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Bolívar, Manuela y otros entes de ficción

Roldan Esteva Grillet (Caracas, 1946) realiza un minucioso arqueo de la novelística en torno a las figuras de Simón Bolívar y Manuela Sáenz, un trabajo que forma parte de un libro de próxima aparición y que sin duda será de mucho interés para los investigadores del llamado culto a Bolívar o de eso que ha llegado a considerarse como una "religión bolivariana".

"Pendiente que Bolívar sigue vigente." Mural del Comando Creativo Simón Bolívar. La Pastora. Caracas. S/F

Antecedentes

En vida de Bolívar hubo coplas en son de burla y hasta apodos vergonzosos de parte de quienes no compartían sus ínfulas de ser el vengador de toda ignominia de origen hispánico. Pero también grandes elogios y hasta homenajes que llegaron a endiosarlo, al punto de considerarlo la única persona digna de ejercer el poder absoluto sobre nuestras díscolas sociedades. Hubo un poeta ecuatoriano, jurista formado en Lima, José Joaquín de Olmedo, que en su Canto a Junín lo elevó a tal altura que el mismo Bolívar tuvo que reclamarle tales exageraciones.

Con su última dictadura, entre 1828 y 1830, las disensiones llegaron al atentado contra su vida, y a la renuncia irreversible del poder ante la imposibilidad de salvaguardar su afán de seguir siendo el defensor de las libertades republicanas, sin riesgo de su vida. Reconoció, con amargura que la Independencia era el único bien alcanzado a costa de todos los demás.

Ya en vida, las biografías del personaje empezaron a publicarse, en periódicos extranjeros y en memorias de oficiales europeos a su retorno al país de origen. Al lado de panegíricos, proliferaron los dicterios y difamaciones de parte de quienes le combatieron o simplemente quedaron a la deriva. Pronto colecciones de documentos sobre su vida pública se dieron a la imprenta, y con el regreso de sus restos desde Santa Marta, Venezuela parece haberse reconciliado consigo misma, llevada por el culto a su memoria e imagen. Un fogoso periodista y literato romántico, Juan Vicente González, lanzó las primeras piedras contra toda difidencia ante la gloria de Bolívar puesta a circular por los “cosiateros”. En 1842 las recogió en libro con el título Mis exequias a Bolívar.

En la segunda mitad del siglo dos libros se publicaron, pero con el ropaje y la entonación de la literatura romántica, donde las palabras pretendían decir más que los hechos. La vida del Libertador Simón Bolívar escrita por Felipe Larrazábal y publicada en 1865, y los relatos épicos de Venezuela heroica, de Eduardo Blanco, antiguo edecán de Páez, de 1881, que alcanza su segunda edición en 1883.

Tales incursiones en el tema de Bolívar o de cualquier otro héroe se daban también en forma teatral. Es curioso que, hacia finales del siglo XIX, circularan o se representaran monólogos con estos títulos “Bolívar en Santa Marta” escritos por comandita por José Antonio y Eduardo Calcaño, y “Miranda en La Carraca”, por Elías Toro.[1]

Llegados al nuevo siglo, autores como Vicente Lecuna se esmeraron por nuevas y depuradas recopilaciones al tiempo que combatía las “calumnias” levantadas contra el héroe. Juan Vicente Gómez se creció con la adquisición y restauración de la casa natal y su sucesor, al cabo de una generación, Eleazar López Contreras revivió el culto mediante la Sociedad Bolivariana de Venezuela.

Era tal el respeto por la vida y la imagen del héroe por antonomasia que el primer literato que se asoma al período de la Independencia, Arturo Uslar Pietri, con su primera novela Las lanzas coloradas (1931), al presentar a Bolívar lo hace mediante una sombra, unos “vivas” lanzados por la multitud al paso de su caballo, todo oído desde la penumbra de una cárcel por un antiguo mayordomo mulato rebelado contra sus amos blancos en plena guerra a muerte.

