Víctor Manuel Pinto / Welserland

5 marzo 2022

Todo comienzo obliga un final. Alfa y Omega. Principio y fin. Génesis y apocalipsis. Dios y el diablo. Luz y sombra. Paz y guerra. Y así, esta América, este tropiezo histórico pleno de nombres y apellidos, de cicatrices y llagas, de climas y verdura. De herejes y santos. De perros y gatos. De blancos y negros. De pardos e indios. De un mar, selva y sus desafíos. De islas y tierra firme. De gente trajeada y de gente desnuda. De pechos cubiertos, de senos al aire. De penes y vulvas y muchas desgracias. Y así, desde el comienzo hasta el final, el mismo abismo.

Y entonces, se hace la historia. Inicia su engranaje allá en la Península Ibérica donde se mueven los hilos del poder. Los Reyes Católicos y un enfebrecido Cristóbal Colón anudan las ideas para embarcarse a la tierra ignota, al soñado Paraíso Terrenal que los reúne en una Secretísima Sociedad (SS) para llegar al Edén que han imaginado desde imaginados papeles que tienen raíz en la Biblia, y desde la ambición por el oro que se anuncia, seguramente debajo de un tamarindo por falta de un manzano.

Con estas páginas, tituladas Welserland (Editorial Kavrial, Madrid, 2021), la tierra, el país o el patio de los Welser, Víctor Manuel Pinto entra en un osado experimento en el que la memoria suscita muchas dudas, porque la historia, juzgada como parte de una gran ficción, se confirma como una acumulación de datos donde hay mucho misterio, mucha recreación, fábula y regodeos que han contribuido con la indagación constante en documentos guardados en oscuros estancos donde privan la sombra y algunas luces. Pero este libro de Pinto, extraño como nuestra misma historia, nos revela la gran aventura de la escritura, de la búsqueda permanente del hombre que mete la nariz en el polvo del tiempo y emerge con una larga epifanía propia de quienes hemos respirado los aires occidentales y hemos sido concebidos como prueba genética.

Welserland es uno de esos comienzos, la gesta criminal y genética que se abrió en América con la llegada de quienes se aposentaron en el Nuevo Mundo y dejaron la impronta de sus abusos, entre ellos las masacres provocadas por su locura y ambición, resumida también entre tantos hijos bastardos.

Este es un libro para iniciados. Y es para iniciados porque descubre muchas aristas que el común de los venezolanos no tenía en conocimiento. Libro para iniciados porque abre la posibilidad de críticas que sostengan si se trata de un libro de historia y de un libro de poesía, aunque ambos géneros, ambos designios, no chocan por ser la intención de haber escrito una aventura en la que el tiempo no ha pasado, porque tanto el génesis como el apocalipsis, el alfa y el omega, se tocan hoy con las mismas osadías, abusos y criminalidades del viejo pasado. Y una poética que siempre ha estado en lo bello y en lo feo. Este es un libro que no termina nunca porque el tiempo no se lo permite. Es un libro atemporal porque no tiene tiempo. Es un libro que no se cierra porque tanto los personajes del remoto pretérito como los de este presente con futuro incierto son los mismos: América, Venezuela, sigue siendo hollada por las botas del Welser, metáfora de este instante que recoge no sólo la ambición de quienes vienen de otros lugares sino de los que habitan en su seno.

El nombre de Venezuela sigue siendo Klein-Venedig, donde fue posible arrasar con casi todo lo visible y hasta con lo invisible porque los sueños y divinidades ancestrales fueron traducidas por el dios de la emergencia, el que llegó tanto en el idioma castellano como en el alemán, en una suerte de melliza persistencia por lo material —el oro— y por lo que había de soplo en el espíritu de una cultura que no supieron ni quisieron entender.

Todo el libro de Víctor Manuel Pinto es esa tipográfica gótica, intromisión en el alma de un continente que fue asolado, que dejó la marca de una religión y el eco de un idioma que se movió por casi todo el Nuevo Mundo. Dos emblemas en cuyo nombre se deshizo la muy antigua tradición de unos dioses que tenían en la tierra y en el mar sus aposentos.

La lectura de este volumen abundoso de Pinto invita a revisar otros títulos. Invita a someterse a la conjura de otros autores que se han paseado por la historia, la oficial y la no tanto, que ha quedado asentada como testimonio de lo que comenzó a pasar en estas tierras desde 1492-98 hasta la Independencia y sus consecuencias en esta parcela continental que llamaron Venezuela, como un insulto, porque de Pequeña Venecia no tenía nada. Y el sufijo (-zuela) es como una malquerencia. O Tierra de Gracia, como la bautizó Colón, aunque desde esos días hasta estos la desgracia ha sido la nota más resaltante.

De manera que estamos ante una obra donde la señal crítica abunda y permite prolongar hasta estos días lo que podría llamarse la conquista de una tierra aún sentida por los golpes del ayer y por los de este presente donde el miedo podría ser el mismo de los ya conocidos por los primeros habitantes de este mundo aún por conocer.

Fragmento de la la reseña de Alberto Hernández: “Welserland, de Víctor Manuel Pinto (una travesía interminable de traiciones).” En: Letralia. https://letralia.com/ciudad-letralia/cronicas-del-olvido/2022/01/24/welserland-de-victor-manuel-pinto/ 24.1.2022

Víctor Manuel Pinto.
Welserland.
Madrid: Kavrial.
2021