Poéticas de la memoria. Diálogo sin tiempo entre Jorge Luis Borges y Susana Rotker
“El problema de la memoria es el núcleo de estas reflexiones/textos de Rotker y Borges. Ellos están muy cerca, tan cerca como para leerse, traducirse y complementarse. Si no se conocieron, tendrían que haberlo hecho porque estuvieron conversando en la misma mesa, con inquietudes por las mismas cosas, haciendo y escribiendo cultura.” Así parte Betina Barrios Ayala (Barquisimeto, 1985) tras los pasos de la crítica venezolana Susana Rotker (Caracas, 1954 – New Jersey, 2000), quien al igual que ella ha realizado un periplo que va de Caracas a Buenos Aires para encontrarse in situ con la obra de Jorge Luis Borges. El resultado es este interesante estudio, en el que dos cuentos del autor argentino permiten volver a revisar algunas claves de su obra, de esos “procesos que median en la estructuración de nuevas formas de ver, de entender y sentir la cultura”.
A Luis Miguel Isava
“Percibir significa ante todo conocer”
Henri Bergson
La pregunta por los mecanismos de construcción de la cultura sacude con intensidad a quienes viven sumergidos en ella. Desde la observación, la creación y el gusto, será preciso labrar y sostener una actitud reflexiva orientada a penetrar sus operaciones. A este respecto, plantear una conversación entre Jorge Luis Borges y Susana Rotker resulta tentador y emocionante. Para Borges, la cultura es precisamente producto de esto: el hábito de poner en palabras opiniones, curiosidades y dudas en diálogo con otros. Ellos están unidos por Argentina, la escritura, el margen y su interés en el tiempo y la memoria. Con particular estilo y profundidad, ambos ejercitan la búsqueda de respuestas a cuestiones esenciales, alimentan y proponen en sus textos referencias a otros, habitando una enorme ágora conjunta que escapa de precisiones asociadas al origen, el género, el territorio y el propio tiempo.
A diferencia de Rotker, Borges no nace judío. Sin embargo, como ella, analiza y piensa el mundo desde una periferia. Esta condición extranjera que comparten, en distintos niveles, les permite filtrar para ver. Rotker aterriza en la ciudad de Buenos Aires tras la caída del gobierno militar, en 1983, y comienza a devorar la urbe a la par de sí misma, un gesto propio de los viajes, la migración, el desplazamiento. Quizás antes de la muerte de Borges, en 1986, se encontraron alguna vez. Pero lo que es seguro es que lo hacen en Cautivas (Ariel, 1999), libro de Rotker orientado a explorar las bases del proyecto fundacional de la nación argentina para responder a la dicotomía civilización/barbarie: ¿Qué está dentro de la modernización? ¿Qué queda fuera de ella? Lo que está tachado, omitido, ausente del relato es el objeto de sus consideraciones. Borges, por su parte, escribió dos cuentos a propósito de los cautivos. Esta materia escrita permite la interlocución motivo del presente ensayo.
1. Historia, memoria, cultura e identidad
A partir de la configuración del Estado-nación, aparece el “cuerpo nacional” y con ello comienza a crearse una identidad formada a partir de la memoria histórica. Un archivo vivo en su más pura condición, una vida nacional. Para el ser humano, “pertenecer” a un territorio es un recurso que impacta sus condiciones de vida en un espectro tan amplio como difuso. El lugar en que se nace lleva en sí la cultura, atravesada por el idioma, el credo, la historia familiar, urbana, social.
Por otro lado, el desplazamiento del individuo entre cuerpos nacionales ensancha las junturas que atan su constitución sensible y crea espacios de percepción nuevos. La extrañeza y su consecuente búsqueda de comprensión instala nuevas dinámicas en el pensamiento. Se trata de entender y ver al individuo como una red formada por hilos provenientes de diversas tramas e historias, que al entrar en contacto con el afuera se dilatan. Esto es un punto clave para el abordaje de Cautivas, de Susana Rotker. Tras poco más de veinte años de su aparición, esta reunión de ensayos exhibe un corpus que posibilita agudas reflexiones relacionadas con el movimiento de los cuerpos en el espacio del mundo.
