El crónico retorno alucinado. Cuando la solución procura el problema, y no al revés.
Amparado en el eterno pendular de la política, el día de hoy vuelve el Peronismo a la Casa Rosada Argentina. ¿Pero cuál Peronismo? ¿Qué es el Peronismo? ¿Puede alguien formular alguna respuesta a estas interrogantes? En este breve ensayo Fernando Yurman (Paraná, Argentina, 1945) realiza un acercamiento al fenómeno. En sus apuntes, señala Yurman: “Argentina, que hace más de medio siglo había sido definida como un país con un magnifico futuro por detrás, no logra hoy más que apelar otra vez a los mismos mitos (…), es como si los mitos, y sus ritos invisibles, trabaran la acción colectiva, el juego en equipo que precisa toda sociedad para sus proyectos”.
Las fauces ideológicas empezaron a salivar con rapidez después del triunfo peronista. En parte por la tendencia abusiva de evaluar América Latina en conjunto, como si fuera un capítulo propio de la globalización. También por la mirada totalizadora del tablero desde EUU, Europa o la rápida brújula de una izquierda idiotizada. Es ocasión para devolver el rostro propio a un fenómeno que nunca fue fácil definir.
Desde una perspectiva social, lo raro debería ser que Fernández no ganase por más margen, considerando la inocultable ineptitud de Macri, no solo para tratar la realidad nacional, sino también para disminuir sus errores o simularlo. Es siempre penoso comprobar que la semblanza democrática, la propuesta económica y social realista, requiere también de una eficiente política pública. El populismo cuenta con una dimensión imaginaria poderosa, con mitos largamente consolidados, que estimulan las demagogias más eficaces, lo que desafía a los talantes democráticos a soplar sus velas con otros imaginarios, quizás menos floridos, pero de eficiente recepción. Se puede prometer “sangre, sudor y lágrimas” pero solo después de adquirir la voz de Churchill para modular esa sintaxis. Políticamente, Macri era más aburrido que bailar con la hermana, y sus apelaciones eran sostenidas, voluntariosamente, por los oídos demócratas de aquellos que forman hoy la nueva oposición. Pero incluso así, no deja de intrigar que los desastres de Cristina Kirchner, la mastodóntica corrupción, la criminal degradación, hayan hecho tan poca mella en las opciones argentinas. Por supuesto, la gente piensa con el estómago, especialmente si piensa en el estómago.
Por otra parte, la moral del gobierno no pertenece al género impoluto, si esa elevación moral pudiera interesar a una población cada vez mas carenciada. No obstante, la contundencia de las elecciones obliga a reflexionar nuevamente sobre la condición argentina, el futuro no se deja camuflar con emociones. El nuevo Fernández tendrá que continuar la misma gimnasia de Macri, aunque éste le dejó servido un dólar alto y tarifas públicas elevadas, pero tendrá que hacer trapecio con la cuerda gastada. La economía no permitirá una práctica proteccionista, los corruptos sindicatos no avalarán más presión con las antagonistas empresas al borde del abismo, el Mercosur en disolución amenazará el comercio regional, y no habrá gestos populistas a la sombra de una eterna deuda, sin inversores que puedan aliviar la asfixia.
El retorno es para algunos el reconocido purgatorio y para otros un hogar ideológico, familiar y hospitalario, aunque sea en el espejismo.
Solo la encerrona de una población acosada, sin señas de una promesa tangible, explica el cobijamiento en esta opción. El retorno es para algunos el reconocido purgatorio y para otros un hogar ideológico, familiar y hospitalario, aunque sea en el espejismo. “La historia nunca se repite, pero a veces rima”, ironizaba Mark Twain, y por ese sonsonete se guiaron los que advertían la sordera que los rodeaba, el inexpugnable dialecto ejecutivo que marginaba el hambre y la palpable miseria. No solo el peronismo giraba sobre el vacío. La oportunidad de Macri habría exigido, aparte de eficacia práctica, un ensueño colectivo que no podía trasmitir. Es condición de una triste sociedad, dotada con una formidable creatividad individual, pero con notoria impotencia colectiva para proyectos nacionales.
La escena perdida
Versos memorables de Eugenio Montejo despidieron en su momento al siglo XX, blanqueando con humildad un rumoroso duelo de varias generaciones. El entrañable sentimiento emergió con certeza, a pesar del pudor que imponen las altas especulaciones.
Por razones míticas, el siglo es vivido como un vasto hogar generacional, una localidad del espacio, más que del tiempo. Quizás quedó establecido el equívoco por el siglo XVIII, cuando empezó la historización del tiempo o cuando se disciplinó la melancolía social. Lo cierto es que incluso las generaciones furiosas, como los “sesentistas”, o vencidas de agobio, como las del infame “treinta”, pujan fraternalmente con sus leyendas y levantan vuelo desde el hangar familiar del mismo siglo XX. Las referencias acostumbran fidelidad a una experiencia colectiva, un episodio enigmático o un breve drama que marca la memoria. La mitología se alimenta en el espejo de su incesante agenda secular. Allí suele reencontrar todo populismo sus fantasmas más caros, un desván difícil de abandonar.
