Estropicios en San Jacinto
Roldán Esteva-Grillet (Caracas, 1946) revisa algunos pasajes de la accidentada historia de la Plaza de San Jacinto, o Plaza El Venezolano, desde su origen como sede de un mercado popular, pasando por numerosas intervenciones y modificaciones, hasta su conversión actual en lugar emblemático y resiliente de la Caracas más antigua.
Un recuerdo, para nada afortunado, queda de la conmemoración del bicentenario de la Independencia en 2010: con motivo de haber arribado Venezuela al 19 de abril se inauguró en la plazuela de San Jacinto de Caracas un monumento de carácter abstracto consistente en un elevado mástil en hierro -según Chávez, un misil-, ensamblado en partes y distinguido por dos colores: la base, en negro (tiempos coloniales), rojo (el período de la Independencia), negro (el período de la cuarta república) y rojo (el período de la revolución chavista). ¿Casualidad? Rojo y negro fueron los colores del movimiento 26 de julio en Cuba, impulsor de la lucha guerrillera contra Fulgencio Batista.
El adefesio, pues no merece otro apelativo, fue producto de los hermanos arquitectos Carlos y Lucas Pou, socios connacionales del para ese momento Ministro de Cultura, Francisco Sesto Novas, sin licitación ni llamado a concurso, como tantas otras iniciativas del gobierno chavista. Lo único rescatable del monumento de 47 metros y una base de 2.40 m es su condición de desmontable, según parecer de la arquitecta Hannia Gómez, de la Fundación Memoria Urbana.
Por si algo faltare, últimamente, un pesado pedestal en espera de un nuevo monumento a Bolívar por la cercanía de su Casa Natal, fue sustituido por una escenita de libro escolar de adoctrinamiento, tipo bibelot agrandado, debido a un innominado escultor que representó a una Matea adolescente junto al niño Simón que lleva un «papagallo» o cometa para elevar, todo con el patrocinio de la alcaldía Libertador.[1]


El actual primer mandatario no podía quedarse sin su aporte y, en una visita relámpago a la Casa Natal, ordenó una firma ampliada de Bolívar sobre la pared del nuevo centro comercial, a semejanza de la de Chávez en los edificios de la Misión Vivienda. Estas abusivas intervenciones patentizan la deprimente estética del delirio bolivariano que ha pretendido en este caso convertir la histórica plazuela de San Jacinto en otra plaza Bolívar, pero de segunda.[2]
Y ya que estamos en plena plazuela de San Jacinto[3], es bueno tener en cuenta que como una coletilla del bicentenario de la Independencia, todos los negocios que funcionaban tanto en el pasaje [Juan Esteban] Linares -considerado en 1891 el primer rincón de aspecto europeo con fines comerciales[4]– como en el resto de lo que fue la mansión de la familia Blanco Gerards, fueron expropiados por orden de la alcaldía del municipio Libertador, en manos de Erika Farías en 2018.
La motivación de tal exabrupto fue la de complacer al presidente Chávez de eliminar todo lo que sonara a comercio vil de la zona inmaculada donde había vivido el mesías Bolívar. El propósito de erradicar el comercio de la zona adyacente a la Casa Natal del Libertador, el Museo Bolivariano y la Sociedad Bolivariana de Venezuela, dejó a medias todo, por cuanto no fueron restauradas todas las edificaciones o reconstruidas y revitalizadas para funciones culturales. Un solo local quedó incólume por lo menos en su nombre comercial y luce orgullosamente el apellido de su propietario original, [Sombrería] Tudela, aunque se mantenga clausurado y convertido en depósito.