El centro de este libro son las llamadas “poéticas de la memoria”. Su lugar de enunciación proviene de la distancia entre la historia oficial, representada en los discursos sobre los que se sostiene la legitimidad del poder, y los relatos construidos fuera de ella. En estos últimos, las artes, como modo expresivo de la percepción sensible, juegan un rol central. José Luis Romero, historiador argentino y autor del destacado libro Latinoamérica, las ciudades y las ideas (1976), constituye un referente en relación al método de tomar recursos literarios como fuente de validez historiográfica. A través de impresiones subjetivas, Romero se da a la tarea de dibujar los mapas y formas producto del crecimiento urbano en nuestras ciudades. Así, tejer la vida social, la memoria común, tomándole el pulso a la expresividad, permite la conversación entre enfoques diversos y una alternativa al macro relato erigido como recurso legitimatorio del Estado-nación. Una historia especialmente explotada y narrada hasta los límites del mito en presencia de regímenes y estructuras caracterizadas por la violencia.
Rotker, periodista cultural descendiente de judíos víctima del holocausto, abandona Caracas para vivir en Buenos Aires con su esposo, el periodista Tomás Eloy Martínez, quien regresa a su país tras años de exilio en Venezuela. Es así como se inserta en un entorno permeado de nuevos lenguajes y claves, y comienza un proceso psicoanalítico para indagar en los baches de su memoria personal. Al mismo tiempo, se concentra en recorrer museos y en la lectura de literatura argentina. Producto de estas exploraciones en el marco de la representación, logra percatarse de la presencia de mujeres blancas con las ropas roídas, semidesnudas y desfallecidas en los brazos de captores. Aunque registrados en cuadros e inmortalizados en potentes expresiones literarias, Rotker constata que “negros y cautivas habían desaparecido de la sociedad y de casi todas las formas del recuerdo”. Esta inconsistencia interpela su conciencia crítica, y en consecuencia expone que en el caso de las cautivas no hubo (no hay) voluntad de recuperación. Las cautivas se quedaron entre los indios, y su historia quizás, solo ha servido para “demonizar a los bárbaros del desierto”, y con ello alimentar las configuraciones fundacionales del Estado-nación basadas en la dicotomía civilización-barbarie.
los antecedentes familiares y personales de la autora marcados por el viaje, el olvido, la borradura sistemática y el horror silenciado, constituyen un marco apropiado para abordar las complejidades propias del mecanismo de la memoria.
El enigma de la desaparición, tan presente en la sociedad de la que ahora forma parte, hace que Rotker se detenga a pensar en los silencios y las omisiones, aquello que no se nombra porque es preferible no elaborar. Siendo descendiente de judíos, la borradura forma parte de sus experiencias más íntimas. En la casa familiar la ausencia de relatos es un recurso de protección ante el horror. En sus sesiones de psicoanálisis, en las que se sumerge a la par de la migración, surgen estas meditaciones en torno a la relación entre historia, memoria, cultura e identidad. El inconsciente es una presencia silente que no se permite olvidar. Es así como dedica esos días elásticos de compañera y migrante a interpelar lo colectivo en una sociedad para ese entonces profundamente sacudida por la necesidad del recuerdo. Esto se convierte en una estrategia de abordaje de misterios íntimos. En aquel momento se estaban desarrollando los procesos de exhumación de cuerpos afectados por la violencia sistemática del Estado, “la batalla era también por armar un relato” durante los años posteriores al llamado “Proceso de reconstrucción nacional”.
