Panorama del teatro venezolano en el siglo XIX (II)
En esta tercera entrega de la serie sobre la historia del teatro venezolano, Leonardo Azparren (Barquisimeto, 1941) realiza una valiosa síntesis de los autores y las obras dramáticas que protagonizaron la segunda mitad del siglo XIX en Venezuela. Un período en el que el positivismo, el realismo y el naturalismo lucharon por instalarse en los escenarios, aunque sin resultados consistentes.
Este ensayo es un apretado resumen de la tercera parte de mi obra inédita: Historia crítica del teatro venezolano 1594-1994.Por razones de espacio obvié al máximo las referencias bibliográficas.
El teatro romántico venezolano
El soporte ideológico del teatro romántico fue la concepción de una sociedad centrada en los valores privados de la familia, una moral signada por la prudencia simuladora y el honor y la honorabilidad públicos. La construcción de la república en el siglo XIX estuvo acompañada por una imagen de la sociedad en la que los espectadores se reconociesen en su contemporaneidad en conformidad con el sistema de valores y creencias del proyecto nacional de los criollos. La visión republicana buscó expresiones cónsonas para expresar la nueva visión del mundo y la sociedad. Un drama que quiso acompañar la apertura liberal de la sociedad venezolana, aunque los valores del pasado no desaparecieron tan fácilmente.
A finales del siglo XIX, el positivismo, el realismo y el naturalismo empujaron la puerta para instalarse en los escenarios, aunque sin resultados consistentes el discurso teatral legitimador del orden social decimonónico entró en crisis.
Presento aquí un apretado panorama de los dramaturgos repartidos en siete décadas (1840-1908), agrupados en una clasificación, a sabiendas de la injusticia que significa intentar poner una camisa de fuerza a los autores. El romanticismo épico agrupa a los autores que dan a la gesta heroica una trascendencia superior. El romanticismo histórico agrupa a los autores que ubican sus obras en épocas pasadas para darles un ambiente exótico y evasivo de la realidad vivida por el espectador. El romanticismo burgués se refiere a los autores que ubican sus obras en la contemporaneidad del espectador.
Los Protorrománticos
En los primeros años de la república surgieron las primeras obras concebidas en relación inmediata con el nuevo espectador.
José Antonio Maitín (Puerto Cabello 1804 – Choroní 1874), escribió en 1835 La prometida, única obra conservada; la otra, Don Luis o el inconstante (1838) fue publicada bajo el pseudónimo “Un venezolano”. La prometida representa las relaciones familiares típicas del amor imposible con un final feliz. Es uno de los iniciadores de la dramaturgia nacional al presentar personajes que viven situaciones y hablan el lenguaje del espectador, a pesar de estar escrita en verso.
Gerónimo Pompa (Guatire 1810 – Caracas 1880,) escribió El libertino arrepentido (1838), El amor casado o extravíos de los esposos en el matrimonio (1854), Victoria, ó hallar la horma de su zapato. Otras obras son: Las flores parleras, poesía (1847), Venezuela libre (1848) y Canto al primer presidente popular de la República (1849).
El libertino arrepentido representa a un pícaro que engaña a las mujeres para conseguir sus favores, aunque no queda claro si los obtiene. Los enredos lo llevan a un callejón sin salida, el arrepentimiento y el mensaje. Victoria, ó hallar la horma de su zapato representa a una joven que se burla de sus pretendientes hasta que se enamora. Su padre cumple un rol celestino para que no termine solterona en un convento. El resto son los comentarios de dos personajes populares.
El romanticismo épico
Rafael Agostini (Trinidad 1808 – Caracas 1881), publicó Cora, o los hijos del sol (1837), y Lara, o un colombiano (1843).
Cora es la primera obra venezolana que se remonta a los inicios de la conquista de América para plantear el encuentro de dos culturas y religiones, la española y la aborigen americana, en este caso incaica. El conflicto es el amor de Cora, princesa inca, y Montalvo, oficial español, en el contexto de la consagración de ella al culto del dios Sol y, en consecuencia, el amor imposible de ambos. La destrucción de la patria inca por los españoles es el trasfondo político; pero existe el español bueno, Montalvo, dispuesto a mestizarse con el mundo aborigen.
