Dossier / País Portátil: Contemporary Venezuelan Literature and Arts

1 mayo 2022

Introducción: Walking Around. Por Javier Guerrero.

Hace veinte años, en los primeros días del milenio, Venezuela gozaba de una reputación internacional como Estado latinoamericano prometedor. El país estaba aplicando políticas de redistribución innovadoras, invirtiendo la desigualdad social y fortaleciendo la unidad regional. La elección del presidente Hugo Chávez en 1998 supuso nuevas posibilidades frente a la erosión de la democracia representativa y el fracaso de las políticas neoliberales. La era de Chávez comenzó con una nueva constitución, el empoderamiento de las poblaciones desatendidas y programas innovadores para consolidar la deuda social. Por supuesto, el alto precio del petróleo también contribuyó a hacer de Venezuela un modelo viable para la región. Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua -cada uno con sus propias particularidades- se unieron a lo que se conoció como la marea rosa. Con la elección de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, y Michelle Bachelet en Chile, una constelación de nuevos políticos carismáticos renovó el liderazgo latinoamericano. Sin embargo, con el tiempo, Venezuela se convirtió en un régimen autoritario caracterizado por la corrupción, la violencia, la propiedad estatal de la industria, la criminalización de los opositores políticos y el aumento de las economías criminales. Los precios del petróleo cayeron y Venezuela se hundió rápidamente. Con la muerte de Chávez y la desintegración de la región, la Revolución Bolivariana fracasó oficialmente y Venezuela se convirtió de repente en un mal ejemplo de progreso y desarrollo frustrados. La alternativa más prometedora de la región se había convertido en su ruptura más dramática y en la fuente de la mayor y más abrupta crisis migratoria de su historia moderna.

Pensar en Venezuela hoy requiere ampliar nuestra noción de espacio, adoptar un concepto flexible de territorio que permita a una comunidad imaginada encontrar nuevas órbitas en lugares improbables. El éxodo masivo de venezolanos en los últimos ocho años es histórico para el país, cuya población nunca había emigrado sino que había dado refugio a los migrantes, y para América Latina, con su compleja historia contemporánea de desplazamientos. Nunca antes una población había abandonado tan rápidamente su territorio de origen a pie o en autobús o cualquier otro medio de transporte. Estos caminantes y jinetes cruzaron países enteros para llegar a ciudades como Medellín, Lima, Santiago de Chile y Ciudad Juárez. Un mar de cuerpos migrantes ha llevado su incertidumbre, su implosión republicana y sus característicos patrones de habla a los lugares más imprevisibles.

A pesar de las dimensiones de la crisis, Venezuela ha visto venir este fracaso desde hace tiempo. Desde muy temprano, las artes venezolanas han tenido como protagonistas temas como la derrota, la ruina, el exilio, la inestabilidad y el olvido. La literatura, el cine y las artes visuales, más que disciplinas como la historia o la sociología, han vislumbrado lo inimaginable e incierto, incluyendo la incertidumbre de ser venezolano, de vivir en Venezuela y de pensar en Venezuela. Los artistas venezolanos se han centrado en las grietas, erosiones, fisuras y discontinuidades que subyacen al signo común.

Nunca ha sido más urgente pensar en Venezuela. En su fascinante libro Dancing Jacobins, el antropólogo Rafael Sánchez descubre las complejidades de la nación venezolana a través de una impresionante interacción de fuentes historiográficas, enfoques teóricos, narrativas antropológicas y artefactos literarios y visuales. Sánchez insiste en que los representantes políticos venezolanos se monumentalizan como la «voluntad general» inmutable de una población heterogénea, móvil y deslocalizada. En palabras del propio Sánchez, «la apariencia pomposa y estatuaria de los representantes debe ser complementada con su agitada danza». Los jacobinos venezolanos necesitan, por tanto, tender un puente entre lo universal y lo singular, lo general y lo particular, para gobernar a sus inestables y muy móviles electores. En otras palabras, el gobierno convirtió los cuerpos en espectáculos para promover la búsqueda de un terreno común.

