/ Cultura

John Locke, la diversidad de opiniones y el avance del conocimiento

El problema del conocimiento ha sido tradicionalmente reconocido como el leitmotiv de la filosofía moderna. Sin embargo, este reconocimiento no debería venir aparejado de la creencia de que los filósofos de este período sostuvieron las mismas opiniones acerca de este asunto. Si se le presta la debida atención a lo que cada uno de ellos efectivamente escribe, pueden discernirse voces efectivamente diferentes en sus discusiones acerca del conocimiento. En este ensayo, Nikola Krestonosich Celis (Valencia, Venezuela, 1978) busca captar el particular tono de voz que John Locke (1632-1704) aporta a estas discusiones, y arrojar algo de luz sobre los rasgos distintivos del pensamiento del filósofo inglés en torno al conocimiento humano.

Pedro León Zapata. Colección Museo de Bellas Artes. Caracas. S/F.

Los filósofos de la temprana modernidad desarrollaron tal susceptibilidad ante la diversidad de opiniones que, en general, dan la impresión de estar más conscientes de este hecho que los filósofos de otros períodos. Tan es así que en más de una ocasión parecen sentirse obligados a señalar este hecho, bien sea conscientemente, como parte de sus estrategias argumentativas en una obra particular, bien sea inconscientemente en una observación de pasada. Lo que llama la atención no es, por supuesto, la información que transmiten al señalar este hecho, que los hombres sostienen diversas opiniones sobre diversos hechos es un lugar común desde tiempos antiguos. Lo que llama la atención es que sientan que este lugar común es, de alguna manera, filosóficamente relevante, que lo consideren un hecho que vale la pena enunciar.

Pero lo que se revela en las obras de estos filósofos no es sólo que están conscientes de tal diversidad de opiniones. Una y otra vez podemos verlos sintiéndose incómodos con este hecho,[1] experimentándolo como un producto de formas equivocadas de pensar. Trabajan bajo la suposición, de linaje medieval quizás, de que como sólo puede haber una verdad, entonces, sólo puede haber una y sólo una doctrina verdadera.[2] Es gracias a la comparación con esta doctrina ideal que la diversidad de opiniones les sugiere la idea de imperfección y es también gracias a esta comparación que pueden verla como una clara prueba de decadencia. La aparente contradicción entre lo que las opiniones humanas efectivamente son y lo que el conocimiento debería ser termina por ser la fuente de la que brotan, no sólo los diversos sistemas escépticos que vemos aparecer a lo largo del período, sino también las aspiraciones más constructivas que dieron forma a sus discusiones filosóficas, esto es, la idea de reconstruir la filosofía desde sus propios cimientos y la búsqueda de un método científico infalible.

De la ubicuidad de estos sentimientos y nociones generales no debe concluirse, sin embargo, que estos filósofos sostienen las mismas ideas acerca de estos asuntos. Si se le presta la debida atención a lo que cada uno de ellos escribe y se toman las medidas necesarias para no dejarse obnubilar por el uso de una terminología similar, entonces, efectivamente pueden discernirse voces diferentes. Este ensayo es un intento por captar la peculiar voz con la que Locke contribuye a estas discusiones. Como es de esperarse en el caso de una figura histórica de su envergadura, sus contribuciones ya han llamado la atención de múltiples lectores y comentaristas. Pero mi impresión es que muchas de las cosas que se han escrito al respecto no han sido suficientemente exitosas en la labor de distinguir sus contribuciones de las realizadas por otros filósofos y que, por esta razón, han terminado por brindar una imagen distorsionada y poco fidedigna de sus ideas acerca de estos asuntos. El objetivo de este ensayo es, entonces, presentar los rasgos distintivos de las ideas de Locke acerca de la diversidad de las opiniones y acerca de las implicaciones de este hecho para una reflexión filosófica en torno al conocimiento humano.[3]

La aparente contradicción entre lo que las opiniones humanas efectivamente son y lo que el conocimiento debería ser termina por ser la fuente de la que [brota] (…) la idea de reconstruir la filosofía desde sus propios cimientos y la búsqueda de un método científico infalible.

