El Sistema, “El milagro musical venezolano”: La construcción de un mito global
En Trópico Absoluto nos complace presentar por primera vez en español un ensayo de Geoffrey Baker (Oxford, 1970), un académico que ha dedicado largo tiempo a la evaluación y el estudio de El Sistema, el famoso programa venezolano de educación musical. Los hallazgos y alcances de este trabajo, que no dejarán indiferente a nadie, se dieron a conocer en una extensa monografía publicada en inglés, en 2014. Pero éstos no habían sido traducidos hasta ahora al español, por lo que apenas se habían difundido fuera del circuito académico. Estamos seguros por ello que este ensayo es un valioso aporte para una necesaria discusión, objetiva y liberada de prejuicios, de un proyecto cuyos protagonistas no han estado exentos de polémica en Venezuela.
El Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, mejor conocido como El Sistema, ha adquirido fama mundial y un relato poderoso y elogioso se ha desarrollado alrededor suyo. Fundado en 1975, y etiquetado a menudo como “el milagro musical venezolano”, se le ha reconocido alrededor del mundo como un proyecto social que ha rescatado cientos de miles de niños de la pobreza y la criminalidad, convirtiendo a habitantes de los barrios más pobres en músicos de categoría mundial. Su fundador, José Antonio Abreu, explicaba esta visión en una entrevista televisiva:
Esta historia ha sido elaborada y diseminada mundialmente por periodistas y escritores (p.e., Borzacchini 2010, Booth 2008, 2010; Tunstall 2012; Tunstall y Booth 2016), directores de documentales y figuras prominentes del campo de la música clásica. Simon Rattle describió El Sistema como “el acontecimiento más importante en música en todo el mundo” (Schoenbaum 2012). Otros defensores de alto perfil del proyecto son Claudio Abbado y Plácido Domingo. El Sistema ha cimentado así una reputación como ejemplo altamente exitoso de educación musical con orientación social, y ha generado una variedad de programas “Inspirados por El Sistema” (IES) en cerca de sesenta países. Como resultado de ello, José Antonio Abreu recibió una serie de importantes premios internacionales y doctorados honoríficos, e incluso fue propuesto en 2012 para el Premio Nobel de la Paz.
Pero hay otros aspectos menos conocidos de El Sistema que difieren del relato expuesto por el programa, sus partidarios y los medios. En primer lugar, no hay un estudio sólido e independiente que lo respalde. En 1997, una evaluación externa hecha por encargo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que consideraba hacer un préstamo al programa, reveló una cantidad de problemas sistémicos y algunos músicos sorprendentemente desilusionados (Baker y Frega 2016). No obstante, el banco procedió a hacer el préstamo. En 2011, el mismo BID decidió llevar a cabo un estudio experimental del programa, encontrando muy poca evidencia que respaldara la “teoría de cambio” que sustentaba El Sistema o las afirmaciones insistentes del mismo Abreu (Alemán et al. 2016). El estudio también revelaba una alta tasa de deserción y una falla para llegar a los pobres de manera efectiva; algo sorprendente en un proyecto que era promocionado como un brillante ejemplo de inclusión social y reducción de la pobreza.
Estos resultados no fueron, sin embargo, una sorpresa para todos, pues desde hacía algún tiempo varios académicos habían estado tratando de llamar la atención sobre algunos aspectos de interés al interior del proyecto. Cuando en 2007 comenzó el boom internacional de El Sistema, luego de los conciertos debut de su ensamble de élite, la Orquesta Juvenil Simón Bolívar (OJSB), en algunos de los más importantes escenarios del mundo, había muy poca investigación sobre el programa. Esta ausencia de información fiable, que fuera más allá de los adjetivos y las emocionadas alabanzas, ha cambiado desde entonces. El escrutinio de los programas IES comenzó en 2010, concentrándose particularmente en Sistema Scotland (Allan et al. 2010; Borchert 2012). El flujo de estudios aumentó desde 2014, y así comenzó a prestarse más atención al proyecto venezolano, de lo que resultó una monografía (Baker 2014), dos números especiales aparecidos en revistas académicas (Action, Criticism, & Theory for Music Education 15, no. 1 [2016], y Revista Internacional de Educación Musical 4 [2016]), y una cantidad de otros estudios críticos (Logan 2015a, 2015b; Pedroza 2015; Scripp 2015; Shieh 2015; Baker 2016a; Baker y Frega 2016; Rimmer 2018).
En la actualidad, una reevaluación crítica de El Sistema se encuentra en pleno desarrollo. Varios académicos han analizado tanto las prácticas de El Sistema como las de sus derivaciones en otras partes del mundo (Baker 2014; Dobson 2016) y la filosofía que las sostiene (Baker 2016b; Bull 2016; Logan 2016). Estos trabajos se han concentrado en observar las problemáticas teorías de la pobreza sobre las que se basa (Scruggs 2015; Bates 2016), su alineación con ciertas tendencias al neoliberalismo y el neocolonialismo (Logan 2015a; Rosabal-Coto 2016) y las diversas maneras en que “parece como una visita no bienvenida —y poco prometedora— del fantasma del pasado de los salones de orquesta de las escuelas públicas” (Fink 2016, 34). En este contexto, las voces de ex participantes insatisfechos con el programa han comenzado a hacerse visibles. Y estudios recientes en el campo de la educación musical, como The Oxford Handbook of Social Justice in Music Education (Benedict et al. 2015), reflejan las críticas que algunos pedagogos musicales más progresistas han estado formulando sobre sus prácticas y su filosofía.
El Sistema se ha vuelto entonces una importante paradoja en el mundo de la educación musical y, más ampliamente, de la música clásica. Por una parte, puede que sea el sistema de educación musical más famoso y alabado en el mundo, y se le ha acreditado por ello como el principal y más exitoso ejemplo de “acción social por la música” (uno de sus eslóganes). Por otra parte, estudios más cuidadosos realizados en los últimos años han indicado que este relato dominante es significativamente exagerado. La musicóloga venezolana Ludim Pedroza (2015, 71) ha criticado que se haya pulido el cuento de El Sistema hasta volverlo una “historia épica” basada en “el surgimiento de un héroe”; mientras que el musicólogo norteamericano Robert Fink etiquetó el programa como “quizá el mito musical más grande de nuestro tiempo”.(1) En una declaración oficial en Facebook, el 5 de mayo de 2017, la famosa pianista venezolana Gabriela Montero criticó “la acción social por la música” como un “mantra continuamente repetido, construido para los medios, los promotores y los agentes”, que era una ilusión en el contexto venezolano. El escritor venezolano Ibsen Martínez (2017a, 2017b) escribió un par de artículos críticos en El País de Madrid, describiendo el programa como “esa estafa continuada, esa colosal superchería populista, emanación del corrupto petroestado venezolano que desde largo tiempo antes de Chávez se conoce como El Sistema”.
La discrepancia entre el relato oficial de El Sistema y perspectivas más escépticas está ya bien establecida. Por ello, el objetivo de este articulo es intentar comprender cómo pudo un relato tan debatible como este crecer de forma exponencial y afianzarse tan firmemente en la opinión pública alrededor del mundo. En pocas palabras, ¿cómo se construyó el mito global de El Sistema?
Mis argumentos tienen su punto de partida en el estudio crítico de Pedroza (2015), que elabora una historiografía de El Sistema y también se concentra en el mito. Pedroza se centra fundamentalmente en la prehistoria de El Sistema (hasta 1975), rastreando fuentes de archivo y literatura secundaria sobre la música orquestal en Venezuela anterior a esa fecha. Como historiadora de la música, Pedroza cuestiona la pretensión de innovación del programa al revelar sus continuidades con el pasado. Mi trabajo de estos últimos años se ha concentrado en un período más reciente (1989 hasta el presente), recopilando artículos de prensa, evaluaciones del programa y entrevistas con periodistas, músicos y expertos; tratando de ofrecer un marco global contemporáneo.
Mi interés principal es el crecimiento y diseminación del mito de El Sistema en tiempos recientes. Mi uso de la palabra mito refleja su uso cotidiano, descrito en el Oxford Dictionary en línea como “una concepción exagerada o idealizada de una persona o una cosa” y “una creencia o idea ampliamente aceptada pero falsa”.
Creando el Mito
Estudiar la primera fase de la construcción del mito de El Sistema no es un trabajo fácil. Cualquier investigador que se imponga esta tarea enfrentará una notable escasez de fuentes. Sin embargo, la investigación documental y etnográfica apunta a un mecanismo fundamental mediante el cual el relato de El Sistema comenzó a tomar una cualidad mítica: los medios de comunicación. Sin embargo, son los medios los que permiten también breves atisbos del funcionamiento de este mecanismo.