Ya en esto se le había adelantado el retratista, grabador y escritor Celestino Martínez Sánchez cuando en su novelín El hijo del generalísimo (1878) presenta a Bolívar a través de una silueta en penumbra desde donde da órdenes para que su maestro de armas, el coronel Johnson, instruya al joven Francisco (hijo menor del Precursor Miranda) con la advertencia de que si sale con bien del percance con un oficial extranjero (John Keervan Stuers, cónsul de Holanda)  debía desaparecer pues habrá orden de fusilarlo al estar prohibidos los duelos.

La democratización del héroe

La Sociedad Bolivariana de Venezuela, ahora con una sede propia al sur de la Casa Natal, se asoma a la década del sesenta temerosa de enfrentar una eventual explosión de creatividad irrespetuosa por las trasformaciones que se producían en el mundo de la cultura, por lo que lanza una especie de súplica a fin de resguardar su propio fin de velar por el culto a Bolívar:

La sociedad Bolivariana hace un llamamiento a los escritores nacionales de todos los estilos y tendencias para que observen una pauta de reverencia en sus escritos sobre el Libertador, sin perjuicio de la más libre expresión de sus ideas. Está, desde luego, muy bien que se censure, pero está muy mal la violación de obligados sentimientos para con el autor de nuestra libertad.[2]

Podría pensarse que este manifiesto descubre en parte una mala conciencia por haberse asociado la gloria de Bolívar al desarrollismo militarista del régimen anterior; sin embargo, el nuevo régimen asumirá su propio bolivarianismo y esa preocupación caerá no completamente en el vacío por cuanto se atreverá a reglamentar el culto oficial. Por ejemplo, ningún prostíbulo podrá exhibir el retrato de Bolívar.

En 1967, con motivo del Cuatricentenario de la Fundación de Caracas, entre las ediciones especiales que circularon se publicó el libro El caraqueño, una biografía de Bolívar escrita por Ramón Díaz Sánchez, ya famoso por la realizada sobre Antonio Leocadio Guzmán, con el título Guzmán. Elipse de una ambición de poder (1950) y por la primera novela venezolana sobre el petróleo, Mene (1936). Lamentablemente, el autor, en su último libro antes de fallecer, no supo separar los dos géneros que había cultivado con éxito, y en El Caraqueño, junto al aparato crítico del historiador, inventa unos diálogos propios del novelista, dando crédito a muchas leyendas e invenciones, hoy desechadas. Los personajes en que se regodea su fantasía son Manuela Sáenz, Simón Rodríguez y el mismo Bolívar.

En el campo franco de la literatura, el escritor colombiano Álvaro Mutis, radicado en México, da a la imprenta en 1974 una colección de relatos bajo el título de uno de ellos La mansión de Araucaíma. Uno de sus relatos, “El último rostro” (Fragmento), simula un manuscrito dejado por un coronel polaco que se entrevista con el Libertador en Cartagena en 1830, cuando hospedado al pie del cerro de La Popa, recibe la noticia de la muerte de Sucre[3]. Es una extraordinaria y verosímil recreación del ánimo y las ideas que acompañaban a Bolívar en su periplo final con el lenguaje apropiado entre dos personas cultas de experiencia europea. Sólo podría objetársele algunos gazapos que no invalidan el esfuerzo puesto por el escritor en dar una imagen para nada heroica y sí muy realista pero comedida y digna del personaje histórico[4]. Al cabo de algunos años, su compatriota, el célebre Gabriel García Márquez, le pidió permiso para desarrollar su propia novela una vez que Mutis le revelara que no la escribiría.

Para el bicentenario del natalicio de Bolívar en 1983, se presentan dos obras de teatro y se publica una novela: la obra de Isaac Chocrón, Simón, está basada en la relación del Libertador con su maestro Simón Rodríguez; el autor se muestra respetuoso y creativo a la vez, en cuanto a los personajes y sus respectivos caracteres e ideas, aunque no sea estrictamente histórico; y la del hispano-venezolano José Antonio Rial, Bolívar.

En cuanto a la novela, con el enigmático título de El gran dispensador[5], el periodista y también pintor Manuel Trujillo se aventura con una insólita incursión en el mundo español de tiempos idos, como largo preámbulo del voluntarismo, crueldad y cinismo con que llega Venezuela a su guerra por la independencia, concretamente en el  período en que Bolívar ha establecido su cuartel general en Angostura, y debe reafirmar su visión centralista del poder a través de la persecución, apresamiento, juicio y pena capital de Manuel Piar, su mayor incordio de 1817. Su contrincante no sería sino un Boves republicano.

