a veces desde la primera persona, como testigo, y otras veces se apoya en relatos ajenos. Su longevidad constituye la inconsistencia más evidente: las vicisitudes vitales de la época hacían francamente improbable que un soldado adulto que había participado en tan arriesgada expedición en 1526 se mantuviese vivo y lúcido para redactar crónicas en 1605 —setenta y nueve años más tarde—, por “larga y agitada” que hubiese sido su vida. El falsario constataba la frase del novelista Emilio Carrère que tanto le gustaba citar: “En España viven del libro los que no saben leer” (1919, p. 7).

Bolívar Coronado se sirvió del texto Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, publicado en Valladolid en 1555, para compilar algunos de los datos y las anécdotas de esta crónica; sin embargo, de aquella famosa expedición solo hubo cuatro supervivientes. Por tanto, el maestre Juan de Ocampo no podía haber tomado parte en ella y convertirse en uno de sus cronistas directos décadas después. Naturalmente, esto importaba poco a los fines del falsario y, para aumentar el escarnio que quería infligir, por medio de Ocampo, se atrevió a contradecir la versión histórica más conocida, no solo declarando a este personaje como un genuino superviviente, sino sumando otros:

De lo que digo adelante pueden dar fe muchos que viven, como el licenciado Alonso de Solís; como don Juan Suáres: el uno asiste en Salamanca; el otro está en la congregación de su orden, asentada en Segovia. También podrían servir el capitán Pantoja, al servicio del duque de Aldegamarra, en el Guadalquivir, en Sevilla, y don Saulo Almansa, de los predicadores del priorato de San Vicente, de Alcázar de San Juan (1918a, p.22).

Del supuesto capitán Pantoja dirá que “dejó una relación curiosa y superba de las maravillas de la región visitada” (p. 40). Por si fuese poco, en el último capítulo de La gran Florida, Ocampo se limita a citar, sin mucho sentido, el proemio de Naufragios, de Núñez Cabeza de Vaca; su forma abrupta de acabar y la contradicción entre lo contado por él y lo que aparece en Naufragios evidencian la desorganización narrativa del supuesto Ocampo y, en realidad, son muestras de la actitud desafiante y provocadora de Bolívar Coronado, llevando su infundio a niveles insolentes. Está claro que estas actitudes e inconsistencias eran deliberadas y formaban parte de su disparatado e hilarante proyecto fraudulento. La vida del maestre Juan de Ocampo era inverosímil, pero al sumirlo en una maraña de textos y autores, Bolívar Coronado creó a un personaje nebuloso que fungía como indirecto y anacrónico trasunto de sí mismo, al convertirlo en compilador, organizador, traductor, comentarista y/o narrador de la mayor parte de estas falsas crónicas. Si lo leemos con atención, podemos concluir que Ocampo era tan fabulador y embustero como su creador, y precisamente así quería presentarlo Bolívar Coronado.

Sin embargo, hizo ajustes en las posteriores obras que atribuyó a este cronista, pensando que sería más fácil y verosímil dotar de la misma voz y del mismo estilo a la mayoría de las falsas crónicas que saliesen de su pluma, cosa que de todas maneras no pudo lograr de forma convincente en gran parte de los pasajes. No era un experto practicante del pastiche, sino un escritor de ligereza moral que carecía de límites estéticos. También constatamos que Ocampo pasó de ser aventurero y explorador a convertirse en hombre de letras, no solo por componer todas estas crónicas durante su vejez, sino por comentar y ordenar textos de otros autores; además, se convertirá en traductor del francés y del latín. Él mismo expresa: “Yo, que estoy siempre estudiando los idiomas extraños, veo con peregrino deleite el esfuerzo que hacen otros por nuestras cosas” (1918c, p. 67). Y hace referencia a otros trabajos suyos, por ejemplo, la supuesta traducción castellana de un disparatado texto latino, la Guerra de Jugurta, que atribuye al padre jesuita Luis de la Palma.[2]

