“Ninguna literatura sin democracia, ninguna democracia sin literatura”: algunas reflexiones en torno a El sacrificio de la página, de Juan Cristóbal Castro
Rafael Sánchez realiza una lectura detallada de El sacrificio de la página. José Antonio Ramos Sucre y el arkhé republicano, el trabajo de Juan Cristóbal Castro publicado el año pasado por Almenara. El autor encuentra algunas claves de interpretación en esa manera cómo Derrida entiende tanto el ‘archivo’ como ‘lo literario’. De allí que plantee: “lo que el libro de Castro se propone explorar es la “relación extraña, disímil, tensa y contradictoria entre el archivo republicano [en tanto repositorio de la ley] y la obra desafiante, abierta del poeta de Cumana.”
Desgraciado el país que necesita héroes
Bertolt Brecht
Quizás de lo más lapidario que jamás se haya dicho sobre la influencia despótica que el pasado ejerce sobre el presente sea aquello, repetido una y otra vez, de que la “tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Cómo, precisamente, es que esa opresión alcanza a imponerse sobre las generaciones sucesivas hasta el punto, incluso, de hacerse pesadilla es algo, sin embargo, que Marx no aclara suficientemente en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” donde la mencionada frase ocurre casi al inicio. Uno de los logros mayores de El Sacrificio de la página, el extraordinario libro de Juan Cristóbal Castro que estoy comentando aquí, radica en desentrañar de manera ejemplar de qué manera, en toda su densidad material y riqueza tropológica, el pasado heroico de la tradición republicana venezolana se impone sobre los vivos con todo el peso inexorable de la ley, oprimiendo no solo sus vigilias sino también adueñándose de sus sueños hasta poblarlos de fantasmas y de quimeras.
Como si esto no fuera ya suficiente, y estrechamente relacionado con lo anterior, el segundo logro que quiero destacar aquí es la luz poderosa con la que el autor ilumina, centrándose para ello en la obra poética de Ramos Sucre, los caminos a través de los cuales no solo la literaria sino la experiencia tout court –entendida como relación siempre relativamente imprevista e impredecible con lo singular– logra articularse en Venezuela más allá de los dictados legalmente vinculantes de la tradición, aunque siempre en relación constitutiva con los mismos. Todo esto en el entendido de que “ley”, por un lado, y “literatura”, en tanto lugar privilegiado de la experiencia, por el otro, están íntimamente relacionadas hasta el punto de que la segunda, es decir, la literatura, siempre se haya “ante la ley” (Derrida, 1992, 181-220). Para decirlo en las palabras concisas del autor, lo que el libro de Castro se propone explorar es la “relación extraña, disímil, tensa y contradictoria entre el archivo republicano [en tanto repositorio de la ley] y la obra desafiante, abierta del poeta de Cumana” (Castro 2021, 11). Las dos nociones que el autor moviliza para iluminar esta relación son, por un lado, la de “archivo”, y, por el otro, la de “lo literario” como registro privilegiado donde la experiencia logra articularse más allá de los dictados de la tradición, tal como estos le son transmitidos a las generaciones sucesivas por el archivo. Lo que está en juego en esta indagación no podría ser más transcendental, a saber, nada menos que las posibilidades de la democracia misma en el marco fijado por una tradición tan prohibitivamente autoritaria como la del republicanismo heroico venezolano.
Pero antes de aclarar algo a primera vista tan improbable como la de que los destinos de la democracia en Venezuela en gran medida se juegan en lugares aparentemente tan alejados de ésta como la obra del poeta cumanés Ramos Sucre, conviene primero delinear brevemente los contenidos del libro de Castro. El Sacrificio de la página consta de tres partes y un apéndice. La primera parte titulada “Las tramas de las obras” explora las operaciones de anacronismo a las que Ramos Sucre somete la tradición republicana venezolana, debilitando así los lazos identificatorios que esta tradición promueve con el ‘yo’ heroico tal como este se halla paradigmáticamente encarnado en la figura de Simón Bolívar. Tal como lo demuestra Castro en una serie de análisis deslumbrantes, al reinsertarlo en una serie de parajes históricamente remotos, ajenos a los contextos que supuestamente lo sustentan dotándolo de coherencia y sentido, la poesía de Ramos Sucre subraya el carácter intrínsecamente ficticio que, desde siempre, ha aquejado a este ‘yo’ como construcción ineludiblemente retórica y discursiva.
