/ Literatura

Querido Eugenio

Por | 31 agosto 2019

A mediados del año 2010, el escritor Alexis Romero se encontraba en Caracas preparando un libro, especie de ofrenda al poeta Eugenio Montejo, quien había fallecido en Valencia un par de años antes. El libro tendría, junto a los textos del propio Montejo, algunas intervenciones de otros escritores que hablarían del autor y su obra. Alfredo Chacón (San Fernando de Apure, 1937) fue invitado a participar en ese proyecto. Muy cercano a Montejo, en aquel año Alfredo se encontraba todavía en medio del duelo sensible que le había ocasionado la pérdida del gran amigo. Así que, inspirado por el afecto, decidió transformar lo que se suponía un texto crítico escrito en tercera persona, en una carta personal. Como suele ocurrir tantas veces, el libro de Romero no alcanzó nunca a publicarse, por lo que en Trópico Absoluto nos complace ofrecer este texto inédito del poeta Alfredo Chacón, un homenaje a su querido amigo, Eugenio Montejo.

Eugenio Montejo y Julieta Campos retratados por Vasco Szinetar. 1982. ©Vasco Szinetar

Este es el momento, Eugenio, en que no he sabido hablar por escrito de ti como deseo y guardo la esperanza de hacerlo algún día. Pero en vista de que el arranque de estas líneas ya se ha demorado bastante desde que se las prometí a Alexis para mayo, lo que voy a hacer es, en vez de hablar de ti, hablar contigo.

Claro que en una ocasión como la de este libro que hemos querido regalarte, me hubiera gustado mucho decirle a los demás, comenzando por Mucha y Emilio, y Valentina y mis hijos, cómo he vivido durante tanto tiempo la cercanía contigo, con tus poemas y tus escritos de reflexión solidaria acerca de la poesía y la vida, tus dos grandes amores, tus incurables dolores de cabeza; pero en las semanas que tuve de plazo no dispuse del temple necesario para darles, a ellos y a tus lectores, por cierto cada vez más numerosos y diversos, aunque sea una mínima idea de lo que significa para mí la venturosa heredad que se resume en tu nombre.

Aunque en realidad, para serte franco, lo que pasa es que no he sabido cómo complacer mi deseo de, al hablar de ti, aglomerar en un solo latido continuo, junto con la resonancia que tu amistad no ha dejado de tener en mis sentimientos y mis pensamientos, dos cosas de las cuales cada día que pasa menos puedo y menos quiero prescindir. Una es la auspiciosa firmeza, la solícita veracidad con que vivo impregnado de los míos entrañables, esos que, como tú bien sabes, son mis familias y mis amigos; otra, la cada vez más acechada pero incitante expectación con que estoy viviendo, en la ciudad, el país y las avalanchas del mundo, el pasado que no termino de redescubrir y el futuro que me va quedando por adivinar.

Pero lo mejor del cuento es que tú mismo me facilitaste la salida, cuando en cierto momento sentí y obedecí el impulso de volver a tus poemas de Adios al siglo XX. ¡Qué oportuna ocurrencia! Allí, en ese libro que me hiciste llegar, ¿recuerdas?, con dedicatoria firmada: “Lisboa, 13.VIII.1992”, encontré en un santiamén lo que me estaba haciendo falta. Deja ver si alcanzo a expresarte lo que me pasó.

Al terminar esta nueva lectura, me sentí tan inquieto y estimulado, tan tentado a llegar a una conclusión en la que pudiera permanecer días y días, que quise comparar sus nuevas consecuencias con las que el libro tuvo en mí cuando lo leí por primera vez, y escribí su comentario para la columna que por entonces tenía a mi cargo en El Nacional. Pues bien, déjame decirte que ahora el título de aquella breve nota (“Eugenio Montejo, lo que nos queda en la palabra”) fue lo que más llamó mi atención. ¿Cómo había yo entendido entonces esta frase tuya, y en qué relación la siento ahora con lo que me ha deparado su nueva lectura? Precisamente, para comunicarte la respuesta es que te estoy escribiendo.

