/ Reseñas

Los niños de Las Brisas: un ensayo crítico sobre El Sistema

Por | 26 agosto 2022

Geoff Baker (Oxford, 1970), quien lleva años estudiando procesos musicales asociados con la pedagogía y la inclusión social en zonas periféricas, nos ofrece una crítica de la película Los niños de Las Brisas, de Marianela Maldonado (2022), un documental recientemente estrenado en Londres que narra la vida de tres jóvenes que luchan por consagrarse dentro de El Sistema, la famosa organización musical venezolana. Baker considera la obra de Maldonado como una pieza excepcional, lejana de todo el relato propagandístico que suele acompañar a El Sistema, en el que –quizás por primera vez en el cine– se pone en cuestión esa especie de discurso mágico-religioso según el cual el acceso a la música orquestal constituye un “pasaporte al éxito”, la llave maestra para acabar con la pobreza en regiones desfavorecidas. “A las familias empobrecidas –dice Baker– se les vendió un relato social sin conclusión. Se priorizó la educación sobre el empleo posterior o incluso las necesidades básicas, inundando a una sociedad con miles de violinistas en un momento en el que luchaba por alimentar a sus hijos”.

Dissandra, protagonista de Los niños de Las Brisas (2022). Foto: Carolina Burbano. Brisas Film.

La inmensa riqueza espiritual que engendra la música en sí misma termina por vencer la pobreza material. Estas palabras, o variaciones de las mismas, del fundador de El Sistema, José Antonio Abreu, se repiten con reverencia en innumerables retratos mediáticos del mundialmente famoso programa musical venezolano, incluyendo una serie de documentales propagandísticos que comenzaron con Tocar y luchar (Arvelo, 2006). Por fin, sin embargo, hay un documental que los pone a prueba: el notable Children of Las Brisas (Los niños de Las Brisas) de Marianela Maldonado (2022), que, en su sutil exploración de la complejidad y la ambigüedad de El Sistema en particular y del poder de la música en general, deja en la sombra a todos sus predecesores. “No se trata de un filme sobre El Sistema”, dijo el co-productor en el estreno en Londres; y sin embargo, ofrece una visión mucho más profunda del programa que las películas que han intentado abordar el tema frontalmente.

A pesar de la advertencia del co-productor, la primera mitad sigue de cerca el patrón de los documentales sobre El Sistema. Tres jóvenes músicos talentosos ascienden en las filas del programa. Declaran su amor por la música en términos conmovedores. Conocemos a sus familias, aprendemos sobre sus dramas domésticos, vemos de cerca la vida diaria en Las Brisas, un barrio popular del sur de la ciudad de Valencia, y nos asomamos al interior de la escuela de música de El Sistema en esa ciudad, que se ha convertido en un nodo central en sus vidas. Compartimos sus triunfos: Dissandra entra en la Orquesta Nacional Infantil y viaja a Salzburgo para tocar bajo la dirección de Simon Rattle; Wuilly entra en la Orquesta Juvenil de Caracas, otro ensamble muy prestigioso. Abreu hace su habitual aparición oratoria, sermoneando sobre el poder de la música, y las experiencias de los estudiantes parecen confirmar su visión. La película está demasiado bien hecha para caer en el cliché, pero su primera parte resultará familiar a cualquiera que conozca las representaciones mediáticas de El Sistema. 

Un poco más adelante, sin embargo, el viaje de los héroes se interrumpe bruscamente. Cuando el sueño de un sueldo en El Sistema se desvanece, Wuilly se ve obligado a tocar en la calle para sobrevivir; e incluso durante un tiempo tiene que vivir en ella. Dissandra toca música de fondo en un restaurante, pero esto no es suficiente para llegar a fin de mes. Debe tomar una decisión más radical. Edixson, sometido a una intensa presión financiera como los demás, decide alistarse en el ejército, una elección claramente dolorosa, dada su aversión al gobierno venezolano. Tras haber empezado a recorrer un camino conocido, los realizadores siguieron adelante cuando la historia tomó un giro más oscuro. Su objetivo no era cuestionar a El Sistema, pero la realidad se encargó de hacerlo por ellos.