Ana Teresa Torres, en su extraordinario estudio La herencia de la tribu, cuyo capítulo introductorio se incluye aquí, reconsidera el «terreno común» que los jacobinos de Sánchez pretendían construir. Para Torres, encontrar un «terreno común» no sólo es imposible, sino que es la clave del estatus de sacrificio de Venezuela. La pregunta irrefutable es: ¿cómo sería el destino de Venezuela sin su empresa heroica, sin Simón Bolívar? A modo de respuesta, Torres propone que la independencia del continente requirió el cuerpo sacrificado de una nación. La gesta independentista dejó a Venezuela devastada y disminuida. Torres se pregunta si la ficción puede abrir caminos alternativos que permitan cuestionar la monumental historia de Venezuela desde otro lugar.

País Portátil comienza con artículos académicos de cuatro reconocidos académicos venezolanos. Cada uno de ellos insiste en la necesidad de relatar críticamente la destrucción de toda una comunidad. Gustavo Guerrero se basa en la noción de «Worldlessness» de Hannah Arendt para considerar el trabajo de cuatro jóvenes poetas expatriados para los que la poesía es el único lenguaje que describe la pérdida de un mundo común. Gina Saraceni explora la erosión del hogar y la creación de raíces más complejas en la obra de la gran poeta venezolana Yolanda Pantin, cuya poesía cuestiona tanto el pasado familiar como el lenguaje para nombrar esas zonas secretas que nunca se poseyeron. Cecilia Fajardo-Hill estudia el exilio interior y exterior en la obra de ocho artistas que se acercan a la destrucción y al olvido para negociar entre Venezuela como hogar y los territorios que ahora habitan. Por último, Raquel Rivas Rojas lee a los blogueros venezolanos cuando imaginan el país desde fuera. Para Rivas Rojas, esta amalgama de textos híbridos es la base de una historia en tiempo presente de una nación desmembrada e impactada por los impulsos concéntricos de la globalización. En conjunto, estos cuatro artículos construyen un marco de inteligibilidad para las demás obras de este pequeño país portátil, esta cápsula de voces que orbitan alrededor de un signo común.

Como toda antología, este volumen es una selección parcial, necesariamente limitada, caprichosa y exclusiva. Han quedado fuera artistas y tradiciones de indiscutible influencia y peso. He intentado, no obstante, integrar proyectos estéticos muy visibles con obras más extrañas y esquivas que viven más lejos del consenso. Desde la historia de una mujer que tiembla sin razón médica, en Jacqueline Goldberg; a la voz de un niño que heredó la poesía de su madre costurera, en Rafael Castillo Zapata; a la decisión de un grupo de médicos de trabajar tanto en la atención a pacientes como en la conducción de taxis, en Slavok Zupcic. Son historias de nuestra sociabilidad rota y fallida, y de las prácticas anómalas y extravagantes de la escritura y la vida. El temblor de Goldberg es, en última instancia, el fundamento de la materialidad de su escritura; su anomalía está en el impulso escritor, en el trazado tembloroso de su maravillosa literatura. El niño que un día se enfada de repente por todos los goles que nunca marcó, en los impresionantes poemas de Castillo Zapata, revela una sensibilidad queer que ha sido silenciada y ocultada por el imaginario masculino dominante de nuestra literatura.

Estas obras comparten una interesante característica, que tiene que ver con la profunda revisión de la forma que caracteriza el arte y la escritura venezolana contemporánea. Todas estas poéticas van más allá de la especificidad del género y explican en parte la contundencia de la poesía de este volumen. Es como si la poesía fuera un hábitat natural para lo inimaginable, que aparece de repente como una maleza indeterminada. La obra de Yolanda Pantin desafía la especificidad de la poesía para crear algo que se desborda, que no encaja en el género y se refugia en la rareza de lo desconocido. Pantin cuestiona el hogar y sus fantasmas mientras se interroga sobre su capacidad de hablar por los muertos; descubre que su amada patria es también escenario de historias de presa, «de pérdidas y laceraciones», de muerte. Y La boda, de Patricia Guzmán, asocia enfermedad, cuerpo y poesía. En este largo y magistral poema, los rituales opresivos del nexo binario dan paso a una ceremonia secreta y sangrienta. Los preparativos de la boda evocan una tradición literaria que va desde San Juan de la Cruz hasta César Vallejo y sitúan el poema dentro de un viaje místico que nos obliga a entregarnos a una ceremonia final. La boda queda suspendida en la incertidumbre del pabellón quirúrgico donde se abrirá la cabeza de la novia.

