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Si ha habido un pueblo…

Ofrecemos a continuación la introducción y el primer capítulo del libro Si ha habido un pueblo... (Alfa, 2023), de Diego Bautista Urbaneja (Caracas, 1947), un trabajo que se propone hacer una contribución a la construcción de la historia política del pueblo venezolano: la historia de los procesos a través de los cuales “el pueblo venezolano” se constituyó como un sujeto político identificable, capaz de actuar políticamente y de producir efectos reales plausiblemente atribuibles a su accionar. La tesis del libro sostiene que tal constitución del pueblo como sujeto político ha ocurrido, o podido ocurrir, solo algunas veces. Con esta premisa, Urbaneja organiza y propone un relato novedoso sobre la historia política de Venezuela.

Cierre de campaña electoral de Rómulo Betancourt. Caracas, 1958. Foto: Archivo Cadena Capriles.

La materia de este libro es la historia del pueblo venezolano, en un sentido muy político  de la palabra pueblo. 

En un sentido general y empírico de la palabra, pueblo siempre hay. Una población, una gente, aunada por elementos comunes como una lengua, unos acentos, una historia que pulula en dichos y consejas, una manera de tratarse, un modo de suavizar o endurecer las relaciones entre los estratos altos, medios, bajos, de la sociedad, un estarse juntos con su pasado y su futuro. Colinda esto con la idea general de nación. Pero si, como aquí lo haremos, acotamos el significado de la palabra y se le da un sentido afiladamente político – un sujeto colectivo capaz de producir efectos políticos discernibles y decisivos – surge todo un mundo de interrogantes: si, cuándo, cómo, cuánto tiempo, ha existido un pueblo así. Este libro es un intento de despejar esas incógnitas, o de fijar sus términos, para  medir hasta dónde se puede decir que haya existido alguna vez un pueblo político en Venezuela.

De ahí, de esas incógnitas, deriva la frecuencia con la que se verán  en estas líneas expresiones con subjuntivos o condicionales, que expresan incertidumbre sobre lo que va a ocurrir o no en cuanto a la constitución de un pueblo en el sentido político de la palabra, de un demokratos. De uno o de varios, si es que eso va a pasar  a lo largo del trayecto que iremos contando.

El libro tiene 23 capítulos, de modo que no sería cosa de resumirlos uno por uno. Sin embargo, a modo de guía previa, se pueden distinguir unos pocos bloques que agrupan los capítulos que componen la obra. 

En un primer bloque ubicamos los capítulos dedicados a unas precisiones conceptuales iniciales e imprescindibles, y luego a los prolegómenos de lo que será el centro de esta historia. La República de Venezuela que hoy conocemos nace en el año de 1830 y es a partir de esa fecha que comienza en forma nuestro relato. Pero antes han ocurrido un par de cosas que ameritan tratamiento, pues tendrán mucho que ver con lo que vendrá luego: la Guerra de Independencia y la pertenencia del Departamento de Venezuela a la Gran Colombia y su separación de ella. 

Un segundo bloque, dedicado al siglo XIX, examina la relación que, desde la perspectiva de su respectivo aporte a la emergencia de algún pueblo, tiene lugar entre los dos factores que para esos tiempos juzgamos como más importantes en ese proceso: las ideas liberales que dominan todo el siglo XIX y la forma real de ejercicio del poder de ese siglo, el caudillismo. Tanto las ideas liberales como el caudillismo experimentan evoluciones y cambios, e igual ocurre con las relaciones entre ambos.

Un tercer bloque abarca  las primeras décadas del siglo XX, hasta 1945. Incluimos en él, además, la década de gobiernos militares que va de finales de 1948 hasta comienzos de 1958. También aquí hay lugar para matices y evoluciones. El sesgo dominante del bloque es la negación, reticencia o cautela respecto al tema del pueblo. Las impone la ideología positivista predominante en esos trechos. Cada uno de los capítulos revela una manera diferente de expresar esa negación, reticencia, cautela. 