Lara, o un colombiano tiene lugar en Caracas en 1824 y vincula una historia de amor con el perfil heroico del protagonista. La situación es el conocido triángulo del amor imposible, en el que el padre quiere imponer su autoridad a su hija, Amalia, para casarla con Felipe de Urrea y no con Lara, próximo a incorporarse al ejército de El Libertador. El propósito del autor se apoya en el drama de los amantes para enaltecer el patriotismo como valor máximo.
Pedro Pablo del Castillo (Caracas 1816-1885), en El fanatismo druida o la sacerdotisa (1839) representa un enfrentamiento entre galos y romanos alrededor del tema de la libertad de una nación. Contrasta los cultos druida (pagano) y cristiano, y aborda el conflicto del amor imposible de Teodora y Leoncio. En El 19 de abril o un verdadero patriota (1842) sacraliza la fecha patria y realza al héroe militar por parte de la sociedad civil. Presentes dos jóvenes amantes en crisis por los intereses del padre, el General; pero el General es un héroe magnánimo que comprende la situación y bendice a los jóvenes amantes. La obra tiene un festín alegórico. Un vitral “simboliza la América y la España en actitud de reconciliarse” con los retratos de El Libertador y de El Ciudadano Esclarecido, es decir José Antonio Páez.
Eloy Escobar (La Guaira 1824 – Caracas 1889), es un autor poco reconocido. En Nicolás Rienzi (1862), se inspiró en un tribuno romano del siglo XIV que murió decapitado, y cuyas cenizas fueron esparcidas por el Tíber.
Escobar construye un héroe que muere por la libertad. Este núcleo relega a un segundo plano el tema amoroso. La figura del héroe prevalece. Rienzi prepara la defensa de Roma contra los nobles con expresiones emotivas por la libertad. Entre el triunfo de Rienzi y la huida de los líderes nobles, el Vicario se convierte en un articulador de la acción para Rienzi restituir a Roma su antigua gloria. En esa situación se da un nuevo encuentro de los amantes, cuya conversación es más política que amorosa. Escobar prepara el martirio del héroe. Montreal se ufana de la sangre derramada para conquistar el poder; Rienzi, indefenso ante el secuestro de María, queda postrado.
Lisandro Ruedas (S/F)[1], estrenó La víctima de la libertad, o Policarpa Salavarrieta (1850) basada en los últimos días de esta heroína neogranadina (1796-1917) en Santa Fe de Bogotá, durante la guerra de independencia. Construye su imagen heroica entre su amor por Alejo y su compromiso público. Ruedas se suma a los dramaturgos que plantean la épica de la libertad de una nación.
El romanticismo histórico
Heraclio Martín de la Guardia (Caracas 1829 – 1907), es el más notorio dramaturgo romántico. En 1903-1905 editó sus Obras Literarias “dedicadas al general Cipriano Castro”.
De la Guardia tuvo preferencia por la Europa medieval. En Cosme II de Médicis (1848) Cosme y el Conde quieren consolidar la alianza de Florencia y Pisa, para lo cual el matrimonio del Conde con María es decisivo. Pero ella ama a Guiulano, por lo que en respeto a la autoridad paterna termina en un convento para el casamiento forzado. Reducida a prisión y tildada de “hija maldita”, María prepara su suicidio. Guiulano se suicida con el arma paterna cuando comprende que María es su hermana. La sugerencia del incesto condimenta la expectativa del drama.
Luisa Lavallière (1853) se inspira en un personaje histórico: Louise Françoise de la Baume Le Blanc, duquesa de La Vallière y amante de Luis XIV.El centro de la obra es el amor de Luisa por Raúl, servidor del rey, y del rey por ella al conocerla poco después de irse Raúl a Inglaterra. La obra se agota en la retórica amorosa y pasional con las intensidades habituales y las promesas imposibles de cumplir. El amor imposible de Luisa no se resuelve porque Raúl se suicida.
Sus otras obras importantes son del mismo tenor: Don Fadrique, gran Maestre de Santiago (1856) tiene lugar en la Castilla del siglo XIV en torno a Blanca, perseguida por Pedro, a quien Fadrique ayuda a refugiar en la catedral de Toledo. Pedro no cede y prepara el ataque con “sus esbirros” moros quienes, por serlo, no tienen miramientos con la catedral. Parisina (1858)tiene lugar en la Ferrara del siglo XIII con un triángulo perfecto: un marido veinte años mayor que su esposa y ella le es infiel con su hijo de su misma edad. Güelfos y Gibelinos (1859) ocurre en el Milán del siglo XVI, con los desencuentros históricos entre güelfos y gibelinos, para otra historia de amor con los recursos de siempre. Equilibra por momentos las luchas política y amorosa para insistir en la ceguera de los poderosos.
