Balance de una pasión. Ideas para entender las representaciones de Eva Perón
Las últimas décadas han visto aparecer en toda la geografía política del globo figuras con marcadas tendencias populistas. Del norte al sur, de la izquierda a la derecha, nadie parece estar hoy a salvo de esta terrible enfermedad que carcome las democracias. De allí la importancia de este estudio de la historiadora María Elena González Deluca (La Pampa, Argentina, 1941), quien se acerca a uno de los fenómenos más singulares del siglo XX latinoamericano, el peronismo, y su figura emblemática: Eva Duarte de Perón. Conocida en la Argentina popularmente como Evita, su rostro reapareció como modelo y emblema de la pareja Kirschner. Todo un síntoma en un país que, tal vez como ningún otro, ha alimentado de forma extendida el culto y la devoción popular hacia figuras sacadas indistintamente de la política, la cultura y el deporte.
Próximo el setenta aniversario de la muerte de Eva Perón, todavía su imagen tiene una presencia muy viva en Argentina. Sin embargo, ya no provoca el desbordamiento de emociones que en su momento fanatizaba a sus seguidores y detractores. Tal vez sea tiempo, entonces, de hacer un balance de su significado.
Corrían los años finales de la década del setenta cuando, al tiempo que la sombría experiencia de una feroz dictadura militar de derecha identificaba a la Argentina, el país adquiría una renovada notoriedad mundial por ser la cuna del personaje central de la obra musical Evita, estrenada con gran éxito en las grandes ciudades del mundo anglosajón. El nombre y la sonrisa congelada de Evita en carteles fijados en los autobuses paseaban por las avenidas de Londres y Nueva York, una imagen tan extravagante para la gente de esas ciudades, como lo era escuchar por todas partes No llores por mí Argentina, que despertaba en muchos exiliados el recuerdo melancólico o terrible de un pasado insistente.
El fantasma de Eva Perón reaparecía en esas ciudades, tan lejanas física y emocionalmente de su lugar de origen, para darle un toque de popularidad mediática, justo cuando Argentina enfrentaba uno de sus momentos más amargos. Paradójicamente, las tribulaciones argentinas eran en buena parte manifestación del interminable enfrentamiento entre los enemigos de Eva, el antiperonismo tan alucinado como ella misma, y sus multiplicados seguidores, o una fracción de ellos, movidos por el mito de su figura como representación colectiva de unos ideales de justicia social. Eran los que agitaban la bandera de Evita montonera, herederos del odio que su fulgurante paso por la política alimentó contra sus enemigos reales o figurados. La cara irónica de la vida removía de distintas maneras las brasas de la historia.
No hay una explicación fácil para el extraño fenómeno de popularidad mundial y para los años de fascinación colectiva por este personaje de importancia estrictamente local, convertido en tema musical y fílmico. ¿Por qué Andrew Lloyd Webber y Tim Rice la escogieron como tema de su musical destinado a un público nada familiarizado con el personaje? ¿Qué importancia podía tener la representación teatral de Evita, cuando sólo a los argentinos les interesaba la suerte de su trajinado cadáver que, por cierto, ya descansaba entonces en el panteón familiar después de tantas peripecias? ¿Por qué el éxito teatral, por qué tanto interés en la película “Evita”, más allá del fenómeno publicitario y comercial?
Las respuestas probablemente tienen menos relación con el personaje, que con la avidez por temas insólitos de las fábricas de entretenimientos. Lo que sí parece indiscutible es que la representación de Evita como imagen de feria tiene poco que ver con la representación, o representaciones, de Evita en la historia argentina posterior a su muerte.
I. Una identidad controvertida y percepciones cambiantes
La polémica sobre la persona de Eva Perón y el significado de sus distintas representaciones es una cuestión no resuelta a casi siete décadas de su muerte, si bien hoy no es tema de debate político y tampoco tiene la pasión de hace unos años. Sin embargo, es contenido recurrente en el discurso peronista que se define como revolucionario, y asoma, con tonos atenuados y casi exclusivamente en clave de interés intelectual, en torno a la pregunta ¿quién fue?. Las respuestas, que también pueden escribirse entre signos de interrogación, resumen la controversia: Una mujer humilde que enfrentó un mundo adverso; una pobre mujer empujada al mal camino por una sociedad intolerante y excluyente; una resentida social que se prostituyó para acceder al poder y vengar viejos agravios; una trepadora ambiciosa y oportunista; una auténtica líder popular que empleó el poder para llevar la justicia social a los humildes; una santa y abnegada mujer, víctima de la injusticia; una adelantada de la mujer en la política de la época, o sólo un mito.
Los nombres con que fue conocida son expresión de sus propios cambios y de la polémica que acompañó su vida y la siguió después de muerta. Eva María Ibarguren, luego Eva María Duarte, cuando empezó a usar el apellido paterno; Eva Duarte, su nombre como actriz, la señorita Duarte; María Eva Duarte; Doña María Eva Duarte de Perón, su nombre oficial de casada, que simplificado en su vida política al más sonoro Eva Perón, o Evita, su nom de guerre. Y, por último, María Maggi de Magistris, el nombre falso inscrito en la lápida de su tumba del Cimiterio Maggiore de Milán, donde fue enterrada secretamente en 1957 hasta que el cadáver fue exhumado en 1971. Sin olvidar las expresiones que la aludían: “la dama de la esperanza”, “la madona de los humildes”, “ el hada maravillosa”, “la jefa espiritual de la nación”, “la señora”; “esa mujer”, “esa señora”, o “la esposa del presidente” como escribía la prensa conservadora que no la nombraba, o a veces lo hacía llamándola “la actriz Duarte”, y otras veces en forma más dura e insultante [1].
Tantos nombres no impidieron que durante muchos años no tuviera ninguno. El golpe militar que derrocó a Perón, en 1955, no abrió paso a una democracia con futuro, sino a un tiempo demasiado largo, de fuerte represión y violencia política. Los gobiernos electos de Arturo Frondizi y Arturo Illia, entre 1958 y 1966, no pudieron sostenerse ante las presiones militares y la democracia fue enterrada sin haberla recuperado nunca. Con los partidos políticos ilegalizados y el Congreso cerrado, los militares gobernaron hasta los ochenta, con una corta intermitencia. Empeñados siempre en una meta central: eliminar el peronismo y cualquier manifestación política contaminada por ideologías de izquierda. El movimiento peronista fue proscrito desde 1955 y también los nombres de sus líderes, lo que dio impulso a la militancia clandestina y a la violencia. No sólo desapareció el cuerpo de Eva Perón, también su nombre que no se podía pronunciar o mencionar.
Lo que sí parece indiscutible es que la representación de Evita como imagen de feria tiene poco que ver con la representación, o representaciones, de Evita en la historia argentina posterior a su muerte.
Al inicio de los setenta, la frustración por años de represión y fracaso económico y la violencia exacerbada llegaron a un límite, tal que dentro del régimen militar ganó terreno y se impuso un sector abierto a una alternativa electoral. El peronismo recuperó su identidad como opción política, que fue apoyada por amplios sectores de la izquierda y la centro izquierda no peronista, incluso, insólitamente, por antiguos detractores, o sus descendientes. En esas condiciones, las elecciones de 1973 llevaron el peronismo nuevamente al poder. Perón regresó al país definitivamente y ejerció la presidencia por unos meses hasta su muerte en 1974.
Para el peronismo más radical, el de los montoneros con una militancia violenta comprometida con el viraje hacia la izquierda revolucionaria, según el ejemplo cubano, este nuevo momento significó más libertad para su propia lucha. Surgió entonces una imagen reinventada de Evita, sin dejar de ser la abanderada de los humildes, volvió a la luz pública con renovado vigor, “Evita vive” decían los graffitti. Pero, revivió como la mujer dura, que esgrime el látigo contra los enemigos del pueblo, el ángel vengador.
Esa imagen era más afín a los ideales revolucionarios que la del envejecido Perón, claramente opuesto al movimiento montonero. Era un tiempo, además, en que el rechazo al relato del país modelado a la europea, encabezado por la militancia de izquierda, estaba cambiando la percepción interna del país, Argentina se latinoamericaniza. Eva Perón pasó, así, a ser entendida como representación de lo latinoamericano en la política. El perfecto mito movilizador, que venía a complementar la imagen emblemática del Che Guevara.
