El exilio de las partes. Indagación de la obra de Ana Alenso
Este diálogo entre Erik del Bufalo (Miami, 1972) y la artista plástica Ana Alenso (Caracas, 1982), que reproducimos por cortesía de la revista mexicana Terremoto, nos acerca a una valiosa indagación en torno a la cultura del petróleo, no solo en su carácter ecológico, sino en su capacidad para alterar nuestra sociedad. La obra de Alenso se presenta aquí como una alternativa que, desde las artes visuales, busca “confrontar el presente adoptando el arte como una forma de resistencia”, al tiempo que construye con objetos y materiales de desecho originales formas y ensamblajes donde lo poético y alegórico proponen ciertas preguntas que nuestro azaroso día a día no siempre llega a responder.
Sin duda, el arte venezolano más reciente ha estado marcado por la situación política que vive el país desde finales de los años 90. Sea de un modo explícito, como denuncia; sea de una manera implícita, desde el desconcierto. El trabajo de Ana Alenso conjuga estas dos perplejidades. La siguiente conversación con la artista estuvo atravesada por una rara dialéctica, de mutuo extrañamiento, pero también de mutua cercanía. Como si tradujéramos a una lengua extranjera una lengua materna que nos fue arrebatada. Y quizás sea así siempre cuando se trata de traducir en palabras un hecho plástico. Sobre todo, porque no queríamos que este texto fuese una mera yuxtaposición de ideas generales sobre un hecho concreto, silencioso, irrepetible, inconfesable: la propia obra. Tampoco quisimos que las opiniones de la autora solaparan la verdad del hecho artístico. Las obras de arte tienen siempre su propia visión del mundo; de hecho, una obra es una visión del mundo que solo se puede expresar siendo esa obra. Lo que le queda al artista es acaso el convertirse en un intérprete privilegiado, íntimo, el oráculo de un dios que solo él ha visto. Centrados en la búsqueda de ese mensaje, entablamos este diálogo, espaciado en el tiempo, interrumpido por el espacio:
Erik Del Bufalo: Tu trabajo, Ana, transparenta claramente los vaivenes de la riqueza petrolera como algo que escapa a la mera temporalidad lineal, a la idea de tiempo histórico propia del Occidente moderno cuya fe es el progreso. En él se sugiere un tiempo circular, un tiempo mítico, parecido al tiempo de las primeras civilizaciones, definidas por el ciclo natural de las estaciones. Tal vez porque el petróleo realmente no se produce, sino que se extrae de la naturaleza, la riqueza de Venezuela nunca ha dependido de la voluntad de sus ciudadanos, sino de los ciclos de la extracción y las oscilaciones de la renta. Este recurso natural ha sido para nosotros una ambrosía, una dádiva mágica. ¿Encuentras que tu obra trata de interpretar esta lógica de la enajenación de la riqueza petrolera? ¿Juega un papel esencial en tu trabajo la temporalidad de la “extracción”, la enajenación o desterritorialización del subsuelo?
Ana Alenso: Trabajo mayormente con la sensación de incertidumbre que la era del petróleo nos ha dejado. En la historia de la extracción del petróleo encuentro un cosmos de conflictos y paradojas, ideas de progreso y destrucción que hoy en día constituyen muchas de las luchas de poder a nivel global y que han terminado por apoderarse de nuestro imaginario colectivo; más aún en países conformados por un petroestado como lo es Venezuela. En mi trabajo busco revelar los vicios de este imaginario petrocultural y su potencial iconicidad a partir del uso de objetos, fotografías, videos y otros elementos industriales. Por ejemplo, en el trabajo 24/7 (2014), una rueda de tractor de juguete da vueltas lenta e infinitamente sobre un espejo. En este caso, podría decir que el motor en el “subsuelo de la pieza” es el impulso que representa la idea de progreso y de modernidad en la Venezuela de los años 60, que al igual que esta rueda desmantelada, fracasa, se pierde y alucina con el reflejo de su eterno retorno.
