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Palabras para celebrar a Rafael Cadenas y Guillermo Sucre en el conferimiento del Doctorado Honoris Causa por la Universidad Simón Bolívar

Por | 10 febrero 2020

Reproducimos aquí el discurso de orden pronunciado por Cristian Alvarez (Maracaibo, 1959) el pasado 7 de febrero, durante el acto de reconocimiento a Guillermo Sucre y Rafael Cadenas como Doctores Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar.

Rafael Cadenas, Cristian Álvarez y Guillermo Sucre, retratados por Vasco Szinetar. ©Vasco Szinetar (2020)

El pasado mes de julio, apenas tuve conocimiento oficial de la decisión plena de acierto y justicia por parte del Consejo Directivo de la Universidad Simón Bolívar, de otorgar el Doctorado Honoris Causa a Rafael Cadenas y Guillermo Sucre, me tocó comunicar la feliz noticia a los dos entrañables escritores por el medio que resultara más expedito y conveniente. Logré primero transmitir la buena nueva a Cadenas a través de su hijo Silvio; cuando al fin pude hablar por teléfono con el profesor Sucre, éste, luego de agradecer y expresar el sentirse agradecido y halagado por el honor, me confió casi inmediatamente la inquietud de un hondo malestar: “Cristian, ¿cuándo viviremos otra vez en libertad?”. En ese momento, en la legítima preocupación que ambos compartimos por la oscurísima situación del país que nos ha tocado vivir, solo atiné a responderle algo así como: “Profesor, recordemos lo que usted nos enseñó y siempre ha afirmado con Mariano Picón-Salas: la conciencia es la primera libertad ínsita a la naturaleza humana”. “Es verdad”, contestó, y así continuamos nuestra conversación sobre estos temas por un rato más.

La alusión a este pequeño diálogo que comenzó con la comunicación del justo reconocimiento y siguió con la aspiración más digna en la particular mirada a nuestro país, me gustaría proponerla de algún modo como emblemática para esta celebración. Creo que la prioritaria fidelidad a la convicción sobre el ejercicio permanente de la conciencia que construye al ser humano ha guiado siempre, en más de un sentido, el camino y el trabajo de Guillermo Sucre y Rafael Cadenas, tanto en el oficio de escribir, como en la entrega en la docencia y en la labor por la cultura de Venezuela. Claro que la libertad de conciencia, de pensar, de disentir y discutir, de leer y escribir es un derecho que nunca debe preterirse por ninguna razón, ni siquiera por una definición de justicia con loable apariencia. Y a pesar de este convencimiento, ¿no somos acaso testigos en la historia de la opresión de la libertad por causa de movimientos y credos que siguen tras espejismos que son en verdad frutos del resentimiento? “¡Cuánta auténtica injusticia se enmascaraba bajo la sedicente justicia proletaria de Stalin o la falsa protección a la colectividad que prometían todos los fascismos!”, señalaba Picón-Salas con precisión y a contracorriente durante los años iniciales de los sesenta en el siglo XX. ¿Tendremos presente este hecho incontrovertible que se extiende a la actualidad o todavía se justifica como una falaz ilusión que solo busca sostener la conveniencia hegemónica? Solo de paso diré que tanto Cadenas como Sucre sufrieron durante la dictadura perezjimenista la cárcel y el exilio por defender la libertad y el espíritu democrático en Venezuela; y, como podemos ver a través de su pensamiento y sus obras, aún persiste su mirada alerta a esta necesaria vocación que a todos llama, pero que algunos se empeñan en constreñir.

no hay duda de que Rafael Cadenas y Guillermo Sucre son hombres que constituyen ejemplo de preservación de la conciencia, de esta integridad despierta y de servicio del verdadero honor

Aunque volveré en forma muy breve sobre la semblanza de nuestros escritores, quisiera subrayar ahora lo fundamental de esta convicción que reside justamente en el cultivo de la conciencia atenta a lo esencial, sin pretensión ni expectación, en “la intemperie” como quizás podría leerse en algunos de sus poemas; cultivo que las pasiones del ego y las tensiones del mundo tienden a distraer y extraviar. Por ello, en tan singular acto de homenaje como el de hoy, en el que también deseo ver la ratificación de la conciencia como libertad, quiero acudir a una frase de Montaigne que Sucre cita con frecuencia y que traza un modo de vida y su apuesta constante: “un hombre de verdadero honor prefiere perder su honor antes que perder su conciencia”. Y no hay duda de que Rafael Cadenas y Guillermo Sucre son hombres que constituyen ejemplo de preservación de la conciencia, de esta integridad despierta y de servicio del verdadero honor. Sobre este estar consciente, Cadenas en Intemperie nos advierte con su Ars poética:

         Que cada palabra lleve lo que dice.

