Diversidad liberal: Entre el wokismo, el marxismo cultural y la reacción ultraconservadora
En los temas relativos al género y la diversidad afectiva-sexual, en las últimas tres décadas encontramos una confrontación ideológica, política y cultural que conforma una de las tantas polarizaciones de la contemporaneidad. Ante el avance de los derechos civiles de las minorías y a las manifestaciones de una corriente como el wokismo, se contrapone una reacción ultraconservadora que apela a odios milenarios y prototípicos. Carlos Colina (Caracas, 1960) abreva del encuentro de las teorías europeas y estadounidenses de los movimientos sociales para caracterizarlos como fenómenos de origen multicausal y de este modo resaltar su diversidad ideológica intrínseca.
En los temas relativos al género y la diversidad afectiva-sexual, en las últimas tres décadas encontramos una confrontación ideológica, política y cultural que conforma una de las tantas polarizaciones de la contemporaneidad. En la mayoría de los casos, las nociones en juego en los debates no son categorías de las ciencias sociales, sino construcciones farragosas e imprecisas de las narrativas en disputa, y en no pocas ocasiones, productos de resemantizaciones. Entre otras, podemos mencionar: «ideología de género», wokismo, marxismo cultural, corrección política y batalla cultural.
Más allá de esta coyuntura histórica, la cultura tradicional arrastra prejuicios, estereotipos y estigmas que se han generado de odios milenarios y prototípicos, y que hacen acto de presencia en nuestros días. No obstante, no todo se reduce a simples predisposiciones aprendidas y emociones heredadas, también encontramos la defensa legítima o simulada de las libertades civiles, en sus distintas acepciones.
Las campañas del odio
Desde hace ya algunos lustros, a nivel global, regional y nacional, se han orquestado y multiplicado campañas mediáticas y digitales en contra del activismo LGBTI y de otros movimientos sociales, aglutinándolos de manera caricaturesca bajo la noción de «ideología de género» y, más recientemente, con la etiqueta de «wokismo». En la década pasada, ejemplos puntuales de las mismas han sido la europea «Stop Gender Ideology» y la ibérica «Con mis hijos no te metas: no a la ideología de género». En América Latina se han empleado eslóganes como #ConMisHijosNoTeMetas, #AMisHijosLosEducoYo o #NoEsBiologíaEsIdeología.
En realidad, el sintagma ideología de género se ha constituido en un marco orientador para la movilización y protestas de la reacción conservadora de variados actores sociales, ante el significativo avance de los derechos civiles de las minorías sexuales y del feminismo, y también, a decir verdad, frente a ciertas tendencias ultraizquierdistas, autoritarias, dogmáticas e irracionales de los movimientos citados.
En América Latina, dentro del esperanzador progreso general en el terreno de la diversidad, en ocasiones, se han logrado imponer limitaciones y retrocesos, de manera reactiva o anticipada; coyuntural o permanentemente.
En general, estas campañas están plagadas de la falacia más simple: la generalización apresurada o indebida, en donde se realiza una caracterización general a partir de casos particulares que, en realidad, sólo conforman una corriente del conjunto. Verbigratia, se critica, con justicia, la noción sobresimplificada de género como sentimiento, con la presuposición tendenciosa de que es generalmente compartida por el feminismo, soslayando sus diversas concepciones en las corrientes actuales del movimiento y en sus distintos momentos históricos. En otros casos, se formulan los cuestionamientos a partir del concepto de género del feminismo culturalista queer de Judith Butler y Paul. B. Preciado, y, sobre todo, de las representaciones sociales que han generado sus obras. Del debate se borra tendenciosamente que existen también otras corrientes como la denominada feminismo transexcluyente y otras más moderadas. Y más aún, las aportaciones de otros autores con estudios científicos y un enfoque integral y biopsicosocial del género, son ignoradas de manera ligera. Generalmente, se reemplaza el reduccionismo culturalista por otro de carácter biologicista, doblemente sesgado, porque prima una hermenéutica religiosa de la «biología».
Efectivamente, sexo y género son diferentes pero no pueden ser separados por completo. El género no es exclusivamente cultural, porque no pueden descartarse elementos biológicos y psicológicos. Inversamente, desde un constructivismo moderado, el sexo es leído e interpretado desde la cultura. Desde el punto de vista antropológico y psicosocial, las identidades se construyen en interacción, diálogo, negociación y contraste con la alteridad. No es un proceso que sea necesariamente armónico y puede implicar tensiones y conflictos.
En cuanto a la sexualidad y al género, no hay simples interruptores binarios sino diales, tal como indican las investigaciones del psicólogo David P. Smith (Kreimer, 15.09.2024) que nos remiten, análogamente, al Informe Kinsey de los años cincuenta, cuando abordaba las orientaciones sexuales. Es verdad que existen dos sexos, preestablecidos por sendos gametos (espermatozoides y ovulos), pero a nivel cerebral, corporal y de la sexualidad en general sí hay un espectro. De hecho, existen individuos fuera de los rangos promedio.
Ahora bien, si definimos el sexo por los genotipos, si bien la gran mayoría de las personas son XX y XY y son heterosexuales, existen numerosas variantes cromosómicas[i] intersexuales que son estadísticamente minoritarias pero que forman parte de la población (1.7%).
Por otra parte, es importante enfatizar que las personas transexuales no actúan por mero capricho, como se suele caricaturizar. La disforia de género tiene raíces psicobiológicas y genera un malestar intenso en las personas que no se identifican con su sexo de nacimiento. En suma, existen diferencias genéticas, epigenéticas y hormonales que afectan a ciertas estructuras del cerebro, sexualizándolo en sentido contrario al sexo genital, colocando al individuo dentro de un espectro dentro de lo masculino y lo femenino.
