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Margot Benacerraf. El cine, el arte, la vida

Hoy, mientras nos despedimos de Margot Benacerraf (1926-2024), reflexionamos sobre su obra y celebramos su vida. Casi un siglo en el andar de una artista que queda impregnado en la cultura de un país. Su visión, su talento y su dedicación serán una fuente de inspiración para todos aquellos que creen en el cine como un arte. Su espíritu creativo, su vitalidad, su tremenda energía, su carácter detallista, meticuloso, vive en cada cuadro de sus películas y en cada una de sus realizaciones, recordándonos siempre que el cine puede capturar la esencia de la humanidad y, en ese proceso, iluminarnos a todos.

Margot Benacerraf fotografiada por Iván Dumont. Caracas, 2012

El pasado miércoles, el mundo del cine perdió a una de sus figuras emblemáticas: Margot Benacerraf, cineasta y gestora cultural cuyo impacto en la cultura venezolana deja tras de sí una herencia vital de casi un siglo.

Nacida en Caracas en 1926, Benacerraf mostró desde joven una inclinación natural hacia las artes. Tras cursar estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela, obtuvo una beca que la llevó a los Estados Unidos, donde asistió a cursos de dramaturgia y cine en el Departamento de Drama de la Universidad de Columbia, dirigido por Erwin Piscator.

Su pasión por el cine la condujo finalmente a París, donde se formó en el prestigioso Institut des Hautes Études Cinématographiques (IDHEC), la famosa academia francesa ahora conocida como La Fémis. Fue en esta ciudad, cuna del cine de autor, donde Benacerraf encontró su voz como cineasta, y como muchos otros jóvenes estudiantes de su generación se empapó en la Cinemateca Francesa de las obras que luego integrarían su estilo distintivo.

Con Reverón (1952) y Araya (1959), sus únicas películas completadas, Benacerraf es ampliamente valorada como autora de dos obras maestras que no solo capturaron la esencia de un artista y la vida rural venezolana, sino que se convirtieron en hitos del cine de arte, con reconocimiento en los más importantes festivales y encuentros de cine del mundo.

Reverón, su primer documental, es un tributo al pintor Armando Reverón, cuya vida y obra son exploradas con una sensibilidad y una profundidad que reflejan tanto el talento del artista como el de la cineasta. Encargo de Gastón Diehl, agregado cultural francés en Caracas, quien había quedado fascinado con los paisajes del trópico y el trabajo del pintor venezolano, el documental no solo es una biografía visual, sino también una meditación sobre la relación entre el artista, su obra y su entorno, capturando la luz y los paisajes de Macuto que inspiraron a Reverón.

La película, que originalmente se había encomendado a Alain Resnais -quien acababa de hacer Van Gogh- es un testimonio del ojo atento y el trabajo meticuloso de Benacerraf, quien junto al fotógrafo y cámara Boris Doroslovacki logró crear una obra de arte que dialoga con otra, trascendiendo las barreras entre pintura y cine, entre música y texto, una de sus obsesiones como autora que concebía la realización cinematográfica como un compendio de todas las artes.

Araya, su obra más aclamada, es un documental-poema -tantas veces se ha dicho- que captura la vida de los salineros en la península de Araya, en el estado Sucre, con una belleza lírica y una precisión documental impresionantes. El texto fue escrito a cuatro manos por el poeta Pierre Seghers y la propia Benacerraf, cuyo mayor talento artístico era la escritura. Recitado por Laurent Terzieff en la versión original francesa, y posteriormente por José Ignacio Cabrujas en la versión en español, la lectura del dramaturgo venezolano ofrece una profundidad que abraza un texto que sigue rítmicamente la vida de tres familias de Araya durante un día de trabajo: «Un día unos hombres desembarcaron sobre estas tierras áridas / donde nada crecía / donde todo era desolación/ viento y sol / y llamaron a estas tierras Araya.»

Fotograma de Araya, de Margot Benacerraf. 1959.

La historia narra el movimiento cíclico que hombres y mujeres han repetido a lo largo de cinco siglos de extracción de la sal, capturado justo en el momento previo de su modernización a través del uso de las máquinas. Vemos aquí unas imágenes que por momentos lucen atemporales -¿estamos en 1957 o en 1557?- y nos recuerdan la obra del mexicano Gabriel Figueroa: grandes planos generales en alto contraste que retratan el trabajo manual que no cesa. Bajo un sol inclemente, los salineros deben golpear la sal con sus bastones hasta fragmentar los grandes terrones, para volver una y otra vez con su canasto en la cabeza hasta la cima de la montaña, donde depositan la sal a cambio de una pequeña paga.

