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“La diáspora nos revela un sentido de pertenencia a algo más vasto y duradero.” Entrevista con Miguel Gomes

Por | 2 septiembre 2022

Claudia Cavallin entrevista al investigador y escritor venezolano Miguel Gomes (Caracas, 1964). Radicado en Connecticut, Gomes no solo ejerce la docencia y la crítica, sino que posee una amplia obra narrativa que lo vincula con ese creciente movimiento de producción artística e intelectual venezolano hoy regado por el mundo. En este intercambio, el autor desglosa aspectos de su ejercicio creativo, temas, personajes y algunas claves interpretativas que permitirían profundizar en la comprensión de su valioso trabajo.

Miguel Gomes retratado por Vasco Szinetar. 2009. ©Vasco Szinetar

Desde hace muchos años, existe un movimiento pendulante, y certeramente indetenible, entre la literatura y la historia. Todo lo narrado establece ciertos vínculos con el contexto histórico en el que habitamos los lectores, en especial, cuando nos sometemos a una realidad inesperada que marca un quiebre entre la vida y la muerte. Una tragedia, por ejemplo, puede ser la puerta que se cierra ante la vida de muchos inocentes, pero, al mismo tiempo, la que se abre para reconocer quiénes somos ante los crímenes del mundo. 

A través de la literatura, Miguel Gomes nos coloca en ese punto de quiebre que nos permite volver a los recuerdos y reconstruir nuestra memoria. Como un pensamiento diaspórico que navega en el tiempo, cada uno de sus relatos va más allá de los limites geográficos, racionales y de conciencia, para arribar finalmente al valioso espacio del inconsciente y de los sentimientos más profundos.

Claudia Cavallin: Quisiera abrir esta entrevista con mi inquietud sobre el significado de la palabra “dignidad” en los cuentos que escribe (en) Ante el jurado (Valencia: Pre-Textos, 2021). En estas historias, conectadas por un contexto verdaderamente triste, como lo fue la muerte de seis maestras y veinte niños durante el tiroteo masivo en Sandy Hook (Connecticut, 2012), el lugar de esa muerte es una escuela “como todas, sean primarias o no”, donde “a duras penas se distinguen sus instalaciones de las de un liceo de los suburbios”, y en el que “la grisura de la fachada es ominosa”. ¿Hasta qué punto, en cada uno de sus cuentos, se intenta cuestionar la verdadera esencia de lo que significa vivir en nuestro mundo absolutista y abominable (como las fachadas de las escuelas) que merece ser condenado?

Miguel Gomes: Cuando escribo narrativa no me propongo cuestionar nada en particular, sino recrear la voz o la manera de sentir y pensar de un personaje o un grupo de personajes. Lo hago en un estado de suspensión casi total de lo que en mi mente cuestiona, cree, reflexiona. E intento, como lo recomendaba Quiroga, que el mundo que estoy construyendo no tenga interés “más que para el pequeño ambiente de mis personajes”, porque “no de otro modo se obtiene la vida”. Para mí narrar no es una labor racional, sino sobre todo perceptiva, intuitiva y afectiva. Creo que la «función intelecto», como la llaman algunos sicólogos, también es importante, pero la debe aportar quien lee, no quien narra: de ese modo el lector participa también en la creación, y se vuelve activo. Yo «comprendo» parcialmente mis narraciones solo cuando está muy avanzado el proceso de corrección. Y tengo siempre la precaución de desechar los manuscritos que comprendo del todo: para mí es un signo de que son productos en primer lugar de la razón. Creo que la razón es lo que moviliza mi trabajo como crítico e investigador literario, así que no permito que protagonice mi narrativa. Allí la admito solo como huésped esporádico, elemento secundario: puede haber un personaje, por ejemplo, que medite sobre asuntos éticos; esos valores, eso sí, son suyos, y no necesariamente coinciden con los míos. Hablamos de ficción.

Recuerdo que cuando estaba absorto en los relatos de Ante el jurado no tenía mis ideas claras, aunque sí los sentimientos de la mayoría de mis personajes: escribí guiado por su tristeza. Algunos lectores me han comentado que ese libro los pone a pensar en cómo asimilar un mundo donde tienen cabida los horrores de la escuela Sandy Hook y otros similares. Esos mismos lectores, sin embargo, me han dicho que terminaron el libro sonriendo, y hasta riendo con la noveleta final que le da título. No sé si uno jamás podrá definir qué es la vida, pero, sea lo que sea, no hay manera de describirla sin que surjan esas contradicciones.