En la segunda parte, “Los sueños de la historia”, se pasa de lo literario al archivo republicano propiamente dicho, como sitio por excelencia donde cierta memoria histórica centrada en la figura del héroe, el ‘yo’ heroico al que venimos aludiendo, se perpetúa en el tiempo, imponiéndose sobre los vivos con todo el peso de la ley. La sección se abre con una reflexión comprehensiva sobre el significado de la palabra ‘archivo’ en Derrida, Foucault y Spierker para, a continuación, enfocarse en el archivo republicano venezolano en su doble vertiente: por un lado, archivo institucional, conformado por una serie de operaciones retóricas y discusivas; y, por el otro –más perturbadoramente quizás–archivo fantasmal, cuyas operaciones desbordan lo meramente referencial para apoderarse del inconsciente de la población instalando allí una épica presidida por una galería espectral de héroes monumentalizados que libran a la nación a una lucha agónica, siempre inacabada, y al final, ineluctablemente fallida por su emancipación. Después de analizar cómo este archivo sufre durante el gomecismo una serie de revisiones considerables, que hacen pasar el legado heroico decimonónico por el filtro de la sociología positivista (con todo lo que ello supone de reinterpretación de la historia republicana en clave etnográfica y evolucionista), la sección finaliza sugiriendo algunas de las maneras en que la poesía de Ramos Sucre subvierte este archivo al proponer una relación entre pasado y presente, o realidad y ficción que desestabiliza las fronteras que el republicanismo heredado instituye entre estas dimensiones como territorios estrictamente demarcados.
La tercera parte de El Sacrificio de la página, “El destino manifiesto”, trata exclusivamente de los procedimientos verbales que Ramos Sucre despliega en sus poemas para desestabilizar los presupuestos discursivos propios del archivo republicano. La sección termina planteándose la posibilidad perturbadora de que el suicidio del poeta fuera el costo terrible que Ramos Sucre pagó como individuo por haber sometido al legado republicano a una crítica implacable a través de su poesía.
Finalmente, en el Apéndice, el autor rastrea la manera cómo las generaciones posteriores asumieron la herencia de Ramos Sucre, destacando especialmente el hecho de que esa apropiación por la posteridad se divide entre, por un lado, lecturas eminentemente creativas que incorporan al poeta como un hito fundamental de la tradición en continua renovación de la poesía venezolana, y, por el otro, lecturas que insisten en sacrificar a Ramos Sucre al monumentalismo heroico de la tradición republicana.
Después de la sinopsis precedente, cabe regresar ahora a la pregunta sobre lo literario como terreno donde se juegan nada menos que los destinos de la democracia. Aquí la manera como Derrida entiende tanto el ‘archivo’ como ‘lo literario’ resulta especialmente esclarecedora. Al igual que para Castro, quien hace suyo lo que Derrida dice al respecto, para Derrida la palabra ‘archivo’ evoca la idea de comienzo o principio, así como la de mandato, es decir, de “principio según la ley” (Derrida 1997, p. 9). Ya en esta doble alusión puede verse como para este autor, lo mismo que para Castro, el archivo es el sitio donde el Estado legisla el sentido de entidades tales como ‘nación’ o ‘linaje’ al asignarles orígenes e identidades bien circunscritas a partir de las cuales su desarrollo en el tiempo puede ser aprehendido como una serie de sucesiones teleológicamente orientadas hacia entelequias tales como ‘modernidad,’ ‘desarrollo’ o ‘progreso’.
