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Obstáculos a la lectura de la petroficción y la necesidad de conectar los textos venezolanos con el contexto planetario

Por | 10 diciembre 2023

En este artículo Elizabeth Barrios (Mérida, 1986) explora algunas de las razones por las cuales la crítica literaria ha tendido a desdeñar las petroficciones (mejor conocidas antes del auge de los estudios energéticos y ambientales en las humanidades como “novelas del petróleo”), proponiendo algunas valiosas contextualizaciones que ayudan a integrar al petróleo en la imaginación literaria.

Rolando Peña. El barril de Dios. 2001

En otros tiempos alguien soñó con construir aquí monumentos
que eternizaran la grandeza de los hombres vencedores de la tierra.
Ahora, cuando ya vas entrando a la ciudad, puedes ver de cerca esos monumentos:
…a pesar de que las mayorías de las construcciones están concluidas,
dan la impresión de algo esquemático e inconcluso. (…)

Tú sientes que todo lo que te rodea es como un decorado de película, o de teatro.
Un decorado que se va deteriorando bajo la intemperie.

Milagros Mata Gil, Memorias de una antigua primavera (1989)

I. Pensar el petróleo

Toda sociedad contemporánea depende del petróleo. Esta dependencia va más allá de la economía y la geopolítica (los campos desde los cuales se tiende a pensar al petróleo en Venezuela), ya que la materialidad misma de la vida cotidiana de los últimos sesenta años ha sido moldeada por el uso de los petroquímicos: desde los objetos plásticos, a las frutas cultivadas con pesticidas y abonos sintéticos, los productos del petróleo están en todas partes. En fin, como dice el teórico Timothy Morton, se puede pensar en la modernidad como “la historia de cómo el petróleo se metió en todo” (54). A pesar de la ubicuidad del petróleo en la vida contemporánea, vivir en una sociedad que depende de él requiere que aprendamos a ignorar nuestra dependencia del petróleo en particular y de los combustibles fósiles en general.(1) De hecho, hacia mediados del siglo XX, la mayoría de los campos del conocimiento habían aprendido a ignorar la manera en que las energías fósiles moldearon la vida moderna.(2) Si bien esta ceguera ante la energía procede de fuentes variadas, es importante mencionar dos de ellas. En primer lugar, las compañías petroleras han sido diseñadas para operar en secreto, ya que la mayoría de los aspectos de sus operaciones son restringidos a la mirada pública: los sitios de extracción y las refinerías permanecen protegidos y fortificados, no es fácil acceder a información confiable sobre las reservas petroleras y, por supuesto, el impacto social y ecológico de la producción del petróleo se ha ocultado agresivamente por décadas.(3) El público en general tiene pocas oportunidades de reconocer que los productos petroquímicos refinados hacen posible su vida diaria. Es decir, pocos se dan cuenta de que consumen constantemente cantidades altísimas de petróleo más allá de la gasolina.

La segunda razón por la que las sociedades moldeadas por las energías fósiles aprenden a ignorar la energía consiste en una ilusión colectiva habilitada por el petróleo: la sensación de que la humanidad por fin se ha liberado de las limitaciones naturales que históricamente restringieron el crecimiento económico y demográfico hasta principios del siglo XX. No es de extrañar que la propia industria petrolera promoviera esta idea al hacer documentales y anuncios publicitarios que exaltaran las formas en las que el petróleo “liberó” a la humanidad de la naturaleza y la geografía. El petróleo es más mágico que la lámpara de Aladino, según el documental educativo producido por la Unidad Fílmica Shell, Oil for Aladdin’s Lamp (1949): “Los científicos del petróleo desafían a Aladino en todo momento (…) los frutos de su trabajo (…) más maravillosos, más prácticos que cualquier cosa que Aladino haya obtenido con su fabulosa lámpara”.

Joris Ivens. Oil for Aladdin’s Lamp (c. 1949).

Otro anuncio publicitario de la Royal Dutch Shell triunfantemente explica que los científicos petroleros por fin tienen “El clima en una jaula (“Climate in a Cage”) ahora que pueden manipular las condiciones climáticas globales para las necesidades de la agricultura. “Por fin el hombre ha comenzado a ganar su batalla en contra del espacio!” (To New Horizons) exclamó un documental de General Motors en 1939. En otras palabras, a mediados del siglo XX se pensó que al explotar y refinar el petróleo, el ser humano finalmente había adquirido una de las promesas de la modernidad y de la ilustración: el poder de escapar de los límites impuestos por la naturaleza para llegar a dominarla. Esta creencia de liberación y dominación ante la naturaleza no es solo cuestión de propaganda petrolera u optimismo de tecnócratas y petroestados: este mito se derramó en otros ámbitos del conocimiento, entre ellos, la economía, las políticas públicas e incluso la investigación científica. 

Un ejemplo que revela la creencia del dominio de lo humano sobre la naturaleza proviene de un debate multidisciplinario de 1926 sobre el papel de la extracción de recursos naturales en la economía y la política del futuro. “Impregnados de un sorprendente optimismo”, los químicos argumentaron que los materiales sintéticos desarrollados durante la Primera Guerra Mundial, hechos con productos petroquímicos, eventualmente permitirían a los científicos sintetizar cualquier recurso agotado” (Wriston citado en Mitchell, 141). Timothy Mitchell explica cómo estos debates sobre el agotamiento de los recursos y la producción de materiales sintéticos influyeron en el campo de la economía, lo cual llevó a su alejamiento del estudio de los recursos naturales (como solía ser el caso con los economistas políticos), reemplazando su orientación hacia el estudio de la circulación del dinero, relegando a los recursos naturales a “externalidades”. Es decir, el poder que el petróleo pareció conferir al ser humano transformó profundamente la imaginación y epistemología del siglo XX. Esta imaginación transformada no toma en cuenta los costos y las consecuencias de la energía, y nos deja en nuestro estado actual de ceguera y dependencia ante los combustibles fósiles. Como sostienen Sheena Wilson, Imre Szeman y Adam Carlson, “la importancia de los combustibles fósiles en la definición de la modernidad ha estado en relación inversa a su presencia en nuestros imaginarios culturales y sociales. […] Nosotros los modernos hemos permanecido voluntariamente ciegos a su impacto en nosotros” (6). Actualmente, en medio de un desastre ecológico de proporciones planetarias creado en gran parte por el petróleo, un desastre que, al igual que el petróleo mismo, nos cuesta percibir, nos encontramos en la necesidad de tomar en cuenta las mismas cosas que una economía de combustibles fósiles nos empujó a ignorar: nuestras fuentes de energía y el costo que ejercen tanto en los ecosistemas como en la misma humanidad.