En otro nivel, hay que señalar que el interés por el personaje se comenzó a manifestar también entre intelectuales argentinos respetados. En contraste con el desprecio de la intelectualidad argentina en vida de Eva Perón, recíproco por lo demás, un cuarto de siglo después de su muerte se convirtía en tema de la literatura culta y en objeto de investigación histórica y sociológica. Ese cambio no puede separarse de otro, el de la legitimidad que cobraron como temas de estudio los fenómenos asociados con las ideas, las ideologías y las representaciones populares, en contraste con la indiferencia o el rechazo de años anteriores en medios universitarios. Visto desde otra perspectiva, el interés por Eva Perón podría relacionarse con una interpretación del personaje como expresión adelantada del postmodernismo político, que cuestiona los estilos del liderazgo tradicional y da la bienvenida a los personajes que llegan a la política por caminos poco ortodoxos. En ese sentido aparece como una figura muy actual.
Entre los argentinos, que suelen polemizar sobre las representaciones de episodios y personajes del pasado (Rosas, Sarmiento, Roca, Yrigoyen) con la pasión que levantan los temas del presente y que tienen muy arraigada en la psicología colectiva la fascinación por los muertos célebres, las distintas percepciones de la figura de Eva Perón no han sido ajenas a los cambios en los modos en que la sociedad argentina, o sectores de ella, se piensa a si misma.
Para los herederos del antiperonismo, y para los que guardaron distancia en su momento, el antagonismo o las reservas hacia el personaje se transformaron en objeto de interés intelectual como una forma de elaborar el rechazo al peronismo, distante de la condena visceral de años atrás. En medios intelectuales, algunas representaciones de Evita en estudios biográficos y ensayos novelados, son manifestación de la necesidad de explicar- exorcizar el fenómeno de su exaltación por la izquierda radical, como encarnación de la Argentina inculta que perturbó, tal vez para siempre, la imagen de la Argentina culta, racional, europea o europeizada. Evita fue como una daga en las entrañas del viejo mito de la civilización triunfante. Este es un ejercicio que tiene tradición en Argentina, basta recordar la invocación a Facundo Quiroga, con que Domingo Faustino Sarmiento abrió su estudio del caudillo en el siglo antepasado: ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo…[2] .
Es interesante observar que algunas de las biografías escritas en Argentina transmiten algo del sentimiento de ofensa que provocó en la clase media y alta el paso de Eva Perón por la política. En un trabajo como el de Alicia Dujovne Ortíz se lee un registro cuidadoso y largos comentarios sobre las pifias de Eva en actos oficiales, sus faltas al protocolo, a la elegancia sin excesos en el vestir, o a las buenas maneras, que pueden leerse como una disculpa pública al mundo por la visita de ese personaje sin clase, ostentoso y enjoyado a la Europa empobrecida de posguerra en 1947 [3]. Es como dejar sentado que esa representación oficial no correspondía al nivel cultural de los argentinos; que entre éstos tampoco habían faltado las burlas al conocerse episodios bochornosos como llamar “Plaza de Occidente” a la “Plaza de Oriente” de Madrid, o su saludo al público llevando una ostentosa capa de piel en una calurosa mañana de julio madrileño, o la falta de interés por visitar el Louvre, o su confesión de que la opera le aburría.
Cualquier análisis del fenómeno Eva Perón, debe comenzar por precisar su naturaleza específicamente argentina. No obstante su fama, no es un personaje universal, con el que otras sociedades puedan identificarse. Tampoco podría ser emblema del feminismo actual, aunque haya sido una de las mujeres de más notoriedad en la política de mediados del siglo pasado. Es, además, una figura propia de un tiempo en que los valores de una sociedad rígida y tradicional mostraban un vigor que unas décadas después comenzaría a declinar. Evita surgió pese a la matriz cultural y a las condiciones históricas de la Argentina de esa época, y también por esas mismas condiciones particulares.
II. El país de los oligarcas
Hasta 1930 Argentina fue, tal vez, la mejor expresión del plan que se forjó en el siglo XIX alrededor de la ilusión del progreso como superación de la América hispana, mestiza, india, negra y atrasada. Ese plan era similar en toda América: la suma de inmigración, ferrocarriles, capitales, todos procedentes de Europa, combinada con un proyecto de educación pública de amplio alcance y un plan de modernización, debía arraigar los valores de la cultura europea y, por lo tanto, provocar una transformación radical. Este era el progreso. Sarmiento lo expresaba en el famoso dictum: la civilización debe vencer a la barbarie. La barbarie tenía su lugar en el medio rural, donde vivían los restos de una población india en extinción y el gaucho mestizo, indiferente a la atracción del progreso. La civilización era la ciudad, Buenos Aires, donde predominaba la población blanca, que vivía, comía y se vestía a la europea; era la ciudad que vivía de cara a Europa, esperando el momento en que no tuviera que esconder la barbarie rural, que finalmente extinguió con las armas.
En ningún otro país de América Latina este esquema dio mejores resultados que en Argentina, o más precisamente, en Buenos Aires, donde se concentró la riqueza de las exportaciones de ganado y cereales. Los dueños de esa riqueza, la oligarquía, hicieron un esfuerzo por hacer realidad el sueño de ser parte de lo mejor de Europa en América, y reconstruyeron la ciudad como un refugio a imagen y semejanza de las ciudades europeas donde pasaban largas temporadas en gran estilo. Ese sueño fue adoptado no sólo por las familias dueñas de la tierra, sino por gran parte de la poderosa clase media que fue surgiendo en las ciudades con la expansión de la educación, la burocracia de gobierno y las actividades mercantiles.
La Argentina de las primeras décadas del siglo XX vivió como si fuera realidad la fantasía de creerse un pedazo de la Europa culta incrustada en la América oscura. Buenos Aires representaba la mejor expresión de la acortada distancia entre el modelo y la realidad. Con sus edificios de muy buen estilo europeo, su población predominantemente blanca que seguía la última moda, cumplía con tradiciones como la hora del té, se divertía, leía y se informaba según el gusto y las normas europeas. Buenos Aires era el mayor orgullo de esa sociedad.
El proyecto modernizador otorgaba al Estado un papel central en el objetivo de moldear esa nueva sociedad a través del control de la educación, que regulaba el acceso de la población a nuevas oportunidades. Este proceso era vigilado por la iglesia católica que velaba por la difusión y observancia de la religión oficial, cuyos valores y código de conducta eran seguidos en forma rígida, al menos las formalidades exteriores, por las grandes familias y la clase media.
Las transgresiones a esos valores, cuando trascendían, recibían tanto la sanción moral como las establecidas por normas institucionales. Las relaciones de pareja fuera del matrimonio y los hijos fuera del vínculo legal eran motivo de reprobación, que generalmente recaía sobre la mujer pecadora y sus hijos, no sobre el padre. La condición de ilegitimidad aparecía en los certificados de nacimiento, hasta que fue eliminada en gran parte por gestión de Eva Perón, siendo ella misma nacida de un vínculo sin sanción legal. Las escuelas pedían el certificado de matrimonio de los padres del niño, la carrera militar no aceptaba a los hijos ilegítimos, y éstos tampoco llegaban a los más altos cargos públicos, o si lo hacían no se publicaba esa condición [4].
La única familia respetada era la familia decente, es decir legalmente constituída, que vivía en una vivienda decente, con un padre de familia responsable de su mantenimiento (no era bien visto que la madre trabajara fuera), que también cumplía con sus obligaciones cívicas, que respetaba la ley, que enviaba sus niños a la escuela y que jamás tenía cuentas pendientes con la justicia o con la policía. En suma, el jefe de familia socialmente reconocido era también un buen ciudadano [5]. Había poca tolerancia y comprensión hacia los que desconocían esas normas o que daban la impresión de no respetarlas, sobre todo si eran mujeres. Para una mujer de clase media, o que pasaba por tal, las exigencias de comportamiento no admitían mucha libertad. Si vivía sola en la ciudad o no vivía en familia, si frecuentaba relaciones masculinas, puesto que era impensable que un hombre y una mujer tuvieran una relación que no fuera amorosa o sexual, si salía muy maquillada, se teñía el pelo o vestía muy llamativamente, sólo podía esperar ceños fruncidos y comentarios malévolos.