Araya. Margot Benacerraf. 1959.

A través de la magnífica fotografía y cámara de Giuseppe Nisoli -el otro miembro de un equipo de solo dos personas-, Benacerraf muestra la dureza y la nobleza del trabajo extractivo en las salinas, la maravillosa dignidad de los salineros y las alfareras, creando un retrato de la humanidad y la naturaleza que resuena hasta nuestros días. La película recibió el Premio Internacional de la Crítica en el Festival de Cannes, en 1959, un logro que subraya la universalidad y el impacto duradero de su visión poética.

El próximo trabajo de la joven cineasta venezolana será un proyecto inconcluso, un documental sobre Pablo Picasso cuyos rollos se han perdido para siempre. Un material que no ha sido visto por nadie.

Margot Benacerraf y Gabriel García Márquez en Caracas. 1967. Archivo Margot Benacerraf.

El siguiente proyecto, el más ambicioso de todos, llevará por título «La cándida Eréndira», y será también su despedida del cine como realizadora. Tras un período de intenso trabajo en el guión junto a Gabriel García Márquez, a lo que siguió una preparación de años que incluyó numerosos viajes a la Guajira -lugar donde tendría lugar la película-, dibujos, pruebas de voz, textos, story-boards y, sobre todo, la búsqueda infructuosa de una protagonista, la película es abandonada por su productor, Carlo Ponti, dejando el proyecto en suspenso. Posteriormente, García Márquez, cansado de esperar, convierte el guión en un cuento, y decide ceder los derechos al cineasta Ruy Guerra, lo que asestará un duro golpe a la realizadora venezolana del que no se recuperará jamás.

Pero más allá de su trabajo detrás de la cámara, Margot Benacerraf deberá ser recordada como una figura crucial en la institucionalización del cine en Venezuela. Comisionada por el naciente Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), dirigido por Mariano Picón Salas, para incorporarse al trabajo de proyección de la cultura audiovisual en el país, la cineasta alcanzó a poner en marcha dos grandes proyectos: el Plan Piloto Amazonas, que llevó por primera vez el audiovisual a comunidades aisladas del sur de Venezuela, y la creación, en 1966, de la Cinemateca Nacional, una institución dedicada a la preservación y promoción del cine mundial.

Tras doce años de experiencia en Francia, donde el éxito de Reverón y Araya le había permitido cultivar los mejores contactos del mundo cultural de su tiempo, entre ellos la figura emblemática para los archivos fílmicos de Henri Langlois, la cineasta logró poner en marcha en el auditorio del Museo de Bellas Artes uno de los proyectos más relevantes de la cultura moderna venezolana. Y ello porque la Cinemateca no solo se convirtió en un pilar fundamental para el desarrollo de la cultura cinematográfica en el país, sino de toda la cultura en general, al brindar acceso regular por primera vez en nuestra historia a una vasta colección de filmes de alta calidad, fomentando con ello la apreciación y el estudio de las artes audiovisuales en varias generaciones de venezolanos, tal y como ya estaba ocurriendo simultáneamente en otras partes del mundo.

Inauguración de la Cinemateca Nacional. De izquierda a derecha: Luis Domínguez Salazar, Margot Benacerraf, José Luis Salcedo Bastardo, Luis Armando Roche y Alfredo Roffé. 1966. Archivo Fundación Cinemateca Nacional de Venezuela.
Margot Benacerraf junto a los técnicos del INCIBA preparan los equipos para una proyección del Plan Piloto Amazonas. Abajo a la derecha, cámara en mano, Luis Armando Roche registra el evento. Archivo Fundación Cinemateca Nacional de Venezuela. 1966.

La Cinemateca permitió así ubicar a Venezuela entre los países pioneros en la difusión del cine de autor, al recibir el apoyo de la Unión Mundial de Museos del Cine, que la nombró como una de sus dos sedes en América Latina; y que se ratificó el mismo 1966 con su incorporación a la Unión de Cinematecas de América Latina. Todo ello como resultado del empeño, el trabajo y los contactos de Margot Benacerraf.

