Liminar a ‹Inmundo› de Igor Barreto
«Como quien deja atrás todo lo atesorado, o se somete a una nueva revelación, Barreto nos entrega en Inmundo su propio canto general: crujen los huesos del cosmos, vagan las cosas mudas, tiemblan los extremos, se impone la redundancia, se explaya el hedor de una rata, se valida el reino del absurdo, conviven fuego y hielo, se cuentan las sílabas del universo, se revelan las relaciones secretas.»
Toda la poesía venezolana confluye en la obra de Igor Barreto. Confluye el mito de ‘Florentino y el Diablo’ bajo ese duelo de versificación que se apaga cuando ya no hay rima; confluye la ‘Silva Criolla’ de Lazo Martí cuando erige «la cenicienta garza del verano» como baluarte; confluye la mirada sobre la llanura sin límite de Enriqueta Arvelo Larriva; confluye la ‘Generación del 18’ de Paz Castillo y Moleiro cuando trastoca la rosa y el clavel de un Romanticismo tardío en la monumentalidad sonora de bucares y mijaos; confluye la reacción hispanizante de Andrés Eloy Blanco, cuando postula una poesía cívica; confluye la mirada noctámbula de Vicente Gerbasi cuando evoca a su padre inmigrante sembrando café en los valles altos de Canoabo; confluye la lujuria verbal de Luz Machado o Juan Sánchez Peláez, recordando que «nos falta sopa»; confluye la vasta ‘Generación del 58’, desde la «terredad» de Eugenio Montejo hasta las voces campesinas de Palomares, llegando luego a la suya propia, la de Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin, Edda Armas o Santos López, que cierra un siglo portentoso.

En todo caso, no se crea que por haber titulado sus libros Crónicas llanas (1989), Soul of Apure (2006) o El llano ciego (2006), la obra de Barreto no deja también de confluir con la más alta poesía contemporánea: los universos de Pessoa o Cavafy, los versos cotidianos de Wallace Stevens o William Carlos Williams, la poesía conversacional de Antonio Cisneros o Juan Gustavo Cobo Borda, los poetas del Modernismo brasileño como Drummond de Andrade o el recientemente laureado con el Premio Nobel, el sueco Tomas Traströmer, son algunas de las fuentes a las que retorna permanentemente. Todo este bagaje para urdir una poesía en la que el paisaje se ha hecho pensamiento. Nostálgico en sus orígenes del paisaje llanero, que llega a cubrir la tercera parte de la nación, la obra de Barreto ha ido evolucionando hacia un estadio metafísico. Ya no se trata del paisaje ni de su refiguración, sino del acto poético en sí, donde cualquier elemento o noción se convierte en otra cosa, discierne otro horizonte: casi siempre alterno a la razón. La palabra «inmundo», si la apartamos del sinónimo «asqueroso», permitiría otra lectura: in-mundo: esto es, lo que está dentro del mundo, o dentro de sí.
Como quien deja atrás todo lo atesorado, o se somete a una nueva revelación, Barreto nos entrega en Inmundo su propio canto general: crujen los huesos del cosmos, vagan las cosas mudas, tiemblan los extremos, se impone la redundancia, se explaya el hedor de una rata, se valida el reino del absurdo, conviven fuego y hielo, se cuentan las sílabas del universo, se revelan las relaciones secretas. Un recorrido que aspira a la totalidad, una necesidad de amasar en un solo cuerpo lo disímil, una convicción profunda de que la suma de las partes hace al todo. El poeta ha llegado a un estadio de madurez en el que puede procesar cualquier elemento y convertirlo en revelación instantánea, perdurable.
En los inicios de su trayectoria, Barreto solía fantasear con una sociedad de poetas muertos, radicada en Apure, su provincia natal, que solía editar sus libros bajo un sello espurio. De alguna manera, el guiño evocaba la muerte del referente terrestre en la poesía venezolana, del que Barreto podría ser su último representante. Años han pasado para que, en Inmundo, la tierra se haya convertida en cosmos, en totalidad significante. Las almas que aún flotan siguen creyendo que, ese último viajero, es el que los representa. Sólo que ahora el viaje se ha hecho sideral. A falta de nación, borrada por tantos requiebros, buenos son los anillos de Saturno.
©Trópico Absoluto
Antonio López Ortega
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