Era una sociedad bastante rígida y conservadora, aunque las mujeres de la alta burguesía practicaban con discreción, y no siempre, unas cuantas libertades. Muy por debajo de la clase alta y de la gran franja de la clase media estaban los trabajadores urbanos o los rurales recién llegados a la ciudad, los “cabecitas negras” o “los grasitas” de la era peronista (grasas para los antiperonistas), cuyo comportamiento no contaba demasiado para las familias decentes. Era gente que vivía en un mundo distinto y mientras no pretendieran invadir otros espacios podían vivir como quisieran, que generalmente era como podían [6]. La movilidad social era muy baja y lenta y las barreras sociales funcionaban. Los trabajadores y su familia vivían fuera del centro urbano, si acaso en los conventillos de la ciudad, o en el interior; se vestían con ropa que identificaba su condición social, porque la moda de la clase alta no llegaba a las tiendas de los pobres, que tampoco buscaban frecuentar los lugares propios de la burguesía, donde se hubieran sentido totalmente fuera de lugar. También hablaban distinto, hasta caminaban y se movían distinto. En suma, lucían distintos.
La política, pese al sufragio universal masculino aprobado en 1912, era el coto más o menos exclusivo de los hombres de la oligarquía y de la clase media que gobernó, sin controlar el poder, a través del Partido Radical entre 1916 y 1930. Pero la clase media estaba dispuesta casi siempre a complacer a los dueños de la riqueza, sobre todo cuando se trataba de mantener en su sitio a los sectores populares, a los que también despreciaba, tal vez más porque económicamente temía llegar a confundirse con ellos. Bajo el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen ocurrieron violentas represiones del movimiento obrero y no hubo mayores cambios sociales en estos años, pese a las comentadas simpatías del presidente por los humildes.
El voto femenino era sólo una aspiración que movilizaba a grupos de mujeres de la burguesía y la clase media, sin encontrar apoyos decisivos en el poder. La ausencia de mujeres en los actos electorales y en los cargos públicos era normal en esa época en casi todo el mundo. En Argentina, las mujeres tampoco figuraban mucho en el mundo social de la política, a las esposas de los presidentes y altos funcionarios se las veía en muy pocos actos públicos, salvo uno que otro muy importante y en los actos de caridad social.
Fotografías como las que pueden verse en sociedades con estructuras sociales menos rígidas, como la venezolana, que muestran al dictador Juan Vicente Gómez rodeado de mujeres y niños en ocasiones sociales, eran infrecuentes en Argentina; las historias familiares de los presidentes casi no trascendían al público. Bajo las presidencias de Yrigoyen, que ejercía su segundo mandato en 1930 al ser derrocado por un golpe militar, casi no se veian figuras femeninas en actos oficiales. Yrigoyen era un político austero, moralista, reservado, nunca pronunciaba discursos públicos, no hacía vida social, no se le conocían afectos, vestía siempre de negro y no era amigo de las fotografías, ni de las comodidades de la vida; no era casado, ni convivió con las mujeres que le dieron varios hijos quienes, por supuesto, no figuraban públicamente ni eran mencionados [7]. Los funcionarios de gobierno raramente aparecen fotografiados con mujeres en esos años[8].
Entre 1930 y 1945, dominado el país por el fraude, los gobiernos conservadores y los militares, la política seguía siendo asunto de hombres. Esos quince años sin participación democrática, sin partidos políticos, excepto los autorizados, afirmaron la tradición autoritaria, que era parte de la cultura del país. Por otra parte, en el contexto de una cultura urbana que había alcanzado en unas décadas una fortaleza particularmente destacada, las mujeres de clase media comenzaban a ejercer algunas libertades en su estilo de vida y manifestaban públicamente exigiendo el voto femenino. Pero el territorio de la mujer seguía siendo el hogar y los hijos, donde ejercía un mando sin cuestionamientos.
Si bien el patrón de los valores tradicionales seguía vigente, la sociedad estaba cambiando sensiblemente. En los treinta la economía de exportación ganadera y agrícola entró en crisis y comenzó a crecer la actividad industrial. Una consecuencia de esto fue un fenómeno social clave para entender el peronismo y el papel politico de Eva Perón. Los trabajadores rurales comenzaron a desplazarse en gran número a las ciudades y el sector de los obreros industriales se expandió notablemente, al tiempo que aumentaba la capacidad de presión gremial. A comienzos de los cuarenta, el sindicalismo, con fuerte influencia socialista y comunista, y los conflictos sociales latentes, ya se percibían como una amenaza al estado de cosas dominante.
…cuando Perón fue obligado, en octubre de 1945, a renunciar a sus cargos de vicepresidente, ministro de guerra y ministro del trabajo y previsión social, (…) la otra Argentina, la popular, la de la masa obrera, salió a la calle y se adueñó de la situación. Desde entonces esa masa popular fue un factor de poder decisivo, controlado por el peronismo.
Fuera por sensibilidad social o por olfato político, o por las dos cosas, la preocupación por la política social comenzó a manifestarse en los gobiernos militares, todos con raíz en el golpe de estado de 1943, en los que Juan Domingo Perón tuvo una figuración prominente. Perón era uno de los fundadores de la facción militar que encabezó el golpe, el Grupo Organizador y Unificador (GOU) que después pasó a llamarse Grupo Obra de Unificación, fuertemente nacionalista, anticomunista y con simpatías por los regímenes del fascismo y el nazismo que dominaban en Europa [9]. En los gobiernos militares de esos años Perón tuvo responsabilidades, particularmente en materia de política laboral, a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión que pasó a ser Ministerio por iniciativa suya. En esa actividad, Perón se dio a conocer entre los obreros y comenzó a echar las bases de su liderazgo popular, gracias a medidas que atendían las demandas de ese sector y les reconocían algunos derechos.
Así es que cuando Perón fue obligado, en octubre de 1945, a renunciar a sus cargos de vicepresidente, ministro de guerra y ministro del trabajo y previsión social, por facciones militares contrarias que lo pusieron preso en la isla Martín García, en el Río de la Plata, la otra Argentina, la popular, la de la masa obrera, salió a la calle y se adueñó de la situación. Desde entonces esa masa popular fue un factor de poder decisivo, controlado por el peronismo.
Ese contraste entre las dos Argentinas quedó registrado en 1945, en las fotografías de dos grandes manifestaciones públicas separadas por menos de un mes. La primera, del 19 de septiembre, retrató la enorme marcha por la Constitución y la Libertad, en la que miles de manifestantes de los partidos conservadores, radical, de la democracia cristiana, socialistas y comunistas desfilaron por las calles de Buenos Aires en celebración de la derrota del fascismo y contra el gobierno militar, cuyo compromiso antifascista de última hora no era claro[10]. Predominaban los hombres, todos blancos, de rasgos europeos, con traje y corbata, muchos con sombrero; las mujeres de sobria elegancia con sus tailleurs, bien peinadas, unas con sombreros a la moda, marchaban cantando el Himno Nacional y la Marsellesa, con banderas argentinas y grandes retratos de José de San Martín [11].
Semanas después, el 17 de octubre, una multitud de trabajadores se concentró desde la mañana en la Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno, pidiendo la liberación de Perón, que finalmente, fuera de la prisión en Martín García, habló bien avanzada la noche a los manifestantes que no se habían movido del lugar. Fue un día de calor intenso, sin transporte público, por lo que llegaban sudorosos, caminando, en bicicletas, en camiones. El registro fotográfico muestra grupos desordenados de hombres, mujeres y niños, unos trepados en el monumento a Manuel Belgrano, y en primer plano muchos refrescándose, con los pies sumergidos en la fuente de la plaza, los pantalones subidos hasta las rodillas, en mangas de camisa, o sin camisa (los descamisados), gente diversa, claramente humilde, sostenían banderas, gritaban consignas y hacían sonar bombos con gran estridencia [12]. La representación de la Argentina modelada a imagen y semejanza de Europa comenzaba a desvanecerse.