Si el archivo en tanto repositorio de la ley busca legislar las identidades con el propósito de naturalizarlas haciéndolas ver necesarias, lo literario, por otra parte (él mismo siempre ‘ante la ley’), somete esas identidades a un juego que irremediablemente las desestabiliza. Al iterarlas en contextos diferentes a aquellos prescritos por el archivo, el juego de lo literario inevitablemente las transforma abriendo estas identidades a significaciones relativamente inéditas, distintas a aquellas legisladas por la tradición. Ahora bien, es esta capacidad de decir o escribir cualquier cosa que ese juego a la vez presupone y realiza la que, según Derrida, inextricablemente liga la literatura, en tanto institución cuya historia es relativamente reciente, a la democracia. Para decirlo en las palabras de este autor, “ninguna literatura sin democracia, ninguna democracia sin literatura” (Passions, 28). Todo esto en el entendido, claro, de que para Derrida la palabra ‘literatura’ designa un tratamiento de los signos que no está restringido a lo literario propiamente dicho, sino que está en juego en dominios muy diversos, desde la política y el erotismo hasta la gastronomía. En suma, donde quiera que, más allá de los decretos de la tradición, los signos se vean expuestos a relaciones siempre relativamente imprevistas con otros signos, si bien es en el dominio de lo literario o de la literatura propiamente dicha donde dicho tratamiento alcanza un estatuto claramente paradigmático. Es este estatuto lo que lleva a Derrida a apreciar la literatura como el dominio por excelencia donde se articula la experiencia, entendida esta en el sentido previamente sugerido de relación siempre imprevista con lo singular. No solo esto, en la medida en que para realizarse esta relación con lo singular necesariamente presupone el ejercicio de valores por excelencia republicanos como los de ‘libertad’ (para dejar que los signos se relacionen entre sí sin prescripciones establecidas) y de ‘igualdad’ (en tanto todos los signos son sometidos a un mismo tratamiento “literario” sin importar los títulos honoríficos que estos puedan haber adquirido en uno u otro contexto), muy bien puede afirmarse que la literatura, entendida en el sentido restringido recién aludido, es también uno de los terrenos por excelencia donde se realiza la democracia.
De lo que acabo de decir se puede colegir el carácter elevadísimo de la apuesta implícita en las páginas del libro de Juan Cristóbal Castro: nada menos que develar la poesía de Ramos Sucre como una de las encrucijadas donde el destino de la democracia en Venezuela se halla en juego. Es cierto que, con excepción de las escasas ocasiones en que se menciona el término, lo que ocupa la mayor parte de este libro no es precisamente la democracia, sino el juego deconstructivo preñado de posibilidades emancipadoras al que la obra del poeta de Cumaná somete los mandatos de la tradición republicana. Basta, sin embargo, con considerar brevemente a la luz de los criterios de Derrida expuestos arriba algunos de los argumentos desarrollados en El Sacrificio de la página para concluir que llamar democráticas a esas posibilidades hace justicia al sentido más íntimo que las mismas poseen en el libro de Juan Cristóbal Castro.
Para empezar, lo que allí se dice acerca de las dificultades que ha habido en el país para cimentar la autonomía del campo literario presupone como telón de fondo imprescindible el peso agobiantemente antidemocrático de la tradición republicana local y su capacidad para sofocar de antemano cualquier manifestación propiamente democrática. No otra cosa parecería sugerir el hecho, analizado por Raquel Rivas en un escrito que Castro cita con aprobación (p. 270), de que no sería sino tardíamente, en los años 50, que ese campo habría comenzado a perfilarse con cierta autonomía en Venezuela a medida que el “giro subjetivo”, tan característico de la literatura moderna, comienza a hacer su aparición en los escritos de los autores de la época. Hasta entonces, lo literario habría estado subordinado, en tanto “instrumento de ese bien supremo que es la nación”, al regionalismo de corte populista que todavía era dominante en ese período (ibid). Ahora bien, como se sabe los años 50 son también el momento en el que, con todas las limitaciones y compromisos del caso, la democracia moderna tal como la entendemos hoy comienza a cristalizar en el país al calor de las luchas populares, de las organizaciones partidistas y de los sindicatos de trabajadores de la época. Una vez más, “ninguna literatura sin democracia, ninguna democracia sin literatura”: la cristalización relativamente simultánea en Venezuela del campo de la democracia propiamente dicha, como terreno que presupone la práctica de la literatura en el sentido amplio enunciado arriba, y el de lo literario (como institución que en su relativa autonomía es intrínseca y necesariamente democrática) parecerían confirmar lo ajustado de la fórmula propuesta por Derrida.
