“Las heridas no siempre son visibles, las cicatrices no siempre permanecen”. Entrevista con Keila Vall de la Ville
″Mi pasado me conforma. No lo extraño ni considero mi escritura nostálgica. Escribo hacia adelante, conectándome con el mundo desde mi raíz venezolana, mi herencia europea, y mi disposición al porvenir más allá justamente de la noción de frontera″, afirma la escritora Keila Vall de la Ville (Caracas, 1974) en este intercambio con Claudia Cavallin. Aquí se abordan algunos temas claves de su escritura a partir de la lectura de su novela Minerva (Pre-Textos: 2023), ″una novela femenina de aprendizaje con un claro acento contemporáneo″.
Desde las primeras palabras y en cada una de sus páginas, Minerva (Pre-Textos, 2023) está quebrando un borde en el tiempo o diluyendo una frontera. La protagonista de esta novela, escrita por Keila Vall de la Ville, se expande en la biografía de un cuerpo como símbolo de la escapatoria posible, ante la creciente diversidad de género o la apertura geográfica, y sin los valores monetarios de las clases sociales tradicionales en Venezuela. Aquí, el estigma de la sexualidad femenina y las amenazas de la identidad migratoria son superados a través de la movilidad corporal que impide acallar el juicio de los menos privilegiados. La familia, repleta de virilidad y feminidad, enfrenta los valores tradicionales para liberarse ante una esclavitud de las sexualidades confiscadas, sometidas, o normatizadas. Partiendo de esta movilidad en cada una de las páginas, viajar en esta obra también es una simbología abierta de las danzas.
Claudia Cavallin: Comienzo con el contexto valioso de la estructura familiar en tu novela Minerva, donde se mueve la identidad, el género, el tiempo, la nacionalidad, los viajes, como temas de reflexión para acercarnos a una manera correcta del ser o el existir. Has mencionado que aquí hay un cuerpo como territorio, o una frontera en la piel de cada personaje y, partiendo de ello, ¿Cómo describirías la herencia venezolana que aparece en cada una de tus páginas?
Keila Vall de la Ville: Pensando en el cuerpo humano como territorio y frontera, diría que en la novela Minerva la herencia venezolana aparece como reto, como restricción y dificultad a ser superada y también como oportunidad o posibilidad. Porque ¿qué tradición conservadora y retrógrada, y qué concepción estática de identidad no atentaría contra el cuerpo entendido como territorio y frontera? Minerva nace en una familia no convencional de tres padres, dos hombres y una mujer, de identidad de género fluida y en relación sentimental y carnal. Desde niña escucha que las personas pueden y deben ser lo que son, que la principal responsabilidad de un ser humano ante la vida es con la honestidad. Sus padres le han enseñado esto y viven públicamente su situación familiar aun al tanto de que esto los ubica en una situación muy frágil. A esta niña y pronto joven la rodea, restringe y juzga directa o indirectamente una sociedad tradicional, moralista, así como una situación política amenazante, un régimen político de características autoritarias, patriarcales, una tiranía que juzga y hace peligrar toda disidencia, no solo partidista e ideológica sino del ser. La suya, además, o por esto mismo, es una familia opositora al régimen. Volviendo a la noción de frontera: esa cubierta es límite y también punto de partida para la conexión con el otro tanto como manifestación de la propia vulnerabilidad. Las heridas no siempre son visibles, las cicatrices no siempre permanecen. Minerva no logra ser quien está supuesta a ser, para empezar: la hija de una mamá y dos papás, pero también la niña bailarina, meditativa y cuestionadora; y luego la bailarina de un teatro importantísimo pero destruido por el régimen imperante, y una joven mujer explorando su propia identidad de género, pues el entorno se le interpone, le hace zancadillas. No la acepta. Sus padres se vuelven restrictivos en el intento de protegerla, buscando cuidarla y manifestarle amor van en contra del propio predicamento que algún día les llevó a formar la familia que integran. Minerva no podría ser libre en el país en el que nació, algo ocurre que la pone en peligro, y al final se ve obligada a emigrar sola. Es así que cruza otra frontera, la geográfica, y al llegar a Estados Unidos enfrenta nuevas dificultades. Llega a un país en el que prácticamente no conoce a nadie, que al inicio se le presenta y esto no es casual, como un Triángulo de las Bermudas. A Minerva Venezuela le antepone fronteras más duras de superar que las geográficas, ella emigra buscando ser libre y abre así un nuevo territorio muy suyo desde el que logra conectar emocionalmente con su pasado como hija de tres papás queer, como inmigrante latina en New York, como mujer. Como fuere, su partida no es definitiva, el país o su procedencia permanece en ella: del lado de acá de la piel.