El propósito de este resumen histórico introductorio ha sido describir la ceguera de gran escala ante la energía en general, y el petróleo en específico. Esta ceguera ha dejado una huella en los estudios literarios, quizás más notablemente en las formas en que se ha leído la petroficción. Con muy pocas excepciones, las obras literarias que intentan profundizar en el tema de la extracción de petróleo han sido sumamente impopulares no solo en Venezuela, sino también en otros países productores de petróleo. El corpus venezolano de petronarrativas (la llamada novela del petróleo) es un ejemplo representativo de esta tendencia: a pesar de la presencia de decenas de textos literarios escritos sobre el petróleo en el país, la mayoría de ellos permanecen sin leerse dentro de las fronteras nacionales. Por consiguiente, no han circulado en el mercado literario hispanohablante internacional ni se han traducido y, por lo tanto, se han mantenido ausentes tanto en trabajos académicos sobre la ecocrítica latinoamericana, como en la creciente disciplina de las humanidades energéticas cuya lengua franca es el inglés.(4) 

la inhabilidad de los estudios literarios de explorar el tema de los combustibles fósiles no es solo una cuestión de desinterés por el tema, sino más específicamente una incapacidad de reconocer los mismos intentos de narrar, así sea imperfectamente, el petróleo.

La falta de popularidad de estas narrativas, sin embargo, no es la única manifestación de la ceguera ante la energía en los estudios literarios. De hecho, es en la propia crítica literaria sobre la literatura petrolera donde percibimos una aversión hacia pensar en la energía. Un ejemplo es la peculiar tendencia de los críticos literarios de afirmar que textos sobre la explotación petrolera no son realmente sobre el petróleo. Por ejemplo, Peter Thereoux, traductor de Ciudades de sal (1983) de Abdelrahman Munif, sugiere que la novela no es realmente una narrativa sobre el petróleo:  

Ciudades de sal trata del petróleo de la misma manera en que el El Padrino trata del aceite de oliva.(5) El petróleo es un mecanismo argumental que permitió al autor crear un panorama balzaciano basado en una sociedad –en este caso, la Península Arábica– que nunca había llegado a la literatura moderna en ningún idioma. 

De manera similar, Gustavo Carrera Damas en su libro La novela del petróleo en Venezuela analiza dieciseis novelas que representan diferentes elementos de la industria petrolera en Venezuela, afirmando que no existe una novelística sobre el petróleo en el país, ya que la mayoría de los textos analizados no logran captar adecuadamente el impacto del petróleo en el país. En otras palabras, la inhabilidad de los estudios literarios de explorar el tema de los combustibles fósiles no es solo una cuestión de desinterés por el tema, sino más específicamente una incapacidad de reconocer los mismos intentos de narrar, así sea imperfectamente, el petróleo. El no reconocer a las narrativas petroleras, significa también ignorar las advertencias proféticas proporcionadas por algunas de ellas en su intento de articular los impulsos destructivos centrales en la extracción de combustibles fósiles.

La ceguera a gran escala ante el petróleo encarnada por los ejemplos anteriores destaca que, hasta hace poco, ni los lectores ni los críticos literarios tenían la motivación, y mucho menos las herramientas, para criticar el impacto de los combustibles fósiles ya sea a escala social o planetaria. Las razones de esta ceguera, como ya hemos visto, se extienden mucho más allá de los métodos e inclinaciones de los estudios literarios del siglo XX. En este sentido, valdría la pena establecer un paralelo entre el desinterés literario hacia las energías fósiles y el de la economía, un campo cuyos intereses a menudo se consideran opuestos a las sensibilidades literarias. El ecologista Charles Hall resume sus estudios sobre la relación entre energía y crecimiento económico declarando que «la abundancia del petróleo permitió [a los economistas] no pensar en la energía» (citado en Nikiforuk 131). La declaración de Hall resuena con una declaración del escritor venezolano Aníbal Nazoa en una entrevista de 1968 cuando se le preguntó, «¿por qué no se ha escrito la verdadera novela petrolera venezolana?» a lo que respondió, «porque todavía hay demasiado petróleo en Venezuela»(citado en Vestrini). Sin embargo, para 1968, ya había al menos una docena de novelas del petróleo publicadas en el país. Sin embargo, tanto el entrevistador como Nazoa, parecen dar por sentado que todavía no existe una «verdadera» novela petrolera venezolana. No habían aprendido a leer estos textos. Hall y Nazoa articulan hasta qué punto la presencia y abundancia del petróleo llegó a reconfigurar la imaginación humana, al permitir un estado de negación colectiva, no solo de nuestra dependencia de las energías fósiles, sino, más importante aún, de la misma realidad material de la extracción de energía.