III. De Eva Duarte a Evita
El mundo cambiaba visiblemente desde hacía unas décadas y no sólo en Argentina. En la política tal vez el signo más visible del cambio se apreciaba en una conducción de contenido personalista de nuevo cuño. Dirigentes, disímiles entre sí y en cuanto a su signo político, unos no tanto, que construían fuertes y efectivos liderazgos populares con base en recursos personales que conectaban con el pueblo y, mediante respuestas oportunas, también oportunistas, a los problemas de su tiempo. Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos, Benito Mussolini en Italia, Adolf Hitler en Alemania y Juan Domingo Perón en Argentina. Surgía el fenómeno variopinto del populismo, diferente en su orientación del movimiento que comenzó a formarse en Estados Unidos, en los años 1860, y se extinguió a principios del siglo pasado, y un poco menos distante del populismo ruso de fines del siglo XIX.
Esto indica que Perón, el líder carismático, hábil en el uso de recursos discursivos que le llegan a la gente, que ofrece a través del discurso engañosas o reales satisfacciones, el personaje que gana la confianza de buena parte de la sociedad en momentos críticos y despierta entusiasmo en grandes multitudes, es un fenómeno que tiene parangones. En cambio no hay un fenómeno comparable con el de Eva Perón.
Fue un personaje singular, no simplemente por la circunstancia de que ninguna otra mujer de la época alcanzara la misma prominencia que ella. Otras mujeres, esposas o, al menos, cercanas a gobernantes en ejercicio, han manifestado ambiciones o condiciones personales y, tal vez, hubieran tenido un papel más destacado si las fuerzas políticas, la prensa y la opinión pública no lo hubieran impedido. Pero el liderazgo de Eva Perón surgió y se desarrolló sobre condicionantes específicamente argentinas de la época, que ya hemos mencionado, y que indudablemente ella aprovechó porque tenía ambiciones, tenía talento natural y porque nadie le cerró definitivamente el paso, pese a que los intentos no faltaron.
Éste último es uno de los hechos más notables. Esta mujer cuyo liderazgo nació, según algunos autores, como reacción a tempranas experiencias de caminos que le fueron vedados, no encontró a nadie que le impidiera efectivamente el paso a la política, ni la poderosa oligarquía argentina, ni el muy conservador estamento militar, ni la también muy conservadora iglesia, ni las fuerzas políticas organizadas. Para los militares cercanos a Perón, que no tomaba en serio las críticas, era una insufrible entrometida, mal hablada, vulgar; eran tal vez los únicos que podrían haberle cerrado el paso, lo intentaron pero no con suficiente empeño, tal vez porque al comienzo la subestimaron y después fue tarde. Era subestimada por ser mujer, por no tener preparación ni ideas políticas propias, tampoco la creían capaz, porque nunca antes había mostrado interés en la política y ése era el club exclusivo de los hombres de la élite dirigente y de los que provenían de instituciones reconocidas.
Sólo una minoría femenina reclamaba participación en ese mundo masculino, que siguió siéndolo en la época del primer peronismo. Eva Perón es con frecuencia la única mujer en las fotos tomadas en ocasiones públicas, siempre es la única mujer en las imágenes del balcón de la Casa Rosada y parecía muy cómoda en esa situación. El voto femenino fue aprobado en 1947, una decisión que apoyó y defendió porque el peronismo la promovía, pero que no se debió a su exclusiva gestión, como dice la literatura peronista. Por otra parte, fuera de su posición como esposa del presidente, y más tarde como presidenta de la Fundación Social Eva Perón y del Partido Peronista Femenino, nunca tuvo un cargo político determinado. Sin embargo, era un factor de poder fundamental del peronismo.
En países con una estructura institucional fuerte, con grupos de poder más sólidos y posturas más claras, hubiera sido difícil que alcanzara una posición similar. Eva Braun nunca trascendió el mundo privado de Hitler. Eleanor Roosevelt, con todo y su figuración inusitada, nunca se propuso desarrollar un liderazgo político. No había razón para que ninguna mujer desempeñara, aunque fuera informalmente, funciones que correspondían a los hombres. En todo caso, las visitas de las primeras damas a hospitales, a zonas de desastre, su interés por los problemas sociales le daban un rostro más humano al gobierno, y era aceptado. Pero nada más.
Hay que señalar, por otra parte, que en 1945, por obra de la crisis del orden creado a fines del siglo XIX, el escenario de la política argentina había adquirido una condición de fluidez tal que, si bien no le abría las puertas a las mujeres en las funciones públicas, por lo menos permitió que Eva Perón se colara en la escena. La política comenzaba a volverse un terreno movedizo, el mito de la Argentina europea perdía fuerza y la irrupción de esta mujer puede considerarse, en esa perspectiva, un fenómeno latinoamericano. Así se expresa el estupor de la época en una novela de fines del siglo pasado.
…Y para colmo con esa mujer, Eva, al lado. Diría que es lo que más me molesta. Invalida el concepto de seriedad que puede brindar [Perón] en otros aspectos. Una actriz de bajo nivel. Nadie […] es la típica desvergüenza latinoamericana. Todos los hombres famosos han tenido amantes pero han sabido separar las cosas. Como el placer y el matrimonio… [13].
Es indudable, por otro lado, que en países con un contexto social y moral menos rígido, donde la hostilidad no persiguiera a los hijos ilegítimos y donde no se alzaran barreras sociales con tanta fuerza, hubiera sido extraño que surgiera un personaje con tal rencor y pasión acumulados, suficientes como para motorizar su ascenso al primer plano de la política.
Como todos los liderazgos, el de Eva Perón surgió de la combinación de las particularidades del momento histórico y de sus especiales condiciones personales. Era una personalidad poco cultivada, su educación formal era muy básica, no tenía cultura ni tampoco una preocupación muy marcada por adquirirla. Cuando le preguntaban sobre sus preferencias por la música decía «me gusta la música corta”; al preguntarle qué leía, nombraba a Plutarco o Carlyle, que Perón leía y comentaba, en La razón de mi vida también menciona a León Bloy. Como dice Tomás Eloy Martínez …»Prefería confiar en la sabiduría infusa»… [14]. Pero tenía una notable intuición para la política; aprendió muy rápidamente a desenvolverse con gran eficacia en lo que hacía, a moverse en los círculos oficiales, y desarrolló dotes de líder: la capacidad para acercarse a la gente, para improvisar largos discursos ante cientos de miles de manifestantes, para gesticular en los actos de masas. Su experiencia como actriz, aunque no fuera destacada, la ayudaba. El salto a la política tal vez no fue tan espectacular como lo señala la versión oficial, que le atribuye una extraordinaria e inexplicable capacidad de movilización de masas que reinstaló a Perón en el poder, el 17 de octubre de 1945, pero el suyo fue un liderazgo construido meteóricamente desde la nada, en términos políticos.
Hasta fines de 1945 fue la actriz, amante de Perón desde hacía poco más de un año, y fuera de un pequeño círculo, era sólo reconocida por sus poses insinuantes en traje de baño, con la melena oscura hasta los hombros, en las portadas de revistas de la farándula local, también era popular entre las mujeres que escuchaban radioteatro y los que seguían sus trabajos en el cine. Esa fue la primera representación del personaje para muchos argentinos, y para los antiperonistas que machacaban esa imagen: una actriz de tercera, «la actriz Duarte». Eva Perón no existía aquel 17 de octubre, ni civilmente (se casó con Perón en diciembre de 1945 o principios de 1946), con 26 años, ni tenía figuración política, ni liderazgo. Su papel político apenas comenzaba en 1947, cuando viajó sola a Europa en plan de gran personaje oficial, y se definió a partir de 1948. En 1952, la muerte puso fin a esa historia y comenzó otra, la de su sombra que alimentó el mito. Su historia como líder política comenzó y terminó en poco más de cinco años [15].
Eva Perón llegó al poder de la manera más convencional, del brazo de su hombre, como amante primero y luego esposa del presidente, como primera dama, aunque muchos sospecharan que representaría ese papel de manera muy poco convencional. Venía de un mundo ajeno a la política y sin ningún atributo de poder. Entre 1945 y 1947 Perón era el único líder reconocido. La prensa comenzó a registrar sus actividades oficiales refiriéndose a ella como la Sra., o Doña María Eva Duarte de Perón, o como siempre la llamaba el periódico de oposición La Nación, «la esposa del Presidente de la Nación». Nadie la mencionaba todavía como Evita.