El volumen Caciques heroicos incluye cuatro crónicas de las que tres fueron “obra” del maestre. Para solventar a medias el problema de la cronología y excusar posibles errores y anacronismos, este fabricante de supercherías decidió que Ocampo no fuese testigo directo de los acontecimientos narrados, como sí lo había sido en la expedición a la Florida, en 1526. En la “Advertencia” al inicio de la crónica El mar de las perlas, podemos leer: “En esta obra hace gala Ocampo de precisión y verdad, pues aunque no fue testigo presencial hizo uso de una multitud de datos escritos que le facilitó el conquistador de aquellas regiones, Gonzalo de Ocampo, su deudo” (1918a, p. 9).

El mar de las perlas es una de las crónicas más desordenadas de la serie y, no obstante, acaso sea la que más fielmente refleje —a grandes rasgos— los hechos históricos mejor contrastados. Aunque por exigencia de Blanco Fombona aparece en portada bajo el curioso título de “Paramaiboa” —y así aparecía en las promociones publicitarias incluidas en otros volúmenes de la editorial—, más allá de su importante participación en el relato, difícilmente pueda ser considerado el protagonista absoluto de la acción narrada, como sí ocurre con Guaicaipuro, Yaracuy o Nicaroguán, en sus respectivas crónicas.  El mar de las perlas abre con una descripción objetiva, casi científica, sobre la región: accidentes geográficos, ríos, golfos, penínsulas, lagos, flora y fauna de la zona costera del oriente venezolano que sería bautizado entonces como “Nueva Andalucía”. El maestre Juan de Ocampo señala haber obtenido estos datos de las cartas de Alonso Niño y Cristóbal Guerra. El tono contrasta con el empleado por el mismo supuesto narrador en La gran Florida. Ocampo continúa con el relato de los primeros viajes y asentamientos españoles en este territorio que, de forma general, coincide con los documentos históricos, y pasa después a contarnos las dificultades que supuso la conquista, colonización y evangelización de los indígenas de la región, principalmente cumanagotos, guantas, zapoaras y pariguanes; etnias que mostraron una férrea resistencia al dominio español. Sin embargo, abundan anécdotas de rivalidades y escaramuzas no solo entre españoles e indígenas, sino en el seno de cada uno de los bandos.

Izq. Cubierta de Antología de poetas americanos, publicado en Barcelona en 1920 (falsificación literaria). Der. Cubierta de Parnaso boliviano, publicado en Barcelona en 1919 (falsificación literaria).

Algunas recuerdan a las narradas en Memorias de un semibárbaro, sobre todo en el episodio de Coro, en el que destacan las rencillas personales entre los personajes y, de vez en cuando, surgen reflexiones generales que, en el contexto narrativo, lucen desconcertantes, como, por ejemplo: “Y es que la desventura humana es en todas partes el patrimonio del hombre” (p. 45), dejando en evidencia un rasgo frecuente en los textos de Bolívar Coronado: una vocación reflexiva sobre la existencia, expresada de forma tan sentenciosa que consigue, muchas veces, aunar en una misma frase un sentido paródico y con un tono de desengaño. ¿Acaso no son, en cierto modo, lo mismo? A pesar de que la crónica parte de los apuntes y documentos que legó “el férreo” Gonzalo de Ocampo a su familiar Juan, el supuesto narrador, la perspectiva es muy ambigua en ocasiones. Frases como “aquel hombre blanco maldito le había arrebatado dos de sus mujeres” (p. 42), o “si Paramaiboa, fortaleciendo sus tropas, hubiese vuelto al ataque el día siguiente, la victoria habría sido suya” (p. 54), así como la reflexión final: “La Nueva Andalucía, no menos hermosa, nació en un mar de sangre” (p. 60) era muy extraño que saliesen de la pluma de este conquistador español, que había pedido desde La Española encargarse del proceso de “pacificación” del territorio de Cumaná por medio de brutales métodos. ¿Coronado quería mostrar al ficticio maestre Juan de Ocampo crítico con el legado de Gonzalo? ¿O eran opiniones propias que el falsario filtraba a través de sus cronistas?