En líneas generales, para la mayoría de los seres humanos existen masculinidades y feminidades y no una forma exclusiva de ser hombre o mujer. Inclusive, en la psicología de Carl Jung, el Anima y el Animus son arquetipos que representan los aspectos inconscientes del sexo opuesto en la psique respectiva. El Anima es el arquetipo femenino en la psique masculina, mientras que el Animus es el arquetipo masculino en la psique femenina. Este planteamiento incorpora la unidad e interdependencia de los opuestos, característico de ciertas filosofías orientales y, en especial, del taoísmo (Ying/Yang). Esta noción converge con el principio dialógico del paradigma occidental de la complejidad, que ante lo aparentemente excluyente, descubre simultáneamente complementariedad y oposición, y no sólo esta última.
Sin embargo, lo anterior no significa que las categorías de hombre y mujer, sean meras ficciones políticas generadas por el sistema heteronormativo, tal como afirmó Paul B. Preciado. Tampoco podemos decir que los cuerpos son simples textos socialmente construidos. La diferencia sexual no es una mera práctica discursiva, como postuló J. Butler, aunque la categoría de la performatividad logró enriquecer en su momento la comprensión de la dimensión cultural del género. De manera reduccionista, en la izquierda queer impera la monocausalidad sociopolítica (Binetti et al.2021).
En las campañas que nos ocupan aquí, se recurre a los prejuicios homofóbicos tradicionales, y que han conformado estereotipos y estigmas, sin ninguna base científica o con evidencias manipuladas o insuficientes, de un trasfondo religioso integrista. Por ejemplo, para Nicolás Márquez, coautor de un libro icónico de la reacción conservadora en la región, no existe la homosexualidad como tipo humano sino prácticas sodomitas, usando una representación y una noción acientíficas de la sexualidad, anteriores al siglo XIX. Otra noción corriente que retoma este autor, es la del homosexual como perverso o enfermo, que puede curarse, a pesar de que la APA, extrajo la homosexualidad de sus listas de enfermedades en el año 1973 y la OMS hizo otro tanto en el año 1990. Asimismo, la transexualidad tampoco es considerada un trastorno en el manual estadístico diagnostico DSM. En el Libro Negro sobre la Nueva Izquierda, ni Agustín Laje, ni Nicolás Márquez esconden su extremismo ideológico y hablan con desdén del centrismo bienpensante y el libertarianismo funcional.
Desde una concepción particular del derecho, Márquez se opone a los derechos civiles de los gays porque supuestamente contravendrían el «orden natural», y las leyes positivas deberían adecuarse a las leyes naturales. «Hay discriminaciones que no surgen del prejuicio, ni de la ley, ni tampoco de ninguna «construcción cultural» sino de la naturaleza misma» (Márquez, 2016:.139). Indudablemente, la falacia naturalista ocupa su lugar aquí.
En un intento corriente y perverso por forzar la vinculación arbitraria entre homosexualidad y pedofilia, Márquez distorsiona la historiografía del movimiento gay, sobrevalorando uno de sus antecedentes marginales (Sociedad Mattachine) y uno de sus líderes (Harry Hay), a pesar de que la federación mundial diversa ILGA[ii] adoptó una resolución clara y contundente que condenaba la pedofilia en 1990 y expulsó en 1994 a NAMBLA, Vereniging Martijn y Project Thruth, organizaciones minoritarias, relacionadas con ese abominable trastorno de conducta, con 214 votos a favor y 30 en contra. Asimismo, en el año 2006, se publicó en internet un documento intitulado ILGA | Postura pública de ILGA contra la pedofilia y compromiso con la protección de los niños, en el cual enfatiza que «no defiende, y nunca ha defendido, la pedofilia de ninguna manera y forma».
En realidad, si los movimientos son heteróclitos y complejos e integran diversas ideologías, ello no es óbice para que, en estas campañas, se reduzcan a algunas de sus manifestaciones en contextos específicos y a algunas de sus tendencias más radicales y ramplonas; o incluso ausente como el caso anterior. En realidad, algunas críticas explicitadas pueden ser válidas para ciertos sectores minoritarios de los movimientos aludidos, pero nunca para todos. Empero, pesa sobre los movimientos la presencia política y mediática de dichas tendencias equívocas.
Más allá de las sobregeneralizaciones e inducciones erróneas de los discursos de estas campañas, usualmente comparten características con las teorías de la conspiración, tales como la ausencia de justificaciones externistas de sus creencias y la imposibilidad de su falsabilidad científica. Como veremos a continuación, además de esta falencia epistemológica, emplean la falacia de asociación.
Desde los años noventa, autores como como Dale O’Leary (1995) o Michel Schooyans (2000) señalaban la supuesta inspiración generalizada de las ideas feministas y LGBT en el llamado neomarxismo o marxismo cultural. En las campañas actuales, esta es una idea fuerza vigente, según la cual todos los movimientos sociales habrían surgido a partir de una batalla cultural que se generó y planificó desde cenáculos académicos de izquierda marxista y gramsciana, que encontraron en el asunto identitario un relevo de la antigua lucha de clases, a todas luces, fracasada. Simultáneamente, en la misma década de los noventa, no pocos autores y organizaciones, entre ellos el mismo Schooyans, vincularan dichos movimientos con el «liberalismo» y su supuesto «hedonismo». En los dos casos, se puede identificar la falacia de asociación, porque los movimientos sociales tienen un origen multicausal y nunca monocausal, por ende, no pueden reducirse a una o dos de sus corrientes y menos aún, a una planificación consciente (conspiranoica).
Igualmente, se señala su financiación corporativa, nacional y plurinacional, desde una concepción maltusiana o anti-natalista, desde países altamente desarrollados como USA y de organismos como la ONU. En ese sentido, se cita el llamado Informe Kissinger (1974). «El cártel de control de la población utiliza la fuerza y la coerción en los países en desarrollo para impulsar el aborto, la esterilización y el control de la natalidad, así como otros males como la homosexualidad y el transgenerismo» (Clowes et al..2024). En esta línea de ideas, Agustín Laje, politólogo e influencer argentino de utraderecha que se autodefine como paleolibertario, minarquista y abiertamente antifeminista, señala: «Lo que hace la ideología LGBT es precisamente disponer a toda una juventud a la esterilidad».(Gargurevich,G.16.09.24). En esa misma entrevista, Laje se niega a aceptar las familias sin reproducción biológica y cultural.