En un primer momento, la frecuencia de sus apariciones en actos públicos y giras por el país sorprendía, porque el país nunca había visto una primera dama en actos públicos, y menos una tan joven y tan notoriamente efusiva. Su contacto directo con los obreros y con gente del pueblo comenzó por encargo de Perón que, como Presidente, ya no podía atender directamente a las delegaciones sindicales y a la gente que desfilaba interminablemente por su oficina para plantearle sus problemas y hacerle peticiones de empleo, vivienda, medicinas, juguetes. Su esposa era la única persona en quien Juan Perón confiaba para mantener ese contacto directo, que era un procedimiento muy eficaz de controlar el movimiento y de crear vínculos sensibles. Eva tenía como tarea escuchar, a veces sugerir soluciones, e informarle a Perón sobre los asuntos que atendía. En el primer año de gobierno se dio a conocer entre los obreros que no la rechazaron (aunque los viejos sindicalistas sí), la aceptaban como parte de los cambios del gobierno en su relación con los trabajadores. Estaba aprendiendo. En 1947 hizo el famoso viaje a Europa, donde fue recibida casi con honores de jefe de Estado. Y al regreso, ya más segura, comenzó su trabajo con una dedicación fanática.
Ella misma decía en La razón de mi vida que representaba dos papeles: uno era el tradicional, el de Eva Perón, esposa del presidente, la de las fiestas, las galas, los halagos, los adornos y vestidos lujosos que según decía era un papel que no le resultaba desagradable ni difícil [16]. Es más, tenía la convicción de que si se hubiera mantenido en ese papel la oligarquía la hubiera aceptado [17]. Pero escogió desempeñar otro papel. El que se había construido para servir al peronismo, es decir, a Perón; era el de Evita que establecía el contacto directo entre el gobierno y los sectores humildes, los descamisados, era la intermediaria, un puente entre el pueblo y Perón; entendía su papel como una extensión de Perón, como la sombra de Perón, y como un instrumento, sin duda consciente, de los objetivos del régimen. También sabía que ejecutando ese papel podía trascender, podía ocupar un lugar especial en la historia, no como esposa del presidente, sino por derecho propio [18]. En esta condición adquirió autonomía como líder, y así se hizo más difícil cerrarle el paso cuando fustigaba a los dueños del otro poder, el poder económico y social. Esa representación de Evita, pasional, fanática, implacable con el antiperonismo, fue la que conquistó a los sectores populares. A la oposición no le quedó otro recurso que el desprecio hacia «esa mujer».
esto es lo que constituyó el motor de su acción: se confesó resentida social y lo que en algún momento recibió o sintió como agravio, aunque no reconocía haber recibido agravios de los oligarcas, lo devolvió desde el poder como revancha
La relación de Eva Perón con la sociedad que tenía posición y poder fue siempre antagónica. Irrespetaba sus normas, sus valores, sus códigos, pero no todos, sólo los que ella entendía que apuntalaban una sociedad injusta, el tipo de sociedad que a ella la había discriminado en su infancia y en su primera juventud por no venir de un hogar legalmente constituido y por ser pobre. Y esto es lo que constituyó el motor de su acción: se confesó resentida social y lo que en algún momento recibió o sintió como agravio, aunque no reconocía haber recibido agravios de los oligarcas, lo devolvió desde el poder como revancha [19]. Es justo decir, sin embargo, que por ese camino impulsó reformas sociales y políticas, las que en otros países ya se canalizaban a través de estructuras institucionales. Sobre esto ya no hubo marcha atrás en el futuro, ni siquiera caído el peronismo.
Sus experiencias de vida le sirvieron para representarse a la sociedad de una manera simple, ingenua y amenazante, los malos y los buenos, según la fábula universal. Los malos de un lado, la oligarquía, …»los que se hicieron ricos y poderosos a fuerza de destruir a los demás, a fuerza de la desgracia ajena»; los oligarcas con alma …»egoísta, sórdida, incapaz de nada generoso»….; estos son también los vendepatria, los antiperonistas. «Nada de la oligarquía puede ser bueno», y si es bueno es por equivocación [20]. Atacando a la oligarquía, hostilizando a los ricos, expresaba su «vieja indignación» [21]. Contra los ricos el discurso se vuelve particularmente violento: Dios les hará «pagar todo lo que sufrieron los pobres ¡hasta la última gota de sangre que les quede»; «Muchas veces he deseado que mis insultos [a la oligarquía] fuesen cachetadas o latigazos» [22].
La oligarquía era también la oposición a Perón: los conservadores, los radicales, los socialistas y los comunistas, todos los que se opusieron a Perón en 1946 y formaron la Unión Democrática, para votar por los oligarcas vendepatrias; «De ese pecado no se redimirán jamás», advertía amenazadora [23]. De otro lado estaban los peronistas: los humildes, los buenos, los explotados, los grasitas, los descamisados, el pueblo peronista, capaz de sacrificios, de dar la vida por Perón. El país se dividía en victimarios y víctimas …»yo conozco […] las víctimas que han hecho los ricos y los poderosos explotadores del pueblo, por eso mis discursos tienen muchas veces veneno y amargura»… [24]
Esa visión maniquea encajaba en la elaboración intelectual que Perón había hecho de la doctrina política del régimen: el justicialismo, o la tercera posición, ni socialista ni capitalista, sino una sociedad justa que retribuyera a cada quien según el trabajo y según las necesidades. Pero Eva Perón no teorizaba, repartía. La patria era una gran familia en la que todos pedían al presidente …»que es el padre común»…, y como en toda familia …»los mayores quieren cosas de importancia, los menores piden juguetes»…»Yo elegí la humilde tarea de atender los pequeños pedidos»… [25]. Desde su posición podía actuar usando los recursos del poder. Su respuesta a los problemas sociales era repartir a los pobres, regalarles comida, ropa, viviendas, medicinas, juguetes, enceres del hogar, prótesis, dinero. De esta manera estaba convencida de que devolvía a los pobres lo que les habían quitado injustamente.
Las donaciones, al principio desorganizadas y espontáneas, fueron canalizadas a través de la Fundación Eva Perón, que organizó a partir de su creación, en 1948, los programas de asistencia y de obra social: viviendas, hogares para ancianos y mujeres solas, hospitales, ciudades para los niños, ciudades estudiantiles, programas deportivos, hoteles, programas vacacionales, escuelas, y los tradicionales regalos de navidad y las ayudas a los que desfilaban por su oficina. A partir de estas actividades se fue construyendo su liderazgo y el mito.
IV. Los recursos del liderazgo y la representación del mito
El caso de Evita es paradigmático de los elementos que conforman liderazgos individuales repentinos, propios de sociedades muy polarizadas, con una clase dirigente desprestigiada y sectores populares debilitados, generalmente ofuscados y prestos a dejarse seducir sin mucha resistencia por un discurso cargado de emoción, que explota los resentimientos y los deseos de encontrar culpables. La fuerza de Eva Perón como líder se apoyaba, desde luego, en un discurso de esas características, contradictorio, vehemente, con un empleo más intuitivo que racional de los recursos emocionales Su estilo seguía la mecánica conocida del discurso de barricada: apasionado, sincero, repetitivo, simple, muy expresivo en la gesticulación y, en su caso, insólitamente femenino en la sonoridad, con frecuencia chillona, y en la sensibilidad. Pero el mensaje sólo fue efectivo como herramienta de construcción de su liderazgo porque empleó con acierto otros recursos que le ganaron la adhesión incondicional de la gente.
Veamos:
1. Los donativos sin límite, los recursos siempre disponibles, las peticiones casi nunca negadas o ignoradas, fueron un elemento decisivo. La relación con los pobres, los descamisados, se basaba en el derecho que éstos tenían de pedir y en la obligación que había asumido de dar, aunque los recursos no estuvieran presupuestados. Los fondos no eran un problema porque en el mundo había suficiente riqueza como para repartir entre todos [26]. Incluso, la calidad de la ayuda era generosa, los hospitales, hospedajes y escuelas se construían con criterio que excluía la severidad anterior, había hasta cierto lujo en la dotación mobiliaria, en la decoración. Ella sostenía que las obras para los pobres debían hacerse con criterio de rico.