I

Una gran cantidad de pasajes del Ensayo sobre el entendimiento humano muestran a Locke hablando de la diversidad de opiniones,[4] bien sea apuntando nuestra susceptibilidad a tener diversas opiniones sobre diversas cosas[5] o, lo cual resulta más relevante, expresando sus preocupaciones acerca de las implicaciones de este hecho para nuestra creencia en la posibilidad del conocimiento.[6] Estos pasajes, en conjunción con todos aquellos en los que se queja de la imperfección del conocimiento humano o en los que con matices sombríos habla acerca de nuestra mediocre condición,[7] sugieren que no sólo comparte la sensibilidad de sus colegas filósofos ante la diversidad de las opiniones, sino también su suposición de que el conocimiento humano debe ser concebido como una doctrina sistemática, coherente y omniabarcante acerca del mundo.[8]

Sin embargo, luego de un trato prolongado con sus obras se comienza a notar en estos mismos pasajes ciertos giros en las frases, ciertas expresiones que parecen llevar a una conclusión diferente; matices que dan a entender que, a pesar de que surgen de las mismas ideas acerca del estado del conocimiento humano que aparecen en los trabajos de algunos de sus colegas, las ideas de Locke sobre estos asuntos transitan un camino muy diferente.

Por ejemplo, aunque nunca parece cuestionar el ideal tradicional acerca del conocimiento humano y nunca deja de comparar el hecho de la diversidad de opiniones con este ideal, siempre se muestra como alguien que se ha convencido de que tal ideal es inalcanzable, que se ha dado cuenta, quizás a regañadientes, de que no importa cuánto nos esforcemos por buscar la verdad ni cuántos “insignes arquitectos” trabajen por el progreso del conocimiento,[9] el resultado final no será un dichoso estado de conocimiento perfecto en el que toda diferencia de opinión haya desaparecido. Además, aunque comparte la preocupación de Bacon y Descartes por el avance y la mejora del conocimiento, la forma como concibe esta mejora difiere radicalmente de la de ellos, en la medida en que en sus obras esta preocupación no da pie a la búsqueda de un método que nos guíe a la doctrina ideal. Esta tensión, entre la convicción de que un conocimiento perfecto es inalcanzable y el entusiasmo por el avance del conocimiento, atraviesa todo el Ensayo y apunta al hecho de que Locke llegó a aceptar la diversidad de opiniones como un rasgo distintivo de la condición humana.

Conocer significa, para Bacon y Descartes, captar con toda claridad la conexión entre las cosas o, mejor dicho, estar consciente con el más alto nivel de certidumbre de la razón de las cosas.[10] Es gracias a esta concepción tan restringida de lo que significa conocer que, de una manera que nos hace recordar a Platón, estructuran sus reflexiones filosóficas alrededor de un marcado contraste entre opinión y conocimiento. Muchas páginas del Ensayo hacen eco de esta concepción restringida del conocimiento.[11] Los primeros trece capítulos del libro cuarto, por ejemplo, están todos dedicados a elucidar tal concepción y a desarrollar sus diversas implicaciones. En estas páginas, Locke se muestra como alguien que está convencido de que las facultades del entendimiento humano son de tal naturaleza que el conocimiento, entendido de esta particular manera, es alcanzable y, gracias a ello, como alguien que no alberga ninguna duda acerca de la veracidad de esta concepción.[12]

La respuesta general que subyace a todas sus páginas es que el alcance del conocimiento humano es bastante reducido y su enseñanza fundamental es que los hombres no deben esperar la certeza en todo campo o dominio de investigación.

Sin embargo, a diferencia de Bacon y Descartes, Locke no está seguro acerca del alcance del conocimiento humano. Desde el comienzo mismo del Ensayo se muestra como alguien que, por un lado, sabe que el conocimiento perfecto es inalcanzable y que sólo la vanidad y la pedantería puede hacer que los hombres piensen lo contrario;[13] y, por otro lado, como alguien que no está seguro de qué tanto pueden conocer los hombres o acerca de cuál es el alcance de su entendimiento. Todo su Ensayo es el fruto de sus largas y rigurosas reflexiones acerca de estos asuntos.[14] La respuesta general que subyace a todas sus páginas es que el alcance del conocimiento humano es bastante reducido y su enseñanza fundamental es que los hombres no deben esperar la certeza en todo campo o dominio de investigación.[15]