Pero, demás está decir, esa cristalización no surge de la nada. Ella misma es el producto de procesos e intervenciones precedentes que laboriosamente prepararon su advenimiento. En el caso de la democracia representativa instaurada a la caída del dictador Pérez Jiménez, basta evocar “la generación del 28”, en todo lo que ella tuvo de fragua del sistema de partidos modernos en Venezuela, para hacerse una idea de la magnitud de los esfuerzos organizativos, los sacrificios y las inversiones imaginativas que fueron necesarias para hacerla posible. En cuanto al campo de lo literario, ya en las primeras décadas del siglo XX podemos, de la mano de Castro, discernir en la obra de Ramos Sucre las trazas inconfundibles del “giro subjetivo” que es tan consustancial a la democracia y que solo comenzaría a manifestarse de manera más generalizada en la literatura de los años 50.
Si, como acertadamente afirma Castro, el legado fundamental del archivo republicano es el de la búsqueda luctuosa de una unidad nacional pérdida, lo que convierte “toda ciudadanía nacional en una forma de patología”, entonces bien podría decirse que en la búsqueda a contra corriente de Ramos Sucre se pueden discernir los sedimentos de una ciudadanía propiamente democrática, deslastrada de sumisiones patológicas a los fetiches de la tradición heredada (p. 241). En efecto, “nada más sanador” (ibíd.) de esa patología, nos asegura Castro, que el empeño del poeta por desbrozar en la maleza del archivo republicano otras “posibilidades de sentido” que permitan disolver, o al menos debilitar, el “pacto mimético” (p. 270) gracias al cual las imágenes y figuras retóricas y discursivas de ese archivo se hacen pasar por la expresión a la vez necesaria y fidedigna de la realidad. En vista de lo que el autor sugiere acerca del poder de sanación de las “intervenciones” (así las llama) del poeta, se me ocurre que llamar democráticas a estas intervenciones se aviene bien con el significado íntimo que estas poseen en el libro de Castro. En efecto, ¿qué otra cosa sino democráticas serían unas intervenciones capaces de devolver la salud a una ciudadanía a la que ha tornado patológica una supeditación excesiva a las solicitaciones del archivo? Si en el terreno de lo orgánico hablar de sanación necesariamente presupone el carácter médico de las intervenciones orientadas a lograr un tal objetivo, lo mismo, más allá de las pretensiones al respecto de algunos positivistas, no podría decirse de las sanaciones en el campo republicano. Dado lo estrechamente ligadas que las nociones de ‘ciudadanía’ y de ‘democracia’ están en la tradición republicana, casi que por necesidad cualquier alusión a ‘intervenciones” capaces de “sanar” a una ciudadanía patológica presuponen el carácter democrático de estas intervenciones. Dicho de otro modo, en el campo de lo republicano sanar una “ciudadanía patológica” es casi por definición hacer a esa ciudanía cada vez más democrática, sustrayéndola en lo posible a cualquier tentación autoritaria. Algo que El sacrificio de la página le sugiere fuertemente a este lector, no formado en el estudio de la literatura, es, por un lado, lo mucho que, por caminos ciertamente misteriosos, el advenimiento de la democracia en el país debe a búsquedas literarias como las de Ramos Sucre y, por el otro, lo mucho que, seguramente sin el poeta mismo saberlo, con todas sus ambigüedades y equivocaciones esta literatura es ella misma el trasunto en la noche oscura del gomecismo de una subjetividad insoslayablemente democrática.
