‘Oil Story’: El valor mágico y talismánico de excavar. Entrevista con Ibsen Martínez
Claudia Cavallin entrevista al escritor y dramaturgo Ibsen Martínez (Caracas, 1951), quien acaba de publicar en Bogotá la novela ‘Oil Story’ (Tusquets, 2023). En el intercambio se repasan algunos renglones de la biografía reciente de Martínez, su mudanza obligada a Bogotá, el exilio de un autor que había vivido un gran éxito en Venezuela, la cultura del petróleo, y su papel en la literatura y la sociedad venezolana. “Debí excavar en cosas que daba por sabidas ante mí mismo pero que se me impuso explicar al lector. En algún momento de mi vida desemboqué en la historia del petróleo. Desde el periodismo, a diferencia de mis empleadores que poco se ocupaban del área.”
¿Qué significa vivir en la locura venezolana y tratar de salir de ella? Desde la distancia geográfica, siempre conectado a las bibliotecas públicas en Colombia, recordando la delicia de comer en Caracas o ciertos cuadros depresivos abúlicos, Ibsen Martínez vuelve a la literatura. Saliendo del bloqueo editorial de un escritor, de un trastorno, de la ansiedad, luego de una experiencia personal en la Fiesta del Libro y la Cultura en Medellín, y siguiendo los consejos del escritor argentino Juan Forn, retomó la novela bajo un acuerdo de escritura: “Cada vez que tengas 20 mil palabras me las mandas” dijo Forn, y así, una obra repleta de material abrió sus alas con disciplina.
A las 50 mil palabras, Ibsen se atascó, como sucede con los escritores en su oficio. “El texto que te confina no pertenece a la novela” se dijo, y alejándose de él se mudó a otra historia de petroestados, “donde no hay ciudadanos, solo súbditos del precio del crudo, despiadados cazadores de la renta petrolera”.
Oil Story (Tusquets, 2023) detalla lo que sucede en un espacio geográfico, Venezuela, junto a una experiencia migratoria de negocios conectada con los Estados Unidos, donde habitan los hijos de una misma nación, llamada por Rafael Cadenas “de grandes comedores de serpientes”. Aparecen aquí las historias de vidas entrelazadas, bajo las intersecciones lineales de un mapa que se mueve desde Caracas a Londres o Praga, desde Maracaibo a Tulsa en Oklahoma, dejando las identidades nacionales, y detallando lo que significa liderar un grupo en contra de la rebelión ante las reglas.
Claudia Cavallin: Quisiera comenzar con el final de tu novela, donde estas palabras permiten transformar la memoria en cenizas: “El tiempo es el fuego en el que ardemos”, dejó escrito Delmore Schwartz, el otro poeta favorito del Negro Altuna y ahora mío. En una obra que se inicia con el proverbio texano Oil is where you find it –“El petróleo está donde lo encuentras”—y que termina con las palabras del escritor estadounidense que nos devoran como llamas inevitables ¿Crees que esta simbología del petróleo, del fuego, de la explosión, del desgaste, incluso de la muerte, que aparece en tu obra sigue formando parte de lo que somos hoy en día como venezolanos migrantes? Pregunto como lectora, como venezolana, como migrante que vive en Oklahoma.
Ibsen Martínez: ¡Oklahoma, petróleo …! ¡Así que vives en Oklahoma! La última vez que estuve en Oklahoma fue en el 2002. Fui a Tulsa para hacer una serie de reportajes sobre los activos de PDVSA en el extranjero. Estando allí, pedí que me llevaran a Bartlesville, donde estuvo la casa matriz de la Phillips Petroleum Co., en la que por más de 20 años trabajó mi padre. Allí viví de niño.
