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Nuestro petróleo y otros cuentos: naturaleza y extractivismo en la revolución bolivariana

Por | 27 septiembre 2020

A quince años del estreno del documental Nuestro petróleo y otros cuentos (Andreoli, Muzio, Muzio y Pugh, 2005), justo cuando la acción para contener el cambio climático parece estar en punto muerto, y que el extractivismo desenfrenado hace estragos en el llamado Arco Minero de Venezuela, Elizabeth Barrios (Mérida, 1986) vuelve a revisar las discusiones surgidas en torno a esta película, para contrastar los cuestionamientos que en su momento se produjeron sobre el petroestado venezolano en temas relacionados con la ecología y el medio ambiente, así como sobre la incapacidad de la “revolución bolivariana” para proponer algún cambio.

Imagen del documental Nuestro Petróleo y otros cuentos (Elisabetta Andreoli, Gabriele Muzio, Sara Muzio y Max Pugh, 2005)

Dirigido por un equipo de cineastas italianos integrado por Elisabetta Andreoli, Gabriele Muzio, Sara Muzio y Max Pugh, Nuestro petróleo y otros cuentos es un documental estrenado en el año 2005 que muestra las condiciones de vida en las regiones productoras de petróleo en Venezuela. Como sugiere su título, la mayor parte del documental se estructura en torno a relatos de gente que ha vivido cerca de los sitios de extracción y de las plantas petroquímicas, y de cómo esta circunstancia ha impactado su salud y su sustento.

Uno de los argumentos centrales del documental es que, a pesar de los cambios políticos e institucionales provocados por el ascenso al poder de Hugo Chávez en 1999, las terribles condiciones de vida de los pobladores en torno a veintiún enclaves petroleros permanecían en gran medida inalterados. Al hacer hincapié en las continuidades sistémicas que sustentaban a la autoproclamada revolución bolivariana, Nuestro petróleo y otros cuentos generó en su momento una importante controversia entre partidarios del chavismo, algunos de los cuales consideraron la crítica del documental como un llamamiento necesario para replantearse la dependencia de Venezuela del petróleo.

En una escena clave de documental, el activista Jorge Hinestroza recorre los restos de lo que fue el pueblo El Hornito, y que ahora es solo un campo vacío cerca de una planta petroquímica. Antiguo pueblo de pescadores, El Hornito fue contaminado hasta el olvido por el complejo de plantas petroquímicas Ana María Campos de El Tablazo (comúnmente conocido como “El Tablazo”), propiedad de la empresa estatal Pequiven (Petroquímicas de Venezuela). La construcción del complejo tuvo lugar entre 1968 y 1974, requiriendo la expropiación y el despeje de más de cuatrocientas hectáreas del pueblo. Entre los terrenos expropiados estaba el acceso de El Hornito al Lago de Maracaibo, lo que paralizó gravemente la actividad económica del pueblo. El resto, sin embargo, quedó intacto, por lo que los habitantes debieron aprender a coexistir con una planta petroquímica prácticamente en medio de su geografía.[1]

“el activista Jorge Hinestroza recorre los restos de lo que fue el pueblo El Hornito, y que ahora es solo un campo vacío cerca de una planta petroquímica”. Imagen del documental Nuestro Petróleo y otros cuentos (Elisabetta Andreoli, Gabriele Muzio, Sara Muzio y Max Pugh, 2005)

A través de los testimonios de Jorge Hinestroza, Nelly Chiquito, y material de vídeo de 1991, el documental nos cuenta lo que pasó con los horniteños después de que El Tablazo entró en funcionamiento. En cuestión de unos pocos años, las enfermedades de la piel, afecciones respiratorias, malformaciones congénitas, así como el cáncer de pulmón y de hígado se dispararon, reduciendo la esperanza de vida de los habitantes del pueblo a aproximadamente cincuenta años. En el lapso de una década, desde la construcción de la planta, las especies vegetales y animales desaparecieron de la zona, lo que perjudicó aún más la subsistencia económica del pueblo. En 1985, la Asociación de Vecinos de El Hornito comenzó a organizar una campaña para exigir que Pequiven y el gobierno local se ocuparan de la grave crisis sanitaria y ambiental provocada por la planta. Nelly Chiquito explica el uso sesgado de la investigación de Pequiven para deslegitimar las demandas de los horniteños:

En todo momento la Universidad del Zulia preparaba las investigaciones [y] los argumentos científicos para que Pequiven dijera que nosotros no teníamos nada, que nosotros éramos una cuerda de sucios, que no nos bañábamos y por eso estábamos enfermos.