II. Aprender a contextualizar las narrativas del petróleo

Este artículo explora algunas de las razones por las cuales ha sido difícil tomar en serio la petroficción, proponiendo también contextualizaciones que nos ayuden a integrar al petróleo en la imaginación literaria. Tal tarea requiere, en primer lugar, ser consciente de las conexiones desarticuladas, del «salto», como lo describe James Ferguson, del capitalismo extractivo globalizado:

los movimientos de capital cruzan las fronteras nacionales, pero saltan de un punto a otro, y áreas extensas simplemente son pasadas por alto. El capital no «fluye» de Londres a Cabinda; salta, esquivando la mayor parte de lo que se encuentra en medio. Cuando el capital se invierte en enclaves de extracción, los cuales se encuentran espacialmente segregados, el «flujo» de capital no cubre el globo, sino que conecta puntos discretos en él (379). 

Es revelador que, aunque el artículo de Ferguson describe la extracción de minerales en general, su título es «Ver como una compañía petrolera/Seeing Like an Oil Company«, dado que este «salto» entre puntos discretos de un mapa global es un mecanismo perfeccionado por la industria petrolera en el siglo XX. Cercados, militarizados, y diseñados miopemente para apoyar la extracción y nada más, los enclaves petroleros a lo largo del planeta tienden a existir aislados de sus contextos geográficos y culturales inmediatos y, al mismo tiempo, tienden a parecerse entre sí a pesar de la distancia. Tal configuración geográfica se refleja en la literatura petrolera, algo que, al menos en el contexto venezolano, confundió a los críticos literarios. Un ejemplo revelador es el pronunciamiento del crítico Manuel Caballero sobre las novelas petroleras venezolanas, al considerar que estas no tienen una conexión real con el resto del país: 

son novelas donde el petróleo es visto desde afuera  (…)  sus autores hacen un viaje a esa tierra extraña y nueva donde se explota el hidrocarburo, pero que es una tierra que nada tiene que ver con la propia. (…)  Es un país extranjero, donde domina el diablo, el minotauro. (172)

Las narrativas petroleras venezolanas describen una «tierra nueva y extraña» que, aunque geográficamente se encuentra dentro del territorio venezolano, parece ajena al país. Sin embargo, a pesar de su aparente desconexión de sus contextos inmediatos, las petronarrativas procedentes de distintos rincones del mundo petrolero se asemejan entre sí de manera sorprendente, incluso cuando no existe evidencia alguna de que sus autores se hayan leído, comunicado, o influido entre sí. En otras palabras, al reflejar la realidad geográfica de los enclaves petroleros estos textos, provenientes de tierras de extracción distantes, están más estrechamente conectados entre sí, al exhibir patrones sociales y culturales similares, que con los textos y contextos literarios que los rodean. Este archipiélago de textos petroleros describen una experiencia compartida de aislamiento resguardado y desarrollo desigual llevado a cabo por una industria.(6) 

Dada esta geografía de extracción y de su literatura, debemos leer la literatura extractiva del petróleo como un archipiélago global de textos que describen sitios con historias compartidas de inversión de capital y abandono que, a su vez, han resultado en patrones similares de daño socioambiental. Un rasgo clave que los une es el aislamiento percibido de su contexto inmediato y, por extensión, de nosotros, sus lectores implícitos, donde sea que estemos y quienesquiera que seamos. Esta desconexión con el entorno propio, junto con las “semejanzas improbables” compartidas por regiones petroleras distantes, puede encontrarse también en el estado-nación. Terry Lynn Karl ha postulado que los petroestados distantes de tamaño mediano tienen más en común entre sí que con sus vecinos regionales. Por ejemplo, el fundador de la OPEP, Juan Pablo Pérez Alfonzo, argumentó que la riqueza petrolera de Venezuela aseguró que el país “se parec[iera] más a Arabia Saudita que a Brasil”. Para trazar la geografía de la literatura petrolera mundial, en este artículo trazo una conexión entre dos textos distantes: la novela venezolana Mene de Ramón Díaz Sánchez y Ciudades de sal publicada por primera vez en el Líbano pero aparentemente con una temática sobre Arabia Saudita. Como afirma el petrocrítico Graeme MacDonald, “el petróleo tiene una forma reconocible, y (…) sus lógicas móviles, repetitivas y relacionales son detectables en las petroficciones” (300). Como tales, estos textos no deben leerse únicamente como representaciones de un escenario en particular, sino también como textos sobre la expansión global de la industria petrolera. Las conexiones que establezco entre estas novelas se aplican de manera similar a una amplia gama de petroficciones. Sin embargo, he optado por centrarme específicamente en Mene y Ciudades de sal porque, siendo estas las petroficciones más conocidas de sus respectivas tradiciones literarias, fueron objeto de estudios académicos antes del crecimiento de las humanidades energéticas en el siglo XXI. Argumento que la crítica que rodea estos textos es particularmente útil para revelar los puntos ciegos conceptuales y disciplinarios que impidieron que los estudios literarios pensaran más cuidadosamente las energías fósiles. Mene fue seleccionada como el texto representativo del corpus venezolano en la versión en inglés de este artículo porque ha sido la única novela del petróleo venezolana traducida al inglés. La traducción de Jesse Noel al inglés fue publicada en 1988, 52 años después de la primera edición de la novela. Una de mis aspiraciones al escribir sobre la petroficción venezolana en inglés es generar interés para que más traducciones de textos literarios y críticos sobre el petróleo en Venezuela se lleven a cabo.

Establecer conexiones entre textos petroleros distantes es un proyecto paralelo a la investigación del Colectivo de Investigación de Warwick (Warwick Research Collective, o WReC) sobre cómo se manifiesta el desarrollo desigual en la literatura mundial. En la definición de WReC, la literatura mundial se refiere a la literatura que indexa o trata sobre el capitalismo moderno, no necesariamente en su contenido (incluso si este suele ser el caso), sino más crucialmente en su forma (15). Desafiando una visión de la forma literaria como algo «que se esparce o se despliega a través del tiempo vacío» (50).  WReC postula que las formas: 

nacen (y a menudo chocan con otras formas preexistentes) a través de las grandes olas de la capitalización del mundo – no del modernismo (ni siquiera de los modernismos)–, sino de la dialéctica del centro y la periferia que sustenta toda la producción cultural en la era moderna (50-51). 