         Que sea como el temblor que la sostiene.

         Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillo a lo que es.

Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.

Seamos reales.

         Quiero exactitudes aterradoras.

Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

(…)

Y con Sucre asistimos a ese hacer de la conciencia, con solo precarios y opacos instrumentos, con un despojamiento esencial en esa inevitable indagación de estar en una posibilidad —“la fija fugacidad”— para reconocer y reconocernos, “a la intemperie”:

         Deja caer tus párpados

         y por un instante

                                                    en el trasfuego

         del día

                  cae la sombra

         sobre tu rostro

                           mientras cae

         la mano de la lámpara

                                                    sobre

         el papel que escribo

         buscándose                    y buscando

         en la caligrafía oscura

                                                    la transparencia

¿No comprendemos con ambos poetas, en la pasión del lenguaje —“y de su silencio”— que es debate de la existencia, la necesidad de una fidelidad a una senda delgadísima e íntima que ilumina nuestra condición, pero que, al mismo tiempo, por nuestra pretensión y soberbia, tendemos a volver huidiza, y así la perdemos, se nos disipa? ¿No vemos cómo sus vidas, buscando esa fidelidad en la escritura y el vivir, estuvieron siempre ajenas a seguir líneas de un pensamiento estándar o enfático, a adherirse a movimientos de modas literarias o fetichismos verbales, evitando cualquier exaltación de honor externo, reconocimiento acomodaticio o figuración pública? ¿No optaron invariablemente por una autenticidad que los llevó a una posición marginal y modesta, aun cuestionada e incluso de outsiders, sin cobertura ni seguros resguardos, en “la intemperie”? Hay una lúcida visión que se desprende de esta ética y que nos descubre hallazgos precisamente en lo opuesto a las consideraciones comunes, “en el seno de la pobreza”, en “la nitidez del desierto”, en la desposesión que revela al ser y a una realidad que desprende otro esplendor y que es el suyo propio. Así, Cadenas nos dice en su poema “Fracaso”, de Falsas maniobras:

Cuanto he tomado por victoria es solo humo.

Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.

Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los triunfos.

Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.

Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.

Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.

(…)

Me has brindado solo desnudez.

(…)

Gracias por la riqueza a que me has obligado.

Gracias por construir con barro mi morada.

Gracias por apartarme.

Gracias.

Con una forma y un tono distintos, Sucre también da cuenta de cómo este trabajo de búsqueda del poema no es “sino gestos”, un hacer inevitable que se sabe intento trunco pero que en sí mismo es revelación del límite y de un ser, lo que es una genuina ganancia en la desposesión al propiciar otra mirada:

Las notas que tomo en mi memoria

y luego olvido o traslado

torpemente,

                 desasistido ya

de ese relámpago que enardecía mi infancia,

las veo llenarme de ruinas, frases

que no logro hilvanar

con ese hechizo,

                        y así se deslizan,

discurren con crueldad.

(…)

Para decirlo todo: añaden no

la confusión

sino el espejo

transparente

del fracaso.

Donde me miro y reconozco

mi rostro.