En lo que se refiere a los eventuales factores catalizadores de los movimientos, no se llega a explicar cómo se produjo, el supuesto acuerdo pragmático entre los neomarxistas y los organismos de inteligencia y cooperación estadounidenses (CIA, USAID) encargados de formular el Memorando de Estudio de Seguridad Nacional (NSSM 2000), nombre oficial del informe citado.
En realidad, en gran parte, los nuevos movimientos sociales tuvieron su origen o su reimpulso en el fenómeno contracultural de los años 60, en sí mismo variopinto y con múltiples influencias, entre ellas, el anarquismo liberal norteamericano, el culturalismo estadounidense, la izquierda marxista frankfurtiana y el existencialismo sartreano de origen europeo. Es decir, desde entonces y hasta nuestros días, en estos movimientos confluyen distintas orientaciones ideológicas y son el producto de numerosos factores, como todos los fenómenos sociales complejos. Inclusive, en cuanto a sus antecedentes, el activismo gay hunde sus raíces en el lejano siglo XIX y comienzos del siglo XX, con la labor de científicos alemanes y británicos que cimentaron sus reclamos en la ciencia médica o la jurisprudencia, a saber: Magnus Hirschfeld (médico y sexólogo), Richard von Krafft-Ebing (médico, sexólogo y neurólogo), Karl Heinrich Ulrichs (jurista), Henry Havelock Ellis (médico y sexólogo) y, finalmente, Edward Carpenter (humanista y laborista), el único de este grupo de pioneros que se inclinó hacia lo ideológico.
La «ideología de género»
Desde mediados de los años 90, se comenzó a hablar de la «ideología de género», que es, paradójicamente, un constructo ideológico simplificador, surgido con posterioridad a la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (CIPD), celebrada en El Cairo en 1994, y a la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing en 1995, cuya declaración y plataforma de acción fue suscrita unánimemente por 187 países. «La conferencia de Beijing se basó en los acuerdos políticos alcanzados en las tres conferencias mundiales sobre la mujer celebradas anteriormente y consolidó cinco decenios de avances jurídicos dirigidos a garantizar la igualdad de las mujeres y los hombres tanto en las leyes como en la práctica» (ONU MUJERES, s/f). Los objetivos de la primera conferencia referida se centraron en el «empoderamiento» de la mujer[iii] y en los derechos sexuales y reproductivos.
Pues bien, a la sazón, encontramos una reacción neoconservadora en América Latina, que en la década pasada de este siglo, se consolidó como un activismo específico que aglutina colectivos y actores sociales diversos. Desde entonces, en la práctica, la noción de «ideología de género» ha terminado configurando discursos que incentivan la movilización política, atizando el pánico moral, con distintos niveles de planificación y organización, pero siempre en contra de los derechos sexuales y reproductivos. Este activismo neoconservador de extrema derecha ha tenido como meta impactar a la esfera pública y a las instituciones sociales y para ello no ha excluido la desinformación, las ediciones y los montajes. Las alteridades sexuales se vinculan, en primer lugar, a lo antinatural o contranatura, pero sobre la base de una apelación a una pseudobiología; en segundo lugar, a lo ideológico, pero usando, paradójicamente, una ideología confesional; y, en tercer lugar, a un mal que constituye una amenaza existencial, porque supuestamente destruirían a la sociedad, la familia, la vida y la especie. El término aludido ha sido utilizado con profusión para intentar vincular las banderas de la diversidad con la corrupción de la infancia, equiparando educación sexual con «adoctrinamiento» de los niños.
Entre los principales actores del activismo neoconservador de los noventa, encontramos a la extrema derecha y a sectores con diferentes grados de vinculación con el catolicismo. Prematuramente, en el libro Who Stole feminism (1994) de la filósofa conservadora Christina Hoff Sommers, aparecen rudimentos de la noción en cuestión. Igualmente, en ese mismo año, en el boletín Escoge la Vida, publicado por la ONG estadounidense Vida Humana Internacional (noviembre,1994), se hablaba del género como ideología hedonista. La frase «ideología de género» aparecerá posteriormente, en un prólogo del cardenal Joseph Ratzinger del libro L’évangile face au désordre mondial, del sacerdote belga Michel Schooyans (1997), vinculándola a una conspiración global. No obstante, en tiempos recientes, el tristemente finado Papa Francisco impulsó una ruptura con la tradición conservadora de su institución, apoyando las uniones civiles LGBT, con sus respectivas bendiciones. Igualmente, señaló que «ser homosexual no es un crimen» (2023). La posición de la máxima jerarquía del Vaticano demostró que la relación entre el cristianismo, el catolicismo y los derechos de la diversidad puede ser dialógica.
En América Latina, las organizaciones evangélicas pentecostales y neopentecostales han promovido el marco de ideas conservadoras aludidas, mediante la participación electoral y la presión legislativa. Dicho sea de paso y reconociendo, en primer lugar, el singular aporte de las distintas confesiones en variados ámbitos sociales, hemos de decir que la laicidad del Estado es el logro ilustrado de la modernidad que ha garantizado las libertades en las sociedades occidentales, incluida la libertad de culto. Adicionalmente, en la perentoria construcción de una ética laica, el aporte que pueden ofrecer las distintas confesiones es fundamental.
En el caso actual de la denominada derecha alternativa de USA, la arremetida homófobica y transfóbica ha tenido también un carácter autoritario. En efecto, desde el mismo discurso inaugural de Trump, se decretó la existencia exclusiva de dos géneros, y posteriormente se ha confeccionado una lista de palabras prohibidas, relacionadas con la DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) y el cambio climático. Este sector político ha logrado normalizar sus actitudes y a todo esto, suscribe ciertas políticas ultraconservadoras del Programa 2025 de la Fundación Heritage. En general, este tipo de populismo autoritario ha adelantado sus acciones desde la oposición política o en el poder, desde los regímenes iliberales que han conformado en distintas naciones.