El período entre 1989 y 1994 parece haber sido crucial. En ese lapso el fundador y director de El Sistema, José Antonio Abreu, fue también ministro de Estado y presidente del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). Este triple empleo colocó a Abreu en una poderosa posición respecto a los medios, y varios periodistas han afirmado que aprovechó al máximo esta oportunidad.
En un artículo de investigación pionero, el periodista venezolano Roger Santodomingo (1990) afirmaba haber visto cheques y contratos que revelaban que Abreu contrataba a consultores y periodistas como parte de una campaña mediática para pulir la imagen del CONAC. La cantidad de prensa uniformemente positiva sugería que esta política estaba funcionando bien. La fuente principal de Santodomingo, Joaquín López Mujica, un ex-miembro del consejo consultivo del CONAC, sostuvo que Abreu tenía a aproximadamente cuarenta periodistas entre sus consultores y afirmó que “la gestión de Abreu se ha caracterizado por un control encubierto de la información. Es lo que puede llamarse totalitarismo en información cultural”.
En el centro de la crítica de Santodomingo a Abreu está la fijación de éste con la exhibición. López Mujica dice atrevidamente: “Cultura para Abreu es espectáculo” y “lo que ha sido prioridad es la pantalla”. La sensación de una insistente brecha entre imagen y realidad se extiende específicamente hasta El Sistema. López Mujica alega que se gastaron inmensas cantidades en giras en el extranjero, y sin embargo la mayoría de los núcleos ubicados en el interior del país apenas recibían recursos. Significativamente, describe El Sistema como “una ilusión”. De estos testimonios se infiere que, hacia 1990, la divergencia entre realidad y proyección pública ya estaba en marcha, facilitada por el poder de Abreu sobre unos medios ampliamente complacientes.
Otras críticas reveladoras pueden encontrarse hacia el final del ejercicio de Abreu como ministro y director del CONAC. La crítica de Oscar Ramos comienza con la cobertura uniformemente positiva de Abreu. “¿Recuerda usted que en la prensa haya aparecido alguna vez, una crítica a la política cultural de Pérez-Abreu?”.(2) Se burla de Chefi Borzacchini, la antigua jefa de la sección de cultura de El Nacional, el periódico que llevaba a cabo la cobertura cultural más importante del país, por describir al ministro como un héroe “en un lenguaje que recuerda las odas de Gómez”. Convertida posteriormente en jefa de prensa de El Sistema y autora de su historia oficial: Venezuela en el cielo de los escenarios (2010), Borzacchini ha jugado un papel fundamental en la construcción del mito. Tanto Ramos como Santodomingo apuntan a sus colegas periodistas por exagerar los logros de Abreu y de las instituciones que dirigía.
Rafael Rivero (1994) publicó otro importante artículo de investigación sobre Abreu. Entre varias afirmaciones perturbadoras sobre “El Ogro Filantrópico”, como califica al fundador de El Sistema, Rivero destaca la fijación de Abreu con los medios. El anterior jefe de publicidad del CONAC describe a Abreu como “obsesivo en lo que a los medios se refiere (…) capaz de llamarme a las tres de la mañana por un simple detalle de una gacetilla informativa”. Rivero describe el aborrecimiento de Abreu por los vacíos de publicidad y apunta a su lado más oscuro: afirma que un reportaje con comentarios negativos de un evento que Abreu había patrocinado, firmado por Enrique Moya, crítico de El Nacional, le valió su despido, haciendo referencia a una práctica de las instituciones culturales para neutralizar los reportajes periodísticos. El intento de un grupo de periodistas por rebelarse, hartos de la constante interferencia, fue silenciado luego de que una cantidad de firmantes de una incisiva carta abierta retiraron misteriosamente su apoyo; coincidencialmente, casi todos ellos obtuvieron posteriormente trabajos como consejeros culturales del CONAC. Según Rivero, el microcontrol de Abreu sobre los medios se extendía hasta el interior del país, donde se reprimía de inmediato a periodistas que publicaban opiniones críticas en periódicos locales o se instaba a sus empleadores a tomar acciones punitivas.
Eduardo Casanova: “si hacen una auditoría encontrarán los nombres de varios periodistas de cultura de periódicos de gran circulación, que estuvieron y están en la nómina de Abreu”
A este respecto, el escritor Eduardo Casanova (2009) afirma: “si hacen una auditoría encontrarán los nombres de varios periodistas de cultura de periódicos de gran circulación, que estuvieron y están en la nómina de Abreu”. En mis entrevistas, varios declararon que cobertura que no fuera positiva no era tolerada. Incluso, un prominente catedrático de música recordaba la reacción “brutal” de Abreu a un artículo negativo del crítico musical Gustavo Tambascio en 1979 (una historia contada también por Rivero), y afirmó que a partir de ese momento los críticos musicales comenzaron a ser más cautelosos: “Nadie dice nada en la prensa –sólo cosas positivas” (3). El 15 de febrero de 2005, Javier Sansón publicó en su columna “Música en solfa” de El Universal, un texto satírico sobre El Sistema, por lo que fue suspendido poco después. En otra entrevista, un periodista musical reportó que cuando solicitó un trabajo en El Nacional, un miembro del equipo de cultura del periódico le “dijo muy claramente y de entrada que si iba a [convertirse] en crítico musical para El Nacional, nunca, nunca podría decir algo negativo sobre El Sistema, ni siquiera de pasada”.
Tal como lo describiera Santodomingo cuatro años antes, Rivero pinta un retrato de la esfera cultural presidida por Abreu en la que había significativas brechas entre los proyectos y las prácticas, y en la que las apariencias eran fundamentales. Según Rivero, “para nadie es un secreto que en esta última gestión todo el mundo viajó, o recibió dinero para equis proyecto que en la mayoría de los casos no se llevaron a cabo”. Rivero concluye su trabajo con las opiniones de dos observadores culturales que afirman que “para Abreu, la cultura es un fashion show engañabobos”, y que “durante Abreu no hubo cultura, sino un fastuoso y autoaplaudido espectáculo”.
Estos testimonios evidencian así elementos clave de la construcción del mito de El Sistema entre 1989 y 1994: un poderoso líder cultural y político con una fuerte inclinación hacia el espectáculo, y unos medios ampliamente complacientes que se mantenían a raya tanto por la zanahoria como por el látigo. Esta capacidad de controlar mensajes y generar relatos deslumbrantemente positivos se hizo particularmente importante a mediados de los 90, cuando El Sistema experimentó una refacción discursiva importante –aunque nunca oficialmente reconocida– al cambiar su identidad de un programa musical a uno social.
Cambio de piel: de formar músicos a rescatar niños de la pobreza
En una extensa entrevista publicada en 1978, Abreu afirmaba que su objetivo para la Orquesta Nacional Juvenil era “una transformación total del arte musical en el país, abrirle el camino a toda una generación de jóvenes músicos venezolanos” (Aloy 2017). La primera constitución de El Sistema, que se produjo al año siguiente, establecía que el objetivo del programa era “contribuir a la capacitación de recursos humanos y el financiamiento, dirección y evaluación del proceso de formación de los recursos humanos que sean requeridos para la ejecución de los programas y actividades desarrolladas por la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela”. No había mención alguna de objetivos sociales en ninguna de las dos intervenciones. Sin embargo, cerca de dos décadas después de la creación de la primera orquesta, todo esto había cambiado.
Los dirigentes de El Sistema y las fuentes oficiales han sido muy reservadas respecto a este cambio, por lo que son escasos los detalles y ha habido poca conciencia del mismo. Sin embargo, en 2017, el director ejecutivo de El Sistema, Eduardo Méndez, insinuó que el enmarcar el programa en términos de rescatar, proteger y transformar a los jóvenes estaba vinculado a su transferencia al Ministerio de Familia, Salud y Deporte en 1994 (Carabetta, Rincón y Serrati 2017). Fue ese mismo año cuando Abreu, tras el cambio de gobierno, debió abandonar la presidencia del CONAC –a pesar de su deseo de continuar allí– perdiendo así el control directo sobre los recursos que le habían permitido consolidar y expandir su proyecto orquestal hasta colocarlo por encima de cualquier otro proyecto artístico en Venezuela. Esto, en un momento crítico para el financiamiento del sector cultural, que se encontraba bajo presión debido a los bajos precios del petróleo y la crisis bancaria que había estallado en el país.