Es posible que, por momentos, nos extrañen estas palabras que nos hablan de cierta “riqueza” que nace de la desposesión o del fracaso en el contexto de un acto de reconocimiento y de una distinción honorífica a dos de nuestros más queridos premios nacionales de literatura. Pero ese mismo sentimiento confuso obedece precisamente a un olvido o una expresa omisión general que las líneas de Cadenas y Sucre procuran advertir al encender una lámpara que nos permite ver(nos). Ahora celebramos su invitación a darnos cuenta, apreciando acaso una cosecha como lectores de esa “fértil miseria” que es el poema, como lo describe Sucre en un ensayo al tomar un verso de Álvaro Mutis.[1] Aunque me gustaría continuar con estos paralelismos y coincidencias entre dos poéticas tan distintas y ahondar en su lectura, solo quisiera ahora insistir en cómo en ellas puede percibirse en imágenes esa actitud a la que me he referido al principio, sobre la atención de la conciencia que busca no engañarse ni perderse, y que ha signado un recorrido vital y ha fructificado en las obras de nuestros celebrados escritores. Tal vez creamos que estas luces solo puedan asociarse a nuestras personales rutas, y hasta a un modo ideal de ver la cultura y lo comunitario, ¿pero sería posible pensarla en nuestro hacer en la universidad tan inmersa y frecuentemente ciega en la hipertrofia de la sociedad utilitaria que todo lo tasa? ¿Están tan separados estos ámbitos de exploración? Jacques Maritain en algún momento recordaba un hecho que no deja de interrogarme: el conocimiento no es un punto final de llegada que se da razón a sí mismo; el conocimiento es un “misterio”, un don y tal vez una gracia. ¿Cómo acoger esta visión que nos suena a paradoja, en la tarea de lo universitario empeñada en la sola obtención de resultados cuantificables, en una tangibilidad exclusiva e inflexible que abarca cada campo, más que en la dedicación a la fiel y constante tarea de tratar de conocer la realidad misteriosa que nunca deja de serlo? Y en alguna de sus Anotaciones, Rafael Cadenas parece dar una respuesta orientadora, a través de un lenguaje que retoma la conciencia, justamente porque hemos relegado esa disposición humana a otra apertura:

“El lenguaje de la poesía mira al misterio, lo tiene presente; es lo que lo hace esencial. Los otros lenguajes no lo advierten, no le dan cabida, operan a sus espaldas; muchos de ellos son seguros, afirmativos, sapientes; están llenos de suficiencia; rezuman autoridad. Si algo tiene que ver con la poesía es la ignorancia fundamental, el no saber, sobre el cual está erigido el mundo del hombre.

De ahí lo inconcluyente de la poesía. Se mueve en un orden donde no caben certidumbres rotundas. Esta es su fuerza desconcertante.”

Esa misma invitación de la poesía a un transitar extraño pero indispensable nos puede llevar a comprender la intuición que encontramos en otro de los ensayos de Guillermo Sucre, y que pudiera asumirse en nuestra labor integral que no se disocia con el vivir:

“Pero el verdadero aprendizaje solo empieza después de un ejercicio del alma: la lucidez, la transparencia, la purga de los rencores. Aprendemos depurándonos. No solo no saber más sino más profunda o humanamente; saber también que no se es dueño de la verdad o que ésta no es más que la vida misma.”[2]

Es estar y participar de la realidad; no reducirla ni absolutizar las mediaciones que a la vez que nos aproximan ciertamente nos alejan. Por esta razón estamos hoy aquí, por ese compromiso de la escritura que Rafael Cadenas y Guillermo Sucre han convertido en forma de vida, forma que la Universidad reconoce como necesaria y que, en cierta medida, quisiera que además fuera suya si pensamos en su definición originaria que se fundamenta en la integridad moral, la de sus búsquedas y su norte que se recogen en su primer principio rector: la exploración hacia la verdad y el afianzamiento de los valores trascendentales del hombre en el servicio del país. Retomo así el motivo de este acto, significativamente en el marco de la celebración del medio siglo de actividades académicas de la Universidad Simón Bolívar: el reconocer la trayectoria de dos de nuestros más grandes escritores y también de la lengua española, quienes nos han regalado sus obras.

* * *

Hay tantos estudios y acercamientos a la labor de Rafael Cadenas —algunos de ellos constituyen excelentes e iluminadores ensayos— que es muy poco lo que pueda añadir por mi parte, mucho menos en estos minutos en los que me gustaría solo centrarme en la alegría del acto que compartimos amigos presentes y también ausentes en este recinto. En varios libros y en la web podemos encontrar con mayor o menor detalle el sendero biográfico de Cadenas, que parte de su Barquisimeto natal hace casi noventa años, sigue luego con un jovencísimo libro, Cantos iniciales, de 1946, que nunca acogerá en la selección de su poesía; continúa con sus inicios en la escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV), con su dolorosa pasantía de varios meses en el presidio de la dictadura de los años cincuenta, y poco después su exilio en Trinidad, donde comienza sus estudios de la lengua inglesa y su literatura.