Cuando leemos ese triángulo equilátero entre las figuras de los tres padres, podemos desconectarnos de la idealización tradicional de la familia, donde un hombre y una mujer, “papá” y “mamá”, eran las figuras perfectas para la crianza. Recordando a Butler, y ese juego de la suma de las partes componentes del sexo, que no redunda en la coherencia o en la unidad reconocible que suele nombrarse mediante categorías, sino que más bien cuestiona la designación de las mismas. ¿Qué representa la estructura familiar en tu novela? ¿Va más allá de cualquier género en disputa?
La familia de Minerva es metáfora de las ilimitadas maneras de ser y autodefinirse que existen, representa una faz de la libertad, los mundos posibles por construir, habla sobre la responsabilidad del ser humano de recorrer el propio camino y decir yo soy así, ahora, acá, y mañana puede que sea otra persona y eso está bien, aún más: es lo deseable. Simboliza la resistencia ante todo pensamiento o estética única, y ante cualquier forma de autoritarismo. Nadie sabe con certeza por qué ha venido a este mundo, pero buscar el propio camino y recorrerlo parece ser una importante justificación. Los papás de Minerva tienen esto muy claro. Asumir la propia identidad sea cual sea: de género, nacional, cultural, lingüística, política, vuelve a las personas vulnerables. Sin embargo, solo ese camino, que es riesgoso y poderoso, lleva a la libertad. Los papás de Minerva, en su particularidad y fluidez, le ofrecen un punto de partida: la identidad es algo intrínseco, le dicen. Siendo una niña ella pregunta qué quiere decir “intrínseco” y uno de ellos responde: lo que llevas bajo la piel. La familia le permite entender desde muy chica que las apariencias no son informativas. A la vez ella los cuestiona: pero si lo que llevas bajo la piel es lo único que importa ¿por qué te vistes de esta manera? Ah, ahí el asunto se vuelve interesante: porque esa frontera, esa cáscara que oculta lo que va dentro es también parte de la identidad, es elemento fundamental en la conexión con las otras personas. Yo pienso que no hay género en disputa, no hay nada que discutir, la gente tiene derecho a ser quien es y punto. Busco que esto no solo se cuente sino se sienta al leer la novela. La libertad es una sola. Trátese de género, postura política, procedencia cultural, la libertad es una sola. En un mundo en el que el otro o la otra, esa persona o esa entidad exterior suele ser vista como amenaza y esto ha justificado la violencia más feroz, lo vemos con tristeza en estos días, la novela Minerva recuerda que toda diferencia es también posibilidad: expande el mundo. Volviendo a tu pregunta sobre Butler, la identidad de género nada tiene que ver con la contextura amorosa capaz de mantener unida a una constelación humana. Los papás de Minerva la cuidan y la protegen, se acompañan entre sí y se aman, y con cada gesto expanden una cúpula invisible, empujan la frontera un poco más allá, abren y crean un mundo para sí y para ella. Y esto aplica a todo, no solo a la identidad de género. Con cada gesto diferente y único el mundo se abre, se expande. Las fronteras existen para cruzarlas. Las de la piel, las geográficas y políticas, y las más resistentes de todas: las mentales. No hay que temerles.
Hace unos años, cuando leí Enero es el mes más largo (Sudaquia, 2021), noté que cada cuento explicaba el movimiento entre dos mundos, dos experiencias personales intensas, entre la realidad y los recuerdos. En Minerva, la escritura más breve, las frases aisladas en una página, las pequeñas citas ¿También funcionan como mensajes acústicos que giran en la memoria de quienes hemos migrado? ¿Existe un espacio nostálgico en ciertas líneas de tu escritura?