Parece entonces probable que el “giro social” operado a mediados de los noventa en el discurso de El Sistema fuera una respuesta táctica a las dificultades económicas y políticas que tenían lugar en Venezuela, como parte de una estrategia para buscar nuevas fuentes de financiamiento. Aunque es necesario apuntar que durante este período los argumentos económicos y sociales para justificar el gasto cultural se expandieron alrededor del mundo (Belfiore 2002; Yúdice 2003). Evidencia documental revela que, para 1996, se había establecido ya esta transformación discursiva (Baker y Frega 2016), aunque se encontraba aún incompleta: no dejó marca alguna en la constitución reformada de El Sistema, fechada el 15 de octubre de 1996, que todavía describía el principal objetivo del programa en términos musicales (Baker 2014).
Parece entonces probable que el “giro social” operado a mediados de los noventa en el discurso de El Sistema fuera una respuesta táctica a las dificultades económicas y políticas que tenían lugar en Venezuela, como parte de una estrategia para buscar nuevas fuentes de financiamiento.
La adopción de una nueva retórica social parece haber ocurrido relativamente rápido y sin un equivalente práctico, lo que dejó a algunos participantes perplejos. Cuenta Scripp (2015, 38) la experiencia del ex-violinista de El Sistema, Luigi Mazzocchi: “Debido al repentino énfasis en resultados sociales en los discursos de Abreu y otra publicidad en torno al programa, los miembros de las orquestas se dieron cuenta de que su programa había sido redefinido como una forma de acción social diseñada para beneficiar al segmento más pobre de la juventud venezolana. Para Mazzocchi, la realidad de su experiencia no estaba acorde con la nueva retórica”. El violinista alegó que el programa promovió deliberadamente un mito: como anota Scripp, “se pidió explícitamente a los miembros de la orquesta no contradecir, ni siquiera comentar estos asuntos con otros fuera de El Sistema”. Mazzocchi contó:
Por ello, concluye Scripp: “Mazzocchi considera que las pretensiones de El Sistema de tener un impacto social sobre estudiantes desaventajados eran afirmaciones no fundamentadas y propaganda insincera que emanaban de una organización que tan solo buscaba más financiamiento” (39).
La imagen que emerge del período crucial de mediados de los noventa sugiere entonces la construcción estratégica y algo repentina de un relato en el que El Sistema era un programa social dirigido a los grupos más vulnerables de la sociedad. Si en el período anterior se había visto un manejo de la imagen menos extraordinario –esencialmente Abreu y unos medios sumisos daban lustre al aura de El Sistema– en la segunda fase se vio una divergencia más importante entre las motivaciones originales del proyecto (que planteaban claramente el objetivo de entrenar y ofrecer oportunidades a los jóvenes músicos de orquesta) y su nuevo relato oficial, construido unas dos décadas después, como un programa para rescatar a niños de la pobreza. En ese momento, pareciera, la consolidación y el crecimiento requerían un relato mucho más poderoso para atraer a políticos e instituciones multinacionales como el BID –un relato instrumental y social, en lugar de uno simplemente enfocado en desarrollar la escena de la música clásica en Venezuela. La instalación de este nuevo relato mítico se hizo posible por el poder político de Abreu, un “caudillo cultural” arquetípico (Silva-Ferrer 2014), y su control tanto sobre los participantes de El Sistema como sobre la prensa, pero sobre todo por sus muy famosas habilidades para obtener recursos financieros. En efecto, era tal su control, que el cambio de identidad pasó desapercibido fuera del programa y no ha sido analizado hasta el día de hoy. El resultado es que, en términos de la representación de los medios y de la opinión pública, en particular en los escenarios internacionales, El Sistema es y siempre ha sido: un programa social.
Diseminando el mito a escala global
Uno de los momentos más importantes en la historia de El Sistema fue el debut de la Orquesta Juvenil Simón Bolívar en los Proms en Londres, en 2007. Este concierto fue un catalizador fundamental para la emergencia de El Sistema como un fenómeno global. Durante la antesala de los Proms, aparecieron los primeros artículos sobre El Sistema en los periódicos del Reino Unido, con lo que se iniciaba una onda expansiva en los medios más importantes del mundo que duró aproximadamente una década. Si tomamos dos de esos artículos de prensa tempranos y uno posterior como casos de estudio, se puede observar cómo se enlistó a los periodistas internacionales como portadores extranjeros del relato oficial que ya había sido diseminado en Venezuela.
Tanto Charlotte Higgins (2006) como Ed Vulliamy (2007) viajaron a Caracas y ambos presentan retratos muy similares de El Sistema. Ambos visitaron un centro “show” de El Sistema y una o dos escuelas en los barrios pobres. Ambos entrevistaron a Abreu, a Gustavo Dudamel y a Rafael Eslter (director del núcleo Sarría). En ambos casos, Abreu describió las preocupaciones sociales como centrales en su visión del proyecto, y ambos tomaron sus palabras como ciertas. Higgins caracterizó El Sistema como un “proyecto social radical”, mientras que Vulliamy afirmó que los músicos de la OJSB “vienen en su mayoría de barrios muy pobres y sin esperanzas”.
Lo que no hicieron estos periodistas, como muchos otros que posteriormente visitaron Caracas y escribieron sobre El Sistema, fue corroborar este relato. No se preocuparon por ver más allá de lo que ocurría sobre el escenario, no buscaron fuentes que quisieran contar otras versiones del relato y no averiguaron que la mayoría de los músicos de la OJSB no provenían, de hecho, de “barrios pobres y sin esperanzas”, sino que eran gente joven común de clase media o media baja. Sin duda, eso no habría sido fácil. Estaban frente a una hábil operación de relaciones públicas, bien preparada y mejor financiada, más característica de una corporación multinacional que de un programa de educación musical. Ya se sabe: El Sistema es famoso por su bien orquestado tour de alfombra roja. Algunos años después, Wakin (2012) describió la operación como una “exhibición elaboradamente coreografiada” para los extranjeros que la presenciaban. El autor percibió El Sistema como “una máquina bien aceitada cuando se trata de recibir extraños”. También yo he sido testigo de la impresionante recepción de El Sistema. Armstrong (2005, 3) anota que “la mitología es a menudo inseparable del ritual” y Abreu –descrito como un maestro del espectáculo por algunos periodistas venezolanos– sabía muy bien cómo usar los espectáculos ritualizados para apuntalar su relato mítico.
A los periodistas británicos se les contó una historia inspiradora –una “historia épica”, como dice Pedroza– sobre las metas y logros de El Sistema. Ambos escritores detectaron claves y Higgins tuvo la impresión de que el relato había sido cuidadosamente confeccionado –“la manera en la que habla Abreu sobre El Sistema está claramente diseñada para armonizar con el verbo de Chávez”– pero no hurgaron más profundamente ni investigaron el pasado de Abreu. En consecuencia, no supieron que este programa había sido creado por un político conservador y, con sus valores centrales de disciplina, respeto, obediencia y trabajo duro, estaba lejos de ser “radical”. En lugar de eso, se los persuadió con la línea argumental y la representación del relato oficial que El Sistema había creado para consumo externo.
Un aspecto notable de esos artículos es la medida en la que se permite a Abreu crear sus propios mitos prácticamente sin cuestionamiento. Clemency Burton-Hill (2012) reportó que “desde 1975, la filosofía visionaria [de Abreu] se ha basado en la noción de que una educación gratuita e inmersiva para los más pobres de los pobres, en música clásica, podría influir positivamente en los problemas sociales que aquejan al país”. Abreu le dijo que él comenzó con la convicción de la posibilidad de una transformación social: “Le dije a esos primeros 11 miembros de la orquesta que estábamos creando el comienzo de un sistema que en algún momento convertiría a Venezuela en una potencia musical rescatando niños de familias de bajos recursos”. Sin embargo, en la entrevista de 1978 citada anteriormente, Abreu no hizo mención alguna al rescate de niños de familias de bajos recursos; las palabras “pobre” y “social” –ahora centrales en su vocabulario– no aparecían por ninguna parte. Ni había mención alguna del rescate de niños de familias de bajos recursos en la primera constitución de El Sistema. Más aún, músicos que habían tocado y trabajado en El Sistema en los ochenta y a principios de los noventa me dijeron que no habían oído nada de objetivos sociales en esa época y no habían visto ningún esfuerzo para captar a niños pobres. La afirmación de Abreu resulta entonces problemática, y su objetivo no sería otro que alimentar un relato deliberadamente creado para obtener legitimidad y recursos en tiempos en que los fondos para el financiamiento de la cultura vivían una de sus horas más bajas. Un relato que envuelve un grado considerable de revisionismo histórico pero que fue aceptado sin cuestionamiento por periodistas y gestores culturales alrededor del mundo.