Luchas del progreso (1879), en la época actual, tiene dos intrigas: el crimen oculto de don Juan en la persona del padre de Luisa y la forma como ella descubre la causa de su muerte y al criminal. Luisa recuerda la casa donde se encuentran, reconstruye su anterior presencia allí y las circunstancias de la muerte de su padre, y regresa decidida a desenmascarar al asesino. Descubierto, don Juan huye y deja una carta.
Manuel Dagnino (Génova 1834 – Maracaibo 1901), presenta en Los catalanes en Bizancio (1864) la decisión de Andrónico de alcanzar un acuerdo de paz con Malech Taserat, “turco poderoso y guerrero”, a cambio de entregarle en matrimonio a María, de quince años, a lo que se opone Miguel, hermano del emperador, por su pasión por ella, su sobrina. En la intriga se mezclan la inminente invasión turca a Bizancio y el amor imposible de los jóvenes amantes, las alusiones políticas al conflicto entre cristianos e infieles y la decisión de Malech de ser cristiano por amor.
Vicente Micolao y Sierra (“Manfredo”) (Valencia 1829 – Caracas 1890), es quizás el primer dramaturgo venezolano con éxito internacional, tras el estreno de sus obras en España y varios países de América Latina. Escribió un poco más de treinta obras. Antonio de Guzmán, o recuerdos de 1812 en América (1877) ocurre en 1812, cuando se perdió la primera república. Además, se refiere al triunfo de un soldado español, Antonio de Mata Guzmán (1769-1828), quien participó en la guerra de Independencia del lado de España y en conspiraciones realistas. La obra cierra con una apoteosis acompañada de una marcha triunfal.
José Bernardo Gómez Uzcátegui (Barcelona 1831 – 1901), presenta en Eulalia Buroz (1870-1881) la toma del convento de San Francisco en 1817, hoy conocido como la Casa Fuerte de Barcelona. La protagonista, Eulalia Buroz (1795-1817), tuvo un peregrinaje heroico entre 1812 y 1817. La acción comienza en los momentos previos al asalto al convento y la derrota de los patriotas. La evacuación de la ciudad no menoscaba el patriotismo y consolida la unión de Eulalia con su esposo, para colocar en una misma perspectiva los conflictos privado y público. Gómez remarca la crueldad del español y engrandece la imagen de Eulalia, comprometida de palabras y hechos con los patriotas.
Celestino Martínez nació hacia 1820. La acción de Araure es de 1845; Araure de 1883, centenario del nacimiento de Simón Bolívar. El teatro patriota tiene en Celestino Martínez uno de sus mejores representantes. La primera representa un relato de la batalla de Araure y el amor imposible se hace presente entre Elena, del bando republicano, y Teodoro, oficial español. La expectativa es el destino de Teodoro. La épica de Araure es el paisaje que colorea heroísmos y villanías. Escrita con el entusiasmo de la religión bolivariana, Araure mantiene el amor imposible entre la patriota Elena y el español Teodoro y el honor militar patriota y realista. Araure le da consistencia a esos asuntos. Martínez construye una imagen heroica republicana sin profundizar sobre el hecho histórico. Los patriotas vencen. La batalla, en un discreto segundo plano, pierde importancia ante un drama amoroso. La reconciliación de los afectos se consume y solo resta la expresión final: “¡Gloria a Bolívar!”.
El teatro de José Ignacio Lares (Betijoque 1847 – Caracas 1921) incluye La Colombiada (1895) y Guayana (1896), alegorías, El recluta (1896) y La colegiala (1903).
Las dos obras alegóricas versan sobre la discusión sobre Guayana que condujo al laudo de 1899, no reconocido por Venezuela, que le concedió a Inglaterra el territorio de Guyana ubicado al oeste del río Esequibo. En ambos textos los protagonistas son personajes simbólicos: España, Italia, América, la ciencia y el progreso; Venezuela, Guayana, Estados Unidos e Inglaterra.