Esto que llamas “eterno retorno” sugiere también la idea de una fuerza centrífuga, de una licuefacción de la modernidad venezolana, importada justamente con los recursos del petróleo, una modernidad insuflada que termina por convertirse en hiperinflación, como se ve claramente en tu obra 1.000.000% (2018). De algún modo, la relación entre el dinero que entra y desaparece rápidamente se irradia culturalmente como una espiral, un ciclón de ruinas. ¿En tu obra ves alguna relación entre esta modernidad fallida de la que hablas y la posibilidad de otro tipo de país? ¿Hay un país futuro imaginado en tu trabajo?
La instalación titulada 1.000.000%, es un circuito conformado por un prototipo de “ciclón del dinero”[1], dos barriles de petróleo, pedazos de autos, mangueras, pantallas LED y motores que se encuentran conectados mecánicamente. El título de la obra se refiere específicamente a un punto de quiebre en la historia de la hiperinflación vivida en Venezuela a lo largo de los últimos años, cuando el Fondo Monetario Internacional pronostica 1.000.000% de hiperinflación para finales de 2018. Exactamente la misma tasa de hiperinflación que vivieron los alemanes durante el período de entreguerras, en 1923. La hiperinflación vista como una experiencia cotidiana de aceleración y disolución se asemeja o hace guiños con la cultura del azar, en donde todo puede pasar. No es de extrañar también que dichas circunstancias refuercen la creencia de que las reservas petroleras del país son nuestro único e inagotable seguro de vida. En septiembre de 2018, los 3 millones de bolívares fuertes recolectados en la cabina del ciclón del dinero equivalían apenas a 20 céntimos de dólar en el mercado negro. En la cabina de la instalación cientos de billetes vuelan en intervalos de pocos minutos, hasta que, con el paso de los días, la fuerza del aire dentro de la cabina termina por desintegrarlos. Se trata de un proceso temporal, aunque alegórico, que no solo muestra una economía en quiebra, sino también la decadencia de una sociedad sistemáticamente empobrecida por un sistema corrupto.
En este sentido, y buscando precisar más en tu pregunta, creo que la idea de un país futuro se plantea en mi trabajo como una interrogante. Ahora mismo, cuando en Venezuela somos testigos no solo de uno de los mayores ecocidios de la historia de la región (el denominado Arco minero del Orinoco[3]), sino de todos los crímenes de lesa humanidad que su operación conlleva, he intentado confrontar el presente adoptando el arte como una forma de resistencia, en donde lo poético y alegórico proponen ciertas preguntas que el día a día no llegan a responder.
Quizás si algo ha sido común en los últimos años en Venezuela, incluso antes de la llegada del chavismo, es la imposibilidad de imaginar otro futuro que no sea el de un país petrolero. Ahora que el petróleo apunta a desaparecer en las próximas décadas como fuente primaria de energía, se nos hace casi imposible proyectarnos como nación. En tu obra este tiempo circular, el tiempo de la extracción y la renta petrolera, se patentizan como apocalipsis, como final sin destino. Pienso también en artistas como Rolando Peña, que desde los años 70 vienen denunciando la extracción petrolera como único escenario posible para Venezuela. No obstante, en tu obra, que pertenece evidentemente a otra generación, la denuncia es aún más pesimista. No solo en su carácter ecológico, sino en su capacidad para destruirnos como sociedad, sin permitirnos siquiera la posibilidad de imaginarnos otras salidas. ¿En qué sentido la denuncia que atraviesa tu trabajo no solo es una denuncia al petróleo como fuente de riqueza única, como lastre neocolonial, sino, como has afirmado, la imposibilidad de una imaginación colectiva, el fracaso de una visión nacional?