Burton-Hill continúa: “la tesis de Abreu ha sido abrumadoramente reivindicada”. Esta afirmación también se sostiene en las propias declaraciones de Abreu, más que en una investigación independiente:
Sin embargo, una importante evaluación realizada a comienzos del 2000, que había presentado sus resultados a Abreu en persona, encontró que una participación más extendida en El Sistema tenía un pequeño efecto negativo sobre la asistencia escolar y los logros académicos. Más aún, el BID admitió pública y privadamente en 2011 –un año antes de la entrevista de Burton-Hill con Abreu– que ninguna de las evaluaciones existentes era confiable (Baker 2014). Ese año, el Banco comisionó un nuevo estudio que “sería la primera evidencia rigurosa de los resultados del programa”, admitiendo que su análisis de costo-beneficio del 2007 “fue el resultado de varios supuestos y no de una medición rigurosa del impacto del Sistema en los beneficiarios del programa” (Sistema Nacional 2011, 2-3). La realidad era entonces bastante diferente del relato que Abreu presentaba. Sin embargo, Burton-Hill creyó en la palabra de Abreu de que el programa era un resonante éxito. La hipótesis de Abreu todavía no ha sido reivindicada, por el contrario, ha sido cuestionada, como veremos a continuación.
¿La revolución musical de El Sistema?
Un rasgo característico de los artículos aparecidos en importantes periódicos de habla inglesa es el uso de un vocabulario que contribuye a la mitificación. Palabras como “visionario”, “radical” y “revolucionario” aparecen con frecuencia. Parece que pocos de estos periodistas sabían que la educación grupal de música académica europea había sido generalizada en América Latina desde el siglo XVI, por lo que muchos estudiosos de la educación musical ven hoy poco de revolucionario en una orquesta juvenil que interpreta obras canónicas de autores europeos. De hecho, Abreu y su programa se distinguen por su conservadurismo y su resistencia al cambio (Baker y Frega 2016). A través del lente revisionista de Pedroza (2015), Abreu luce más como un ejecutor y gerente de las ideas de otras personas que como un creador, en deuda con Jorge Peña Hen, quien, en 1964, creó el proyecto pionero de una orquesta juvenil en el pueblo chileno de La Serena, once años antes que la primera orquesta de El Sistema. No obstante, las caracterizaciones de Abreu tienden hacia lo heroico y sobrenatural: Burton-Hill lo compara con la Madre Teresa, mientras que otros periodistas lo han comparado con Mahatma Gandhi y Nelson Mandela.
Estos artículos son el reflejo de un tipo de cobertura que, al menos desde 2006, se ha establecido en la prensa internacional. Una cobertura que se ha caracterizado por la excesiva dependencia de los comunicados de prensa, los eventos especiales para visitantes extranjeros y una ausencia casi total de investigación corroborativa. Es difícil encontrar a periodistas de habla inglesa que hayan hecho preguntas críticas sobre El Sistema, menos aún que las hayan hecho después de visitar Venezuela. Este es un punto reconocido incluso por partidarios confirmados de El Sistema, como el crítico de música clásica de The Telegraph, Ivan Hewett (2014), quien escribió en respuesta a mi libro: “Baker señala con razón a periodistas (incluyéndome) que fueron seducidos muy fácilmente por el relato oficial”. Otro periodista de música clásica, Igor Toronyi-Lalic (2012), acusó a sus colegas por no haber hecho “incluso las preguntas más básicas sobre el proyecto” y por haber distribuido un “irreflexivo blanqueamiento de El Sistema”.
Como reflejo del contexto nacional, los medios internacionales han funcionado en general más con un rol publicitario que con uno de investigación. Por ejemplo, a finales de 2016, El País y otros miembros de la Leading European Newspaper Alliance (LENA) anunciaron que habían firmado un contrato con Gustavo Dudamel para diseminar música clásica a través de las plataformas digitales de los periódicos (Europa Press 2016). La primera actividad de esta estrategia fue la distribución de las sinfonías completas de Beethoven, grabadas por Dudamel y la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, que las presentaría en una gira por Europa tres meses después. El acuerdo también incluyó publicidad para El Sistema y para YOLA, el proyecto de Dudamel en Los Angeles. Este colectivo de importantes periódicos aceptó entonces promocionar la marca de Dudamel (su grabación y su gira) en lugar de investigar el complejo relato que había detrás, en un momento en el que la reputación del director se sometía a presión púbica en Venezuela debido a sus vínculos estrechos con el impopular gobierno de Nicolás Maduro. A partir de esta alianza, el diario El País se ha convertido en uno de los mayores propagandistas de El Sistema y del propio Gustavo Dudamel, a quien sigue en su agenda de forma regular en las páginas de arte y sociedad, con el impacto que esto puede tener por tratarse del diario más importante de habla hispana, cuyos titulares no dudan en calificar al director venezolano como “un mesías”, “brilla entre hadas”, “un poderoso titán”.
Cinco días después de aparecida la noticia del acuerdo, una entrevista de Javier Moreno (2016) a Dudamel en El País omitió cualquier referencia al debate que había estado teniendo lugar en Venezuela respecto a la intensa politización de El Sistema –una información que socavaba la afirmación de Dudamel de que no tenía posición política.
Mientras podría resultar natural que El Sistema, como parte de su trabajo de publicidad y relaciones públicas, se haya construido un relato idealizado, más notable resulta constatar cómo múltiples grupos han colaborado en el proceso. Junto a los medios, escritores y cineastas han jugado también un papel importante en la diseminación internacional del mito. La mayoría de los libros sobre El Sistema, por ejemplo, han ampliado el relato de la historia del programa como un milagro social. Pedroza (2015) critica obras de María Guinand, Bolivia Bottome y Chefi Borzacchini, quienes produjeron el núcleo de los relatos venezolanos, y junto a muchos otros periodistas jugaron un rol central en fraguar una historia épica del llamado “milagro musical venezolano”. Sin embargo, Pedroza pasa por alto el importante detalle de que las tres autoras eran empleadas y/o asociadas cercanas de Abreu, lo que explica en gran medida la naturaleza de sus obras. La crítica venezolana también disecciona la mitificación de Tunstall (2012) hecha para los lectores de habla inglesa (Pedroza 2014). Como indica, la historia épica se originó en un grado importante con ciertos miembros fundadores de la Orquesta Nacional Juvenil y, sobre todo, con el mismo Abreu, cuyos relatos fueron luego elaborados con admiración por sus devotos venezolanos y norteamericanos. En libros dirigidos al público no especializado, la combinación crucial de distancia crítica e investigación en profundidad es un asunto totalmente ausente. Y en lugar de ello, los autores ofrecen una plataforma para la auto-mitificación de los padres fundadores de El Sistema.
Los escritores extranjeros, en particular, no lograron entender el enfoque social del programa como un rasgo emergente a mediados de los noventa y como una respuesta discursiva a las circunstancias políticas y económicas de esa época. Mientras el periodista venezolano Aquiles Esté (2018) identificaba correctamente la afirmación de Abreu de superar la pobreza a través del entrenamiento musical como una forma de “populismo musical” confeccionada cuidadosa y exitosamente para los “oídos populistas de los presidentes venezolanos”, para persuadirlos de financiar el proyecto. Muchos otros escritores han tomado el discurso estratégico de Abreu como una representación literal de la realidad. Tunstall (2012, x), por ejemplo, argumenta:
Con ello, el autor demuestra que ignora por completo la constitución original de El Sistema o las descripciones de Abreu de su proyecto en los años setenta.
Algunos académicos y editores han contribuido también a la construcción del edificio mítico. Tunstall declara que su objetivo no era simplemente “contar un cuento persuasivo” de El Sistema, sino también “hacer proselitismo de parte de su misión” (citado en Johnson 2012). No sorprende entonces que la periodista del Washington Post, Anne Midgette, equiparara el libro que Tunstall escribió junto con Eric Booth (2016) con la “literatura de culto”, mientras el comentarista de El Sistema, Jonathan Govias (2017), describía su escritura como semejante a la “fan fiction”. Sin embargo, los libros de Tunstall se publicaron en W.W. Norton & Company, una distinguida editorial que también publica libros de música académica ampliamente usados en los Estados Unidos. El resultado es que su primer libro, junto con el relato que contiene, se presenta regularmente como una investigación académica y no “fan fiction”; y a pesar de sus múltiples debilidades, incluyendo la falta de bibliografía y de toda fundamentación en investigación académica, constituye la piedra angular de muchas tesis de pre- y pos-grado, así como de artículos académicos publicados. Los académicos que a menudo citan a Borzacchini y a Tunstall aparentemente no están conscientes o interesados en saber que estas autoras son simples propagandistas de El Sistema y no investigadoras académicamente calificadas.