La primera parte de esta novela abarca casi la mitad de la extensión total, ambientada en una España (proyectada en la Venezuela de entonces) que recuerda la picaresca, con un lenguaje de muchos arcaísmos y pronombres enclíticos, personajes aventureros, de mucha religiosidad y escasa moral, muy propia de la leyenda negra. Pareciera que el autor no haya podido desprenderse del impacto que le causara el vivir como exiliado político en la madre patria cuando pudo enterarse de cómo había sido de violenta la conquista de las Indias.[6] Se siente el eco de las teorías psicopatológicas del psiquiatra venezolano Francisco Herrera Luque (Los Viajeros de Indias, 1961) con que se justificaría toda la carga genética venezolana como una perversidad histórica vinculada a la presencia de delincuentes liberados de las cárceles españolas a cambio de su embarque a las Indias.

Sólo a partir de la segunda parte, concede la palabra al nuevo poder absoluto (en tiempos coloniales “el gran dispensador” de la vida o de la muerte, es Dios; Bolívar, su sucesor) quien dirige su relato a un descendiente del fundador de Caracas, Diego de Losada, de nombre Antonio. Al igual que en la primera parte, el relato empieza en primera persona y pasa luego a un interlocutor. La imagen de Bolívar, sin contemplación alguna, queda perfilada como un conquistador más, sin otro fin que el de demostrar su poder omnímodo: Aquí no manda quien quiere sino quien puede. Así justifica su obsesión con Piar:

Derrotas, éxodos, ostracismo, atentados, insultos, despojos, abandonos, humillaciones, ausencias, traiciones, incluso errores y desaciertos, no han logrado desviarme de mis propósitos. ¿Va un generalucho como Piar a obtenerlo y disfrutarlo? ¡Vamos! Casi le agradezco la rebeldía.

El lenguaje de Bolívar es suelto, con desparpajo, ironías y tonos despreciativos, muy consciente de su capacidad de manipular las circunstancias a su favor, sin esconder sus marramuncias o petulancias de que lo acusan sus rivales, deseosos de sustituirlo en la conducción de la guerra a muerte. Su interlocutor es todo oídos ante quien le concede el privilegio de escuchar el relato de partes de su vida y así le advierte:

Usted tiene pasta de historiador. Si no ¿a qué escucharme y estarse ahí, siguiendo mis palabras con todas esas maromas en las prensadas mejillas? Escribirá usted de mí, se lo pronostico. Llegarán tiempos en los cuales nos enjuicien, nos coloquen en una báscula como reses descueradas y utilizarán en beneficio o desgracia nuestros hechos y palabras. Y no faltará quien intente reinventarnos en la vanidad de su talento, como quizás lo pretende usted. Si por algo me niego a garabatear unas memorias es debido al encanto de lo inagotable, de lo que no se dice por completo, y que la imaginación haga de las suyas. Otra trampa, amigo mío, en el juego de sobrevivir.

El autor se esmera en presentar un Bolívar frío, calculador, sólo arrebatado por la pasión del poder. Marca la diferencia como hombre, respecto de las mujeres: el problema de las mujeres es que todo lo ven con el corazón, no con los ojos. Y si es por quien lo reclama, la escasamente documentada Josefina Machado, que lo persigue ilusionada desde 1813 -cuando Caracas le confirmó el título de Libertador, dado en Mérida-, basta con su displicente descripción:

Usted la ha visto y la conoce, visión de lánguidos gestos, seráficos desplazamientos y escasas como inaudibles voces. La conoce desde afuera, adecuada forma de no conocerla. Una menuda, paliducha y fugaz aparición, inmensamente anónima, definitivamente gris y superflua. ¡Qué incongruencia!

El autor, sin embargo, asume la venganza de la mujer decepcionada a quien pone a escribir una larga carta a su amado, antes de abandonarlo, sin perder la oportunidad de prevenirlo del propio carácter posesivo: prefiero verlo muerto y no siéndome infiel. El motivo principal queda resumido en este párrafo que mucho dice del machismo tradicional:

La premura al abandonar los pocos momentos apasionados, sin tener la delicadeza de una leve caricia sobre mis labios o alguna palabra conciliadora que dieran fe de no servirle sólo de pasajera compañía, me sume en una horrenda y continua humillación.