El wokismo estadounidense
Woke es una forma del verbo «wake» (despertar) en pasado simple, y que ha sido exportado globalmente como anglicismo estadounidense. El origen del uso político del término Woke se ubica hace muchas décadas para aludir a la conciencia y al estado de alerta ante la discriminación y los prejuicios sufridos por la comunidad afroestadounidense. Con sentido antirracista, la expresión «stay woke» fue usada por el cantante de blues Lead Belly en la canción Scottsboro Boys en el año 1938. Posteriormente, con una significación análoga, en el año 1962, será usada por el novelista William Melvin Kelley en su artículo para el New York Times; If You’re Woke You Dig It. («Si estás despierto lo entenderás»). Asimismo, en el año 1965, Martin Luther King Jr. dio un discurso llamado: «Remaining awake through a great revolution».
A raíz de los asesinatos de Trayvon Martinen en Sanford, Florida (2012), Eric Garner, en la ciudad de la ciudad de New York (2014) y de Michael Brown en Ferguson, Misuri (2014), el término woke resurgió al ser popularizado por activistas del movimiento Black Lives Matter (BLM). Posteriormente, el término se vinculó con otras políticas identitarias e inclusivas, como el feminismo, el activismo LGBTI, y el ecologismo. En palabras de sus seguidores, agrupa; «todo movimiento político cuyo objetivo sea desvelar y acabar con cualquier injusticia sistémica» (Caro, 2022). En 1917 es incorporado por el Diccionario de Oxford. Ese mismo año se inicia el movimiento #MeToo, para llamar la atención sobre la magnitud del acoso sexual, a raíz de las acusaciones contra el productor Harvey Weinstein.
Al comenzar nuestra década, ciertos sectores conservadores y de extrema derecha habían logrado ya la resemantización negativa del término, usándolo como sinónimo de progre, también resignificado con un sentido peyorativo. En definitiva, woke pasó de la autoidentificación panfletaria al mero insulto. En la agenda política de EEUU, woke se asocia a las políticas DEI (Diversidad, equidad e inclusión) de los demócratas, con la clara oposición republicana. Por cierto, Felipe González (2025) ha señalado lúcidamente que, en general, cierto progresismo y algunas políticas identitarias, han sido funcionales con la derecha reaccionaria que se les contrapone.
En realidad, «ideología de género» y woke no son términos académicos sino nociones que han surgido al fragor de una batalla político-cultural y, por ende, se caracterizan por su vaguedad e imprecisión. Según la narrativa ubicada en la acera contraria, la «batalla cultural» habría sido iniciada por el «marxismo cultural», desde la década de los años sesenta y de la mano de la Escuela de Frankfurt, especialmente de Herbert Marcuse. Posteriormente, se nutrió del postmarxismo, cuyos autores más representativos son Foucault, Lacan, Laclau y Mouffé. Estos dos últimos son neogramscianos y rescatan la necesidad de la hegemonía cultural del filósofo italiano. Se señala también asimismo al posmodernismo derridiano. Los autores y grupos afines al «marxismo cultural» se adscriben de modo explícito a la democracia, pero sus tesis tendrán la deriva autoritaria propia del dogma dicotómico originario. El sujeto «revolucionario» pasa a estar conformando por los grupos identitarios, en relevo del impasible «proletariado». En un ejercicio de extrema simplificación, según la narrativa mencionada, este sería el origen de todos los movimientos sociales y ellos estarían conformando la adecuada respuesta ad hoc. El denominado marxismo cultural suele vincularse originalmente a la academia universitaria estadounidense y ha tenido el apoyo de organismos estatales y paraestatales.
En efecto, tanto el wokismo «neomarxista» como las posturas opuestas, suelen desdeñar de los criterios de evidencia empírica en pos de postulados ideológicos simplificadores. Probablemente, el llamado marxismo cultural sea el origen de las tendencias marxistas o wokistas de los movimientos sociales, pero nunca de todas sus corrientes.
En la década pasada y hasta nuestros días, distintas empresas y medios de comunicación globales y estadounidenses han hecho gala de apertura a los justos reclamos del activismo, incorporando la temática de la diversidad con aciertos y desaciertos, entre los cuales encontramos el uso de un sinnúmero de clisés, la banalización y una renovada estereotipación. Por cierto, algunas empresas que participaron en el denominado woke washing, no estuvieron exentas de boicoteo y ataques: Get woke, go broke (literalmente «si te haces woke, te vas a arruinar»). Ante el nuevo contexto político, no pocas compañías han retirado la temática de manera oportunista.
En suma, lo woke alude a una tendencia presente en los últimos años en los movimientos sociales y a su manipulación por parte de las políticas identitarias de izquierda, fundamentadas en numerosas simplificaciones ideológicas. Se caracteriza por un dogmatismo cuasi religioso que ha coadyuvado al surgimiento de la denominada cultura de la cancelación, que sobre la base de lo políticamente correcto ha impuesto la censura y ha incluido casos de online shaming (humillación online). Igualmente, en nombre de la imprescindible tolerancia y respeto, termina imponiendo una intolerancia punitiva, que se focaliza en «victimarios» individuales y no en las causas socioculturales de las situaciones de injusticia, aunque en algunos casos, ese enfoque sea válido (V.g. violencia sexual). Peligrosamente, el otro omnipotente e institucionalizado es convertido en enemigo, ora blanco, ora hombre, ora heterosexual….
El término corrección política, proviene del original británico «political correctness» y se utiliza para describir las políticas y las medidas en torno al lenguaje supuestamente destinadas a evitar ofender o poner en desventaja a determinados grupos sociales. Esto puede implicar el uso de «pronombres inclusivos», evitar generalizaciones basadas en el género, o reemplazar términos considerados despectivos por alternativas más neutrales y respetuosas. Es una noción que surgió en los debates culturales de las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado y remitía a un esfuerzo por evitar formas de expresión que pudieran reforzar prejuicios o desigualdades. A la postre, como políticas realmente existentes, ha generado una normatividad autoritaria y excluyente.