C.C.: Continúo ahora con el inicio de estas historias.  Allí, en “La zona donde vivo”, existe un curioso juego entre las relaciones familiares, la mudanza a un nuevo espacio en los Estados Unidos, la infertilidad, y el deseo de superar las carencias sujetándose a la identidad de otro ser vivo. Más allá de la metamorfosis de Kafka, como una cucaracha, o de Cortázar, como un axolotl, llegar a ser un halcón ¿sería el verdadero vuelo sobre todo lo humano? ¿Cree usted que la figura del ave se identifica con Horus y sólo así, volviendo a los antiguos mitos, un personaje se rompe, se quiebra y puede gritar ante los dolores del mundo que habitamos?

M.G.: La historia de un hombre obsesionado con pájaros probablemente es la de alguien que siente que su propia vida está castigada por la ley de gravedad, una existencia prisionera del suelo. Ahora bien, un halcón o un águila, porque el personaje no está muy seguro, también es un ave de presa, un ave cazadora. No sé qué prima en ese hombre, si una frustración por su mala suerte o un remordimiento por su pasividad, su falta de miras. Siendo un narrador en primera persona que habla sobre sí mismo, un narrador poco confiable porque está lejos de la lucidez, la información que tenemos sobre su caso se presta a muchos debates, incluso de mi parte. Lo que sí podría decir es que me parece un cuento, como otros del libro, bastante resistente a lecturas alegóricas únicas o indisputables, y por eso decidí publicarlo. Lo central en él tengo la impresión de que es la pura angustia humana de quien habla, el horror que alguien expresa ante las zonas oscuras de su alma; no estamos ante la fascinación metafísica, filosófica, más abstracta y articulada, del cuento de Cortázar. Pese a que “La zona donde vivo” en ciertos detalles constituye un homenaje a un clásico como “Axolotl”, estos cuentos son animales que pertenecen a especies muy distintas.

C.C.: Mudándome esta vez al inconsciente, me parece que ese mundo que privilegia la interpretación metafórica de lo real también puede encontrarse en los sueños o en el arte (en los museos). En “La zona donde vivo”, Maryann soñaba con niños muertos; en “Persie”, la protagonista “una noche hasta llegó a soñar que la doctora Lethe atendía el parto de una gata blanca”; en “Autorretrato con alegorías de la vanidad” el Met o el MoMA aparecen como espacios repletos de colecciones permanentes, impregnados de ojos que miran a otros ojos; mientras que en la “Tempestad en el mar de Galilea”, se menciona el incidente del Museo Gardner, que sucedió veintidós años atrás, para retornar a la tragedia del 2012, sólo por sugerir algunos ejemplos. Ante las profundas amenazas a las que los protagonistas de las historias son sometidos y deben enfrentar, ¿cree usted que ese mundo silencioso de los sueños o de los museos puede ser la mejor referencia posible ante la inconmensurabilidad existente entre la realidad y la ficción?

M.G.: Borges decía que la literatura es un sueño dirigido. Todo arte lo es. Así que me parece muy sensato lo que usted sugiere. Siempre tuve la impresión de que cuando me concentro en las imágenes de un cuadro, en los sonidos de una pieza musical, en los ritmos de un poema o en la prosa de una buena narración estoy accediendo a una región de sueños ajenos, el inconsciente en principio de otra persona que acaba convergiendo con el mío. Estoy convencido de que más allá de ese almacén privado, burgués y muy capitalista del subconsciente de Freud hay un espacio inconsciente donde todos los seres humanos nos encontramos y comulgamos. Los materiales del tipo de arte que a mí me atrae, el tipo de arte que me estremece, que me importa, suelen provenir de allí, y no de las neurosis particulares de un individuo. Si uno se reconoce en el arte de otras personas es porque éste nos habla en un idioma que también es nuestro.

He oído de escritores que desconfían de los cuentos o las novelas donde intervienen los sueños: aparte de que si no existieran esas narraciones nos quedaríamos sin la mitad de los clásicos, me da la impresión de que esa antipatía la tiene gente que pasa de manera muy rasante por la vida. O eso, o les tienen pánico a sus propios sueños.

algunos seres humanos tienen la fantasía de echar raíces, cuando creo que nos parecemos más a naves que pueden anclar en más de un sitio.