Las formas resultantes se caracterizan por un conjunto de rasgos compartidos y una estética “irrealista» que a menudo resulta en «semejanzas improbables a través de barreras de idioma, período, territorio» (51). Como mostrará mi análisis de Mene y Ciudades de sal, la «semejanza improbable» entre las novelas se extiende más allá de los propios textos literarios para abarcar el discurso crítico que los rodea, ya que los críticos literarios (separados por distancias geográficas, lingüísticas y formales) al escribir sobre la especificidad de cada uno de estos textos y de su contexto inmediato, inadvertidamente terminaron escribiendo argumentos que se parecen entre sí, y así accidentalmente ejemplificando otra «semejanza improbable» que conecta a las petroficciones.

Hasta ahora he contextualizado la geografía de los enclaves petroleros, sitios aislados de sus contextos inmediatos, pero imperceptiblemente conectados a otros enclaves distantes: una geografía plasmada en la literatura petrolera. Sin embargo, al explorar más a fondo la geografía petrolera, es necesario destacar que el supuesto aislamiento del enclave petrolero de su contexto inmediato es más que todo, una cuestión de percepciones y no de realidades materiales. Como explica el novelista y crítico literario Amitav Ghosh, el mundo de la extracción petrolera nos afecta e involucra a todos, ya que «detrás de estos enclaves inquietantes y dislocados, de caras cercadas y torres de perforación imponentes se encuentra una historia que incide en cada vida dentro del planeta» (75). Es decir, nuestros espacios ordinarios y nuestras vidas cotidianas están profundamente imbricados con la producción del petróleo. Dado que este artículo carece del alcance para explorar esta amplia gama de conexiones, me centraré en el ejemplo más alarmante y conocido: las emisiones de gases en el proceso de extracción se extienden por todo el planeta, afectan el cambio climático y permanecerán en la atmósfera por siglos. Una vez que se liberan tales emisiones, no podemos determinar con precisión su origen geográfico ni contener su impacto dentro de límites espaciales o temporales. Esto significa que las emisiones de un pozo petrolero extraído del subsuelo del lago de Maracaibo en la década de 1920, seguirán calentando el planeta durante los siguientes siglos. Es decir, las repercusiones más amplias y duraderas de la historia contada por un texto como Mene se extienden más allá del contexto local de la cuenca de Maracaibo, o del estado-nación venezolano; todos estamos imbricados en cierto modo, de manera indirecta y difusa (Clark). Sin embargo, lidiar con las repercusiones planetarias de la extracción petrolera no debería llevarnos a ignorar el impacto concreto y localizado de esta, o a preocupaciones más inmediatas. El reto tanto conceptual como ético, sería aprender a interpelar simultáneamente una multiplicidad de contextos; en el ámbito de la petroficción esto requeriría una lectura sensible a tal multiplicidad, descrita por Ursula Heise como la infusión de un «sentido de planeta» al «sentido de lo local/lugar» (“sense of place”). De hecho, dadas las repercusiones ambientales de la extracción petrolera, extender un «sentido de planeta» en los acontecimientos históricos y los textos literarios se vuelve crucial. Textos que han sido leídos principalmente como poseedores únicamente de un «sentido de lugar», por lo tanto cambian, «al abrir lo local a una red de vínculos ecológicos que abarcan una región, un continente, un mundo» (56). Este proceso requiere preocuparse menos por situar un texto en su tiempo y lugar adecuado, y más por articular las relaciones entre los fenómenos particulares y planetarios, incluidas las conexiones entre nosotros (lectores implícitos) y los lugares de extracción que hemos aprendido a percibir como distantes.

Para lidiar con la sensación de desconexión con respecto a nuestras fuentes de energía, es posible que debamos abrir un espacio para considerar lo que Robert Johnson llama el inconsciente fósil, que según él tiene dos dimensiones: 

Es, ante todo, una cosa material, enraizada en la degradación ecológica radical y las experiencias estratificadas de aquellos que viven al margen de las cadenas de productos básicos del carbono. Pero también es un asunto psíquico, una maniobra mental que reprime la presencia de la infraestructura, producción y sus costos humanos y ambientales. (2-3) 

El concepto del inconsciente fósil ayuda a explicar no sólo la aversión a leer la petroficción demostrada tanto por lectores como críticos literarios, sino también la ya citada incapacidad de reconocer que textos petroleros podrían ser (son de hecho), sobre el petróleo. En otras palabras, algo a un nivel psíquico nos lleva a resistir tener que lidiar con las energías fósiles. En este sentido, valdría la pena repetir la idea de que vivir en una sociedad dependiente del petróleo significa vivir en un estado de negación con respecto a los combustibles fósiles. Por esta razón, este artículo está más interesado en el proyecto de cómo aprender a leer petronarrativas que en el de finalmente escribir la novela del petróleo adecuada. De hecho, el enfoque crítico en el tipo de narrativa petrolera que deberían escribir futuros autores ha sido un mecanismo para evitar un estudio más extenso sobre las petronarrativas existentes. La historia de la novela del petróleo en Venezuela muestra la poca utilidad de contar la historia del petróleo si los lectores mantienen las barreras conceptuales que a largo plazo han impedido el pensamiento crítico ante la energía procedente de los combustibles fósiles. Leer sobre el petróleo requiere estar atento a nuestra resistencia a tener en cuenta nuestros vínculos con esos sitios militarizados, cerrados y aislados de donde proviene el petróleo y todo lo que tal recurso genera y destruye.

