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La película ­‹snuff› de Fidel

Por | 13 noviembre 2024

Arnaldo E. Valero (Caracas, 1967) escribe sobre el documental de Pavel Giraud, El caso Padilla: «Gracias a las circunstancias que llevaron la filmación original a manos de Pavel Giraud, ahora podemos echar un vistazo al grado de transformación del carácter bajo un régimen totalitario, algo que Hannah Arendt vislumbró como el abismo de «lo posible» y que demuestra —para nuestro espanto— que el espíritu humano puede ser destruido sin llegar siquiera a la destrucción física de las personas. Una razón de peso para que Fidel Castro merezca ser recordado como artífice indiscutible del snuff totalitario.»

Fotograma de la filmación de la «autocrítica» de Heberto Padilla realizada el 27 de abril de 1971 en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

I

La primera pregunta que me hice cuando vi la película El caso Padilla fue cómo habrá hecho Pavel Giraud para conseguir la filmación original, porque esas cintas formaban parte de la colección de «trofeos» íntimos de Fidel Castro, eran uno de sus fetiches más preciados, algo así como su película porno favorita; pero la filmación de lo ocurrido esa noche de abril de 1971 en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) no es precisamente porno, sino algo siniestro, cruel y ominoso, aquello es como la filmación de un asesinato hallada en la caja fuerte de un millonario que acaba de morir y que sirve de partida a 8 milímetros, la película protagonizada por Nicolas Cage y un Joaquin Phoenix veinteañero bajo la dirección de Joel Schumacher.

La médula de El caso Padilla es la filmación de una ejecución en vivo ordenada por un hombre con infinidad de recursos y poder ilimitado, una película snuff  por encargo.

II

Heberto Padilla había logrado ser publicado y traducido por editoriales extranjeras y comenzaba a ser admirado por una generación de escritores cubanos emergentes, como Reinaldo Arenas. En 1968 había ganado de manera unánime el Premio Julián del Casal —el galardón más importante otorgado por la UNEAC a un poemario inédito de un escritor cubano—con Fuera del juego, libro que alberga con excepcional y reveladora lucidez lírica los temores e inquietudes que asediaron al autor durante su estadía de años en Rusia y otros países de la Unión Soviética sacudidos por la difusión del «Informe secreto» de Nikita Kruschev y la publicación de la ópera prima de Aleksandr Solzhenitsyn; por si eso fuera poco, Padilla había demostrado con gran solvencia escritural un espíritu afín al de la Primavera de Praga en Provocaciones, poemario cuya lectura inaugural en la UNEAC —realizada en enero de 1971—  contó «con gran asistencia de público joven, que llenó la sala, los corredores adyacentes y hasta los sectores del jardín que se hallaban cerca de las ventanas», según refiere Jorge Edwards en Persona non grata.

Los poemas que el escritor enviado por Salvador Allende para reanudar relaciones diplomáticas con Cuba no alcanzaba a escuchar «desde el pasillo, detrás de un muro de jóvenes que se empinaban para divisar al poeta, eran recibidos con estruendosos aplausos».

Lo registrado por las cámaras del ICAIC bajo la supervisión de los funcionarios de la Seguridad del Estado es el acontecimiento antropogenético del régimen castrista.

Fuera del juego fue publicado con un insólito texto de advertencia de la directiva de la UNEAC que lo señalaba como un libro ideológicamente contrario a la Revolución. Los comisarios culturales acataron la publicación del libro convenida en las bases del concurso, pero no avalaron su circulación en Cuba; por esa razón, los jóvenes que asistieron al recital ofrecido por Padilla esa noche de enero se pusieron de acuerdo para transcribir taquigráficamente los poemas que fueron leídos, como el titulado «Una Pregunta a La Escuela de Frankfurt»:

¿Qué piensa él?
¿Qué es lo que está pensando
ese hombre,
que tiembla entre un fusil y un muro?
Respondan preferiblemente
en el siguiente orden:
Horkheimer
Marcuse
Adorno.
Reordenen la pregunta
si lo creen necesario:
entre un fusil y un muro
¿qué es lo que está pensando
ese hombre que tiembla,
al alcance de un ojo, enterrado en su edad,
y sin embargo a punto de ser sacado de ella
de un empujón
que no pudo soñar jamás la madre que lo parió?[1]

La escritura de Fuera del juego y Provocaciones suponía una ruptura contundente y desafiante con el sistema despótico que Fidel Castro estaba consolidando en Cuba bajo la égida soviética. Ambos poemarios ofrecen un imaginario desvinculado del simbolismo militante, un microcosmos social que se ha liberado de los significados impuestos por la idea de Revolución consagrada desde el triunfo de los bolcheviques, un deseo que no ha sido bloqueado o anulado por los preceptos y las líneas del partido: sus poemas desacatan plenamente la instancia mítica del poder; por consiguiente, Fidel Castro y sus adláteres no podían servirse de esas páginas para pregonar o difundir algunos de los «valores fundamentales» de su modelo político, como el culto a la personalidad, blanco al que apunta el cuarteto introductorio de «A veces», poema de Provocaciones:

A veces es necesario y forzoso
que un hombre muera por un pueblo,
pero jamás ha de morir todo un pueblo
por un hombre solo.

