De la carne y sus atributos. Carnofalogocentrismo en Cuba y Venezuela
Magdalena López (Zürich, 1973) aborda en este estudio las experiencias cubana y venezolana como escenarios en los que es posible evaluar la condición ambivalente de la carne en términos biopolíticos. López desarrolla aquí cómo “la utopía social a menudo ha normalizado prácticas de represión y exterminio contra aquellos sujetos desobedientes de la norma revolucionaria, quienes son reducidos a mera carne sin atributos de ciudadanía: como fuente de soberanía del poder estatal, pero también como propia resistencia soberana frente a ese poder”. Este trabajo formaba parte de los materiales de la revista El Sarcófago N° 1 que lamentablemente nunca llegó a publicarse, y que fueron cedidos por su director, el poeta Igor Barreto, para su publicación en Trópico Absoluto.
Con la palabra “carnofalogocentrismo“ Jacques Derrida se refirió a la lógica sacrificial que subyace en nuestra modernidad. Una modernidad caracterizada por la supremacía cartesiana de los humanos sobre el resto de los seres vivos. Derrida cuestionaba así, no sólo la naturalidad con que aceptamos la violencia detrás de todo tipo de consumo animal en nuestra cotidianidad, sino también la forma en que deshumanizamos o animalizamos a los otros para justificar la violencia. Como experiencias históricas modernas, los socialismos reales no escaparon de esa violencia sacrificial. La utopía social a menudo ha normalizado prácticas de represión y exterminio contra aquellos sujetos desobedientes de la norma revolucionaria, quienes son reducidos a mera carne sin atributos de ciudadanía. Las experiencias cubana y venezolana resultan particularmente iluminadoras para pensar en la condición ambivalente de la carne en términos biopolíticos: como fuente de soberanía del poder estatal, pero también como propia resistencia soberana frente a ese poder.
Cuba: sacrificios fundadores
En un performance de 1997 realizado en su propia casa luego de que las autoridades cubanas prohibieran su participación oficial en la VI Bienal de La Habana, la artista cubana Tania Bruguera abordó los temas de la culpa, el sacrificio y la expiación en relación a la historia de la isla en El peso de la culpa. Desnuda, apenas cubierta por el cuerpo sanguinolento de un chivo muerto, ingirió lentamente la tierra de una vasija de cerámica. Bruguera se hacía eco de las historias de indígenas que se suicidaban comiendo tierra para liberarse de los españoles. A diferencia de otra versión que ejecutara en Caracas, en su performance llevado a cabo en La Habana, el sacrificio de esta mujer-cordero se identifica directamente con la nación, ya que detrás de la artista vemos una bandera de ese país hecha con cabello humano.
Se trató de la obra Estadística, una:
“adaptación de la bandera de Cuba hecha de cabello humano que la artista había recolectado en la isla durante los meses más difíciles del Período Especial antes del éxodo de los balseros de 1994. Para fabricarla, amarró pequeños mechones de cabello, con cintas de color azul, rojo y verde y los cosió a una tela negra.” (Ramsdell)
La relación entre la piel caprina, los indígenas y el cabello humano apuntan al sacrificio que serviría para fundar la cubanidad. Pero, ¿del sacrificio de quiénes estamos hablando en el presente de la artista?
En otro performance, Sin título. Habana 2000, que tuvo lugar en la Fortaleza de la Cabaña de La Habana, Bruguera se enfocó en los miles de presos y fusilados allí durante los inicios de la revolución cubana.
Cuatro cuerpos desnudos en la penumbra de pasillos tapizados por caña de azúcar fermentada precedieron un video con imágenes de Fidel Castro en blanco y negro. Con esta instalación, luego llevada a Nueva York en 2017, Bruguera insistió en la violencia sacrificial sobre la que se fundó la revolución cubana. Las vidas desnudas, como el de la mujer-chivo, resultaron la carne que alimentó el nuevo orden o bien, su renovación durante el llamado Período Especial emblematizado en los cabellos de la obra Estadística.