©Archivo Fotografía Urbana


Hoy, todos los locales del pasaje Linares permanecen cerrados, pues sólo se restauró la fachada sin haber rehabilitado el interior. Sólo una antigua sede bancaria fue reutilizada, ahora del Banco Bicentenario, sobre la avenida Universidad, a la entrada del pasaje, pero sólo la planta baja.
Y viene a cuento la pregunta, por capciosa que pueda parecer: ¿Dónde está la «utilidad social» de un cascarón vacío? Para el régimen chavista, en el decorado turístico: la «calle de los paraguas multicolores», una moda de la globalización.[6] Por supuesto, la gestión de los pocos locales entre San Jacinto y Traposos fue concedida, sin licitación, a personas allegadas al régimen. Incluso, los dos cuerpos de la torreta (ignoro si es un resto no derruido del antiguo templo de la Orden de Predicadores de Santo Domingo de Guzmán), lo único que ha pervivido, pudo haber sido habilitada como un museo de sitio, pero permanece también cerrada al público.
En otras circunstancias, con un pleno sentido profesional y democrático, se habría convocado al Colegio de Arquitectos, a través del Instituto de Patrimonio Cultural, a un foro abierto para estudiar las posibles soluciones, y, de seguro, saldría un concurso para la restauración de toda la zona, como se hiciera en tiempos de Medina Angarita para la reurbanización de El Silencio. De haberse tomado en cuenta la extraordinaria investigación catastral de Orlando Marín Castañeda[5], hoy tendríamos la posibilidad de combinar el museo de sitio con opciones comerciales. Entre las viejas murallas y el patio interior de la vieja casona de los Blanco Gerards, menudean negocios propios de un centro comercial pensado para turistas: Cantina, Golfeados San Jacinto desde 1947, Casa Dona, Sucré: Crepes & Waffles, Nice Cream, Trululú, Noble Chocolates, Páramo Café; ajenos al carácter popular que tenía el restaurante La Atarraya, o la serie de piñaterías, jugueterías, ferreterías, loterías que fueron desalojadas, expropiadas. Unos 400 trabajadores quedaron en la calle.


Ahí, el público podría apreciar la interesante historia de esa zona decimonónica de la ciudad colonial, desde la fundación del templo de San Jacinto (1590-1597) y el levantamiento del respectivo convento a partir de 1610, cómo fueron afectados ambos por el terremoto de San Bernabé (1614). Ya en 1639, el convento fue elevado a Priorato. Y para 1670, convertido en un noviciado con estudios generales: Artes, Teología, Moral y Sagrada Escritura. Hasta el inicio de la lucha por la Independencia, el promedio de frailes dominicos en Caracas fue de unos veinte. El último falleció en 1851.[7]

En 1803, se erigió un Reloj Equinoccial Inferior frente a la fachada del templo y sobre un alto pedestal.[8] El terremoto de 1812 mató numerosos fieles que asistían ese Jueves Santo a este templo, y ante la interpretación de un dominico de ser el sismo castigo de Dios por la rebelión contra la monarquía, Bolívar pronunció unas palabras que registró para la historia el médico realista José Domingo Díaz, testigo de excepción por su animosidad contra los mantuanos liberales. Desde 1828, el gobierno estableció en el antiguo convento de dominicos una Casa de Beneficencia y una cárcel pública, bajo protesta de los pocos frailes que quedaban. En 1837, se aprueba la extinción definitiva de los conventos masculinos. En una de sus celdas será encerrado en 1846 el político liberal Antonio Leocadio Guzmán, sentenciado a muerte por sedición, que José Tadeo Monagas le conmuta por destierro a «perpetuidad». Al año, era el vicepresidente del país. A partir de 1865, el convento se destina a mercado.


Por su lado, el templo reconstruido y en manos de la iglesia secular, es desmantelado para su definitiva demolición en 1873. El altar mayor se muda a San Mateo y algunas imágenes son destinadas a la iglesia de Altagracia. Por orden del vicario apostólico Dr. Miguel Ángel Baralta, el 19 de agosto, los deudos que tuvieran parientes enterrados en la iglesia debían sacan sus restos en un plazo de doce días. Entre esos restos estaban los pertenecientes a doña Luisa Bolívar y Ponte de Jerez y Aristeguieta, que había sido terciaria dominica y cuya fortuna favoreció al niño Simón Bolívar en 1784, por decisión del presbítero y doctor Juan Félix Jerez Aristeguieta y Bolívar, su primo, a quien había bautizado en Catedral[9]; también los del Conde de Tovar, inhumado el 19 de agosto de 1811 como miembro de varias cofradías. Con respecto al exconvento, dura hasta 1881 cuando la municipalidad decide derruirlo.[10]

