/ Literatura

Mariano Picón-Salas y Rufino Blanco-Fombona, “el terrible”

Por | 15 junio 2020

Este 17 de junio se cumple otro aniversario del natalicio de Rufino Blanco-Fombona (Caracas, 1874 – Buenos Aires, 1944), controversial figura de la política y del campo intelectual venezolano de las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del XX, a quien se atribuye el perfil de: “el hombre más terrible que América ha enviado a Europa”. En estas páginas, Cristian Alvarez (Maracaibo, 1959) indaga en la frase atribuida al guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. Para ello, parte de un texto de Mariano Picón-Salas que le permite comenzar a explorar los elementos de la explosiva personalidad de Blanco-Fombona y los temas de su valiosa escritura.

Colección de sellos postales emitidos en 1974 por el Instituto Postal Telegráfico de Venezuela (Ipostel) para conmemorar el centenario del nacimiento de Rufino Blanco Fombona.

La historia no es tribunal adusto y solemne, como hay quien piense todavía, donde se corone y suplicie al hombre cuyos actos y cuyos pensamientos merecen recordación. (…) Las condenas sin apelación las corrige la posteridad, muerta de risa, olvidando al pontífice y admirando al hombre secular… hasta en sus errores.

Rufino Blanco-Fombona, La proclama de guerra a muerte (1942).

El título de estas páginas trata de seguir precisamente los caminos sugerentes del nombre de un artículo que escribió Mariano Picón-Salas sobre Rufino Blanco-Fombona cuando se iba a cumplir el vigésimo aniversario de su muerte[1]. Aunque ese adjetivo específico ya se recoge en el estudio que realiza Andrés González Blanco en 1917 (“¡Hombre trágico y terrible!…”, observó el autor español[2]), o tal vez antes, en una frase al parecer atribuida a Enrique Gómez Carrillo, contertulio de don Rufino en París (“El hombre más terrible que América ha enviado a Europa”, habría señalado el guatemalteco[3]), varios de los contemporáneos de este venezolano controversial podrían sin ambages suscribir este calificativo asociado a su persona; algunos estarían de acuerdo en repetirlo, demostrarlo, o quizás explorar esta característica en el recuerdo de anécdotas de la vida agitada del personaje y en episodios, expresiones e imágenes que se registran en las páginas de sus diarios o en sus textos polémicos, combativos y corrosivos, tan impregnados de su intensa forma de ser, actuar y pensar. Sin embargo, no es esto último lo que me interesa reseñar, sino dilucidar algunos rasgos asociados al epíteto y que pudieran configurar una aproximación a la obra de este escritor venezolano. Así, intento indagar en aquello que puede desprenderse del término terrible, tratando de establecer relaciones entre elementos de la personalidad impetuosa de Blanco-Fombona y algunos temas de su escritura, particularmente los que hallamos en sus estudios de la historia. Pienso en unos apuntes de Picón-Salas en este sentido, así como en otras de sus páginas que pueden presentar un punto de vista para acercarse a la obra del caraqueño y a un modo de comprender la historia de comienzos del siglo XX.

Continuando con esta propuesta, quisiera evocar brevemente una imagen que viene a mi reflexión luego de repasar el título de estas líneas. Pienso que hay algo de “terribilidad” en su descripción, y acaso puedo decir que su relato posee, desde mi perspectiva, una honda sensación visual y aun anímica.