René Girard propuso que el sacrificio antecede a la formación de las comunidades. El chivo expiatorio serviría para desviar una violencia que amenaza con la disolución del orden, hacia un actor menor. De este modo, se conseguiría la cohesión social de la nueva comunidad. Los performances de Bruguera hacen visibles la violencia inaugural sobre la que se asentó el estado revolucionario. Efectivamente, la revolución cubana se planteó como una refundación en la cual nación y revolución se constituyeron como un ente indivisible. Aquel que no se identifique con el discurso oficial ha sido concebido como antipatriota, una suerte de animal despojado de nacionalidad.
¿Cuál es tu categoría: gusano, gusanoide o gusanón?
Al respecto, vale la pena traer a colación un breve pasaje del libro autobiográfico de Heberto Padilla, En mi jardín pastan los héroes, en el que narra su último diálogo con Fidel antes de marcharse al exilio. En él, el poeta cubano se refiere a sí mismo en tercera persona:
(Fidel le dice) −“Has hablado bastante mierda, no me lo negarás. Y lo que has dicho de mis vacas lo vamos a discutir después, en otro momento, cuando haya menos gente.
−¿Lo que he dicho? −Repitió él, tímidamente.
Fidel se le acercó y le puso una mano en el hombro. Habló en voz baja, mirando a uno y otro lado para comprobar que no le oían.
−Sí; que están tuberculosas.
−¿Que yo he dicho?
−Lo has repetido. Es lo mismo; pero no quiero hablar de eso ahora. Son patrañas de la CIA. Yo mismo me preocupo personalmente por ellas y todo el mundo sabe que en el 71 el problema será saber qué haremos con tanta leche. ¿No viste los potreros mientras venías? ¿Qué dudas tienes de que sea cierto? Porque tú seguramente lo pones en duda. ¿Cuál es tu categoría: gusano, gusanoide o gusanón?
−Yo, Fidel … −tartamudeó.
−Sí, ¿cuál? Porque los revolucionarios no necesitan verme ni hablarme. Tienen confianza. Y si tú quieres verme es porque dudas. Y el que duda es un flojo, un blandengue, un gusano.
Fidel determina lo animal de manera doble: como lo opuesto del revolucionario; es decir, el gusano sacrificable o bien, como propiedad del poder, tal como sucede con las vacas superproductoras de leche con las que el líder alimentaría a la población. Tal dualidad valorativa habita una y otra vez en eso que el discurso oficial denomina “pueblo”. En nombre del pueblo se justifica la animalización de los indisciplinados, pero, al mismo tiempo, ese pueblo también debe ser bestializado para vaciar su propia soberanía y revertirla en obediencia. Esta paradoja animal se ve reelaborada en la siguiente litografía del cubano Rafael Zarza González.
Si seguimos las declaraciones del propio artista acerca de otra representación de un buey como homenaje a la China comunista, esta ilustración puede ser leída como un reconocimiento a la Unión Soviética por su solidaridad al alimentar a la población cubana a base de carne en latas −y recordemos que el mito urbano decía que dicha carne provenía de los cuerpos de los condenados en los gulags−. Sin embargo, esta ilustración también se puede leer como un poder de muerte, un cadáver animal que no deja de recordarnos la violencia que estaría detrás de la materia amorfa dentro de la lata.
Este cuerpo que se debate entre el animal vivo y su carne comestible, nos servirá de bisagra para pensar la Venezuela del chavismo. Permítaseme, no obstante, un breve preámbulo hacia las décadas anteriores de la socialdemocracia para rastrear las implicaciones de la carne en ese país.