Un cuarto bloque consiste en el tratamiento del tema del pueblo que corresponde al periodo de la democracia representativa de partidos. Esto a su vez se da en dos tiempos. Uno primero, de mucha intensidad y conflictividad, cubre los años de 1945 a 1948. El segundo abarca las cuatro décadas que van desde 1958 hasta 1998. Entre ambos momentos hay diferencias sustanciales en cuanto a presencia y acción, o no, de un pueblo.

Un quinto bloque corresponde a los años dominados por la figura de Hugo Chávez  y luego por el aparato de poder que lo sucede. Hay aquí una vez más, respecto al tema del pueblo, una gran diferencia entre lo ocurrido en torno a  una figura que ejerce un liderazgo hiper-personal y un régimen posterior que se asienta en un rudo mecanismo político que cuenta con un reducido respaldo popular.

Por último, un capítulo destinado a apuntar una posibilidad positiva cuya suerte  está de un todo envuelta en el acontecer que está ante nuestros ojos y que por lo tanto está en nuestras manos.

El enfoque de este trabajo pretende ser novedoso. Aparecerán en sus páginas  eventos archiconocidos, frases mil veces citadas, tópicos clásicos de la historiografía venezolana. Pero vistos a la luz de la lente aquí propuesta, tal vez revelen estos lugares tan frecuentados aspectos que han permanecido en la oscuridad.

La manera en que este libro se ha ido escribiendo nos obliga a una referencia en cuento a su forma. Ha ocurrido que ningún tema se queda definitivamente atrás. La referencia a tiempos o temas en apariencia ya tratados reaparece cuando menos se lo piensa, a propósito de puntos  posteriores en el tiempo,  vistos ahora desde la nueva perspectiva que el asunto que se está tratando reclama. Así, no será raro que aparezcan varios intentos de referir a una misma idea. No sabemos bien si ello da lugar a un libro repetitivo, reiterativo o –lo que más nos agradaría– “recursivo”. Será el lector el que lo evaluará y, en su caso, disculpará.(1) 

Capítulo I.
Nuestro  tema 

El libro que aquí se inicia pretende hacer una contribución a una historia política del pueblo venezolano. La historia de los procesos a través de los cuales y los momentos en los cuales algo que de modo provisional vamos a llamar “el pueblo venezolano” se constituyó como un sujeto político identificable, capaz de actuar políticamente y de producir efectos reales plausiblemente atribuibles a su accionar. 

En el vocabulario político, la palabra pueblo es una de las que ha recibido significaciones más variadas. Un paseo por la historia de las ideas políticas de Occidente nos depararía un rico surtido de definiciones. Cada uno de los pensadores de mayor nivel le da su propio significado, de manera habitual  encajado en el marco general de su teoría. Alguna de esas definiciones es de un rigor extremado. En otras el concepto se mueve con mayor flexibilidad. Pero no intentaremos aquí dar tal paseo. En realidad, y como iremos viendo, poco uso haremos de definiciones de alto vuelo. 

Son de destacar otras oscilaciones del concepto. Pueblo puede significar el conjunto de los ciudadanos, es decir el conjunto de personas que en una población dada goza de los derechos de ciudadanía, expresión esta que a su vez varía de significado según lugares y tiempos. En contraposición, pueblo puede simplemente ser el conjunto de los habitantes de un país. O puede referirse la palabra a la mayoría de la población, o a los muchos, o a los pobres, que es muy posible que sean muchos y no sea raro que sean la mayoría.   

Diego Bautista Urbaneja. Si ha habido un pueblo... Caracas: Editorial Alfa. 2023.
Diego Bautista Urbaneja. Si ha habido un pueblo… Caracas: Editorial Alfa. 2023.

Así pues, en esa zona más lábil, pueblo a veces es el todo, a veces es una parte del todo. Como acabamos de ver, esa parte puede ser la menor del todo, los propietarios por ejemplo; o la parte mayor, los pobres o los no propietarios. Y por aquí llegamos a otra diferenciación, que nos interesa subrayar, y es la de que por pueblo puede entenderse a los incluidos en un orden social dado o al contrario, a los excluidos de él, que por cierto intentarán ser incluidos. Le damos importancia a esta consideración porque una noción para nosotros relevante sobre lo que es el pueblo, lo define como la configuración que adoptan los excluidos de un orden social cuando luchan por su inclusión en él. Según esa idea de las cosas, esos excluidos se constituyen como pueblo para luchar por los cambios  en el orden social requeridos para que este los incluya a ellos, a los hasta entonces excluidos de él. Así veríamos un curioso espectáculo: el del pueblo en cuanto conjunto de excluidos –los no propietarios, digamos–  en lucha con el pueblo, en cuanto conjunto de incluidos, por ejemplo los propietarios. 