Hace casi diez años tuve la oportunidad de compartir con Alejandro Rossi una actividad especial en Caracas y pudimos platicar sobre temas diversos; sobre trabajos, literatura y personas en las que nuestro afecto coincidía. En uno de estos diálogos comenzó a referirme una experiencia del final de su infancia cuando vivía en Buenos Aires. Ignoro si lo que me contó entonces sería rigurosamente cierto, o si su memoria lo modificó con el pasar de los años incorporando elementos de su fantasía; también mi recuerdo de la charla con Rossi pudo haber transformado el suceso. Quién sabe, con Rossi y su prosa precisa y lúdica que se extendía a su conversación todo es posible, y tal vez de ello no escape lo que ahora refiero. No obstante, creo que en este caso no resulta relevante la distinción de su cualidad real, aunque por la sencillez con la que Rossi me narró el hecho y por la expresión que recuerdo de su rostro el asunto me pareció verídico. Voy con el relato de aquella experiencia en Buenos Aires en 1944. Calculo que Alejandro Rossi tendría unos doce años y acababa de morir Rufino Blanco-Fombona en el Hotel City[4]. Al ser Blanco-Fombona una celebridad de Venezuela, imagino que la madre de Rossi, también venezolana, quiso visitar con el pequeño Alejandro al escritor fallecido en la habitación del hotel y así ofrecer su homenaje póstumo. Luego de entrar en el cuarto y contemplar el cuerpo de don Rufino acostado en su lecho, el pequeño Alejandro se fijó en la imagen que ofrecía la cabecera de la cama. Vio así el revólver que Blanco-Fombona guardaba debajo de su almohada y que hacía poco había sido colocado en la mesa de noche. Pero sobre todo observó la cabeza del escritor y singularmente sus cabellos: estos parecían tornarse grises al ir perdiendo el tinte negro que los coloreaba y cuyo escurrir llegaba hasta la almohada.[5]

La fuerte imagen que impresionó al Rossi muchacho todavía lo hace conmigo, tan solo un testigo de oídas. ¿Qué decir sobre ella? Sería suficiente mantener la vívida sensación que produce. Sin embargo, quizás podamos arriesgarnos a configurar algunas sugestiones a partir de ella. ¿Blanco-Fombona el terrible? El revólver parece confirmar el espíritu siempre en guardia y en beligerancia de don Rufino, lo que corresponde de forma coherente con el conjunto de sucesos que integran su vida vehemente. Pero la imagen de sus cabellos destiñéndose… ¿Esta no concuerda más bien con una idea de finitud que inexorablemente va invadiendo la existencia del escritor? Aunque casi parece inevitable asociar esta visión con la memorable escena final de Morte a Venezia (1971) de Luchino Visconti con el personaje de Gustav von Aschenbach sentado agonizante en la playa, la imagen que me figuré resultaba distinta, acaso menos dramática y sí más definitiva, por la impresión distante, al dirigir la mirada sobre la personalidad de don Rufino. Unas líneas del propio Blanco-Fombona que escribió cuatro décadas antes parecen reflejarse, como en un espejo temporal, en la imagen que evoca Rossi: “La luz de gas sobre la cabeza me hace concebir temores por mis cabellos, que son hermosos. Si yo pierdo mis ojos, mis dientes y mis cabellos, no me queda nada; preferiría perder una mano”[6]. La preocupación por su apariencia, particularmente por sus cabellos, que registra en su escritura íntima de 1902 aún permanecía en 1944 según lo que pudiéramos inferir de la imagen, como si su figura imponente y combativa, con “aquel espléndido furor que no se congelara a los setenta años” como diría después Picón-Salas[7], deseara mantenerse hasta el final ocupando su puesto en el mundo. Pero la imagen de su muerte, con sus cabellos perdiendo el color que él procuraba mantener, nos trae otra visión, como si ya cesara toda empecinada defensa, como si dejara, al igual que el revólver a un lado, la vida como la concibiera y pudiera así entregarse para mirarlo tal cual es.

esa misma energía de Blanco-Fombona resulta especialmente significativa para la comprensión cabal del hombre y del escritor, pues, como bien apunta al compararlo con sus coetáneos, “ninguno como él sintió la Literatura como oficio ferozmente amalgamado e inseparable de la propia función del vivir”