Para el momento en que publica su Ensayo, Locke ya había logrado librarse de lo que Bacon y Descartes veían como las implicaciones filosóficas de su concepción del conocimiento humano. Para ese momento ya se había dado cuenta de que la comprensión que los hombres efectivamente tienen del mundo es siempre un cúmulo de opiniones de diverso valor y mérito; que su búsqueda de conocimiento se lleva a cabo entre creencias de diversos niveles de certidumbre; y que el conocimiento que efectivamente alcanzan en los diversos dominios y campos de investigación nunca converge en un sistema o una doctrina discernible. Aunque nunca lo manifiesta explícitamente, llegó a la conclusión de que estructurar las investigaciones filosóficas en torno a un fuerte contraste entre la opinión y el conocimiento no puede sino tener un efecto desorientador.[16]

Contrario a lo que el lector puede llegar a pensar, la toma de conciencia del pequeño alcance del conocimiento humano, y de la relevancia para la condición humana de las creencias y opiniones, no lleva a Locke a una visión pesimista de la condición humana.[17] De hecho, llega a pensar que es la creencia de que los hombres pueden conocerlo todo la que tiene repercusiones pesimistas para la filosofía; no sólo porque hace imposible entender el proceso mediante el cual los hombres adquieren el conocimiento, sino porque al crear falsas expectativas acerca de lo que el entendimiento humano puede lograr, también crea estándares poco realistas para la valoración del conocimiento humano. Locke ve estas expectativas irreales como una de las principales razones de las inclinaciones escépticas que estaban tan difundidas entre sus contemporáneos y como uno de los principales obstáculos para el mejoramiento del entendimiento humano. Para él, si estas expectativas son tomadas como la medida estándar, entonces, no solo resultaría difícil escapar de la impresión de que el conocimiento humano es imperfecto, sino, lo que es mucho peor, que sería difícil escapar de la impresión de que nuestra ignorancia es, en definitiva, incurable.

Al final, esta falta de pesimismo se debe al hecho de que su punto de vista sobre el pequeño alcance del conocimiento se encuentra vigilado o sitiado, primero, por la creencia de que para la mayoría de los asuntos, actividades y esfuerzos humanos no es para nada necesaria una certeza absoluta, que buenas opiniones y una fe razonable son más que suficientes para hacerle frente a las complejidades de los dilemas humanos; y en segundo lugar, por la creencia de que en el campo de las opiniones no todo es caos, que siempre pueden encontrarse razones para escoger entre diversas opiniones o para establecer cuál creencia es mejor. Página tras página Locke trata de transmitirle a sus lectores su convicción de que, incluso si el conocimiento no puede ser alcanzado en todos los dominios y no puede esperarse una respuesta definitiva para cada pregunta que formulamos, aún hay esperanza para la humanidad:

“…a pesar del mucho ruido que se hace en el mundo sobre los errores y opiniones de la humanidad, quiero hacerle justicia al declarar que no son tantos los hombres que caen en el error y en las opiniones equivocadas como generalmente se piensa.” (E IV xx 18: 719. Cursivas en el original)

II

Esta reorganización de ciertas nociones epistemológicas de la temprana modernidad lleva a Locke a una manera muy diferente de comprender el asunto del mejoramiento o del avance del conocimiento. Los filósofos de la temprana modernidad reconocen, como un hecho más que establecido, el carácter finito de la mente humana y gracias a esto son capaces de reconocer que un gran conjunto de cosas escapan del conocimiento humano o, para ponerlo de otra manera, que el conocimiento humano siempre estaría limitado por la condición finita de la mente humana. Pero en el caso de Bacon y Descartes estas creencias están entremezcladas con la suposición de que la imperfección del conocimiento humano se debe no tanto a la naturaleza finita de la mente, sino sobre todo a la manera asistemática en la que ha sido buscado. Bacon, por ejemplo, llega a decir que la manera despreocupada en la que cada uno de nosotros recibe sus primeras nociones es la principal razón de la falta de progreso de las ciencias;[18] Descartes, por su parte, compara al filósofo de la naturaleza de su época con alguien que emprende la búsqueda de un tesoro guiado no por un mapa o información precisa del territorio, sino por un intenso y ofuscante deseo de encontrar un tesoro.[19]