Al plantear que la crisis ecológica de El Hornito era consecuencia de los hábitos de un grupo de personas –un grupo descrito como pobre, provinciano y sin educación– Pequiven mantuvo el tema confinado a un conjunto de límites conceptuales y políticos: en lugar de tratar el problema ecológico y sanitario provocado por la contaminación industrial, el asunto se planteó como parte de las creencias y prácticas premodernas de un grupo de personas que no estaban dispuestas a cohabitar con una pieza crucial de la modernidad venezolana. No es de extrañar entonces, que la crisis de El Hornito no recibiera ninguna atención oficial hasta que una explosión, ocurrida en febrero de 1990, puso de manifiesto el incumplimiento por parte de El Tablazo de las normas medioambientales y de seguridad. Un mes después de la explosión, Pequiven se vio obligada por las autoridades locales a aceptar la reubicación de El Hornito, aunque ésta no se produjo sino cinco años después, en 1995. Así que la historia de El Hornito puso también de relieve cómo las instituciones estatales y empresariales suelen responder más fácilmente a acontecimientos puntuales –en este caso, una explosión– que a amenazas a la vida y el medio ambiente que surgen como procesos más complejos y de larga duración. Después de todo, una simple explosión pareció lograr mucho más rápidamente lo que una campaña de los vecinos sostenida a lo largo de cinco años no había podido alcanzar.

Caminando entre las ruinas, sobre el campo vacío, Hinestroza explica:

“Después de que la gente terminó de reubicarse, Pequiven se aseguró de que aquí no quedara ningún vestigio de la vieja población de El Hornito y arrasaron con todo vestigio de las casas. No dejaron piedra sobre piedra, ni rastros de las edificaciones.”

Al reubicar el pueblo, destruir sus restos y negarse a realizar investigaciones que pudieran demostrar lo contrario, Pequiven y el gobierno venezolano pudieron afirmar oficialmente que la crisis de El Hornito se resolvió cuando los habitantes del pueblo fueron finalmente realojados en 1995. Sin embargo, como un documental preocupado por las continuidades y rupturas de la catástrofe ecológica, Nuestro petróleo y otros cuentos permitió continuar revisando la historia, permitiendo a Nelly Chiquito describir la vida en el nuevo El Hornito: “Los horniteros mueren ahorita en la puerta de Pequiven. Se la pasan en la puerta de Pequiven buscando un reportaje. Viven en la alcaldía buscando un reporte.”[2]

al afirmar que una revolución había transformado por fin a Venezuela, los detractores de la película reprodujeron una continuidad profundamente arraigada en el pensamiento político venezolano: la creencia de que un cambio en las prácticas gubernamentales impulsado por el petróleo debería ser suficiente para romper con el pasado inmediato.

A primera vista, la muerte de El Hornito es una historia que bien podría encajar entre los relatos que legitimaron la carrera política de Hugo Chávez. Es la historia de un petroestado y su principal compañía petrolera, cuya negligencia permitió el lento envenenamiento de una comunidad. De hecho, el documental describe principalmente eventos que ocurrieron antes de 1998. Sin embargo, al estrenarse en marzo de 2005, Nuestro petróleo y otros cuentos fue acusado de presentar “unas conclusiones que señalan al gobierno en general y al Presidente Chávez en particular como responsables de una serie de calamidades” (Iacobelli, Grioni y Posani). Es cierto que, al enfocarse en la “violencia ecológica silenciosa” (Nixon) de la catástrofe, uno de los argumentos centrales de Nuestro petróleo es que las regiones productoras de petróleo en la Venezuela del siglo XXI seguían sufriendo asombrosos niveles de pobreza y daños ambientales, tal como antes de comenzar “la revolución”. Sin embargo, dado que el documental dice relativamente poco sobre la denominada Revolución Bolivariana y su figura protagónica, puede parecer extraño interpretar la representación de las crisis socio-ambientales de larga duración en el documental como un ataque dirigido exclusivamente contra ese gobierno. No obstante, la necesaria descripción y crítica a la huella ecológica del petróleo en Venezuela hecha por el documental, se vio totalmente eclipsada por una serie de debates sobre la posición de la película con respecto al chavismo. Por esta razón, al afirmar que una revolución había transformado por fin a Venezuela, los detractores de la película reprodujeron una continuidad profundamente arraigada en el pensamiento político venezolano: la creencia de que un cambio en las prácticas gubernamentales impulsado por el petróleo debería ser suficiente para romper con el pasado inmediato. Una postura que ha demostrado ser catastrófica cuando se trata de abordar los daños medioambientales.