III. Un archipiélago de petroficciones: Mene y Ciudades de sal

Mene de Ramón Díaz Sánchez (1936) y Ciudades de sal de Abdelrahman Munif (1984) deberían tener poco en común. Aparte de ser novelas sobre la extracción petrolera, estos son textos publicados con décadas de diferencia en distintas tradiciones literarias, ambos escritos por autores pocos familiarizados con el contexto literario que rodea al trabajo del otro. Mene fue escrito en los primeros años de la explotación petrolera en Venezuela y trató de advertir a una nación sobre los peligros que representaba esta industria. El texto nombra sin rodeos su contexto nacional y regional, planteando que la llegada de las empresas petroleras a la cuenca de Maracaibo constituyó una segunda conquista colonial. Breve y concisa, Mene fue a veces ridiculizada como una «novela de periodista» (Caballero 170), evitando un enfoque más novelístico en aras de proporcionar una letanía de quejas (Campos 11-12). Por el contrario, Ciudades de sal convierte retrospectivamente los primeros años de la explotación petrolera en una historia anónima del mundo árabe (presumiblemente Arabia Saudita) en una epopeya histórica: una trilogía de novelas interrelacionadas de las cuales Ciudades de sal es solo la primera parte, seguida de La trinchera (1991) y Variaciones de la noche y el día (1993). A pesar de las diferencias que abarcan a los textos y sus contextos, Mene y Ciudades de sal adoptan enfoques formales sorprendentemente similares para representar la extracción petrolera. Por ejemplo, tanto Mene como Ciudades de Sal se enfocan en experiencias sensoriales parecidas, con descripciones que implican una ruptura con la estética mayormente realista de cada texto. Las respectivas representaciones de la infraestructura están llenas de referencias a imágenes terroríficas y a menudo fantásticas. Vemos este tipo de referencias en la descripción que hace Mene del impacto sensorial de la infraestructura petrolera en Cabimas:

tenían que alzar la voz para entenderse. Ya era un hábito gritar. El pueblo todo, de un confín a otro, estremecíase en un trueno constante. Vibraban sirenas, repercutían los martillos de aire comprimido, zumbaban los motores de los balancines. Cada taladro tiene un balancín que succiona el negro óleo de la tierra; cada balancín tiene un motor que palpita como el corazón de un cíclope; cada motor tiene una caldera que regurgita como una monstruosa arteria roja. […] De la calle subían los rugidos de los automóviles y el herido grito de los gramófonos. (54, énfasis agregado)

La cita describe la naturalización de un nuevo paisaje sonoro a través del hábito, que al mismo tiempo destaca su naturaleza siniestra al crear una visión infernal que combina lo monstruoso y lo corpóreo: el corazón de un cíclope, una arteria monstruosa, un grito herido. Ciudades de sal transmite de manera similar una sensación tangible de ruido y extrañeza:

con las primeras luces del amanecer, enormes máquinas de hierro comenzaron a moverse. Su ruido ensordecedor llenó todo el wadi. Tan gigantescas y extrañas eran estas máquinas de hierro que nadie había imaginado que tales cosas existieran; las luces que brillaban de ellos eran como estrellas fugaces. Nadie podría describir el momento en que las máquinas se movieron hacia el wadi o conocer los sentimientos que se apoderaron de las personas mientras observaban los enormes cascos amarillos moverse y rugir […] [Miteb al-Hathal] observaba todo cuidadosamente, manteniéndose alejado de las extrañas criaturas con cuya maldad no podía enfrentarse (98).

La asociación de máquinas de hierro con estrellas fugaces y sus operadores con criaturas malvadas que aterrorizan y confunden a la población local en Ciudades de sal ejemplifica aún más la perturbación tangible y la sensación de que la infraestructura extractiva pertenece a un ámbito sobrenatural. Estos tipos de irrupciones «irrealistas» ilustran un elemento en las «semejanzas improbables» que se encuentran al leer petroficciones lejanas, un rasgo formal que conecta aún más estos textos con el tipo de literatura mundial que registra las geografías desiguales del mercado mundial energético (75-76). En otras petroficciones, también encontramos esta tendencia hacia el irrealismo en sus descripciones del temor ante la posibilidad de que el entorno sea tragado por el suelo o de la presencia cuasi-sobrenatural de los mechurrios. La extracción de petróleo, como estos textos sugieren colectivamente, crea experiencias análogas y produce espacios similares incluso en lugares distintos.

Izq: Abdul Rahman Munif. Cities of Salt. 1984. En su versión en árabe y en la traducción al inglés. Der: Ramón Díaz Sánchez. Mene. 1936.

El hecho de que estos textos no solo describen experiencias similares de desarrollo vinculadas a la extracción de petróleo, sino que lo hagan de manera análoga, resalta la importancia de leer colectivamente las narrativas del petróleo, teniendo en cuenta simultáneamente tanto la particularidad irreductible de cada texto, ya que es esa misma particularidad la que es aplanada por la industria petrolera, como el sistema global más amplio que da forma a los textos y conecta sus representaciones de contextos particulares. Tal forma de leer implica aceptar el desafío de Ursula Heise de conectar el «sentido de lugar» que ha dominado la imaginación ambiental del hemisferio occidental con «los lazos a territorios y sistemas que abarcan el planeta por completo» (10). Con respecto a Mene y Ciudades de sal, tal estrategia significaría conectar sus respectivos contextos literarios, sociopolíticos y ambientales, a la historia colectiva de textos de distintos continentes que resuenan entre sí al registrar la forma en que la industria petrolera se establece y «salta» entre sitios de extracción supuestamente aislados.