Los apuntes de esa síntesis de su vida nos refieren asimismo que, a su regreso a Caracas, en 1959, se integra como cofundador del grupo literario Tabla redonda. Y a partir de los sesenta se incorpora como profesor de la Escuela de Letras de la UCV, en la que ejerce la docencia por más de treinta años. En ese trayecto vital aparecen sus traducciones (de D. H. Lawrence, Walt Whitman, por ejemplo), pero en especial sus principales poemarios, eje de su escritura. Atención a los sugestivos títulos con los que podemos sentir un resonar de los indicios de su pensar fuera del centro y al que trataba de apuntar en mis líneas anteriores: Una isla (1958), Los cuadernos del destierro (1960), “Derrota” (1963), Falsas maniobras (1966), Intemperie  y Memorial (1977), Amante (1983), Gestiones (1992) y Dichos (1992); este último, fusión extraña de expresión poética y aforismo reflexivo, o, para decirlo con sus palabras que retratan aún mejor un sentido de sus trazos escriturales: “Nota, apunte, registro. / A veces trozo, fragmento, triza. / A veces nada —desgarrón, harapo, silencio.” Y paralelamente a la escritura de su poesía conocemos sus libros de ensayos, “siempre en perfecta univocidad” con aquella, como nos lo recuerda Luis Miguel Isava, profesor de nuestra universidad y agudo estudioso de la obra de Rafael Cadenas: Literatura y vida (1972), Realidad y literatura (publicado en Equinoccio, la editorial de la USB, en 1979 y 2007), La barbarie civilizada (1981, recogido en el blog del portal de Equinoccio), Anotaciones (1983), Reflexiones sobre la ciudad moderna (1983) y En torno al lenguaje (1984).

Esta apretada enumeración de un itinerario de los textos que no nos llega a transmitir la “experiencia verbal” de su lectura (…) va asimismo aludiendo a la conformación de una trama interna que dibujan el denso bosquejo de sus pensamientos: el poético y el existencial, que no son diferentes.

Además de las diversas antologías y compendios de su obra poética que vendrán después con los años, más tarde publica su pertinente meditación Sobre la enseñanza de la literatura en la Educación Media (1998) —“La quiebra de la lengua es la quiebra de la cultura, de la sociedad, del espíritu. Es tan indeciblemente importante enseñarla bien”, había escrito antes en sus “Anotaciones”—; Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística (1998), el conjunto de sus traducciones El taller de al lado (2005) y nuevos poemas en el libro Sobre abierto (2012). Esta apretada enumeración de un itinerario de los textos que no nos llega a transmitir la “experiencia verbal” de su lectura —sigo aquí una expresión de Guillermo Sucre— va asimismo aludiendo a la conformación de una trama interna que dibujan el denso bosquejo de sus pensamientos: el poético y el existencial, que no son diferentes. Un “complejo ciclo” —nos dice Isava— que partirá propiamente del “amplio impulso verbal” de Los cuadernos del destierro y “se extenderá hasta sus últimas obras: el movimiento en busca del ‘tú esencial’”[3], en una “irrenunciable afirmación de la realidad, de ‘lo que es’”[4]; una exploración que se va depurando en la atención dirigida a ese , que es a la vez “lo otro”: “ella, la realidad, la lengua, la existencia”[5]; y, como Cadenas parece sugerir en Amante, para abrir los ojos a esa necesaria dependencia en la desposesión, para abandonarse y acatar en los bordes “el extraño señorío” de ese , cuyos días “se vuelven suficientes”, de forma que “tal vez ⁄ al más pobre ⁄ le  esté destinado / el don excelente: permitir”:

Eres la que consagra el decir. Sin tu favor las palabras solo tendrían un peso propio.

Guillermo Sucre ha observado en la poesía de Cadenas una exigente conciencia crítica que es asimismo “una verdadera pasión del lenguaje”, no obstante su contención, o precisamente por ella, para no desvariarse, acaso para encontrar “la palabra silenciosa” que deje ser, que propicie “la expectativa por reencontrar la intensidad perdida”. Y agrega, como en síntesis, en qué consiste esa atención donde la palabra aspira a su lugar para revelar solo la inminencia que nos invita a saber estar:

¿No se funda la poesía en la metáfora, en el como si? Pues bien, él la emplea —cuando la emplea— para enfrentarnos a la realidad que ignoramos detrás del juego, del espectáculo. Justamente uno de sus textos se titula “As if”: todo es como si amáramos, sintiésemos, viviéramos, hasta se ansía el error: una suerte de liberación; pues, concluye, “puede que al equivocarse los actores rocen la verdad”.[6]

“La pasión del error no el error de la pasión”, nos dice también Sucre en uno de sus “entretextos” poéticos; quizás rescatando la necesidad de la vereda que se sabe errática e inconclusa, pero que ofrece en sí una vivencia consciente con ráfagas o destellos. “¿Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir?”, nos recuerda el mismo Cadenas al comenzar sus Anotaciones.