Ahora que se cumplen quince años del estreno del Nuestro petróleo y otros cuentos, justo cuando la acción para contener el cambio climático parece estar en punto muerto, y que el extractivismo desenfrenado hace estragos en el llamado Arco Minero de Venezuela, considero pertinente volver a revisar este documental, apenas difundido, para contrastar los cuestionamientos que en su momento produjo sobre el petroestado venezolano.

II.

Imagen del documental Nuestro Petróleo y otros cuentos
(Elisabetta Andreoli, Gabriele Muzio, Sara Muzio y Max Pugh, 2005)

Las primeras proyecciones oficiales de Nuestro petróleo y otros cuentos tuvieron lugar en la Cinemateca Nacional de Venezuela, el 4 de marzo de 2005, desatando una polémica hostil al interior de algunos círculos intelectuales cercanos a la Revolución Bolivariana. Aunque la película fue parcialmente financiada por el ahora desaparecido Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), su presidente, el entonces Ministro de Cultura, Francisco Sesto, afirmó que el documental era poco más que «amarillismo intelectual» y una “manipulación evidente de la realidad” (Furiati). Por ello, Sesto y otros representantes del CONAC exigieron que el logotipo de la institución fuera eliminado de los créditos del documental y aseguraron que la película no recibiría ningún apoyo institucional en términos de distribución y publicidad (Furiati).

La controversia se desató por un artículo de opinión publicado, el 7 de marzo de 2005, por Donatella Iacobelli, Raúl Grioni y Miguel Posani, los editores de la revista cultural ENcontrARTE, promovida y financiada por el propio CONAC. El artículo comienza explicando que como postura editorial, ENcontrARTE se abstiene de publicar material explícitamente político. Sin embargo, dada la colaboración previa de los editores con los cineastas de Nuestro petróleo, se sintieron obligados a distanciarse públicamente del documental. La controversia llegó a tales niveles al interior del chavismo que los editores de Aporrea, un portal independiente de noticias y opinión afín al chavismo, intervinieron publicando un editorial pidiendo mayor civismo.[3] Aunque la condena del CONAC limitó en gran medida la distribución de Nuestro petróleo, los activistas garantizaron su circulación internacional a través de proyecciones públicas y de plataformas de vídeo en línea (que siguen siendo hoy la única forma segura de acceder a la película). El filme ha sido particularmente acogido por grupos anarquistas y ambientalistas, precisamente porque muestra de manera convincente uno de los continuos fracasos del Estado venezolano: la incapacidad de romper o incluso reformar con éxito los peores rasgos del extractivismo petrolero.[4]

Gran parte de la controversia giraba en torno a si Nuestro petróleo proporciona una representación fiable de las transformaciones que a la realidad venezolana había impuesto la llamada Revolución Bolivariana. Los que estaban a favor de la película se apresuraron a señalar que proporcionaba un recordatorio muy necesario de un aspecto de la vida en Venezuela que se pasa por alto con facilidad: la continua pobreza que rodea los enclaves petroleros (Denis, Guerrero, Muñoz q. en “Carta…”). El editorial de ENcontrARTE, en cambio, censuró el documental por no ofrecer una visión “objetiva” de la realidad venezolana contemporánea. Según el editorial, esta falta de objetividad se demuestra a través de la representación de la “miseria humana” característica de las regiones petroleras, sin mostrar las inversiones sociales y culturales de PDVSA en “la Venezuela real, de carne y huesos” (Iacobelli, Grioni, Posani) –una afirmación que, sin querer, implica que la vida cerca de los enclaves petroleros es de alguna manera menos real que en los lugares que entienden como la Venezuela “de carne y huesos”.

