Venezuela, país de emigrantes
Quizás algunos se sorprendan todavía al saber que la actual avalancha migratoria venezolana no es la primera de su historia –aunque seguramente sí la más grande. Y que los años de la muy vilipendiada democracia representativa fueron tan solo un breve paréntesis en un largo trajinar republicano plagado de penurias, dictaduras y caudillos de todo pelaje. Como continuidad de esa tradición, Enrique Bernardo Núñez (Valencia, 1895 - Caracas 1964) describe en este breve artículo, publicado en 1942, su percepción de la atmósfera del posgomecismo, un tiempo en el que el desencanto, la ausencia de perspectivas y la carestía de la vida constituían la base de un “país de emigrantes˝.
De país de inmigración, donde por espacio de más de un siglo se habló de inmigración, desde la primera colonia de alemanes hasta los últimos treinta portugueses llegados recientemente, Venezuela se ha convertido rápidamente en país de emigrantes. Emigran los estudiantes, porque encuentran muchas dificultades para estudiar en su propio país y han de ir a desenvolver su vocación a otros climas, menos suaves que el que nos pondera Silvio Santiago García, pero más propicios a sus aspiraciones, sobre todo más baratos. La carestía de la vida en Venezuela no sólo nos permitía ser un gran país importador, en tiempos ¡ay! más bonancibles, sino que siempre nos ha permitido y permite ser un país de emigrantes. En efecto, se vive mejor fuera de nuestro país con la moneda venezolana. Tales son, además del impuesto sobre el petróleo, algunas de las ventajas de “nuestra moneda alta”. El mismo espíritu nacional anda generalmente ausente de la realidad, por lo que puede decirse que también emigra a climas casi siempre lejanos e inclementes. De ahí algunas medidas que a la postre resultan en contra nuestra. Actualmente tenemos, entre otras, la semana de las cuarenta horas que si bien nos equipara con los países democráticos, ha traído en cambio la rebaja de los salarios a multitud de trabajadores, quienes sonríen satisfechos de tan felices innovaciones. Habrán de emigrar también —ya han salido algunos— a lugares donde haya trabajo o donde se les permita trabajar. Nada raro sería, que en vista de la escasez y carestía de la leche, las mujeres venezolanas vayan también a criar sus hijos en algún otro país donde puedan adquirir leche más barata y no se la bote en las plantas para mantener el precio.
A lo mejor resulta que en esto de la guerra nos va a ocurrir con la población lo mismo que con las importaciones, cuando fueron prohibidas en el momento en que cerrábanse los mercados mundiales. Nos quedaremos probablemente con nuestra vida cara, con nuestros burócratas millonarios, con nuestro paludismo, con una capital asentada en medio de un desierto, en el horizonte las torres de petróleo. Se está ya perfilando lo que cada país será después de la guerra, lo que ganará o perderá en estos años. No podemos negar que ya hemos perdido mucho.
No sabemos en cambio, si podremos al fin explotar nuestro clima y ofrecerlo en venta, tal como lo imagina Silvio García en su crónica “Albas, Crepúsculos y Noches para Extranjeros”. Es una idea, esa de pregonarlo en los barcos de tránsito — ¡cuando había barcos!— que muy bien podría comprar para la propaganda la Oficina Nacional de Turismo. Aunque quizás no le crean mucho a su autor cuando les asegure que en esa exportación del clima caraqueño Venezuela “ obtendría beneficios mayores que del petróleo de sus pozos”. Sin embargo, todo es posible. No sabemos tampoco si nuestro clima podría abandonarnos. El mismo García habla de irse, aunque sin llevarse las noches caraqueñas en sus baúles. Los daneses traídos a precio de oro también se fueron.
Nos quedaremos probablemente con nuestra vida cara, con nuestros burócratas millonarios, con nuestro paludismo, con una capital asentada en medio de un desierto, en el horizonte las torres de petróleo
De tiempo en tiempo los diarios publican fotografías de alemanes que regresan a su tierra, sin acordarse de que el señor Ludwig, biógrafo profesional, propone para ellos la cautividad y el exterminio. En esas fotografías aparecen juntos hombres, mujeres y niños en espera de los vehículos que han de conducirlos a Puerto Cabello o asomados a las ventanillas de un vagón en el momento de partir. No podría decirse hasta qué punto nuestro país se beneficie de estas emigraciones en masa. Son en su gran mayoría hombres laboriosos estos alemanes, “productores” como debe decirse, gente sana que ha vivido largo tiempo entre nosotros. Viendo estas fotografías de emigrantes ocurre pensar si se trata de suplantar un odio con otro, si existe de hecho un racismo al revés, o si hay extranjeros a quienes les está prohibido vivir en Venezuela. Se asegura que esas repatriaciones son voluntarias, a base de solicitudes de los mismos interesados. Pero también se dice que estas solicitudes se deben en gran parte a que los que las hacen se sienten en una posición incómoda, mal vistos y desempleados. Sea lo que fuere, resalta la anomalía de un país que ha vivido clamando por falta de población y se halla ahora abandonado por sus escasos pobladores, entre ellos por esos alemanes que han sido factores de trabajo. Es de preguntarse lo que hacen Brasil y Estados Unidos, entre otros estados americanos, con su densa población alemana o de origen alemán. Sin duda, los niños que han nacido bajo esos pabellones estarán seguramente bajo su protección. Son ciudadanos de aquellos países. Pues, algo, especialmente, atrae la atención de estas fotografías de emigrantes alemanes que prefieren su país sometido a las contingencias de una guerra atroz, al nuestro, y son esos niños nacidos en Venezuela, hijos de Venezuela como cualesquiera otros, que no pueden vivir en su patria —la que Dios le dio— y a la que tal vez no vuelvan a ver.
3 de noviembre de 1942
©Trópico Absoluto
Enrique Bernardo Núñez (Valencia, 1905 – Caracas, 1964), periodista, cronista de Caracas, escritor cercano a la llamada Generación de 1918. En 1918 obtuvo reconocimiento con la obra Bolívar orador, y publicó su primera novela, Sol interior. Como periodista trabajó en los diarios El Imparcial, El Universal, El Heraldo, El Nuevo Diario y revistas como Élite y Billiken. Dirigió el diario El Heraldo de Margarita, fundado por él en 1925, mientras simultáneamente ocupaba el cargo de Secretario General de Gobierno del estado de Nueva Esparta. Ejerció la carrera diplomática. Publicó, entre otras obras: Cubagua (1931), La galera de Tiberio (1932), Arístides Rojas, anticuario del Nuevo Mundo (1944) y La ciudad de los techos rojo (1947).
Tomado de: Enrique Bernardo Núñez. Novelas y ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho. 1987, pp. 186-187.
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