Nostalgia del ahora: sobre Arando en la memoria, de Goar Sánchez
Elvira Blanco (Caracas, 1990) reseña el documental de Goar Sánchez, Arando en la memoria (2020)
Tal como su título indica, Arando en la memoria de Goar Sánchez es un documental fascinado por la memoria rural. Mi primer impulso fue compararlo con El misterio de las lagunas de Atahualpa Lichy, una película que funciona como un tapiz de viñetas de la cultura de los Andes venezolanos. Pero mientras El misterio comprende largos silencios y tomas distendidas de los cuerpos y sus gestos, Arando en la memoria es una historia oral expresamente enfocada en el pasado rural. Los testimonios de sus sujetos remiten con frecuencia a su infancia o a décadas previas, y a menudo reivindican formas artesanales, intuitivas y comunales del trabajo agrícola. Grabado completamente en blanco y negro, Arando intercala estas entrevistas con imponentes tomas estáticas del paisaje andino. El tiempo presente del documental es casi inmóvil, lo que remite a apreciaciones convencionales de lo rural como antítesis del tiempo urbano.
En un ensayo titulado “El tiempo y nosotros”, contenido en Suma de Venezuela, Mariano Picón Salas describe las tres décadas del gobierno de Juan Vicente Gómez en términos de la “dimensión campesina del tiempo”. Durante estos años Venezuela “renuncia a toda empresa histórica”, entregándose a lógica de la naturaleza según la cual las cosas se aguantan, se soportan, en lugar de construirse––un período de “más naturaleza que historia”. Bajo Gómez, el quehacer de la historia fue sustituido por “sucesos telúricos, por fuerzas desconocidas y ajenas al hombre que de pronto rasgan la soporosa costra de los días”. Los días se perdían en el tiempo sin nombre. Los funcionarios del gomecismo eran “hombres de larga paciencia; hombres que se deslizaron por el inmenso túnel del tiempo, sin forzarlo, sin apremiarlo”. En resumen, Picón Salas afirmaba que el gomecismo forzó la expulsión de Venezuela del tiempo histórico y que esta “anti-historia” era equivalente al estilo de vida rural.
Las entrevistas con campesinos andinos en Arando en la memoria recogen aspectos paradigmáticos de una experiencia del trabajo agrícola que implica ocupar el presente y el pasado a la vez. Los sujetos hablan de viejas prácticas que todavía conservan––la mayoría comenzó a trabajar desde la niñez. A pesar del carácter nostálgico de las narraciones, no se idealiza necesariamente el trabajo de antes: se describe como lento, largo y agotador, con días que comienzan mucho antes del amanecer. El tiempo de antes (muy pocas veces se ofrece una cronología precisa) es intensamente laborioso y a la vez dilatado––con temporadas de asueto y largos periodos de espera entre los partos de las vacas. En una secuencia, un hombre explica el sistema de las cabañuelas: proveniente de España y popular en el Caribe hispano, se trata de predecir el clima del año prestando atención a los primeros días del año nuevo––“si llueve el 6 de enero, que es junio, puede llover [en junio]… Sí, se confía”. El mismo sujeto habla sobre las fases de la luna como guías para la agricultura: “antes se sembraba en la creciente”. Recordando a Picón Salas, la “dimensión campesina” aquí descrita no es la de un tiempo uniforme apenas rasgado por sucesos extraordinarios, sino de un tiempo cíclico y a la vez variable––regido por fuerzas definitivamente incontrolables, como la lluvia y la sequía-–sobre el cual se acumula inevitablemente conocimiento técnico e intuitivo.
En este pasado indeterminado, Arando en la memoria dibuja un universo paradójico en el que “todo era más sano” y a la vez más extenuante; en el que las dinámicas familiares eran estrictas y jerárquicas pero en el que se asomaban sentidos de lo común, horizontales y porosos, en las relaciones laborales y de propiedad. Esto último aparece, por ejemplo, en memorias sobre las fincas “no cerradas con alambre ni con cerca… todo era como comunal”. Una de las mujeres entrevistadas recuerda también trabajar con los obreros de la finca familiar: “yo les llevaba el almuerzo y me quedaba trabajando en lo mismo que estaban haciendo ellos”.
Si los venezolanos, como los “hombres de Gómez”, se deslizaban por el tiempo a principios del siglo XX, el resto del siglo estaría signado por una apresurada reinserción en la historia a través de la extracción de hidrocarburos (un trayecto que inició durante el gobierno de Gómez pero alcanzaría su auge más adelante). Si seguimos a Picón Salas, a la “dimensión campesina” se opondría la temporalidad del petróleo. El tiempo de los hidrocarburos es, en parte, efímero: en Venezuela, política y petróleo, Rómulo Betancourt advertía que la extracción de petróleo constituye una “batalla contra el reloj… que es la batalla de la creación de una producción permanente nacional”. A pesar de que el tiempo del petróleo en sí es medible solo en términos geológicos –sedimentos compactados por milenios bajo la tierra–, el tiempo de su extracción y el de su “metamorfosis” en dinero –en progreso– es un tiempo veloz: sus riendas, en manos del estado venezolano, conducen al mercado internacional con sus vertiginosas subidas y bajadas. También es el tiempo del éxodo del campo a la ciudad, del boom demográfico, de urbanizaciones que se multiplican, de casas precarias que se apilan unas sobre otras, de ciudades que se erigen de un día para otro cerca de algún yacimiento. Es tiempo de construcción y consumo.