La pieza señala además que como receptor de fondos del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), Nuestro petróleo es en sí mismo un producto y beneficiario de la redistribución de la riqueza petrolera de Venezuela por parte de PDVSA. Así, el editorial señalaba a Nuestro petróleo como prueba de una nueva realidad nacional, en la que la industria petrolera venezolana actuaba como principal promotor de la cultura. Un argumento que parecía ignorar la forma en que las empresas petroleras (estatales o privadas) han invertido a lo largo de la historia enormes cantidades de dinero en la producción cultural, tanto como en publicidad y relaciones públicas, para mejorar su reputación en las regiones en las que desarrollan sus actividades. Las diferentes compañías petroleras que operaron en Venezuela durante el siglo XX no fueron una excepción.[5] Es decir, la inversión del dinero del petróleo en las artes, lejos de ser un novedoso acto revolucionario, no es más que una continuidad de las operaciones habituales del negocio petrolero a escala global.

En su crítica a la falta de objetividad de Nuestro petróleo, el editorial de ENcontrARTE pasa por alto en última instancia los principios básicos del cine documental:

“entendemos que un documental debe documentar objetiva e imparcialmente una realidad dada, a nuestro parecer, todo indica que la película está estructurada para demostrar lo que se deseaba demostrar […] [Impone] una visión parcializada de la realidad manipulando imágenes, textos o declaraciones” (Iacobelli, Grioni & Posani).

Este pasaje critica a Nuestro petróleo por hacer precisamente lo que hacen los documentales. Como destaca Bill Nichols, la definición original de documental conlleva el “tratamiento creativo de la realidad”, destacando además que el género no es “ni una invención ficticia ni una reproducción factual”. Es decir, no existe un documental capaz de representar una realidad objetiva. A este respecto, también debemos destacar que la aparición de una representación “objetiva e imparcial” de la realidad, ya sea a través del cine documental o de diferentes iteraciones del realismo estético, se produce por medio de la manipulación formal de una “realidad dada”. Como introducción de noventa minutos a la pobreza y la contaminación ambiental en las zonas de extracción, y a la corrupción e inercia institucional que permite que tal situación continúe, Nuestro petróleo puede, en última instancia, hacer poco más que proporcionar “una visión parcializada de la realidad manipulando imágenes, textos o declaraciones”. Hay que repetirlo: eso es precisamente lo que hace un documental.

Esta reacción puso de relieve además como el chavismo fue incapaz de cuestionar su propia dependencia de la producción petrolera, algo que hoy, tras la destrucción de la industria y la caída de la producción, es más que evidente.

Este tipo de críticas sobre la falta de objetividad no se hicieron en Otro modo es posible en Venezuela (2002), un documental realizado por el mismo equipo de cineastas, utilizando técnicas similares. Realizado en un lapso de cinco semanas, el documental anterior fue conceptualizado por su equipo de directores como una obra de “contrainformación” a favor de la llamada Revolución Bolivariana. Según Gabriele Muzio, tras el éxito de Otro modo es posible, el equipo de producción de la película se cuestionó el haber proporcionado una visión simplista y poco crítica de una situación tan compleja; un acercamiento que había confiado demasiado en un petroestado y los políticos a su mando.[6] Como contrapeso a una película demasiado optimista, Nuestro petróleo pretendió profundizar en problemas que por largo tiempo han asolado a Venezuela, los mismos problemas que probablemente no serían resueltos por un nuevo régimen. Dada la reacción positiva a Otro modo dentro de los círculos chavistas, podríamos inferir que las reacciones despectivas a Nuestro petróleo no tuvieron que ver tanto con el contenido de la película, sino con su posición ambivalente hacia el chavismo. Sin embargo, yo diría que la crítica particular de la película a la sociedad venezolana durante la presidencia de Chávez (una crítica entre muchas, después de todo) tuvo tanto eco en esos sectores precisamente porque se centraba en los efectos de la extracción de petróleo, un tema crucial para la supervivencia de cualquier proyecto político, pero que tiende a permanecer oculto y sin examinar en países como Venezuela. Esta reacción puso de relieve además como el chavismo fue incapaz de cuestionar su propia dependencia de la producción petrolera, algo que hoy, tras la destrucción de la industria y la caída de la producción, es más que evidente.