Venezuela: podredumbre letal
En 1962, Carlos Contramaestre, miembro del grupo vanguardista venezolano El Techo de la Ballena, llevó a cabo la exposición Homenaje a la necrofilia. En ella presentó diversos cuadros y esculturas con restos de animales sanguinolentos, acompañados por un discurso estridente de celebración de la materia, el magma y la putrefacción. Como el nombre del grupo lo indicó, lo balleneros se propusieron una vuelta a lo animal o, más precisamente, habitar en lo animal como Jonás dentro de la ballena. El escritor Salvador Garmendia delineó el propósito de Homenaje a la necrofilia de la siguiente manera: “Huesos y vísceras de animales recién descuartizados cubrieron las paredes del garaje que sirvió de escondite para la consumación del sacrificio”. La lógica sacrificial detrás de la necrofilia de la exposición servía para denunciar las ejecuciones y torturas que sufrían los guerrilleros en aquel entonces, quienes se negaban a aceptar la recién fundada socialdemocracia, abogando por un régimen revolucionario afín al cubano. Sin embargo, en contraste con el discurso oficial de la isla, para la izquierda ballenera la proliferación de gusanos que emanaba de la carne podrida ofrecía la posibilidad de la denuncia del statu quo y, al mismo tiempo, de suscitar una renovación del orden social. Es decir, de lo animal emergería en palabras de otro escritor del grupo, una “resurrección”. En su crítica a la democracia venezolana, los balleneros intentaban revelar no solo su trasfondo sacrificial en las muertes de los guerrilleros, sino también el consumo obsceno de la nación petrolera. Parafraseando a Simón Marchan, lo que les interesaba no era la apropiación de los objetos en el momento de su glorificación consumista sino en el de su putrefacción.
el sacrificio nacionalista del socialismo se impone como carestía alejándose de los excesos de la democracia venezolana. El poder estatal instrumentalizó así formas disciplinarias a través del hambre.
Sin embargo, el pináculo de esta putrefacción tendrá lugar décadas más tarde bajo la llamada revolución bolivariana. En el 2010 asistimos a la mayor pérdida de alimentos conocida en el país: se estima que entre 130 mil y 170 mil toneladas de comida guardadas en containers −principalmente huevos, leche y carne−, se pudrieron en diversos centros estales de distribución. Lo que se conoció como el escándalo de “Pudreval”, en alusión a los millonarios esquemas de corrupción de la empresa estatal PDVAL, llevó a que una nueva generación de escritores y artistas, organizase otra instalación, Necromenaje a la containerphilia, rememorando la de Contramaestre de 1962. Tal como aparece en el blog de Willy McKey, en una sala en penumbras:
“se dispusieron más de cien bandejas de carne…. Encima de estas bandejas reposaba un poema de Contramaestre: la acción poética consistía en leer el poema correspondiente a una cámara de video ubicada frente al texto de sala proyectado, a sabiendas que en pocos minutos ese video estaría reproduciéndose junto al de los otros asistentes a la acción poética en la pared principal de la sala. El pago de esta lectura era la bandeja de carne cruda, que era embolsada y obsequiada al lector.”
A diferencia del Homenaje a la necrofilia de los años sesenta, este necromenaje enfatizó el aspecto tanático de una política estatal cuyo resultado no era el consumo excesivo sino su restricción criminal. De allí que, en una dirección opuesta a la de los balleneros, la carne en esta exposición del 2010 no estaba destinada a alimentar a los gusanos, sino a las personas que asistieron a ella.
En el contexto chavista, el sacrificio nacionalista del socialismo se impone como carestía alejándose de los excesos de la democracia venezolana. El poder estatal instrumentalizó así formas disciplinarias a través del hambre.
Estados carniceros
La falta de alimentos aunada a la de medicinas y la merma de servicios como la electricidad, el agua y el transporte público resultan especulares en la Cuba del Período Especial y la Venezuela chavista-madurista. En ambos países, donde no se produce la mayoría de lo que se consume, los Estados poseen prácticamente el monopolio sobre la importación y distribución de alimentos. Tal monopolio ha servido para forjar políticas de control de los cuerpos a través de mecanismos asociados a la alimentación como las libretas de racionamiento en Cuba o las llamadas “bolsas CLAP” (por Comités Locales de Abastecimiento y Producción) en Venezuela.
El estado revolucionario “purga” el consumo a tal grado que obtiene cuerpos vaciados de su propia carne. Así, por ejemplo, se estima que sólo en el 2017 un 64% de la población venezolana perdió en promedio 11 kilos de peso, mientras que diferentes animales murieron de hambre o fueron sacrificados en zoológicos para alimentar al resto.
