Ante el jurado, de Miguel Gomes. Una reflexión sobre la narrativa venezolana escrita en el extranjero.
Omar Osorio-Amoretti (Caracas, 1987) reseña Ante el jurado (Valencia: Pre-Textos, 2022), libro de Miguel Gomes, uno de los autores venezolanos cuya obra crítica y narrativa se ha desarrollado fundamentalmente fuera del país geográfico, marcando el ritmo –desde mucho antes de la debacle que identifica la migración originada por el chavismo– de una suerte de “nacionalismo de larga distancia”, en el que la producción literaria ha jugado un rol preponderante. “Venezuela se encuentra en un momento histórico –afirma Osorio-Amoretti– en el que tanto la emigración de sus escritores como el incremento de su producción artística en el extranjero han creado un punto de expansión de aquella noción literaria nacional heredada del siglo XIX y que aún en los albores de esta centuria implica, mutatis mutandis, la sujeción de sus temas y personajes a dicho territorio.”
Materializada según algunos críticos literarios al menos a partir del año 2011, Venezuela se encuentra en un momento histórico en el que tanto la emigración de sus escritores como el incremento de su producción artística en el extranjero han creado un punto de expansión de aquella noción literaria nacional heredada del siglo XIX y que aún en los albores de esta centuria implica, mutatis mutandis, la sujeción de sus temas y personajes a dicho territorio. Se trata de un camino que en Hispanoamérica lleva algo de tiempo andando (no olvidemos los casos de los autores cubanos, colombianos, mexicanos o guatemaltecos) y al que, para bien y para mal, la nación ha venido a incorporarse.
Me parece que la más reciente publicación de Miguel Gomes (Caracas, 1964), Ante el jurado (2022), constituye una de las pruebas más elocuentes para demostrar este punto. Su escogencia como motivo de reflexión sobre este tema no obedece solamente a un criterio de actualidad, sino también de pertinencia. Y es que Gomes conforma aquella primera camada de escritores que a finales de la década de los ochenta se radicó en otras latitudes, por lo que su producción narrativa está entre las pioneras de este estilo (no ignoro que hay una sólida tradición de escritores que hicieron lo mismo en el pasado –comenzando por Andrés Bello– pero me parece que las circunstancias y la distancia histórica no me permiten colocarlos en la misma categoría). Por tanto, las líneas que siguen aspiran a realizar una lectura en calidad de, digámoslo así, “pensamiento en tránsito” acerca de este fenómeno, tomando en cuenta, por una parte, el costado formal del libro y, por otra, el ángulo histórico-literario.
Desde un punto de vista compositivo, el texto marca un hito en la manera en que Gomes había creado sus trabajos narrativos anteriores, caracterizada por una síntesis de los modos previos de tramar sus ficciones. Mientras que obras como Julieta en su castillo (2012) o Viviana y otras historias del cuerpo (2006) podemos catalogarlas genológicamente como cuentos, y textos como Retrato de un caballero (2015) y Llévame esta noche (2020) como novelas, en Ante el jurado nos encontramos con una ambigüedad estructural muy productiva a nivel interpretativo donde el mismo puede abordarse como un libro de cuentos o una novela de corte “coral” en donde cada de sus partes, aunque autónomas, están concatenadas por principios estéticos que las trascienden (esto ya está presente en la literatura venezolana del siglo XX en obras como El osario de Dios (1969) de Alfredo Armas-Alfonzo, En rojo (2011), de Gisela Kozak-Rovero o La comedia urbana (2002), de Armando José Sequera o 24 (2011) de Luis Laya). Esto se refuerza por el hecho de que entre los personajes no solo se establecen vasos comunicantes con otras referencias y personajes de los libros anteriores de Gomes, sino también entre los diversos títulos / capítulos presentes dentro de este último. Todo esto a través de un leitmotiv que contribuye a su unificación, como es la masacre de Sandy Hook, la tragedia escolar con mayores estragos sociales en el Estado de Connecticut (14/12/2012).
se mantienen algunos rasgos que, lejos de permitirnos hablar de un divorcio absoluto con la tradición narrativa venezolana, contribuyen a percibir las continuidades que la emigración no ha podido erradicar de su modo de crear a través de la escritura de ficción.
Esta dualidad está también en las interacciones que vemos entre la literatura y el arte (pensemos en las imágenes pictóricas que suelen preceder al texto o los protagonistas y el ambiente artístico donde se desenvuelven), el contacto entre diferentes lenguas (hispanohablantes y angloparlantes básicamente) y hasta en la construcción nominal de ciertos personajes través del palíndromo (pienso en Otto y Hannah de “Autorretrato con alegorías de la vanidad”). Todo esto, aunado a una variedad de voces y estilos narrativos que juegan con el modo de contar las anécdotas, me indica que estamos ante una propuesta estética que apunta, como señalé previamente, a la polisemia, a una mirada proteica y lúdica del acto literario.
En cuanto a su inserción histórico-literaria nacional, diría que concreta una distancia con el modelo decimonónico (cuyo apogeo llegaría con la publicación de Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos) mencionado líneas arriba, toda vez que la mayoría de sus componentes narrativos corresponden a una geografía norteamericana. Sin embargo, se mantienen algunos rasgos que, lejos de permitirnos hablar de un divorcio absoluto con la tradición narrativa venezolana, contribuyen a percibir las continuidades que la emigración no ha podido erradicar de su modo de crear a través de la escritura de ficción. Aunque múltiples, solo seleccionaré dos en este artículo.
El primero de ellos es la permanencia del español como materia prima de la configuración del universo narrativo. Inmerso en un contexto donde no es insólito cambiar el código lingüístico al momento de escribir (pensemos en Josep Conrad en Inglaterra o en Vladimir Nabokov en Estados Unidos, por no hablar de lo que ha significado la llamada literatura Latinx en los hijos de emigrantes hispanos, como en el caso de Junot Díaz), Gomes opta por mantener en cada una de sus publicaciones una conexión idiomática con toda la herencia ficcional hispana, lo que le permite representar de manera más genuina (que no más verdadera) los entramados que pongan simbólicamente en escena a la nación.
El segundo, estrechamente atado al primero, es la presencia de un choque sociocultural entre lo que serían los venezolanos emigrantes y los venezolanos radicados en su país. Es lo que ocurre en el cuento final (o capítulo, según como se lea) titulado “Ante el jurado”, donde el protagonista del relato, natural del país con largas décadas viviendo en Estados Unidos, descubre a una Venezuela atestada de anglicismos y, contrario a las grandes proyecciones tanto nacionales como internacionales, con un clima infernal. Todo esto lo sumerge en una tópico presente desde los costumbristas del XIX y en el que, si bien se abandona la ruta del tremendismo y la mordacidad virulenta de sus antecesores, se mantiene la inveterada postura crítica hacia la sociedad representada.
Así, los elementos expuestos hasta ahora serán claves para este corpus ficcional en constante crecimiento, pues nos permitirá repensar el fenómeno de la literatura venezolana en el siglo XXI en el marco de la crisis migratoria y sus incidencias en el campo cultural, así como atender nuevas problemáticas que se creían superadas con la consagración del Estado moderno en el siglo XX.
©Trópico Absoluto
Omar Osorio-Amoretti (Caracas, 1987), es licenciado en Letras y magíster en Historia de Venezuela por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Fue profesor asistente en las Escuelas de Letras y Comunicación Social de dicha casa de estudios, así como en la Universidad Simón Bolívar (USB), sede Sartenejas. Ha publicado el libro José Rafael Pocaterra y la escritura de la historia (Equinoccio, 2018).
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