El editorial de ENcontrARTE  traiciona su propia falta de voluntad para comprometerse con la devastación que conlleva la producción de petróleo: “Se muestra el abandono, la miseria y la pobreza en las zonas visitadas. ¿Alguien dudaba de la inmensa deuda social acumulada? No hacía falta ir tan lejos para filmar largas escenas de basureros, moscas y zamuros” (Iacobelli, Grioni & Posani). Al señalar una “inmensa deuda social acumulada”, este pasaje reconoce el hecho de que gran parte de la sordidez de la vida humana cerca de la industria petrolera es producto de sus actividades a largo plazo. Sin embargo, el editorial descarta la necesidad de representar o considerar más a fondo los efectos persistentes de la extracción sin límites del petróleo. La implicación aquí es, por supuesto, que todo esto –miseria, pobreza, vertederos, moscas y buitres– eran ya demasiado conocidos, tal vez demasiado visibles para que fuera necesaria una mayor representación (“no hacía falta”). Sin embargo, la afirmación de que nadie dudaba de “la inmensa deuda social acumulada”, dejada por años de explotación petrolera, se hace menos creíble cuando consideramos que no abunda el cine venezolano ocupado del impacto social y ambiental directo de la extracción de petróleo en Venezuela. Las películas documentales venezolanas de tema petrolero que no se alinean explícitamente con intereses corporativos o estatales no son muchas. El habitual secretismo de la industria, que todavía prohíbe los dispositivos de grabación cerca de sus instalaciones, junto con la dificultad de garantizar la financiación para llevar a cabo tales proyectos, son factores a considerar en esta escasez de documentales independientes sobre el petróleo.[7]

Imagen del documental Nuestro Petróleo y otros cuentos
(Elisabetta Andreoli, Gabriele Muzio, Sara Muzio y Max Pugh, 2005)

Dada la relativa ausencia de imágenes del daño ecológico ocasionado por la industria del petróleo en Venezuela, el mundo representado por Nuestro petróleo conmocionó a sus espectadores. Podemos inferir esto, en parte, porque una descripción detallada del contenido propuesto de la película había sido aprobada por el CONAC antes del rodaje. Según Gabriele Muzio, el producto final se desviaba poco de la propuesta aprobada. Así, la ira y la incredulidad expresadas en su momento por los miembros del CONAC demuestran lo poco que las instituciones culturales venezolanas conocían y se habían comprometido con los efectos negativos de la extracción del petróleo: las imágenes y los testimonios reales de un proyecto que aprobaron, superaron los límites de lo que estaban dispuestos a aceptar como la realidad de la producción petrolera. Además, los debates sobre la película demostraron lo poco que había sido abordado el tema del costo ecológico de la extracción de petróleo en Venezuela. Como señaló el activista político (y ex Viceministro de Desarrollo) Roland Denis, el debate sobre si el documental presentaba un obstáculo o una crítica necesaria a la Revolución Bolivariana se convirtió, en última instancia, en una forma de ignorar el catastrófico daño ecológico develado por la película:

“ni siquiera [se hace] referencia al decir de la gente, de los entrevistados, de los contenidos de lo que dicen, de las historias que allí se cuentan, de las historias de hoy y de ayer como es el caso del pueblo del Hornito o de la vivencia íntima de las comunidades aledañas a la explotación del gas y petróleo tanto en el Lago como en el Delta.”