¿Cómo podemos ver ahora a ese Blanco-Fombona terrible? Hacia 1953 Picón-Salas, en unas líneas que traza a modo de autorretrato espiritual para describir rápidamente su experiencia vital en la historia del siglo XX, recuerda su opción por la tolerancia y la cortesía como elementos de diálogo y constructores de la convivencia, y así realiza un comentario muy preciso a modo de aclaratoria: “Al lado de los estetas puros, el modernismo produjo en América gentes de naturaleza irrefrenable, violentos a la manera de un Rufino Blanco-Fombona, y este culto de la ecuanimidad es en mí hasta una reacción literaria contra los hombres de promociones anteriores”[8]. Hay sin duda una evidente distancia entre los dos escritores, entre la cultivada sofrosine de don Mariano y el “temperamento dionisíaco” de don Rufino que lo lleva a manifestar aquella terribilidad. No obstante esa diferencia, Picón-Salas, en sus estudios de la literatura venezolana que buscan suscitar “el gusto por una tradición”[9], logra ver cómo esa misma energía de Blanco-Fombona resulta especialmente significativa para la comprensión cabal del hombre y del escritor, pues, como bien apunta al compararlo con sus coetáneos, “ninguno como él sintió la Literatura como oficio ferozmente amalgamado e inseparable de la propia función del vivir”[10]. Así, sintetiza de un modo admirable las características esenciales de la obra de Blanco-Fombona y aun escoge un peculiar símbolo para representar o explicar el ímpetu que impregna sus páginas y sus acciones:

Si los románticos del siglo XIX pedían verdes y voltijeantes sauces o graves y olorosos cipreses mediterráneos para adornar sus tumbas, a Blanco Fombona conviene el símbolo de una tuna bravía; de un cardo herido de sol y de pasión, crucificado en los cerros rojos de nuestra tierra, para expresar su virilidad vigilante y aun lo que hubo de incomparable y áspero en su trayectoria humana. Hay páginas de Blanco Fombona que a tanta distancia aún siguen erizadas de espinas.”[11]

En la prosa de don Mariano no será esta la única vez que hablará sobre esta planta xerófita —“signo del calor” de nuestras latitudes— como imagen para elogiar la perseverancia, la reciedumbre y la firmeza del espíritu en las condiciones más adversas. Así, en otra ocasión, ante el panorama desértico de la región de Carora, propone una estimulante meditación “sobre los cardones, sobre los duros patriarcas de la estepa plantados tan enhiesta y virilmente en el paisaje erosionado como bravíos caciques indígenas”[12]. En la consideración que expone, cabe recordar que el encuentro del conquistador español con Tierra Firme y con el aborigen a menudo se traducía en feroz combate, en cruel acometimiento, que en voz indígena también se llamaba guazábara, palabra con la que además se designa justamente a una planta cactácea (Opuntia caribaea)[13]. A su vez, siguiendo el espíritu de los vocablos, en el ensayo de Picón-Salas observamos que los dos sentidos de guazábara pueden asociarse a la figura de Blanco-Fombona, y por ello comenta acerca de su ánimo alerta, corajudo y de perpetuo enfrentamiento: “Tiene una singular fiereza de indio caribe cruzado de adelantado y guerrero español de los días de la conquista, y se hubiera lucido por igual en un torneo o en una guazábara”[14]. Y es precisamente ese ímpetu beligerante de don Rufino el que lo lleva a hacer de “la Historia y la tradición del país una especie de legado personal —como don Quijote con la caballería—”[15]. Por ello jamás cesa “en su tarea crítica y reconstructiva”, de defensa o combate, para tratar de explicar los sucesos históricos y el presente, remontándose así tan lejos como el siglo XVI para hablar de su Conquistador español, y tan cerca para luchar con su pluma indignada y patriótica, a través de implacables y corrosivos panfletos, contra Juan Vicente Gómez y su “barbarocracia”.

Rufino Blanco Fombona (Caracas, 1874 – Buenos Aires, 1944). S/F, S/A.

Dirigiendo nuestra mirada a la obra de carácter histórico escrita por don Rufino, resulta llamativa la selección de dos personajes que atraen insistentemente su atención por revelar las raíces de nuestro ser hispanoamericano y en especial venezolano, y cuyos hechos parecen concentrar en las formas de acción un espíritu análogo al de la propia personalidad del escritor. Uno será el ya mencionado conquistador español y el otro, Bolívar, el Libertador. En este sentido, no es casual lo que apunta Picón-Salas:

“…Blanco Fombona siente el espíritu feroz de ser criollo, y hasta criollo bárbaro, que hace una revolución, o como un encomendero español se va a gobernar tribus indígenas en la selva. Un poco lo que ha querido ser, el canto de su orgullo y belicosidad personal, nos lo ha ofrecido en el excelente libro El Conquistador español del siglo XVI, que pudiera llamarse la teoría del Superhombre armado.”[16]