Esta purga carnal resulta de tal magnitud que en muchos casos la excarnación acaba en la muerte de cientos de personas. Como poseedor de un poder sustentado en el sacrificio carnal de los otros, el estado revolucionario se reconvierte en animal, en aquello que para sostenerse precisa perder su humanidad; esto es, contravenir los presupuestos filantrópicos del humanismo sobre los que la emancipación socialista se sostiene. Volvemos aquí a la doble visión del pueblo como cuerpo sacrificable y como fuente de soberanía del estado. El Estado revolucionario que distribuye la carne para sostener la vida o dejarla morir se ha convertido en un buey carnicero.
Insumisiones de la carne
Frente a las regulaciones biopolíticas en Cuba y Venezuela hay algunas formas de insumisión que vuelven a lo primario de la carne en una dirección distinta: como afirmación de la propia soberanía o simplemente como vía de fuga a-subjetiva. Estas formas de insumisión están relacionadas al develamiento y denuncia de la estructura sacrificial de los regímenes revolucionarios.
Si la abyección señala la fragilidad y materialidad de los cuerpos, las matanzas y descuartizamientos de animales, sin el ocultamiento habitual de los mecanismos industriales, señalan el fin de la distinción entre lo humano y lo animal, en una suerte de vuelta al estado de naturaleza. En Venezuela, como consecuencia de la escasez alimentaria, el saqueo de animales vivos se ha vuelto frecuente.
El fin de la distinción entre lo humano y lo animal acaba por revelarnos que el orden, en realidad, está sostenido sobre una estructura de muerte. Esta abrupta revelación le disputa al Estado su monopolio sobre los cuerpos animales, tal como se expone no sólo en la anterior fotografía, sino también en algunos relatos cubanos como “ABC” y “Carne”, de Rolando Menéndez, y “Los lobos” de Ángel Santiesteban. Contraviniendo la disciplina estatal, en estas narraciones se pescan gatos o se matan reses clandestinamente para obtener su carne.
Por su parte, el performance venezolano ha servido para revelar el orden carnofalogocentrista. En 2017 un grupo de estudiantes de la Escuela de Artes de la Universidad de Los Andes llevó a cabo Hecho en socialismo. Sus cuerpos desnudos y envueltos en plástico, de manera similar a la carne empaquetada del Necromenaje a la containerphilia, denunciaron no solo la inanición de la población, sino también la tortura y el asesinato de cientos de manifestantes ejecutados por la dictadura chavista.
Otra forma de insumisión frente a la estructura sacrificial del Estado ha sido la de exponer e incluso provocar la excarnación o mortificación del propio cuerpo. Durante las protestas que tuvieron lugar en Caracas el año 2017, Hans Würich confrontó al ejército y la policía tan solo con su cuerpo desnudo y una Biblia en la mano.
Recordemos que el apelativo chavista contra sus críticos no es el de “gusanos”, sino el de “escuálidos”, una palabra que refiere a lo animal, un tipo de pez, pero también, a lo falto de carne. Porque la carne, como hemos visto, es propiedad del Estado carnicero. En esta fotografía, la falta de carne en el cuerpo se traduce en una vida que al exponerse voluntariamente a los disparos de los perdigones de la Policía Nacional Bolivariana apela a una soberanía negada. La mortificación de la carne, el gesto y la Biblia suponen una reapropiación de la lógica sacrificial cuasi religiosa del orden revolucionario para denunciar la violencia del Estado.
Por último, vayamos al caso contestatario más extremo. Franklin Brito fue un agricultor que llevó a cabo un proyecto ecológico de alimentación autosustentable. Paula Vásquez indica que en 2002 entró en conflicto con una compañía pesticida que financiaba al alcalde chavista local, por lo que fue prácticamente expropiado de sus tierras de cultivo. Como consecuencia, emprendió varias huelgas de hambre hasta que finalmente murió en una de ellas, en 2010, recluido a la fuerza en el Hospital Militar de Caracas.