Además de ser indicativos de los niveles de descontento que había en ese momento en Cuba, el interés y la acogida que merecía el recital de Padilla revelaban cómo su poesía forjaba otras realidades al pregonar otros deseos colectivos.

Meses más tarde, los escritores e intelectuales cubanos  «invitados» a la sesión que tendría lugar en la sede de la UNEAC bajo los auspicios de la Seguridad del Estado sabían que iban a presenciar un acto que obedecería al empeño de desmoralizar y destruir a un poeta que había sido capaz de sostener una lucha excepcional contra su propia policía interior y contra la tendencia fratricida que la militancia revolucionaria había adoptado contra aquellos que esperaban un modelo político diferente.

La noche del 27 de abril de 1971 se demostró cuánta razón tenía Hannah Arendt cuando sentenció que «cada hombre y cada pensamiento que no se conforma al objetivo último de una máquina cuyo único objetivo es la generación y la acumulación de poder es una molestia peligrosa».

III

A partir de lo que llegó a ver durante treinta y siete años en Cuba, Reinaldo Arenas advirtió que los dictadores pueden destruir a los escritores de dos maneras: persiguiéndolos o colmándolos de prebendas; la destrucción de Padilla, «incesante rebelde amante de la libertad», requería de la participación de «los oportunistas y demagogos, amantes siempre del poder y, por lo tanto, practicantes del dogma y del crimen y de las ambiciones más mezquinas».  

La sesión de autoflagelación filmada bajo la supervisión de los agentes de la Seguridad del Estado tuvo como maestro de ceremonias a un funcionario que no dudó en asumir un papel que Nicolás Guillén se eximió de interpretar: darle rostro y personificar un modelado de actitudes, de rituales de lealtad, obediencia y sometimiento, requeridos para consolidar la máquina de sumisión semiótica del régimen.[2] Para formarse una idea de la estima de la que ese burócrata era merecedor por parte de un irreductible «compañero de viaje» de la Revolución cubana, bastaría con citar una chanza que Julio Cortázar le obsequió a Guillermo Cabrera Infante en una carta de 1967: «Un disco del Beny vale por muchos tomos de Portuondo. ¿De acuerdo, Cué?»

En su estudio introductorio a la edición de Fuera de juego para la colección Letras Hispánicas de Cátedra, Yannelis Aparicio Molina y Gustavo Pérez Firmat señalan que es probable que José Antonio Portuondo sea el coautor de los artículos publicados en la revista Verde Olivo y firmados por Leopoldo Ávila, donde Padilla llegó a ser arteramente cuestionado por haberse atrevido a ponderar los méritos estéticos de Tres Tristes Tigres. Coautor, porque hay indicios que sugieren que Leopoldo Ávila era el seudónimo resultante de la alianza entre Portuondo y Luis Pavón Tamayo, oficial que dirigía esa revista de las Fuerzas Armadas, conjunción que recuerda eso que Félix Guattari acertó a catalogar como la «molécula policíaco-intelectual», componente de la química social que atraviesa la historia cultural cubana y cuyo objetivo es «borrar, neutralizar e incluso suprimir completamente todas las categorías basadas en algo distinto de su propia axiomática del poder». 

Sin ese diligente funcionario, Fidel jamás habría atesorado su película snuff.

Para alcanzar su consolidación, la «Fantasía roja» requiere la participación activa de «intelectuales» que asuman la escritura como flujo de consignas y términos emanados por el orden dominante. Burócratas de la sobrecodificación, en ellos la palabra persigue establecer dentro del cuerpo social un amplio consenso represivo, censurar o anular todo deseo que vaya en contra del poder. Su idea de «compromiso» supone el anquilosamiento de la espontaneidad y la difusión de las reglas no escritas del superyó revolucionario.

IV

En La mala memoria, Padilla refiere que el lugar de redacción de la autoacusación fue una oficina de La Villa Marista, cuartel general del G-2, donde estuvo detenido desde el 20 de marzo de 1971 por atentar contra los poderes del Estado.

