Después de la fiesta: Así nos disciplina la comunidad
En este artículo Sandra Caula invita a reflexionar sobre el silencio y la complicidad social en torno a las dinámicas de abuso y protección de los grupos sociales. A través de la serie "After the Party" (2023), se muestra cómo las estructuras de reconocimiento y la conservación del orden social dificultan afrontar la verdad, revelando una realidad donde la limpieza moral se impone a costa de invisibilizar el sufrimiento. Una lectura que desafía nuestras percepciones de justicia, solidaridad y el costo del silencio.
El silencio es una forma activa de disciplina social. No es que las sociedades «fallen» al proteger a las víctimas, es que en obviarlas hay una economía comprensible. El dilema es verdadero. ¿Cuál es el riesgo de criticar nuestras formas de vida? Si las víctimas no somos nosotros, o si no son importantes, ¿no es mejor ignorar lo que nos desacredita?
Ese es el tema de After the Party (2023), la serie neozelandesa que tras causar impacto en la crítica anglosajona puede verse dese julio en Filmin. Pero no de un tirón. Entre capítulos, en medio de ellos, hay que parar para recuperar el aliento, o para empinarse un whisky. La crearon Robyn Malcolm y Dianne Taylor y la protagonizan Peter Mullan y la propia Malcolm (a quienes ya vimos juntos en Top of the Lake, de Jane Campion).
Comienza como un thriller psicológico sobre una acusación de abuso. Pero como en toda historia de abuso, el asunto no se reduce a si el hecho es verdad o si es mentira. En el desarrollo veremos el catálogo escalofriante de los castigos que se aplican a quien intenta desmontar las estructuras de reconocimiento familiar y social. La letra con sangre entra.
El título es una ironía. Dos fiestas que terminan mal desencadenan la acción y su desenlace. Entre ambas hay cinco años de lamentos y acomodos al suceso (aunque no todos lamenten lo mismo ni se acomoden del mismo modo). Pero hay otro «después» más inquietante, cuando la audiencia apaga el aparato y tiene que reconocer hasta dónde podría llegar para conservar eso que tanto aprecia: tener la fiesta en paz.
En el primer capítulo, el regreso de Phil desde Escocia hace que se tambalee la estabilidad precaria que ha alcanzado Penny, su exmujer, tras una denuncia fallida. Su presencia activa en ella lo que parece una obsesión de venganza. Para su sorpresa, la familia, los amigos, los colegas y hasta ¿las víctimas? se alegran del regreso del acusado.
Las interrogaciones se deben a que el daño, si lo hubiera, recae en figuras ambiguas o invisibles. De un modo tácito las comunidades saben a quienes sacrificar para conservar su entramado, y los depredadores eligen en consecuencia. La escena en donde todo parece confirmarse muestra un sofisticado sistema de control psicológico que podría haber durado para siempre: hasta los que han sufrido optaron por convertirse en garantes del orden.
Es mérito del guion —el principal— que en algún punto también la audiencia empiece a sentir que Penny, más que Phil, es la verdadera amenaza. Porque lo es. Algo está mal con esta sesentona que pedalea con demasiado vigor por las colinas de Wellington, sin pelos en la lengua para hablar de pornografía con sus alumnos, activista ambiental un tanto desmedida, modelo viva de su edad en clases de dibujo, romántica que cree encontrar un salvavidas en el esposo de su mejor amiga.
Su urgencia en probar que sí, que ha visto lo que piensa que ha visto, desencadena un mecanismo automático de castigo en el que se esmeran sus más cercanos. Su madre la desacredita. Su hija la rechaza e impide que se acerque al nieto. Sus amigas la abandonan. La despiden de su trabajo. Y hasta cuando busca apoyo en Simon, su amante suma en su contra. Pero nadie coordina el castigo: este se desata solo, como un sistema inmunológico que detecta una amenaza y la neutraliza.
Quizás por eso en la serie abundan las cosas que se descontrolan y se estropean en torno a la protagonista: los alumnos, el ordenador, el tiempo, la bicicleta, el cocodrilo de peluche, los contenedores de la basura, las avispas. Son como advertencias metafóricas.
¿con qué nos hemos topado? Quizás con que nuestro deseo natural de armonía ha encubierto —por demasiado tiempo— el horror.
Penny es inconveniente. Phil es un pilar de la comunidad: amable y suave, entrenador dedicado, yerno encantador, padre y abuelo (hasta el momento) devoto. La ecuación es simple: es más fácil quitar del medio a esta mujer que enfrentar la posibilidad, no tan clara, de que un hombre ejemplar sea un depredador. Y si las víctimas valen poco, no es tan difícil.
La ineficaz actuación de las instituciones, los cuerpos policiales y la justicia en Nueva Zelanda —un país progresista y avanzado en lo social y en lo político— sugiere que hasta en las sociedades ejemplares los verdaderos mecanismos de la agresión de tan evidentes son casi indetectables, («La carta robada»; gracias, Poe).
Si hay algo así como una justicia, tendrá que buscarse por otros canales. Pues a pesar de las interpretaciones más optimistas, el final abierto de la serie no pasa de ser una reorganización del trauma. ¿Qué redención puede darse aquí? Solo la comunidad parece resurgir ilesa, sin sentirse demasiado obligada a examinarse.
El abuso —se sabe— existe desde siempre. Quizás la novedad del siglo ha sido descubrir cuán extendida es la práctica y cómo las buenas gentes se han empeñado en negarla y han aprendido a convivir con ella. After the Party nos deja ver por qué. Cuando la historia nos hace desear que Penny pare, que se cuide y cuide a los suyos, con esa reacción nos hemos vuelto cómplices.
Lo natural, así nos lo enseñaron por siglos, es apreciar a nuestras figuras de referencia. Pero en una era como la nuestra verbos como «admirar» y «respetar» se vuelven sospechosos. Detrás de tanta admiración y tanto respeto a los mayores, ¿con qué nos hemos topado? Quizás con que nuestro deseo natural de armonía ha encubierto —por demasiado tiempo— el horror.
©Trópico Absoluto
Sandra Caula estudió Filosofía en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad Simón Bolívar de Caracas. Es editora, traductora y escritora. Vive en Madrid desde 2018, donde traduce y edita para varias editoriales y es docente en la escuela de escritura Fuentetaja. Es autora de Gramática sensible, PAT 2023, y ha escrito en medios como Ethic, El País, The New York Times, eldiario.es y Cinco8.
After the Party (2023) disponible en Filmin. Seis episodios. Creada por Robyn Malcolm y Dianne Taylor. Protagonizada por Robyn Malcolm, Peter Mullan, Tara Canton, Ian Blackburn y Elz Carrad.
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