En La Colombiada, Lares vincula la gesta del descubrimiento con las nociones de ciencia y progreso, los aportes de España e Italia al continente descubierto. En Guayana, Lares toma partido. Califica de “ratón de las naciones” a Inglaterra por sus pretensiones territoriales. Estados Unidos interviene, Inglaterra retrocede y Venezuela exclama: “¡Por la nación, centinela / de América, el grito vibre!”.
El recluta es una crítica a los bandos de las escaramuzas bélicas del siglo XIX y reivindica a los sectores campesinos y populares. La acción está centrada en la discusión en torno a la guerra y la recluta, acompañada de los preparativos del matrimonio de María y Antonio. Este tema con sus implicaciones contra los militares es complementado con la derrota militar. El triunfo es popular y las proclamas incluyen el rechazo a la recluta. Los amantes se encuentran, felices.
Adolfo Briceño Picón (Mérida 1846 – 1929), considerado el padre del teatro histórico venezolano, es autor de cuatro obras, dos de las cuales son la cima del teatro venezolano del ochocientos, al que innovó al hacer del villano el protagonista de sus dos obras principales: El Tirano Aguirre (1872) y Ambrosio Alfinger (1876). Ambos protagonizaron el inicio de la colonización europea en territorio venezolano en el siglo XVI. Ambos hacen un viaje dramático hacia el poder, despótico por rebeldía –Aguirre- o por misión colonial planificada –Alfinger, cuando descubren las riquezas del territorio conquistado.
Aguirre inició su travesía desde el Amazonas y llegó a Venezuela para morir en Barquisimeto. Alfinger muere herido por los indios en una emboscada, después de una travesía de conquista y destrucción, y la obra cierra con una proclama premonitoria y republicana del cacique Tamalameque, dando vivas a Simón Bolívar. El individualismo incontrolable de ambos personajes tiene por antagonista los lances pasionales que rodean a sus hijas. Cora, princesa peruana hija de Aguirre, y Elena y Margarita, esposa e hija de Alfinger, son oponentes a la insolvencia de ambos conquistadores. Por tales, facilitan el desenlace fatal: la muerte de los villanos es un acto de justicia poética aleccionador.
El romanticismo burgués
La obra de Nicanor Bolet Peraza (Caracas 1838 – New York 1906) trasciende por la significación de A falta de pan buenas son tortas (1973), obra paradigmática del costumbrismo, a la que sigue Luchas del hogar (1875).
Una palabra define Luchas del hogar: conmiseración. Una madre viuda, Adela, y una hija enferma, Aurora, están amenazadas por un usurero, don Baltazar; mientras el hijo, Carlos, está en la guerra con rango de capitán. Adela oculta a Aurora la situación en que viven: no recibe la pensión “desde que el gobierno ha entrado en apuros”. La situación no la mitiga Félix, pretendiente de Aurora y aspirante a “médico de los pobres”. Pero Carlos aparece para salvarlas y dar la victoria a la patria. La acción es redondeada cuando se descubre que don Baltazar financió a los insurrectos, por lo que el gobierno ordenó la confiscación de sus bienes.
Eduardo Blanco (Caracas 1838 – 1912) ocupa un lugar especial en la literatura venezolana con Venezuela heroica, cuadros históricos (1883) y Zárate (1882). Lionford (1882) es el drama romántico más elegante del teatro venezolano. En un palacio madrileño coinciden la amistad, el amor furtivo, el donjuanismo y un villano. El inicio es el reencuentro de Aquiles de Lionford, marqués, y Carlos de Alarcón, conde, en una noche de fiesta en casa del último. Blanco dosifica la información alrededor del recuerdo de Lionford en París, en la iglesia de la Magdalena, donde se encontró con la mujer de su vida aunque nunca supo su nombre. Al escucharlo Laura, esposa de Carlos, ésta se ahoga en un grito. Lionford asume plenamente su rol de héroe romántico; salva el honor de Laura y Carlos y hace desaparecer sufrimientos y temores cuando, moribundo, se confiesa ante su amigo.
Aníbal Dominici (Barcelona 1837 – Caracas 1897) fundó el Ministerio de Instrucción Pública, fue rector de la Universidad Central de Venezuela y miembro fundador de la Academia Venezolana de la Lengua. Es autor de La honra de la mujer y El lazo indisoluble, ambas de 1880.