Esos capítulos de una línea o un párrafo corto dispuestos acá y allá resultaron del efecto que cierto episodio de la historia generó en mí. Representan chispazos, cerillos encendidos, instantes íntimos de verdad que sentí debía compartir en el universo narrativo que conforma Minerva con todo y silencio posterior. Evidencian lo que sentí, me explicaba el capítulo previo o introducía el siguiente. La realidad nunca se ve de manera íntegra, no es una totalidad, en parte porque está en continua creación, recreación y bajo interpretación y reinterpretacón. Además, se percibe por fragmentos y solo durante instantes. Me gusta mucho la imagen de los mensajes acústicos, y le agregaría a ese mensaje una suerte de eco o respuesta venida del silencio, una pausa y luego vuelta ritmo otra vez. Esos capítulos son una manera de aproximarse a los ritmos de Minerva. Son mensajes acústicos o botellas lanzadas al mar a la espera de que alguien los mire, los tome en las manos, los escuche, los vuelva a soltar a su suerte. Son una apuesta, un riesgo. Yo no creo en la división entre géneros literarios. No me es útil. La forma es un resultado, un medio, y una ruta (con suerte) hacia la belleza. Algunos de mis cuentos se han convertido en novelas o en capítulos de novelas, hay capítulos de novela que han dado origen a libros de poemas, y crónicas que contienen poemas finalmente también incluidos en mis libros de poesía.
Es así que mi escritura quizás propone momentos de difícil “identificación en términos de género” (esto no es casual: he intentado que cada cosa tenga su razón de ser en Minerva) y se vale de la memoria tanto como del presente tan actual que es un flash, un instante, ya ocurrió. Puede que algunos de esos momentos, de esos mensajes acústicos, de esos relatos, despierten cierta nostalgia. Ahora bien, mi pasado venezolano, mi herencia española y mi presente como autora hispana radicada en un país anglosajón están en mí, yo sigo escribiendo como venezolana, aunque también como latina e hispana, y como autora en traducción y que se traduce a sí misma continuamente; de esta manera el léxico, el tono, y lo narrado reflejan algo de esas instancias cada vez. Mi pasado me conforma. No lo extraño ni considero mi escritura nostálgica. Escribo hacia adelante, conectándome con el mundo desde mi raíz venezolana, mi herencia europea, y mi disposición al porvenir más allá justamente de la noción de frontera. No es casual que la protagonista de esta novela sea venezolana, pero hay mas: es una mujer en el mundo atravesando situaciones que los seres humanos atraviesan a diario. Esos momentos breves, esos cerillos encendidos acá y allá a los que te refieres buscan generar una pausa, las condiciones de luz necesaria para dejarse mirar y mirar mejor, que es lo que Minerva intenta hacer desde el comienzo hasta el final de la historia: ver mejor, para entonces propulsarse hacia adelante, ella por cierto dice que tiene almoaditas felinas en las plantas de los pies. Que desde allí se impulsa y siempre cae de pie. Minerva ama y busca la belleza, pero también es, no hay que olvidarlo, una guerrera.
Ya que mencionas tu experiencia como una autora en traducción que se traduce a sí misma continuamente, volviendo al ritmo de las palabras, me gustaría profundizar un poco más sobre “la traducción como una reescritura”. Muchos lectores leen tus obras en español, ese idioma que se adhiere a un mosaico de colores temáticos, que en otras oportunidades has definido como “un rompecabezas”. Otros te leen en inglés. ¿Qué deben preservar y que deben omitir los traductores para que la liquidez de un texto se reconstruya en cada uno de los moldes de otro idioma? Has dicho que prefieres escribir en español, pero pensando en Robin Myers y su traducción en The Animal Days (Katana Editores), me atrevo a preguntarte.