La novela tiene una tercera parte, más breve y ágil, dedicada a reconstruir el juicio contra Piar y su fusilamiento, acorde al expediente y a base de dimes y diretes. El autor ha dejado entrever que, de ser condenado Piar a la pena capital, Bolívar -el “gran dispensador”- conmutaría la pena. Sin embargo, el empecinamiento del fiscal acusador, Carlos Soublette, de no excusarlo ni por su parentela -según chisme de su hermana Isabel- salvaría a Bolívar de la culpa; una caída lamentable del autor al darle crédito a una leyenda según la cual el pardo Piar llevaba sangre de los Aristeguieta. Otro eco del psiquiatra Herrera Luque, devenido en novelista de “historia fabulada”.[7]

El juicio de una especialista, Alicia Ríos, es contundente: sería una novela no lograda; sin embargo, reconoce sus méritos:

Al darle directamente la palabra a Bolívar, además de a otras voces narrativas, al mismo tiempo que se reescriben sus propios escritos, se revitalizan tanto su pensamiento como sus acciones, no para colocarlo en las alturas de muchos de los textos historiográficos y ficcionales, sino muy por el contrario para desmitificarlo y encarar un novedoso proceso de desenmascaramiento de falsos prejuicios que comprende también una revisión y evaluación complejas tanto del personaje histórico como de su época.[8]

Para el clima de libertad que se disfrutaba en el campo literario, el personaje por excelencia de toda indagación patriótica no escapa de una visión irrisoria, como de quien desea poner en discusión las premisas de su culto. El nuevo intento lo realiza Caupolicán Ovalles en su novela Yo, Bolívar rey,(1986).[9] La obra, escrita en prosa y a ratos poética, finge materiales de Bolívar para sus memorias, que deben quemarse a menos que se oiga la opinión de Manuela, a quien le endilga, cada vez que la nombra, un epíteto distinto; o Simón Rodríguez de quien recibe desde Perú un “juguete político” con críticas corales hacia su pretensión de abandono del poder; pero también el autor juega con un Bolívar relator que pone en suspenso todo su drama entre coronarse o no, lleno de dudas en un monólogo interior. 

El poeta-novelista, que a veces es más lo primero que lo segundo, gusta de presentar la relación con Manuela como tormentosa y realista, contraria a cualquier visión romántica y relamida. Bolívar no está seguro si ella lo ama o se burla de él: «Ser odiado en Caracas es superior a mis fuerzas y no oculto el daño que me hace leer los papeles [periódicos]… Y justo cuando Bolívar está leyendo la Gaceta de Caracas, Manuela irrumpe con una pregunta burlona: ¿Te cortejan tus paisanos, querido? Y Bolívar le contesta con una bofetada.»[10] «Perro, le gritó entre susurros, lágrimas y sangre en los dientes, la noble heroína. Su Excelencia, el Rey de Colombia, sucumbió de nuevo en sus brazos y le dijo: Manuela, Manuela, ven, ven.»

En otra ocasión, es ella la atrevida y el narrador cae en un prosaísmo antirromántico: «Yo no estoy enamorada de ti. Yo lo que quiero es follar, y alargando el cuello, sí papito…follar. –Es eso lo que quieres, le contesté y ella me olió de nuevo. Me acarició. Y me dijo- Reyecito mío ¡Mi cielo! Yo, yo ¡lo que quiero es follar! – Sí, follaremos toda la vida.»

Caupolicán Ovalles hace guiños a sus colegas generacionales mediante una ocurrencia intertextual, ya lugar común entre los grandes novelistas del Boom novelístico latinoamericano: no toma personajes sino títulos de sus creaciones, por eso deja caer inadvertidamente frases como “terra nostra” (Carlos Fuentes), “las hogueras más altas” (Adriano González León), “compañero de viaje” (Orlando Araujo), “amanecí de bala” (“Chino” Valera Mora)” con la misma naturalidad que dice “si mi muerte contribuye” o “si la naturaleza se opone”. Es posible que el autor, entonces presidente de la Asociación de Escritores de Venezuela, haya intentado provocar cierto público rezagado, pero no levantó resquemores ni represión alguna, quizás porque ya estábamos curados en salud desde el escándalo de Duerme Ud. Sr. Presidente (1961) del mismo autor, pero en un contexto de insurgencia política.