El Conquistador español del siglo XVI es “un libro brillante” a decir de don Mariano[17], apasionante e iluminador sobre un período crucial de nuestra historia, y que a la vez nos revela a un Blanco-Fombona historiador sumamente exhaustivo tras las pesquisas y los argumentos que permitan explicar su visión personal sobre el problema de estudio, y asimismo entender, de acuerdo al tiempo que les tocó vivir, a los españoles que arribaron a nuestras tierras durante la Conquista. Pero en la descripción de los conquistadores, al hablar de sus orígenes, motivos y acciones, va con su pasión como dibujando casi un arquetipo humano que aspira, dueño de sí mismo[18], al dominio del mundo y de todas las facetas. Veamos lo que el mismo Blanco-Fombona escribe casi como una definición:

“¿Se quiere algo más individualista que estos mismos hombres que realizaron la epopeya de América en el siglo XVI? Ellos que miraron, como Nietzsche, más allá del Bien y del Mal, practicaron en carne viva lo que siglos más tarde Nietzsche preconizó sobre el papel: tuvieron no la moral de los esclavos, sino la moral de los amos. La moral de los amos ¿no consiste en la exaltación del individualismo, en desarrollar al máximo la voluntad de la potencia del individuo? ¿Qué otra cosa hicieron aquellos ínclitos guerrilleros de la conquista?”[19]

Aunque percibimos que, buscando comprender, se deja arrastrar por el entusiasmo de su interpretación y también por los hallazgos de la personalidad del conquistador español, e igualmente apreciamos que en sus explicaciones llega a la idealización con su particular perspectiva, ¿no sentimos además que en su convencimiento deseara hablar de la personal aspiración, de lo que ve en sí mismo y aun de “su voluntad de sobreexistir”[20]? Quizás por ello mismo esta obra resulte tan interesante, porque nos pinta a los conquistadores de cuerpo entero en su siglo, con sus ambiciones, virtudes, arrebatos, errancias aventureras y errores, como si el propio Blanco-Fombona estuviera acompañándolos en espíritu. Revisemos brevemente algunas las características que don Rufino desarrolla sobre este sujeto histórico:

“Los conquistadores, vistos con ojos ecuánimes, no resultan ni el bandolero de Heine ni menos el hermano de San Francisco. (…) Son simplemente españoles, aventureros españoles del siglo XVI. En ellos vemos resplandecer virtudes del país y de la época a que pertenecen. También advertimos en ellos defectos nacionales contemporáneos, agravados tal vez por el teatro bárbaro y distante en que actúan y por la casi completa irresponsabilidad con que manifiestan y expanden su personalidad.”[21]

Entre otras cualidades y rasgos, se detiene para señalar “la virtud, muy española, del heroísmo”[22], que los conquistadores poseían en “grado máximo”; define luego al español como “un pasional, un impulsivo pronto a la acción”, combativo, “batallador e intransigente”[23], siendo este su “carácter fundamental”[24]. Todo ello parece sintetizarse en aquel “bravío individualismo español”[25] al que aludíamos arriba y con el que el personaje histórico impone su presencia en la acción que emprende o en las tierras que explora, guerrea o somete. De ello se siente orgulloso y despliega así su arrogancia con independencia de la fortuna[26]. Por supuesto que no deja de señalar también errores y extravíos, y en especial la crueldad como una consecuencia de ese ser expansivo e impetuoso con el que lleva a cabo la Conquista. Pero al volver nuestra mirada sobre las virtudes enumeradas del conquistador —¿terrible, podríamos decir?—, ¿estas no parecen coincidir con las características que hemos venido apuntando de la peculiar personalidad del hombre que cuenta la historia? En el orgullo del individualismo celebrado y en la vocación heroica, que resulta patente además en una forma de luchar y guerrear, Blanco-Fombona ve también un germen que marca nuestra historia y se extiende al tiempo de la Independencia:

“Los conquistadores de América no son sino guerrilleros, algunos de gran talento militar como Cortés, o de vastos planes, como Balboa. Y fuera de Bolívar, Miranda, Sucre, San Martín y Piar, ¿qué fueron los caudillos de nuestra emancipación sino guerrilleros, algunos estupendos y casi fabulosos como Páez? Los americanos heredaron de España la aptitud guerrera y la forma de combatir.”[27]

Más allá de la forma de la guerrilla como habilidad, la admiración en Blanco-Fombona por el guerrillero o guerrero como ideal heroico se aprecia continuamente en sus textos históricos; de ahí quizás su intento de comprender el porqué de las acciones guerreras. Aun agregaríamos que en su individualismo singular parece buscar encarnar de alguna forma ese ideal en su pluma combatiente, o en la explosión de sus arrebatos, lances y duelos que van apareciendo en el itinerario de su vida. Sobre la presencia del ideal, leamos unas páginas de su diario de 1903:

“El Barón X, hombre violento, raro e interesante, en cierto modo, me propone un proyecto bello y osado: la invasión de Alsacia, una carnicería de lansquenetes alemanes por guerrilleros de Venezuela y voluntarios de Francia. Yo, que odio al Emperador Guillermo por los ridículos gestos de matamoros con que está amenazando a Venezuela, acepto esa locura magnífica; ese suicidio glorioso. Ofrezco mi dinero y mi persona, es decir, cuanto poseo, cuanto me es dado ofrendar. ¿Por qué no? (…) ¿Que es una locura? También lo era el descubrimiento de América, también lo fue la Conquista, lo fue también la Independencia. ¿Hasta qué punto no se necesita de locura en las empresas inmortales? ¿No nos está mordiendo y desgarrando el alma este buen sentido práctico; esta infame cordura universal? ¡Salvemos nuestro nombre de la ignominia de esta edad del tanto por ciento; de esta victoria perenne del sentido común, de esta cobarde y perruna apoteosis del éxito! ¡Que nos venzan, que nos descuarticen! ¡Nada importa! Lo necesario es servir de ejemplo y guía! Acometer es ya una victoria…” [28]

“Una vida vale más que un poema” dirá al final de esta nota íntima, no para referirse a un sentido práctico o humanitario, sino para corroborar la convicción de que su vocación de poeta o de escritor debe ser más que el canto, la acción arrojada y guerrera que luego inspira los versos. Allí apuesta su valor en el presente y su voluntad de trascender en los actos plenos de ímpetu.

“Yo soy, pues, el producto de mi casta y de mi ambiente patrio; familia y medio, ambos los he pintado con franqueza y lealtad.” RBF.

Aunque principalmente Blanco-Fombona opta por su intuición interpretativa para explicar y justificar sus aproximaciones históricas, también se vale de algunas formas de hipótesis, términos y acaso “métodos”, por así llamarlos, que legó cierta sociología positivista. Sin embargo, no se detiene en ellos para agotar los alcances que los mismos pudieran implicar, porque si bien alude a historiadores y estudiosos con esa marcada tendencia, su interés de acompañar a los personajes —con quienes casi comparte visiones cuando describe, examina y celebra su individualismo y libertad— supera una visión de causas deterministas. En su propósito de comprensión y explicación acoge los distintos señalamientos de otros estudiosos para apoyar su elaborado acercamiento, donde fundamentalmente se privilegia la voluntad de expresar su convicción que, sobre todo, como apuntaría Picón-Salas, “fue impulso y explosión más que teoría”[29]; hay sin duda límites, pero, por lo demás, no deja de tener aciertos y plantear indagaciones interesantes que nos invitan a imaginarnos las figuras de sus personajes en su vida y época. Así inquiere y explora la psicología y personalidad del pueblo español en su Conquistador, y en el caso de Bolívar examina tanto la herencia de su carácter combativo, “la aptitud guerrera”, “el amor a la política y la tendencia al mando” ya detectables en sus antepasados[30], como las circunstancias sociales y temporales, el contexto ambiental y de los hechos para comprender en su sentido justo, por ejemplo, la “Proclama de guerra a muerte” del 15 de junio de 1813. Pero ¿no procede de forma casi idéntica cuando en sus diarios desea hablar de sí mismo, explicar por qué es como es “y no de otro modo”, para luego escoger responder con la exposición de “las influencias atávicas” y “las influencias del medio” en que ha crecido[31]?  Y aunque concluye “Yo soy, pues, el producto de mi casta y de mi ambiente patrio; familia y medio, ambos los he pintado con franqueza y lealtad”[32], sentimos que lo que nos queda en visión es su afirmación individual y libre que se lanza en aventura vital y combativa. Por ello, nos recuerda Picón-Salas:

“No es mera coincidencia que al estudiar a Bolívar haya insistido en todo lo impulsivo y relampagueante que había en el carácter del Libertador; en la prontitud de sus cóleras, en la nerviosa concisión de sus cartas y proclamas, en los arranques románticos con que el héroe decidía el lento y, a veces, farragoso debate de sus consejeros.”[33]

Es este quizás el aporte esencial de sus aproximaciones a la historia venezolana: la posibilidad de percibir desde una perspectiva parcial —pero mirada al fin, que nos descubre alguna porción de lo real— la complejidad de sucesos y personajes de nuestro pasado que requieren un colocarse en el lugar; saber de una vida que tocó con un singular padecimiento, saber cómo se sufre y se siente, aunque sea por analogía, en un momento histórico distante de nuestro presente. Con conciencia de esa subjetividad reveladora, aquella belicosidad y esos rasgos de la figura terrible de don Rufino pueden apreciarse también como una forma de aproximación a la comprensión y al conocimiento. El historiador francés Henri-Irénée Marrou observa precisamente esta posibilidad de la obra histórica si nos disponemos en actitud de entender:

“… cuando el paso del tiempo permite un juicio más imparcial, se descubre que la obra histórica (aunque en más de un sentido se la haya “superado”) puede perdurar gracias a toda la humanidad personal y propia que en ella puso el autor. La obra se eleva lentamente a la dignidad de testimonio histórico; llega a ser documento sobre el historiador mismo, sobre su medio y su época. (…) Pero lo esencial es que la obra sobrevive también gracias a lo que testimonia sobre una verdad del pasado y en tanto es aprehensión auténtica de su objeto (aunque parcial y encarnada en un pensamiento individual).”[34]

Acaso, por qué no, con la debida cautela ello puede ser aplicable a los  textos, panfletos y artículos que escribió Blanco-Fombona sobre su tiempo. Así lo afirma Picón-Salas en el noveno aniversario de su muerte:

“Esto da a su literatura —sobre la de sus contemporáneos— una cálida “historicidad”, que obliga a acudir a Rufino, aunque sea para negarlo o discutirlo. Que mire el mundo desde una posición inconformista; que no se ablande con los halagos; que profiera siempre las más descarnadas palabras, convierte sus libros en testimonios de excepción de una tremenda época venezolana. En contraste con su arrogancia y despiadada sinceridad, ¡cuánto debieron callarse otros escritores venezolanos! En días de derrota y vergüenza nacional, recorre el mundo como armado paladín del honor perdido (…)”

En la obra de Blanco Fombona —y de allí su imponderable valor histórico—, también la Venezuela de su tormentoso tiempo se agita, se desgreña y padece. (…) El escritor, mezclándose a la angustia común, ha recogido el patetismo, el rencor y la desesperanza de los peores días de la patria.[35]

Con los colores y tintes desvanecidos de los lugares comunes, de celebraciones, de interesadas y expresas distorsiones ideológicas de textos oficiales, y más allá de lo que presenten cuidadosos estudios eruditos, Blanco-Fombona el terrible continúa hablándonos con singular franqueza de una visión de la historia que aún necesitamos conocer.

©Trópico Absoluto

Este trabajo fue originalmente una ponencia presentada en el Simposio internacional Rufino Blanco-Fombona, un escritor entre dos continentes. El Fondo Rufino Blanco-Fombona. Centre de Recherches Latino-Américaines-Archivos (Université de Poitiers). Poitiers, 19-20 de mayo de 2011. El video se encuentra disponible en: https://uptv.univ-poitiers.fr/program/simposio-internacional-rufino-blanco-fombona-un-escritor-entre-dos-continentes/video/2606/pic-n-salas-y-blanco-fombona-el-terrible/index.html.