Robin Myers y yo siempre hemos trabajado muy de cerca, ella es muy talentosa y sensible, yo soy flexible a sus sugerencias y ella abierta a mis preguntas y observaciones o aclaratorias, y puesto que hablo inglés, más de una vez yo he dado vueltas de carnero cambiando pasajes de las dos novelas que ha traducido de manera de asegurarme decir lo que quiero decir, aunque en apariencia el texto cambie. Yo espero que mis traducciones cuiden la narración, la sutileza, el ritmo, el clima de la historia. Para mantener esto a veces es necesario utilizar imágenes diferentes a las utilizadas en la versión original. Cada lenguaje viene con su cultura a cuestas, lo más importante es que cultural, emocionalmente y no solo literalmente se entienda lo que se quiere decir, es la única manera de que el cuento o la novela se lean tal como en su idioma original en sus eventuales traducciones. Es curioso y bonito: la auto-traducción constante a la que me someto a diario como inmigrante, mi amor por la palabra que me lleva continuamente a investigar palabras antes desconocidas, y el trabajo con mis propios libros en el intento por apoyar a Robin todo lo posible, me han llevado a empezar a trabajar como traductora también ya sea por mi cuenta o en colaboración. Se convirtió en un oficio que adoro, impregnado de belleza, guiado por la búsqueda de belleza. Pienso que es necesario respetar el mensaje, la historia, lo que quiere decirse, tanto como la forma: una frágil cáscara que hay que cuidar con devoción. Lo importante es tanto la cubierta como lo que está bajo la cubierta. En hallar el balance está el secreto de una excelente traducción.
Retomando a Minerva, allí aparece un “balancear” que es también “navegar” pues, en algunas de sus páginas se dirige la proa más allá de la estructura familiar y se superan las existencias terrenales de manera amplia, inmensa, globalizada. Cito algo que aparece allí sobre ese mundo donde “El vacío es importante, llama a la gravedad. Debe haber una ruptura, un rasgado en el vacío. Un hecho desesperado. He olvidado dónde leí esto. Pero esto que leí no lo olvido” ¿Cuál sería el vacío más profundo, ese que se rompe, que se rasga, que deben reconocer las familias diversas y/o migrantes como un don, como una cualidad, y no como un defecto?
Hablábamos sobre la luz de un cerillo hace un momento. Creo que la luz es también espacio para la nada, en el instante luminoso hay solo luz y silencio. Un vacío de todo lo demás. Debe haber un vacío, ausencia de pregunta, decía María Zambrano, o de búsqueda, simple apertura, para lograr alcanzarse a sí misma, llegar al propio centro. Esta experiencia es solitaria, opuesta a todo gregarismo, la unidad que lo caracteriza es incorpórea. Ver es develar, asomarse al resquicio de una puerta, mirar desde la frontera entre el acá y el allá, o en cierto modo rasgar, abrir. Abrir una caja. Por cierto, a Minerva le llega una caja que no pidió y se pregunta a lo largo de la novela cuando abrirla. ¿La abrirá? En el lugar y el momento del rasgado no hay nada más que rasgado, todo se suspende, luego con suerte hay visión, y entonces todo reanuda su danza. Ese recuerdo: “debe haber una ruptura, un rasgado en el vacío”, que por cierto proviene de mi poemario Perseo en Si bemol (Valparaíso Editores, 2023) dialoga con otra maestra que me ha marcado, Simone Weil. Minerva rescata ese fragmento cuando entiende que, solo abrazando la fisura, no siendo de acá o de allá, sino encontrando su propio centro, logrará ver quién es y actuar en consecuencia. Claro, en la historia esto no se muestra así, lo que se muestra es una inmigrante habitando la periferia que le toca habitar y abrazándola, aceptándola, comprendiendo que su no pertenencia es hasta cierto punto también su fortaleza, así como fue fortaleza la familia en la que nació, su recorrido ha sido inevitable y es también posibilidad. Ahora bien, para cada quien el destello y la manera de alcanzarlo son únicos. Yo supongo que en el caso de Minerva se origina de la disposición del personaje a ver, a verse, a aceptar su pasado, su propia familia, de la certeza de que no hay vuelta atrás, esta es quien fuiste, quien eres, quien puedes ser, y desde allí y por puro amor, seguir. El asunto es el siguiente: hace falta distancia para ver mejor, tal como al escuchar una conversación entre terceros, al leer, al meditar, al fotografiar. Esta disposición periférica comporta una cierta solitud, y también es muy poderosa. Escribir, por cierto, es también abrirse al silencio, al vacío, a la oscuridad tanto como a la luz. De allí nace todo.