* * *

Curiosamente este último fragmento sobre la poesía de Rafael Cadenas, tomado de la prosa ensayística de Guillermo Sucre, nos da pie para asomarnos al camino que este ha transitado durante los años que se inician en 1933, con su nacimiento en Tumeremo y su infancia en Ciudad Bolívar, y que pudiéramos ver condensados en una frase de sus “Inreflexiones” que signan en alguna medida la conciencia de la pasión y la lucidez de su oficio, y también la de su servir: “lo que cuenta de la vida (de la escritura) es que no sea / infiel a la muerte (al silencio)”. De nuevo encontramos este sentido de fidelidad, aun de exigencia y rigor —con su acepción de intensidad, propiedad y precisión— que se extiende en las diversas facetas de su ser: su compromiso venezolano; la indagación de sus estudios constantes; la labor por la cultura y la edición; la escritura como poeta y ensayista; su enseñanza como profesor. De esta última actividad me adelanto a decir, por fin, que tuve el privilegio de ser uno de sus alumnos junto con Luis Miguel Isava, y ambos mantenemos en la dicha agradecida sus inolvidables, elegantes y densas clases que ofrecían imágenes e iluminaciones en toda una —¡otra vez!— “experiencia verbal”.

Como con Cadenas, podemos hacer un veloz racconto de los rumbos de Sucre, y así recordar cuando arribó a la capital del país, en 1945, para estudiar el bachillerato y más tarde Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela; su paso por la cárcel del régimen dictatorial en dos ocasiones (1952 y 1957) y su exilio de cuatro años en Chile, donde estudió literatura, para luego, a su regreso a Caracas, completar la carrera; su participación sustancial en el grupo literario y editorial Sardio, durante los dos últimos años de la década del cincuenta, y poco después continuar sus estudios de literatura en París; su retorno a Venezuela en 1962, a partir del cual, junto a la escritura de sus libros y la entrega al ejercicio docente en la UCV y el Instituto Pedagógico de Caracas, despliega una intensa labor en el área editorial de la cultura; labor de la que todavía hoy pueden distinguirse sus importantes huellas: su participación en las publicaciones periódicas Artes y Letras y Zona Franca, la creación de la revista Imagen y, en su rol de director literario, la fundación de Monte Ávila Editores.

Vuelve a salir de Venezuela en 1968, esta vez a Estados Unidos, para ser profesor de la Universidad de Pittsburgh y miembro del comité editorial de la Revista Iberoamericana. Regresa a Caracas en 1975, para impartir clases en el Pedagógico de Caracas e incorporarse a la Universidad Simón Bolívar, en la que nos acompaña hasta 1985, como profesor de Estudios Generales y de la Maestría de Literatura Latinoamericana Contemporánea, postgrado que organizó y fundó en 1979. Durante esta década coordina el equipo de profesores de nuestro Departamento de Lengua y Literatura, con el fin de elaborar la Antología de la Poesía Hispanoamericana Moderna publicada por Equinoccio; prepara y prologa la edición del volumen Viejos y nuevos mundos, de Mariano Picón-Salas, que  publica, en 1983, la Biblioteca Ayacucho; y en 1985, idea y diseña el proyecto editorial Biblioteca Mariano Picón-Salas para Monte Ávila Editores; e igualmente logra impulsar la Biblioteca Ángel Rosenblat.

