Arte, cultura y experiencia
La crítica venezolana cuenta ya con abundancia de grandes ensayistas, pero su capacidad para generar discursos teóricos de envergadura fuera de las obras literarias propiamente dichas ha sido escasa, así que no puede más que celebrarse la aparición de un volumen como este (De las prolongaciones de lo humano: artefactos culturales y protocolos de la experiencia, de Luis Miguel Isava), trabajo de un scholar ejemplar. La celebración se justifica por partida doble en la coyuntura actual, cuando las universidades y los institutos de investigación nacionales padecen inmensas dificultades. (MG)
La trayectoria como crítico y teórico de Luis Miguel Isava destaca por una ductilidad tan poco común en Venezuela que a duras penas tiene parangón en la historia reciente, sobre todo porque su formación rigurosa es respalda por una curiosidad intelectual y una auténtica pasión que no se limitan a las letras, abarcando todas las artes y yendo más allá de estas, por el amplio territorio de la cultura. De las prolongaciones de lo humano constituye la mejor prueba de tales afirmaciones, ya que expande el campo de reflexión de volúmenes suyos anteriores como Voz de amante (1990) y Wittgenstein, Kraus and Valéry. A Paradigm for Poetic Rhyme and Reason (2002). Si el primero se concentraba estrictamente en la obra de Rafael Cadenas, el segundo se abría a un comparatismo en el cual convergían discursos literarios y filosóficos. El título de 2002 también constituía un paso adelante en la densidad de su propuesta al formular una concepción de lo poético fundada en la pragmática y la fenomenología. La palabra de la poesía, nos decía, difiere de la cotidiana por prescindir de la comunicación: nada más ajeno al poema que la exigencia de comprensibilidad en el sentido ordinario del término. El origen de tal diferencia radica en la carencia de un sujeto genuino en el decir lírico, con la consecuente apertura del sentido o, como Isava lo expresaba, su “proliferación”. El exceso, que es a la vez un vacío, solo puede organizarlo y ocuparlo el lector, cuya experiencia dotará de sentido al texto a partir de su propia subjetividad.
De las prolongaciones de lo humano lleva a sus últimas consecuencias algunas de las intuiciones previas, pero, como queda dicho, ensancha de modo notable la discusión. El libro se compone de dos partes principales. La primera aborda conceptos como los de “artefacto cultural”, “protocolo de la experiencia” y la díada “experimentar/experienciar” en el contexto de la percepción de artefactos; la segunda parte traslada los lineamientos teóricos al análisis de “prolongaciones de lo humano” específicas —verbales, visuales y auditivas, con un capítulo adicional donde lo visual y lo auditivo se examinan en conjunto—.
La noción de artefacto cultural ha de distinguirse de la de obra de arte primordialmente porque invoca la cultura y no una de sus manifestaciones aisladas (p. 38). Si la cultura se define, con Clifford Geertz, como “redes de significación” tejidas por el ser humano y a la espera de interpretación (p. 38-39), el artefacto nos da la oportunidad de contemplarlas y cuestionarlas; en otras palabras,
Como se desprende de una cita de Jacques Rancière que sirve de epígrafe a uno de los capítulos del volumen, el arte queda subsumido en la noción de artefacto cultural: “Il n’y a pas d’art sans regard qui li voit comme art” (‘no hay arte sin mirada que lo vea como arte’) (p. 147). Entre los ejemplos de artefactos culturales pueden mencionarse textos que van desde los literarios hasta las pintadas callejeras, pasando por los de uso científico, legal o periodístico; productos audiovisuales, incluidos los cinematográficos, televisivos o publicitarios; deportes y hábitos de disciplina corporal; modas o rituales de presentación del individuo ante el grupo; obras musicales, plásticas, teatrales o espectáculos; las ideas tal como se inscriben en diálogos colectivos; toda institución o formación social. Puesto que la lista podría ser mucho más larga (p. 42-43), podríamos por nuestra parte intentar describir sus entradas como constituidas por objetos o prácticas comunitarias en los que se combinen signos —no restringidos a los verbales— según paradigmas preestablecidos. Fenomenológicamente, el artefacto ocupa un espacio intermedio entre el utensilio y el objeto natural, pues es irreducible a la utilidad (pese a su origen en un artificio) o a la carencia de significado que en principio tendría lo proveniente de la naturaleza. De allí que en ocasiones De las prolongaciones de lo humano se refiera a “n(e)o-objetos”.