Los niños de Las Brisas es una historia conmovedora de lucha individual y colectiva, de conexión y separación, que alcanzará las emociones de un amplio público. La pieza es también un retrato detallado de la crisis venezolana. Es una obra densa y rica en matices que opera en múltiples planos y amplía el horizonte de comprensión incluso del público más especializado. Se trata del fracaso y la decadencia de un país y de su símbolo cultural más famoso. A través del relato somos testigos del desmoronamiento de Venezuela y, al mismo tiempo, de El Sistema. La película pone en cuestión el idealismo que ciertas narrativas han impreso a la educación musical a través de la lente de uno de sus ejemplos más vistosos. No se trata de una historia romántica del triunfo sobre la adversidad, ni del poder de la música para cambiar el mundo. El Sistema no detiene la decadencia del país. De hecho, a través de su incorporación como herramienta de propaganda se convierte en parte del problema. Es incapaz de proporcionar un salvavidas a nuestros tres protagonistas, y mucho menos al país en su totalidad. 

Si la película comienza con las palabras de Abreu sobre la riqueza espiritual de la música como herramienta para superar la pobreza material, termina con una dosis de fría realidad: sus protagonistas –los tres tienen talento y han seguido obedientemente la prescripción de Abreu de “trabajo y estudio”– luchan por sobrevivir económicamente. Dissandra incluso se pregunta en voz alta si todos esos años de dedicación exclusiva a la música clásica, de “tocar y luchar”, tal como reza el eslogan de El Sistema, han merecido realmente la pena. Esto es algo inédito en los documentales sobre El Sistema: las dudas sobre la validez de los mantras del programa. Deshechos así los sueños de superación, fama y fortuna a través de la música clásica, la película cierra con la conocida retórica de Abreu convertida en añicos. 

Un elemento crucial de esta historia es uno que suele ser minimizado o ignorado en los relatos de los medios y en la propia propaganda del programa: el dinero. Los tres estudiantes tenían que entrar (o permanecer) en una de las tres orquestas juveniles “profesionales” de El Sistema para poder seguir adelante. Lo extraordinario de El Sistema en su época de esplendor era que ofrecía un salario decente a un pequeño porcentaje de sus estudiantes (los más talentosos, no los más necesitados, ya que el acceso al salario ocurría a través de una audición), y este salario (o la aspiración de alcanzarlo) jugaba un papel importante para mantener a los estudiantes motivados y los engranajes institucionales en movimiento. En los primeros años de El Sistema, Abreu atrajo a estudiantes de música de otros proyectos y escuelas de música ofreciéndoles becas. En privado, los estudiantes bromeaban diciendo que el lema de El Sistema debía ser “tocar y cobrar”. En otras palabras, la verdadera historia de El Sistema no tenía tanto que ver con el poder salvador del arte como con los recursos sin precedentes del programa y su distribución, una historia que tenía tanto que ver con el poder del dinero como con el poder de la música. 

Este punto de vista de la película aparece en escenas fugaces pero cruciales. Sin duda, los estudiantes hablan con cariño de la música. Pero en un momento, Edixson muestra a su madre su viola: “Esto va a dar plata.” La madre de Dissandra le dice: “La música es tu pasaporte al éxito”. Olvídense de la riqueza y transformación espiritual: para estos jóvenes y sus familias la música no era más que una estrategia de superación económica o profesional. Olvídense de cambiar el mundo: en el fondo se trataba de la promesa de movilidad social para unos pocos individuos talentosos. No obstante, El Sistema tenía todas las cartas en sus manos. A través de su brillante aunque dudosa gestión financiera, Abreu había creado una burbuja económica de la música clásica en Venezuela basada en los ingentes ingresos del petróleo (¿en qué otro lugar del mundo se pagaban salarios de adulto a músicos de orquestas juveniles?). La monopolización de la escena musical venezolana había dejado la mayor parte del poder en manos de El Sistema y muy poco en las de sus estudiantes, lo que generó una cultura de dependencia. La música o la viola no podían mantener a estos estudiantes en Venezuela; sólo el patrocinio de El Sistema podía hacerlo. Muchos documentales han retratado el interior de la burbuja sin reconocer su real naturaleza. Los niños de Las Brisas nos muestra la vida afuera, y luego, en rápida sucesión, lo ocurrido tras el estallido de la burbuja. 