Cuando Bacon y Descartes hablan acerca del mejoramiento del conocimiento tienen en mente, entonces, ese mejoramiento que puede surgir de su sistematización y, gracias a esto, llegan a pensar que para alcanzar tal mejoría se requerirían dos cosas: primero, un examen detallado del catálogo existente de ideas y doctrinas acerca del mundo para poder discriminar las verdaderas de las falsas;[20] y en segundo lugar, la formulación de un método que facilitara la expansión progresiva del conocimiento humano, esto es, que mejorara nuestras probabilidades para el descubrimiento de nuevos hechos o, mejor dicho, de “nuevas verdades” acerca del mundo. Ellos estuvieron convencidos de que una vez que se examinaran detalladamente las ideas y doctrinas o, para decirlo de otra forma, lográsemos separar el trigo de la paja en el campo del pensamiento humano, terminaríamos con un sólido sistema de verdades interconectadas que serviría de fundamento para la progresiva expansión del conocimiento humano.[21]

Para Locke, por otro lado, la imperfección del conocimiento humano no radica en su falta de sistematicidad, sino en el hecho de que su alcance siempre será pequeño, esto es, que siempre estará por debajo de nuestras expectativas. A través del Ensayo no muestra ninguna preocupación por el hecho de que las diversas verdades que ya han sido descubiertas permanezcan desconectadas y no se aglomeren en un sistema, y nunca sugiere que una revisión de nuestro común repertorio de ideas sea un paso previo para la mejora del conocimiento. De hecho, siempre puede encontrársele cuestionando las esperanzas y expectativas que los filósofos asocian con la sistematización del conocimiento y con la formulación de métodos de investigación. En primer lugar, porque parecen esperar demasiado de estas cosas; pero, en segundo lugar y de manera mucho más importante, también cuestiona sus ideas acerca de estos asuntos porque ellas descansan sobre una imagen poco fidedigna de cómo el conocimiento es de hecho adquirido.

Muy atinadamente Locke se da cuenta de que esta aspiración por un sistema de verdades interconectadas, y por un método de investigación infalible, se deriva de una interpretación equivocada de cómo se adquiere el conocimiento, especialmente en el campo de las matemáticas.[22] Era una creencia común entre los filósofos de su época que las matemáticas debían su certeza y su estatus de ciencia exacta a la claridad de los principios generales y de las máximas sobre las que descansa. Concebían la actividad del matemático como la simple aplicación de estos principios generales a problemas matemáticos particulares y constantemente dan a entender que la certeza de las proposiciones matemáticas, y de las matemáticas en general, es un producto de la aplicación mecánica de tales principios.[23] De acuerdo con Locke, esta interpretación del conocimiento matemático ha llevado a los filósofos a creer que lo que le falta a las otras ciencias es un conjunto similar de principios generales y que, si tales principios generales fueran descubiertos, todas las ciencias, y en consecuencia el conocimiento en general, podrían ser llevadas al nivel de certidumbre o certeza que caracteriza al conocimiento matemático.

Locke admite, cómo podría negar hecho tan obvio, que toda ciencia supone una serie de máximas y principios generales; pero en contraste con muchos de sus colegas filósofos, rechaza la idea de que la certeza de una ciencia se deriva directamente de la naturaleza de los principios generales con los que está asociada. El conocimiento, bien sea matemático o de otra naturaleza, no fluye inmediatamente de la aceptación de éste o aquel principio general. Siendo consistente con su propia definición del conocimiento como “la percepción de la conexión y acuerdo o del desacuerdo y la repugnancia entre cualquiera de nuestras ideas” (E IV i 2: 525), Locke piensa que el conocimiento es algo que sólo surge cuando le prestamos atención a nuestras ideas. Para él, la “certeza del conocimiento genuino” (E IV xii 3: 640) nunca es producto de la aplicación de principios generales, sino de la claridad de las ideas que se está considerando y de la cantidad de atención que se les presta. Pero Locke incluso vas más allá en sus reflexiones, pues no sólo piensa que el conocimiento genuino es independiente de las máximas y de los principios generales, sino que también afirma que en la mayoría de los casos los principios generales se transforman en un obstáculo para el mejoramiento del conocimiento. La reverencia hacia los principios y las máximas constituye para Locke el pecado cardinal de los filósofos, la principal razón detrás de la mayoría de las fallas que pueden encontrarse en sus obras, especialmente detrás de su predilección por una jerga ininteligible.[24]