De esta forma, los antecedentes familiares y personales de la autora marcados por el viaje, el olvido, la borradura sistemática y el horror silenciado, constituyen un marco apropiado para abordar las complejidades propias del mecanismo de la memoria. Además, la inquietud de Rotker en relación a la violencia es palpable por ser un tema recurrente en su investigación. En el año 2000 coordina y publica Ciudadanías del miedo, un libro dedicado a este problema en las principales urbes de México, Colombia, Venezuela y Brasil, que cuenta con la participación de distintos especialistas y periodistas como Jesús Martín-Barbero, Ana María Sanjuán, Carlos Monsiváis, Alberto Salcedo Ramos, José Roberto Duque y un texto de su autoría titulado “Nosotros somos los otros”.
2. El otro lado en Borges
En el primer ensayo de Cautivas, llamado “Contra el olvido”, Rotker revisa las impresiones borgianas relacionadas con el tema de la frontera civilización/barbarie deteniéndose en la relación del autor con lo salvaje. Sostiene que Borges se dedica a buscar en la realidad la esencia mítica, alejando a los personajes de su condición de actores dentro de una situación histórica. Aquí Rotker apunta a que Borges se limita a reducirlos a una condición primitiva, “cuya escasa lucidez es la de un perro o la de un niño”, incapaces de civilizarse. Es cierto que Rotker no deja de elogiar la escritura de Borges, pero la cuestiona desde el punto de vista ético, señalando que él parece sentirse atraído por el misterio del otro lado; pero “más que atraído, habría que decir asqueado”. Destaca que en estos cuentos, el otro lado es un espacio “maldito, pernicioso y sin salvación posible”. El objetivo de estas líneas es plantear la relectura de estos cuentos de Borges e iluminar espacios que la autora suprime para establecer un diálogo entre ellos, pues en realidad ambas sensibilidades se tocan asombrosamente e imprimen en sus textos los hilos del propio entramado personal.
Para la construcción de su trabajo sobre olvido y memoria en Argentina, Rotker apela a la expresión plástica y a textos fundacionales como La Cautiva, de Esteban Echeverría. En cuanto a Borges, lee la “Historia del guerrero y la cautiva” (1949) y “El cautivo” (1951). Al abordarlos, hace referencia a cierta sensación de trazo perdido, e introduce la idea de un “no sé qué” que atrapa a los personajes cautivos, cautivados, en cautiverio. Toda la polisemia que rodea la palabra es fuente de argumentos que quizás supere las posibilidades de este texto. Sin embargo, hay en ambas historias un dejo de encantamiento o fascinación por aquello extraño; ése otro lado salvaje que se los ha llevado y convertido en otra cosa, en sujetos indeterminados que en ambas historias constituyen un extraordinario momento de transgresión, producido por el cruce de una línea fronteriza. El cautivo y la cautiva tienen “la barbarie” dentro, han atravesado un límite del cual les resulta imposible volver. Rotker percibe en Borges la latencia de un síntoma que devela la persistencia de un temor a lo desconocido, o más precisamente, hacia lo no civilizado. Esto se lee como fisura, ambivalencia, la asimetría no resuelta que rodea al macro-relato nacional. Un país “discursivamente blanco”, por causa de omisiones y ficciones que no hacen más que repetirse en acción y memoria del cuerpo social. Esto se convierte en disposición y tolerancia a la desaparición como traducción posible del ser nacional. La borradura es una de las etiquetas que definen la identidad austral.
Rotker percibe en Borges la latencia de un síntoma que devela la persistencia de un temor a lo desconocido, o más precisamente, hacia lo no civilizado.