Paradójicamente, estos debates sobre el documental acentuaron la idea de que la huella material del petróleo no puede, o no debe, ser representada o incluso discutida. De acuerdo con el equipo de producción de Nuestro petróleo, este silencio que rodea la devastación social y ecológica de los enclaves petroleros dentro de las fronteras venezolanas fue la razón misma por la que decidieron hacer la película. Muzio describe su razonamiento:

Realicé mi primer viaje a una zona petrolera del estado Zulia, en la costa oriental del lago, y me quedé absolutamente asombrado frente a lo que vi en términos de miseria por un lado, de resignación de la gente, y de problemas de salud pública y de pasivos ambientales. Absolutamente impresionante. Entonces pensé: los venezolanos, en su gran mayoría, no saben de esto. Quiero hacer algo para que sea levantado a la luz pública lo que son los costos del petróleo, porque siempre se habla de los beneficios. Porque si todos seguimos pensando que el modelo que siempre rigió en Venezuela, que es un modelo de economía extractiva, debe ser lo que rige hoy, entonces yo no veo el cambio. Entonces fue una película bastante diferente de la primera, inclusive al nivel de su propósito. Mientras que la primera la hicimos para hacer contra-información hacia el mundo, esta ha sido hecha para hacer contra-información adentro de Venezuela.” (citado por Uzcátegui)

La controversia que rodeó la película confirmó finalmente la crítica original de Muzio: «los venezolanos no saben de esto», y en su ignorancia, no logran desafiar un aspecto clave del statu quo del país. Más preocupante aún es la forma en que los debates en torno al documental demostraron que para un grupo de autoproclamados revolucionarios de izquierda, en pleno siglo XXI, es inconcebible cuestionar el “modelo de economía extractiva” del país desde un punto de vista ecológico.

Nuestro petróleo confrontó a su audiencia con la aporía definitiva de la revolución.

El pequeño debate que, en 2005, tuvo lugar en torno a Nuestro petróleo y otros cuentos debería hacernos sospechar que la película generó en su momento tal controversia precisamente porque reveló muy tempranamente uno de los límites éticos de la Revolución Bolivariana: lo que parecía ser un movimiento renovador, no estaba realmente dispuesto a romper con la dependencia de la extracción de combustibles fósiles y de asumir responsabilidad alguna por el daño ecológico que implica la explotación petrolera. Como argumenta la británica Elizabeth Cowie, la veracidad de un documental tiende a cuestionarse precisamente cuando presenta un llamamiento apremiante a la acción ética:

“podemos adoptar una postura de escepticismo porque la proyección de la no ficción es a la vez convincente y apremiante; (…) nuestra respuesta emocional nos plantea la cuestión de la acción en relación con la convicción que ha suscitado el documental –evidenciada por nuestra respuesta– y, al no querer responsabilizarnos de la exigencia ética de acción que se plantea, cuestionamos las pruebas.”

La referencia de Cowie a la responsabilidad y la acción es particularmente pertinente para Nuestro petróleo como un documental realizado durante (y para) una autoproclamada revolución. Como una reiteración especialmente intensa del “estado mágico”, tal como fue formulado por Fernando Coronil, la Revolución Bolivariana prometió una refundación nacional. En este contexto, publicaciones como ENcontrARTE y Aporrea se convirtieron en actores clave para la difusión de ese proceso de “transformación”. Sin embargo, al describir las profundas y prolongadas catástrofes asociadas a la industria de la que depende la revolución, Nuestro petróleo confrontó a su audiencia con la aporía definitiva de la revolución. Después de todo, ¿qué medidas pueden adoptarse frente a una industria de la que depende toda la sociedad? Es mucho más fácil debatir sobre el chavismo y cuestionar las pruebas aportadas por Nuestro petróleo que ser desafiado por el daño irreversible que las industrias petroleras y petroquímicas ocasionaron en sitios como El Hornito.

Tal vez la respuesta verdaderamente revolucionaria a Nuestro petróleo y otros cuentos habría sido empezar a reconocer que como venezolanos que se han beneficiado de la renta petrolera del país, la mayoría de nosotros somos cómplices (aun sin quererlo) de la devastación que se muestra en la pantalla. Por eso, también es nuestra responsabilidad trabajar para reparar no sólo el daño que rodea a los enclaves petroleros, sino también para resistir la propia economía de los combustibles fósiles que puso en riesgo la salud ecológica de los horniteños, y que seguirá amenzandao a los seres vivos y a los ecosistemas presentes que se enfrentan a las realidades de un mundo transformado por el cambio climático.

©Trópico Absoluto


[1] Según la Organización de Derechos Humanos PROVEA, la planta liberó amoníaco, cloro y gases de amoníaco a la atmósfera, además de verter mercurio en las vías fluviales.