Basta con considerar brevemente —y con esto cierro estas reflexiones—lo que Castro dice de las “intervenciones” de Ramos Sucre para verificar su carácter inconfundiblemente democrático. Según Castro, para apreciar el sentido de éstas resulta necesario insertar la poesía de Ramos Sucre en dos “coordenadas”: primero, “como síntoma de una crisis moderna de reapropiación del pasado” acarreada por la incapacidad de los individuos de arraigar su experiencia en ninguna tradición compartida. En efecto, como Benjamin y otros han señalado, cualquier sentido de una tradición común resultó irremediablemente trizado por las innovaciones tecnológicas, los nuevos medios de comunicación masiva, las nuevas modalidades de consumo, o las formas relativamente inéditas de socialidad urbana características de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. La segunda “coordenada” donde, según Castro, es necesario insertar la obra de Ramos Sucre, es la de su aprehensión en tanto reacción a los constreñimientos del archivo republicano y su versión del pasado como tradición nítidamente unificada en torno a la figura del héroe. Tan estrecha, en verdad, es la relación que este archivo postula entre la figura del héroe, por un lado, y la tradición republicana, por el otro, que para aquellos sometidos a sus dictámenes ninguno de los dos términos es concebible sin el otro. Dominante en tiempo de Ramos Sucre, en buena medida la historiografía oficial positivista no habría sino re-articulado esa versión heroica del pasado para un público empapado en los criterios positivistas y evolucionistas de la época (pp. 69-70).
Según la analiza Castro, en la “voz impersonal” del ‘yo’ de los poemas de Ramos Sucre se disciernen claramente las trazas de esa incapacidad, tan característicamente moderna, de apropiarse el pasado en base a una experiencia personal que ya no estaría sustentada en ninguna tradición compartida. Las páginas que Castro dedica a las transformaciones en el carácter mismo de la experiencia de los venezolanos ocasionadas por las conmociones en el paisaje mediático, social y urbanístico de ciudades como la Caracas de principios del siglo XX son, en este respecto, altamente reveladoras. Agobiado por sus mandatos y, en todo caso, impedido por estas transformaciones de hacer suya la tradición heroica republicana, Ramos Sucre habría acometido en sus poemas la deconstrucción de esta tradición tal como ella le es transmitida a la posteridad por el archivo. Ello, es importante decirlo, con el fin, no de demolerla, sino, entre otras cosas, de liberar en esta tradición las posibilidades emancipadoras que el archivo había diligentemente suprimido. Si, como acertadamente analiza Castro, la tradición republicana codificada por el archivo tiene en el ‘yo’ heroico su eje de articulación más decisivo, entonces nada tan devastadoramente desestabilizador como las metamorfosis a las que este ‘yo’ se ve librado en la poesía de Ramos Sucre, como resultado de las ‘intervenciones’ a las que el poeta somete al archivo institucional, obligándolo a develar el sustrato fantasmal sobre el cual, sin reconocerlo, efectivamente reposa.
Así, basadas en “el uso del anacronismo”, y animadas por una pasión necrófila abocada a hacerle furiosamente el amor al cuerpo sin vida del pasado a fin de reanimarlo, las “intervenciones” del poeta entran a saco en el repositorio de la literatura occidental, dislocando así las jerarquías que lo condenaban de antemano, en tanto habitante de una remota periferia postcolonial, al papel de consumidor pasivo de sus productos. No contento con el papel asignado, en lugar de consumirla, las incursiones del poeta someten sin ceremonias a esta literatura a una intensa labor de bricolaje que reordena violentamente sus materiales. Todo ello, a fin de poner en escena el ‘yo’ heroico de la tradición republicana en una galería de paisajes por turno desoladoramente lúgubres o exóticos que lo enajenan de la tradición en la que el archivo republicano lo tenía fatalmente confinado.