Las palabras de la madre de Dissandra: “la música es tu pasaporte al éxito”, vuelven a resonar en la película, no sólo porque el éxito resulta ser esquivo, sino también porque las posibilidades de su hija dependen finalmente de un pasaporte; pero un documento de identidad real, no uno artístico imaginado. Resulta que para Dissandra, la música, sin el documento legal, es un pasaporte a la nada. No deja de sorprender como en esta película lo ideal se ve repetidamente superado por lo real.

“a las familias empobrecidas se les vendió un relato social sin conclusión. Se priorizó la educación sobre el empleo posterior o incluso las necesidades básicas, inundando a una sociedad con miles de violinistas en un momento en el que luchaba por alimentar a sus hijos”.

Gran parte del interés del documental proviene de su cuestionamiento implícito al tipo de eslóganes y aforismos conmovedores que sustentan El Sistema y su influencia en el campo internacional de la música. Uno de los momentos más impactantes de la película pone uno de ellos en tela de juicio, aunque de una forma tan sutil que los espectadores no versados en la materia probablemente lo pasen por alto. Con la necesidad económica presionando a su familia, Edixson se alista en el ejército. O, como nos dice la película, cambia su viola por un fusil. Esto es suficientemente llamativo por sí mismo, pero la resonancia es aún mayor para aquellos que detectan su inversión de otro lema de El Sistema que es famoso no sólo en Venezuela, sino en toda América Latina: “un niño que empuña un instrumento jamás empuñará un arma”. Tal vez los realizadores de la película deberían haber explicitado este punto para los no iniciados; pero una vez más, demuestran que la realidad es bastante más compleja que los famosos lemas de Abreu.

De manera conmovedora, Edixson reafirma su amor duradero por su viola hacia el final de la película, mientras lucha por ganarse la vida fuera de la música. La escena me recordó algo que me dijo un alumno de El Sistema en 2010. “El programa se preocupa poco por los individuos”, dijo, todos son fácilmente reemplazables. “Puedes querer a El Sistema, pero El Sistema no te quiere a ti”. Los niños de Las Brisas narra precisamente esa historia de amor no correspondido entre la música, El Sistema y muchos jóvenes que se integran en sus filas.

Los niños de Las Brisas. Marianela Maldonado (2022)

A un nivel más cotidiano, la película capta con precisión los detalles y el ambiente de El Sistema. Hay mucha camaradería entre los alumnos, vemos el espacio de sociabilidad que proporciona la escuela de música, la formación de una nueva “familia” ahí. Pero también hay destellos de una organización autoritaria dominada por hombres (hay muchos maestros), de la cultura institucional arbitraria e intimidante (nadie sabe cuándo tendrán lugar las audiciones cruciales en Caracas, y Wuilly es convocado a una, frente a veinte profesores, con solo un día de antelación), y el espíritu de supervivencia del más fuerte que se esconde tras la cortina de humo discursiva de la “inclusión social” (los estudiantes compiten constantemente entre sí en las audiciones, y se presta poco interés a los “fracasados”). 

Dissandra y Wuilly llegan a los niveles más altos del programa, para luego ser expulsados. Una vez que empiezan a perder su brillo, también lo hace su “familia” adoptiva. A pesar de todo lo que se dice sobre el colectivo, en El Sistema los alumnos suben solos y caen solos. Cuando las cosas van bien, se trasladan a Caracas desde su ciudad natal, dejando atrás a sus familias reales y adoptivas. El Sistema, muy centralizado, es un caso de estudio de la música que desbarata los vínculos sociales existentes al mismo tiempo que crea otros nuevos. Las escenas de camaradería con Wuilly tendrán un toque especial para cualquier espectador que conozca su ruptura pública con El Sistema y sus compañeros músicos poco después (también recuerdo bien cómo sus antiguos compañeros le atacaron sin piedad en las redes sociales). Al final, los tres protagonistas están solos.