Ahora bien, la argumentación de Isava, menos que a borrar las fronteras usuales entre el arte y el resto de las producciones culturales, se orienta a una meta sin duda ambiciosa: esclarecer cómo interactúan dichos artefactos y lo que usualmente conocemos como experiencia. “Para ver una cosa hay que comprenderla”: la cita de Borges es el punto de partida para el estudioso, que agrega: “para poder percibir algo, para que se den las condiciones de posibilidad para percibir ese algo, es necesario entenderlo de antemano” (p. 18), y de allí que se aluda de inmediato a una “determinación cultural de lo perceptible” (p. 19). Desde luego, quienquiera que esté familiarizado con la psicología de la Gestalt, con los planteamientos de Umberto Eco en torno a la opera aperta, con la antigua tradición del trampantojo, con todo lo que la teoría literaria o musical en los últimos dos siglos ha reflexionado acerca de la indeterminación y los decisivos avatares de la recepción y la lectura, irá captando la dirección que da Isava a sus disquisiciones:
El término protocolo, empleado etimológicamente, designa el “conjunto de condiciones de posibilidad que permiten delimitar, identificar y autenticar un estado de cosas como una experiencia particular, repetible, inteligible, transmisible” (p. 74), lo que significa que dichas condiciones de posibilidad constituyen los mecanismos conscientes o inconscientes —adquiridos en el seno de la familia, en la escuela, en la iglesia, en otras unidades sociales— que modelan cómo nuestra mente organiza y comprende el entorno y sus “ne(o)-objetos”. Para recurrir a una cita de Derrida que hace Isava, estamos ante “prótesis del adentro” (p. 75): la frase “prolongaciones de lo humano”, tomada de un célebre poema de Wallace Stevens (“An Ordinary Evening in New Haven”), resulta, así pues, equivalente a la metáfora derridiana.
Las mediaciones protocolares, ha de resaltarse, no son siempre idénticas. Importante es el deslinde entre experiencias fosilizadas y experiencias innovadoras, o, en el vocabulario de Isava, “naturalizadas” y “alternativas”. Los marcos de comprensión de los productos ya establecidos, muy lentamente, aumentan gracias a la experimentación, cuya consecuencia en el receptor es el acto de “experienciar”. El neologismo se explica de la siguiente manera:
Los efectos “alternativizantes” serán, de hecho, los que nos fuercen a no concentrarnos en los circunscritos y “marginales” dominios de lo artístico, tal como habitualmente se definían. Pensar en los artefactos nos estimula a entender cómo la cultura en su totalidad se renueva o diversifica debido a cambios en lo que Raymond Williams llamó “estructuras de sentimiento”, procesos vivos que vislumbramos sin acertar aún a asimilarlos a una ideología o una cosmovisión racional (p. 98).
Aunque se nos ha anticipado que el interés esencial del libro radica no en el arte sino en la relación de experiencia y cultura, la segunda parte trata casi exclusivamente de artefactos culturales que podrían considerarse dentro de las fronteras de lo artístico —la poesía, la plástica, la música y la cinematografía—. Isava se adelanta a cualquier sugerencia de contradicción señalando que Raymond Williams había reconocido que muchas veces las primeras cristalizaciones de structures of feeling se constatan en las artes; y que, además, por el intenso escrutinio al cual las obras de arte se someten, se hace más patente en ellas el grado en que las experiencias que nos deparan obedecen o no a un protocolo (pp. 109-110). Ha de agregarse que la segunda parte gira en torno a la extensión del campo de la experiencia artística, su ampliación innovadora, su “alternativización” gracias a ciertos artefactos pioneros que remozan o crean protocolos.