En 1883, el presidente Antonio Guzmán Blanco convirtió la plazuela en recuerdo reivindicador de su padre, Antonio Leocadio Guzmán, redactor junto a Tomás Lander del periódico El Venezolano (1840), expresión temprana del liberalismo. Desde entonces la plazuela cambió su nombre por el título del periódico, el piso fue pavimentado y se levantó una baranda alrededor. En 1889, cuando cayeron las estatuas del Ilustre Americano, se incluyó la de su padre; sin embargo, el presidente Rojas Paul promovió su reposición, aunque fue el presidente Joaquín Crespo quien la devela en 1894. Finalmente, en 1951 fue mudada a la Cota 905.[11]
No podría faltar en ese museo de sitio información e imágenes sobre el nuevo mercado, ex novo, con estructura de hierro importada de Bélgica, y levantado según los planos de Juan Hurtado Manrique y la fachada de Alejandro Chataing entre 1894-1896. El nuevo mercado municipal, más espacioso y aireado, sustituía definitivamente al exconvento de San Jacinto. Se mantuvo el reloj solar de 1803.
La plazuela de San Jacinto, al contrario de la plaza Bolívar, fue la preferida por el pueblo llano de Caracas, lugar de encuentros amistosos de la gente laboriosa, ajena a los protocolos oficiales. Desde 1947 el mercado entra en decadencia y en 1953 fue demolido, pero la estructura de hierro se recicla para el de Catia, avenida España. El espacio vacío va a ser ocupado por un estacionamiento.
Sólo en 1967, con motivo del Cuatricentenario de la Ciudad, el gobierno municipal –en la voz de Mauro Páez Pumar-, volvió a interesarse en la plazuela histórica, degradada en tierra de nadie por los mercaderes ambulantes. Entre los arquitectos Tomás José Sanabria y Carlos Guinand Baldó se rediseñó el espacio público con caminerías y arboledas (cuarenta jóvenes caobos), cuatro fuentes, bancos, faroles y un nuevo pedestal para el reloj solar.[12]
En 1973, el entonces presidente del Concejo Municipal del Distrito Federal, el Dr. Rafael Domínquez Sisco (1969-1979) –eminente médico ginecológico, con prestigiosa gestión en la Maternidad Concepción Palacios de Caracas, abrió al público el Museo Emilio Boggio (pinturas y dibujos), en la sede del Palacio Municipal, y promovió la idea de convertir el ya restaurado edificio de Alejandro Chataing en sede del Museo de Caracas junto a las demás colecciones artísticas: la arqueológica Gaspar Marcano, la criolla y costumbrista Raúl Santana, la pinacoteca con obras del siglo XIX (Juan Lovera, Camille Pissarro, Jean Paul Laurens, Michelena, Tovar y Tovar, Herrera Toro, Gerónimo Martínez, Carlos Rivero Sanabria, Jacinto Inciarte) y del siglo XX (Pedro Zerpa, Federico Brandt, Armando Reverón, Manuel Cabré, Pedro Ángel González, César Prieto, Rafael Monasterios, César Rengifo, Bárbaro Rivas, Tomás Golding, Trino Orozco, Pedro León Castro, Marcos Castillo y otros).[13]
El decreto aparecido en la Gaceta Oficial número 31341 de octubre de 1977, declaró monumento histórico al espacio que hoy define a la plaza de San Jacinto y la parte noroeste. La resolución recomendó que «el conjunto de construcciones ubicados en la parte suroeste de la manzana hasta el callejón Linares sea rescatado, restaurado y rehabilitado por considerarlo el único ejemplo urbano arquitectónico de fines del siglo XIX».[14]

A pesar de que el Consejo Municipal enriqueció en 1982 su patrimonio museístico con las réplicas de las maquetas de la Caracas histórica (colonia, siglo XIX y años 1930) -realizadas por la arquitecta Ruth Neumann López originalmente para el Museo del Transporte-, y que por la dirección del Museo municipal pasaron Juan Calzadilla, Perán Erminy y Luis Chacón, la idea no fue recogida por ningún gobierno posterior. Hasta las mismas colecciones han quedado escasamente exhibidas, en especial las maquetas. La sucesión de directores es desconocida por no ser profesionales del campo.