Imaginamos que podríamos seguir enumerando posibles distinciones y contraposiciones. En el curso del trabajo se hará alusión a alguna de las mencionadas, a alguna otra que de momento hayamos dejado de lado, y a unas cuantas de producción propia. Pero no trae cuenta seguir con este caleidoscopio,  porque nuestro enfoque corta por lo sano con este tipo de elaboraciones.

Así pues: cuando decimos que queremos hacer una contribución a la historia política del pueblo venezolano, decimos que pretendemos responder a una constelación de preguntas, cuestiones y problemas como la que sigue. ¿Cuántas veces, cómo, a qué título, a través de qué procesos y mecanismos, algo que se pensó a sí mismo como “el pueblo venezolano”, se constituyó como sujeto político colectivo, y actuó como tal, de modo de producir efectos políticos reales,  discernibles y decisivos? ¿Ocurrió eso alguna vez? ¿Si ocurrió, que pasó con todos aquellos que no formaban parte de ese sujeto político: simplemente no eran pueblo, o eran algo más, una  negación algo como no-pueblo, antipueblo(2), a guisa de enemigo del pueblo, o eran una suerte de pueblo alternativo, a la espera de su turno? ¿Qué efectos tuvo la evolución de las ideas políticas del país, así como su evolución social y económica, en cómo se entendía ese pueblo a sí mismo como tal en cada momento de esa evolución, a través de qué procesos y mecanismos se constituyó, qué pasaba con lo que quedaba por fuera de ese proceso de constitución, por fuera de ese sujeto colectivo, y cómo era pensado todo, tanto por los que sí constituían el pueblo del momento como por los que no?  

El demokratos

La idea de los efectos reales, discernibles y decisivos que acabamos de mencionar, va a estar muy presente en todo el texto. Son pertinentes entonces unas breves palabras en torno a su pedigree. La idea se relaciona con el sentido esencial de las palabras kratos, kratia, que ayudan a componer la palabra democracia. De acuerdo a Josiah Ober, el gran especialista en la democracia ateniense, el protagonista de la democracia es el demokratos, entendido como el pueblo en tanto está en capacidad de producir efectos, más bien que como el pueblo que gobierna. Citemos a Ober cuidadosamente ya que, como decimos,  el punto es central:

“Así pues,  kratos, cuando es usado como el sufijo de un tipo de régimen [demokratos, autokratos, aristokratos]  parece significar poder en el sentido, no de dominación, sino, más positivamente, en el de fuerza, capacidad, o ‘capacidad de hacer cosas’. […]La democracia afirma la capacidad del demos para hacer cosas […] es el régimen en el cual el demos obtiene la capacidad de efectuar cambios en el espacio público […] la capacidad colectiva de actuar de manera efectiva en el dominio público y, en verdad, de reconstituir el dominio público a través de su acción conjunta.”(3)

Puesto que estamos muy lejos de estar hablando de la democracia ateniense, el pueblo, el demos venezolano, lo será tanto más cuanto más cerca haya estado, en cada caso que  nos ocupe, de ser ese kratos, de ser ese sujeto capaz de hacer esas cosas de que nos habla Ober, suerte de punto ideal al cual se habría acercado más que ningún otro el demos ateniense. Y no se trataría tanto de “medir” la cercanía a ese punto ideal, como de establecer el modo de ella: en qué sentido el pueblo venezolano, algún pueblo venezolano,  pudo hacer cosas y qué cosas fueron esas.