La película no está exenta de críticas. Es demasiado reverente en su tratamiento de Abreu, siguiendo esa tendencia errónea de culpar del declive de El Sistema a su apropiación por parte de Hugo Chávez, pasando por alto la complicidad de Abreu. Fue José Antonio Abreu el creador de esa especie de “populismo musical” de El Sistema, para atraer los oídos de los presidentes de Venezuela. Fue Abreu quien se acercó a Chávez, no al revés. En 2014, el periodista de El Nacional, Diego Arroyo Gil, describió al fundador de El Sistema como un adulador en serie de los líderes políticos, uno que a menudo aparecía a su lado, “sonriendo, como el invitado especial del César”. Abreu no fue víctima de nadie. El colaboracionismo político fue su modus operandi, y la reducción de El Sistema como herramienta de propaganda política tan solo una consecuencia de su pacto fáustico. 

En su afán por criticar al gobierno venezolano, la película subestima no sólo los defectos de Abreu, sino también los de su programa. Al fin y al cabo, fue el darwinismo de El Sistema el que supuso el punto de inflexión en la vida musical de los protagonistas. Los rasgos problemáticos del programa (como el autoritarismo, la arbitrariedad, la opacidad, el sesgo de género y el acoso sexual) son legión y están cada vez mejor documentados. Es más, han estado en el ADN de El Sistema desde su propia creación, a juzgar por las entrevistas que realicé con músicos veteranos en Venezuela. Algunos problemas fueron señalados por evaluadores externos a finales de la década de 1990, antes de que Chávez llegara al poder, así que no se pueden achacar a la llamada Revolución Bolivariana. La noción de que El Sistema era un programa ejemplar hasta que llegó Chávez y lo arruinó se ha vuelto popular en Venezuela. Pero esto no es más que una fantasía construida sobre una implacable operación de relaciones públicas y el silenciamiento de las voces críticas. 

Curiosamente, el sitio web de la película es bastante más directamente crítico con El Sistema que la propia película: “a las familias empobrecidas se les vendió un relato social sin conclusión. Se priorizó la educación sobre el empleo posterior o incluso las necesidades básicas, inundando a una sociedad con miles de violinistas en un momento en el que luchaba por alimentar a sus hijos”. Probablemente estas críticas hayan acabado en el suelo de la sala de montaje.

No obstante, estas son solo pequeñas objeciones a un documental excepcional. Mucho más importantes que ellas son las grandes cuestiones que plantea. Recuerda al clásico documental estadounidense Hoop Dreams (James, 1994), otra película que va mucho más allá de su tema aparente, en este caso, el baloncesto. Ambas se centran en la sombra del fracaso que se cierne sobre los talentos en mundos altamente competitivos como el deporte y la música clásica. Un tipo de historias que se cuentan muy pocas veces, pues la mayoría de los escritores y cineastas se limitan al relato fantástico de los casos excepcionales del éxito que tanto gustan al público, creando con ello una suerte de “porno de inspiración musical”. Sin embargo, estas historias pueden reflejar las experiencias de la mayoría. Cientos de miles de niños venezolanos han crecido soñando con ser Gustavo Dudamel. Pero ¿cuántos Dudameles hay hoy? ¿Y cuántos Dissandras, Edixsons y Wuillys? Jóvenes que tocan en las esquinas de las calles dentro y fuera del país o se ven obligados a abandonar sus ambiciones de ser músicos profesionales. Si Hoop Dreams expuso las fallas y el carácter elusivo del sueño americano, Los niños de Las Brisas hace lo propio, de forma hermosa, aunque dolorosa, con el sueño orquestal venezolano de El Sistema. 

©Trópico Absoluto

Geoffrey Baker (Oxford, 1970) estudió literatura e idiomas modernos en la Universidad de Oxford, Master en Musicología (Royal Academy of Music), y doctor en musicología (Royal Holloway Universidad de Londres). Actualmente es profesor de musicología en Royal Holloway Universidad de Londres y Director de Investigación en la organización benéfica de música Agrigento. Es autor de cuatro libros sobre música en América Latina, incluyendo El Sistema: Orchestrating Venezuela’s Youth (Oxford University Press, 2014) y Replanteando la Acción Social por la Música (Open Book Publishers, 2022).

1 Comentarios

  1. Excelente ensayo sobre El Sistema y la película comentada.Sera necesario verla para conocer más a fondo esa importante experiencia musical.Gracias.

Escribe un comentario

XHTML: Puedes utilizar estas etiquetas: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>