Para el filósofo español Antonio Escohotado (2023), este buenismo no es más que el viejo autoritarismo, en una mezcla de «marxismo contrariado», posverdad y acondicionamiento pavloviano. De hecho, los parámetros impuestos por la corrección política y por la DEI (diversidad, equidad e inclusión) generaron censura y autocensura en las universidades estadounidenses. Para Doris Filipovic (2024), en el terreno del entretenimiento audiovisual y en el arte, puede afectar la libertad creativa y la calidad del contenido, y «puede resultar en una lección moral que nadie desea y que arruina la experiencia de la obra que se presencia». Como paroxismo de la arbitrariedad, del absurdo y del anacronismo, encontramos las potenciales o efectivas revisiones de obras artísticas del pasado o de ciertos íconos históricos con estos criterios. Es una suerte de resurgimiento del terrible y pernicioso «realismo socialista».
Otra característica del wokismo es el victimismo, en donde las víctimas reales o construidas, pretenden ser portadoras de la mayor autoridad epistémica y moral. Desde un punto de vista ético, podemos decir que prima un emotivismo hipertrofiado (Duval et al.2023), con un moralismo como subproducto, al cual distintos autores le imputan diversos orígenes. Ahora bien, no es inusual que la legítima crítica de este moralismo se haga desde otro, aunque sea implícito o solapado.
En general, entenderemos por victimismo, la manipulación y simplificación de situaciones de coerción e injusticia, más no la negación de la existencia de dichos fenómenos, aunque también es verdad que, en algunos casos, podemos encontrar su creación artificiosa.
Los referentes empíricos y teóricos más importantes del wokismo aluden al contexto concreto estadounidense, aunque haya tenido un impacto global, si bien desigual. Generalmente, sostiene una visión sesgadamente peyorativa del «capitalismo» y de «Occidente», soslayando que sólo en las democracias occidentales hemos constatado significativos progresos en las iniquidades sociales y culturales. El wokismo se nutre ideológicamente de planteamientos neomarxistas y postulados del pensamiento posmoderno, que han logrado su difusión y apoyo en la academia y el Estado. La deriva autoritaria tiene que ver con sus raíces ideológicas marxistas pero también con la dinámica polarizadora y segmentadora de las redes sociales.
La noción de interseccionalidad, acuñada por la académica y activista afroamericana Kimberlé Crenshaw (1989), repotenció la supuesta omnipresencia de las «opresiones» en el seno del «capitalismo», al acumularlas y concentrarlas en una sola persona, en una suerte de «clímax» de la «dominación». A raíz de las desigualdades generadas dentro de cada cajón de identidad, a saber; el género, la raza, la etnia, la orientación sexual, la discapacidad y la ubicación geográfica, un mismo individuo puede experimentar múltiples discriminaciones. Como para mencionar el contraejemplo del maravilloso Barry White. Negro, obeso, ex convicto…
A esta cosmovisión de opresiones apocalípticas, con implicaciones psicológicas paralizantes, le ha seguido la conformación de una imagen espejo de la «opresión» y la re-construcción artificiosa de identidades como «hombre heterosexual cisgénero», y «hombre blanco», inclusive allí donde el mestizaje las había borrado o desdibujado. Y a la re-utilización del criterio de «raza», en un racismo inverso que ignora los hallazgos de la antropología.
Aproximaciones a los movimientos sociales
El fenómeno de los movimientos sociales es un campo problemático dentro de las ciencias sociales, debido a la heterogeneidad que los integra y a la disparidad de metas que los impulsan. Existe una pluralidad teórica en su abordaje y el mismo término ha adquirido un carácter polisémico. Sin embargo, ha existido cierto consenso en que fortalecen el espacio público y revitalizan la sociedad civil. «Un movimiento social es un sistema de narraciones, al mismo tiempo que un sistema de registros culturales, explicaciones y prescripciones de cómo determinados conflictos son expresados socialmente y de cómo y a través de qué medios la sociedad ha de ser reformada» (Ibarra y Tejerina, 1998: 12, citados por Santamarina, 2008:113-114).
Los nuevos movimientos sociales surgen en la segunda mitad del siglo XX, en el contexto de la sociedad posindustrial, posmoderna y en proceso de globalización. En general, concentran sus esfuerzos en los derechos civiles y en la dimensión cultural, convivial, comunicativa, subjetiva de la vida cotidiana de la gente, con movilizaciones que suelen ser pacíficas y de desobediencia civil. Sus organizaciones son reticulares, laxas y difusas y propician asociaciones múltiples, solidaridad, desarrollo personal, autonomía e identidad. La importancia que han adquirido y los espacios conquistados en la sociedad contemporánea revelan la crisis de legitimidad de los partidos políticos y de las formas tradicionales de participación política.
Las tradiciones teóricas convencionales se han mostrado insuficientes para explicar estos nuevos movimientos, radicalmente diferentes de sus homólogos clásicos. A la larga, su comprensión debe revisar críticamente todo el legado teórico sectorial y continuar la integración que se inició en los años ochenta del siglo pasado, entre la teoría europea de los nuevos movimientos sociales[iv] y la teoría estadounidense de movilización de recursos, porque si bien, sus fines no son estrictamente económicos y políticos, la participación de los actores en estas acciones colectivas no ha estado siempre exenta de cálculos racionales de costo/beneficio en la búsqueda de oportunidades políticas y recursos externos. Igualmente, además de los procesos comunicacionales e identitarios colectivos, no podemos soslayar la dimensión instrumental de la acción social. Más que de planteamientos opuestos, entre europeos y estadounidenses, encontramos la focalización en dimensiones diferentes del mismo fenómeno. Ambas corrientes poseen aportes y fisuras.
En efecto, a finales de los años ochenta surgen nuevas corrientes con la confluencia teórica aludida, a saber: análisis de marcos (framing process), estructura de oportunidad política (EOP) y redes (network). En los modelos de marcos de referencia, la cultura tiene un papel crucial como factor explicativo y los movimientos tienden a transformarse en universos en sí mismos, tipificados por sus identidades colectivas y sus propias ideologías.