La honra de la mujer es quizás la única obra del siglo XIX que discute la doble moral en el matrimonio y sus consecuencias. La acción tiene lugar en 1845, en La Habana. Dolores heredó una fortuna y quiere salir de La Habana por la salud de sus hijos. En sus seis años de matrimonio solo en el primero fue feliz, porque Vélez se apropió de su fortuna. Vélez menosprecia la preocupación de Dolores por la enfermedad de los hijos. Está en bancarrota por las pérdidas en el juego y busca resolver la situación falsificando parte de una carta para obtener nuevos fondos. La armonía familiar merecedora del respeto social se opone al utilitarismo de Vélez. Los acontecimientos se precipitan. Vélez huye después de matar a su cómplice. Ante la inminente presencia de la policía, Dolores le presenta una pistola: “¡El suicidio te salvará de la afrenta!”, “¡hazlo por tus hijos, que quedarían infamados para siempre!”.
José María Manrique (Caracas 1846 – 1907) escribió Los dos diamantes (1879), Un problema social (1880), El divorcio (1885) y Entretenimientos dramáticos (1892). Este último título contiene varias obras en un acto, salvo la última en tres.
Un problema social se inicia con una declaración de principios entre Luis de Narváez y Pablo Leal, amigos a toda prueba y esposos de Margarita y Elisa. Luis, positivista, estudia “solamente la parte real de la vida”, mientras Pablo valora “conocer el corazón humano”. Dos posturas que definen sus comportamientos respecto a sus esposas y a la intriga que organiza Arturo Romana, pretendiente de Margarita.
Para el propósito de la pieza es crucial la debilidad de Luis; no es el esposo adecuado y nada ve en el hogar. Con medias verdades y mentiras, los personajes se llenan de sospechas y equívocos con encuentros y desencuentros, hasta el inevitable de Margarita y Pablo en el que se descubre la falsedad de la supuesta carta de ella citándolo para ese encuentro. Es el momento de la culpa y redención. Luis reconoce sus defectos e intenta suicidarse; Arturo es culpable del daño moral; al final los esposos se reconcilian.
En El divorcio el planteamiento comienza con una discusión entre María y Armando sobre la infidelidad de ella, que rechaza, aunque no da argumentos, para sustentar su posición. El divorcio significa la libertad de ambos; pero la situación se complica porque él quiere quedarse con los hijos, lo que pone en crisis a María, De esta manera, el tema de los hijos adquiere protagonismo central. El sufrimiento es de María, quien tiene que desprenderse de sus hijos y a quienes lega un cofre con joyas.
Manrique escribió Entretenimientos dramáticos teniendo presente la situación de precariedad del teatro nacional, con una o dos representaciones para una obra nacional por el poco público existente. De las seis obras, dos son comedias infantiles, protagonizadas por niños, un juguete cómico, un monólogo y dos dramas. Con las comedias infantiles Manrique es pionero en el teatro venezolano.
El bautizo de un muñeco está centrado en el contraste entre Marina y Luisa, compañeras de estudio pero de clases sociales diferentes. Luisa, en su pobreza, tiene alta sensibilidad social por su madre, mientras Marina la estima desde lejos, tanto que no quiere invitarla al bautizo del muñeco. En El collar de perlas Teresa, hija de una viuda pobre, encuentra el collar y lo devuelve a su dueña. En sus tres obras breves, Mátala, Monólogo y La cita, Manrique se goza en representar la frivolidad de la clase burguesa en lugares placenteros. El tema, el equívoco que implica algún amor frustrado. En la primera, ella trata de salvar a su marido de la bancarrota, pero él supone una infidelidad y le dispara con arrepentimiento y muerte; la siguiente es una variación sobre el tema amoroso, el matrimonio y la maternidad; la última es un juego de equívocos de tres jóvenes alrededor de Raúl.
En El filántropo Armando es un artista y, por tal, un outsider que asume su condición. Es la situación básica que da trascendencia a la intriga amorosa. Armando desdeñó los halagos sociales y optó por tres actitudes: buscar en la religión un refugio, renunció a su matrimonio con Amalia sin estar claras las razones para casarse con Blanca, y es un artista plástico. Armando es consciente de su postura ante la sociedad. Arturo, su amigo, contrasta la pasión de aquel por el arte puro y critica el cuadro que pinta sobre la samaritana, por responder a los preceptos de una escuela.