Si atendemos a la memoria, empecé a venir a Colombia en los primeros años 90, hice aquí muchos amigos, viviendo aún en la Venezuela de entonces. En aquel momento, se podía vivir entre dos ciudades: Bogotá y Caracas. En 2010, pasaron cosas de orden personal que me hicieron mucho daño y contemplé la posibilidad de pasar mucho más tiempo en Bogotá, donde está una de las mejores bibliotecas públicas de Latinoamérica: la Luis Ángel Arango. Traía el proyecto de algo así como una historia emocional del petróleo en Venezuela.
Pero en 2013, luego de escribir un artículo para TalCual sobre un tenebroso personaje de la picaresca bolivariana, me gané una absurda demanda penal por difamación que recomendaba no regresar al país. De mi apartamento en Caracas se llevaron todos mis libros y debí dedicar mucho tiempo a la lectura en la biblioteca Arango, en mi deseo de acercarme a temas de filología clásica. Entonces descendió sobre mí una paralizante oscuridad que fue clínicamente diagnosticada como depresión.
Llevaba ya unos años en Bogotá, viviendo de mi columna semanal para El País, cuando comencé a batallar con una novela que hice a un lado en medio de aquel cuadro depresivo. A fines de 2019, poco antes de declarase la pandemia, fui a la Fiesta del Libro en Medellín, un evento que ocurría el jardín botánico. Fue allí donde topé con Forn y, gracias a él, pude retomar la escritura bajo el acuerdo que he contado: “tenés que sacar y rotular lo que tenés atascado dentro”, dijo Juan. Me tomó escribir 35000 palabras para persuadirme de que “lo que tenía atascado dentro” no era una novela. Llamé a Juan, y le confesé: “se me trancó el serrucho, bro”. Lo que tenía en mente era quizá muy bueno para una crónica, pero no para una novela. Me detuve brevemente, pero ya había roto el maleficio y, al cabo de un tiempo, pude seguir escribiendo.
Entiendo entonces que tu regreso a la novela también fue un retorno a la historia desde la ficción. Allí está Mayimbe, y los innumerables sitios en el mundo donde se puede arrojar un cadáver. En la obra, todo parte de un cuerpo que cae en un barranco “muy empinado, contaminado con toda clase de envoltorios de plástico o cartón, jirones de papel higiénico desechado, piezas metálicas herrumbrosa”.
Persuadido ya de que lo que tenía en mente no era una novela, ocurrió que un día de 2020 me senté en las bancas de la plaza en Usaquén. Era un ambiente dominical, aunque estábamos aún en pandemia. Vi a unos muchachos venezolanos, repartidores de comida, jugando béisbol con una pelota de goma. Justo allí, mirándolos, me pregunté “¿cuál es la historia que mejor te sabes?” Y era Petroleros suicidas, una obra de teatro que había escrito y estrenado diez años atrás.
Esa fue la historia con la que emocionalmente pude entonces relacionarme de forma inmediata. De allí me fui directamente a mi casa, donde viví una experiencia de composición muy singular y feliz, pues la conocía bien y no fue preciso detenerme interminablemente en investigación alguna. Me imbuí de la idea de escribir de nuevo la pieza teatral, esta vez como prosa narrativa, y así saber hasta dónde podía llegar su desarrollo. Funcionó. Sentí que Oil Story se adentraba cada vez más en el hecho de sangre que la pone en marcha, en Mayimbe, en muchas otras cosas, hasta que volví a atascarme con la pregunta “¿quién es el narrador?”
¿Y quién es? En la novela, hay palabras que le permiten a los lectores determinar las características internas de quienes se situaban siempre en los bordes de la mala vida, como el submalandro. Personajes, nombres, apodos ¿la historia narrada por alguien o por muchos?
En algún momento me dije “tengo que presentar a ese personaje, el narrador”. Es allí cuando aparece Ibsen Martínez, aunque en realidad no tuve que inventarlo, siempre estuvo allí, desde la página uno. Sin embargo, necesité varios capítulos más para contar por qué el narrador los conocía tan bien. La biblioteca del Negro Altuna en la segunda planta de la casita de Prado de María aloja una vasta evocación del pasado remoto. En la escritura del capítulo cuatro –cirugía mayor en el cuerpo del primer borrador—decidí que debía darle a probar al lector la historia de Ralph Arnold, un geólogo gringo, muy célebre entre los petroleros.