El peronismo requiere esta aproximación elusiva, las precisiones ajustadas fallan, no retienen lo particular de este fenómeno que no solo es político, sociológico, folklorico o mítico. La subjetividad social parece dibujar aquí una identidad, una localidad en el tiempo del siglo XX, y agrupa y clasifica también otros fenómenos que hacen señas al XXI. Ocurre como en las aldeanas memorias grupales, sensaciones palpables de añeja fraternidad, pero que en este caso abarcan una vasta y heterogénea historia. Aquel 17 de Octubre se hizo un lugar natal para ideologías, creencias y leyendas. No fue un “nido” histórico desde el comienzo, pero la sucesión de fracasos lo consolidó. La memoria tiene reglas que limitan la pertenencia generacional, y se rodea de un vecindario histórico definido. La memoria nunca es fiel a la inasible realidad, sino a pulsiones actuales, como el hambre, el odio o deseos desconocidos. Incluso aquellos que se desbordan de su territorio temporal, siguen resonando en la oquedad de un origen vago pero esencial. Son vivencias que cruzan y mezclan distintas direcciones, estratos de una familiaridad entrañable y personal, signos individuales que sabe magnetizar el populismo. Esas autorreferencias abrazan siempre a los contemporáneos, y los oye en la misma atmósfera remota. Es un ancla o lazo de tiempo que sostiene la memoria. Aun de manera fantasmal, son siempre pares del mismo siglo los que viajan al otro y el calendario fija en recuerdos las pasiones sumergidas del presente. Escenas actuales del pasado imaginario son las que moldean la percepción, no menos que el hábitat, las generaciones o el idioma.
Hay países que retienen alforjas de tiempo privilegiadas, provisiones que alimentan su imaginación nacional o van racionando el mayor sentido de su historia. Tienen capítulos claves de convocatoria, edades de oro o paraísos perdidos que reviven lo que nunca ocurrió. En muchos casos, esa construcción imaginaria les determina la historia real, ya que poderosas arquitecturas simbólicas compartidas, como pueblo o nación, están hechos de la misma materia escenográfica que los sueños. Quizás de ahí parte aquella justa observación de Mark Twain: “la historia no se repite, pero a veces rima”.
en esta temporalidad instalada, el peronismo nació mucho antes, tiene una genética dispersa en la cultura y la sociedad. Esa condición lo hace un punto de encuentro cuando el desconcierto, la pobreza, la falla gigantesca, no permite organizar otro sentido social que aquel marcado por un reconocimiento paternal de las víctimas, y de su gran felicidad perdida en la leyenda.
En algunos casos el soneto atrapa generaciones enteras en una repetición mortal, que nunca es una repetición sino su intención imposible. Un ejemplo paradigmático y alejado es el “Brexit”, que retoma una memoria del esplendor y la arrogancia victoriana encendidas por la carencia de soluciones. El tema no es nuevo en la cultura inglesa, basta recordar aquella obra de John Osborne, “Recordando con ira”, que en los lejanos años cincuenta inauguraba el estupor de un imperio perdido. Había ocurrido ya con la España derrumbada a fines del siglo XIX, que luego procuraba con el franquismo algo de la gloria remota, una torpe grandeza extraviada en el fracaso mucho antes de Trafalgar. Las actuales corrientes fascistas de Europa, en su carácter operático familiar, también remiten a una idílica infancia perdida, como asimismo lo hacen las alusiones de Trump a una fastuosa y sencilla dicha americana. Son recuerdos que fijan una memoria colectiva a sociedades desconcertadas, inermes ante cambios que no pueden administrar. Así nacen los paraísos perdidos. Argentina es un caso revelador de acendrada vocación nostálgica: desde su muerte “Gardel cada vez canta mejor”, los envejecidos Rolling Stone tienen una de las mayores audiencias del mundo en Argentina, Buenos Aires moderna ya era vieja y se había urbanizado con una larga memoria. La anticipación del pasado, hizo de la pasión melancólica la materia prima del tango. De manera que, en esta temporalidad instalada, el peronismo nació mucho antes, tiene una genética dispersa en la cultura y la sociedad. Esa condición lo hace un punto de encuentro cuando el desconcierto, la pobreza, la falla gigantesca, no permite organizar otro sentido social que aquel marcado por un reconocimiento paternal de las víctimas, y de su gran felicidad perdida en la leyenda.
Los mitos construyeron la historia argentina, como ilustró Borges cuando abrió esos símbolos a sus contemporáneos. Esta tarea la realizaba de modo incesante, mientras otro personaje central, que heredaba la mítica sonrisa de Gardel, reunía estos mitos, los sintetizaba, les extraía la sangre socialista o radical, los inyectaba de falangismo, nacionalismo o pueblo y los hacía circular otra vez. Argentina, que hace más de medio siglo había sido definida como un país con un magnifico futuro por detrás, no logra hoy más que apelar otra vez a los mismos mitos. Uno de ellos es la gran riqueza, aunque ya los recursos naturales no son los que sustentan el crecimiento en la era de la globalización. Tiene a cambio una enorme riqueza humana borboteante, lo que la sociedad del conocimiento y el mercado tecnológico convierten hoy en mercancía, pero ese don privilegiado se desperdicia ahogado en los mitos populares o nacionales o del falso heroísmo empresarial. Quizás no sea casual que pululen los grandes goleadores argentinos en el futbol europeo, pero no puedan formar equipo exitoso en su patria. Es como si los mitos, y sus ritos invisibles, trabaran la acción colectiva, el juego en equipo que precisa toda sociedad para sus proyectos.
© Trópico Absoluto
Fernando Yurman (Paraná, Argentina, 1945) es psicoanalista con experiencia clínica y docente en Argentina y Venezuela. Actualmente reside en Israel. Ha publicado, entre otros: Metapsicología de la sublimación (1992), Lo mudo y lo callado (2000), La temporalidad y el duelo (2003), Psicoanálisis y creación (2002), Sigmund Freud ( 2005), Crónica del anhelo (2005), La identidad suspendida (2008), Fantasmas precursores (2010), y las ficciones La pesquisa final (2008), El legado (2015), y El viajero inmóvil (2016).
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