Desde luego, tanto como entonces, me sigue admirando que del primer poema del libro, “de su tejido de convocaciones cardinales (‘la calle Marx, la calle Freud’, ‘la línea de Mondrian’, ‘la calle Mao, la calle Stalin’)” lo que el lector está llamado a recibir es, sobre todo, “el resuello del tiempo convertido en Historia, que es el mismo del pobre hombre acezante a quien solo le queda su siglo como deidad para el conjuro”. Pero ahora me siento aún más conmovido por tu manera de tejer esa trama de resuello y conjuro en que consiste el sentido mayor de este libro. Que no es sino esa manera tan tuya de convocar y exponer las confrontaciones contigo mismo, con el mundo, y con las cercanías y alejamientos que entre esos dos extremos se suscitan.

Me refiero (y perdóname la insistencia en hacerme entender) al modo como en tu verbo van apareciendo para ya no cesar de transcurrir, en un extremo, el simismo del que profiere tu voz (“Me quedé inmóvil viendo girar el mundo/ en esferas errantes y volátiles/ aquí en mi cuerpo y afuera entre las cosas”, o “Muero lo que puedo, pero no me adelanto”); en el polo opuesto, el mundo como vislumbre de lo inalcanzable (“La tierra conoce por maga, por redonda,/ el misterio veloz/ de las palabras verdaderas”); y entre estos dos confines insuperables, el transcurrir de lo otro cercano pero también ansioso de desciframiento, más el despliegue de los otros entrañables pero irreductibles a cifra alguna (“Noches del que busca a sus padres/ en el agua/ y acodado en el puente descubre/ que está en el mundo solo/ como un astro”). Y, claro, están también los esplendores complementarios de ese mismo mundo, empeñados en que éste no sea solo ese astro que con tanta insistencia se nos vuelve irrespirable: “Con efímeras flores habla la tierra,/ con corolas, con pétalos/ llenos de aromas,/ de polen y deseos”, “Con fuego alumbras,/ no te olvides que alumbras,/ eres tu propia vela/ y estás ardiendo”.

Bueno, eso es lo que quería decirte, y no me molesta que el cumplimiento de este deseo lo haya sentido como un requisito para poder hablar contigo como, te repito, espero hacerlo algún día.

Pero más aún, Eugenio, al volver a leer estos poemas tan tuyos me he vuelto a solazar en la evidencia de cómo sus fulgores son inseparables de la honda conciencia de la responsabilidad con la palabra y con la poesía que siempre quisiste y lograste hacer tuya:

            Lo que nos queda en la palabra, cuando queda;

            lo que venimos a decir, si lo decimos,

            si nos alcanza el sueño,

            tiene el temblor de una corola

            ante el abismo,

            la invicta luz que se coagula al florecer

            fuera del tiempo.

            Gracias por todo, y un abrazo.

Alfredo

Caracas, junio de 2011

© Trópico Absoluto


Alfredo Chacón (San Fernando de Apure, 1937), es poeta y ensayista. Profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela. La mayor parte de su obra poética está recogida en Salomario. Nueve libros de poemas. 1961-2005 (Caracas, Ediciones El Otro, El Mismo, 2005), y la de su producción ensayística en los tres volúmenes de Se solicita pensamiento para esta realidad (I. Lecturas de poesía, II. La pasión Literaria y III. Cuatro décadas de crítica cultural) (Caracas, Oscar Todtmann Editores, 2005). En la actualidad forma parte del Consejo Consultivo de La Poeteca, institución caraqueña dedicada tanto al estudio y la difusión de la poesía, como a la edición de jóvenes poetas.

1 Comentarios

  1. Juan Fermin La Fe

    Leer esta conversación del poeta Alfredo Chacon, con con el creador de la Terredad, es sentir la voz de Eugenio Montejo, tan cerca que sentimos sus palabras convertidas en poemas infinitos para toda la vida.

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