La aspiración de Domínguez Sisco era «transformar el edificio del Cabildo, en su totalidad, en el Museo de Caracas»[15] y para ello propuso reservar el espacio del antiguo mercado, devenido en estacionamiento, para la edificación de una moderna sede de la municipalidad, de manera que el histórico Palacio de Chataing, al sur de la plaza Bolívar, se dedicara con exclusividad a la exhibición de las colecciones del Museo de Caracas. Sin embargo, sus propios partidarios se inclinaron a permanecer en el antiguo palacio, ya restaurado y prestigiado con obras de arte; y, respecto al estacionamiento, pues resolver el problema del comercio informal -según doctrina populista- con un improvisado galpón para ubicar a los cientos de ambulantes. El gobierno bolivariano rebautizó esa concesión populista como Mercado de San Jacinto, el antiguo espacio ocupado por el convento dominico. Una manta actual justifica el desafuero con datos errados en cuanto a la historia, pero justificados por una serie de retratos de los héroes de la Independencia.
Concluyo lamentando que la «revolución bonita», para no contradecir al hegemón, haya metido la mano al patrimonio construido de nuestra ciudad capital con criterios demagógicos y oportunistas, dando al traste con edificaciones o espacios que formaban parte de la vida urbana, ahora reducidos a simples decorados, y cuando no pueden mostrar algo original, «vinculado» al héroe nacional -pues ha desaparecido por el desarrollo moderno de la ciudad-, lo «rehabiliten» como falso histórico, con miras a cubrir un error mayúsculo, más producto de la improvisación y de la cooptación institucional que de la propia incultura. O que una plazuela, que haya sido dignificada para solaz del paseante, la hayan convertido en un espacio atiborrado de monumentos pretenciosos cuando no cursis.
©Trópico Absoluto
(Este trabajo forma parte de un proyecto más amplio en vías de publicación titulado: Bolívar, la tea de la discordia. Artes visuales y bolivarianismo).
Notas
[1] En 1951, Alejandro Colina realizó un busto monumental en cemento de Hilaria Matea Bolívar, para el Centro Materno Infantil de Maracay, Edo. Aragua; al parecer, el escultor asumió que Matea fue la nodriza de Bolívar y le puso unos henchidos senos. En 1983, con motivo del bicentenario del natalicio del Libertador, la GAN y la municipalidad del Distrito Federal, incluyeron en catálogo de exposición un retrato a la plumilla y una entrevista a la negra Matea, realizados por visitantes colombianos cien años antes. En Valencia se creó el parque Negra Hipólita, con una estatua por Alexis Mujica (copia en resina plástica para la Galería de Arte Nacional en 1996). Ya en nuestros días y atendiendo a las ideas propagandísticas de un historiador al servicio del régimen, de nombre Reinaldo y apellido Bolívar -cuya idea fija es el amor del Libertador por sus esclavos-, en 2022 la embajada de Sudáfrica patrocinó un conjunto escultórico de la Negra Matea y el niño Simón, ejecutado por Leonel Durán, para San José de Tiznados, lugar de nacimiento de Matea. Este segundo conjunto en San Jacinto, acentúa la misma línea popularesca, sentimental y cursi, propia de toda demagogia. Cfr. Roldán Esteva-Grillet, Para una crítica del gusto en Venezuela. Caracas, Fundarte, 1992.
[2] Mi modesta opinión es que ese conjunto escultórico debería irse a la Cuadra Bolívar, lugar de recreo para la familia Bolívar; en cuanto al mástil del 19 de abril, que se desmonte y venda como chatarra; por último, la firma agigantada de Bolívar, convendría reubicarla en la sección del Archivo del Libertador, en el Archivo Histórico Nacional, donde tendría más sentido.
[3] Mi crítica a esta fraudulenta “restauración” parte de haber conocido de cerca la premiada labor de reacondicionamiento del centro histórico de Bolonia, una ciudad con un rico patrimonio medieval que fue restaurado en sus fachadas, y en su interior, sin afectar el espacio construido, a fin de que sus ocupantes no lo abandonaran. Cfr. Pier Luigi Cervellati, Roberto Scannavini y Carlo De Angelis, La nuova cultura della cittá. La salvaguardia dei centri storici, la riappropiazione sociale gedli organismo urbani e l´analisi dello sviluppo territoriale nell´espereinza di Bologna. Milano, Mondadori (Edizioni Scientifiche e Techiche), 1977.
[4] Cfr. Guillermo José Schael, Caracas, de siglo a siglo. Caracas, Gráficas Edición de Arte, C.A., 1966, pp. 168-169. Son dos edificios gemelos, de tres plantas cada uno, con sus fachadas enfrentadas y balcones de hierro forjado. Los locales originales estaban dedicados a joyería, artesanía, yerbas curativas, quincallería, etc., pero también había oficinas.