Si, como acertadamente afirma Castro, el legado fundamental del archivo republicano es el de la búsqueda luctuosa de una unidad nacional pérdida, lo que convierte “toda ciudadanía nacional en una forma de patología”, entonces bien podría decirse que en la búsqueda a contra corriente de Ramos Sucre se pueden discernir los sedimentos de una ciudadanía propiamente democrática, deslastrada de sumisiones patológicas a los fetiches de la tradición heredada
Considerando los férreos lazos discursivos que este archivo continuamente forja entre el ‘yo’ heroico y la tradición republicana local, postulada como el escenario obligado de las hazañas del héroe, tal puesta en escena no puede sino desnaturalizar a esta figura develando su ineluctable carácter discursivo, en tanto cifra de un régimen de poder y conocimiento históricamente específico. Mandarín, fugitivo, aventurero, emigrado o nómade, para nombrar solo algunas de las posibilidades, los roles que el yo heroico asume en la poesía de Ramos Sucre lo libran a un juego vertiginoso de máscaras que dislocan los títulos simbólicos con los que el archivo ha investido a esa figura en tanto encarnación necesaria de la historia virtuosa de la nación. Iterado en una serie de parajes ajenos a aquellos que el archivo había decretado como escenario ‘nacional’ de su desenvolvimiento, el ‘yo’ heroico se ve inconteniblemente expuesto a una profusión de signos ‘extranjeros’ que lo contaminan, entregándolo a un juego metamórfico que fatalmente transgrede las rígidas correspondencias instituidas por el archivo. Tal como cabría esperar de un juego semejante, ni el ‘yo’ heroico republicano ni la idea de nación virtuosa que le sirve de sustrato, por así decirlo, ‘natural’, pueden salir incólumes. Muy al contrario, en las sucesivas reencarnaciones de ese ‘yo’ el ‘archivo fantasmal’, que hasta ese entonces había sido más o menos exitosamente suprimido por el ‘archivo institucional’, surge irreprimiblemente a la superficie a través de las grietas de este último, develando en el claroscuro de sus manifestaciones toda la violencia, misoginia, machismo e intolerancia que, desde siempre, habrían sido su sustrato más íntimo.
“Máscaras del yo”, ¿no son éstas los avatares sucesivos que necesariamente adopta el sujeto cuando actúa en democracia? O, para decirlo al revés, ¿no es una de las marcas distintivas de la democracia precisamente esta potencialidad metamórfica en virtud de la cual el sujeto posee la capacidad de adoptar sin cortapisas o adscripciones institucionales una serie en principio interminable de roles? Es esa potencialidad democrática la que uno puede discernir claramente tanto en la poesía de un Baudelaire como en las historias que activistas negros del movimiento por los derechos civiles de Estados Unidos contaban a su regreso de uno de sus viajes al África, donde habían ido invitados por uno u otro gobierno surgido de las guerras anticoloniales que conmovieron a ese continente hacia mediados del siglo pasado. Así, mientras que en su poesía Baudelaire celebra (de una manera que, por cierto, resuena poderosamente con el tipo de cultos de posesión espiritual que analizan los antropólogos) la capacidad del poeta de adueñarse de las identidades y roles de los distintos transeúntes que le salen al paso en sus vagabundeos por las calles de París, algo similar puede decirse de las historias contadas por los activistas negros a su regreso del África. En esas historias los activistas narran consistentemente el asombro experimentado al descubrir que, a diferencia de su país de origen, en ese continente miembros de su misma raza no se veían reducidos, como en el régimen de apartheid prevaleciente en el sur de los Estados Unidos, al rol de peones agrícolas, sino que, lejos de ello, podían desempeñarse como médicos, enfermeras, pilotos de avión, o, incluso, presidentes. En otras palabras, como si, a semejanza de lo que sucede en Baudelaire, ya no constreñidos por las prohibiciones y limitaciones antidemocráticas de un orden racista, lo que en sus narraciones los activistas estuvieran celebrando fuera la capacidad prodigiosamente metamórfica de un sujeto negro de adoptar miméticamente la serie infinita de roles e identidades que les salen al paso en sus vagabundeos, no por las calles de París, sino por los paisajes poscoloniales de alguna nación africana.