C.C.: Bajo ese contexto sombrío del destino en sus historias, también hay una sentencia natural que todo lo define “La noche de los 14 de diciembres nublados llega sin aviso”. Y en ese contexto, ocurre también un juego en el tiempo, que aparece en las historias y en ciertas imágenes que las ilustran. Incluso más allá, en cada epígrafe, en cada dedicatoria. ¿Cómo se interpreta una tragedia a través del vínculo entre tantas referencias diferentes? ¿Existe en ellas una coexistencia equilibrada entre lo que significa “diáspora”, “esperanza” y “soledad”?

M.G.: Conviene hablar de la soledad porque es una de las cosas que tienen en común casi todos los protagonistas de Ante el jurado. Cuando estaba corrigiendo las pruebas de página del libro, fíjese, me di cuenta de que es un asunto irónico, que nos está indicando lo contrario de lo que a primera vista creemos. Me refiero a que estos solitarios acaban compartiendo los mismos referentes, y se van emparentando o relacionando de la manera más humana posible. Son gente corriente, ninguno es víctima directa de la masacre de Sandy Hook; con todo y eso, la noticia repercute en todos. A mí me dio en pensar, en términos generales, que estamos menos solos de lo que creemos. En ese sentido no podemos perder la esperanza: a veces se produce el milagro del encuentro; en unas ocasiones, en forma de amistad y, en otras, como amor de diversos tipos. Los relatos del libro, de hecho, abundan en diálogos entre hermanas, entre padres e hijos, entre amigos. Todos los personajes han perdido algún «centro», pero algunos descubren que lo que suponían “centro” no lo era tanto, y que las pérdidas son parte de la vida: algunos seres humanos tienen la fantasía de echar raíces, cuando creo que nos parecemos más a naves que pueden anclar en más de un sitio. En algunos casos lo que empieza como una diáspora nos revela un sentido de pertenencia a algo más vasto y duradero. Eso sí, solo si nos atrevemos a entender la existencia como viaje de descubrimiento y no como pérdida de un paraíso.

C.C.: En la última historia, “Ante el jurado”, usted menciona la curiosa lectura de algunos manuscritos murakamianos-pamukistas-paulausterosos. Me tomo la libertad de hacerle esta pregunta personal ¿Cómo definiría usted el estilo de su obra que nos permite conectar relatos repletos de matices con el uso de ciertos valores abstractos y teóricos, combinados en cada uno de sus relatos? ¿Con una palabra? ¿Dos, tres o más?

M.G.: No puedo conocer mi estilo porque estoy sumergido en él, y creo que sería peligroso distanciarme de mí mismo para tratar de entenderlo o describirlo. Evito hacerlo, igual que uno evita ciertos peligros físicos, porque equivaldría a mi muerte como escritor: sería abrirle la puerta a la razón para que se instalara en mi narrativa.

Lo que sí he captado no en el momento de la escritura, sino en el de organizar mis libros de cuentos o, incluso, reorganizar mis novelas ya en las fases finales del trabajo, es que intento desviarme de las nociones manidas y tradicionales de unidad. Cuando tengo un conjunto de relatos hechos e intento buscar una sintaxis final para el volumen rompo la monotonía, hago que historias con tonos o elementos muy disímiles se vayan turnando. Por ejemplo, concluido el primer ciclo de escritura de Ante el jurado noté que tenía dos clases de historias: las contadas en tercera persona y las contadas en primera. Las dispuse de tal manera que se fueran alternando. Y allí descubrí otro ritmo interno: las contadas en primera eran de narradores masculinos que no se entienden a sí mismos del todo; las contadas en tercera eran protagonizadas por mujeres, pero el punto de vista narrativo accede al centro mismo de su psique, hay una especie de inmersión total en lo que piensan y sienten. También percibí otra cosa: el ritmo interno del libro tiene que ver con los patrones de continuidad y discontinuidad con que edificamos el mundo. Y la heterogeneidad lingüística de la narración obedece a ese ritmo que me invade cuando escribo: como son historias muy internacionales, de gente inmersa en la extranjería, hay pasajes en lenguas diversas, o en registros muy contrastantes de una misma lengua. Esa es la realidad que conozco; a mí me parecen carentes de vida, artificiosos, los cuentos o las novelas donde no se divisa esa pluralidad expresiva.