María Majno, una alta figura tanto en El Sistema Italia como en El Sistema Europa, escribió un articulo basado fundamentalmente en materiales de publicidad institucional, escritos de promoción, reportes de los medios y documentales, y sin embargo fue publicado en los Annals of the New York Academy of Science (2012). Ha sido citado a su vez por más de una docena de artículos académicos en los campos de la neurociencia, la salud mental pública, el desarrollo temprano infantil y la psicología, entre otros; lo que ilustra como textos no académicos se han transformado en ortodoxia académica en cuestión de unos pocos años. Igualmente, la evaluación de 2016 del BID, que fue el resultado de un estudio que costó un millón de dólares y se publicó en una revista académica, cita materiales de promoción y de prensa sobre El Sistema, pero ignora los estudios cualitativos evaluados por pares. Si se observa con atención la prensa, los libros para el público general e incluso algunas regiones del campo académico, se encuentran los mismos problemas: una falta de cuestionamiento e investigación crítica, una dependencia de fuentes no confiables o sesgadas, en algunos casos una promoción explícita o implícita y una elaboración del mito de El Sistema en lugar de su examen riguroso –algo que resulta particularmente preocupante cuando se trata de investigación científica publicada.
Falacia ad verecundiam en el mercado del arte y la industria del entretenimiento
Además de los relatos producidos por los medios de comunicación, la diseminación internacional del mito de El Sistema se ha basado en su promoción por autoridades de la música, así como por parte de la industria. Simon Rattle, antiguo director de la Filarmónica de Berlin, definió la épica historia del proyecto con términos como “milagro” y “resurrección”. Las exaltadas reseñas del concierto de estreno de la OJSB en 2007 (cuyas entradas se agotaron) enfatizaron el potencial comercial de la orquesta, lo que se convirtió en un enorme atractivo para festivales y salas de concierto de Europa y otras regiones del mundo globalizado, y abrió las puertas para gestionar grabaciones con Deutsche Gramophon, el prestigioso sello alemán de música clásica.
De esta manera, la industria, asediada durante largo tiempo por una supuesta “muerte de la música clásica”, identificada por el descenso de las ganancias y las ventas de los discos que ha ocurrido como resultado de la digitalización de la cultura, encontró en El Sistema una fórmula para volver a llenar las salas, atraer nuevas audiencias y mejorar su imagen, desterrando las acusaciones de elitismo. Alimentar el mito de El Sistema se convirtió entonces en una tarea clave de esta estrategia. La idea, como ya he argumentado, en gran medida ficcional, de que los músicos que tocaban en las más grandes salas de concierto del mundo habían sido “salvados” de sucumbir a la miseria en los barrios más pobres de Venezuela era crucial para la narrativa publicitaria que distinguía a la OJSB de tantas otras orquestas de alta calidad (incluyendo a las orquestas nacionales juveniles europeas).
El sector de la educación musical también fue parte de esta ferviente defensa del mito. Como la música clásica, la educación musical pública está también bajo presión en los países más ricos. Por ello, un programa de educación orquestal que prometía calidad musical y beneficios sociales milagrosos en las zonas más empobrecidas resultaba atractivo tanto para músicos como para potenciales mecenas, incluyendo gobiernos locales y nacionales. De allí que programas inspirados en El Sistema se multiplicaron en docenas de países alrededor del mundo, incluido el mundo desarrollado, ampliando aún mas el relato del mito original que los sostenía, y desestimulando un examen más atento de sus fuentes originarias.
Nada es más atractivo que el éxito. Así que incluso prominentes instituciones de educación superior –como la Universidad de Harvard, de la que se habría esperado que investigara el relato o que, por lo menos, hiciera las diligencias básicas debidas– se sumaron al carrusel publicitario del programa con doctorados honorarios y alianzas. En 2012, el Instituto de Educación de la Universidad de Londres concedió a Abreu un doctorado honorario con el argumento de que se había demostrado que El Sistema tenía una extraordinaria capacidad de reducir los niveles de pobreza, analfabetismo, crimen, consumo de drogas y exclusión, a pesar de que no existía ninguna evidencia rigurosa al respecto, ni investigación independiente que fundamentara una afirmación de tal magnitud. En los Estados Unidos el Conservatorio de New England también jugó un papel en la propagación del mito, al albergar durante cinco años (2010-2015) el programa de los Abreu Fellows (Becarios de Abreu, más tarde, los Becarios de El Sistema), un proyecto que no se interesó en estudiar de manera seria el programa venezolano, como posteriormente me lo describieron antiguos becarios.
Diversas organizaciones multinacionales han ofrecido al programa su respaldo de manera entusiasta. Un ejemplo de ello es el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD), que ha apoyado a El Sistema sobre la base de que “se enfoca en jóvenes pobres” (Clarembaux n.d.). Las contribuciones multimillonarias del PNUD han tenido el objetivo de ayudar a “erradicar la pobreza extrema y el hambre” (Programa de Desarrollo de la ONU n.d.), un resultado improbable para un programa en el que la gente pobre eran minoría y cuyos efectos sociales nunca han sido comprobados.
Así, a partir del año 2007, el mito alrededor de El Sistema comenzó a formar parte de la industria global de la cultura y el entretenimiento con el apoyo de un importante sello de grabación, famosas salas y series de conciertos, residencias, festivales, agentes, conservatorios, universidades, agencias gubernamentales, instituciones multilaterales, simposios, programas educacionales, músicos y directores famosos, dirigentes políticos, autoproclamados expertos, películas documentales, periodistas e intermediarios de todo tipo. Todo ello, además, en el momento de mayor auge del petroestado venezolano, que gracias a las habilidades de su fundador se había convertido –a pesar de sus evidentes diferencias políticas: Abreu fue ministro del gobierno al que Chávez dio un golpe de Estado– en el principal mecenas del proyecto.
En la actualidad, hay grupos-paragua nacionales e internacionales (Sistema Europa, El Sistema USA, Sistema África) y una red de apoyo global (Sistema Global). Construir la marca de El Sistema ha traído beneficios a muchos y respaldado sus carreras. Individuos e instituciones han promovido sus perfiles y su prestigio al asociarse con el famoso “milagro”. Con tantas personas, empresas e instituciones envueltas beneficiándose del mito, no resulta sorprendente que un examen crítico del proyecto haya sido sistemáticamente aplazado y, en gran medida, sencillamente ignorado. Antes bien, el relato fantástico ha crecido como una bola de nieve.
Consolidando el Mito
El Sistema no solo se las arregló, a mediados de los noventa, para redefinirse como un programa social, borrando de su historia sus orígenes como programa de formación musical orquestal, sino también para cimentar en los medios y en la opinión pública el relato de que era un estruendoso éxito. Sin embargo, también ha habido intentos de evaluar el programa y de proporcionar fundamentación a esas afirmaciones, cuya historia y naturaleza ofrecen un mejor entendimiento de la construcción del mito de El Sistema. Donde se esperarían evaluaciones para poner a prueba el relato oficial de El Sistema y presentar sólida evidencia para reforzarlo o refutarlo, la investigación reciente ha demostrado que las evaluaciones han sido debilitadas por errores y contradicciones, particularmente en Venezuela, aunque también en otras partes (Logan 2015b; Baker y Frega 2016; Baker, Bull, y Taylor 2018). Algunas evaluaciones simplemente han reproducido el relato mítico y con ello contribuido a su consolidación.
Los intentos de evaluar el programa venezolano comenzaron en 1996, más de veinte años después de su fundación (Baker y Frega 2016). La ocasión fue propiciada por los esfuerzos de El Sistema para obtener financiamiento del BID. De 1996 a 1997 se produjeron cuatro evaluaciones. Como ya he citado antes, esos esfuerzos tuvieron éxito: en 1998, en la primera fase, el BID otorgó un préstamo de 8 millones de dólares; y en 2008, en la fase 2, uno de 150 millones de dólares, uno de los acontecimientos decisivos en la historia de El Sistema.
Sin embargo, los dos primeros reportes, de 1996, no solo estaban marcados por una retórica encomiástica, sino también por una sorprendente falta de análisis crítico o de sólida evidencia de los supuestos beneficios sociales. En lugar de analizar el relato oficial, simplemente lo adoptaron. Aparentemente, el BID no estaba convencido y por ello decidió contratar a otros dos consultores y repetir el proceso el año siguiente. En claro contraste con la primera fase, el segundo par de consultores descubrió y documentó numerosos problemas en el programa. No obstante, el BID otorgó el préstamo.