Las ilustraciones ofrecidas son casi siempre apasionantes. Impecable es el análisis de cómo Cézanne transformó naturaleza y geografía en “visión” alterando patrones de percepción del género paisajístico en la serie de óleos dedicados a la montaña Sainte-Victoire (1892-1906); el rastreo que hace Isava de los procesos de abstracción es meticuloso, y en ellos observamos cómo el artista procuró trazar un camino de ida y vuelta entre lo familiar y lo no familiar, para que el espectador se percatara de la reinvención del acto de mirar:
No menos memorables son las reflexiones sobre las alternativizaciones suscitadas por el desarrollo de la cinematografía, que, hoy en día, por supuesto, están naturalizadas y cumplen plenamente con nuestras expectativas:
Cabe mencionar, por último, las oportunas anotaciones acerca de los pactos entre cinematografía y música, los cuales propician una curiosa asincronía en la que los avances visuales han acudido a lo más conservador de la experiencia auditiva transmitida por los artefactos musicales:
Mis renglones, por supuesto, no agotan la riqueza de los casos analizados en la segunda parte, en los que Rilke, Vallejo, Duchamp o la pugna entre convención y vanguardismo en la música encuentran cabida por igual. Creo insoslayable, no obstante, acotar que De las prolongaciones de lo humano no cierra de ningún modo el arco de indagaciones que su marco teórico diseña. La segunda parte consiste únicamente en un muestrario de lo que puede hacerse al respecto; el mismo autor nos lo advierte al esbozar en la “Introducción” la posibilidad de una segunda edición con un capítulo sobre la arquitectura y un excurso sobre la danza. Si bien los volúmenes que podrían componerse con sucesivas ampliaciones del corpus son en realidad varios, la causa por la que Isava no ha incluido por ahora lo que indica como faltante resulta muy comprensible:
El colofón de la “Introducción”, “Berlín, diciembre y 2021”, aporta, asimismo, materiales autobiográficos en los que se insinúa la emigración. Si me detengo en esos datos es por estar situados en un paratexto crucial, capaz de influir en el código genológico que seguimos en nuestra lectura. La súbita aparición de lo personal podría hacernos presumir que estamos ante un ensayo y que todo lo que leemos se ampara, por lo tanto, en el ámbito de lo literario o en un intersticio entre el arte y la ciencia. La impresión sería falsa. Isava no ha querido refugiarse en su yo ni hacerlo el centro de sus exploraciones, como ocurre en el ensayismo. Para parafrasear a Ortega y Gasset cuando aplaudía la obra de Menéndez Pidal, el sutil marco vital no hace más que recordarnos que De las prolongaciones de lo humano es un libro de ciencia simplemente deseoso de ser también un libro. Salvo por el fugaz testimonio, de hecho, se satisfacen todos los requisitos del tratado o estudio, un género a las claras guiado por los principios de la investigación disciplinada. Allí está, para corroborarlo, la solidez de su aparato probatorio y crítico-teórico, que consta en notas al calce y listas bibliográficas al final de cada capítulo; allí está la absoluta sistematicidad con que avanza la argumentación y la perseverante lógica sobre la que descansa; allí está, no menos, la necesaria especialización lexical que abreva en las humanidades y las ciencias sociales, permitiéndole al autor articular sus ideas a sabiendas de insertarse en tradiciones específicas de debates universitarios.
La crítica venezolana cuenta ya con abundancia de grandes ensayistas, pero su capacidad para generar discursos teóricos de envergadura fuera de las obras literarias propiamente dichas ha sido escasa, así que no puede más que celebrarse la aparición de un volumen como este, trabajo de un scholar ejemplar. La celebración se justifica por partida doble en la coyuntura actual, cuando las universidades y los institutos de investigación nacionales padecen inmensas dificultades.
©Trópico Absoluto
Miguel Gomes (Caracas, 1964), estudió literatura en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad de Coimbra. Doctor en literatura por la Stony Brook University, New York. Board of Trustees Distinguished Professor de la Universidad de Connecticut, donde enseña desde 1993. Miembro de la Academia de Artes y Ciencias de Connecticut y miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Posee una amplia obra narrativa. Entre sus libros de crítica se cuentan: Los géneros literarios en Hispanoamérica (Navarra: Ediciones Universidad de Navarra, 1999) y La realidad y el valor estético: configuraciones del poder en el ensayo hispanoamericano (Caracas: Editorial Equinoccio, 2010).
Luis Miguel Isava. De las prolongaciones de lo humano: artefactos culturales y protocolos de la experiencia. Valencia, España: Pre-Textos, 2022.
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