Se nos hace casi imposible proyectarnos como nación, porque somos una consecuencia clara de la enajenación petrolera, de la llamada “maldición de los recursos”, como denominó Richard Auty a este fenómeno, donde la abundancia de recursos naturales conduce a la miseria. Crecí dentro de una generación que ha sido testigo de la destrucción del aparato económico y de las instituciones públicas, y de una forma bastante drástica, donde la corrupción se ha establecido como una práctica cotidiana de supervivencia.
Este estado de vulnerabilidad, casi amnésico de la nación, es lo que me permite hacer un ejercicio distópico, en donde elementos representativos de la historia y cultura petrolera se transforman en objetos escultóricos. Son construcciones precarias y desechos industriales que se transforman en plataformas para la discusión y la contemplación. En mi trabajo, quizás como en la geopolítica, cada objeto ejerce un rol dentro del ensamblaje. Es por ello que en muchas de mis esculturas los elementos son sostenidos solo por la tensión y la compresión entre sus partes.
Pero esta “maldición tropical”, esta tristeza de los trópicos que es su dependencia neocolonial o monoexportadora de materias primas, no aparece en tu obra como un mero “hecho”, sino como una estructura, esto es: como un conjunto de relaciones en tensión que busca reproducirse por sí mismo. La maldición, no obstante, implica dos cosas, que hay una condena que le viene al país desde afuera y, por otra parte, que existe algo del orden del discurso que nos hunde en el mal (maldición). En tu obra esto se revela como exterioridad, pues es algo que vemos y no solo algo que nos hace ver; es más objeto que sujeto, más materia que experiencia, más recipiente que contenido. La percepción, marcada por cómo llevas al espectador a recorrer tu obra en el espacio, se encuentra aún en un lugar no descubierto, no explorado. ¿También existe una tierra virgen en tu obra, un país que permanece a salvo de la maldición? ¿Dónde está? ¿Si existe, cómo es ese país?
La experiencia del espectador siempre va ser subjetiva. Creo que es allí donde reside lo valioso del arte, porque se convierte en un espacio donde cada lectura e interpretación puede adquiere vida propia. Por otra parte, durante la producción de la obra, desde el momento que decido tomar un objeto de la calle o hago una búsqueda online, hay criterios de selección, modos de improvisación, upciclyng y manipulación implícitos que aportan un conocimiento empírico, donde se generan, entre otras cosas, estados de precariedad, fragilidad y tensión en la obra. Este elemento sensible es un vehículo para las alegorías y una invitación a dialogar con el otro. Si imaginase un país en mi obra, sería el país de la supervivencia, un país pensado desde el exilio, un país destinado a cambiar y reciclarse constantemente.
Esta reflexión me obliga a una pregunta inevitable, ¿el petróleo no es también la metáfora del exilio, esa riqueza que viniendo del subsuelo nacional progresa en otras partes del mundo? ¿La nación venezolana, en su éxodo no sería, en última instancia, el último límite de una riqueza perdida?
Dada la magnitud de la diáspora venezolana, creo que es una buena metáfora, porque en ambos procesos (la extracción del petróleo y el éxodo) ocurre una mutación profunda, un cambio de estado químico y mental que conduce a su integración tanto a otros sistemas de producción, en el caso del petróleo como materia, como a otras sociedades, en el caso de los ciudadanos venezolanos.
Por último Ana, en este vaciamiento de recursos y seres humanos, ¿cómo concibes a Venezuela dentro del contexto de América Latina? Ciertamente, no somos el primer país que, en el contexto latinoamericano, ha sufrido de ser monoproductor y tampoco el único donde se presenta una forma arcaica de temporalidad gracias a una modernidad más o menos fallida. No obstante, el proceso venezolano es particularmente paradójico, a mi juicio, porque la condición de país que vive de la explotación de materias primas no se da tanto desde afuera, como imposición –digamos “imperialista”– como desde una reivindicación social interna, llevada a cabo por fuerzas supuestamente progresistas.