Gracias a todas estas reflexiones, Locke llega a la conclusión de que esperar de los filósofos un método que le evitaría a la humanidad el esfuerzo de pensar no es más que una idea delirante, un subproducto de la renuencia a aceptar el pequeño alcance del conocimiento humano. El mejoramiento del conocimiento humano depende, para Locke, del rechazo de la idea de un método infalible, de la erradicación de todas aquellas nociones que inducen a creer que existe una vía fácil y corta hacia el conocimiento, una alternativa a ser cuidadoso al pensar y a prestar atención a nuestras ideas:

“…la manera de progresar en nuestro conocimiento no es, estoy seguro, la de recibir a ciegas, y comulgar con unos principios recibidos con una fe implícita; sino que me parece que consiste en adquirir y fijar en nuestras mentes ideas claras, distintas y completas hasta donde eso puede realizarse, y anexarles unos nombres adecuados e invariables. Y de esta manera, quizá, sin ningunos otros principios, sino considerando únicamente esas ideas perfectas, y comparándolas las unas con las otras, descubriendo su acuerdo y su desacuerdo, y sus distintas relaciones y hábitos, llegaremos a adquirir un conocimiento más verdadero y claro a través de esta única regla, sometiendo nuestras mentes a la discreción de los demás más que a la admisión de unos principios.” (E IV xii 6: 642. Cursivas en el original)[25]

Lo importante para poder mejorar el conocimiento es, entonces, que la gente aprenda a prestar atención a sus ideas y a no dejarse seducir por palabras oscuras y máximas de apariencia mística. Lo importante es, para ponerlo en otras palabras, que aprendan a mantener los ojos sobre la pelota.

III

Mencioné al comienzo de este ensayo que el hecho de la diversidad de opiniones que preocupa la mente de tantos filósofos de la temprana modernidad no era para nada nuevo, que lo que lo que parecía ser nuevo y peculiar de estos filósofos era el nivel de ansiedad que este hecho les producía, su susceptibilidad ante esta diversidad. La peculiaridad de esta actitud resalta cuando se contrasta, por ejemplo, con la actitud hacia este hecho que puede encontrarse entre muchos pensadores del siglo XIX. En este siglo posterior, esa apertura y esa incertidumbre de la experiencia humana, que fue una fuente constante de preocupación para los filósofos de la temprana modernidad, llega a ser vista por muchos, no sólo como un hecho de la condición humana que tiene que ser soportado de mala gana, sino como algo que merece ser celebrado como la fuente genuina de nuestra vitalidad. Encontrar nuestro camino entre toda esta incertidumbre, sabiendo de antemano que una respuesta definitiva no puede ser encontrada, resulta, para este nuevo tipo de pensador, una descripción muy atractiva de la condición humana.[26]

Es cierto que Locke no aboga por una visión de este tipo, pues aún tilda a la condición humana de condición mediocre y considera la existencia humana como un tipo inferior de existencia. Sin embargo, muchas de sus afirmaciones, muchos de los arreglos conceptuales que impulsa, sugieren la posibilidad de una visión de ese tipo. La verdad del asunto pareciera ser que su obra prepara el terreno para este tipo de interpretación de la condición humana en formas que no han sido tradicionalmente reconocidas y, si bien es cierto que abogar hoy en día por tal tipo de interpretación parece ser algo trillado y poco impresionante, pues es básicamente en lo que todo el mundo anda, no resulta menos cierto que haber podido entrever este tipo de entendimiento de la condición humana a finales del siglo XVII lleva, para tomar prestada una frase de David Owen,[27] todas las marcas de un logro filosófico notable.