[2] Se refiere la entrevistada a una ayuda de la empresa o del Estado para sobrevivir.

[3] Ver: “Carta pública de Aporrea para el debate entre revolucionarios». Aporrea.

[4] El escritor y activista de los derechos humanos Rafael Uzcátegui ha jugado un papel central en la amplificación del mensaje de la película a través de su propia escritura en El Libertario y su libro Venezuela, la revolución como espectáculo: una crítica anarquista al Gobierno Bolivariano. A pesar de que he estudiado arduamente el cine venezolano y la narrativa petrolera, sólo me enteré de la existencia  de la película a través de las publicaciones de Uzcátegui.

[5] Durante la primera mitad del siglo XX las empresas petroleras transnacionales instaladas en el país invirtieron estratégicamente en el folklore y las culturas populares de Venezuela, como una forma de apaciguar los sentimientos nacionalistas en su contra. Al respecto vale la pena revisar el trabajo de Miguel Tinker Salas, The Enduring Legacy.

[6] En una entrevista con Rafael Uzcátegui, Muzio explica su cambiante visión de la situación política de Venezuela:

[Otro modo es posible en Venezuela] se convirtió de cierta forma en una especie de bandera y comenzaron a mirar a Venezuela a través de ella, creyendo que lo que estaba en la película realmente representaba una realidad dinámica, en movimiento. Entonces, con el transcurrir del tiempo había sencillamente que mejorar las cosas; una visión un poco teleológica de la historia. No se preocupaban mucho de investigar qué estaba pasando en la actualidad y comenzaron a ver la situación de Venezuela acríticamente. He pasado por el país muchas veces después. Y en el tiempo, sobre todo en el 2004, he visto cosas que no me han gustado. Me ha parecido que se estaba alejando este proceso de formas de autonomía, de hipótesis de poder popular hacia una situación en la cual la burocracia de los partidos políticos son las que realmente dispensan favores y un poquito de delegación de poder. Todo al revés de lo que uno había pensado en el 2002. […] Además, el tema petrolero no estaba nada resuelto, aunque se decía “PDVSA es del pueblo”. Pero al mismo tiempo qué estaba pasando: Había acuerdos internacionales que se estaban firmando sin consulta con la gente. (“Entrevista”).

[7]  El cine venezolano (como es el caso de gran parte del cine mundial) depende de la financiación estatal. Las películas sobre los problemas de la industria petrolera no son, por supuesto, fácilmente financiadas por un petroestado. El primer documental independiente sobre el petróleo venezolano, Pozo muerto (1967), codirigido por Carlos Rebolledo y Edmundo Aray, se filmó después de que el gobierno del país dejara de otorgar concesiones petroleras a empresas internacionales, es decir, después de que ya se hubieran dado los primeros pasos hacia la nacionalización de la industria. Pozo muerto fue seguido por Venezuela tres tiempos (1973) y Testimonio de un obrero petrolero (1978), películas que comprenden la totalidad de los documentales independientes sobre el petróleo en Venezuela en el siglo XX. Las copias de estas películas han permanecido en gran parte inaccesibles fuera de las bobinas en los archivos oficiales de Venezuela, lo que significa que las discusiones más amplias sobre el cine del país raramente las incluyen. Más raro aún es encontrar información sobre estas películas en las taxonomías del cine latinoamericano. Así, no muy diferente al estatus de las novelas del petróleo, las pocas películas críticas a la industria petrolera que existen en Venezuela han sido en gran parte olvidadas.

Elizabeth Barrios (Mérida, 1986), es profesora asistente en el departamento de culturas y lenguas modernas en Albion College. Egresada del Knox College, y doctora por la Universidad de Michigan. Su trabajo de investigación abarca varios campos: Estudios literarios y culturales latinoamericanos, estudios de cine y humanidades ambientales, particularmente en el emergente campo de las humanidades de la energía. Actualmente está trabajando en un libro que examina 70 años de narraciones petroleras venezolanas, arte ambiental y propaganda en la industria petrolera de Venezuela, titulado Failures of the Imagination: Reckoning with The Times of Oil in Venezuelan Cultural Production.

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