Selección de poemas
La épica del padre (2002)
No era una casa, era una atmósfera asfixiada.
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Así era aquello: un valle cercado por su fabulosa coronación. Una herradura recogida como un cuerpo amado que largamente se contempla y se desea. Entera posesión del amor visto, el entorno con su casa y su sus sembradíos, siendo la belleza cuerpos arqueados, crines lustrosas, belfos. Un algo que no se interrogaba, como la respiración. La casa, los caballos, el aire, el aire mismo. El paisaje ensimismado jamás puesto en duda por ninguno de los niños.
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En las manchas parduzcas que había en las tablas del estribo de la carreta, vieron la prueba. Iban los niños en la carreta, sentados con los pies en el aire, a paso de mula, hasta el fondo de la hacienda con el buen hombre que cortaba el pasto para los animales. Iban en silencio, tocando con un dedo la sangre seca. A nadie dijeron lo que habían visto entre las junturas de la madera. Un crimen sin nombre, sin persona, un crimen solo.
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La razón de extravío, pensaban los niños, fue haber descubierto el infierno en el cielo, el lugar donde el sol en la tarde se esconde y arde en llamas de un rojo encendido.
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El día trajo al padre y las aldabas de hierro. En las venas de la sien que latía, mientras golpeaba el hierro sobre el concreto en las siete puertas de la Casa Pequeña, escucharon los niños la rabia muda del padre, desconocida. El relato de los hechos que no comprendían, hablaba en la vena de la sien que nunca habían visto hasta ahora, que nunca habían visto, jamás, latir tan viva. No fue el grito de la madre lo que llenó de miedo a los niños sino la muda rabia del padre latiendo.
Cerraron luego las puertas al mal que existía.
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