En 1987, será de nuevo profesor de su alma mater, en la Escuela de Letras de la UCV, hasta su jubilación poco antes de concluir el segundo milenio. Aún en 2005, y hasta hace pocos años, Sucre busca retomar los temas de su dedicación en la enseñanza literaria, con los seminarios que ofrece a través del Certificado de Estudios Liberales de la Fundación Valle de San Francisco. A su entrega en el significativo trabajo como profesor universitario, y como editor y promotor de la cultura, hay que señalar su dedicación simultánea como fino traductor (de André Breton, Saint-John Perse, Pierre Reverdy, William Carlos Williams y Wallace Stevens), y, por supuesto, a su escritura, que dará frutos en una obra poética precisa. Veamos los títulos de sus libros: Mientras suceden los días (1961), La mirada (1970), En el verano cada palabra respira en el verano (1976), Serpiente breve (1977), La vastedad (1988) y La segunda versión (1994). Asimismo, de la lectura lúcida y la sutil y sorprendente iluminación reflexiva surgen sus ensayos de crítica literaria sobre Octavio Paz, Ramos Sucre, Picón-Salas, entre otros; de los que es necesario destacar dos libros esenciales: Borges, el poeta (1967) y La máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana (1975), obras imprescindibles para el estudio del pensamiento crítico sobre la poesía del continente. Sobre ellas quizás tenga que agregar que el trabajo de Sucre no se limita a una interpretación crítica, de por sí un trabajo difícil y necesario para comprender a nuestros autores, sino que en verdad propone y elabora lo que podríamos llamar un pensar poético a partir de las obras; lo que es distinto al acostumbrado pensamiento discursivo, que solo ve al lenguaje como instrumento y no como materia que constituye nuestro pensar, nuestra conciencia, en sus límites y potencias, en su “naturaleza problemática”.

¿Recordamos la fidelidad al lenguaje de la que hablamos hace un momento? Tal vez algo he insinuado con una expresión que he utilizado de Sucre para hablar de nuestra relación con la literatura, particularmente como lectores, pero que se deriva de la actividad de la escritura: “experiencia verbal”. Para Sucre la “verdadera materia” del escritor es el lenguaje, ya que “no ve el mundo sino a través de palabras”, de ahí que la experiencia personal del escritor en el mundo —su interrogarse, su relación, su problematización o su celebración— se convierte en “experiencia verbal”, que desde luego no excluye el placer. De esta forma lo señala en La máscara, la trasparencia: “la obra solo tiene validez imaginaria y como tal no es ni la realidad ni el mundo; solo un modo de ver la realidad y el mundo, y de estar en ellos. Más radicalmente diríamos: la obra es un modo de verse a sí misma”. Esta conciencia del lenguaje que se transmuta y dilucida en “experiencia verbal”, ¿no va mostrando asimismo una tácita o expresa arte poética? ¿No es lo que también apreciamos en una gran parte de los poemas de la obra de Guillermo Sucre? Leemos así de su libro En el verano cada palabra respira en el verano:

También el poema se sale de su casa y no quiere volver a ella quiere vagabundear y quedarse no con lo que nombra sino en lo que nombra olvidando que solo es palabras

“Las palabras que no logro inventar /son las que me explican”, escribe también en La mirada. Esta conciencia crítica es asimismo una erótica del lenguaje, que asume su deseo, tanto en la escritura poética, como en la prosa ensayística, que explora en una mirada que discurre en interpretación. Poesía y ensayo: la misma realidad del lenguaje que acaso busca transparentar la realidad que habitamos; la del mundo e igualmente la de las palabras.

* * *

Esta misma semana, hace apenas cuatro días, nos llegó la lamentable noticia de la partida física del humanista, pensador crítico y profesor George Steiner, cuya obra es esencial para las reflexiones sobre el sentido ético y estético de la literatura y la cultura en el complejo y agitado mundo que vivimos. Cadenas, Sucre y varios de nosotros hemos leído algunos de sus textos tan estimulantes, así como fuente también de variadas inquietudes acerca de la condición humana más íntima en las exigencias y tensiones de la sociedad contemporánea.

Habría tanto que discutir sobre esta rica obra, mas hay un título de uno de sus libros, publicado al comienzo del presente milenio, que ha resonado en mi espíritu al preparar estas palabras: Lecciones de los maestros (2003).¿Cómo no pensar en estos nuestros dos escritores que hoy aspiramos a reconocer en forma especial en el campus de la Universidad? El ensayo de Steiner medita, acaso de un modo profuso, sobre lo problemático de la labor y la intensidad del magisterio y sus implicaciones a lo largo de la historia; pero más allá de las meditaciones problemáticas, en el epílogo recoge el signo originario del “oficio privilegiado” de enseñar: servir, quizás “ser cómplice de una posibilidad trascendente” en una “triple aventura”: “despertar en otros seres humanos poderes, sueños que están más allá de los nuestros; inducir en los otros el amor por lo que nosotros amamos; hacer de nuestro presente interior el futuro de ellos”. Luego de haber expuesto su firme opción por una integridad que se acompasa con el ser, estoy convencido de que autores como Sucre y Cadenas se sentirían incómodos con el énfasis de títulos especiales y distinciones —“la única forma de humildad: la sabiduría / (no lo contrario)”, precisará Sucre—, y tal vez desearían solo pensar en el camino que ha implicado el compartir el servicio de la escritura y la enseñanza universitaria.