Quisiéramos que la expresión “efectos políticos discernibles y decisivos” se tomara de la manera más perfilada y menos abstracta posible. Con “discernibles” queremos decir identificables, enumerables, y ello de forma tal que resulte plausible atribuirle su autoría a lo que estemos llamando pueblo en la ocasión correspondiente. Con decisivos queremos decir que sean efectos que en el contexto del caso pueda ser considerado un hecho de especial relevancia, que modifique de manera significativa, y en un sentido que habrá que especificar, los parámetros de la política del país, y que todas estas calificaciones  puedan ser estimadas a su vez  como plausibles

Para no dejar tan en el limbo de las abstracciones la expresión “efectos políticos decisivos”, vayamos a algunas precisiones. Efectos decisivos, los hay para nosotros de dos tipos. Un primer tipo se refiere al ejercicio del poder político. Aquí pensamos en cosas como producir cambios inmediatos en cuanto a quién ejerza  el poder,  por ejemplo a través de elecciones o triunfos militares, o, más allá, en cosas como servir de piso real al ejercicio estable del poder político concebido de determinada manera. Un segundo tipo se refiere a derribar barreras de desigualdad,  exclusión, opresión, explotación, –en lo adelante, barreras de exclusión– que mantenían a esa parte de la población que se hace pueblo para tumbarlas en situaciones que ellas podían sentir de alguna de esas maneras: excluyentes, discriminatorias, opresivas, explotadoras. Por extensión, podemos incluir también en este segundo tipo la defensa y el mantenimiento por parte del pueblo de una situación que algunos quieren echar abajo, en detrimento de ese pueblo que justo por ello sale en su defensa.

El carácter “decisivo” de una acción o efecto  es una calificación que adquiere sentido en el contexto histórico en el que se produce. Nada es “en sí” “decisivo”. Es el desarrollo de la historia del país lo que va determinando lo que puede ser calificado de decisivo en el momento en que tiene lugar. 

Ese pueblo que actúa para derribar barreras de exclusión lo hace siempre en un momento histórico determinado. Las barreras que de hecho se plantean como derribables o por derribar corresponden a lo posible dentro del pensamiento político, del estado cultural, mental , de la sociedad en cuestión, de su situación social y económica, de las vivencias que todo ello produce en el grueso de la población.  

Está además la distinción exclusión y opresión. De acuerdo a ella, una cosa es estar excluido y otra cosa es estar incluido pero oprimido o explotado. Una cosa es un analfabeto sin derecho a voto, excluido sin mas,  y otra un obrero, a lo mejor con muchos derechos formales pero  en definitiva –diría un marxista– sujeto a la opresiva  explotación económica. Una cosa es ser mujer  sin derecho a voto y otra es ser mujer con tal derecho pero sometida a la opresión de la violencia doméstica. Puesta así, la distinción se sostiene. Otra manera de ver el tema es concebir a la opresión como una forma de exclusión: el oprimido está en verdad excluido en la realidad de algún valor que a lo mejor está formal o legalmente a su alcance. La mujer que puede votar teme la reacción del hombre si no vota como él quiere. La opresiva violencia doméstica la excluye de la realidad del derecho a votar libremente. 

Luego está el tema de la diferencia entre la eliminación formal de barreras y la realidad subsiguiente. No son necesariamente cosas que van juntas. Ni el supuesto ascenso del liberalismo al poder en los 1850, ni el triunfo federal en la Guerra Larga, que derribaron algunas barreras legales, significaron cambios radicales en la subsiguiente realidad social y económica.

Una idea muy fáctica

Decíamos que esta manera de aproximarnos a nuestro asunto corta de un tajo esas elaboraciones que tanto han dado que hacer al pensamiento político cuando se ha ocupado de  la noción de pueblo. Aquí adoptamos una concepción muy fáctica, muy de hecho, de la idea de pueblo. Pueblo es lo que puede hacerse valer como tal, en tanto sujeto que pensándose a sí mismo como pueblo, y llamándose a sí propio de esa manera, es capaz de producir efectos políticos discernibles y decisivos. Alargando más: lo que a título de pueblo se impone como tal, de verdad se impone como tal. 