C.C.: Ya que hablamos de su estilo, paso ahora a su novela más reciente Llévame esta noche (Bogotá: Seix Barral, 2020). Allí los lectores nos movemos junto a la historia pendulante entre los lugares, la identidad, los idiomas, el presente y el pasado. Vagar en una ciudad, caminar en sus calles, ir a los espacios públicos para dejar ciertos recuerdos encerrados en las habitaciones y los espacios privados, escuchar el lenguaje universal de la música –especialmente al anochecer–, parecieran ser herramientas útiles y necesarias para mantener siempre la memoria. ¿Cree usted que estos vínculos valiosos nos llevan a la reconstrucción de una memoria colectiva, donde los venezolanos podemos unirnos a través de la lectura literaria, sin importar dónde nos encontremos ahora?

M.G.: Me cuesta hablar en nombre de una colectividad tan diversa como la de una nación; yo a duras penas me entiendo a mí mismo. Pero sí diría que la memoria humana, y la califico de esa manera porque tengo la impresión de que funciona así para todas las personas con las que he podido conversar sobre este tema, es por naturaleza laberíntica, tiene su propia cronología regulada por la intensidad de los afectos, no por la sucesión lineal de eventos. No obedece a un principio de orden que podamos controlar. Hay quienes se esfuerzan en organizar su relación con el depósito de recuerdos que transportan en su alma; el problema es que la memoria es un territorio en disputa entre la conciencia y el inconsciente: lo que creíamos tener bien organizado a la mañana siguiente se desbarata cuando un sueño nos envía imágenes de una situación que habíamos olvidado. Es la manera como nuestro inconsciente nos alecciona.

Supongo que la estructura de Llévame esta noche obedece a esa vivencia. El protagonista, estando en Salamanca, se encuentra más bien con Caracas, la ciudad que suponía sepultada en su pasado. Es un regalo de su memoria, y un regalo que, sin que él se dé cuenta, le permite integrarse mejor en la hora presente. Por algo, en Salamanca se tropieza con una persona a quien conoció en Venezuela que será fundamental para él en un plano que ya no es el de la memoria, sino el de su presente europeo, y tal vez su futuro. Incorporar en nuestro aquí y ahora lo que nos visita en forma de recuerdos, pero incorporarlo creadora, no pasivamente, es algo que ayuda a vivir y vale para todo ser humano, no importa su procedencia.

C.C.:  Para finalizar quisiera mencionar esa figura narrativa, que usted definió hace un tiempo atrás como rizomática, que constituye un género de totalidad y experiencia. Volviendo a lo que definían Gilles Deleuze y Félix Guattari como movimientos en un umbral de percepción ¿cuáles y cómo serían esas nuevas ramas que crecerán y se multiplicarán en el futuro de su escritura?

M.G.: Le debo a Carlos Pacheco esa metáfora, que empleó en un par de artículos sobre el regreso de personajes y situaciones en mi narrativa. Los rizomas tienen estructuras y formas imprevistas, no calculadas; surgen de una expansión espontánea o, al menos, no gobernada por patrones que podamos comprender. Noto, para mencionar solo un caso, que varios de los manuscritos en los que estoy sumergido en estos momentos son obra de personajes de libros míos anteriores. A veces descubro incluso que cuentos que publiqué hace mucho tiempo son en realidad obra de Lucio Cavaliero, el protagonista de Retrato de un caballero, o de David de Sousa, un amigo suyo, crítico literario y protagonista de Llévame esta noche. En el caso de Ante el jurado, estoy segurísimo de que es un libro póstumo de Lucio editado por David años después de que este le mostrara a Lucio el manuscrito de Llévame esta noche. Por eso, el último relato de Ante el jurado está dedicado a David, es un homenaje a él…

Creo que escribo porque me gusta descubrir cosas que ignoro al sentarme frente a la computadora. Siempre me llevo una sorpresa u otra. Solo sé que mis personajes van a morir algún día, pero ese es un hábito humano y, por lo tanto, insuficiente para que yo deje de imaginar lo que ellos hacen mientras todavía pueden.

©Trópico Absoluto

Claudia Cavallin (San Cristóbal, Venezuela, 1972) es Profesora Asociada en la Universidad Simón Bolívar (Venezuela) y docente en el Departamento de Lenguas y Literaturas de Oklahoma State University. Es autora de los libros: Ciudades de película: Ficciones urbanas del cine, la literatura y la música (Editorial Académica Española, 2012) y Espectros de la palabra. La metáfora en Borges: los juegos del lenguaje que hacen posible la configuración de un universo de imágenes recursivas (Editorial Académica Española, 2012). Entre 2012 and 2015, fue directora de EstudiosRevista de Investigaciones Literarias y Culturales.

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