Historias dentro de la historia. Volviendo a la memoria, hay cosas que se omiten, hay cosas que se diluyen, y hay cosas que se destacan. El adagio de los exploradores texanos, ¿incluye también la experiencia personal?
Debí excavar en cosas que daba por sabidas ante mí mismo pero que se me impuso explicar al lector. En algún momento de mi vida desemboqué en la historia del petróleo. Desde el periodismo, a diferencia de mis empleadores que poco se ocupaban del área. También desde el teatro: me parecía que era necesario abordar esa historia y en ello me guiaba esa frase, “oil is where you find it”, salida en labios de Harry Ford Sinclair, un barón de esta industria que comenzó en Pennsylvania hacia 1870, después pues de la Guerra de Secesión americana. Al petróleo en Pensilvania no había que perforarlo: era superficial. El petróleo manaba de la tierra, pero en otros lugares había que salir a buscarlo. A finales del siglo XIX, la geología petrolera no se había ganado todavía un puesto en la industria. El petróleo estaba donde lo encontrabas, decía Sinclair en Texas, desdeñoso, fiándose solo de su nariz, nunca dispuesto a pagar a un geólogo de la Universidad de Stanford. Esa formulación, mágica, me decía algo así como “perfora hasta que encuentres tu cuento”.
Mencionando PDVSA, “la industria propiamente dicha”, el espacio particular donde valía la pena pagar para entrar, donde la pertenencia a la identidad del “ser petrolero” añadía jerarquía a cualquier venezolano ¿Esa idea de excavar, como lo mencionas en la novela, necesita negocios, “alianzas estratégicas”, “giras road shows”, y una cultura del espectáculo cuyos valores idealicen un producto, una imagen, más que un verdadero mecanismo productivo?
No lo había pensado así, pero lo que observas describe en gran medida el trabajo de Jerry Espinosa, el ingeniero de yacimientos reconvertido en gerente de comunicaciones. En la memoria, mejor dicho, en lo que has olvidado, siempre se excava. Debí regresar al valor mágico y talismánico de excavar. También centré mi atención en el lector in fabula al hablar de petroleros. En un contexto estadounidense, el petrolero –el oil man—es el dueño de una petrolera, el magnate. Pero, entre nosotros, un petrolero es un hombre que trabaja en la industria nacionalizada, y que pertenece a un estamento privilegiado del sector público. El piloto de una lancha motora, el jefe de un área de perforación es alguien como Jerry, quien habita universo específicamente venezolano. Un supergerente petrolero es un empleado público de alto desempeño y, al mismo tiempo, ostenta un cargo político. Eso era algo que debía mantenerse presente en la novela. En el trayecto, surgieron otros arquetipos: el comentarista informado, el periodista, el marginal, el periférico.
Como en el teatro, también podría haber rebeldía en el silencio o en los lugares simbólicos, en los cuerpos. Menciono esta cita, que parece una escena teatral: “Mayimbe escuchaba con igual intensidad el crepitar de las sacas de café ardientes, el ajetreo y los gritos de los vecinos, los bufidos de los frenos de aire del camión de bomberos y, debajo o encima de todo ello, el silencio de la biblioteca, un silencio bienhechor, aposentado por las sosegadas rutinas del bondadoso historiador aficionado y muerto”. ¿Moralejas políticas?