En cuanto a la narrativa, el debut literario de Juan Cristóbal Castro erosiona las fronteras entre la crítica y la literatura. Su minucioso estudio de la ruina parte de un regreso a casa y demuestra que cualquier aproximación a la Venezuela actual debe reciclar procesos de deshacer, procesos que incluso involucran a los «salvadores de la nación». Castro toma lo que esconden éxitos internacionales como La hija de la española, de Karina Sainz Borgo, o The Night de Rodrigo Blanco Calderón, y lo desconstruye. Inscribe la ruina en una historia más rica de apropiación, reciclaje, recogida de residuos y mutaciones posteriores, incluyendo la visualidad soviética y la literatura cubana del Periodo Especial. Del mismo modo, Slavko Zupcic construye una historia que recuerda a los Cuentos fríos del cubano Virgilio Piñera, combinando la estética del absurdo con una visión documental del país. Se ha afirmado que los hechos de «Médicos taxistas» de Zupcic tuvieron lugar exactamente como se narran.

También quería que este volumen incluyera la rica tradición de la canción popular, tan íntima e históricamente ligada a la poesía. La obra de Mariela Casal insinúa esta larga historia. Casal cava una tumba en su casa de Turgua, en las montañas del sur de Caracas, y desarrolla una práctica que no distingue entre la vida y la muerte ni entre la palabra, la voz y el cuerpo. Nuestro cancionero procede de estos territorios intermedios. Toma una tradición centrada en los cantos de ordeño o en las canciones sobre la diversidad del bioma venezolano, y la resignifica. El imaginario del gran poeta Igor Barreto oscila entre el ring de gallos de los llanos y las temperaturas gélidas del Annapurna, preguntándose una y otra vez por lo que Barreto llama «implicación»: el movimiento infinito de una mise en abyme omnipresente, una cosa dentro de otra cosa dentro de otra cosa. Esta interminable reverberación de las cosas es la incesante reescritura del poema e incluso de la palabra. Como tal, la implicación de una cosa dentro de la otra se convierte en una figura para pensar en la disolución de la frontera entre lo humano y lo animal, lo ciego y lo que ve, lo muerto y lo vivo.

Alberto Barrera Tyszka y Victoria de Stefano, dos conocidas voces venezolanas, se encuentran a pesar de las diferencias entre sus proyectos estéticos. Barrera Tyszka, autor aclamado internacionalmente, imagina a tres hermanos que se reúnen para esparcir las cenizas de su padre en la tierra extranjera que ahora habitan. Su desarraigo y los fantasmas de su país abandonado afectan a la ceremonia funeraria a través de la falsificación y el miedo al regreso. De Stefano aporta un fragmento de su inolvidable novela Historias de la marcha a pie, en la que el caminar se convierte tanto en un mecanismo de escritura como en un ars poetica. Acercarse al cuerpo enfermo de un ser querido se convierte en un ejercicio de medición de la distancia con una colección de títulos, citas y poesías que se engarzan como cuentas de un largo collar a lo largo del relato. Tanto Barrera Tyszka como De Stefano se plantean la condición de escribir en territorios movedizos, con cenizas y restos.

La crónica del escritor argentino Sergio Chejfec -que vivió en Caracas durante quince años y es autor de Baroni: un viaje, una de las novelas venezolanas más impactantes- se centra en la monumentalización de Caracas. La crónica narra la compra casual de un juego de postales de la capital venezolana de los años cincuenta. Las postales hacen visibles y complementan las cualidades que las representaciones idílicas de la ciudad ocultan. Estas cualidades redimen a la ciudad, al menos a los ojos del cronista que la recorre. Las postales, marcadas por las termitas, proponen una tecnología de escritura basada en las superficies. Los insectos crearon, paradójicamente, la única figura fija que las postales conservan de la ciudad real.

