Fervor parisién de Rubén Darío
“Y cuando en la estación de Saint Lazare, pisé tierra parisiense, creí hollar suelo sagrado”.
Rubén Darío (1912) La vida de Rubén Darío escrita por él mismo
1. Epitomado por el ensayo epónimo de José Enrique Rodó, publicado en 1900, el arielismo apeló a la prosapia latina y espiritual de las repúblicas que, en vísperas de su primer centenario independiente, pasmábanse ante el materialismo formidable del coloso del norte. En esa cruzada cultural, el arielismo se entreveró con corrientes estéticas que, desde las postrimerías del siglo XIX, habían emprendido búsquedas estilísticas y temáticas diferentes del acervo compartido con la madre patria. Junto al costumbrismo y al criollismo, la más destacada de esas corrientes fue el así llamado modernismo, donde se mezclaron influencias simbolistas, parnasianas y prerrafaelistas, reconocidas todas por Rubén Darío (1867-1916), adalid del movimiento, al rememorar sus experiencias con la Revista de América fundada en 1894, así como del grupo del Ateneo que lideró en Buenos Aires. “Yo hacía el daño que me era posible al dogmatismo hispano, al anquilosamiento académico, a la tradición hermosillesca, a lo pseudoclásico, a lo pseudorromántico, a lo pseudorrealista y naturalista y ponía a más raros de Francia, de Italia, de Inglaterra, de Rusia, de Escandinavia, de Bélgica y aun de Portugal sobre mi cabeza”, confesó el polígrafo en su autobiografía, aparecida en 1912.
En la arena política, Darío había proclamado desde “El triunfo de Calibán” (1898) su animadversión hacia los yanquis bárbaros, tras concluir la guerra entre España y Estados Unidos, cuando estos humillaran a “la Hija de Roma, la Hermana de Francia, la Madre de América”. Del mismo Rodó a José Vasconcelos, esa hostilidad impulsó una cruzada literaria y trasatlántica emprendida desde Hispanoamérica, la cual recobraba y se ufanaba de las posibilidades del español como idioma —más que del castellano, cabe decir en este caso— y de la hispanidad como civilización, en aquel annus terribilis cuando la Generación de 1898 afrontaba en España el hundimiento del imperio.
La cultura urbana gringa fue denostada por Darío en el mismo texto sobre “El triunfo de Calibán”, abominando sus “abrumadoras ciudades de hierros y piedra”, donde el poeta había pasado oscuras horas de “vaga angustia”. Tal como lo confiesa también el vate en su autobiografía, escrita para la revista argentina Caras y Caretas, los “rollos de águilas” —como se refiere a los billetes de dólares ganados a su paso por Nueva York, como emolumento por sus contribuciones literarias— solo le eran caros en la medida en que le permitían visitar las ciudades de sus anhelos, como Buenos Aires y, sobre todo, París, “capital de las capitales”.
2. Si bien el modernismo ha sido asociado, en el campo narrativo, con autores como Machado de Assis, puede decirse que su búsqueda fue más allá del realismo y naturalismo del maestro brasileño. Sin embargo, mucho de la temática de la novela modernista resultó, como en Machado, del conflicto entre el imaginario sofisticado y cosmopolita de sus personajes, y el ambiente atrasado y vulgar de donde provenían, imperante todavía entre siglos en muchas de las repúblicas casi centenarias.
Esa evasión estética hacia ciudades sofisticadas, sobre todo europeas, caracteriza al modernismo hispanoamericano, tal como se evidencia, por ejemplo, en De sobremesa (1895), del colombiano José Asunción Silva. En esta novela-ensayo de corte autobiográfico, los dilemas finiseculares de las repúblicas latinoamericanas son discutidos desde la acomodada distancia del viaje, al resguardo de refinados salones que trasuntan las ciudades ensoñadas. Desde el destierro compartido con sus contertulios dandis, quienes por sobre todo son “aristócratas del espíritu”, José Fernández barrunta la renovación de la urbe criolla, en un como espejismo de su proyecto republicano: “La capital, transformada a golpes de pica y de millones —como transformó el barón Haussmann a París— recibirá al extranjero con todas las flores de sus jardines y las verduras de sus parques…”, reza el desiderátum del protagonista y álter ego de Silva. Tiene así lugar en De sobremesa el arquetípico conflicto modernista entre ciudad real y ciudad ideal distinguidas por Ángel Rama; la última generalmente inspirada en una refinada Europa decadentista, no solo recorrida o evocada por los héroes novelescos, sino también fabulada a través de “las revistas ilustradas y las descripciones miríficas de los viajeros”.