©Trópico Absoluto


Notas

En vista de que esta nota es un comentario al Ensayo sobre el entendimiento humano, no me ha parecido necesario, cada vez que me refiero a las opiniones de Locke, especificar el título de esa obra, sino simplemente señalar la sección o el libro acompañado por el capítulo y el parágrafo donde aparecen las líneas que expresan las opiniones a las que me refiero. De esta forma, por ejemplo, E IV xx 1: 706 hace referencia a líneas que aparecen en el libro cuarto, capítulo veinte, parágrafo primero, página 706 de la edición que Peter H. Nidditch ha realizado del Ensayo de Locke.

Por otra parte, la traducción de los fragmentos citados ha sido tomada de la edición castellana del Ensayo que Edmundo O’Gorman hizo para el Fondo de Cultura Económica.

[1] Gracias a esta diversidad, por ejemplo, Descartes se siente “como un hombre que tiene que andar solo y en la oscuridad.” (Discurso del método, Segunda parte, AT VI 16)

[2] Descartes afirma esto muy claramente en la primera de sus Reglas para la dirección del espíritu.

[3] En este ensayo, para intentar elucidar la perspectiva filosófica de Locke enfatizo, en algunas ocasiones, las similitudes entre las filosofías de Bacon y Descartes. Estoy consciente de que, en la medida que puede sugerir que estoy argumentando que estos autores sostuvieron las mismas opiniones acerca de todos los temas de interés filosófico, esta manera de proceder puede generarle incomodidad a alguien que se dedique al estudio de las obras de estos autores. Sin embargo, al usar sus filosofías de esta manera solo quiere argumentar que, a pesar de todas sus diferencias, Bacon y Descartes efectivamente sostuvieron opiniones similares en lo que respecta a ciertos asuntos filosóficos de relevancia. Pienso que una vez que se capta el carácter específico de las similitudes que señalo en este ensayo no hay mayores razones para sentirse incómodo al señalarlas.

[4] Cf. E Epis: 9, E I iii 6: 68–69, E I iv 22: 99, E IV xvi 4: 659.

[5] Cf. E I xxxiii 1: 394, E IV xx 1: 706.

[6] E I i 2: 44

[7] Cf. E IV xii 10: 645, E IV xiv 2: 652.

[8] Cf. E Epis: 10, L: 19.

[9] E Epis: 9.

[10] Cf. “Toda ciencia es un conocimiento cierto y evidente” (Descartes, Reglas, 2, AT X 362); “Fue lo primero no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es.” (Descartes, Discurso, Segunda parte, AT VI 18)

[11] En un artículo prácticamente olvidado publicado en 1965, Gilbert Ryle ha afirmado muy claramente que: “Locke’s whole account of indubitable knowledge diverges only slightly from that of Descartes.” (“John Locke” en Collected Papers, tomo 1, 149) Para una descripción más detallada de las relaciones del Ensayo de Locke con la filosofía cartesiana puede consultarse: G.A.J. Rogers, “Descartes and the Mind of Locke. The Cartesian Impact on Locke’s Philosophical Development”, “The Writing of Locke’s Essay Concerning Human Understanding” (ambos textos compilados por el autor en el volumen que lleva por título Locke’s Enlightment: Aspects of the Origin, Nature and Impact of his Philosophy), así como “The Intellectual Setting and Aims of the Essay”. Mientras que para aclarar las relaciones del Ensayo con el pensamiento de Bacon pueden consultarse: Neal Wood, “The Baconian Character of Locke’s Essay” y Peter Walmsley, Locke’s Essay and the Rhetoric of Science, 32–58.

[12] E IV i–ii.

[13] E III xi 2: 509

[14] E I i 7: 46–47

[15] Que ésta es la enseñanza fundamental del Ensayo de Locke es algo que ha sido desarrollado con gran destreza por G.A.J. Rogers: “For the whole of his life he [Locke] was quite sure that for large sections of human enquiry the outcomes could never be anything other than provisional. The state of mediocrity—…—in which we find ourselves was for him central to the human condition, and with it came a very clear view of the fallibility of the human intellect.” (“The Intellectual Setting and Aims of the Essay,” 14)

[16] Es quizás en el tercer parágrafo de la introducción al Ensayo donde Locke se acerca más a una formulación explícita de esta idea: “Vale la pena, pues, descubrir los límites entre la opinión y el conocimiento, y examinar, respecto de las cosas que no tenemos conocimiento cierto, por qué medios debemos regular nuestro asentimiento y moderar nuestras persuasiones.” Es precisamente en torno a este punto donde mi lectura de Locke difiere más de aquella que Nicholas Wolterstorff propone. Cf. John Locke and the Ethics of Belief, 180 et passim.