En nuestro siglo, los movimientos sociales contemporáneos han aprovechado la potencialidad democrática y ciudadana de las redes sociales, facilitando sus comunicaciones, la coordinación y la movilización colectiva, incluso en lugares ubicados más allá del ámbito occidental, tales como la Primavera Árabe y la «Revolución del Azafrán» en Myanmar. Estas expresiones de los movimientos están vinculadas a la conformación rizomática de la sociedad red y al surgimiento de un nuevo espacio de carácter glocal (global y urbano) y nacional, con metas que también son tridimensionales (Castells, 2014). El activismo se despliega en el espacio urbano pero también en la red de redes. El ciberactivismo ha empleado diversos recursos simbólicos en sus narrativas, entre ellos, los hashtag (#) para etiquetar los mensajes y lograr que se conviertan en tendencia, al igual que el uso de diversas imágenes. Las temáticas pueden ser muy específicas y focalizadas (Vg.#BlackLivesMatter, #MeToo). En la actualidad, su interés está generalmente fragmentado y centrado en el intento de solución de problemas concretos de algunos sectores sociales.
Para Manuel Castells, la fuerza de los novísimos movimientos sociales reside en su ambiguedad organizativa y en su enraizamiento en las emociones individuales y colectivas. Inicialmente, ciertas imágenes de abuso y violencia, desencadenan la indignación y el germen del movimiento. En momentos de baja en el plano territorial o digital, pueden resurgir ante una nueva reacción emocional. En retrospectiva, y en eso llevamos ventaja, pensamos contrariamente que este puede haber sido un factor de debilidad y del carácter transitorio de algunos de ellos.
Cabría reconsiderar si no cabe ya una reconceptualización en esta área de estudio de manera que se puedan incluir movimientos sociales o tendencias dentro de los mismos que impulsan acciones anti-democráticas o que intentan contrarrestar la amplificación de los derechos civiles, tales como los neonazis y, más recientemente, la manosfera digital, misógina y machista. ¿No son acaso sociales? ¿No están ya incluidas las corrientes marxistas de derivas totalitarias y el «movimiento Occupy»? A lo mejor así avanzamos en la comprensión de los fenómenos transversales implicados, y logramos fortalecer los movimientos democráticos y el necesario reimpulso de los derechos humanos. De la definición clásica resulta crucial rescatar y reimpulsar su carácter autónomo, ya que su parcial cooptación por parte de partidos políticos y corporaciones privadas puede haber coadyuvado a ciertos desaciertos y desvaríos.
Demasiado diversos
En general, el activismo LGBTI ha tenido aciertos de singular importancia, como el logro del matrimonio igualitario en el 19.6% de los países de la ONU, la adopción homoparental y la procreación asistida o subrogada, reconociéndose así nuevos tipos de familias. De hecho, en muchos países, adentro o fuera de los barrios gays, se han «normalizado» nuestros estilos de vida. Igualmente significativa, ha sido la lucha por el reconocimiento de los derechos civiles de las personas trans, que sufren en carne propia las peores discriminaciones. Ellas merecen, como todos, dignidad y respeto.
No obstante, desde hace tiempo, se ha observado un agotamiento de las políticas de identidad, que si bien tuvieron un sentido en un momento dado, porque lograron congregar y movilizar a la comunidad LGBTI, a la postre han resultado harto divisorias. Así pues, hace falta dar el salto hacia otra etapa que conjugue esas identidades diferenciadas con la ciudadanía integral, de tal manera que se nos reivindique como personas, sin más, con derechos humanos indivisibles e indisolubles. Quizá, en concordancia con los procesos psicosociales corrientes, la política no puede ignorar los procesos identitarios y, efectivamente, el nacionalismo también lo es. Sin embargo, podríamos reivindicar la fluidez, el dinamismo y la multiplicidad de las identidades y eludir todo esencialismo. «¿Por qué no escoger identidades fructíferas, que nos llenen de vida, que propicien la comunicación y el intercambio? Identidades mestizas, orgullosas de sí, en lugar de las resentidas, encerradas en sí mismas, de las que necesitan señalar con el dedo a los demás…» (Quintana en Duval et. al. 2023:39).
La profusión de identidades y sub-identidades de orientación sexual e identidad de género ha sido un problema irracional nada baladí, que se ha reflejado en el crecimiento indetenible de las siglas. El no-binarismo es un planteamiento binario al esencializar las categorías de hombre y mujer y establecer un nuevo binarismo: binario/no binario. Si para cada variante necesitáramos una etiqueta, a lo mejor, requeriríamos ocho mil millones, porque todos los seres humanos somos diferentes y no binarios, en alguna medida y matiz. ¿No cabe re-crear una categoría única para todas las variaciones de género, recogiendo parcialmente la ya lejana visión del «tercer género (sexo)» de Karl Heinrich Ulrichs, plasmada legislativamente en India y Nepal y reconocida en ciertas culturas como la zapoteca? Además de las muxes mexicanas, cabe recordar que, tradicionalmente, las hijras han ocupado un lugar importante en la cultura y mitología hindú.
Ciertamente, hemos de asumir de una vez por todas la paradoja antropológica de la igualdad y la diferencia, lo cual nos impediría seguir por este camino segmentador y eludir también el igualitarismo colectivista y populista. Hay un sustrato básico de dignidad y valor que nos iguala a todos los seres humanos, dentro de las diferencias que nos constituyen. En este sentido, las políticas de inclusión deben propiciar la equidad, es decir, la igualdad de oportunidades pero que «no cabe aspirar a la igualdad de resultados» (Peterson, 2020).
A la etiquetación ad infinitum no pocas veces ha seguido la victimización con la rúbrica de vulnerables que socava la autonomía y simula ignorar la complejidad humana. A estas alturas ya sabemos que, en ocasiones, las víctimas pueden ser, en potencia, victimarios disfrazados.
En el activismo queer, la reivindicación del denominado lenguaje inclusivo ha sido desde el punto de vista reivindicativo, además de errático, trivial. ¿Cómo pretender modificar y maltratar semántica y sintácticamente nuestro lenguaje con esos absurdos es, elles y les, en aras de una visibilidad nominal? Ahora bien, su pretendida prescripción legislativa no es banal, sino potencialmente totalitaria, maridada con esa tendencia de la hegemonía gramsciana. Por otra parte, desde el punto de vista inclusivo, el nominalismo es meramente superficial y se aleja de la raíz de los problemas sociales.