Además de disputarle al régimen la capacidad de matarlo de hambre, Brito se amputó un dedo frente a las cámaras como forma rebelde de auto-excarnación. Adelantándose a la crisis humanitaria venezolana y, a diferencia de las miles de personas muertas en los últimos años por desnutrición, tortura, ejecuciones, falta de medicamentos y asistencia médica, Brito decidió su propia muerte como último ejercicio de la propia soberanía frente al Estado. Llevando al extremo la desposesión y la vulnerabilidad, el agricultor se volcó sobre la potencia de la (falta de) carne irrumpiendo el relato utópico e incluso teleológico de la revolución bolivariana. La carne, opaca frente a cualquier relato redentorista, fue paradójicamente la instancia última de un sujeto que se negó a ser mero cuerpo biológico.
Brito, los indígenas aludidos en el performance El peso de la culpa y el manifestante Würich plantean formas de insumisión desde el autosacrificio. En la obra Estadística (1997), hecha con cabellos humanos, Bruguera nos proponía una lectura del cuerpo individual y biológico como un cuerpo social que va más allá de los dispositivos inmunitarios que delinean al sujeto moderno. Como señala Milica Acamovic, esa bandera cubana tiene un estilo funerario similar al que se utiliza en los eventos patrióticos.
Otra bandera funeraria, la venezolana, sirvió también para envolver el ataúd de Brito.
El trayecto de este ensayo puede ser comprendido entre las dos banderas y las correspondientes tanatopolíticas identitarias: la cubana hecha de cabello humano y la venezolana convertida en mortaja de un cuerpo sin carne. A través del trayecto entre ambas, atestiguamos la estructura carnofalogocéntrica de dos regímenes revolucionarios nacionalistas. Frente a sus lógicas sacrificiales, algunas manifestaciones artísticas, políticas o meramente a-subjetivas revelan formas de insumisión frente a la soberanía del Estado sobre los cuerpos. Lo relevante de estas formas no es tanto si presentan alguna agenda programática, sino más bien la irreductibilidad de la propia carne frente a las formas de sujeción “socialista” de ambos Estados.
Referencias
Acamovic, Milica 2016. Fresh Meat Rituals: Confronting the Flesh in Performance Art. Master Dissertation: Saint Louis: Saint Louis University.
Derrida, Jacques. 2009. The Animal that Therefore I am. Translated by David Wills. New York: Fordham University Press
Girard, Rene. 1972. La violence et le sacré. Paris: Grasset.
Kristeva, Julia. 2010. “Sobre la abyección. Poderes del horror”. Seminario virtual http://www.carlosbermejo.net/Seminario%20virtual2%20-1/PODERES%20DEL%20HORROR.pdf
McKey, Willy. 2010. “Necromenaje a la containerphillia”. Willymckey https://willymckey.com/2012/03/29/necromenaje-a-la-containerphilia-2010/
Menéndez, Ronaldo. 2002. De modo que esto es la muerte . Madrid: Lengua de Trapo.
Padilla, Heberto. 1981. En mi jardín pastan los héroes. Barcelona: Argos Vergara.
Ramsdell, Lea. 2009. “El peso de la cubanidad: Performances de Tania Bruguera durante el período especial». Letras Femeninas 35 (2): 193-209
Santiesteban, Ángel. 2001. “Lobos en la noche”. Los hijos que nadie quiso. La Habana: Letras Cubanas 19-34.
Varios autores. 2008. El Techo de la Ballena. Antología. Caracas: Monte Ávila Editores.
Vásquez, Paula. 2019. “Cuando se consume el cuerpo del pueblo”. Revista Iberoamericana XXXV (266): 101-118.
©Trópico Absoluto
Magdalena López (Zürich, 1973), es investigadora del Kellogg Institute for International Studies de la Universidad de Notre Dame y del Centro de Estudios Internacionales del Instituto Universitário de Lisboa (ISCTE-IUL).
1 Comentarios
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Muy bueno. Recuerda a Animal Farm. Y (menos) a la cita de Mallet: «Como Saturno, la Revolución devora a sus propios hijos», aunque él no se refería al pueblo.