IV. Puntos ciegos de la crítica literaria

Las analogías textuales examinadas hasta ahora se han limitado a las descripciones de la infraestructura petrolera: su huella material y sus efectos sensoriales inquietantes, incluso siniestros. Podemos explicar estas similitudes como un reflejo de cómo la infraestructura altamente estandarizada de la industria petrolera impacta y afecta a las poblaciones locales. Sin embargo, la «improbable semejanza» de estos textos se extiende más allá de este relato materialista, ya que también incluyen sus respectivos focos narrativos con respecto a sus personajes. A pesar de la narración omnisciente en tercera persona de ambas novelas, éstas brindan las perspectivas de una amplia gama de personas que habitan un enclave petrolero caótico y heterogéneo, sin centrarse necesariamente en una figura protagónica, explorada con profundidad. Es decir, el enfoque de estos textos es más colectivo que individual. Hablando de Mene, Gustavo Carrera Damas señala:  “Se trata de esto, de una novela que plantea un tema y capta un ambiente. Los mismos personajes están creados como una consecuencia y a su vez como un aditamento de la ambientación, que es lo central y determinante» (60). Esta descripción de Mene bien podría tratarse de Ciudades de sal, un texto que también está más interesado en capturar las diversas historias que fluyen a través del enclave petrolero ficticio de Harran y sus alrededores, que en brindarnos un «sentido de la aventura moral-individual del individuo en evolución» (117).

La priorización de las novelas de una historia colectiva ha producido otra semejanza improbable: la de los críticos, que sin saberlo, presentan el mismo argumento al decir que las respectivas novelas se caracterizan por no ser particularmente novelescas y por sus fallas estilísticas, las cuales reflejan un cierto atraso cultural. En el contexto venezolano, Miguel Ángel Campos, el crítico que más extensamente ha escrito sobre la narrativa petrolera, ha criticado la mayoría de las novelas del petróleo del país por lo que él caracteriza como una crónica poco literaria de hechos que afectan al público, destacando pocos personajes desarrollados: «A ratos parece continuidad de la zaga socioeconómica del país, relato del ascenso comunitario y biografía del poder público. Pero la literatura, ya se sabe, no es documento de un tiempo ni expediente pericial” (Campos 10). Si bien el análisis de Campos de lo que caracteriza como fallas en la literatura petrolera ejemplifica el trauma persistente dejado por la devastación que dejaron las guerras del siglo XIX en el país, él sostiene que la literatura petrolera venezolana ejemplifica la falta de creatividad innovadora de una sociedad fracturada perpetuamente “atascada en la tarea de generar civilidad» (18). Sin embargo, si tomamos en cuenta el hecho de que estos supuestos problemas de la novela del petróleo venezolana son patrones que también encontramos en las narrativas de otras regiones, entonces tendremos que cuestionar hasta qué punto la historia política y literaria del país han determinado tanto el contenido como la estructura de estos textos.

En su reseña de Ciudades de sal, John Updike, sin darse cuenta, hace eco a la evaluación de Campos de la novela del petróleo venezolana. Updike afirma que:

ninguna figura central desarrolla suficiente realidad para atraer nuestra atención comprensiva. […] No hay casi nada de ese sentido de aventura moral-individual —del individuo en evolución batallando un mundo de circunstancias— que, desde Don Quijote y Robinson Crusoe, ha distinguido la novela de la fábula y la crónica; Ciudades de sal se refiere, en cambio, a los hombres en conjunto. Su enfoque podría describirse como sociológico. (117)

El análisis de Updike nos recuerda que estamos lidiando con dos tipos de «semejanzas  improbables»: las estructuras narrativas que privilegian una perspectiva colectiva en novelas, por lo demás diferentes, y la incomodidad que esta forma de narración provoca en los críticos. Curiosamente, las afirmaciones de Campos y Updike de que estos textos no funcionan del todo como novelas (ambos sugieren que se asemejan a otros tipos de escritura), se parecen a las lecturas de críticos como Peter Thereoux y Gustavo Carrera Damas: si bien simpatizan más con estos textos, vacilan en decir que ellos son novelas del petróleo. Es decir, todos estos lectores parecen resistirse a la idea misma de que realmente exista la novela del petróleo incluso cuando evalúan textos que llevan esa etiqueta. Algo en su manera de leer ha hecho de este tipo de narrativa una hazaña imposible.

Esta resistencia a leer novelas sobre petróleo como tales nos devuelve a la idea de que el problema con la literatura petrolera tiene menos que ver con cómo o si los autores escriben sobre el petróleo, y más con el hecho de que las formas establecidas de lectura no están bien equipadas para lidiar con las realidades materiales de las energías fósiles. Lo que en un nivel superficial parecían ser críticas individuales de diferentes novelas, en realidad (aunque sin saberlo) representan y refuerzan la «maniobra mental» que ayudó a mantener la extracción de petróleo enterrada en el «inconsciente fósil» (Johnson 2). En otras palabras, declarar que las novelas del petróleo existentes no tratan sobre el petróleo, o realmente no cuentan como novelas, permitió a una generación de críticos y lectores evitar la tarea de explorar si las experiencias de los enclaves petroleros podría estar conduciendo a estas narrativas incómodas y aparentemente des-ubicadas.(7) En pocas palabras, estos textos provocaron repulsión porque se centraron en procesos y experiencias materiales que debían dejarse sin examinar para que la economía petrolera se naturalizara. Por esta razón, es necesario resaltar que críticos como Campos, Updike, Carrera Damas y Thoreaux no malinterpretaron las novelas del petróleo por ser lectores descuidados. Por el contrario, brindan lecturas incisivas que, sin embargo, pertenecen a una época en la que la mayoría de las epistemologías omitían la energía: mientras no hubiera razón para examinar éticamente el impacto material de nuestras fuentes de energía, petroficciones como Mene y Ciudades de sal podrían leerse como textos caducos y provincianos que no merecen ser llamadas novelas del petróleo.