Manrique participa de la polémica finisecular en la que el modernismo jugó un papel protagónico, a la par del naturalismo y el realismo. Me refiero al rol del intelectual en sus relaciones con su contexto, base para un nuevo tipo de situaciones y personajes. Armando, el idealista, ve confirmada su visión social, mientras es puesta en evidencia la dimensión privada de un falso filántropo. Ese mismo personaje es, para más, el padre de Armando, como al morir lo revela Costanza, su madre, esposa de don Juan de la Fuente.
Manuel Antonio Marín, hijo (Maracaibo 1846 – 1927), escritor frondoso, maestro del melodrama, es autor de El teatro en el Zulia (1896), primera historia regional del teatro venezolano. Sus textos emblemáticos son En el borde del abismo (1887), La copa de acíbar (1890), El deber cumplido (1891), La espada de dos filos y Dios tarda, pero no olvida (1893). En sus obras coinciden rasgos modélicos del melodrama, en el que el lance pasional es fundamental en la construcción de la fábula. Marín crea situaciones escabrosas en las que la familia, el matrimonio y el adulterio constituyen problemas sin dimensión pública. Allí la sociedad no existe, salvo para resaltar lo que significa el honor ofendido y la honra mancillada.
Esta visión está matizada por la perspectiva religiosa. Dios es una presencia perenne como juez o refugio en la adversidad, aunque el azar y el destino ciego también son invocados para explicar la situación padecida por el personaje.
Marín se cuida de asignar nombres apropiados a sus personajes. Dolores, quien sufre resignada (En el borde del abismo); Amable, quien lo es (La espada de dos filos); Piedad, Ángela, Inocencia, Cándido, Generoso y Justo, como etiqueta inequívoca de sus respectivos roles (Dios tarda, pero no olvida); Doctor, quien aquí y allá diagnostica el mal y sospecha sus causas (La copa de acíbar y El deber cumplido). Los lugares de la acción son elegidos según el propósito moral propuesto, sea la sala decentemente amueblada de una clase media discreta (En el borde del abismo), un gabinete ricamente decorado (La espada de dos filos), una pobre casa de campo y después un gabinete suntuoso para mostrar el brusco cambio social (Dios tarda, pero no olvida); un salón suntuosamente decorado (La copa de acíbar); la sala de una casa pobre (El deber cumplido).
Siempre el amor imposible está presente, hasta el extremo del incesto entre hermanos para acentuar el crimen habido entre los padres (La espada de dos filos). Este amor debe hacer frente a las diferencias sociales (El deber cumplido), aunque puede encontrar un final feliz al tiempo que es sancionado el padre que cometió dos delitos: robo y asesinato (Dios tarda, pero no olvida). Este amor se agrava con la enfermedad de la heroína, un aneurisma que padece Margarita y la lleva a la muerte en La copa de acíbar, o la dolencia física y espiritual de Luisa en El deber cumplido.
En tales desesperos, la venganza y la muerte son argumentos del ofendido en lo personal o por su esposa y/o hijos. Tomás está decidido a matar a Armando en El deber cumplido; o la cárcel para el criminal, con lo que la familia del asesinado queda resarcida y la del culpable salvada por el matrimonio de la hija (Dios tarda, pero no olvida).
El teatro de Manuel Antonio Marín se desenvuelve en este universo de intrigas unidas por una idea moral común. Dentro de las cuatro paredes de la familia todo se resuelve, sin comprometer el desenvolvimiento social de la colectividad, que es inexistente.
Agustín García Pompa (S/F)[2]. De este autor no se tiene información sobre sus orígenes, vida y muerte. Escribió En el seno del hogar (1884), Leonor o el calvario de la honra (1894), El pabellón en Guayana o la usurpación inglesa (1895) y En la prefectura (1899), de las cuales la primera se ha dado por desaparecida.
El corpus dramático se ajusta a los modelos conocidos del romanticismo y el melodrama. Leonor o el calvario de la honra gira alrededor de la falsa muerte de Carlos, anunciada por Julio para consternación de Leonor. El núcleo del matrimonio con el amor imposible, el adulterio, la infidelidad y la conducta ambigua de la mujer son los pilares de la fábula. Los personajes, movidos por la pasión, no razonan. García Pompa disfruta con sus galas literarias antes que teatrales y el patetismo lo lleva a niveles insoportables de acusaciones.