Al año siguiente corresponde la edición de una novela de un escritor colombiano, Fernando Cruz Kronfly, con el título La ceniza del Libertador, inspirada en el último viaje de Bolívar hacia su muerte en Santa Marta, en cincuenta y un capítulos.[11 Es un Bolívar neurótico, paranoico, con alucinaciones, que denigra y desprecia a quienes le sirven: a José Palacios, su mayordomo, lo llama “cabrón de mierda”; al sobrino Fernando, “chulo”; al cocinero Bernardino: “negro de mierda”; a su secretario Santana le grita “cállate, imbécil” y lo manda a “lavarse el culo”; en diálogo con Palacios se expresa así: “¿Sabes lo que es la gloria? Un mierdero, un largo y penoso mierdero”; recuerda a su nodriza Hipólita como una “negra cabrona”. La misma Manuela califica a su amante de “puto malnacido”. Bolívar “carajea” o “putea” a quien se le aproxima, es un neurótico cascarrabias que padece delirio de persecución y no ahorra expresiones soeces muy a tono con el estereotipo de un venezolano vulgar de nuestros días.

Una novela que -siendo de fondo histórico, pero con numerosos anacronismos y errores elementales- pretende crear un suspenso con un capitán que no da la cara, una permanente fiesta en el piso superior del barco a vapor en que viajan Bolívar, Santana y Fernando, al que no se puede acceder, y un misterioso personaje “colegial de Bartolomé” (un “maricón” según Santana); al final resulta una lectura soporífica sólo recomendable para un preso sin opción a biblioteca.

Si en Colombia se quería ver a Bolívar como un ser amargado, vulgar, caído del pedestal donde se le había elevado como héroe invencible, en nuestro país hubo quien se compadeciera y lo invitara a recorrer las calles de una Caracas bulliciosa y llena de carros y autobuses, en plena crisis de valores por cuanto la bonanza de antes parece haberse ido a pique. Un periodista, de nombre Guillermo Rodríguez Blanco, mejor conocido por su nombre artístico en la farándula (Julián Pacheco) se anima a publicar una novela con el engañoso título El regreso del guerrero.[12] Lo singular es que el autor, en vez de irse al tiempo de Bolívar, lo trae a él a su propio tiempo.

Esta “novela” es sintomática más del resentimiento político del autor (aspiraba una curul de Copey, por Aragua) que de su pretenciosa contribución a la revaloración del héroe. Más bien, su obra se debe examinar como un testimonio personal, con visos de crónica con sus toques de fantasía y humor sobre el país de finales de la década del ochenta. Y es que ya se ha producido el “viernes negro” (febrero de 1983), a partir del cual el dólar a 4,30 bolívares se despidió de un país que había nacionalizado el petróleo y el hierro a mediados de los setenta, y había vivido una envidiable y arriesgada bonanza económica gracias a la subida vertiginosa de los precios del petróleo. Es un adiós al venezolano mayamero del “tá barato, dame dos”.

Julián Pacheco acude al personaje de Bolívar -a quien va llamar y a presentar como Simón Palacios Blanco-, como un ardid para dar su visión crítica del país: el deterioro de los partidos, la corrupción administrativa, los privilegios militares, el alto costo de la vida, la inseguridad ciudadana (Fig. 1 y 2), el lenguaje popular (no vulgar) con modismos de época, junto a su más reaccionaria cualidad de ultranacionalista: odio a los extranjeros, y de menesteroso ocasional, odio a los ricos, y los nombra: los Boulton, los Machado, los Cisneros, los Wollmer, los Zuloaga, los Phelps, los Benedetti, en fin, Fedecámaras.