[5] Cfr. Orlando Marín Castañeda, “La casa de la familia Blanco en la plazuela de San Jacinto de Caracas: la consolidación de una morada mantuana durante la colonia (1690-1713), en Anuario de Estudios Bolivarianos, año VIII, No. 9. Caracas, Universidad Simón Bolívar, Instituto de Investigaciones Históricas Bolivarianas, 2000, pp. 169-203.
[6] Cfr. Los paraguas multicolores del pasaje Linares, ubicados entre la avenida Universidad y la plaza El Venezolano en el Casco Histórico de Caracas, son el nuevo atractivo familiar en la capital de Venezuela, informó el ministro del Poder Popular para la Cultura a través de su cuenta en la red social digital Twitter @VillegasPoljak. vtv.gob.ve/tag/pasaje-linares, 22 abril 2019.
[7] Cfr. Fray Oswaldo Montilla, “Los conventos dominicos de Caracas (San Jacinto) y Mérida (San Vicente Fereer): frailes entre la infidencia y la independencia venezolana 1810-1830”, en Análisis. Revista Colombiana de Humanidades. No 79, Bogotá, Universidad de Santo Tomás, diciembre de 2011, pp. 195-242. (www.redayc.org pdf)
[8] No hay todavía ninguna investigación documental que explique el origen de este reloj, y la tradición lo atribuye a instrucciones de Alejandro de Humboldt, como otras tantas leyendas urbanas. El de Caracas se construyó a semejanza del más antiguo de La Asunción (isla Margarita), elaborado en concreto armado por el castellano Bernardo Vargas Machuca en 1612: se conserva frente al Palacio Legislativo del Estado Nueva Esparta. Otro reloj solar, de esfera más grande y sin pedestal, se halla en la represa Raúl Leoni en Guri.
[9] Cfr. Guillermo José Schael, El vecindario de Simón Bolívar. Caracas, Talleres Gráficos Armitano, 1984, pp. 28-29.
[10] Enrique Bernardo Núñez, La ciudad de los techos rojos…, p. 170. Sobre el terreno se edificará a fines del siglo el nuevo Mercado Municipal.
[11] Al parecer, esta segunda estatua le fue encomendada al venezolano Rafael de la Cova, por 6.800 bolívares, en tanto que el pedestal al maestro Juan Aponte, por 5.825, según reporta Ruth Neumann López (Caracas, ayer, p. 94); sin embargo, no resulta creíble la diferencia de costo entre un trabajo de maestro de obras y el del escultor. Creo, más bien, que la intervención del escultor de la Cova fue por “recomponer” la estatua original. Es factible que, al caer de su pedestal, se haya dañado por cuanto las estatuas de bronce no se fundían en una sola pieza, sino que se ensamblaban.
[12] Según el ingeniero J. Fernando Capriles H., especialista gnomónico, el reloj marca un adelanto de 53 minutos sobre la hora legal por errónea colocación. Además, como la piedra usada es mármol, las líneas incisas se han ido desdibujando. Cfr. http://sudandolagotagorda.blogspot.com/2013/01/orientacion-del-reloj-de-sol-de-caracas_1.html
[13] Cfr. Raúl Díaz Legorburu y Juan Calzadilla, El Palacio Municipal de Caracas. Caracas, Concejo Municipal del Distrito Federal, 1975.
[14] Citado por Eduardo Casanova Sucre, a propósito de un incendio desatado en uno de los locales el 8 de noviembre de 1996. El mismo autor recuerda que durante la gobernación de Diego Arria, 1975, se intentó recuperar el espacio, pero chocó con intereses locales. https://www.facebook.com/caracasretro/photos/el-pasaje-linarescaracas-se-quema-se-quema-caracaseduardo-casanovaun-incendio-en/426020612210/?_rdr
[15] En prólogo del libro citado. Recién en octubre de 2024, el Museo de Caracas se manifestó en cuatro salas con una exposición que incluyó dos de las maquetas de Ruth Neumann López, con obras de la GAN y el MBA, con motivo de los 457 años de la fundación de la ciudad capital. La selección y el texto se deben al investigador Samuel Rivas Berrios, de la Galería de Arte Nacional, sin embargo, no había ni custodios de sala como tampoco un depliant para los visitantes.
Roldán Esteva-Grillet (Caracas, 1946), historiador y crítico de arte. Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes (Mérida), Master en Historia del Arte por la Universidad de Bologna. Profesor titular de la Universidad Central de Venezuela. Fue jefe de Investigación de la Galería de Arte Nacional (Caracas). Posee una importante y amplia obra publicada. Entre sus trabajos más recientes se encuentran: Imágenes contra la pared: crónicas y críticas sobre arte (1981-2007) (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009), Las artes plásticas venezolanas en el Centenario de la Independencia 1910-1911 (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2010).
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