2. El contacto directo, no sólo verbal, sino físico con la gente, con enfermos, ancianos, niños, era también una pieza central de la estrategia. El acercamiento a los pobres representaba un estilo totalmente diferente de lo que había sido hasta entonces la ayuda social a cargo de las señoras de la alta sociedad que formaban la Sociedad de Beneficencia, encargada de obras de caridad. Además, era en sí mismo un acto que le ganaba adhesión, porque en una sociedad autoritaria donde las jerarquías sociales y políticas imponían una gran distancia era inconcebible que la mujer del presidente se dedicara directamente a atender a la gente y los besara o conversara con ellos.
3. Otro elemento efectivo era la entrega total, casi mística, al trabajo de atender a la gente directamente, de ocuparse de los asuntos de la Fundación, de recorrer los barrios humildes, de visitar hospitales, escuelas, las obras en proceso. Todos los testimonios indican que desarrollaba programas de trabajo agotadores, sin horario.
4. El atractivo físico, el ornamento personal que daba vida a la fábula de cenicienta, demostró ser un recurso efectivo. La elegancia recargada, la apariencia física atractiva y llamativa era parte de la seducción que ejercía Eva Perón sobre la masa peronista que se identificaba con ella. Era la imagen de la mujer de origen humilde capaz de vestirse a la moda, adornarse y cautivar como las mujeres de la oligarquía. Era parte de la revancha contra los ricos, el demostrar que podía despertar admiración y lucir modelos exclusivos como cualquier mujer de la aristocracia; más aún cuando tuvo el privilegio de ser de las primeras clientas de Christian Dior, poco después del desfile inaugural de la casa en 1947. Se destruía así la idea de que los atributos del estilo y la elegancia venían dados por la cuna, por el apellido y la sangre de prosapia aristocrática, consubstanciales con el linaje de la riqueza de vieja data y, por lo tanto, era imposible adquirirlos de otra manera. Para la masa peronista, Eva encarnaba la ilusión de una vida que era el reverso de lo que tenían, y sobre todo la confirmación de que era posible volverla realidad.
Por otra parte, aunque ella lo negara, el lujo de su apariencia era parte de la imagen del poder, de la autoridad que establecía, sin decirlo, la diferencia con los trabajadores. Incluso el pelo teñido de rubio, que acentuaba su palidez, era una manera de diferenciarse de la gente del pueblo. La presencia impecable marcaba su posición superior, de dominio sobre la gente que iba a pedirle o a consultarle, pero a la vez les decía que era capaz de descender para tenderles una mano, como un ángel. Así transmitía la idea de que el poder estaba cerca de los humildes. Vista desde su idea de justicia social, entendida como la ayuda personalizada a través del reparto para atender necesidades, la imagen de opulencia no era contradictoria. Para poder otorgar esas ayudas era preciso contar con recursos. Un pobre no puede ayudar a otro pobre. Eva Perón era consciente de ese recurso del poder. Cuando alguien le mencionaba el contraste entre sus joyas y sus vestidos de firma y la apariencia de la gente humilde que pedía su ayuda, decía que el pueblo debía verla con su mejor aspecto. Sin embargo, su idea de cómo quería verla el pueblo cambió en la última etapa de su vida, cuando comenzó a vestirse y a peinarse con una elegancia muy sobria, completamente alejada de los excesos anteriores.
Algunos testimonios señalan que en la intimidad solía cuidar poco su arreglo personal, lo que refuerza la idea de que la apariencia era parte del espectáculo que el gobierno ofrecía al pueblo para ganar su devoción y su lealtad. No niega esto autenticidad al interés por lo que hacía, pero ella sabía que el pueblo apreciaba mucho más su trabajo por ser alguien que bien podía aprovechar su belleza y su posición para llevar una existencia frívola, pero había escogido dedicar agotadoras jornadas de atención personal a sus «grasitas» y repartir casas, juguetes, enseres, comida, dinero, medicinas. Sólo la oposición reprobaba la intención proselitista de ese dispendio. Para el pueblo peronista la mano cuidada y enjoyada era la misma que acariciaba y regalaba, era el símbolo del poder al servicio de los humildes.
5. La lealtad a Perón, que entendía como un elemento central de la causa peronista, la expresaba con elogios pueriles, a cual más inverosímil y absurdo, en su estilo dramático dirigido a conmover al pueblo. Las frases se repetían machaconamente: todos tenemos en la vida un día maravilloso «para mí fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón», fue «el comienzo de mi verdadera vida»; Perón es la luz de mi vida; «yo he dejado de existir en mí misma y es él quien vive en mi alma… señor absoluto de mi corazón y de mi vida»; «no sabría decir qué amo más si a Perón o a su causa»; «Perón es un maestro maravilloso que me ha enseñado todo lo que sé»; «Perón es la causa y el alma de mi Ayuda Social»; «Perón es el alma de todo lo que he hecho, y de lo que hago y haré bueno y de bien en mi vida»; Perón «nos enseñó el camino de la felicidad y la grandeza»; hemos conocido «la magnífica y extraordinaria nobleza de su alma». Perón «no puede medir su propia grandeza con la vara de su propia humildad». Perón es el Padre, recto y bondadoso, que atiende a la gran familia, que son los pobres. Perón es el tema de las cenas informales con amigos y colaboradores: “¡La única condición [de las conversaciones] es que nadie puede decir una palabra que no se refiera al Líder común!» [27]. Eva se declaraba esclava de Perón, su sombra proclamaba que no concebía el cielo sin él, que trataba siempre de «pensar y de sentir como piensa y siente Perón» y repetía una y otra vez: «soy sólo una mujer, soy una humilde mujer»… «que todo, sí, lo hace por amor. Por el amor a Perón» [28]. Y el discurso sigue así ad nauseaum, todos los temas que aborda pasan por Perón. Ese estilo discursivo manipulador, pobre de contenido, ridículamente sensiblero, risible, repetitivo, tendría hoy, muy probablemente, una disminuida audiencia.
6. La exaltación de su condición femenina constituía un feminismo muy peculiar que no negaba, al contrario, el liderazgo masculino tradicional. La entrega por amor a la causa de un hombre justificaba su existencia de mujer, de allí que se declarara fanática y sectaria de la causa de Perón. Soy, decía, “un apéndice del Gran Conductor”, y pedía a las mujeres del peronismo femenino, las unidades básicas femeninas que promovió para organizar el movimiento, que confiaran ciegamente en Perón. Su discurso predicaba un reforzamiento del rol tradicional de la mujer: el mundo, afirmaba, necesita más hogares unidos y felices, por eso debe haber más mujeres (…) «dispuestas a cumplir bien su destino y su misión. Por eso el primer objetivo de un movimiento femenino que quiera hacer bien a la mujer (…) que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar./ Nacimos para constituir hogares. No para la calle.” [29]
Eva Perón comenzó a representar su mito en vida. Como todos los mitos, éste tiene sus raíces en una realidad cuyos atributos se van modificando en función de las necesidades de ese modelaje. La realidad sobre la que se apoya el mito Evita nace de la adoración y el odio que despertó su persona en los pocos años en que tuvo poder. Así que todavía en vida empiezan a formarse dos mitos: el de la mujer perversa y el de la mujer ángel. Veamos.
• Perversa. El mito de la mujer látigo, castigadora y castradora, lo construyeron y fomentaron tanto la oposición como ella misma. El fanatismo de su devoción a Perón y el odio a la oligarquía, que abarcaba a los ricos y a la oposición política en general, daban a su discurso un contenido violento e incitador a la violencia. Pero no sólo era la violencia de la palabra. En la Argentina del primer gobierno peronista era suficientemente conocido su espíritu vengativo que con frecuencia pasaba a la acción. La oposición la presentaba como una audaz (lo era), ignorante hasta de sus limitaciones, una persona sin clase que cometía toda clase de impropiedades y torpezas en público, una prostituta aprovechada, un personaje maligno, deformada por sentimientos negativos, de revancha, altanera, que se aprovechaba de su posición para comprar el apoyo de la gente y condenar sin piedad a los que consideraba enemigos.
Una variante de este mito la veía como implacable y dominante, incluso en su relación con Perón, presentado como víctima de su ambición desmedida, empujado a desempeñar un papel que él no disfrutaba en la relación conyugal. Según esta versión, ella era mentalmente la parte masculina y él la femenina. En la versión contraria, Eva Perón es un instrumento ciego de la voluntad de Juan Perón, que se aprovechaba de sus sentimientos descomedidos y su ambición para convertirla en la atracción del circo. Esa polémica sobre el rol de Perón y de Eva en su relación de pareja, todavía subsiste en algunos sectores.