El Pabellón en Guayana o la usurpación inglesa es una alegoría con personajes simbólicos (Venezuela, América del Sur e Inglaterra) en la tradición del patriotismo de Andrés Bello y Gaspar Marcano. El tema refiere la disputa del territorio guayanés y la usurpación que hizo el imperio británico. El final es un cuadro vivo ad hoc. García Pompa hace pareja con José Ignacio Lares en relación con el conflicto de la Guayana Esequiba. En la prefectura es un monólogo para la actriz Prudencia Grifell, quien tuvo una presencia notoria en los escenarios venezolanos a finales del siglo XIX.
Manuel María Fernández (Maracaibo 1830 – Caracas 1902), fundador de la Academia Venezolana de la Lengua. Su producción teatral comprende: Zapatero a tus zapatos (1853), El todo de una charada (1893) y Bien por mal, o la caridad en acción (1878), escrita para los alumnos del Colegio Smith.
Este autor invita a preguntar qué correlaciones mantenía el teatro venezolano con su sociedad a finales del siglo XIX, porque Bien por mal, o la caridad en acción es un teatro concebido con propósitos ideológicos. La primera expresión es su definición teórica: “La Caridad es la más santa de todas las virtudes”, a partir de la cual Fernández confronta la actitud de Amelia con la de Manuel, su hermano, una buena y el otro díscolo. El esquematismo en la concepción de los personajes está acompañado de una saturación de frases y adjetivaciones religiosas, con el propósito final del arrepentimiento y conversión de Manuel, quien proclama “¡Mueran los libros! (…) ¡Muera la escuela”, porque él quiere “ser general y diputado y candidato, y todo, y cuando pele mi machete no va a quedar maestro con cabeza ni escuela”.
Miguel Eduardo Pardo (Caracas 1868 – Paris 1905), fuenarrador, periodista, poeta y dramaturgo. Sus dos obras de teatro son A tal culpa tal castigo y Edmeda de 1888. Esta última es un monólogo, a cargo de un personaje femenino presa en una cárcel por un sultán.
En A tal culpa tal castigo una vez más aparecen lo exótico y mundano, esta vez en la Bogotá de 1835. Allí adorna una intriga en la que el triángulo es su núcleo y razón de ser. Amantes en desencuentro y un villano que quiere resolver su ruina, producto del juego, con el matrimonio con una joven rica. Poco experto en urdir intrigas, Pardo apela a los monólogos para informar al espectador de causas y razones de los distintos comportamientos.
No está ausente el equívoco sobre la identidad de la mujer amada por Carlos y deseada por Fernando, además de esclava de un juramento; ni falta la carta que ella descubre para acentuar las emociones. Para fortalecer tal clímax, Pardo no descuida las acotaciones y da consejo a los actores: “Se recomienda a los actores este diálogo lo más angustiado”. El año de la acción, 1835, es propicio para intercalar reflexiones sobre Colombia antes y después de 1830, cuando Venezuela se separó de la Gran Colombia para ser una república independiente.
Teófilo Leal (Barcelona 1866 – Caracas 1940) es uno de los personajes más polifacéticos del teatro venezolano del ochocientos, en sus décadas finales y en las primeras del siglo XX. Fundamentalmente actor, debutó en 1879 en Amor y celos, escrita para él por Enrique Chaumer. En septiembre de 1890, Leal inició su periplo internacional por América Central y México, haciéndose famoso internacionalmente con su interpretación de La carcajada de Felipe D’Ennery. Su repertorio fue amplio e incluyó a Sardu y Shakespeare.