En la crónica Guaicaipuro, Ocampo cumple funciones de comentarista y traductor de la versión original francesa del abate Jean Moulin. Conocemos el año de la traducción —1601— pero no la fecha del supuesto texto francés, que Bolívar Coronado hábilmente omite. Como nota insólita el propio Ocampo reconoce que, para la composición de esta obra, el abate:

No contó con documentos ni con muestras subterráneas ni con monumentos, sino que solo se facilitaban las tradiciones, los consejos, los recuerdos y grandes hechos, transmitidos de generación en generación. En tan deleznable base, a fuerza de razonamiento y mucho pensar, edificó el sabio su obra. Son tan atinadas y discretas sus deducciones, que la figura del héroe se destaca en el lienzo con hermosos y puros colores, y en toda su maravillosa prepotencia de guerrero y de patriota (1918c, p. 69).

De esta manera, Bolívar Coronado equipara la obra del abate Moulin con la suya propia: recrear la vida del cacique Guaicaipuro apoyándose en la tradición oral, pero no en fuentes escritas. Asimismo, y como recurso para retorcer la superchería, desliza a través de la mistificación de documentos históricos una verdad rotunda: reconocer en el propio contenido inventado la ausencia de rigor de este mismo. Por tanto, estamos ante un artificio doblemente engañoso que acaba revelando la verdad del texto, puesto que, en efecto, confiesa que carece de valor documental o legitimidad como fuente histórica —aunque así ha sido presentado—, pero no pierde eficacia textual en sí mismo si es reinterpretado como entramado ficcional o novelesco; de hecho, aumenta su interés como texto literario y realza su condición estética en el marco de la narrativa experimental.

De las crónicas adjudicadas a Juan de Ocampo, El fiero Yaracuy es la que menos referentes reales tiene. De hecho, tres de sus protagonistas, Mencio Vargas, el cacique Yaracuy y su consejero Manaure son personajes completamente ficticios. En el título figura entre paréntesis “de los papeles de Mencio Vargas”. Este personaje no es un cronista, sino un encomendero español que tiene el deber de negociar con algunos caciques para mantener la paz en la región, mientras funda asentamientos europeos. Los papeles de Vargas no aluden, pues, a textos, crónicas, relaciones o memorias que dejó ordenadas, sino simplemente a supuestas comunicaciones oficiales y decretos de Real Cédula a través de los cuales Ocampo puede reconstruir parte de los hechos. Como Vargas debe partir hacia España, Ocampo consigue recrear acontecimientos gracias a las Relaciones de Ponce de León y a las cartas de Diego de Losada; aunque, en general, como había ocurrido con la crónica francesa del abate Moulin sobre Guaicaipuro, la mayor parte de lo narrado se fundamente simplemente en la tradición oral:

Todo cuanto se pueda decir de esta época en las grandísimas soledades de la Tierra Firme necesariamente tiene que ser de oídas, o, mejor dicho, de lo que transmitieron referencias y soplos de los propios naturales, con respecto a lo que ellos oyeron de sus antepasados y que, ya ensanchándose por la fantasía, ya empequeñeciéndose por la modestia y discreción natural de algunos hombres, llegó más o menos puro o poco transformado a la mente de los que por orden y servicio de Su Majestad fueron a gobernar aquellas tierras (1918c, pp. 161-162).