Mudándonos ahora desde lo más universal a lo más directo, cercano y táctil de la figura del personaje principal de tu novela, quisiera volver al cuerpo. La protagonista de tu obra usa su cuerpo para cruzar de un estado al otro: del movimiento del baile, a la quietud de una escultura humana para solo ser vista; de la vestidura que cubre, a la desnudez modelo para un artista. Es un cuerpo que, dese muy niña, fue utilizado para cortar la tela, para medir los puntos, para crear “una angelita gata, o una angelita chocolate, o una angelita luna”. Más allá de las ideas ¿Hasta dónde llega la simbología del cuerpo que utilizas en Minerva?
Hay un momento en la historia en el que ella pregunta a Martín si él es hombre o mujer y él le explica su fluidez con un ejemplo: una caja de cereal que tiene dentro palomitas de maíz, ¿de qué es? ¿de cereal o de palomitas de maíz? entonces la reta una vez más: en algunos casos abres la caja y es de cereal, la cierras y la vuelves a abrir y es de palomitas. El cuerpo en Minerva es por una parte territorio y frontera, eso que eres y eso a través de lo que te conectas con otros, por otra parte, vehículo para explorar la propia identidad, y por otra, voz. Cada uno de los personajes de Minerva se valen del cuerpo y su apariencia para establecerse ante el mundo, son cuerpos políticos, qué duda cabe. Son fluidos en todo el sentido de la palabra, pasan de un estado al otro, de la quietud a la movilidad, del disfraz al desnudo, de lo considerado femenino a lo asumido como masculino, del calabozo a la libertad, de lo conocido a lo desconocido. El cuerpo es cubierta o velo y es identidad al mismo tiempo, una entidad libre y fluida, que no le debe nada a nadie, muy de sí misma. Minerva desde chica ha bailado y vivido ondulando, en movimiento físico y psíquico, además tiende a quedarse quieta, como un maniquí, probablemente medita cuando está sola. A lo largo de su vida ha permanecido en esa frontera también, la que separa el movimiento de la quietud. Al mudarse a NYC se conecta de nuevas maneras con este vaivén mientras se asienta en nuevas fronteras, no solo junto a otros inmigrantes que se convierten en grandes amigos, su familia elegida, sino existenciales. Los cuerpos de los personajes de Minerva son, tal como los cuerpos reales de las personas reales, siempre únicos, “diferentes a”, hallan la libertad al convertir las fronteras externas e íntimas en porosas, se valen del propio cuerpo para superarlo y cruzar.
Pasando a esa rebeldía, pienso en King Kong Theory, de Virginie Despentes (Random House, 2018), donde aparece la descripción detallada de las figuras femeninas que han sido sometidas como artefactos débiles, excluidos, avergonzados: “Men are happy to believe that what women enjoy is seducing and unsettling them.” Cuando Minerva dice soy “una nueva cara de mí misma” ¿Cómo se reconstruye ese nuevo rostro rebelde y valioso de tu personaje principal? ¿Cómo una máscara que oculta lo que sigue dentro de ella, para protegerse a sí misma, o como la hermosa bailarina de la portada de tu novela, con los ojos cerrados, pero, simbólicamente, con la cabeza en alto?