Durante la era chavista, el tiempo del petróleo es primero el de la multiplicación del gasto social; de un presupuesto expandido, propulsado por altos precios y a la vez de endeudamiento sin límites. Luego llega el tiempo del colapso estrepitoso y de una especie de espiral descendente, sin fondo: días de fugas que jamás son iguales porque la realidad económica muta sin parar, de un segundo a otro. Arando en la memoria ofrece un paréntesis meditativo en medio de esta temporalidad, y de hecho nos abre a la realidad de otros tiempos que se solapan –así nos da a entender– con los de un mundo que no figura en el film. Mientras los sujetos entrevistados en Arando en la memoria rememoran el tiempo dilatado de antes, el documental propone una continuidad de esa dilación en el presente, con tomas largas e inmóviles, casi como postales; su gramática visual es eminentemente nostálgica, pero a la vez parece sugerirse que el objeto de la nostalgia –la “temporalidad del campo”– todavía es asible. El trabajo que aparece en el documental sigue siendo sobre todo manual, y todavía son familias quienes trabajan juntas la tierra. Si estos elementos del antes todavía perduran, ¿qué es realmente, entonces, lo que aquí se extraña? Si la temporalidad rural no ha sido del todo rota, ¿para qué sirve esta interrupción, este arar en la memoria?
Estas preguntas no obtienen respuestas directas dentro del film, pero quizá podamos encontrarlas al contextualizar Arando en la memoria con la realidad campesina del presente. Si prestamos atención al ciclo noticioso de los últimos años, vemos no solo los efectos de la falta de inversión en la producción agrícola en Venezuela –además de ausencia de mantenimiento en la infraestructura que permite la comercialización de productos andinos en el resto del país–, sino directamente desalojos y campañas de asedio contra campesinos y comunidades rurales para abrir espacio a la extracción de minerales y leña. Hemos visto cómo grupos campesinos que se consideran profundamente adeptos al chavismo han organizado protestas –como la Marcha Campesina de 2018– contra políticas de despojo amparadas por el Instituto Nacional de Tierras y otros organismos del estado. Si en algún momento, durante el gobierno de Hugo Chávez, hubo avances en democratizar la tenencia de tierra, de un tiempo para acá presenciamos el proceso inverso. En casi todo sentido, la “dimensión campesina” de la sociedad venezolana sufre un asedio.
El “mundo rural” de Arando en la memoria no es indiferente al colapso económico de Venezuela o, incluso, al cambio climático: se habla de salarios precarios y de largas sequías; de la dificultad de planificar para el futuro cercano. También se habla de cambios en el régimen de propiedad que han obligado a algunos sujetos a trabajar de jornaleros cuando antes tenían sus propias tierras. Sin embargo, estos problemas aparecen como ecos distantes de fenómenos que se dejan sin nombrar, como si realmente no existiera un vínculo contundente entre lo rural y lo demás –o como si este mundo fuera ajeno al conflicto local o global.
Como ha afirmado Svetlana Boym, la nostalgia como emoción histórica es el deseo de un tiempo otro, incluso onírico. En Arando en la memoria, el mismo presente se convierte en un sueño; desconectado de otras condiciones y causas, se basta a sí mismo. El objeto de esta memoria es algo que no se ha desvanecido del todo –se recuerda a la vez que se muestra, colapsándolo todo en un solo pasado ambiguo y general. Hay algo de escapismo en esto: quizá es más fácil narrar el presente como pasado para evadir la responsabilidad de denunciar o, incluso, de actuar. Sin embargo, Arando en la memoria también contempla y reivindica una forma de vida marginalizada, prácticamente ausente de los imaginarios productivos de la Venezuela contemporánea a pesar de ser absolutamente crucial para la supervivencia del país. En ese sentido, Arando en la memoria es un documento valioso que invita a revalorizar y escuchar las voces de la “dimensión campesina” –inclusive desde la seguridad del pretérito.
©Trópico Absoluto
Arando en la memoria. Dirigido por Goar Sánchez, Aktion Kolectiva y Ultravioleta Audiovisuales, 2020.
Picón Salas, Mariano. “El tiempo y nosotros”. Suma de Venezuela, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, 2012, pp. 195-198.
Elvira Blanco (Caracas, 1990) es candidata al doctorado en culturas latinoamericanas e ibéricas en la Universidad de Columbia en Nueva York, donde también enseña cursos de lengua y cultura latinoamericana. Su trabajo de investigación se sitúa en la intersección de estudios culturales, estudios visuales e historia política. Actualmente escribe una disertación sobre prácticas y representaciones de lo comunal, donde analiza obras de arte audiovisual junto a discursos provenientes del activismo de base en la Venezuela contemporánea.
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