Por la extensión y por la profusión de datos y detalles podría dar la impresión de que Nueva Umbría fue la mejor lograda de las crónicas de Coronado; sin embargo, precisamente por eso, está repleta de errores y anacronismos.[3] Una vez más aparece el maestre Juan de Ocampo como autor, aunque esta vez no hay especificaciones acerca de sus fuentes en los paratextos. Su relato se apoya en numerosas cartas de los misioneros franciscanos, principalmente del ficticio Pánfilo de la Hoz, dirigidas a sus superiores. En la primera expedición que llevó a estos evangelizadores, el cronista menciona a su padre, el sargento Lope de Ocampo, quien tiene el cargo de alguacil mayor y tesorero de Su Majestad para el año 1518 (recordemos que el propio Juan de Ocampo viajó en la expedición a la Florida en 1526); curiosamente, su nombre no vuelve a ser mencionado.  

Entre los errores más flagrantes está la absurda insistencia de los franciscanos en nombrar la región “Nueva Umbría”, aunque Ocampo está consciente de que su nombre no tuvo éxito, ¿cómo lo sabía si vivió en el siglo XVI? Además, atribuir el nombre de Nueva Venecia a los navegantes que acompañaron a Colón o siquiera mencionar el virreinato de Santa Fe (que no se fundaría hasta el siglo XVIII) eran errores de bulto. Ni hablar de la mención a la calle Tabernillas de Madrid, que no existió hasta un siglo después. No es necesario insistir en la incongruencia de fechas entre las que vive y escribe Juan de Ocampo.

Bolívar Coronado menciona este libro entre sus fechorías confesas en el prólogo al Parnaso boliviano, publicado en los últimos meses de 1919; sin embargo, en febrero de ese mismo año aún no sabe que ya había visto la luz meses antes en Madrid, pues no lo menciona en su ensayo “Letras venezolanas”, aparecido en Barcelona, ciudad en la que residía desde hacía seis meses. Exceptuando la disparatada participación de Ocampo en la travesía del adelantado Pánfilo de Narváez, todas sus crónicas están circunscritas a lo que después llegaría a constituir territorio venezolano o sus regiones fronterizas, que Bolívar Coronado llegó a conocer muy bien. El maestre Juan de Ocampo fue un artificio poco esmerado a partir del cual nuestro falsario proyectó una imaginaria llegada de los conquistadores españoles a su país. De este modo, evidenciaba su obsesión por el destino aciago de su patria. Ese es uno de los aspectos más consistentes de su llamada “obra”: una auténtica angustia nacional. Un tema persistente: después de todo se trataba del preclaro autor de El llanero (adjudicado al escritor costumbrista Daniel Mendoza) y del Alma llanera (de la que renegaría admitiendo que su único valor era el musical, debido a los acordes del maestro Pedro Elías Gutiérrez). Ambas obras tienen una relevancia incalculable en la cultura venezolana.[4]

Bolívar Coronado ansiaba disolver su nombre en una barahúnda de pseudónimos y heterónimos. Las estimables pesquisas bibliográficas (Rafael Ramón Castellanos) y biográficas (Oldman Botello) han aumentado el interés por la persona en detrimento de su obra. Es un aspecto inquietante, cuando menos. El falsario insistió en tergiversar, confundir y modificar todo lo concerniente a su vida y a su obra, como es lógico en alguien dedicado a embaucar. Sin embargo, eso también ha afectado muchos de los datos, interpretaciones y atribuciones esparcidos en libros y artículos (más bien escasos) sobre él. En ese sentido, la leyenda va imponiendo sus ajustes y resaltando el interés de unos elementos más que otros, separándose de los hechos. Esto seguramente no le hubiese disgustado.

Carta de Rafael Bolívar Coronado a su hermana Zoila Victoria, fechada en 1910 en Río Caribe (Estado Sucre). Documento cortesía del cronista Oldman Botello.