Minerva es muchas Minervas a lo largo de la historia, y cada una de esas Minervas le pertenecen, resultan de su propia valentía, descubre gracias a su herencia familiar que no hay una sola manera de ser, que lo que anuncia la cáscara no es siempre lo que está dentro, en su casa uno de los padres se viste en ocasiones de mujer, Martín es también La Mimí. Pero además es diseñador de vestuario para teatro, es el mago de los disfraces. Lissa, la madre de Minerva, es diseñadora de modas, hace vestidos para otros, diseña trajes clásicos y muy alternativos, se adapta a sus clientes, y también ama disfrazarse. Cuando los tres papás salen de fiesta van vestidos como seres fantásticos, juegan con sus apariencias, transitan del mundo animal al humano al imaginario. En la medida en que crece a través de su propia experiencia del cuerpo y la sexualidad, Minerva va conociéndose. Como inmigrante vuelve a encontrarse con la fluidez, adaptarse a una vida nueva supone para ella en cierto modo dejar otra vida atrás, soltar amarras, recibir lo nuevo para que lo nuevo la reciba. Esto no va en contra de su propia identidad, lo único reñido con su identidad sería obligarse a ser siempre la misma persona hasta morir. Cuando ella posa para artistas lo hace desde un lugar muy claro, ella está en posesión de su cuerpo y también muy al tanto de que los demás la ven de acuerdo a lo que llevan en sí como filtro. Minerva no le debe nada a nadie, ella es ella. En lo que de ella permanece, y en lo que de ella cambia. Abre los ojos cuando quiere y los cierra cuando lo que desea ver está dentro. No le pertenece a nadie. Por lo contrario, aprende de sí misma para dejarse mirar. Y se deja mirar para aprender de sí misma.
Hay también algo valioso en cada una de tus páginas que tiene que ver con tu experiencia. Saliste de Venezuela con dos libros casi listos, y has publicado en Estados Unidos y España. Rompiendo los límites geográficos, te mueves siempre entre los idiomas, entre la academia y el hogar, entre la escritura creativa y cierta austeridad que viaja con los textos de la memoria. Partiendo de todo lo que haces ¿Cómo definirías tu identidad como escritora?
Creo que autodefinirme no es tan útil. Prefiero que quien me lea diga qué ve (cada quien verá algo distinto). En todo caso puedo decir que como autora me interesa y necesito el trabajo fluido entre géneros literarios, el juego entre distintas formas y ritmos, explorar distintos registros, del más cotidiano al más pulido. Me interesa cuestionar el mundo, posar preguntas, dejar espacio para que cada quien se responda, tomar riesgos al tratar temas incómodos o porosos a múltiples lecturas e interpretaciones. Me llaman la ternura, el amor, la violencia, la memoria, la conciencia del cuerpo, la noción de lugar como fenómeno inseparable del tiempo y del tiempo como experiencia ligada al lugar. Como autora busco el juego, el reto ante cada libro, intento cada vez hacer o escribir algo distinto, explorar más allá, empujar mis propios límites y ver qué pasa, utilizar el silencio y el sonido de distintas maneras cada vez. Soy una autora empecinada, devota ante el oficio.
©Trópico Absoluto
Keila Vall de la Ville (Caracas, 1974) es autora de las novelas Minerva (Editorial Pre-Textos, 2023) y Los días animales (OT, 2016). También ha publicado los libros de cuentos Ana no duerme y otros cuentos (Sudaquia, 2016) y Enero es el mes más largo (Sudaquia, 2021). Es autora de los libros de poemas Perseo en Si bemol (Valparaíso Ediciones, 2023), y Viaje legado (Bid&Co, 2016). En 2021 publicó el libro de crónicas De cuando Corre Lola Corre dejó sin aire a Murakami (Suburbano Ediciones, 2022). Editó la antología bilingüe Entre el aliento y el precipicio, poéticas sobre la belleza / Between the Breath and the Abyss, Poetics on Beauty (in press). Es antropóloga (UCV), MA en Ciencia Política (USB), MFA en Escritura Creativa (NYU), MA en Estudios Hispánicos (Columbia University), y autora residente en Virginia Center for the Creative Arts (ago-sept 2023) y Vermont Studio Center (oct-nov 2023).
Claudia Cavallin (San Cristóbal, Venezuela, 1972) es Profesora Asociada en la Universidad Simón Bolívar (Venezuela) y docente en el Departamento de Lenguas y Literaturas de Oklahoma State University. Es autora de los libros: Ciudades de película: Ficciones urbanas del cine, la literatura y la música (Editorial Académica Española, 2012) y Espectros de la palabra. La metáfora en Borges: los juegos del lenguaje que hacen posible la configuración de un universo de imágenes recursivas (Editorial Académica Española, 2012). Entre 2012 and 2015, fue directora de Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales.
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