/ Artes

El Sistema ha muerto. Réquiem para una autopsia

Jonathan A. Govias (Edmonton, Canadá, 1976), miembro fundador del programa Abreu Fellows en el New England Conservatory, escribe sobre el devenir del otrora portentoso aparato orquestal venezolano y sus vinculaciones con la escena musical internacional. La crisis del modelo que pretendía “sacar a millones de niños de la pobreza” a través de la música clásica es hoy una lección en todo el mundo para aquellos que se dejaron arrastrar por los cantos de sirena de una organización millonaria que no dudó en poner su proyecto y sus discípulos al servicio de un gobierno autoritario con tal de garantizar los fondos que permitieran su subsistencia. Al final, su prestigio se ha desvanecido y cientos de sus integrantes deambulan por los barrios más pobres de América Latina en busca de un mejor sustento.

Sala Simón Bolívar del Centro Nacional de Acción Social por la Música (CNASPM). Caracas, 2018. Foto: ©Joseph A. Räuber

Como autor de lo que se ha llamado “el blog original” de El Sistema, acepto a regañadientes la responsabilidad de escribir su obituario. ¿Por dónde empezar? Tal vez decir que El Sistema nació en la década de 1970 en Caracas como una orquesta juvenil elitista convencional, fundada por un funcionario con ambiciones de director de orquesta. Otra opción podría ser: El Sistema nació a finales de 1990 en Venezuela como una estrategia de dudosa ética para obtener fondos del gobierno destinados a programas sociales para lo que en realidad era una iniciativa musical tradicional encubierta totalmente contraria a las raíces históricas y a las ambiciones modernas de la nación. O tal vez: El Sistema nació en 2007, cuando la cúspide de un esquema piramidal humano-artístico se desplegó públicamente en los medios de comunicación de masas por primera vez, prometiendo riquezas musicales y fama internacional a una fracción de una fracción de un porcentaje de participantes que se alzaban sobre los hombros de cientos de miles.

Si la duda sobre el origen real de El Sistema, tal y como se comunicó al público, no fuera suficientemente reveladora, la medida más condenatoria de su irrelevancia actual es la indeterminación sobre la fecha y hora de su muerte. Nadie se percató de su ausencia. Nadie lo lloró. El nivel de este desdén va solo un paso más allá de leer el obituario de un actor retirado y darse cuenta con cierta sorpresa de que, hasta hace poco, el sujeto seguía vivo. Ese fue el resumen de mi experiencia en la conferencia anual de la Asociación Americana de Profesores de Cuerda (American String Teachers Association) en marzo pasado, cuando quedó manifiestamente claro que una generación completa de educadores de cuerda había entrado desde entonces en el mundo laboral sin conocer en absoluto el nombre: “El Sistema”, ni ninguna de sus implicaciones históricas, prácticas o conceptuales. (No, no iba yo por ahí presentándome como un “miembro de El Sistema”, para que no se me considerara practicante de alguna tradición gnóstica, arcana o esotérica. Tampoco soy ya una persona de El Sistema en ningún sentido de la palabra). El Sistema ha muerto y se ha unido al “efecto Mozart” como una nota a pie de página en la historia de las modas de la educación musical.

Un obituario no es una autopsia. El objetivo de una autopsia es ante todo determinar la causa de una muerte, no biografiar ni elogiar al difunto. El ejercicio de esto último sólo ha servido para constatar la imposibilidad de identificar adecuadamente los restos y/o averiguar la hora del fallecimiento. En resumen, no sabemos realmente cómo ni cuándo murió, un estado lamentable para un proyecto que en su momento fue internacionalmente famoso.

Pero murió, víctima de una coalición internacional con las mejores intenciones, y la toma de decisiones más pobre –o más egoísta – o más miope– imaginable.

Venezuela, y en concreto Fundamusical Simón Bolívar, tiene gran parte de la responsabilidad. Lejos de que el emperador no tuviera ropa, al final e inevitablemente resultó que la ropa no tenía emperador. En última instancia, el concepto de acción social a través de la música se expresó sólo retóricamente, y la dirección del programa cambió drásticamente las metas de sus antaño elevados objetivos sociales basándose en informes negativos del BID, en investigaciones que ponían de manifiesto una cultura de modos de instrucción antisociales (léase abusivos) y en las exigencias del gobierno nacional de una mayor rendición de cuentas. ¿Recuerdan la frase: “sacar a millones de niños de la pobreza”? Al final sólo quedaron dos de sus objetivos más nobles: mejorar el acceso a la educación musical y producir directores. El primero no es un ejemplo a seguir en los climas más septentrionales, donde la educación musical se imparte a través de grandes redes de profesionales calificados. Y en cuanto a la producción de directores de orquesta, el historial reciente de Venezuela es el de dictadores de la batuta excesivamente promocionados y poco educados (cuando no analfabetos funcionales). A nivel internacional hay (cuéntenlos) cuatro graduados de El Sistema de alguna importancia: Dudamel, Payare, Vásquez y Matheuz. Cuatro de una matrícula declarada superior a 300.000 participantes es el equivalente a 0,00133%. No creo necesario argumentar más sobre este asunto.

El Sistema Venezuela podría haber cambiado sus prácticas en lugar de tan solo sus estrategias de relaciones públicas.