3. Junto a esos evasivos temperamentos del modernismo narrativo –ejemplificados también por Alberto Soria y Tulio Arcos, de Díaz Rodríguez – se observó en el elenco de entre siglos, como advierte Sonia Mattalía, un “nuevo tipo de sujeto: urbano, hiperestésico, ansioso, necesitado de estabilidad y, al mismo tiempo, glorificador de la vorágine y el cambio”. Aunque con frecuencia por analogía o contraste con la realidad solo dable en ciudades como París, Londres o Nueva York, atraviesa esa crónica —generalmente resultante del viaje por placer, por oficios diplomáticos o por corresponsalías periodísticas— una suerte de flânerie que reporta, en los distintos registros metropolitanos de Charles Baudelaire, Georg Simmel o Walter Benjamin, el anonimato, el mercantilismo y el cosmopolitismo de boulevards y avenidas, promenades y arcadas. Es lo que Julio Ramos resumió como “retórica del paseo”, a propósito de la crónica urbana de las Cartas de Nueva York o Escenas norteamericanas (1881-92), de José Martí.
Contrapuesto a la chata realidad parroquiana de su terruño, el entusiasmo por la gran ciudad se respira en El encanto de Buenos Aires (1914), de Enrique Gómez Carrillo, así como en sus numerosas crónicas parisinas, enviadas a revistas hispanoamericanas como El Cojo Ilustrado, mientras el guatemalteco estuvo en legaciones diplomáticas y periodísticas. Desde la “capital de la latinidad”, el cronista reportaría con fervor metropolitano y progresista el cambiante paisaje secular de la aburguesada bohemia de la Belle Époque:
¡Bohemio! No hay necesidad de fumar pipa para serlo (…) en el Barrio Latino que ya no tiene cervecerías sucias, ni tabernas obscuras, ni cafés subterráneos; en el Barrio Latino brillante, limpio, claro y alegre que todos vemos al pasar por el bulevar San Miguel, hay una bohemia que trata de no llevar camisas mugrientas, ni sombreros viejos, ni pantalones raídos. De los nuevos modos de vivir, esa bohemia ha tomado lo útil. Pero de lo antiguo ha conservado lo eterno, que son los anhelos, los ideales, los amores, los entusiasmos, los desintereses y sobre todo la pasión exclusiva del arte.
En el caso cimero de Darío, además de algunos poemas de Azul (1888), o en pasajes de Peregrinaciones (1901), los innumerables reportes despachados durante sus representaciones periodísticas o diplomáticas son muestras de esa crónica glorificadora de la dinámica metropolitana, imposible de esperar en los villorrios de su Nicaragua natal. Dicente del papel que desempeñó, por excelencia, el escenario luteciano en su imaginario poético, resulta una de las anotaciones del polígrafo sobre la exposición de París en 1900 —adonde lo había destacado como corresponsal La Nación de Buenos Aires— cuando tuvo oportunidad de compartir con el mismo Gómez Carrillo:
“Yo hacía mis obligatorias visitas a la Exposición. Fue para mí un deslumbramiento miliunanochesco y me sentí más de una vez en una pieza, Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y dalmio, siamés y cowboy, gitano y mujick; y en ciertas noches, contemplaba en las cercanías de la torre Eiffel, con mis ojos despiertos, panoramas que sólo había visto en las misteriosas regiones de los sueños.”
Aunque no siempre con el fervor de Darío en Lutecia, puede decirse que el embeleso con la ciudad burguesa —para utilizar la denominación de José Luis Romero— suscitó distintas reacciones en el sujeto literario latinoamericano: desde la lánguida evasión de su propia realidad oscura y atrasada, hasta el fervor metropolitano, con mucho del flâneur finisecular de Benjamin. Su tendencia dependería, entre otros factores, del paisaje urbano de donde ese errático sujeto provenía, a menudo contrastante con las urbes europeas de la Bella Época, idealizadas por el arielismo, el modernismo y los magacines.
4. Prolongando su rol decimonónico de madrina civilizadora de las repúblicas americanas, la Francia de la Belle Époque fue invocada innúmeras veces, del argentino Manuel Ugarte al peruano Francisco García Calderón, como aliada dilecta para confrontar el materialismo del siglo XX. La égida cultural gala entre los intelectuales latinos de la Bella Época había sido consagrada en ese culto a París como meca y metrópoli, llevado al paroxismo por los modernistas. “La moda tiene en París su imperio, y los sombreros de nuestras mujeres son flores grandes de un árbol que sólo crece allá. Francia nos enseña, nos domina, y sobre todo eso nos da algún poco de vino de Champaña. París es el centro de nuestras aspiraciones. Mentalmente somos suyos; aguardamos que nos dirija una mirada, que nos descubra…”, apologizó Darío, en 1899, en El Cojo Ilustrado. La adoración religiosa de aquellos años quedó confesa en perspectiva autobiográfica, cuando el también corresponsal y diplomático fuera despachado a Francia por vez primera:
“Yo soñaba con París, desde niño, a punto de que cuando yo hacía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra. Era la ciudad del Arte, de la Belleza y de la Gloria; y sobre todo, era la capital del amor; el reino del Ensueño. E iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y cuando en la estación de Saint Lazare, pisé tierra parisiense, creí hollar suelo sagrado.”