Creo que eso ha ocurrido, o podido ocurrir, algunas veces. Me aferro a esa idea, y la exploro, pase lo que pase. Y dejo de lado lo que tenga que dejar de lado. Organizo a partir de ella un posible relato de la historia del país. No es sino eso(4). Como siempre en estas cosas, a medida que la exploración transcurre, quedará algún cabo suelto y aparecerán atractivos y cortos senderos, digresiones, que nos desviarán brevemente de la ruta principal .  

El pueblo como hecho contingente 

El tema de referencia de estas páginas es pues muy circunscrito. La población que ha ocupado  el territorio de Venezuela,  a lo largo de un período  que hacemos arrancar de 1830, año de nacimiento definitivo de ese Estado, y que hacemos llegar a esa nebulosa que solemos llamar “nuestros días”. 

Es conveniente insistir en esto para una mejor comprensión de la naturaleza intelectual de estas páginas. Como hemos dicho, son variadas las idas y vueltas que en el terreno de los conceptos ha experimentado la noción de pueblo. Lo que aquí intentamos dilucidar es qué pudo tener eso que ver, en el plano histórico, con una específica población, la población venezolana. Lo que queremos perseguir es la trayectoria que, en cuanto a haber sido alguna vez pueblo, recorre una población desde que empieza ocupando un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados, con menos de un millón de habitantes y luego de librar una terrible guerra de independencia contra una monarquía europea, hasta cuando alcanza, casi dos siglos más tarde, los treinta millones de habitantes.(5)

Partimos  de la  base de que “el pueblo” no es una entidad con sustancia propia, con una identidad preexistente. Volveremos sobre esto de forma repetida. Varias de las concepciones de pueblo que veremos actuar en nuestra historia tienen un punto de partida opuesto. Sostienen que es posible construir sentencias  que empiezan diciendo “el pueblo es…”, o “pueblo es…” como si se refiriese así a una realidad objetiva. Ya explicaremos como ese tipo de fórmulas vienen a ser ingredientes, instrumentos, piezas, del inacabable proceso por el cual la población se define a sí misma como pueblo, una y otra vez, a partir de definiciones que se le proponen. 

El hecho de que  el pueblo como tal no tenga una existencia objetiva no quiere decir que el pueblo sea una ficción.

Decíamos  que no tiene el pueblo una identidad sustancial y posiblemente preexistente, que haya que descubrir, de modo que una vez hallada, la gente de carne y hueso, “calce” en esa definición de sí misma, por fin correcta, con la que se haya dado(6). Pero el no tener una identidad sustancial, preexistente, significa  que el pueblo es un producto , un hecho, contingente, resultado de un proceso concreto que, como pronto veremos,  llamaremos proceso constituyente. El análisis de ese proceso y sus variantes históricas conforman buena parte del contenido de este libro. Como resultado de esas variantes, el pueblo resultante unas veces tiene unas características y otras veces características distintas, según cuál  concepción de sí misma como pueblo asuman tales o cuales partes de la población.

El hecho de que  el pueblo como tal no tenga una existencia objetiva no quiere decir que el pueblo sea una ficción (7). Cuando y si una población asume una identidad que se le propone, entonces se constituye como pueblo, y a partir de allí existe, produce efectos. Lo que no hace  es corresponder a una entidad objetiva y preexistente, que viene en el momento a “encarnar”.

La población es el crisol donde va a cristalizar alguna de las propuestas que se le hacen para que se constituya como pueblo, “propuestas constituyentes” como entonces podemos llamarlas. Puede que haya varias en competencia, y en principio pueden coexistir, dando lugar a que diferentes partes de la población se entiendan como pueblo de diferente modo.  No apreciamos que tal coexistencia haya ocurrido en nuestra historia. Cuando eso acontece, estamos ante una sociedad seriamente dividida, con grandes riesgos de terminar en una guerra civil. Mucho se ha dicho que la Venezuela del siglo XIX estuvo atravesada por constantes guerras civiles. Caudillos enfrentando caudillos, de modo interminable. Era uno de los temas favoritos del pensamiento positivista que tuvo tanta vigencia en Venezuela en las primeras décadas del siglo XX. Pero es de preguntarse si esos enfrentamientos tenían la significación de una guerra civil, con el significado que en los términos de este  trabajo tendría : dos pueblos constituidos que se enfrentan con las armas(8). Contamos con que la deriva del relato nos conducirá a abordar el tema de las guerras civiles en algún momento. Por ahora,  adelantamos la posibilidad –y es lo que vamos a explorar–  que hay momentos históricos en los cuales una determinada propuesta logra ser asumida más que ninguna otra de las alternativas  por aquella parte de la población que, en los hechos, se muestra capaz de actuar decisivamente como un sujeto político popular, es decir, como pueblo.  