Tras varios días de aislamiento en una celda completamente oscura, algunas sesiones de tortura en las que llegó a terminar inconsciente e interrogatorios bajo los efectos de pentotal sódico, el «suero de la verdad», el oficial encargado de disciplinarlo condujo a Padilla a una oficina donde estaba la máquina con la que había escrito la novela En mi jardín pastan los héroes y le ordenó que redactara una carta donde admitiera que su escepticismo y su pesimismo se debían a su naturaleza contrarrevolucionaria. Ese legajo de cuartillas serviría de base a todo lo que el escritor dijo la noche del 27 de abril.

La lectura previa de ese documento no prepara al espectador para ese momento en el que el poeta empieza a acusar de contrarrevolucionarios a algunos de sus amigos más queridos y a su propia esposa (Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé tenían pocas semanas de haberse casado cuando fueron arrestados; esa delación podría ser tomada como un tardío e inesperado regalo de bodas, cortesía de la Revolución).

Incluidas las comparecencias realizadas por cada una de las personas que Padilla fue obligado a acusar de contrarrevolucionarias, el acto duró tres horas y media. Para la realización de su documental Pavel Giraud optó por prescindir de la mayor parte de la filmación original, pero conservó instantes reveladores, como el momento en el que César López dice: «¿Cómo podía ser que durante estos días nos sintiéramos aterrados cada vez que alguien a deshora, sin previa cita, llamaba a nuestra casa?», palabras que sintetizan la atmósfera que imperó durante esos días en los que cualquiera podía convertirse en víctima del terror policíaco.[3]

El camino a la dominación total, señala Hannah Arendt, ha sido buscado mediante el adoctrinamiento ideológico y a través del terror absoluto. La fuerza coactiva de la lógica inherente a la ideología anula cualquier posibilidad de pensar; el terror, las relaciones entre las personas. Como el libre asentimiento es un obstáculo para el tipo de dominación que busca todo régimen totalitario, la oposición política es el mejor pretexto para el arresto arbitrario de inocentes, hecho que busca destruir la libertad como una realidad política viva, forzando a la población a abandonar sus derechos civiles.

V

El caso Padilla. Pavel Giraud. 2022

Además de aterrorizar a quienes estuviesen considerando la posibilidad de darle continuidad a la tendencia inaugurada por el poeta, es decir, de desmovilizar los potenciales agentes de un cambio social real, el acto realizado bajo la dirección de la Seguridad del Estado pretendía demostrar a la comunidad internacional que la Revolución no se había excedido ni equivocado con Heberto Padilla, que éste había sido detenido por razones inobjetables.

Como el acto de esa noche cumplió con las expectativas del hombre que encarnaba el poder originario de la Revolución, la transcripción de la autoacusación de Padilla fue difundida internacionalmente a través de algunos medios oficiales del régimen, como Prensa Latina y la revista Casa de las Américas. La naturaleza de todo lo publicado resultó clave para que intelectuales como Simone de Beauvoir, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Jean Paul Sartre y Mario Vargas Llosa superaran su entusiasmo por el gobierno cubano, por lo que el 21 de mayo de 1971 publicaron una carta donde señalaron que:

El desprecio a la dignidad humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las peores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor, sino porque cualquier compañero cubano —campesino, obrero, técnico o industrial— pueda ser también víctima  de una violencia y una humillación parecidas.

Anticipando ese hecho, Fidel Castro dedicó lo más selecto y granado de su repertorio de descalificaciones y vituperios en el discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, realizado en La Habana el 30 de abril de 1971. Ante la audiencia integrada por miles de docentes cubanos, el líder supremo de la Revolución no dudó en tildar de libelistas burgueses a quienes se habían atrevido a expresar su repudio ante lo sucedido con Padilla; también los acusó de ser agentillos del colonialismo cultural y de la CIA, cuya disposición por intrascendentes cuestiones de chismografía intelectual sólo puede tener cabida en periódicos reaccionarios pagados por el imperialismo…

Pero volvamos a aquella noche, la del 27 de abril.

Lo registrado por las cámaras del ICAIC bajo la supervisión de los funcionarios de la Seguridad del Estado es el acontecimiento antropogenético del régimen castrista. Coaccionado por sus verdugos, Padilla reniega de todo aquello que lo distingue como persona y como poeta, renuncia a su facultad de juzgar, a sus convicciones, a su dignidad y a su condición de individuo para favorecer a la especie, ingresa en un régimen de marionetas sin el más ligero rasgo de espontaneidad y creatividad, porque, cuando la meta es algo tan grande o categórico como «el Hombre Nuevo», todos deben abandonar sus derechos fundamentales, ser igualmente superfluos o prescindibles.