V. Lectura de la petroficción a la luz del cambio climático

Nuestras estrategias lectoras probablemente no habrían sido perturbadas si no fuera por el cambio climático antropogénico. A medida que crece nuestra conciencia del daño planetario infligido por las industrias de combustibles fósiles, la materialidad de la extracción petrolera y su impacto colectivo ya no parecen ser un problema marginal que afecta a los enclaves petroleros, fácilmente descartados como desafortunados efectos secundarios que podrán ser superados eventualmente por la prosperidad del petróleo. Tal vez ahora podemos comenzar a leer estas novelas como un llamado inoportuno a reconocer las fuentes y el impacto de nuestro uso de la energía fósil. Después de todo, es probable que la huella material colectiva del petróleo sea una de las historias centrales que es necesario contar y recontar en los próximos siglos. Desde este punto de vista, es posible que debamos considerar que los mismos rasgos que Campos y Updike leyeron como obsoletos y poco novelescos podrían, en cambio, haber sido intempestivos, no sólo en relación a las tramas y escenarios representando el daño material, frecuentemente ignorado, infligido por la explotación petrolera, sino también a sus rasgos formales supuestamente obsoletos. Como sugiere Amitav Ghosh, el cambio climático nos está empujando a repensar el realismo literario como una estrategia para comprender las crisis ecológicas colectivas en las que nos encontramos: 

la ficción […] en la que el colectivo tenía una presencia poderosa […] era generalmente de una variedad realista, la cuál cesó porque fue consignado al inframundo del «atraso». Pero la era del calentamiento global ha hecho audible una nueva voz crítica no-humana que nos obliga a preguntarnos si esos viejos realistas estaban tan «agotados» después de todo. […] Con plena conciencia de lo que ahora se sabe sobre el futuro del planeta, su obra lejos de ser superada, parece todo lo contrario. Lo que vemos, más bien, es una asignación visionaria de lo humano dentro de lo no-humano; vemos una forma, un enfoque que lidia con el cambio climático avant la lettre (79–80). 

Ghosh argumenta además que el alejamiento de la literatura de la segunda mitad del siglo XX de la narración colectiva no está desvinculado de los órdenes sociales y económicos que el petróleo provocó. Más específicamente, Ghosh cuestiona la reseña de Updike sobre Ciudades de sal, señalando que la caracterización de Updike de las novelas como fundamentalmente impulsadas por un «sentido de aventura moral-individual del individuo en evolución» de hecho no describe la novela en sí misma (79). Describe, en cambio, la forma dominante que tomó la novela en la segunda mitad del siglo XX, una tendencia más pronunciada «en los países que en ese momento abrían el camino hacia la ‘Gran Aceleración'», o la aceleración de las emisiones de carbono que comenzó en la década de 1950 (79). En Venezuela vemos ese fenómeno también en donde se intensifica “la atención central en el ego humano” durante el apogeo de la industria petrolera,  como lo señala la escritora venezolana Raquel Abend van Dalen:

La celebración por el antropocentrismo en la literatura venezolana tuvo auge en los años setenta, cuando críticos como Armando Navarro hablaron de (…) una narrativa donde ya los personajes no son presentados ‘como una entidad dominada por el medio geográfico’ (13) sino como seres humanos que experimentan la alienación por la ciudad, la soledad y la necesidad de introspección. (106)

El “ensimismamiento” (106) de la narrativa, y el fuerte aumento de las emisiones de carbono son, según Amitav Ghosh, fenómenos relacionados. Este incremento de las emisiones fue tanto una condición previa necesaria como el resultado de un sistema económico «basado en el aislamiento» (79), cuyas expresiones literarias dominantes reflejaban uno de los mitos más preciados de una modernidad alimentada por los combustibles fósiles: la búsqueda individual para dominar «un mundo de circunstancias» (Updike 117), y el intento de lograr un sentido de autonomía personal ante las limitaciones materiales y sociales. De hecho, trabajos recientes de las humanidades energéticas han argumentado que muchas de las “libertades” que se dieron por sentadas en la segunda mitad del siglo XX (ya sean políticas, o en términos de movilidad y elección del consumidor) solo pudieron expandirse masivamente gracias al alto consumo de combustibles fósiles.(8) 

Para ver el valor en la estética en gran medida realista de textos como Mene y Ciudades de sal, especialmente en lo que se refiere a su anticipación sobre preocupaciones contemporáneas, no es afirmar que estos textos, o el realismo literario en general, proporcionan la forma más adecuada para representar el petróleo. Sigue existiendo la necesidad de encontrar una variedad de formas de contar la historia del petróleo. Sin embargo, como mencioné anteriormente, este no es un ensayo sobre la necesidad de escribir ciertos tipos de petroficción. En cambio, este es un ensayo sobre cómo aprender a relacionarse con petroficciones existentes como piezas interrelacionadas de una historia colectiva mucho más grande: la expansión global de la industria petrolera y su papel decisivo en la aceleración del cambio climático antropogénico. Leer textos como Mene y Ciudades de sal como historias sobre el petróleo, e indirectamente sobre el cambio climático, es un paso importante para avanzar hacia la creación de estudios literarios que sean conscientes de la energía. Lo que queda en juego en tal proceso es la necesidad de tener cuidado de evitar las «maniobras mentales» (Johnson 2) que permitieron a los críticos descartar estos textos, repudios que reprodujeron y normalizaron aún más nuestra ceguera deliberada ante las energías fósiles.