El Sistema podría haber sobrevivido fuera de Venezuela si sus ejecutantes hubieran establecido una identidad y una práctica únicas y significativas. Pero, a diferencia de su homólogo formal en la escuela (y exactamente igual que su inspiración original venezolana), prometía demasiado y cumplía muy poco. Algo que no es de extrañar, ya que su premisa era producir resultados socialmente más elevados con profesionales notablemente poco calificados. Su modus operandi promocional consistía en denigrar a las demás redes musicales existentes (en Venezuela fueron prácticamente anulados escuelas y conservatorios que no formaran parte de El Sistema), dando a entender que la instrucción artística que se ofrecía en ellas no ofrecía ninguna alegría, carecía de pasión, alienando así de inmediato al único grupo que podría haber sido su más fuerte y ferviente aliado. Este proceso de distanciamiento deliberado continúa a través del movimiento del Artista Docente (Teaching Artist), una iniciativa con la agenda apenas oculta de crear una forma paralela y mucho menos completa de certificación de la instrucción para intérpretes artísticos subempleados. Por muy problemático que sea hoy en día el proceso de certificación de educadores musicales en los Estados Unidos (cometiendo el pecado obvio de creer que una universidad puede enseñar a un estudiante todo lo que necesita saber sobre ser educador musical en 128 créditos), este representa el mejor esfuerzo de una amplia y representativa muestra de expertos, no los intereses egoístas de un pequeño grupo de consultores.

En los Estados Unidos, el New England Conservatory (NEC) no sale indemne de esto. La idea de reorientar la industria musical en torno al servicio a partir del programa Abreu Fellows fue visionaria (mérito del entonces presidente Tony Woodcock). Pero la puesta en práctica del programa Fellows fue menos elevada, por lo que degeneró, inevitablemente, en disputas por el poder y el control. El decano, responsable principal, fue cesado apenas un año después del inicio del programa. Y otros tres gerentes dirigieron el programa en un lapso de cinco años. Por tanto, olvídense de la evolución del programa, su continuidad ni siquiera era una posibilidad. Y al privilegiar el más estrecho de los objetivos (poner en marcha varios programas), Abreu Fellows solo garantizó su fracaso a la hora de intentarlo. El proyecto se vio entonces forzado a cambiar su nombre a Sistema Fellows (Becarios de El Sistema) cuando las enconadas luchas entre facciones en (o anteriormente en) el NEC hicieron que José Antonio Abreu declinara por completo reunirse con el segundo grupo de becarios.

El Sistema Venezuela podría haber cambiado sus prácticas en lugar de tan solo sus estrategias de relaciones públicas. Y la comunidad musical internacional podría haber adoptado cualquier otro modelo progresista de enseñanza, validado por la investigación, en lugar de reclamar innovación a un modelo pedagógico claramente retrógrado. El New England Conservatory puede ser absuelto de alguna manera por haber intentado algo en territorio inexplorado, a pesar de las deficiencias de personal, pero la implementación de la visión fue tan controlada desde el principio, que el crecimiento fue suprimido, no guiado.

Una vez establecidas las causas de la muerte, volvemos al obituario y a la práctica tradicional de enumerar a los descendientes que lograron sobrevivir al difunto. En este caso, el árbol genealógico se ha oscurecido deliberadamente. Organizaciones como AMP en Atlanta, Orkidstra en Ottawa, Kim Noltemy Young Musicians Program en Dallas –todas inspiradas en El Sistema de Venezuela, aunque ninguna utiliza el nombre–. El Sistema en el Reino Unido es esencialmente un difunto, tras fusionarse con un grupo llamado Núcleo, una palabra lo suficientemente alejada de la percepción pública de El Sistema como para que la conexión popular sea, en el mejor de los casos, tenue –aunque originalmente propia del mismo modelo musical venezolano–. Un vestigio del programa del New England Conservatory sobrevive en el Global Leaders Program (Programa de Líderes Globales), que, junto con el movimiento Teaching Artists, refleja la obsesión del sector por los títulos inflados más que por la aplicación de mejores prácticas en la educación musical. (No es una observación original: El Sistema parece haber servido mucho más a sus promotores que a sus beneficiarios). El Sistema deja también un número de hijos e hijas distanciados, entre los que me incluyo, personas que sólo lamentan su potencial no realizado, aunque no su muerte.

©Trópico Absoluto

Jonathan Andrew Govias (Edmonton, Canadá, 1976) ha trabajado con importantes orquestas alrededor del mundo, como las sinfónicas de Montreal, Cincinnati, Kansas City, San Diego, la Tonhalle Orchester de Zurich, la Orquesta del Centro Nacional de las Artes de Canadá y la Orquesta Teresa Carreño de Caracas. Miembro de la clase original de Abreu Fellows en el Conservatorio de Nueva Inglaterra (Boston, MA), se le considera una voz autorizada en asuntos relacionados con El Sistema y otras formas de educación y acción social a través de la música. Es Director Artístico y comisario de la Sinfonía de la Diversidad, una iniciativa orquestal contra el racismo, en la que ha establecido nuevos estándares para la defensa y la acción social a través de la música obteniendo el Premio a la Justicia Social y la Equidad en la categoría de Agente de Cambio de la National Conference on Race and Ethnicity (NCORE).

Este artículo se publicó originalmente en inglés en el blog de Jonathan A. Govias bajo el título: “Sistema is Dead- a Post Mortem”. https://jonathangovias.com/2023/06/13/sistema-is-dead-a-post-mortem/

0 Comentarios

Escribe un comentario

XHTML: Puedes utilizar estas etiquetas: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>