El reconocido poeta Rafael Cadenas, autor de «Derrota» y «Fracaso» -dos poemas de obligada lectura sobre los temas explorados en este volumen- aporta poemas escritos entre su exilio en Trinidad y su regreso a Venezuela. Estos luminosos poemas, cuya circulación y estabilidad se limitaron a copias mimeografiadas, trabajan sobre el yo poético y el territorio continental, nublándolos con una perpetua insularidad. El exilio se desarrolla más allá del viaje a tierras extrañas, en el laberinto de dejar el hogar y no tener a dónde volver, en un exilio interior de la palabra. El exilio de Cadenas en Trinidad durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en los años 50 me da la oportunidad de mencionar a Miguel James -que lamentablemente está ausente de este volumen por la imposibilidad de ubicarlo en él-, un poeta que recorrió la ruta inversa. Habiendo abandonado Trinidad para irse a Venezuela muy joven, la obra de James reproduce incesantemente un retorno a la isla perdida.

La primera novela de Karina Sainz Borgo se convirtió en un bestseller internacional, vendido en más de veinte países. La hija de la española cuenta la historia de una joven cuya madre acaba de morir y que se encuentra atrapada en la violencia nacional. Su desesperación la lleva a tomar medidas radicales para abandonar Venezuela. La novela se acerca a la ficción postapocalíptica, y ha sido leída tanto como un retrato fiel de la destrucción masiva de toda una nación como un claro caso de porno de la pobreza que busca convertir el hundimiento de toda una población en un éxito comercial. La novela de Sainz Borgo no deja indiferente a nadie.

Concluyo el número con un asalto al corazón de Estados Unidos. Gina Saraceni, cuya obra adorna ambas partes de País Portátil, describe un alegre desvío por las calles de Nueva York. En su poema «Extravío en Manhattan», el cuerpo extraño activa y erotiza la historia oculta de King Kong, el terror cinematográfico simiesco. El poema explora las fantasías de perderse, perder el control y dejarse llevar por un mundo que es a la vez aterrador y atractivo. El devenir animal de Saraceni hace estallar fantasías inesperadas de pertenencia y nos envía a alturas vertiginosas desde las que podríamos caer.

Este número ha sido obra de muchas manos, repartidas por todo el mundo. Agradezco a los autores y a los académicos su apoyo incondicional, su generosidad y su entusiasmo. También doy las gracias a los traductores, correctores y otros profesionales por sus contribuciones. Y agradezco a Nathalie Bouzaglo, Mónica Amor, Eleonora Cróquer Pedrón, Alicia Ríos, Luis Duno-Gottberg, Vicente Lecuna, Irina Troconis, Graciela Montaldo, Juan Milá, Mary Brower, Paula Cadenas, Erin Dougherty y Astrid Lander su colaboración y apoyo. Por último, ofrezco mi más profunda gratitud a Daniel Shapiro, por su amable invitación y por acompañarme en este largo camino con paciencia, sensibilidad y curiosidad sobre la anomalía que llamamos Venezuela.

El brillante artista visual venezolano Alexander Apóstol ha logrado desplegar la condición trans*, transgresora, transgenérica y transdisciplinaria que exploramos en este número. Su obra, Régimen: Dramatis Personae, de la que se habla más ampliamente en el artículo de Cecilia Fajardo-Hill en este volumen, exhibe una galería de identidades venezolanas, desde el héroe nacional hasta la reina de la belleza, pasando por el político opositor encarcelado, y la madre que ha perdido a su hijo. Encarnados por individuos transexuales, estos retratos recuerdan la violencia perpetrada contra estos cuerpos y el doloroso viaje que requiere la identidad. (Traducción: Trópico Absoluto)

Review: Literature and Arts of the Americas, Volume 54, Issue 2 (2021)
Dossier: País Portátil: Contemporary Venezuelan Literature and Arts
Editado por Javier Guerrero