Es posible que el carácter anecdótico y hasta divertido de estos actos falsarios de Bolívar Coronado hayan opacado ciertas implicaciones teóricas sobre el lado más oscuro de la creación literaria, así como las relaciones entre la llamada literatura genuina y la espuria. Este caso parece una ligereza moral, envuelta en forma de hoax, pero contiene una propuesta conceptual: un cuestionamiento estético más profundo dirigido a la rigidez de algunos guardianes de las instituciones culturales y al sistema de reseñas, promoción y premios literarios. Pocos actos como los de un falsario ponen de relieve las dificultades de discernimiento entre lo que consideramos verdad y lo que consideramos mentira. Uno de los problemas fundamentales en los estudios teóricos sobre la falsificación literaria consiste en suponer que, una vez desenmascarada, la obra falsa pierde interés en sí misma, como si no contuviese más significado que su falsedad. ¿Se entreabre una pequeña caja de Pandora que no sería conveniente seguir hurgando?

Juan de Ocampo es un heterónimo con todas sus letras: tiene biografía, ideología y obra propia. Una extensa, elaborada e hilarante parodia, no sólo de los cronistas de Indias y sus obras, sino de todo el proceso de colonización de América y la fijación de su narrativa. El proceso de invención de Ocampo —por parte de Bolívar Coronado— fue apresurado e irreflexivo y, sin embargo, surgió en 1918, décadas antes de que Machado publicara su Juan de Mairena; antes de que el mundo conociese los heterónimos póstumos de Pessoa; y antes también de que Borges se aventurase a escribir su primera reseña sobre un libro inexistente: “El acercamiento a Almotásim”. No es poca cosa y habla de la modernidad de un autor que experimentó con nuevos elementos ficcionales, ansiando que estos saliesen de los libros. Sin embargo, operó sin la suficiente consciencia estética que quizás hubiese permitido que sus artilugios pudiesen ser reconducidos desde el fraude hacia la literatura. El falsario venezolano amerita relecturas novedosas para ser situado como representante muy destacado de lo que Eugenio Montejo llamaba la “escritura oblicua”.

Notas:

[1] Bolívar Coronado publicó un total de doce títulos (agrupados en nueve volúmenes) en Editorial América; todos son falsos. Su estrategia consistió en presentar textos propios como si fuesen escritos por otros autores, consagrados o inventados. Se aseguró de que fuesen publicables por tratarse de inéditos cuyos supuestos autores habían muerto hacía más de cincuenta años. Además de las nueve crónicas de Indias, consiguió engañar a Blanco Fombona con otras tres supercherías: Letras españolas (Rafael María Baralt), Obras científicas (Agustín Codazzi) y El llanero (Daniel Mendoza).

[2] La Guerra de Jugurta (Bellun Iugurthinum) es un texto del historiador romano Salustio que relata el conflicto bélico entre númidas y romanos durante el año 110 a. C. Coronado le endosa falsamente este texto o una nueva versión a Luis de Palma.

[3] El historiador español Leandro Tormo Sanz demostró que se trataba de una obra apócrifa. Ver “Un fraude histórico: Nueva Umbría del maestre Juan de Ocampo”, Missionalia Hispánica, volumen XXVIII, número 84, pp. 359-371.

[4] Bolívar Coronado presentó el libro El llanero bajo el título de Los desiertos de Achaguas. No quería repetir el mismo nombre que había empleado su amigo Víctor Manuel Ovalles para su estudio etnográfico. Blanco Fombona prefirió que se titulase El llanero, por considerarlo más atractivo y para insertarlo en la tradición sociológica consagrada al tema. En cambio, Los desiertos de Achaguas fue empleado para la tercera de las crónicas de Indias, adjudicada al ficticio Diego Albéniz de la Cerrada. Esto nos revela que Blanco Fombona creía a pies juntillas en la autenticidad de los contenidos, pero aplicaba algunos trucos editoriales (cambio de títulos, agrupación en volúmenes) con fines comerciales. Esto lo revela el falsario en su artículo “Letras venezolanas”, publicado en la revista española Estvdio, Barcelona, 1919.