•Santa. Es la versión oficial del peronismo, la representación que ella misma construyó como abanderada de los humildes, personificación de la bondad, de la entrega al trabajo, del sacrificio sin límites y la renuncia a su propia vida, por designio de Dios, en la lucha contra la pobreza. Evita era consciente de lo que hacía, pensaba en el futuro, en lo que se diría de ella después de muerta, en la historia, y se sentía elegida de Dios: «Dios me eligió a mí de entre tantas y me puso en este lugar, junto al Líder de un mundo nuevo: Perón» [30]. Sus fieles creyentes solicitaron su beatificación ante el Vaticano poco después de su muerte, pero la respuesta fue cortés y negativa.
Los elementos del mito, o mitos de Eva Perón forjados en vida cobraron una existencia propia después de su muerte, cuando la fantasía comenzó a actuar. Evita se negaba a morir. Su cuerpo embalsamado se convirtió en la representación del mito de Evita viva, y tanto daba lugar a la adoración de los peronistas en privado como a la locura de sus custodios militares que acompañaron al cadáver en múltiples peripecias [31]. Pero los mitos crecen o disminuyen según las condiciones históricas que lo rodean. Se refuerzan si quienes los sostienen no encuentran en la realidad asideros para mantener sus aspiraciones y se desvanecen en la medida en que pierden representatividad. Es probable que esto último esté comenzando a ocurrir actualmente.
Más allá del mito, hay realidades que reforzaron el culto a Eva Perón. Su muerte a destiempo, o a tiempo, desde otra perspectiva, permitió que el mito pasara a la historia y allí creciera. Para los miles que lloraron su muerte a los 33 años, demasiado joven, fue a destiempo; también porque, según han sostenido algunos intérpretes de su significación, al faltarle al régimen su apoyo, se debilitó su imagen popular, lo que allanó el camino a su caída. Pero esa muerte a destiempo, en realidad fue a tiempo. A tiempo para crear el mito.
Evita empezó a desaparecer de la escena pública en 1951, en el apogeo de su popularidad y en la plenitud de su vida y su esplendor físico. Hasta pocas semanas antes de su muerte, pese a su aspecto cadavérico, lucía elegante y atractiva en público. Su cadáver embalsamado estaba destinado a fijar una imagen de la mujer eternamente joven y bella. Este es un factor poderoso en la formación o fortalecimiento de los mitos populares. La muerte que interrumpe el ciclo vital en su etapa temprana no derrota totalmente a la vida, porque la imagen que queda es la de la vida en toda su plenitud.
Más allá del mito, hay realidades que reforzaron el culto a Eva Perón. Su muerte a destiempo, o a tiempo, desde otra perspectiva, permitió que el mito pasara a la historia y allí creciera.
Por otra parte, al morir Eva Perón, antes que se acentuara la crisis económica del país, su actuación quedó asociada al mejor momento del régimen, a las obras y a los regalos generosos. Entre 1952 y 1955, el populismo peronista, ducho en la distribución del ingreso y menos atento a los medios para crearlo, perdió efectividad al acentuarse la crisis económica.
En las décadas siguientes a su muerte, el deterioro de la política y de las condiciones sociales reforzó el mito de Evita. Después de 1952 ningún líder estuvo tan cerca de la gente del pueblo. Ni siquiera el propio Perón, cuyo régimen comenzó a decaer. Perón y Eva representaban, en palabras de Arturo Jauretche, la unión de “dos voluntades, dos pasiones de poder”[32]. En los sectores populares ese declive y los difíciles tiempos que siguieron acentuaron la nostalgia por aquellos otros en que todo era diferente y mejor, porque ella estaba al frente.
Finalmente
¿Qué queda del mito y qué representa Eva Perón en la política argentina actual? ¿Hay una representación de Eva Perón que responda a la verdad del personaje y sea aceptada como tal? Al margen de los intentos recientes de imponer una imagen conveniente para un sector de la militancia peronista, lo más probable es que la verdad no sea una. Indudablemente, fue una mujer audaz, apasionada hasta el fanatismo, con una voluntad a toda prueba, capaz de actitudes despiadadas y de acciones generosas y compasivas, con una capacidad caprina para embestir ciegamente en el cumplimiento de lo que ella veía como justicia. Pero la notoriedad que adquirió y el poder que ejerció fueron elementos que no podían sino transformarla, en un tiempo muy corto, en el personaje controvertido que fue.
Desde la perspectiva, también real, de un tiempo que juzgaba duramente a la mujer independiente, que sabía lo que quería y buscaba satisfacer su ambición con los medios que tenía a su alcance, era una advenediza de dudosa moral. Para una sociedad que no aceptaba a las mujeres en el marco calificado de la política, reservado a los hombres, una mujer como ella, cuya educación formal no sobrepasaba la de la mayoría de las mujeres de su época, no podía tener figuración pública sin que sus deficiencias fueran resaltadas y exageradas. En una época que entendía que la esposa del presidente debía limitarse a ser sólo eso, el papel inusualmente poderoso y preponderante de Eva Perón bastaba para considerarla inconvenientemente dominante y ambiciosa. Su visión fanática, sectaria y personalista de la política creaba rechazos muy fuertes, incluso entre los propios miembros del gobierno peronista. Estas son verdades indudables.
Vista con otros ojos, los de quienes recibían su ayuda y se sentían, por primera vez, el centro de la atención de un gobierno, Evita era y sigue siendo una santa. La ambivalencia de su imagen, fue expresada con claridad por el escritor Osvaldo Soriano en una entrevista de 1994. Aunque su familia era antiperonista, su percepción del peronismo se formó a través de dos experiencias infantiles claves: la escuela pública donde el peronismo era doctrina oficial y el regalo enviado por Evita …nunca puedo ver con una mirada tajante al peronismo como algo bueno o malo. Comprendo las dos posiciones. Yo tenía regalos mandados por Evita. Puedo decir a alguien profundamente antiperonista: «¿Sabés lo que es no tener plata y recibir por correo un regalo con una carta?»… [33]. Esta era la verdad de muchos, y para muchos, todavía lo sigue siendo.
Desde que el país retomó en los ochenta el camino de la democracia representativa y por primera vez en su historia, no hubo prohibiciones, ni vetos oficiales, ni persecusiones o represión, las dos figuras centrales del peronismo, Juan y Eva Perón, volvieron a tener presencia abierta en la política. En 1989 comenzó el primer gobierno peronista sin Perón[34]. Desde entonces el peronismo ha gobernado durante casi un cuarto de siglo.
Durante las presidencias de Carlos Menem, la facción “neoliberal” del peronismo fue dominante, sin que trascendieran públicamente las críticas que luego el kirchnerismo explotó para condenar el menemismo. La institucionalización del culto oficial a la pareja fundadora del movimiento avanzó en los noventa sin mucho ruido, con el evidente propósito de no encender la hoguera de conflictos latentes. Fue instalándose con pocos titulares de prensa, en la nomenclatura de calles principales, parques, en un monumento aquí, otro allá, en museos, centros educativos, en retratos, libros, afiches y espectáculos[35].
En los doce años de la era Kirchner, hasta 2015, el culto adquirió un cariz más militante. La reivindicación de la lucha montonera reactivó la imagen de Evita y la vigorizó como símbolo de una imaginada pureza revolucionaria del peronismo. El culto elaboró la extendida percepción de los roles que cumplía cada miembro de la pareja: Juan Perón representaba el cerebro estratégico, el inventor político e intelectual del movimiento, en tanto que Eva Perón era el corazón, la entrega sin límites a la causa del pueblo humilde, la pasión revolucionaria y justiciera. De esa percepción se desprende que el kirchnerismo ubica a Perón en la categoría de prócer histórico, el fundador del movimiento popular latinoamericano más importante, según lo ven los militantes. En tanto que el símbolo de Evita resulta más eficaz como mito movilizador y unificador de la militancia popular, una visión que ha sumado su reivindicación como figura señera del feminismo, tratando de vincularla con las metas del feminismo actual.