Detrás del resultado exitoso, había entonces evaluaciones defectuosas y opiniones divididas. Sin embargo, las evaluaciones más minuciosas y sólidas de 1997, que no se publicaron, no dejaron huellas en el relato dominante de El Sistema. Mientras que las evaluaciones de 1996 se convirtieron en el fundamento de la auto-representación de El Sistema como un exitoso programa social: algunos elementos –e incluso algunas frases concretas– se han convertido en parte del relato oficial del programa y pueden encontrase en su página web. En el ámbito privado, este proceso de evaluación reveló muchas debilidades; públicamente, se lo usó para reforzar el mito.
La Universidad de los Andes (ULA) realizó una nueva evaluación entre 1999 y 2003. También este estudio cuantitativo revela fallas. Como apunta Hollinger (2006, 41-42), tiene “una cantidad de debilidades inherentes al diseño” y parece “menos esfuerzo académico que necesaria documentación para defender El Sistema”. Las conclusiones de los investigadores se parecían más al relato oficial de El Sistema que a la evidencia, e incluso adoptaban el tono proselitista del programa.
La evaluación más influyente fue la realizada unos años más tarde por José Cuesta (2011), que se usó para justificar el préstamo de 150 millones de dólares (4). Esta evaluación ha sido criticada posteriormente. Presentaba evidencia de correlación más que de causalidad, el uso de algunos términos clave era engañoso, no tomaba en cuenta diferencias cognitivas o sociales preexistentes entre los niños, y al parecer los líderes de El Sistema jugaron un papel en su creación (Baker 2014). Scruggs (2015) criticó los cálculos financieros detrás de las conclusiones del estudio, un ratio de costo-beneficio de 1:1.68. De hecho, para ese momento, ya el BID se había distanciado de este reporte (y de todas las evaluaciones previas), como se indicó anteriormente.
Pero el estudio más extenso hasta ahora fue el encargado en 2011, llevado a cabo en 2012-2014 y publicado a finales de 2016 (Alemán et al. 2016). Los investigadores crearon una “teoría del cambio” que tenía como hipótesis que “la participación por cortos períodos en orquestas y coros puede promover cambios positivos en cuatro ámbitos del funcionamiento infantil: destrezas auto-reguladoras, comportamiento, destrezas y conexiones prosociales y destrezas cognitivas”. Para poner a prueba su teoría, midieron veintiséis variables primarias de resultados en estos cuatro ámbitos. Solo se encontraron dos resultados relevantes: “el grupo admitido más tempranamente tenía mayor auto-control y menos dificultades conductuales, basados en los reportes de los niños”. Así, no hubo resultados significativos en veinticuatro de las veintiséis áreas y los investigadores “no encontraron ningún efecto en la muestra completa sobre las destrezas cognitivas… o sobre destrezas y conexiones prosociales”. Incluso los dos resultados supuestamente relevantes fueron probablemente el resultado del azar puesto que dependían de una interpretación inusual y generosa de las estadísticas (Baker, Bull, y Taylor 2018), mientras que la validez de los reportes de los niños mismos ha sido cuestionada (Crooke y McFerran 2014).
Más sorprendente resulta que la proporción de pobreza entre los niños de El Sistema era de 16,7 por ciento, cuando la proporción de pobreza en los estados en los que vivían era de 46,5 por ciento. En otras palabras, los niños que entraban en El Sistema para el experimento eran tres veces menos probable que fueran pobres que todos los niños entre seis y catorce años que residían en esos estados. En consecuencia, el estudio “resalta los desafíos de intervenciones focalizadas en grupos vulnerables de niños en el contexto de un programa social voluntario”. Además, 44 por ciento de los estudiantes a los que se les ofreció una plaza no lograron completar dos semestres. Por tanto, el estudio consiguió poca evidencia para respaldar la teoría del cambio y dos sorprendentes estadísticas para contradecirla. Estos resultados están en consonancia con un programa diseñado para entrenar músicos de orquesta y no para la acción social. Puesto que el “giro social” no tuvo mucho efecto en una práctica bien establecida, no sorprende que los efectos sociales detectados por la investigación del BID sean antes bien más modestos que la retórica oficial del programa y que la teoría del cambio inicial de los investigadores.
En resumen, el estudio del BID no ofreció evidencia convincente a la afirmación fundacional de Abreu de que “El Sistema rompe el círculo vicioso de la pobreza” o a declaraciones de que tiene un impacto significativo sobre comportamientos ilegales o riesgosos. De hecho, el reporte indicaba que El Sistema incluso no lograba llegar hasta los pobres efectivamente.
Además, el estudio no puso a prueba algunas afirmaciones clave sobre el impacto social de El Sistema. La propuesta para el estudio estipulaba que su objetivo era “buscar generar evidencia rigurosa sobre los efectos sociales de… El Sistema, incluyendo los impactos en abandono escolar, comportamientos ilegales y embarazos no deseados” (Sistema Nacional 2011, 3). Sin embargo, el estudio mismo, publicado cinco años más tarde, ni siquiera mencionaba estas cuestiones y menos aún proporcionaba respaldo para la suposición generalizada de que El Sistema había sido efectivo atacando esos problemas sociales. De hecho, la desaparición de estos tópicos entre la propuesta y el reporte genera serias interrogantes. Quizá sea relevante en este punto comentar que un meta-análisis de doce estudios de programas extra-escolares en los Estados Unidos indicaba que tales programas tenían un efecto mínimo e insignificante en la delincuencia (Taheri y Welsh 2016). En resumen, el estudio del BID no ofreció evidencia convincente a la afirmación fundacional de Abreu de que “El Sistema rompe el círculo vicioso de la pobreza” o a declaraciones de que tiene un impacto significativo sobre comportamientos ilegales o riesgosos. De hecho, el reporte indicaba que El Sistema incluso no lograba llegar hasta los pobres efectivamente.
No obstante, un evento de lanzamiento de la evaluación, preparado en Caracas pocos meses después, en marzo de 2017, presentó una imagen muy diferente. El equipo de investigación del BID, los dirigentes de El Sistema y los representantes del gobierno venezolano estuvieron presentes en este evento que –de acuerdo al titular prominentemente exhibido en el encabezado de la página web de El Sistema– “confirmaba el impacto positivo de El Sistema en niños y jóvenes”. El comunicado de prensa declaraba que el equipo de investigación “expresó su satisfacción por la posibilidad de confirmar la labor transformadora del programa” (Prensa FundaMusical Bolívar n.d.). Habían concluido, se afirmaba, que los niños y jóvenes que entraban en El Sistema mostraban conexiones mejoradas con la escuela y la familia, un grado más alto de cooperación con sus pares y mayor confianza en sí mismos. Según uno de los investigadores, Marco Stampini, “También encontramos la disminución de los niveles de agresión o toma de riesgos, con mayor énfasis en los varones; y su disposición a intervenir en actividades colectivas. Los efectos positivos también se manifestaron en los coeficientes intelectuales infantiles”. Estas afirmaciones contradecían la evidencia y las conclusiones que ofrecieron esos mismos investigadores en su artículo publicado, en el que habían escrito: “No encontramos efectos de amplia muestra sobre destrezas cognitivas… o sobre destrezas prosociales y conexiones” (Alemán et al. 2016).
Ferdinando Regalía, director de la División de Protección y Salud del BID, subrayaba la importancia de mostrar los resultados del estudio “para enfrentar las críticas a la labor de El Sistema y reafirmar el valor de la inclusión social, por medio de un programa de educación artística y musical de probada trayectoria nacional e internacional”. Sin embargo, los resultados respecto a la pobreza y la tasa de deserción no enfrentaban las críticas a la labor de El Sistema, sino que les proporcionaban respaldo cuantitativo. Publicaciones posteriores, como la de un gráfico que resumía el estudio, emanada del BID, y una extensa entrevista con el director ejecutivo de El Sistema, Eduardo Méndez (Palmitesta 2018), pasaron por alto las advertencias y los resultados negativos y, antes bien, dieron a los resultados un sesgo completamente positivo. En un evento de alto perfil en la Universidad de Música y Artes Performativas, en Viena, en mayo de 2018, El Sistema, la ONU y el BID se apoyaron en el estudio de 2016 al presentar el programa como “un modelo de inclusión social para el mundo”, ignorando la evidencia de exclusión (baja proporción de pobreza en los entrantes) que presentaba ese mismo estudio y su consiguiente advertencia sobre “los desafíos de intervenciones focalizadas en grupos vulnerables de niños en el contexto de un programa social voluntario”. De esta forma, la conversión de los resultados incómodos de la investigación en un espectáculo triunfante de relaciones públicas que reforzaba el mito fue completa.
