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Textos y meditaciones

Por | 20 noviembre 2022

Con motivo de la publicación de las Obras Completas de Eugenio Montejo por la editorial Pre-Textos (Valencia, España), reproducimos aquí dos ensayos del autor, referente insoslayable en el ámbito de nuestra lengua y uno de los ensayistas fundamentales de la tradición venezolana. Dice Montejo: “Lo que hace que no podamos volar es el peso de la mirada de la muerte. Los pájaros se desprenden de la tierra por el instinto de ignorar. Si en el huevo se diese un punto de la sal que hace ver, los pájaros caerían aterrados de sus propias alturas.”

Efraín Hurtado, Alejandro Oliveros, Angel Ramón Giugni y Eugenio Montejo retratados por Vasco Szinetar. Chiken Bar, Caracas, 1976. ©Vasco Szinetar

a José Barroeta

Sobre Job

Job sufre de ser Job. Dios prueba la pureza de su amor y tolera su grito vivo como una de sus llagas. Job prueba, si prueba algo, el oído de Dios, la distancia a que se halla de ese oído. Sus amigos, pasada la estupefacción (los siete días y las siete noches de silencio estupefacto) plantean la corrección de su queja, reprueban su imprecación, lo incitan a la obediencia total bajo la adversidad. Job insiste en replicar su inocencia desde el centro del infortunio y grita a Dios, quien acoge como un copo de algodón las palabras que manan de esa boca herida. Job sufre de ser Job y rechaza toda elucubración porque él es el grito de quien sufre. Sus palabras, aun cuando propongan revisar la acción de Dios, son ciertas y puras, y Dios así lo acata, desaprobando a quienes recriminan falsamente los lamentos de Job. ¿Quién puede otorgar una dirección al sufrimiento ajeno? ¿Quién toma para sí la revisión de las quejas humanas, sin participar directamente de ellas? Job insiste siempre en haber sido bueno, en no haber apartado los pies de su camino –el camino de Dios– y todas sus llagas y su vida hincada bajo polvo y ceniza no acallan el sentido existencial de ese grito: el único que Job tiene para cuando sufre, el que nadie, ni él mismo, puede cambiar, el que lo lleva directamente a Dios; porque ese grito son sus pies, sus llagas, las palabras ardidas con que Dios ha querido conocerlo. 

Sobre Sísifo

Al principio bien puede creerse, por hábito de reconocer erróneamente lo real, que es Sísifo quien carga a sus espaldas la pesada roca con la más inútil sed de ascensión. Si al cabo nos despabilamos ante lo palmario, vemos que alternativamente Sísifo y roca intercambian sus acciones en una mutación que elimina lo absurdo aparente. Sísifo es llevado por la roca en sus espaldas y precipitado a su turno desde la cima. Así, la verdad de que Sísifo cargue inútilmente por la falda pendiente ese peso perpetuo sólo es auténtica una vez y falsa en otra. Ocurre que nuestro ojo habituado en su cámara a constatar sus formas equivalentes (lo humano a que atiende toda mirada de hombre) no devuelve, como órgano imperfecto que es, la otra realidad, ese otro momento tan grave como el primero en que Sísifo es lanzado de la cima para ser elevado después. Si nos percatamos del mecanismo complejo que envuelve esta alternancia de hombre-materia intercambiando sus acciones, desdeñamos el dato parcial que el ojo nos proporciona y nos enfrentamos al problema fundamental del principio de la acción –¿quién cargó primero a quién, Sísifo a la roca o viceversa?– y reemplazamos los problemas accesorios, uno de los cuales es lo absurdo de la carga elevada hasta lo alto para precipitarse a tierra y volver a subir.

Sobre el poema de amor

En las formas poéticas modernas el tema del amor es abordado como una evocación, una exaltación que, al modo de una fuente, recrea con datos de imaginación cada vez más altos el canto. Amar es nombrar, aludir al sueño y elevar a través de un estado verbal insólito, diría más exactamente mágico, un mismo deseo, una misma nostalgia. Amar en la forma de expresión contemporánea es cercar, a través de un bosque de símbolos personales, el ardor del amor. Prefiero para mi sensibilidad el procedimiento clásico de girar toda evocación a través de una idea resuelta a lo largo del poema. Pienso en la poesía inglesa (metafísicos del S. XVII) en donde un canto a la mujer recurre al goce de imágenes sólo como un estado adjetivo, y todo ello (símbolos, ritmo, disposición, etc.), viene engarzado en una idea total que el poeta recrea como el estado superior de su expresión amorosa.

Sobre el vuelo y la muerte

Lo que hace que no podamos volar es el peso de la mirada de la muerte. Los pájaros se desprenden de la tierra por el instinto de ignorar. Si en el huevo se diese un punto de la sal que hace ver, los pájaros caerían aterrados de sus propias alturas.

Sobre el poema

Trabajar el poema de modo que la muerte pueda firmarlo. Si el poema no se ha alzado lo bastante, si nuestra vida plena de insondables esencias no ha participado, o nuestra vigilancia no ha recogido todo lo que la sangre arrastra en su interior, la muerte es un incendio.

Pero la muerte tiene el sentido de dejarse medir, de dejarse forjar. Depende en absoluto de nosotros. Cuanto pensamos o quisimos, aquel amor, este escrito, pasará un día bajo su puerta, y, sólo por ese privilegio de elevarse en cada gesto a la potestad de sus umbrales, vivir es un reto para ser de verdad. Lo que uno hace con amor la muerte lo guarda bajo nieve. Trabajar el poema con la fiebre de nuestras manos limpias para que ella pueda depositarlo en su estuche. Todos los otros papeles serán el pasto de su fuego. 

(1968)

©Trópico Absoluto

Eugenio Montejo (Caracas, 1938 – Valencia, Venezuela, 2008) es uno de los poetas venezolanos de mayor trascendencia del siglo XX. Se desempeñó como profesor universitario, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, director literario de Monte Ávila Editores y diplomático, siendo consejero cultural de la embajada de su país en Lisboa (1988-1994). Vivió algunas temporadas también en Francia, el Reino Unido y Argentina. En la ciudad de Valencia (Venezuela), cofundó las revistas Azar Rey, Poesía y Zona Tórrida. A partir de la década de los sesenta su labor como escritor empieza a difundirse y, a partir de los ochenta, a conocerse internacionalmente, con traducciones al inglés, el portugués, el italiano y el francés, entre otros idiomas. En su país recibió doctorados honoris causa de la Universidad de Carabobo y de la Universidad de los Andes, así como el Premio Nacional de Literatura, en 1998; en México, en 2004, el Premio de Poesía y Ensayo Octavio Paz.

El texto proviene de: Eugenio Montejo. “Prosas misceláneas”. Obra completa II. Ensayo y géneros afines. Ed. Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Graciela Yáñez Vicentini. Valencia, España: Editorial Pre-Textos, Biblioteca de Clásicos Contemporáneos, 2022. Se reproduce aquí con autorización de los editores.

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