En ambas instancias, lo que es puesto democráticamente en cuestión por la deriva metonímica de los sujetos —su capacidad exuberantemente metamórfica, o, lo que para los efectos de este escrito viene a ser lo mismo, intrínsecamente ‘literaria’ de adoptar en forma mimética todos y cada uno de los roles que le salen al paso— no es otra cosa sino el designio antidemocrático del imaginario estatal, o de constructos como el de la nación, de asignar de una vez por todas a los sujetos a un repertorio restringido de roles definidos de antemano. Roles, es importante añadir, ya no concebidos como máscaras del sujeto, sino como la expresión más rígidamente cabal de su naturaleza, lo que, de una vez para siempre, estos sujetos verdadera y definitivamente serían. Para no alejarnos del tema que nos ocupa, al igual que en la poesía de Baudelaire o en las narraciones de los activistas del movimiento por los derechos civiles, lo que el ‘yo’ impersonal de Ramos Sucre en su deriva metamórfica de uno a otro poema democráticamente pone en cuestión es la pulsión antidemocrática del archivo republicano, tan sagazmente analizado por Juan Cristóbal Castro, empeñado en asignar a los sujetos de la nación el destino melancólico de ser las pálidas copias o reflejos en un mundo irreparablemente caído del Libertador, para siempre instalado en un panteón inaccesible.
Para terminar, cabe en este momento preguntarse por la naturaleza de las invenciones que resultan de las “intervenciones” analizadas por Juan Cristóbal Castro. Para apelar una vez más a Derrida, ¿serán estas invenciones de lo “posible” o de lo “imposible”? (Derrida, Acts of Literature, pp. 339-340). En las primeras, las de lo posible, la otredad seria retornada a la semejanza de tal manera que nada, en efecto, sería verdaderamente inventado (ibid: 339). Me viene aquí a la memoria el episodio donde Aquiles sacrifica ante sus tropas a la esclava Briseida, en el poema de Ramos Sucre “El Sacrificador”. No registrado en La Ilíada y fruto exclusivo de la imaginación de Ramos Sucre, en El sacrificio de la página se insinúa la posibilidad de que la invención de este episodio obedecería a la intención deliberada del poeta de criticar la misoginia implícita en el archivo heroico republicano. Paradójicamente, según Derrida, este tipo de invención “no inventa nada”, ya que en esta interpretación el episodio del sacrificio simplemente sería una ilustración o confirmación de la noción de misoginia que el poeta ya poseería de antemano. Si bien esta interpretación tiene la virtud de investir a Ramos Sucre con el título de ‘héroe cultural’ enfrentado al ‘heroísmo marcial’ del archivo republicano (p. 11), en un sentido más general, las dos nociones estarían inscritas en un mismo imaginario heroico, con todo lo que ello supone de negación de la democracia como logro cotidiano de toda la ciudadanía en los espacios sociales e institucionales más diversos. Para tener una idea de lo que aquí está en juego, basta señalar la complicidad de la noción de heroísmo civil con el tipo de régimen de notables que desde hace ya bastante tiempo se ha alternado cíclicamente en la historia política del país, con una serie de regímenes más decididamente populistas y autoritarios articulados en torno a la figura de Simón Bolívar. De diferentes maneras y con distintas implicaciones, ambos regímenes le niegan la ciudadanía efectiva a vastos sectores de la población.
Pero, a diferencia de aquellas de lo posible, las invenciones, de acuerdo a Derrida, también pueden ser de lo imposible (Derrida, Acts of Literature, p. 340), en cuyo caso, el “otro” no es descubierto, sino que se hace posible su llegada por una actividad de desestabilización y apertura del lenguaje que abre o deslinda los ‘lugares’ en los que ese “otro” puede que intervenga o que no intervenga. Bajo esa luz, el significado del episodio del sacrificio de la esclava Briseida no se agotaría en su consideración como expresión de la intencionalidad deliberada de Ramos Sucre de criticar el carácter misógino del imaginario heroico republicano, por así decirlo, desde afuera, en tanto autor soberano y autónomo que, como tal, antecedería a sus obras. Más allá del elemento de verdad que pueda haber en esta interpretación, ese episodio también puede ser visto como uno de esos ‘lugares’ que el poeta despeja en su poesía, para que, en toda su energía disruptiva, la otredad pueda arribar de improviso. Visto de esa manera, el sacrificio de la esclava Briseida sería un lugar entre otros en la poesía de Ramos Sucre, donde, más allá de la capacidad autoral del poeta para controlar el significado de lo que escribe, el ‘archivo fantasmal’ republicano irrumpiría, en toda su violencia fundacional, en la superficie misma del poema. Es precisamente en esos momentos en los que la poesía de Ramos Sucre se mostraría capaz de develar, más allá de las intenciones de su autor, el sustrato de violencia, misoginia y machismo que, sin ser necesariamente reconocido, sin embargo, subyacería en todo momento como un sustrato excesivo e inadsimilable no solo al ‘archivo institucional’ sino a los sujetos constituidos por éste, Ramos Sucre incluido. A diferencia de la interpretación del sacrificio de Briseida como instrumento deliberado del autor para la crítica desde afuera del archivo republicano, la interpretación de este episodio como ‘lugar’ despejado por las operaciones retóricas y discursivas de Ramos Sucre no solo no presupone ningún autor soberano, sino que, en toda su vulnerabilidad, expone a este autor a una otredad excesiva que deconstruye su soberanía. Considerado como “lugar’ para posibilitar la invención de lo imposible, el episodio efectivamente pondría en escena la deconstrucción tanto del autor como del archivo republicano por la irrupción de una otredad excesiva e inasimilable que resalta el hecho de que, como dijera Freud, “nadie es señor en su propia morada”.