El reporte de 2016 y, sobre todo, su presentación pública rematan una historia de veinte años de esfuerzos poco convincentes para demostrar la eficacia de El Sistema, marcada por evaluaciones que carecen de rigor metodológico y la elisión de resultados problemáticos y diferencias de opinión. Ellos demuestran cómo evidencia defectuosa e incluso evidencia contraria han sido subsumidas en el mito de El Sistema, como resultado del poder de las instituciones involucradas. En los eventos de Caracas y de Viena, en 2017 y 2018, El Sistema, el BID, la ONU y el gobierno de Venezuela se combinaron para reforzar el relato mítico presentando resultados que abarcaban de lo decepcionante hasta lo claramente problemático, y que tenían poca relación con el objetivo original de la evaluación, como si ellos “confirmaran la labor transformadora del programa” y demostraran que El Sistema era “un modelo de inclusión social para el mundo”. Donde se hubiera esperado que las evaluaciones constituyeran y promovieran un examen crítico, la mayoría de ellas participaron en la hagiografía del programa y, a las que no lo hicieron, o se las enterró, o bien se les dio un sesgo positivo.
Persistencia del Mito
Actualmente, el mito de El Sistema debería encontrarse en descenso. Los más extensos estudios cualitativos (Baker 2014) y cuantitativos (Alemán et al. 2016) produjeron evidencia similar en contra, apoyados por numerosos estudios académicos críticos que cuestionaban aún más el relato dominante. Veinte años de evaluaciones no han podido comprobar que El Sistema es efectivo en tanto programa social. El estudio de dos décadas de documentos del BID reveló que los fracasos eran más visibles que los éxitos: poco de la visión original del banco e incluso menos de las propuestas de sus evaluadores se habían cumplido (Baker y Frega 2016).
Adicionalmente, José Antonio Abreu y, sobre todo, Gustavo Dudamel, se vieron sometidos a un severo cuestionamiento público debido a sus vínculos explícitos con un gobierno autoritario cuya popularidad se hundía junto con la economía del país. Hoy, la intensificación de la crisis venezolana ha debilitado seriamente a El Sistema: sus afirmaciones de neutralidad política son aún más difíciles de sustentar (particularmente desde que el hijo del presidente, Nicolás Maduro Guerra, y la presidenta de la Asamblea Constituyente y ahora Ministra de Finanzas, Delcy Rodríguez, fueron nombrados directores del programa); carece de recursos; tanto la moral como el salario son escandalosamente bajos entre los empleados; y muchos músicos han abandonado el país o buscan la manera de hacerlo. La orquesta principal de El Sistema, la Simón Bolívar, perdió el 42 por ciento de sus músicos en sólo seis meses (Sánchez 2018). Como escribió Aquiles Esté (2018): “El Sistema se agota: no solo por la muerte de Abreu, sino porque las bases económicas y políticas sobre las que se creó han estallado por los aires”. De forma llamativa, Esté hizo en parte responsable a Abreu por la crisis actual de El Sistema y, más ampliamente, de Venezuela: “cuando la democracia estuvo en riesgo y buscó a uno de sus hijos más lúcidos, no lo encontró. Ya estaba demasiado comprometido con un populismo delirante que ha terminado por destruir a su país”. La escritora venezolana Gisela Kozak Rovero (2018) reiteró esa posición crítica:
Sin embargo, el mito global ha resultado sorpresivamente resistente. Los medios continúan jugando un rol importante en el sostén de la imagen del programa. Los periodistas tienden a reproducir o ajustar el relato oficial en lugar de investigar la historia con más profundidad. No han investigado el hecho de que El Sistema no haya construido siete importantes centros musicales regionales para los que recibió del BID hace una década un financiamiento de nueve cifras (Baker y Frega 2018). No han cuestionado las afirmaciones oficiales respecto al tamaño de El Sistema, que parecen cuestionables, por decir lo menos, puesto que las cifras publicadas han aumentado dramáticamente durante la severa crisis económica y el éxodo masivo de los últimos años. No han escrito sobre la evaluación de 2016 del BID ni sobre las dudas que ésta plantea sobre el programa.
Internacionalmente, la industria musical, las instituciones culturales y las organizaciones promotoras han continuado promoviendo el relato oficial, ignorando el creciente número de dudas. Hay mucho más peso institucional y económico en la perpetuación del mito, algo que beneficia a muchos, que en cuestionarlo. También hay factores ideológicos que considerar. Mucha gente parece creer, genuinamente, que el mito es cierto, y no sin razón. Desde los 80, la necesidad de argumentar en favor de subsidios para las artes en términos de beneficios sociales y económicos ha aumentado dramáticamente y tales argumentos se han vuelto dominantes y ampliamente aceptados (Belfiore y Bennett 2008). El mito de El Sistema cayó, pues, en terreno fértil, lo que lo ha hecho muy resistente a evidencia contrastante.
Conclusión
He argumentado que José Antonio Abreu y los medios venezolanos generaron un relato mítico de El Sistema. Periodistas y escritores internacionales lo diseminaron, evaluaciones problemáticas lo consolidaron, y lo apoyó una emergente industria-Sistema global que incluye una plétora de instituciones y organizaciones que dependen de o se benefician del mito. A pesar de la ausencia de evidencia corroborativa, críticas académicas insistentes y una concentración evidente en objetivos musicales más que sociales, la historia de un programa social “milagrosamente exitoso” obtuvo y conservó aceptación. Con la muerte de Abreu, en marzo de 2018, apareció la ocasional advertencia en unos pocos obituarios –algunos también mencionaron que el título de PhD en economía petrolera de la Universidad de Pennsylvania atribuido a Abreu era otro mito (5)– pero la mayoría de los periodistas, tanto venezolanos como extranjeros, competían entre sí para producir relatos cada vez más halagadores de su vida y visiones cada vez más utópicas de su gran proyecto, cada vez mas alejadas de la evidencia empírica, de la realidad.
No obstante, creo que el examen crítico del mito es aún valioso y que vale la pena continuarlo a pesar de las dificultades. El Sistema es hoy en día una de las iniciativas de educación musical más importantes en el mundo, que incorpora cientos de miles de estudiantes, pero que también ha sido la más pobremente entendida. En ese sentido, iluminar la evolución de su relato público y las maneras en las que este relato difiere de las realidades del programa, es un esfuerzo que vale la pena en sí mismo.
Hay además otras razones para examinar críticamente la construcción de este mito. Una de ellas es que los discursos y las creencias en “el poder de la música” tienen un fuerte atractivo para los medios y el público en general. Y las historias sobre cómo la música clásica salva a los pobres en América Latina son particularmente populares en los países del norte. Hay toda una colección de artículos y documentales sobre la orquesta de instrumentos reciclados de Paraguay, sobre la escuela de música de México junto a un vertedero de basura, sobre la orquestación de jóvenes en las favelas de Brasil, y así sucesivamente. Aunque estos proyectos pueden tener efectos positivos, deconstruir el mito de El Sistema ofrece una advertencia sobre el hecho de que algunos aspectos pueden también idealizarse o exagerarse, y realidades más complejas pueden excluirse de la imagen, particularmente en documentales y en los medios. El caso de El Sistema ilustra muy bien la importancia del escepticismo y de la investigación rigurosa en relación a atractivos relatos sobre el poder de la música y, de las artes en general, para superar la pobreza.
Las consecuencias de crear mitos son potencialmente serias. Cientos de millones de dólares se han invertido en El Sistema, bajo la presunción de que el entrenamiento orquestal tiene poderes de transformación social. Las fuentes de financiamiento internacional sumadas a los aportes nacionales asignados a lo largo de su existencia colocarían a El Sistema como el proyecto artístico que ha recibido más recursos financieros en toda la historia de Venezuela, probablemente incluso en toda América Latina. El costo de la nueva sede del programa se estimó en 2010 en 437.5 millones de dólares (CAF 2010) –un extraordinario desembolso de fondos para instalaciones musicales y salas de concierto, en un país que ha sufrido en los últimos años una severa escasez de alimentos, medicinas y equipos médicos básicos. Si la acción social es un objetivo sincero, entonces la enorme inversión en El Sistema exige un examen serio a través del lente de los costes de oportunidad.