VI

Durante su estadía en Rusia, Heberto Padilla advirtió que el Estado bolchevique no había tenido como inquietud cardinal el bienestar del proletariado: su meta fundamental había consistido en imponer un sistema de control económico, burocrático y policial que perpetuara de manera indefinida a la cúpula partidista. Y ese ejercicio del poder, que siempre estuvo asociado a conductas y formas de expresión cínicas e innobles que desmovilizaban cualquier subjetividad capaz de propiciar un cambio socialmente progresivo, se estaba consolidando en Cuba. De ahí la hostilidad que muchos dirigentes y funcionarios experimentaron ante poemas como «Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad», de Fuera del juego:

Lo primero: optimista.
Lo segundo: atildado, comedido, obediente.
(Haber pasado todas las pruebas deportivas).
Y finalmente andar
como lo hace cada miembro:
un paso al frente, y
dos o tres atrás:
pero siempre aplaudiendo.

El hombre recién salido de la Villa Marista no parece haber sido capaz de escribir poemas como este; se expresa, más bien, como una variante del Winston Smith que al final de 1984 pregona su veneración por el Gran Hermano. Y es que el terror domina de forma suprema cuando ya nadie se alza en su camino, cuando la facultad de juzgar y la persona jurídica han sido destruidas.

Gracias a las circunstancias que llevaron la filmación original a manos de Pavel Giraud, ahora podemos echar un vistazo al grado de transformación del carácter bajo un régimen totalitario, algo que Hannah Arendt vislumbró como el abismo de «lo posible» y que demuestra —para nuestro espanto— que el espíritu humano puede ser destruido sin llegar siquiera a la destrucción física de las personas. Una razón de peso para que Fidel Castro merezca ser recordado como artífice indiscutible del snuff totalitario.

Notas:

[1] Para calibrar la potencia de este poema nos serviremos de unas reflexiones que Slavoj Žižek realiza en Organs without Bodies (2004) sobre el grupo de intelectuales interpelado por Padilla: «La falta de una confrontación sistemática y profunda con el fenómeno del estalinismo es el escándalo absoluto de la Escuela de Fráncfort. ¿Cómo pudo un pensamiento marxista que pretendía indagar las condiciones del fracaso del proyecto emancipatorio del marxismo abstenerse de analizar la pesadilla del ‹socialismo realmente existente›? ¿No fue su atención preferente al fascismo también un desplazamiento, una admisión tácita de su fracaso para medirse con el verdadero trauma? Por decirlo de una manera simplificada, el nazismo fue obra de un grupo de personas que se proponían hacer cosas monstruosas, y las hicieron; el estalinismo, por el contrario, surgió como resultado de un intento emancipatorio radical.» (Las cursivas son de Žižek.)

[2] En uno de sus poemas, el Poeta Nacional de Cuba le pide a Changó y Ogún que resguarden y protejan a… ¡Stalin!, pero su catexis filotiránica no le daba para presidir un acto como el ordenado por Fidel, «el que alzó la patria nueva/sin odio, crimen ni hiel».

[3] Hay otra toma que revela hasta qué punto el destino de muchos de los ahí presentes fue decidido esa noche. Mientras la mayoría vitorea a Armando Quesada, teniente de las Fuerzas Armadas que dirige el Caimán Barbudo y que ha tomado el micrófono para refutar lo dicho por Norberto Fuentes, Virgilio Piñera se atenaza los brazos. ¿Renuencia a aplaudir al militar que impone la última palabra o petrificación ante lo que acaba de presenciar? Cuando Heberto Padilla empezó a nombrar a quienes se vieron forzados a reconocer públicamente su condición de contrarrevolucionarios, Virgilio Piñera se deslizó cuidadosamente de su silla para sentarse en el piso. (Eso lo cuenta Reinaldo Arenas en Antes que anochezca.) Haciendo eso, pretendía pasar inadvertido, pero las cámaras del G-2 superan con creces al panóptico descrito en Vigilar y castigar. Podría especularse que todo lo que pasó con Virgilio Piñera y su obra a partir de 1971 fue decidido cuando la cámara registró su reacción ante las palabras del militar.

Arnaldo E. Valero (Caracas, 1967), catedrático adscrito al Instituto de Investigaciones Literarias Gonzalo Picón Febres de la Universidad de Los Andes, Mérida. Licenciado en Letras, Master en Literatura Iberoamericana especializado en cultura y literatura del Caribe.  Ha sido editor de Voz y escritura. Revista de Estudios Literarios (2008-2016). Es autor de Nación y transculturación (Mérida: APULA, 2002), Mínima historia (Mérida: APULA 2008), Entre zombis y caníbales. Ensayos sobre literatura del Caribe (Caracas: FUNDARTE, 2015) y Canciones de fuego negro. Del reggae a la poesía dub (Caracas: CELARG, 2015).

1 Comentarios

  1. Una tormenta sobre la descomposición y el barro. No entiendo. Todavía existe quien no recuerda tanta humillación. El manso Pepe Mujica y otros.

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