A pesar de su aparente aislamiento, los enclaves petroleros están conectados entre sí, aunque de maneras imperceptibles y poco convencionales, y estas conexiones se reflejan en la literatura petrolera. Los enclaves petroleros comprenden una amplia red de sitios desarrollados de manera similar que experimentan patrones análogos de daños sociales y ambientales, muchos de los cuales se han derramado más allá de los confines del enclave, lo que ha llevado a una crisis ambiental de proporciones planetarias. Dada la extensión de la economía de combustibles fósiles y de su huella ecológica, es crucial hoy leer textos como Mene y Ciudades de sal como textos que, además de hablar de sus contextos regionales y nacionales, narran procesos que imbrican nuestras realidades materiales y futuros colectivos. Sin embargo, incluso cuando el cambio climático empuja a un número cada vez mayor de lectores a cuestionar el papel de la energía de combustibles fósiles en la configuración de nuestras narrativas culturales y formas de vida, todavía hay suficiente petróleo fluyendo cómodamente a través de la economía mundial para debilitar nuestra habilidad de pensar en la relación que tenemos con los combustibles fósiles. Esto nos remite a la afirmación de Aníbal Nazoa en 1968 de que no había verdaderas novelas petroleras venezolanas porque todavía había demasiado petróleo en el país. Si bien las novelas del petróleo existen, ¿será que todavía hay demasiado petróleo para que nos convirtamos en lectores cuidadosos de la petroficción? Mientras el mundo construido por el petróleo conserve un sentido de estabilidad y lógica planificada, la extracción y refinación del petróleo parecerá existir a distancia, como procesos que bien podrían tener lugar en un mundo diferente con poca conexión con nuestra vida cotidiana. El desafío de leer petroficciones hoy en día, entonces, consiste en considerar simultáneamente nuestra aparente distancia y nuestros variados enmarañamientos con las tierras de extracción que nos rodean.

Notas

1. Véase Matthew Hubber, Lifeblood: Oil, Freedom, and the Forces of Capital (Minneapolis: Minnesota University Press, 2013); John H. Perkins, ‘The Rockefeller Foundation and the Green Revolution, 1941–1956’, Agriculture and Human Values, 7.3–4 (1990), pp. 6–18; Vaclav Smil, Enriching the Earth (Boston: MIT University Press, 2001).

2. Andrew Nikiforuk, The Energy of Slaves: Oil and the New Servitude (Vancouver: Greystone Books/David Suzuki Foundation, 2012). Para un análisis más centrado en las instituciones políticas véase Timothy Mitchell, Carbon Democracy: Political Power in the Age of Oil (New York: Verso, 2011).

3. Caroline Hein, ‘Oil Spaces: The Global Petroleumscape in the Rotterdam/ The Hague Area’, Journal of Urban History, 44.5 (2018), pp. 887–928; Naomi Oreskes and Erik M. Conway, Merchants of Doubt: How a Handful of Scientists Obscured the Truth on Issues from Tobacco Smoke to Global Warming (London: Bloomsbury, 2011); Ed Crooks, ‘ExxonMobil and Chevron Accused over Tax Secrecy’, Financial Times, 6 June 2018, https://www.ft. com/content/4faad62c-6905-11e8-b6eb-4acfcfb08c11.

4. La terminología no ha sido del todo determinada en contextos más allá de la academia angloparlante. Por ejemplo, el  término “energy humanities” ha sido traducido como “las humanidades energéticas” y “las humanidades de la energía.” 

5. En inglés hay un juego de palabras entre petróleo “oil” y aceite de oliva “olive oil”. 

6. El desarrollo desigual es descrito como el ‘maldevelopment and dependent development’ that comes with certain forms of capitalist attempts at development.  Warwick Research Collective, Combined and Uneven Development: Towards a New Theory of World-literature (Liverpool: Liverpool University Press, 2015), p. 12. El concepto ve a esta desigualdad como una característica central, y no como un error o accidente en el mercado mundial. La inversión de la industria petrolera en enclaves petroleros es un ejemplo particularmente claro de este tipo de desarrollo desigual.

7. Aun las petroficciones parecen negar la existencia de la novela del petróleo. Tal es el caso de Guachimanes: doce aguafuertes para ilustrar la novela del petróleo de Gabriel Bracho Montiel, publicado originalmente en Chile, en 1954. El texto pretende ser nada más que una ilustración preliminar de una novela petrolera por venir. Gabriel Bracho Montiel, Guachimanes: doce aguafuertes para ilustrar la novela del petróleo (Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana, 2010).

8. Véase Dipesh Chakrabarty, ‘El clima de la historia: cuatro tesis’, Critical Inquiry, 35 (2009), p. 208; Stephanie LeMenager, Living Oil: Petroleum Culture in the American Century, pp. 80–92; Johnson, Mineral Rites, p. 3; Mitchell, Carbon Democracy, p. 1.

 

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Elizabeth Barrios (Mérida, 1986), es profesora asociada en el departamento de culturas y lenguas modernas en Albion College, Michigan. Egresada del Knox College, y doctora por la Universidad de Michigan. Su trabajo de investigación abarca varios campos: los estudios literarios y culturales latinoamericanos, estudios de cine y humanidades ambientales, particularmente en el emergente campo de las humanidades energéticas. Actualmente está trabajando en un libro que examina 70 años de narraciones petroleras venezolanas y propaganda en la industria petrolera internacional, titulado Failures of the Imagination: Reckoning with Oil in Venezuelan Cultural Production.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés, el año 2021, en la revista Textual Practice (Volume 35, 2021 – Issue 3: Writing Extractivism) con el título “This is not an oil novel: obstacles to reading petronarratives in high-energy cultures” (https://doi.org/10.1080/0950236X.2021.1886695). Esta versión en español se publica con autorización de Taylor & Francis. La autora desea agradecer a Raquel Abend van Dalen por su ayuda con la traducción al castellano.

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