Su ¡Caín! lo colocó entre los dramaturgos más celebrados de la época. Fue estrenada en 1900 en el teatro Principal de Puebla (México) y en el Colón de Guatemala en 1902, ciudad en la que fue editada por la Tipografía Nacional. El 23 de mayo de 1907 fue estrenada en el Teatro Caracas. Con base en el triángulo eterno, Leal escribió un melodrama en un lenguaje sencillo y una intriga clara. La obra mantiene los patrones ideológicos de la época, en los que el honor del esposo es el asunto en crisis por culpa de la esposa. El comienzo de la acción describe un ambiente casi bucólico de paz y amor familiar: el día del matrimonio de Enrique y Magdalena en Madrid, para luego dar rienda suelta al juego de las pasiones. “Amor criminal” califica Alfredo lo que siente por Magdalena. El tercero en discordia es Rafael, amigo fiel de Enrique, y quien encuentra a Magdalena y Alfredo. Rafael se convierte en el personaje decisivo para organizar y desenredar la intriga, pues decide ayudar a Enrique y dispone quién conversa con quién.
Leal hace gala de las frases más patéticas del melodrama venezolano. La obra culmina con la presencia solemne del padre de los hermanos dispares, quien salva la inocencia de la esposa y la honra del esposo. Ella, que sufrió en su inocencia, ve a su villano moralmente destrozado, arrodillado y con la ropa deshecha.
Otros autores
Los años finiseculares estuvieron signados por el agotamiento del melodrama, al representar personajes y situaciones pretendidamente comunes construidas con un lenguaje ampuloso y saturado de adjetivos moralistas. En medio de los vaivenes de la vida política, el discurso teatral pujó infructuosamente por parecerse al espectador, pero sin tener una mediana comprensión de los tiempos que vivían.
José María Reina[3] fue director de El Cojo Ilustrado en su primera etapa. En Cosas que pasan y ¡Don Ramón! o percances de un avaro el personaje popular es el protagonista, inmerso en enredos amorosos en la primera, para reivindicar el matrimonio y culminar con la felicidad de Julia y Eduardo. La segunda lo dice todo en el título. La pasión de don Ramón por el dinero está concebida para la moraleja final cuando recibe la sanción moral del caso.
Enrique Coronado (Caracas 1820-1880) fue poeta, periodista y dramaturgo. En 1879 publicó Angélica, “diálogos dramáticos divididos en 3 actos y escritos en prosa”, que dedicó “al héroe del deber, el Benemérito General Joaquín Crespo”. En una buena familia pequeño burguesa, Luisa, su hija Julia de tres años y Calvani constituyen un núcleo familiar perturbado por el amor de él por Angélica, sin dejar de amar a su esposa. Como es frecuente en estos melodramas, la muerte y el suicido se hacen presentes en la mujer cuando se reconoce víctima de una infidelidad. Al final, Angélica y Calvani reconocen que Luisa fue víctima de ellos y la niña de tres años reclama: “¿Qué habéis hecho de mi mamá?”.
* * *
El siglo cierra con
manifestaciones abiertas hacia nuevos tiempos; por ejemplo con el costumbrismo
y las primeras dramaturgas. En la crítica, la discusión sobre la importancia de
las teorías de Zola. En el sistema de producción, la presencia creciente de
compañías internacionales, algunas subsidiadas por el estado y la construcción
de teatros en el interior del país En estos cambios, el gobierno de Antonio
Guzmán Blanco, el Ilustre Americano, cumplirá un rol de primer orden.
[1] No hay datos sobre su lugar de nacimiento y defunción.
[2] No hay datos sobre su lugar de nacimiento y defunción
[3] No hay datos sobre su lugar de nacimiento y defunción.
@Trópico Absoluto
Leonardo Azparren Giménez (Barquisimeto, 1941), es licenciado en filosofía y magíster en teatro latinoamericano. Profesor titular de la Universidad Central de Venezuela y coordinador de la maestría en Teatro Latinoamericano de esa universidad. Miembro de número de la Academia Venezolana de la lengua. Ha sido diplomático (1971-1991), director del Fondo de Fomento Cinematográfico (1982-86), presidente del Círculo de Críticos de Teatro de Venezuela (1986-88), miembro de la Editorial Monte Ávila (1994) y de la Fundación Teresa Carreño (1995-1999). Especialista en teatro venezolano y teatro griego, sus investigaciones se centran en los procesos de modernización del teatro venezolano y en el discurso teatral. Ha publicado, entre otros: Cabrujas en tres actos (1983); Documentos para la historia del teatro en Venezuela, siglos XVI, XVII y XVIII (1994); El teatro en Venezuela, ensayos históricos (1997); El realismo en el nuevo teatro venezolano (2002), y Estudios sobre teatro venezolano (2006).
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Excelente crónica llevado a este medio…