Creo que, en el contexto latinoamericano, las políticas extractivistas se sostienen bajo un entramado de poderes anclados en pasados coloniales, donde conviven profundas lesiones políticas, sociales e ideológicas. Por ello es particularmente difícil diferenciar las posturas extrativistas de los gobiernos de la región, parafraseando a Svampa (2013), es decir, sean estos “neodesarrollistas progresistas” o “neodesarrollistas liberales”, existe un consenso de fondo (consenso de los commodities) que se traduce en un proceso de despojo, violencia y destrucción de la naturaleza, los territorios y sus comunidades. Dicho esto, creo primordial que estas reflexiones nos lleven no solo a considerar el rol de la geopolítica en la conservación de los ecosistemas, sino también a reconocer el carácter antropocéntrico de las prácticas extractivistas y la urgente necesidad de reconstruir y fortalecer nuestra relación con la naturaleza. Por ello quisiera culminar esta conversación con las inspiradoras palabras de los U’wa, habitantes de las profundas selvas del oriente colombiano y grandes defensores de su territorio: «El petróleo es ruiría y ruiría, es la sangre de la Madre Tierra…tomar el petróleo es para nosotros como matar a nuestra propia madre.»
[1] “El ciclón del dinero” es un concurso diseñado por la Lotería del Táchira, Venezuela, en el cual los participantes son encerrados en una cámara centrífuga llena de billetes, que deben intentar atrapar en un breve lapso de tiempo. El concurso es transmitido cada fin de semana por la televisión a todo el país.
[2] Western Hemisphere Department.
[3] El Arco Minero del Orinoco es una zona al sur de Venezuela de más de 100.000 Km2, rica en minerales como oro, cobre, diamante y coltán. Creada en 2016, por por decreto del gobierno de Nicolás Maduro para ser explotada intensivamente. Mafias, guerrillas colombianas, fuerzas militares y hampa común se disputan parcelas de su territorio. Múltiples organizaciones han denunciando crímenes contra los DDHH, así como crimenes ecológicos.
©Trópico Absoluto
Erik Del Bufalo (Miami, 1972) es doctor en Filosofía por la Universidad de Paris X. Profesor Titular de Filosofía de la Universidad Simón Bolívar, Venezuela. Su trabajo se desarrolla principalmente en el campo de la filosofía contemporánea, ética, estética, pensamiento político y filosofía de la comunicación y la fotografía. Ha publicado Deleuze et Laruelle. De la schizoanalyse à la non-philosophie (París: Kimé, 2003); El rostro lugar de nadie, Erotismo, ética y umbral en la obra de Alí González (Caracas: Fundación Mercantil, 2006). Es coautor de La Política encarnada, Luis Duno Gottberg (Ed.) (Caracas: Equinoccio, 2016).
Ana Alenso (Caracas, 1982) es artista visual, Master en Arte en Contexto (Universität der Künste, Berlin, 2015), Master en Media Art (Bauhaus-Universität, Weimar, 2012), Licenciada en Artes Plásticas, (IUESAPAR, 2004). Su trabajo más reciente se ha enfocado en la exploración y representación de las dinámicas asociadas con las culturas del petróleo (petrocultures). En 2017 le fue otorgada la beca de investigación artística del Senado de Cultura y Europa en Berlín. Su obra se ha exhibido en multiples espacios e instituciones de América Latina y Europa.
Esta publicación se reproduce aquí por cortesía de la revista mexicana Terremoto. El trabajo fue originalmente comisionado para el número 14 de la revista, titulado «Mira quién habla», co-editado por Florencia Portocarrero. La publicación original está disponible en: https://terremoto.mx/issue/issue-14-mira-quien-habla/. El enlace directo al artículo: https://terremoto.mx/article/el-exilio-de-las-partes/. Trópico Absoluto agradece a la revista Terremoto y muy especialmente a su editor en jefe, Diego del Valle Ríos, por su generosa colaboración.
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