En la vereda

Con todo ello se queda en la vereda otra gran cantidad de teoría. En esta ocasión nos referimos en particular a varios de  los más relevantes esquemas que se han elaborado para interpretar la historia venezolana. No son numerosos esos cuerpos de interpretación. Veamos un par de ellos.  

Uno es el esquema positivista, que considera la historia republicana del país, primero, en términos de un largo  desacoplamiento entre las  formas consagradas por escrito  –Carta Magna, leyes, respetables instituciones– y nuestra constitución real y efectiva: nuestra raza, nuestro legado histórico, nuestra geografía, nuestro clima, nuestro específico modo de ser.  Segundo, en términos de la consiguiente  exigencia o tarea de cancelar tal desfase. Sabemos que este cuerpo de ideas, en tanto elemento que domina el clima intelectual del país y guía la conducta de los gobernantes, tiene un específico periodo de vigencia, que se extiende desde finales del siglo XIX hasta-  según la interpretación que se tenga al respecto – 1936, 1945, 1958.

Otro es el cuerpo interpretativo de raíz marxista, que interpreta el acontecer  del país, por un lado, en términos de la dominación económica y política de una clase o de un bloque social y de los esfuerzos de esa clase o bloque para consolidar su dominio a través  de alianzas diversas entre sus diferentes  componentes. Y por otro, en términos de los repetidos y fallidos intentos de los sectores dominados para liberarse de esa subordinación. Fallidos sobre todo porque, luego de sangrientas y esperanzadas peripecias, venían esos grupos subalternos a caer de nuevo bajo el dominio de alguna versión nueva y recompuesta de aquel proteico bloque dominante. En efecto, los componentes de esos bloques poderosos cambian, evolucionan, maduran, mutan, se amplían. La lista que intentara abarcarlos y seguir sus cambios en el tiempo incluiría a caudillos, terratenientes, comerciantes, prestamistas, jefes de partido, intelectuales “al servicio de”, caudillos en nueva versión, negociantes, de nuevo terratenientes, banqueros, capital extranjero, gobiernos imperialistas, gobiernos entreguistas. Lo mismo ocurre con los dominados, cuya lista se estira y se encoge: campesinos en todos sus matices, artesanos, obreros, pequeños comerciantes, burguesía nacionalista, empleados, maestros.

Esta segunda modalidad de interpretación tiene a su vez varias versiones de relevancia en nuestra historia intelectual y política. Mencionemos un par de ellas. Una es la más explícitamente marxista, que en lo político se ha expresado en las diversas formas que ha adquirido el movimiento comunista en el país, y que en lo teórico ha tenido fuerte presencia en medios universitarios e intelectuales, al menos durante algunas décadas pasadas. Una segunda versión, de la que mucho hablaremos, es la que sigue el hilo evolutivo que arrancando de las posturas marxistas de la Agrupación Revolucionaria de Izquierda ARDI, de 1931, culmina con las posturas reformistas de la Acción Democrática fundada en 1941. 

©Trópico Absoluto

Notas

1. Otro señalamiento en cierto modo referido  a la forma. Vamos a usar repetidas veces vocablos que giran en torno a la palabra constituir : constituyente, constituido, constituible, constitución, constitutivo. Es de advertir que esos vocablos serán usados en un sentido ajeno al que tienen en la teoría y el derecho constitucionales. Les damos aquí un sentido muy específico, que el libro pretende aclarar. Pocas veces serán usadas en su sentido jurídico o de teoría del Estado, y en esas ocasiones se hará la advertencia o el contexto lo dejará fuera de dudas. Cuando hablemos de la Constitución como texto jurídico, emplearemos la mayúscula.  También diremos Carta Magna, Ley Fundamental, Ley. Tampoco se trabajará con los conceptos y temática del poder constituyente y  poder constituido, tal como es tratado en la teoría constitucional y en la teoría del Estado. 