A todas luces, la censura y la invisibilidad tradicional de la diversidad es discriminatoria, pero el excesivo énfasis identitario también coadyuva a la estigmatización. Aún queda mucho por hacer en muchísimos países, así que las políticas identitarias tendrán algún lugar, pero deben reconsiderarse en otros términos más flexibles y abiertos.
En ocasiones, en los enfoques también hemos fallado al suscribir un culturalismo ciego a la biología. Los seres humanos somos seres complejos: biológicos, psicológicos, culturales, sociales y espirituales; y nosotros no somos la excepción. El culturalismo es simplificante[v] y reduccionista, a pesar de que se enmascare en discursos seductores. En este sentido, cabe rescatar los aportes de Butler y de la teoría queer para la dimensión performativa y cultural del género y del sexo, sin olvidar la dimensión biológica. Asimismo, hemos de distanciarnos del subjetivismo pueril y del relativismo de Paul B. Preciado y afines. Cualquier reduccionismo es limitante. Ni el conservadurismo rígidamente binario que remite a una biología tamizada por la religión, ni el culturalismo producto de un constructivismo radical queer[vi] son válidos. En efecto, existe también un constructivismo moderado.
De cualquier modo, la biología no puede ser, sin más añadido, el reducto del conservadurismo cuando se ha evidenciado la presencia de la homosexualidad y la transexualidad en numerosas especies animales, y el hermafroditismo es un fenómeno corriente en el área botánica. En el primer caso, se ha llegado a identificar el valor adaptativo de la homosexualidad en la supervivencia de ciertas especies dentro del largo proceso evolutivo. En el plano de lo humano, somos una minoría estadística y no dejaremos de serlo.
Diversidad liberal
Ciertamente, los movimientos sociales en general y el activismo LGBTI en particular, son ideológicamente plurales y deben seguir siéndolo, pero debemos apuntalar la orientación de centro-liberal, ora de derechas, ora de izquierdas, ya que es la única que garantiza una verdadera democracia. Un liberalismo económico que reconozca la importancia e imprescindibilidad del mercado para la generación de riquezas y la innovación, pero también que promueva las libertades en otras dimensiones humanas. El liberalismo es esencialmente cónsono con la libre elección de nuestros planes de vida.
En efecto, los movimientos sociales han podido crecer y desarrollarse como producto de la progresiva ampliación de libertades y derechos dentro de las democracias liberales occidentales. Por ejemplo, el Informe Wolfenden, publicado el 4 de septiembre del año 1957 en el Reino Unido, abrió el camino para la despenalización posterior de la homosexualidad, bajo el gobierno de Wilson (1966-1970), sobre la base de principios liberales. Por otra parte, la primera ola feminista, ubicada entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, era plenamente liberal y como tal, reivindicaba iguales libertades, la plena ciudadanía y los derechos concomitantes; políticos, civiles y sociales. Desde la década de los años sesenta, los logros de los movimientos de derechos civiles en USA, solo fueron posibles en un ordenamiento jurídico-institucional, liberal y democrático.
Indudablemente, la arremetida homófoba actual proviene de los denominados regímenes iliberales y de una extrema derecha conservadora que, según George Harley (2025), aprovecha el uso de las redes sociales para acceder a grandes públicos. No obstante, en general, la tendencia a vulnerar los derechos ciudadanos ha sido característica de los totalitarismos y autoritarismos, independientemente de su orientación ideológica. La homofobia tiene raigambre en la cultura tradicional, es decir, no puede imputarse especialmente a ninguna ideología específica. Incluso muchos «liberales» y socialdemócratas latinoamericanos no dejan de ser claramente homófobos a pesar de la apertura de dichas corrientes a estos temas en los países desarrollados[vii]. Igualmente, la politización de la homofobia se ha desplegado en cualquier dirección ideológica. La entrada de Wikipedia que habla de una supuesta «homofobia liberal» y que la relaciona con el closet, obvia indebidamente que el armario es expresión de una homofobia cultural. Ni que decir de la estulticia izquierdista que habla del «patriarcado capitalista», cuando puede rastrearse remotamente hasta la tradición greco-romana.
En muchos países comunistas se relacionaba la homosexualidad como una «decadencia burguesa». De hecho, sus autores deificados, Marxs y Engels, la condenaron contundentemente. En la Unión Soviética, el nuevo código penal del año 1934, penó la homosexualidad en su artículo 121 con al menos cinco años de confinamiento en los Gulags. Durante el estalinismo, dicha orientación sexual no conciliaba con el hombre nuevo: virtuoso y viril. En China, la homosexualidad fue despenalizada apenas en el año 1997. Importantes representantes del socialismo del siglo XXI han mantenido posiciones adversas al tema LGBT, como Evo Morales (Bolivia) y Rafael Correa (Ecuador). En la legislación internacional comparada, Venezuela se ubica entre los países más atrasados, en donde la homofobia de estado es innegable.
Fidel Castro Rus, admitió responsabilidades por la persecución de homosexuales en Cuba durante la primera década de la revolución, en donde gays, sacerdotes católicos y otros «contrarrevolucionarios» eran enviados a campos de trabajo para su rehabilitación (UMAP). Desde el año 1959, en el campo de concentración en la Península de Guanacahabibes, los homosexuales eran sometidos a castigos y vejámenes. En los años 80, el Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) usó códigos morales fundamentalistas que implicaron la penalización y ejecución de homosexuales.
La defensa de la diversidad se relaciona de manera intrínseca con las libertades democráticas, por ende, implica nuestra asdcripción al liberalismo ético, es decir, la primacía ineludible de los derechos individuales sobre otro tipo de garantías (derechos sociales y culturales), mientras no se afecte a terceros. En concordancia con el primer principio rawlsiano de justicia, el Estado tendría que abstenerse de intervenir en privilegiar un plan de vida en específico. Desde una perspectiva laica liberal «en muchas sociedades actuales, entre los diversos planes de vida, son empleados y aceptados modos alternativos de procreación y formatos de familia distintos al de la pareja heterosexual con unión matrimonial formal» (Vázquez,2019: 130). Un Estado liberal debe garantizar igualdad de ciudadanía para todos, en deberes y derechos, igualdad ante la ley, consideración y respeto.