[17] Esta “falta de pesimismo” es una de las principales diferencias entre Locke y Pascal, posiblemente el autor cuyos pensamientos en torno al conocimiento humano se asemejan más a los de Locke. Que Locke tuvo en gran estima a Pascal es algo que puede inferirse de las pocas palabras que le dedica en el Ensayo. En el décimo capítulo del libro segundo lo tilda de “prodigio del espíritu” (E II x 9: 154) y llega a afirmar que sus extraordinarios talentos “pueden ayudarnos a ampliar nuestros pensamientos sobre la mayor perfección existente a este respecto en los órdenes superiores de los espíritus.”

[18] Prefacio a Instauratio Magna.

[19] “Están poseídos los mortales de una tan ciega curiosidad, que muchas veces conducen su espíritu por caminos desconocidos, sin motivo alguno de esperanza, sino sólo por probar si tal vez se encuentra allí lo que buscan, a semejanza de quien ardiera en ansia tan necia de encontrar un tesoro, que anduviera sin cesar por los caminos tratando de encontrar alguno que algún caminante pudiera haber perdido. Así estudian casi todos los químicos, muchos geómetras y no pocos filósofos; y no niego, ciertamente, que alguna vez vayan errantes con tal suerte, que encuentran alguna verdad; pero entonces no los tengo por más hábiles, sino sólo por más afortunados. Es por lo tanto mucho más satisfactorio no pensar jamás en buscar la verdad de alguna cosa, que buscarla sin método, pues es segurísimo que esos estudios desordenados y esas meditaciones oscuras enturbian la luz natural y ciegan el ingenio.” (Reglas 4, AT X 371) Resulta interesante (e iluminador) comparar este pasaje de Descartes con este otro de Bacon: “Por lo menos de mi parte, en obediencia al eterno amor a la verdad, me he entregado a las incertidumbres, a las dificultades y a las soledades de los caminos, y confiando en la ayuda divina, he mantenido mi mente firme tanto contra los choques y las filas de la opinión general en orden de batalla, como contra mis propias vacilaciones y escrúpulos privados e internos y contra la niebla y las nubes de la naturaleza y los fantasmas que revolotean por todos lados, con la esperanza de proporcionar al fin, para la actual generación y las futuras, una guía más fiel y segura.” (Prefacio a Instauratio Magna)

[20] Cf. Francis Bacon, Instauratio Magna, “Plan de la obra.”

[21] “Desde luego, podemos esperar de las ciencias estos legítimos frutos.” (Descartes, Reglas 1, AT X 361)

[22] E IV xii.

[23] Descartes, Reglas 2, AT X 365.

[24] E IV vii 12: 603–604.

[25] Esta crítica a la idea de que existe un camino fácil hacia el conocimiento también puede ser vista en las críticas que Locke dirige hacia la noción de entusiasmo: “Como la revelación inmediata es algo que los hombres encuentran más fácil sobre la que establecer sus opiniones y regular su conducta que el tomarse el aburrido trabajo de un raciocinio estricto, y como este trabajo no siempre concluye felizmente, no resulta sorprendente que algunos se hayan inclinado a intentar actuar como si fueran los beneficiarios de la revelación y a persuadirse de que están bajo la guía peculiar del firmamento en sus acciones y opiniones, y especialmente en aquellas que no se pueden justificar mediante los métodos ordinarios del conocimiento y los principios de la razón.” (E IV xix 5: 698–699)