Esta representación es la que reivindica el peronismo desde el poder que retoma este año 2020, y la que intenta incorporar a un relato histórico útil a sus fines. Tarea ésta que se refuerza en 2016 con la creación del Instituto Patria, entre cuyos objetivos está la construcción de una visión del presente y del pasado de la región latinoamericana. No es un dato menor en esa dirección el intento de hacer un parangón entre Juan y Eva Perón y el matrimonio Kirchner que se alternó en el poder, entre 2005 y 2015. De su vigencia da cuenta recientemente la respuesta a un documento político del macrismo que sugería una vinculación del kichnerismo con el asesinato de un ex secretario de Cristina Kirchner. El Instituto Patria rechaza esa insinuación como canallesca y la califica como un inútil intento de eliminar de la política a los defensores de los intereses y derechos del pueblo, y completa así: “no lo han logrado con Eva Duarte ni con Juan Domingo Perón, tampoco lo harán con los compañeros Nestor y Cristina. Ellos se jugaron por la Argentina con todas sus fuerzas y sus ganas. Lo refrendará la Historia”[36].
Mientras que los argentinos no peronistas parecen aceptar, con más indiferencia que entusiasmo, que en todo el país se rinda homenaje a Juan y a Eva Perón como expresión de un pasado que no pasa, es difícil que entre los mismos peronistas el mito de Evita pueda representar algo más que un valor simbólico del movimiento que corresponde a otro tiempo, al igual que Juan Perón, aunque tengan diferente significación. Por otra parte, es dudoso que un personaje como Eva Perón provocara hoy tal idolatría. Tal vez ni siquiera en Argentina podría sostenerse un liderazgo político basado en recursos efectistas como sus discursos de contenido reiterativo y cargados de una emocionalidad desmedida, las dádivas sin control, el personalismo exacerbado, el fanatismo, el derroche de lujo en el adorno personal, sin que surgieran acusaciones de corrupción y se viera como algo más que una extraordinaria sobreactuación. En todo caso, la pasión al estilo que ella le imprimió, parece cada vez más lejana.
©Trópico Absoluto
Este trabajo fue publicado originalmente en la revista Caravelle, Universidad de Toulouse, 2000, Nº 74, pp. 191-209. En esta versión para Trópico Absoluto, se actualizó su contenido y se hicieron algunos cambios de estilo.
Notas
[1] Tomás E. Martínez, Santa Evita. Buenos Aires, Planeta, 1995, pp. 22-23. Marysa Navarro, Evita. Buenos Aires Planeta, 1994, p.124.
[2] D. F. Sarmiento, Facundo. Buenos Aires, Ediciones Estrada, 1953, p.3.
[3] Alicia Dujovne Ortiz, Eva Perón. La biografía. Buenos Aires, Aguilar, 1995., capítulo 6, passim.
[4] Sin embargo, aunque los padres de Juan Domingo Perón tampoco estaba casados cuando nació, lo hicieron unos años después, fue aceptado en el Colegio Militar. No sabemos cómo sorteó ese impedimento.
[5] Sobre el papel de las familias en la determinación del status social ver James Scobie, Buenos Aires del Centro a los Barrios. Buenos Aires, Solar/Hachette, 1977, cap. 6.
[6] Uno de los estudios más completos y novedosos sobre los sectores populares es el de Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores Populares, cultura y política. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995.
[7] En contraste, y por vía de ejemplo, los numerosos hijos ilegítimos de Juan Vicente Gómez, que gobernó Venezuela entre 1908 y 1935, figuraban tanto socialmente como en la política; las dos mujeres que fueron pareja oficial del dictador, sin estar casado, también eran ampliamente conocidas. Sobre el radicalismo y sobre Hipólito Yrigoyen ver David Rock, El radicalismo argentino 1890-1930. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1975
[8] Una muy destacada excepción en este aspecto fue el presidente Marcelo T. de Alvear (1922-1928), radical del ala conservadora del partido, que llevaba la vida de un típico bon vivant de la aristocracia argentina, a la que pertenecía. Sus relaciones con una cantante portuguesa a la que persiguió varios años por toda Europa antes de casarse con ella, no eran bien vistas por la sociedad argentina. El matrimonio vivía en una mansión en París cuando fue electo presidente y su esposa tuvo amplia figuración pública. Alvear practicaba en público casi todos los deportes de la época y se dejaba fotografiar con hombres y mujeres. Incluso hay fotos suyas en traje de baño, siendo presidente, insólito en la época.
[9] Sobre el GOU, que algunos autores desglosan como Grupo de Oficiales Unidos, ver Robert Potash, Perón y el G.O.U. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1984.
[10] La ambigüedad del gobierno militar, del que Perón era parte, preocupaba a gran parte de la sociedad argentina.
[11] Tulio Halperín Donghi, Argentina, 1930-1960. Buenos Aires, Sur, 1961
[12] Tulio Halperín Donghi, Argentina, 1930-1960. Buenos Aires, Sur, 1961. La fotografía, que puede verse en varias páginas de internet, fue publicada al día siguiente en el diario Clarin, de Buenos Aires, con el epígrafe, claramente despectivo, “Las Patas en la Fuente”.
[13] Magdalena Ruiz Guiñazú, Huésped de un Verano. Buenos Aires, Planeta, 1995, p.35.
[14] Martínez, Santa Evita, p.18.
[15] Como biografías destacan: las ya citadas de Dujovne Ortiz; la de Marysa Navarro, de 1976, es., tal vez, la mejor como trabajo académico. John Barnes, Eva Perón. Madrid, Ultramar, 1979. La versión novelada de Tomás E. Martínez, Santa Evita, es un modelo de equilibrio entre estilo literario y meticulosa investigación. En 2011 se publicó en castellano Eva Perón. Una biografía política (Buenos Aires, Sudamericana, 2011) del historiador italiano Loris Zanatta.
[16] Aunque suele rechazarse por el hecho de que no fue escrito por ella sino por el periodista español Manuel Penella de Silva, este libro puede leerse como expresión genuina de la personalidad de Evita y de su forma de entender la política y su papel en ella.
[17] Eva Perón, La razón de mi vida. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1951, p.87.
[18] Eva Perón, La razón… pp.94-95.
[19] Eva Perón, La razón…, pp.183-184 y 212-213.
[20] Eva Perón, La razón… pp. 201 y 297.
[21] Eva Perón, La razón…, p. 171.
[22] Eva Perón, La razón…, pp.178-179.
[23] Eva Perón, La razón… p. 297.
[24] Eva Perón, La razón…, p. 177.
[25] Eva Perón, La razón…, p.83.
[26] Eva Perón, La razón…, p.212.
[27] Eva Perón, La razón… pp.32,175, 60-61.
[28] Eva Perón, La razón… p.240.
[29] Eva Perón, La razón… p.276.
[30] Eva Perón, La razón… p. 310.
[31] Martínez, Santa Evita, passim.
[32] Citado por Joseph Page en su biografía: Perón. Buenos Aires,Javier Vergara editor, 1984, tomo I,p.136.
[33] Elizabeth Dhaine, «Entretien avec Osvaldo Soriano». Caravelle, Nº68, Toulouse, 1997, pp. 109-121.
[34] El gobierno de Isabel Martínez de Perón , comenzó con Juan Perón como presidente. A su muerte, ella como vicepresidente asumió la presidencia, interrumpida por el golpe de 1976. no fue electa
[35] En realidad, el cambio de nombres tradicionales por alguno de los dos Juan o Eva Perón, comenzó durante el gobierno de Alfonsín.
[36] “Comunicado del Instituto Patria del 4 de julio de 2020”. Clarín, Buenos Aires, 6 de julio de 2020.
María Elena González Deluca (La Pampa, Argentina, 1941), posee un Master en Historia Económica (London School of Economics, Universidad de Londres), y un Doctorado en Historia (Universidad Central de Venezuela). Es Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela y Profesora de Postgrado de la Universidad Católica Andrés Bello. Miembro de número de la Academia Nacional de la Historia. Ha publicado, entre otros: Historia e Historiadores de Venezuela, 1950-2000. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2007; Negocios y política en tiempos de Guzmán Blanco. Caracas: Comisión de Estudios de Postgrado FHE-UCV, 2001; Biografía de Antonio Guzmán Blanco, Caracas, El Nacional-BanCaribe, 2007; Los comerciantes de Caracas. Caracas: Cámara de Comercio de Caracas, 1994; Tres momentos del nacionalismo en Chile. Caracas: Fondo Editorial Trópikos, 1989.
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