Es más extraordinario aún dado la falta de evidencia respecto a la teoría del cambio de El Sistema. Venezuela, el laboratorio de prueba de esta teoría, era el país más rico de América Latina cuando se fundó El Sistema. Ahora es el más pobre y uno de los lugares más peligrosos del mundo. Se requiere de un grado considerable de ilusión o cinismo para percibir un milagro en esta panorámica. Sin embargo, muchos lo hacen, y esto tiene enormes consecuencias para el campo de la educación musical en otras partes del mundo. El Sistema y sus muchos defensores han diseminado una concepción problemática de la acción social por la música alrededor del planeta. Otros programas musicales de otros países han desarrollado ideas más realistas y matizadas sobre las artes y el desarrollo social, pero el atractivo y el alto perfil del relato milagroso de El Sistema actúan como un freno sobre el progreso en la educación musical orientada socialmente.
La construcción del mito de El Sistema refuerza además relatos colonialistas de salvación a través de la música que tienen quinientos años de antigüedad y que han sido problematizados por académicos de la educación musical (p.e., Gould 2007; Vaugeois 2007). Luego de la muerte de Abreu, una imagen del conocido caricaturista venezolano EDO Ilustrado circuló ampliamente en los medios sociales. Es un tríptico: el primer panel, en blanco y negro, muestra un muchacho descalzo que sostiene una pistola; el segundo, a todo color, presenta a Abreu bajando en picada de los cielos como un ángel, con la batuta/vara en la mano, y al muchacho, ahora vestido con el uniforme de El Sistema, sosteniendo un violín; en el tercero, mientras Abreu se apresura de nuevo hacia el cielo, el muchacho, tocando el violín y con una lágrima en los ojos, dice: “Gracias, Salvavidas”. No podía estar más claro que Abreu, que incentivaba esta concepción de la educación musical, es heredero de los misioneros que encabezaron la conquista cultural del continente en el siglo XVI. Por lo tanto, resulta un representante problemático para la América Latina poscolonial del siglo XXI.
El mito de El Sistema ha beneficiado al programa y a sus afiliados internacionales, pero también ha restringido su desarrollo educacional: la auto-mitologización ha hecho difícil su adaptación y, pedagógicamente hablando, el programa ha quedado atrás respecto a iniciativas que han surgido en otras partes de América Latina y más allá. La influencia del mito sobre la educación musical en un ámbito mayor es aun más problemática. Hace que a América Latina le resulte más difícil dejar atrás concepciones colonialistas y métodos obsoletos de educación musical. Para cualquier persona familiarizada con la historia de este campo, El Sistema debería aparecer menos como la revolución celebrada por sus partidarios en los medios que como una contrarreforma: la renormalización de prácticas convencionales de la educación musical institucional del pasado que los académicos han criticado ampliamente en años recientes.
Una reevaluación crítica de El Sistema es entonces una tarea importante para Venezuela y para América Latina en general. Comprender el desface entre el mito y la realidad puede catalizar una búsqueda de alternativas. Desmitificar El Sistema es un paso necesario para encontrar nuevos y mejores modelos de acción social por la música que se ajusten mejor con la investigación contemporánea sobre la educación musical y el cambio social. Venezuela es un país de incalculables riquezas e invención; sería triste que su mayor legado musical para el mundo fuera una contrarreforma y un mito.
©Trópico Absoluto
Notas
[1] La referencia en la contraportada de Baker (2014).
[2] Oscar Ramos, “La trilogía.” c.1993–1994.
[3] Las citas a entrevistas que aparecen aquí sin referencia fueron llevadas a cabo por el propio autor en Venezuela.
[4] La investigación se utilizó en el informe del préstamo de 2007, aunque no se publicó hasta 2011.
[5] Ver: “Abreu’s phantom PhD.” https://geoffbakermusic.wordpress.com/el-sistema-the-system/el-sistema-blog/abreus-phantom-phd/.
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Este estudio es una versión ampliada de un texto originalmente publicado en inglés: Geoffrey Baker. “El Sistema, ‘The Venezuelan Musical Miracle’: The Construction of a Global Myth.” Latin American Music Review 39, no. 2 (2018), 160-193. Se publica aquí con autorización del autor y de la editorial University of Texas Press.
La traducción al español fue realizada por Luis Miguel Isava.
Trópico Absoluto desea agradecer a Elizabeth Barrios y al Albion College, Michigan, por los fondos suministrados para la traducción de este trabajo.
4 Comentarios
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Un interesante trabajo a cerca de los entre telones de El Sistema. Parte importante de mi formación musical proviene del otrora Movimiento Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, hoy El Sistema o mejor dicho FESNOJIV .
Gracias por publicar este ensayo. Es difícil desmadejar el discurso mítico y oficial y tener una perspectiva lo más objetiva posible de lo que el sistema significó y significa para el país. En verdad que el arquetipo del héroe será uno de los más difíciles de reducir en Venezuela. «La revolución llegará en el siglo XXII» , diría con sorna Cesárea Tinajero, de «Los detectives salvajes»…
La música, como la que le canta a ángeles, dioses, San Pedro…desde sus orígenes, está dedicada a ese gran mito llamado “cristianismo”. ¿Por qué ir contra los mitos? Venezuela ha tenido más dinero que cualquier estado del mundo para ser feliz a quien quisiera creer en un mito. José Antonio Abreu fue el única capaz de dominar el dinero suficiente para sostener sus mitos. Todos sabíamos que era un mito, el de José Antonio Abreu. Lo que yo no termino de entender es por qué los dueños de ser ermitaños “porque nos daba la gana” teníamos que hacer, pensar, creer….lo que se hace en otro país simplemente porque no son millonarios. Los ricos satisfacen sus mitos con sus dinero, y el Venezuela el dinero venezolano se lo daban a quienes tuvieran la capacidad de crear mitos. Uno de esos mitos se llamó “El Sistema”, pero como siempre iba a existir alguien envidiando el mito, pues se le dio a forma de “proyecto”, “obra”, “trabajo social”, y todas esas ridiculeces que le gustan hablar a los pobres de otros países. En Venezuela tenemos petróleo, éramos ricos, y todos pensamos en poder formar parte de ese “mito”…hasta que vino la envidia, o aún peor, los extranjeros a decirnos cómo pensar, como ser “universales”, como ser “otro”, como si en ese “otro” estuviera el bien, y el venezolano feliz, creando sus mitos, sin dañar a nadie…hasta que el “inteligente” dijo: no hay mitos. ¿Por qué no le dicen a los cristianos del mundo que eso es un mito? ¡Que cantar música religiosa desde los orígenes de la humanidad es caer en el engaño de un mito! En fin, nos quedamos sin “mitos”, ni doña bárbara era tan bárbara ni don quijote era tan loco, porque llegaron los héroes a destruir “mitos”. Así llegó Colón a América, a destruir mitos, porque los indios no podían creer en culebras aladas, sino en ángeles…. Triste mundo nos están dejando los sabios destruyendo mitos. ¿Y acaso los venezolanos no sabían que formaban parte de un gran mito? Tristeza me da saber que todo esto va en “educar” al mundo con una música sin mitos.
P.D. La primera vez que llegue a España, en un congreso pregunté sobre el mito del color rojo de las paredes del templo mayor de Mexico que decían que era fraguada de sangre…y un español inteligente dijo, es mentira, es un mito… entonces me quedé cayado, precisamente porque lo que me interesaba era el mito… como a los cristianos les gusta hablar mucho de los mitos del alma y de Dios. ¿Por cierto, alguna vez han escuchado las hermosas grabaciones de las orquestas de El Sistema, o es también otro mito? Yo me alegro mucho de haber vivido en un hermoso mito llamado Venezuela, la realidad tal y como la pintan me resulta bastante fea.
Pienso que los resultados son los que hablan claro de alguna acción. Es verdad, Venezuela ya tenía muchos músicos y tradición musical, pero creo que Abreu creó un proyecto que aunque que no tuviese los motivos sociales en su origen, tuvo una enorme proyección social y sus resultados se ven en la cantidad y calidad de músicos venezolanos que durante ésta diáspora proyectan una imagen de éxito en diferentes lugares del mundo, dirigiendo orquestas prestigiosas o participando en ellas o como solistas virtuosos.
Lamento que lo que hizo que el sistema se convirtiese en un proyecto feliz, esa capacidad mimética, camaleónica del profesor Abreu,lo convirtio en parte del mito Chávez que tanto daño ha hecho a Venezuela. Pero al final, ese proyecto inspiró muchos otros proyectos que funcionaron en el resto del mundo.
Por otra parte, La música está emparentada firmemente con las matemáticas, y las matemáticas con la inteligencia en general; realmente las artes deberían ser parte importante de la educación porque abren el entendimiento y la creatividad.