[26] En un casi olvidado ensayo Robert Louis Stevenson escribe: “‘De escribir libros no se termina nunca’, se quejaba el predicador, sin advertir de qué modo alababa así el oficio de escribir como una ocupación. No se termina nunca, en efecto, de escribir, ni de experimentar, ni de viajar, ni de acumular riquezas. Un problema suscita otro. Podemos estudiar sin tregua y jamás saber todo lo que deseamos… En el infinito universo hay espacio para nuestra más activa diligencia, y aún sobra… Extraña figura hacemos en busca de nuestras quimeras, marchando sin cesar, escatimándonos a nosotros mismos el tiempo para descansar. ¡Pioneros infatigables y aventureros! Es verdad que nunca alcanzaremos el objetivo; es aún más probable que no exista; y aunque viviésemos por siglos y estuviésemos dotados de los poderes de un dios, al final no nos encontraríamos más cerca de lo que deseamos. ¡Oh manos laboriosas de los mortales! ¡Oh pies infatigables, que caminan sin saber su destino! Pronto, pronto os parece que habéis de llegar a la cumbre de alguna montaña, y solo un poco más allá, recortándose contra el sol poniente, vislumbraréis las agujas del sol poniente ponerse sobre El Dorado. Poco sabéis de vuestra propia ceguera; pues viajar lleno de esperanza es mejor que llegar, y el verdadero triunfo es el trabajo.” (“El Dorado” en Juego de niños y otros ensayos, 14–15)

[27] Cf. David Owen, “Locke on Judgment,” 435.


Bibliografía citada

Bacon, F. Instauratio Magna. Novum Organum. Nueva Atlántida. Versiones españolas de Marja Ludwika Jarocka, Cristóbal Litran y María del Carmen Merodio, respectivamente. México DF: Porrúa, 1991.

Descartes, R. Reglas para la dirección del espíritu. Investigación de la verdad por la luz natural. Discurso del método. Meditaciones metafísicas seguidas de las objeciones y respuestas. Conversación con Burman. Las pasiones del alma. Correspondencia con Isabel de Bohemia. Tratado del hombre. Versiones españolas de Luis Villoro, Ernesto López y Mercedes Graña, Manuel García Morente, Jorge Aurelio Díaz, Francisco Fernández Buey, María Teresa Gallego Urrutia, Ana Gómez Rabal, respectivamente. Madrid: Gredos, 2011.

Locke, J. An Essay Concerning Human Understanding. Editado por Peter H. Nidditch. Oxford: Oxford University Press, 1975.

———. Ensayo sobre el entendimiento humano. Traducción de Edmundo O’Gorman: México DF: FCE, 1956.

Owen, D. “Locke on Judgment.” En The Cambridge Companion to Locke’s Essay Concerning Human Understanding, editado por Lex Newman, 406–435. Cambridge: Cambridge University Press, 2007.

Rogers, G.A.J. Locke’s Enlightment: Aspects of the Origin, Nature and Impact of his Philosophy. Hidelsheim: Georg Olms Verlag, 1998

———. “The Intellectual Setting and Aims of the Essay.” En The Cambridge Companion to Locke’s Essay concerning Human Understanding, editado por Lex Newman, 7–32. Cambridge: Cambridge University Press, 2007.

Ryle, G. Collected Papers. 2 tomos. Londres: Hutchinson, 1971.

Stevenson, R.L. Juego de niños y otros ensayos. Bogotá: Norma, 1990.

Walmsley, Peter. Locke’s Essay and the Rhetoric of Science. Londres: Bucknell University Press, 2003.

Wolterstorff, N. John Locke and the Ethics of Belief. Cambridge: Cambridge University Press, 1996.

Wood, N. “The Baconian Character of Locke’s Essay.” Studies in the History and Philosophy of Science 6 (1975): 43–84.


Nikola Krestonosich Celis (Valencia, Venezuela, 1978). Licenciado en filosofía por la Universidad Central de Venezuela y Máster en filosofía por la Universidad Simón Bolívar y la Katholieke Universiteit Leuven. Ha impartido clases en las áreas de filosofía del lenguaje, historia de la filosofía moderna, filosofía política y filosofía de la historia en la Universidad Central de Venezuela, en la Universidad Simón Bolívar, en el Seminario Arquidiocesano Santa Rosa de Lima y en la Universidad Católica Andrés Bello. Algunos de sus trabajos han aparecido publicados en EpistemeApuntes filosóficosITER HumanitasVeintiuno y en el diario Tal Cual. Además, ha publicado dos poemarios: Ejercicios (2003) y Esperar es un deporte sangriento (2014), una monografía: Aspectos filosóficos en la obra de Jorge Luis Borges (2004), y un libro de ensayos, En un campo de fronteras difusas: ensayos y fragmentos (2015).

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