Bibliografía

Álvarez Barrientos, J. (2014). El crimen de la escritura. Una historia de las falsificaciones literarias españolas. Madrid: Abada.

Bolívar Coronado, R. [Ocampo, Juan de, F. Salcedo Ordóñez y Diego Albéniz de la Cerrada] (s.f.). La gran Florida. Los Chiapas (ríos de La Plata y Paraguay). Los desiertos de Achaguas (Llanos de Venezuela). Madrid: Editorial-América [1918a].

—.[Baralt, Rafael María] (s.f.). Letras españolas. Madrid: Editorial-América [1918b].

—.[Ocampo, Juan de y Fray Nemesio de la Concepción Zapata] (s.f.). Los caciques heroicos. Paramaiboa. Guaicaipuro. Yaracuy. Nicaroguán. Madrid: Editorial-América [1918c].

—.[Ocampo, Juan de y Mateo Montalvo de Jarama] (s.f.). Nueva Umbría (conquista y colonización de este reino en 1518). Misiones de Rosa Blanca y San Juan de Las Galdonas en 1656. Madrid: Editorial-América [1918d].

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—.[Anónimo]. Antología de poetas americanos. Barcelona: Biblioteca Sopena [1918g]

—.[Blanco Meaño, Luis F. (comp.)] (s.f.). Parnaso Boliviano. Selecta antología de poesías, con prólogo de Rafael Bolívar Coronado. Barcelona: Maucci [1919b].

—. (febrero de 1919). Letras venezolanas. Estvdio. Revista mensual de Ciencias, Artes y Literatura. (Barcelona), XXVI, 74, pp. 161-180.

—. (s.f.). Memorias de un semibárbaro. Magón. La propia (escenas de la vida centroamericana).Madrid: Editorial-América [1920].

Botello, O. (1993). El hombre que nació para el ruido. Rafael Bolívar Coronado. Maracay: Asamblea Legislativa del Estado Aragua.

Castellanos, R. R. (1993). Un hombre con más de seiscientos nombres (Rafael Bolívar Coronado). Caracas: Italgráfica.

 —. (1981). Rafael Bolívar Coronado y su centenar y medio de pseudónimos. Caracas: II Congreso de Escritores Venezolanos.

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Grases, P. (1962). El caso de “Letras españolas”, obra falsamente atribuida a Rafael María Baralt (Publicado como separata). Caracas: Ministerio de Educación.

Tormo Sanz, L. (1971). “Un fraude histórico: Nueva Umbría del maestre Juan de Ocampo”, Missionalia Hispánica, volumen XXVIII, número 84, pp. 359-371.

Sambrano Urdaneta, O. (1952). El llanero, un problema de crítica literaria. Caracas: Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos.

Juan Pablo Gómez Cova (Caracas, 1978) es Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, donde se especializó en teoría sobre la falsificación literaria. Máster en Literatura Comparada por la Universidad Central de Venezuela y Máster en Filología Hispánica por el CSIC de Madrid. Es Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, donde ejerció la docencia en el Departamento de Literaturas Occidentales y en el Máster de Literatura Comparada. Ha sido profesor invitado en la Universidad de Salamanca y la Universidad de Alcalá. Realizó una estancia de investigación en la Universidad de Texas. Actualmente trabaja en un elaborado texto teórico sobre las prácticas de la falsificación literaria en América Latina.

2 Comentarios

  1. Estaba escribiéndote un comentario y de pronto desapareció. Ni terminarlo, ni revisarlo pude, no se si lo recibiste. En resumen fui timada por este personaje hace unos años, menos mal que supe de sus fechorías a tiempo. En la biblioteca AW está su obra. Hermosa y completísima esta tu publicación. Felicitaciones JP. Cariños.

  2. F. Javier Lasarte Valcárcel

    Excelente (la idea y) el trabajo sobre Bolívar Coronado. De celebrar que, en él, la Academia vuelva a tener renovado sentido.

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