Notas y referencias

[1] Mariano Picón-Salas: “Blanco Fombona, el terrible” en: Bohemia, Caracas, 20 de septiembre de 1964, pp. 20A-22A.

[2] Andrés González-Blanco: Escritores representativos de América: José Enrique Rodó, R. Blanco-Fombona, Carlos A. Torres, Carlos O. Bunge, J. Santos Chocano. Madrid: Editorial América, 1917, p. 139.

[3]Rufino Blanco Fombona. Biografía popular disponible en la página  http://pensamientovivolibreriavirtual.blogspot.com/p/veinticuatro-venezolanos.html. Consulta: 9 de mayo de 2011.

[4] Tomo la referencia de R. J. Lovera De-Sola en su nota “Blanco-Fombona revivido” sobre el libro de Andrés Boersner Rufino Blanco Fombona entre la pluma y la espada (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2008, XXII + 173 p.). Nota presente en la página http://www.arteenlared.com/articulos/blanco-fombona-revivido.html. Consulta: 9 de mayo de 2011.

[5] Alejandro Rossi recoge en pocas líneas una alusión a este recuerdo en “Venezuela a la vista” (Vuelta Nº143, México, octubre de 1988, pp. 54-56), ensayo que más tarde incorporará a su libro Cartas credenciales (primera edición en México: Joaquín Mortiz, 1999; segunda edición en Caracas: Fundación Bigott, 2004). La mención de la anécdota, dado el contexto, resulta más indirecta y quizás menos intensa en la sensación visual, aunque muestra algunos rastros de la memoria de los años de la infancia de Rossi que retratan el carácter de don Rufino: “Otro, más claro, me trae la figura de Rufino Blanco Fombona en la terraza de nuestro apartamento en Buenos Aires. Había más o menos revisado nuestra biblioteca y había descalificado, con gruñidos semiamables, la mitad de ella. Contaba mi abuelo que en los paseos comunes por la ciudad se detenía de pronto ante la estatua de algún prócer, local o hispanoamericano y lo increpaba con sorprendente ardor polémico. Discutir con estatuas no es un mal oficio. Mientras contemplaba la Avenida Alvear frente al Bosque de Palermo, el antiguo modernista le susurró a mi abuelo: «Félix, esto es París, no me lo imaginaba así». Buenos Aires, la ciudad que editó Prosas profanas. Ese día, por desgracia, tuvo los primeros avisos de la muerte inminente. Cuando falleció, mi madre encontró, debajo de la almohada en el cuarto del City Hotel, un pesado revólver y también huellas imprevistas de que se teñía el pelo. El arma y el disfraz” (página 104 en la edición caraqueña de Cartas credenciales).

[6] Rufino Blanco-Fombona: “Amsterdam-París 1902”, anotación del 6 de julio, en: Viéndome vivir. Primer diario inédito. Introducción, transcripción, notas y traducciones de Basilio Tejedor. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello, 1998, p. 82.

[7] Mariano Picón-Salas: “Memoria de Blanco-Fombona” (1953) en Formación y proceso de la Literatura venezolana (1961).Presentación de María Fernanda Palacios. Bibliografía de Rafael Ángel Rivas. Caracas: Monte Ávila Editores, 1984, p. 264.

[8] Mariano Picón-Salas: “Pequeña confesión a la sordina” (1953) en: Autobiografías. Biblioteca Mariano Picón-Salas, volumen I.)Introducción de Guillermo Sucre. Texto establecido con notas y variantes por Cristian Álvarez. Caracas: Monte Ávila Editores, 1987, p. 7.

[9] Mariano Picón-Salas: “Explicación inicial (1940)” en Formación y proceso de la Literatura venezolana, op. cit., p. 12.

[10] “Memoria de Blanco-Fombona”, loc. cit., p. 262.

[11] Ibídem, pp. 261-262.