2. Pronto volveremos sobre estas dos nociones, de gran importancia para este trabajo.  

3. Ober, Josiah. Demopolis.Democracy before Liberalism in Theory and Practice. Cambridge. Cambridge University Press. 2017 pp. 26-28.

4. Muchos echarán cosas de menos. ¿Que pasó con un análisis  en términos de clases sociales? ¿Qué hubo del tema del mito, tan relevante? Y así otros asuntos más. 

5. En este esfuerzo de localización y tratándose del tema del que se trata, el pueblo, son innumerables las conexiones que surgen con los grandes temas de la filosofía política y la teoría política del más alto nivel. Pueblo, ciudadanía, derechos, poder, mito, democracia, enemigo, toda la constelación de palabras que gira en torno a lo constitucional, historia, revolución, partido, clases sociales  y pare de contar. Los nombres de grandes autores  revolotean alrededor sin cesar. ¡Qué tentador, traer a colación a Thomas Hobbes o a Carl Schmitt, al hablar de los grandes caudillos del país, de Gómez, de Chávez!  Nos esforzaremos por evitarlos y dejar de lado  referencias de ese tipo, innecesarias para lo que queremos decir, aunque,  como se dice, “visten mucho”. Quedará implícito, si acaso, su uso,  así como la aplicación a nuestro tema y a nuestro medio, de tales conceptos y teorías, en la medida en que la personal trayectoria intelectual de quien esto escribe lo ha puesto en conocimiento de ellos.

6. En este texto se llamará pues población a las personas de carne y hueso, a la población empírica que no se ha constituido aún  como pueblo, en el sentido político del término. Es precisamente a ella a la que se quiere convertir en tal cosa.

7. Se ha sostenido que lo es. Por ejemplo, Edmund Morgan. Según este autor, el pueblo es una ficción, para creer en la cual es necesario llevar a cabo lo que ese autor  llama “una suspensión de la incredulidad”, a suspension of disbelief. Porque, sostiene, ¿como se puede creer en serio que exista algo llamado pueblo, capaz de actuar, de delegar, de elegir? Incluso es una ficción más ficcional que la del derecho divino de los reyes, “…pues el rey no tiene que ser imaginado. Era una presencia visible, con su corona y su cetro. El pueblo nunca es visible como tal. Antes de que podamos atribuir la soberanía al pueblo, tenemos que imaginar que existe tal cosa […] capaz de pensar, de actuar, de tomar decisiones.”  Morgan, Edmund. Inventing the People. New York  Norton. 1988. pp. 58, 153. Para una réplica, Canovan, Margaret. The People. Polity. 2005 pp. 130-133.

8. Ese concepto clave, el de pueblo constituido, será aclarado más adelante.

Diego Bautista Urbaneja (Caracas, 1947) es abogado e historiador. Investigador del Instituto de Estudios Políticos de la UCV. Profesor Fundador de la Escuela de Estudios Políticos de la UCV. Profesor invitado de la Universidad de Oxford. Director de El Diario de Caracas (1991-1995). Diputado del Congreso Nacional (1999). Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia.  Ha publicado varios libros sobre historia política y economía política venezolana.

1 Comentarios

  1. F. Javier Lasarte Valcárcel

    Fundamental y excelente punto de partida, especialmente en estos momentos de trágica desarticulación del «pueblo venezolano», cuya recomposición parece ser la única alternativa verosímil a un poder político ya sin base social, que ha conseguido, mediante el control cada vez más represivo, la zorrería, la corruptela o la ilegalidad, diezmar la población venezolana. La diáspora, la destrucción del salario, la ausencia de servicios vitales, la prisión de objetores políticos, el discurso del odio… son sólo algunas de sus expresiones más relevantes ya conocidas y documentadas de esta Alibabavenzuela. Me haré con este libro a como dé lugar.

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