La fuerza del análisis que Castro nos propone en El sacrificio de la página reside, entre otras cosas, en el hecho de que no nos obliga a escoger entre las dos alternativas, (sujeto soberano o sujeto deconstruído/reconstituido por aquello que escribe), sino que muestra a ambas como posibilidades que siempre están presentes en el movimiento mismo de la escritura ramosucreana. Todo tiene que ver, pienso yo, con el método que Castro adopta para explorar la obra poética de Ramos Sucre. Frente a lecturas ideológicas empeñadas en desentrañar las “creencias” y motivaciones implícitas en esa obra (p. 207), Castro nos invita a prestar atención al movimiento mismo de la escritura como terreno donde, más allá de las intenciones del autor, de sus pretensiones de soberanía discernibles aquí y allá en su poesía, “algo está sucediendo (…) que busca intervenir sobre una realidad discursiva bien recurrente” (p. 37). Entendido como lugar por excelencia de lo literario, como práctica que “se introduce en textos y contextos sin pedir permiso por su paso que sirve como prótesis momentánea del amputado cuerpo del sujeto nacional” (p. 268), ese terreno de la escritura es intrínsecamente democrático. Por todo lo dicho hasta ahora, ese terreno es, en las palabras de Castro, el espacio donde se realiza la democracia como “comunidad inoperante, una práctica heterogénea de escrituras abiertas”. Nunca como ahora ha sido tan urgente identificar, explorar y reivindicar los espacios en el país donde la “comunidad inoperante” de la democracia puja por abrirse paso frente a los dictados y las limitaciones del archivo republicano y las nociones extraordinariamente prohibitivas de ‘pueblo’, ‘sujeto’ y ‘nación’ que éste vehicula. En el libro pionero de Juan Cristóbal Castro se da un paso decisivo en esa dirección.
©Trópico Absoluto
Textos citados
Castro, Juan Cristóbal. 2020. El sacrificio de la página. José Antonio Ramos Sucre y el arkhé republicano. Leiden: Almenara.
Derrida, Jacques. 1996. Passions de la Literature: Avec Jacques Derrida. Paris: Galilée, p. 28.
Derrida, Jacques. 1992. Acts of Literature. Edited by Derek Attridge. New York and London: Routledge.
Rafael Sánchez estudió sociología en Ecuador y Venezuela. Completó sus estudios (BA) en la Universidad de California (Santa Bárbara). Máster en Antropología (Universidad de Chicago), doctor en Antropología (Universidad de Ámsterdam). Ha sido docente en el Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe de la Universidad de Nueva York (2007-11) y en el Amsterdam University College (2011-15). En la actualidad es docente en The Graduate Institute Geneva. Sus publicaciones se centran, entre otros temas, en la religión, los medios de comunicación, la política, el populismo y la mediumnidad espiritual. Su libro Dancing Jacobins. A Venezuelan Genealogy of Latin American Populism, fue publicado por Fordham University Press en 2016.
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