Cual baqueano, se ocupa de llevar a Su Excelencia, Su Señoría o Usía a distintos lugares como una discoteca, sitio que le funciona al autor para dar una muestra de la juventud, entre punketos, sifrinas y deportistas destacados; a una arepera, para discutir con el portugués por cobrar de más; pero también lo lleva de excursión fuera de Caracas: al Campo de Carabobo, a la casa hacienda San Mateo; a Ciudad Bolívar (donde Bolívar le revela que Piar fue fusilado por comunista, pero también habría que fusilar a Pinochet), al Guri, incluso al Palacio de Miraflores pues el “Padre de la Patria” desea llevar un “pliego conflictivo” ante el presidente de la República, el Dr. Jaime Lusinchi, no otro sino el responsable de todas las desgracias del país y, particularmente, del autor quien se queja de estar censurado por el gobierno pues no consigue trabajo.

El lenguaje de Bolívar es altisonante, peraltado, cultista, como si discurseara permanentemente, y aunque a la gente con quien se pone en contacto le parezca familiar el rostro, nadie atina a identificarlo y eso que se la pasa en mangas de camisa, pantalones ceñidos, sujetados con una banda de tela en vez de cinturón, y calzando botas de montar; excepcionalmente, su baqueano le presta un liquiliqui, ajustado a sus dimensiones, sólo para acudir al Palacio de Miraflores. ¿Y quiénes son sus interlocutores? Pues gente de farándula como Simón Díaz, José Ignacio Cabrujas, Doris Wells, Irene Sáenz, Gustavo Rodríguez. Gente valiosa, representativa de una época dorada de nuestra farándula. El autor, sin duda, se muestra ducho en la elaboración de los diálogos, y se esfuerza por mantener su “invitado” en una postura superior.

Si en Colombia se quería ver a Bolívar como un ser amargado, vulgar, caído del pedestal donde se le había elevado como héroe invencible, en nuestro país hubo quien se compadeciera y lo invitara a recorrer las calles de una Caracas bulliciosa y llena de carros y autobuses, en plena crisis de valores por cuanto la bonanza de antes parece haberse ido a pique.

Ante la queja de Bolívar de una visión negativista, Julián Pacheco accede a referirle las cosas buenas: la continuidad de Guayana con sus empresas siderúrgicas, la libertad de prensa, el Metro de Caracas, las becas de la Fundación Ayacucho, algunos empresarios del interior (Branger, Quijada), las Asociaciones de Vecinos. Luego de explicarle la contribución del Guri al desarrollo del país, Julián le pregunta: «¿Qué le parece su Excelencia? (…) – Sí, no todo está perdido!!! (Sic). Sin embargo, la crisis es tal que Julián Pacheco casi preanuncia el Caracazo de 1989: (…) el próximo año será peor, no extrañándome que los supermercados sean asaltados por las masas marginadas que bajen de los cerros.»

Sólo a uno de los personajes traídos a colación, Doris Wells, lo pone a discursear a favor de los derechos de la mujer: «El pueblo está cansado del bipartidismo (…) Todavía no ha llegado el líder verdadero (…) Podría surgir una mujer que tome el puesto de una gobernante»; y al mismo Cabrujas, al momento de presentarlo, le hace recordar la polémica desatada por unas recientes declaraciones suyas a propósito, justamente, de Bolívar y el temor de sus detractores de que, con su talento como autor televisivo, el intelectual de marras pudiese crear una versión del héroe menos impoluto del que la Sociedad Bolivariana promueve. Refiere el dramaturgo que, durante ese rebullicio periodístico, una secretaria que había tenido Vicente Lecuna se comunicó con él para mostrarle una carta, no publicada por pudor, en la que supuestamente Bolívar solicitaba unas capuchas impregnadas de vinagres para colocarlas en su pene y asegurarse de no concebir hijos… El comentario de Simón Palacios Blanco fue acomodaticio, en tercera persona:

Si en verdad usó eso que dice el amigo Cabrujas para no tener hijos, pero [Sic] era desde todo punto de vista necesario, así como también no pensar en algún matrimonio por entender que un guerrero de la talla de él, no se tenía porque [Sic] comprometer con descendencia y que esa descendencia eran los hijos de todas las naciones libertadas.