Ciertos valores resultan de singular peso para el liberalismo. Por una parte, el pluralismo que garantiza la diversidad de opciones para ejercer el poder de elegir. En ese sentido, el surgimiento de nuevas modalidades de familia enriquece las alternativas vitales. Por otra parte, el valor de la tolerancia y el respeto, en el reconocimiento de las diferencias de una alteridad con igual dignidad y autonomía. Esta última es central dentro del pensamiento liberal. Ahora bien, resulta crucial la identificación de situaciones coercitivas que obturan su desarrollo, pero desde perspectivas alejadas y distanciadas de las ideologías conflictivistas y sus nociones simplificantes del poder y la dominación, que conllevan a la victimización y a la dependencia. Asimismo, cabe rescatar el valor de la solidaridad como elemento constituyente de la justicia y garantía de la equidad e igualdad de oportunidades.
El Estado no puede mantenerse aséptico ante la situación de los grupos discriminados. La libertad como no interferencia estatal debe ser complementada como libertad como no coerción[viii], propia del republicanismo. En ocasiones, una intervención estatal mínima y transitoria es plenamente justificada para que la igualdad formal se transforme en una igualdad sustantiva. Esta ampliación del concepto de autonomía y libertad abrevó de la crítica feminista a la distinción liberal clásica entre lo público y lo privado, y el rígido coto a la acción estatal legítima. Como contraejemplo, se señala la impunidad que tendría la violencia intra-familiar y el abuso infantil.
En suma, los movimientos sociales en general y el activismo gay en particular no pueden reducirse al wokismo, que constituye solo una de sus tendencias, por cierto, circunscrita a sectores y contextos sociohistóricos específicos. No obstante, ciertos errores evidentes del activismo reclaman una autoevaluación interna, democrática y crítica, con la idea de consolidar y generalizar los logros obtenidos, obviar lo trivial y descartar cualquier desvío autoritario. En la definición de estrategias y políticas, es necesario recuperar la autonomía originaria frente a los organismos estatales y supranacionales. En definitiva, son tareas urgentes, porque a nivel global, en este campo, como en otros, se ha demostrado que los derechos civiles, no se adquieren de una vez y para siempre, sino que deben ser defendidos permanentemente.
©Trópico Absoluto
Notas
[i] La diferenciación sexual genital ocurre entre la séptima y la duodécima semana de gestación, mientras la diferenciación sexual del cerebro se prolonga desde el periodo prenatal hasta el periodo postnatal y a veces estos procesos no coinciden. El periodo prenatal es crítico y sensible a la influencia de las hormonas sexuales.
[ii] ILGA: Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex.. Es una federación mundial de organizaciones que abogan por los derechos humanos de las personas LGBTI, fundada en 1978. Posee un estatuto consultivo en el Consejo ECOSOC de la ONU.
[iii] El poder nunca se ubica exclusivamente en un polo de la relación. Sin que ello implique negar las asimetrías del patriarcado, ante el sentido común en boga, Gilles Lipovetsky plantea que, en ocasiones, la mujer encontró en el hogar un espacio de autonomía y «empoderamiento».
[iv] Alain Touraine (1984, 1990), Jürgen Habermas (1981), Claus Offe (1985) y Alberto Melucci (1989, 1994, 1996 y 1999).
[v] Fundamentada en estudios científicos, la filósofa argentina Roxana Kreimer (2019) señala que en ocasiones los estereotipos de género han sido consecuencias y no causas. La autora habla de preferencias que se basan parcialmente en predisposiciones biológicas y no de capacidades. Hombres y mujeres son más parecidos que diferentes pero han tenido estrategias adaptativas distintas en el proceso evolutivo En promedio los hombres prefieren las actividades que implican abstracción u objetos y tecnologías. Las mujeres por el contrario se inclinan por la cercanía humana, la empatía y el cuidado. Esto se traduce en las profesiones preferidas por ambos géneros, en términos promedio. Empíricamente encontramos la paradoja de la igualdad: en aquellos países con mayor igualdad de género (naciones escandinavas) se han manifestado los mayores niveles de desigualdad en la personalidad y las preferencias de los géneros. En algunos casos, la distribución por ocupaciones y profesiones, atribuidos al sexismo por el feminismo dominante, ha tenido como influjo decisivo a la biología en interacción con la cultura.
[vi] En el culturalismo feminista resuena el influjo de Simone de Beauvoir y su lema: la mujer no nace, se hace.
[vii] Según Anthony Giddens, la socialdemocracia renovada es abierta a los distintos estilos de vida y hace más hincapié en la libertad como autonomía, en un nuevo equilibrio entre responsabilidades individuales y colectivas. En esta dirección, ningún derecho esta carente de alguna obligación o responsabilidad.
[viii] Se refiere a la ausencia de una voluntad arbitraria capaz de interferir en las decisiones y acciones de un individuo, debido a relaciones asimétricas.
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Carlos Colina (Caracas, 1960), estudió sociología en la Universidad Central de Venezuela. Especialista en comunicología en la Universidad Complutense de Madrid. Profesor Titular de la UCV e investigador del ININCO (1993-2018). Catedrático de Teoría de la Comunicación. Orden José María Vargas. Posee una amplia obra ensayística con cinco decenas de artículos en revistas especializadas y arbitradas. Entre sus veinte y un libros en calidad de autor, coautor y editor encontramos dos premios nacionales del CENAL: por Ciudades Mediáticas (Caracas: UCV, 2005) y mención honorífica por Mediaciones digitales y globalización (Caracas: UCV,2003). Además ha publicado: Sabanagay. Disidencia y diversidad sexual en la ciudad (Caracas: Alfa, 2009), Arcoiris Mediático. Comunicación, género y diversidad sexual (Madrid, 2011), e Hipercomunicacion. Cyborgs, Inteligencia artificial y metaverso (Caracas: Abediciones-UCAB,2024).
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