Otros proyectos vinculados al mundo de la cultura audiovisual serían posibles en Venezuela gracias a su trabajo. Por iniciativa de María Teresa Castillo y Miguel Otero Silva, la Sala de Arte y Ensayo del antiguo edificio del Ateneo de Caracas -hoy ocupado por la Universidad de las Artes- fue bautizada con su nombre, y durante al menos dos décadas fue un espacio clave para el desarrollo de la cultura cinematográfica caraqueña. Benacerraf fue también miembro permanente de la junta directiva del Ateneo de Caracas en su momento de mayor brillo, cuando en «La Margot» se estrenaba con colas que llegaban al Parque Los Caobos La última tentación de Cristo, de Martin Scorsesse, y el Festival de Teatro de Caracas inundaba la ciudad con lo mejor de la dramaturgia mundial.   

En un ir y venir entre Caracas y París, en 1992 Benacerraf concibió Fundavisual Latina, como una extensión de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano que el mismo García Márquez había creado en Cuba. La fundación fue un ajuste de cuentas entre el escritor colombiano y la cineasta venezolana, una organización que durante varios años desplegó una intensa actividad de promoción cultural, con un recordado festival del audiovisual latinoamericano que, en 1998, tuvo la osadía de juntar, como muy pocas veces, al cine y las telenovelas, dos mundos que hasta entonces convivían en una relación irreconciliable de amor-odio.

A mediados de los 90, una Margot Benacerraf madura volvió temporalmente a la Cinemateca, de la mano de Fernando Rodríguez, quien la incorporó como asesora en numerosas actividades en una etapa de renacimiento de la institución iniciada algunos años antes, durante la gestión del cineasta y profesor universitario Oscar Lucien. Fue este un tiempo en el que el trabajo de promoción y difusión del cine, tanto como la investigación y el archivo avanzaron enormemente en su profesionalización. Fueron esos también los años en que yo entré en contacto directo con la «Señorita Margot», un personaje que en esa época poseía el estatus de figura mítica en nuestra escena cultural.

más allá de su trabajo detrás de la cámara, Margot Benacerraf deberá ser recordada como una figura crucial en la institucionalización del cine en Venezuela

En ese período, la Cinemateca, de la mano de Margot, fomentó también la labor de un pequeño grupo de salas de cine en Caracas, Maracay, Valencia, Barquisimeto y Trujillo, expandiendo lentamente la cultura del cine como expresión del arte y la creación a otras regiones menos favorecidas de un país enormemente centralizado.   

Más recientemente, a través de una donación y de su apoyo decisivo, los archivos de Margot Benacerraf hicieron posible la creación de sendas videotecas en la Escuela de Artes y en la Biblioteca Central de la Universidad Central de Venezuela, que fueron bautizadas con su nombre. En esa universidad existe también el Laboratorio Audiovisual Margot Benacerraf, como un homenaje a su inmensa trayectoria.     

La vida y obra de la cineasta y promotora cultural venezolana son un testimonio del poder del cine como medio para explorar e interpretar la realidad. Sus dos películas no solo son ejemplos sobresalientes de su enorme talento, sino también dos actos de amor y dedicación hacia su país y su gente. A lo largo de su trayectoria, Margot nos enseñó que el cine como expresión última del arte puede ser también una herramienta poderosa para la vida. Sus obras y realizaciones no pueden ser más elocuentes al respecto. Por ello, su legado perdurará a través de los cineastas que inspiró y de las instituciones que ayudó a construir.

Hoy, mientras nos despedimos de Margot Benacerraf, reflexionamos sobre su obra y celebramos su vida. Casi un siglo en el andar de una artista que queda impregnado en la cultura de un país. Su visión, su talento y su dedicación serán una fuente de inspiración para todos aquellos que creen en el cine como un arte. Su espíritu creativo, su vitalidad, su tremenda energía, su carácter detallista, meticuloso, vive en cada cuadro de sus películas y en cada una de sus realizaciones, recordándonos siempre que el cine puede capturar la esencia de la humanidad y, en ese proceso, iluminarnos a todos.

Manuel Silva-Ferrer (Caracas, 1971) estudió ciencias de la comunicación en la Universidad Central de Venezuela. Es doctor en filosofía y estudios de la cultura por la Freie Universität Berlin. Posee una amplia experiencia en el estudio del campo de la cultura y la comunicación en América Latina. Es autor del volumen El cuerpo dócil de la cultura: poder, cultura y comunicación en la Venezuela de Chávez (1999-2013) (Frankfurt am Mainz: Iberoamericana/Vervuert, 2014). Silva-Ferrer es editor y director fundador de Trópico Absoluto.

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