Retomando los relatos de Borges, es posible interpretar la imposibilidad del regreso de sus personajes desde lo salvaje a lo civil como condena, castigo asociado a lo impuro, estigma, diferencia, marginación. Sin embargo, es preciso preguntarse si en función de la sensibilidad humana, y en conexión con su potencia, en algunos casos este quedarse del otro lado no sea en realidad una decisión. La marca que pesa sobre esta dificultad es real; sin embargo, ¿por qué no podría tratarse de una deliberación hecha por estos sujetos marginales en virtud de pertenecer? Es una conjetura y a su vez una contradicción victimizarlos, alinearse con esta tesis sin considerar las variantes propias del comportamiento humano que determina un entorno colectivo, vivencial. Parte del “macro-relato” sobre el que descansa la legitimidad del Estado desde sus cimientos persigue rebajar a las orillas todo lo que no sea operado por él mismo. En este sentido, se abre una nueva interpretación de las historias narradas por Borges, que si bien no articulan esta cuestión, la escenifican.
En estos dos cuentos breves cada detalle está articulado con precisión. En su imaginario, la argentinidad representa navegaciones profundas, que no tendrían por qué verse reducidas a una distancia irresoluble. Más parece un asunto que revela escisión, ruptura en relación a las fronteras imaginarias relativas a las configuraciones fundacionales de la nación argentina. Las intenciones de Borges son interpeladas por Rotker argumentando que éste haya escrito sus cuentos con más de un siglo de distancia de los “hechos”, y continúe dando vida al “temor a la barbarie”. Sin embargo, tratándose de ficción resulta difícil compartir su argumento. Al leer estas historias, no parece ser temor lo que mueve a los personajes; al contrario, hay ademanes conciliatorios, empatía y nostalgia. Sin embargo, es cierto que también fracasan en sus intentos por acercarse y volver a su lugar de origen.
Escribe Rotker que la memoria personal se va borrando, es selectiva. No es el caso de la memoria colectiva. Ésta se enriquece con “matices, acomodos, agregados, desplazamientos, énfasis cambiantes y repeticiones”. De esta forma la cultura se opone al olvido. Citando a Gilles Deleuze, introduce la idea de que la memoria no es producto de las huellas, sino de las palabras; así advertimos que la primera fuente para la historia es la escritura, así como para algunos, es también la terapia más efectiva para sanar procesos: “memoria y escritura: voluntad de qué creemos o queremos ser”. Para continuar recreando este diálogo, parece pertinente analizar con mayor precisión los cuentos de Borges.
“Historia del guerrero y la cautiva” (1949)
Este texto es un artefacto narrativo que ofrece una arquitectura plena de guiños, posibles interpretaciones y significados. Está atravesado por la vida familiar del autor, lo que revela un ejercicio similar al que emplea Rotker para abordar el tema de las cautivas. El impulso paralelo de partir de lo íntimo como disparador de las obsesiones de un investigador es un vaso comunicante. Además, el personaje de la cautiva en la historia es una india rubia (casi como podría ser descrita la propia Susana Rotker). Esta mujer europea, oriunda de Yorkshire, opta por el desierto a pesar de haber sido arrebatada de la civilización. Así, elige quedarse y ser fiel a su captor, al que ahora pertenece. Su contacto con la vida ordenada, su contexto anterior, solo tiene el propósito de abastecer sus vicios, comprar insumos. Interesantes interpretaciones pueden ser sustraídas de esta clave que introduce Borges en el texto: una mujer devenida salvaje, se confiesa feliz de serlo, y se acerca a lo anterior, a su espacio en el que debió ser, solo para ir a las pulperías a buscar baratijas y “vicios”. ¿Acaso deja ver Borges una crítica a las perversiones modernas? ¿Puede que, al contrario de cómo lo percibe Rotker, Borges proponga re-significar la discusión sobre lo verdadero, aquello que es propio del territorio, lo que se mantiene “natural” y “salvaje”?