La idea política estuvo siempre presente, pero sin moralina. Que Jerry fuera un chavista que encuentra en Chávez una causa no me gustaba para nada como argumento: no habría habido verdad en ella. Mi verdad fue que el protagonista se propone cortejar a Chávez. Solo así podría Jerry ascender, aun sin creerle una palabra a Chávez. Verlo así me permitió, entre otras cosas, lograr que Chávez no invadiera jamás mi cuento. No me interesó escudriñar la psique de Chávez ni referirme a lo que demasiada gente tiene por sabido: “llegó un barbarazo que rompió el acuerdo social que entonces había y acabó con todo”. Jerry desprecia a sus contemporáneos y se inventa una estrategia de ascenso en la que los otros personajes intervienen. De allí parte la segunda parte de la novela, que muestra cómo es que todos se convierten en cazadores de renta. Son temas de orden compositivo en el registro de las emociones de Oil Story. No me interesaba que mis personajes fuesen unos cazadores de rentas del tamaño de Rafael Ramírez. El sueño de ellos ¿el de todos nosotros?, era tener un pequeño conuco en PDVSA, subcontratistas de la industria propiamente dicha, Mayimbe dixit.
Entonces, la novela se aísla de Chávez como figura única del por qué sucedió lo que pasó ¿verdad?
Exacto. La caracterización de Chávez como demiurgo del Mal ha invadido casi todo lo que se piensa y habla de aquel período. ¿Recuerdas que, no sé cuántas millas náuticas atrás, en esta conversación, te dije que me había atascado en una novela que deseché? Fue la que quise escribir sobre la historia de Carlos, El Chacal. El tipo que estudió conmigo en el liceo Fermín Toro, para decirte todo. Era el tipo cobarde y gordito que fastidiaba a las muchachas en las fiestas.
Este texto, al que aún buscaré manera de terminar, comienza en la misma semana en la que se nacionaliza el petróleo en Venezuela. El Chacal estudió en Moscú y terminó hundido hasta las orejas en una de las facciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El 22 de diciembre de 1975, asaltó la sede de la OPEP tomando rehenes, solo 15 días antes de que Pérez nacionalizara las petroleras. Hace poco, volví a refrescar mi biografía sobre El Chacal, los movimientos de apoyo a la OLP que ocurrieron en Europa en los años 70 y la relación que pudieron haber tenido con este mortífero Rocambole latinoamericano. Yo estaba imbuido de información sobre mi compatriota y creo que ahora vuelve el momento para retomarla.
Escribí en 2018 “El petroestado y el Chacal” (El País), como vidas paralelas: ambos se enriquecieron y luego fracasaron, prefigurando el patrón trágico que me permitió en Oil Story hablar de mi generación y cómo la impactó crecer en un petroestado. Mi intención fue escribir una novela inteligible, que resultase interesante a un lector in fabula, un lector imaginario que no necesite ser venezolano para seguir a Mayimbe, Natalia y a Jerry. En todo caso, Oil Story comienza mucho antes de 1997. Y mucho antes de la llegada de Ralph Arnold a una cierta sabana al oriente del Lago de Maracaibo.
©Trópico Absoluto
3 Comentarios
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Muy interesante entrevista. Me gusta la transparencia del autor del libro, al expresar la forma como resurge en su escritura.
Excelente dirección de la entrevista Claudia, deja en el lector el sabor de querer sumergirse en la novela para conocer la trama completa, el desarrollo de la vida de los personajes.
Claudia nos presenta una muy interesante y bien articulada entrevista a un escritor venezolano que ha logrado su espacio a través de obras escritas en distintos géneros literarios y crónicas periodísticas. Nos acerca al lado humano de Ibsen Martínez e invita a querer leer esta novela, que si bien no es un tema nuevo en la literatura venezolana, Oil Story presenta una ficción desde una perspectiva novedosa e inesperada. Gracias Claudia por este texto.
Excelente entrevista a Ibsen Martinez ,que bueno que pudo salir de ese atolladero en el que habia sucumbido como escritor , me gustaria saber, si ya su novela esta disponible en Venezuela ,porque como lei`en otro comentario, esta entrevista le deja a uno con las ganas de leer la novela