Pero el embrujo francés fue desvaneciéndose para algunos intelectuales latinoamericanos desde finales del siglo XIX, con las amenazas autoritarias, nacionalistas y antisemitas cernidas en el famoso caso de Alfred Dreyfus. Era este, como se sabe, un oficial judío del ejército injustamente acusado de haber traicionado la república al pasar información militar a Alemania, vencedora de Francia en la guerra de 1870-71. El affaire no solo logró polarizar los bloques de izquierda liberal y derecha nacionalista, sino también evidenciar la debilidad de la Tercera República, nacida en 1875 tras el pecado original de haber perdido Alsacia y Lorena ante los alemanes. El caso Dreyfus decepcionó, por ejemplo, al venezolano Miguel Eduardo Pardo, corresponsal parisino de El Cojo Ilustrado. En las páginas del magacín abjuró entonces el cronista y novelista, en 1898, de su pasado culto a la capital francesa:
“Ojalá fuera aún dueño de aquellas frases atrevidas, de aquella literatura desaliñada y loca que gasté hablando al periodismo americano de París, de París artístico, de París industrial, de París alegre, de París trabajador. Hasta del París triste y enfermo hice yo un París regocijado y bello.”
Continuando con la crisis de la Tercera República, en las proximidades de la Gran Guerra y los ominosos sucesos que la anunciaron, como el asesinato del sindicalista y pacifista Jean Jaurès, otros francófilos fueron mostrando su desencanto. Hasta que el mismo Darío, sumo sacerdote del culto parisién, prorrumpiera en canto de cisne de la Belle Époque, al abandonar definitivamente la urbe venerada por décadas: “Dejé París, sin un dolor, sin una lágrima. Mis veinte años de París, que yo creía que eran unas manos de hierro que me sujetaban al solar luteciano, dejaron libre mi corazón. Creí llorar y no lloré”.
Y mientras Estados Unidos empuñaba el control de las Américas tras la Gran Guerra, el ominoso Calibán nórdico daría paso, siguiendo la mitología shakesperiana del arielismo, a un Próspero prudente y protector, saludado por positivistas e intelectuales en el ocaso de la Bella Época latinoamericana.
*Para la elaboración de este texto me apoyo en pasajes de mi libro Modernización urbana en América Latina. De las grandes aldeas a las metrópolis masificadas (2013). Santiago de Chile: Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales (IEUT), Universidad Católica de Chile, RIL Editores 2017.
Referencias bibliográficas
ALMANDOZ, Arturo, Modernización urbana en América Latina. De las grandes aldeas a las metrópolis masificadas (2013). Santiago de Chile: Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales (IEUT), Universidad Católica de Chile, RIL Editores 2017.
DARÍO Rubén, La vida de Rubén Darío escrita por el mismo (1912). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1991.
_______ El modernismo y otros ensayos, ed. I. Zavala. Madrid: Alianza Editorial, 1989.
_______ “Del amor de París y de la caña de azúcar, del café y de los cueros en el rastacuerismo”, El Cojo Ilustrado, VIII, 170, Caracas: enero 1, 1899, pp. 78-79.
GÓMEZ CARRILLO, Enrique, La vida parisiense. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1993.
MATTALÍA, Sonia, “Sueño y desilusión de la modernidad: imágenes de la ciudad en el fin de siglo latinoamericano”, en Beatriz GONZÁLEZ, Javier LASARTE, Graciela MONTALDO, María J. DAROQUI(comp.), Esplendores y miserias del siglo XIX. Cultura y sociedad en América Latina. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, Equinoccio, Ediciones de la Universidad Simón Bolívar, 1995, pp. 519-531.
PARDO, Miguel Eduardo, «¿Dónde está París?», El Cojo Ilustrado, VII, 162,Caracas: septiembre 15, 1898, p. 648.
RAMA, Ángel, La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del Norte, 1984.
RAMOS, Julio, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica, 1989.
ROMERO, José Luis, Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976). México: Siglo Veintiuno, 1984.
SILVA, José Asunción, De sobremesa (1895), prólogo de Gabriel García Márquez. Madrid: Hiperión, 1996.
Arturo Almandoz Marte (Caracas, 1960), es urbanista, doctor en Vivienda y Urbanismo (Architectural Association, Open University, Londres). Profesor Titular jubilado de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, y Titular Adjunto de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha publicado: Urbanismo europeo en Caracas (1870-1940) (1997; 2006); La ciudad en el imaginario venezolano, 4 tomos (2002-19), Modernización urbana en América Latina. De las grandes aldeas a las metrópolis masificadas (2013; 2017), Modernization, Urbanization and Development in Latin America, 1900s-2000s (2015; 2017), Crónicas desde San Bernardino (2011) y Regreso de las metrópolis (2013). Editor de Planning Latin America’s Capital Cities, 1850-1950 (2002; 2010) y Caracas, de la metrópoli súbita a la meca roja (2012).
0 Comentarios