El propio narrador aclara desde el abordaje de la historia sobre la cautiva, que se trata de un relato familiar. Una historia que viene de esa abuela inglesa, la misma que siembra en el joven escritor el idioma anglosajón y sella su destino como traductor, lector y cultor de sus rasgos y expresiones. La herencia de la sangre y el compromiso por revelar la hondura de su huella es análoga a las justificaciones de Rotker para sentir correspondencia con las cautivas que han sido borradas: sacudidas por la violencia de la historia, impuras. Esta segregación está también en la historia del siglo XX, en sus relatos familiares asociados a “lo que no se debe nombrar”, eso de “lo que no se puede hablar”, lo ocurrido en el horror antisemita. Enuncia Rotker que encuentra afinidad en ellas y se dedica a investigarlas movida por un terror obsesivo que la alcanza siempre: “la soledad de las personas que, presas de acontecimientos que no controlan, de pronto se ven del otro lado y ya no pueden regresar, porque los suyos no les perdonan haber estado allí”.
Al principio del relato de Borges, aparece dibujado el guerrero Droctulft, quien es realmente un salvaje, un “individuo único e insondable (todos los individuos lo son)”. ¿No son estos rasgos excesivamente bellos, propios de las más altas civilizaciones? Borges fue muy cercano al budismo, a la India. La ética de esta antigua civilización está asociada a la no tenencia, a la discreción, al perdón, a un gusto por lo mínimo, al ascetismo. Continúa Borges sobre el guerrero:
Imaginemos (…) a Droctfult (…) al tipo genérico que de él y de otros muchos como él ha hecho la tradición, que es obra del olvido y de la memoria (…) era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo… (Borges, 1974, p. 557)
Las palabras elegidas por Borges para describir a su personaje son edificantes y positivas en su mayoría. De algún modo deja ver una correspondencia sensible hacia lo auténtico, aquello que es lo que es, sin instrucciones o dogmas, lo bárbaro. Más adelante va conduciendo la narración enunciando que el guerrero llega a Ravena por causa de las guerras; y allí ve algo “que no ha visto jamás o que no ha visto con plenitud”. En ese conjunto que avista, está la ciudad, Ravena, Roma; el guerrero se ve “bruscamente”ciego y renovado.
A diferencia de los cautivos, Droctulft sí abandona lo propio para quedarse en la ciudad que lo ha conquistado. En este caso el bárbaro ha elegido civilizarse, ha decidido quedar inserto en el otro lado. Sin embargo, persiste la dicotomía civilización/barbarie, aún fuera del espectro de Argentina. Asoma un peculiar contraste también a nivel de las descripciones del personaje: la figura atroz de aquel bárbaro guerrero se ve plena de simplicidad y bondad. Se convierte en un héroe, además: la ciudad lo recibe y le reconoce. Son su epitafio y las gratas expresiones que rodean su figura, el disparador de la conmoción de Borges que da lugar a la historia: se enuncia que su terrible cara/rostro no guarda ninguna correspondencia con su mente, con su valor real, su sensibilidad: “Despreció a sus padres queridos (entiéndase su tribu), porque nos ama, tomando a Ravena por patria suya”.
¿En qué/dónde reside la lealtad de la india inglesa y rubia, que prefiere volver a su vida salvaje, aun cuando la abuela de Borges, su igual, inglesa y rubia, le ofrece rescate a ella y a los suyos?¿De dónde son los suyos? ¿Son de la tribu? ¿No son de ella? ¿Son ellos mismos?
Preciso es recordar qué escribe Borges:
Cuando leí en el libro de Croce la historia del guerrero, ésta me conmovió de manera insólita y tuve la impresión de recuperar, bajo forma diversa, algo que había sido mío (Borges, 1974, p. 558)
Resulta inevitable tener en cuenta el anhelo y culto a la tradición que Borges brinda a su ciudad en su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires (1923). En este libro hay una extraordinaria nostalgia latente por la huella que se pierde por impacto de la agresiva modernización, la “civilización” indómita que se derrama sobre la ciudad y que Borges procesa en su voz poética. Teme por la pérdida de lo más vivo y puro de la argentinidad en medio de la explosión urbana, que abre una nueva dicotomía conceptual en la idea de centro/periferia.