[12] Mariano Picón-Salas: “Cardones y hombres” (1952) en Suma de Venezuela. Biblioteca Mariano Picón-Salas, volumen II.)Introducción de Guillermo Sucre. Texto establecido con notas y variantes por Cristian Álvarez. Caracas: Monte Ávila Editores, 1988, p. 277.

[13] Ibídem, nota 1 de la página 156, pp. 453-454.

[14] “Memoria de Blanco-Fombona”, loc. cit., p. 263.

[15] Ibídem, p. 262. Sobre esta alusión al comportamiento de don Quijote, piénsese, por ejemplo, en el furor instantáneo e indignado del caballero manchego para defender al personaje de la reina Madásima luego del comentario delirante de Cardenio (Don Quijote de La Mancha, primera parte, capítulo 24).

[16] Formación y proceso de la Literatura venezolana, op. cit., p. 154.

[17] Mariano Picón-Salas: De la Conquista a la Independencia (1944) en De la Conquista a la Independencia y otros estudios. (Biblioteca Mariano Picón-Salas, volumen III.)Introducción de Guillermo Sucre. Texto establecido con notas y variantes por Cristian Álvarez. Caracas: Monte Ávila Editores, 1990, p. 44.

[18] “Terminé por ser dueño de mí mismo; por ser libre; por hacer lo que me dé la gana”; “Para mí el mundo soy yo. El universo principia y termina en mí” escribe don Rufino en su diario en dos momentos distintos (anotaciones del 29 de febrero y 6 de julio respectivamente de “Amsterdam-París 1902” en Viéndome vivir. Primer diario inédito, op. cit., p. 56).

[19] Rufino Blanco-Fombona: El Conquistador español del siglo XVI (1921) en Obras selectas. Selección, prólogo y estudio bibliográfico por Edgar Gabaldón Márquez. Madrid-Caracas: Ediciones Edime, 1958, pp. 119-120.

[20] “Memoria de Blanco-Fombona”, loc. cit., p. 264.

[21] El Conquistador español del siglo XVI, loc. cit., p. 106.

[22] Ibídem, p. 109.

[23] Ibídem, p. 110.

[24] Ibídem, p. 112.

[25] Ibídem, p. 117.

[26] Ibídem, pp. 122-130.

[27] Ibídem, p. 119.

[28] Anotación del 27 de enero. “Amsterdam-París 1903” en Viéndome vivir. Primer diario inédito, op. cit., p. 124.

[29] “Memoria de Blanco-Fombona”, loc. cit., p. 264.

[30] Rufino Blanco-Fombona: La proclama de guerra a muerte (1942) en Obras selectas, op. cit., p. 373.

[31] Anotación del 6 de julio en “Amsterdam-París 1902”, loc. cit., pp. 72-83.

[32] Ibídem, p. 82.

[33] Formación y proceso de la Literatura venezolana, op. cit., p. 156.

[34] Henri-Irénée Marrou: “La obra histórica” en Del Conocimiento Histórico (1975). Traducción: Stella Abreu. Buenos Aires: Per Abbat Editora, 1985, p. 203.

[35] “Memoria de Blanco-Fombona”, loc. cit., p. 263-264.


Cristian Álvarez (Maracaibo, 1959). Doctor en Letras por la Universidad Simón Bolívar (USB), es Profesor Titular en la misma universidad. En la USB se desempeñó en distintos momentos como Director de la Editorial Equinoccio, Coordinador fundador de la Licenciatura en Estudios y Artes Liberales, Decano de Estudios Generales y Jefe del Departamento de Lengua y Literatura. Ha publicado los libros Ramos Sucre y la Edad Media (1990; 1992. Premio CONAC de Ensayo «Mariano Picón-Salas» 1991); Salir a la realidad: un legado quijotesco (1999); La «varia lección» de Mariano Picón-Salas: la conciencia como primera libertad (2003; 2011; 2021); ¿Repensar (en) la Universidad Simón Bolívar? (2005); y Diálogo y comprensión: textos para la universidad (2006). Para Monte Ávila Latinoamericana, preparó la edición de las Biblioteca Mariano Picón-Salas, que consta de doce volúmenes, de los cuales fueron publicados seis.

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