En este sentido, continuando con el diálogo entre sus obras, quisiera concluir estas líneas, que han intentado homenajear a nuestros dos poetas y profesores, con la mención de un gusto personal, un guiño que tiene que ver con la fidelidad en las búsquedas y el honor indisociable de la conciencia libre, una aventura que invita a lectores y estudiantes. Acudo así a una fascinante herencia que aún toca a nuestro imaginario, una invención medieval, como lo es la universidad: la idealidad de la caballería legendaria del Rey Arturo. En un como si que nos permita ver la aventura de la escritura poética y la existencial, leo dos textos que nos iluminan en la conciencia del estar aquí y en un presente que pueda hacer posible la limpidez de nuestra mirada, un saber continuar en la pasión de ese camino. En el poema número 38 de Sobre abierto, nos cuenta Rafael Cadenas (“La búsqueda”):

Nunca encontramos el Grial.

Los relatos no eran verídicos.

Solo la fatiga de los caminos acompañó

a los que se aventuraron,

pero se esperaban historias,

¿qué sería nuestro vivir

sin ellas?

Nada se resolvió,

hubiéramos podido quedarnos en casa.

Es que somos tan inquietos.

Sin embargo, concluido el viaje

sentimos que en nosotros

—ya no rehenes

de la esperanza—

había nacido

otro temple.

Y para completar la coincidencia con ese temple, la condición valerosa y serena energía que las historias —la escritura— recuerdan y configuran, Guillermo Sucre atiende a la integridad que no separa el honor de la conciencia y que constituía la definición esencial del caballero. Me escribió en una ocasión: “Hay que optar siempre por lo caballeresco, que es también lo trágico y una suerte de felicidad superior, ¿no le parece?”.

Con el boceto de estas cuidadosas lecciones y la invitación a la experiencia de esa aventura, en nombre de la Universidad Simón Bolívar quiero expresar la sincera y profunda gratitud a Rafael Cadenas y a Guillermo Sucre por la alegría y el honor que otorga y significa para la institución su aceptación generosa a formar parte de nuestra comunidad académica.

Sartenejas, 7 de febrero de 2020


Referencias

[1] La máscara, la transparencia. Tercera edición, corregida y aumentada. Caracas: El Estilete, 2016, p. 492.

[2] «De la elegancia y otros anacronismos» en El Universal, Caracas, 12 de agosto de 1990, p. 4-1.

[3] «Rafael Cadenas» en Antología de la poesía hispanoamericana moderna. Tomo II. Coordinación de Guillermo Sucre. Caracas: Monte Ávila Latinoamericana-USB Equinoccio, 1993, p. 581.

[4] Voz de amante. (Estudio sobre la poesía de Rafael Cadenas). Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1990, p. 14.

[5] «Los sesenta: seis poetas hacia la conciencia de las palabras» en Nación y Literatura. Itinerarios de la palabra escrita en la cultura venezolana. Coordinadores Carlos Pacheco, Luis Barrera Linares y Beatriz González Stephan. Caracas: Editorial Equinoccio, Fundación Bigott y Banesco Banco Universal, 2006, p. 646.

[6] La máscara, la transparencia, op. cit., p. 475.

©Trópico Absoluto

Cristian Álvarez (Maracaibo, 1959). Doctor en Letras por la Universidad Simón Bolívar (USB), es Profesor Titular en la misma universidad. En la USB se desempeña desde noviembre de 2014 como Director de la Editorial Equinoccio y a partir de noviembre de 2018 es también Coordinador fundador de la Licenciatura en Estudios y Artes Liberales. Fue Decano de Estudios Generales de la USB y Jefe del Departamento de Lengua y Literatura. Ha publicado los libros Ramos Sucre y la Edad Media (1990; 1992. Premio Conac de Ensayo «Mariano Picón-Salas» 1991); Salir a la realidad: un legado quijotesco (1999); La «varia lección» de Mariano Picón-Salas: la conciencia como primera libertad (2003; 2011); ¿Repensar (en) la Universidad Simón Bolívar? (2005); y Diálogo y comprensión: textos para la universidad (2006). Para Monte Ávila Latinoamericana, preparó la edición de las Biblioteca Mariano Picón-Salas, que consta de doce volúmenes, de los cuales fueron publicados seis.

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