Además, luego de referirse a “algo que había sido mío”; Borges introduce su propia historia, la familiar. Cabe entonces la pregunta, ¿el peso de la familia, de esa pequeña célula, determina la naturaleza de las inquietudes intelectuales? Aquí el cuento se fragmenta, aunque lo hace numerosas veces, es un palimpsesto. Una reunión de historias que convergen en una reflexión final que refiere al binomio fundacional civilización/barbarie. Cabe aquí anotar otra afinidad entre los dos. En su ensayo, Rotker enuncia que olvidar y recordar no son opuestos: “son el tejido mismo de la representación”. En el cuento de Borges leemos: “acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales”.
Ambos autores apuntan a un solo lugar: los opuestos son una síntesis. Las contradicciones en el medio de sí dan lugar a encuentros. Pero la lógica del poder y de la guerra se construye desde las antípodas. ¿Cómo se sostiene la legitimidad del Estado-nación? Lo hace sobre la cultura de los límites, define por un lado lo propio y por otro lo diferente. Así obtiene, mantiene y defiende su legitimidad, en la tensión.
Las palabras empleadas por Borges para describir a la india inglesa están plenas de admiración y generosidad: “ojos azules, grises, cuerpo de cierva, manos fuertes”. Este conjunto de adjetivos es muy halagador, pleno de una impresión y precisión estética para describir a la que “venía del desierto, de Tierra Adentro, y todo parecía quedarle chico: las puertas, las paredes, los muebles”. Entonces, ¿Borges apunta acaso a que ese proyecto civilizatorio es lo verdaderamente viciado, vacío, falso, chico? Parece entrar esta posibilidad en la poética del escritor, quien fue un auténtico estudioso de su cultura. Aunque también, y hay que decirlo, ha sido objeto de acusaciones relacionadas con su visión cosmopolita, mezquindad que lo aleja de su confesa filiación con su identidad argentina.
Hay delicadeza inscrita en la economía de la palabra en Borges. Cada palabra y frase parece rica en posibilidades, puesta como una puerta con llave, que abre otras puertas y así hasta el infinito. Borges deja colar numerosas críticas al vuelo, sucesivas impresiones de afinada percepción. Cuando menciona “inglés rústico”, insinúa la pérdida del lenguaje como una conversión total del alma: en la palabra está el espíritu. Esta mujer no tendría lugar donde volver; está completamente entreverada de “Arauca y pampa, toldos de cuero a caballo, hogueras de estiércol, festines de carne chamuscada y/o vísceras crudas, sigilosas marchas al alba, asalto de corrales, alarido y saqueo, guerra, arreo caudaloso de hacienda, jinetes desnudos, poligamia, hediondez, y magia”.
“El cautivo” (1951)
Este brevísimo cuento de Borges es una pieza portentosa que deja entrever poesía en la figura de su protagonista: un cautivo de ojos azules. Abre con la duda, propone siempre el enigma y la posibilidad, “¿Será que esta historia ha sucedido en Junín o Tapalqué?”. Nuestro protagonista ha sido arrancado de su familia después de un Malón, fue raptado por los indios y sus padres lo buscaron inútilmente. Con el tiempo, un soldado les da la noticia de haber avistado un indio de ojos celestes, que podría ser su hijo. Así es como un día (muy impreciso, Borges aclara constantemente que no busca inventar lo que no sabe), el joven regresa a la casa familiar, donde se deja conducir dócilmente, mira la puerta (¿el límite? ¿la frontera? ¿el umbral?):
… bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo. (Borges, 1974, p. 778)
Continúa Borges diciendo que a la mente del cautivo le sobrevino una ola de recuerdos, se supo parte de ese lugar; “pero no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto”. Este desierto está pleno de significados. Haber elegido esta palabra por sobre tantas otras denota una intención clave, y más aún en una narración de cerca de 25 líneas. ¿Qué es el desierto? ¿Qué significa en el relato fundacional de la nación argentina? ¿Qué es el desierto para la cultura judía? He aquí otra arista de contacto entre Borges y Rotker, que sin duda ya sería motivo de otro encuentro.
Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquél éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa. (Borges, 1974, p. 778)
Preciso observar cómo late continuamente la pregunta, la duda en esta historia. Borges está interpelando la memoria histórica a través de su relato. Está, además, dotando de integridad el alma de los “bárbaros”. La alegría y transparencia de niños y mascotas al recibir a sus padres y dueños cuando regresan podría estar asociada a la elección de estas palabras por parte de Borges.
Por último, quisiera citar algunas consideraciones del investigador Arturo Echevarría Ferrari, quien introduce ideas clave para este abordaje. Por una parte, explica que las historias del guerrero y de la cautiva no son dos, sino una sola. De esta forma, Borges no persigue ofrecer al lector los caminos que llevan de la barbarie a la civilización; o de la civilización a la barbarie. Lo que realmente hace es exponer los procesos que median en la estructuración de nuevas formas de ver, de entender y sentir la cultura. Termina su ensayo aseverando que Borges “trasmuta en codificadores de una porción de memoria colectiva que, sin la escritura, hubiera quizás desaparecido para siempre”.
De nuevo asoma la sensibilidad y lucidez borgiana sobre el valor del lenguaje y la palabra, el lugar preciso y a su vez polisémico con que la emplea. Aunque tantas veces señalado como distante a su cultura, Borges se debe a una ética. Borges quiere producir sentido, y es capaz de hacerlo con ayuda de sus incursiones y meditaciones a través del idioma, la escritura, los oficios. Borges se sitúa siempre como extranjero para “ver”. Es una estrategia. Así enriquece su entendimiento y lo transfiere a través de textos y, en ocasiones, de oralidad. Si bien, no teoriza directamente, participa de esta discusión desde la inquietud audaz de su pensamiento.
El problema de la memoria es el núcleo de estas reflexiones/textos de Rotker y Borges. Ellos están muy cerca, tan cerca como para leerse, traducirse y complementarse. Si no se conocieron, tendrían que haberlo hecho porque estuvieron conversando en la misma mesa, con inquietudes por las mismas cosas, haciendo y escribiendo cultura. Su inteligencia, sensibilidad, ambición y persistencia de seguro les habría regalado un encuentro lúcido y potente. Como todo intenso debate teórico habría estado lleno de intervenciones convergentes y divergentes capaces de tejer con punto y distancia, que es con lo que hemos intentado poblar estas páginas.
©Trópico Absoluto
Bibliografía
Angilleta, F. (2012). “Un itinerario por la construcción de la cautiva en Echeverría, Borges y Aira”. V Congreso Internacional de Letras.
Borges, JL. (1974) “Historia del guerrero y la cautiva”, en Obras Completas 1923-1972. Buenos Aires: Emecé.
__________ (1974) “El cautivo”, en Obras Completas 1923-1972. Buenos Aires: Emecé.
Echevarría, A. (s/f) “’Historia del guerrero y de la cautiva’ de Borges: Tentativa de codificación de un lenguaje ‘Americano’. Universidad de Puerto Rico.
Rotker, S. (1999) Cautivas. Olvido y memoria en Argentina. Buenos Aires: Ariel.
Sarlo, B. [1993]. Borges, un escritor en las orillas, Buenos Aires, Seix Barral, 2003.
Ulla, N. (2002) “Notas sobre ‘El Cautivo’ de Jorge Luis Borges” en Variaciones Borges 13.
Betina Barrios Ayala (Barquisimeto, 1985) Licenciada en Estudios Políticos por la Universidad Central de Venezuela (2007). Cursa el programa de Doctorado en Literatura Latinoamericana y Crítica Cultural de la Universidad de San Andrés (Argentina). Sus poemas y ensayos han sido publicados en medios, revistas y antologías de Venezuela, España y Estados Unidos. Desde 2011 mantiene el blog literario experienceparoles.
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