/ Reseñas

Ponerle nombre a la herida. En torno a Atrás queda la tierra, de Arianna de Sousa-García

Cecilia Rodríguez Lehmann (Caracas, 1970) reseña Atrás queda la tierra (Seix Barral, 2024), de Arianna de Sousa-García: «En este momento tan álgido de nuestra historia reciente que nos sumerge de nuevo en los calabozos, en la represión, en los detenidos, en un gobierno que se atrinchera en las armas y en el fraude electoral, este libro minucioso que nos obliga a recordar, a reconocernos en esa historia fragmentaria y polifónica, me devuelve el vértigo, la necesidad de nombrar, de volver al abismo de la rabia y la tristeza tantas veces contenida.»

Fotografía de la serie Caracas Postcards. Vasco Szinetar. 2018.

I

Una joven periodista venezolana radicada en Chile acaba de publicar su primer libro Atrás queda la tierra (Seix Barral, 2024). Se trata de una obra a medio camino entre la crónica, las memorias, el periodismo y la novela. Intencionalmente híbrida, tiene esa mezcla que pasa del relato íntimo en primera persona a los discursos públicos, testimonios, cifras, entrevistas y que intentan dar cuenta de un país desmembrado que sólo puede contarse a retazos, a través de fragmentos que hablan tanto del padecimiento íntimo como del colectivo.

Este deseo de contar un presente y un pasado cercano que nos atraviesa como una fisura parece ser común en varios escritores venezolanos. Desde distintas estrategias, formas, estructuras y miradas estos han intentado nombrar ese malestar que parece escurridizo, demasiado ubicuo y polimorfo. Pienso entonces en la dificultad de nombrar una herida abierta y sin suturas. Ojeo el libro primero con cierta resistencia porque veo saltar entre sus páginas nombres como Maduro, Hugo Chávez y Diosdado Cabello; nombres que a veces quisiéramos olvidar, borronearlos. Aun así, quiero leer una historia que de alguna manera me nombra sin saberlo: una madre que sale con su hijo al exilio y que quiere contarle cómo es el lugar de donde viene y el transito siempre complejo hacia otra vida. Veo que ambas salimos el mismo año de Venezuela, con un hijo y que ambas migramos a Chile.

II

Tal como uno convive con las enfermedades crónicas y las vuelve una parte normalizada de la cotidianidad, hay vacíos que portamos con nosotros y con los que hemos aprendido a convivir. Soy el vacío y desde ahí ya no lo percibo o, soy el dolor que se sabe incurable. El libro de De Sousa, recorre punto por punto las heridas que portamos, nos exhorta a verlas de nuevo, con delicadeza a ratos, descarnadamente otras. Nos hace recordar los apagones, la escasez de alimentos, la falta de agua, la violencia, la muerte, los horrores sufridos por los que estamos dentro y fuera de Venezuela. Nos habla de los dolores televisivos pero también de los íntimos. Algunas imágenes nos son comunes a muchos, algunos fragmentos de discurso que escuchamos alguna vez en televisión, por ejemplo, otras, nos develan historias que sabíamos de pasada, de oídas y que la autora le pone nombre y apellido: la madre que perdió a su hija en la puerta del hospital durante el apagón y que ahora sabemos que se llamaba Elizabeth Díaz; la niña que el río Bravo arrebató de los brazos de su madre para llevársela para siempre se llamaba Victoria. De pronto, el apagón, los muertos en las protestas, los desaparecidos en el mar tienen nombre y apellido, cuentan su historia. Ese relato mínimo de los sin nombre nos hace volver a la historia con una mirada microscópica que tal vez habíamos perdido. La autora tiene el cuidado de siempre nombrar, de citar las palabras de los otros -supongo que un hábito heredado del periodismo- y ese nombrar a cada persona, a cada dolor, se va sumando sobre nuestras propias pérdidas como capas superpuestas que nos hace sentir el plural de nuestra tristeza.

Arianna de Sousa-García. Atrás queda la tierra (Santiago de Chile: Seix Barral, 2024)
Arianna de Sousa-García. Atrás queda la tierra (Santiago de Chile: Seix Barral, 2024)

III

El exilio, la migración, el desplazamiento, esas clasificaciones del movimiento tal difíciles de habitar: ¿qué somos? ¿cómo nos nombramos? ¿en qué categoría entramos? Tal como nos recuerda De Sousa, el dolor no se detiene con la salida del país. El libro nos cuenta por un lado: los maltratos, humillaciones, la xenofobia, las injusticias, la falta de solidaridad de los países cercanos; por el otro, la idea de que el país se mueve con nosotros, no sabe de geografías ni territorios, es un espectro siempre al acecho. En el libro la migración es un acto de supervivencia contra todas las adversidades; un deseo simplemente de respirar y estar vivos. El movimiento y el recuento de cada paso dado se transforman aquí en una compulsión irrefrenable de contar lo vivido. El registro obsesivo de la memoria, de no olvidar a nadie, de incluir todos los detalles y todas las personas. Un relato hecho para los hijos de los migrantes, para su hijo, o la mía y un relato a su vez para que nadie olvide lo pequeñamente humano detrás de las abstracciones o los sensacionalismos mediáticos, tan efímeros y frágiles.

IV

 En este momento tan álgido de nuestra historia reciente que nos sumerge de nuevo en los calabozos, en la represión, en los detenidos, en un gobierno que se atrinchera en las armas y en el fraude electoral, este libro minucioso que nos obliga a recordar, a reconocernos en esa historia fragmentaria y polifónica, me devuelve el vértigo, la necesidad de nombrar, de volver al abismo de la rabia y la tristeza tantas veces contenida. No sé cómo pueda leer esta obra alguien que no esté tan entrelazado con esa historia, no sé si se quedará con esa sensación de haber sido interpelado tan directamente; un libro sin concesiones ni al país de partida ni al país de llegada, sin concesiones a un padre que es descrito crudamente en sus coqueteos tiránicos, lo que sí creo saber es que es una obra perturbadora, profundamente conmovedora, que me dejó con un extraño sabor por varios días. Le agradezco a De Sousa haberme recordado cada uno de esos pequeños cortes que llevo conmigo, le agradezco haberme contado sin saberlo y le agradezco eso que uno suele agradecerle a la buena literatura, la sensación de estar un poco menos solos, y que la rabia y la tristeza también son formas colectivas.

Cecilia Rodríguez Lehmann (Caracas, 1970), es doctora en Letras Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Magíster en Literatura Latinoamericana, Universidad Simón Bolívar, Venezuela. Profesora del Instituto de Lingüística y Literatura de la Universidad Austral de Chile.  Dirigió Estudios, Revista de Investigaciones Literarias y Culturales de esa universidad. Es autora de los libros Miradas efímeras. Cultura visual en el siglo XIX (Santiago de Chile: Ed. Cuarto Propio, 2018). (Coord.) y Con trazos de seda. Escrituras banales en el siglo XIX (Caracas: FUNDAVAG Ediciones, 2013).

2 Comentarios

  1. Texto profundo y conmovedor, que nos llega como una herida abierta y que nos une en el dolor a los exiliados de todas partes.

Escribe un comentario

XHTML: Puedes utilizar estas etiquetas: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>