A Lusinchi le ha declarado que, ante una gran crisis, la salida no es una revolución pues es violencia, resulta preferible algo más simple: cumplir la constitución. Y si no hay un golpe, es porque los militares son también corruptos. Hacia el final de su periplo por la Venezuela de finales de los ochenta, Simón Bolívar Blanco comprueba con amargura: «En mi nombre se roba, se calumnia y se mata.»

Regresa Manuela por sus fueros

Y en el campo internacional, el escritor Denzil Romero gana la X convocatoria del premio “La sonrisa vertical”, en España, con su novela erótica La esposa del Dr. Thorne (Tusquets)[13]. Presentada como una mujer desenfrenada en cuestiones sexuales, cercana a la ninfomanía, su publicacion causó conmoción en la hagiografía oficial del Ecuador en torno a Manuela Sáenz, la susodicha esposa adulterina del británico, al punto que el Congreso Nacional de la hermana república acordó: «a nombre de toda la nacionalidad ecuatoriana, rescatar, defender y promover nuestros valores historicos como un ejemplo para las presentes y futuras generacionesAsí mismo resolvió:

resaltar la egregia personalidad de doña Manuela Sáenz, La Libertadora del Libertador, que en virtud de sus profundas convicciones patriotas, su amor a la libertad, su valerosa y esclarecida participación en las guerras de la Independencia y en la forja de la Gran Colombia, se ha constituido en uno de los principales valores de nuestra nacionalidad.

Se dedicarían 30 millones de sucres para organizar un museo dedicado al personaje y un monumento, también se imprimiría una estampilla cuya venta aportaría fondos. El congreso, además, exhorta al poder ejecutivo de emplear la cancillería para procurar en los países bolivarianos objetos o documentos relacionados con Manuela Sáenz.[14]

Quien se tomó muy a pecho la defensa de Manuela Sáenz fue el industrial y coleccionista ecuatoriano Carlos Álvarez Saá, pues adquirió una casa del siglo XIX, remodelada en 1940 por el arquitecto italiano Antonino Ruso en pleno centro histórico de Quito (barrio San Marcos), ubicada en la calle Junín No. 709 y calle Montufar, de dos pisos y un entresuelo (Fig. 3 y 4). Una vez restaurada, inaugura en 1994 el Museo Manuela Sáenz con sus colecciones de objetos artísticos e históricos, además de documentos, supuestamente relacionados con Manuela, Bolívar y Sucre. Objetos, documentos e imágenes son una mezcla de originales, copias y falsificaciones.

Entre las imágenes apócrifas que se exhiben está un dibujo a tinta del perfil de Bolívar, moribundo, atribuido a Louis Perú de Lacroix, que reproduce las facciones de la estatua yacente realizada en mármol de Carrara por el escultor José Luis Rosero en 1953 para la quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta, Colombia, según el modelo clasicista ya establecido por el italiano Tenerani. También un retrato algo chamuscado de la misma Manuela, supuestamente salvado de la quemazón de todos sus enseres al morir de difteria en 1856.

Un Bolívar caribe

El año del “Caracazo”, 1989, coincide, en el campo literario, con la publicación de la novela del colombiano Gabriel García Márquez El general en su laberinto que, sin querer queriendo, llevará agua al molino del culto bolivariano, si bien ya no más por el hombre providencial sino por el lenguaje vulgar con que cierta literatura del “realismo grotesco” aspira a desconocer el mantuanismo de Bolívar, conducta y lenguaje, para rebajarlo al nivel de cuartel o prostíbulo.[15]

El autor de El general en su laberinto había vivido como periodista en Caracas entre 1957 y 1959, antes de hacerse famoso como novelista. La novela sigue los pasos de La ceniza del Libertador, en el sentido de inspirarse en el último viaje para reconstruir su vida y dar cuenta de las incidencias, históricas o inventadas, de su penar por las decepciones y el desánimo. Igual que en la de su connacional, Bolívar es un mal hablado (“realismo grotesto”), de frases cortantes y ofensivas. Según reveló García Márquez al final de su novela:

Los fundamentos históricos me preocupaban poco, pues el último viaje por el río [Magdalena] es el tiempo menos documentado de la vida de Bolívar. Sólo escribió entonces tres o cuatro cartas [¡!] – un hombre que debió dejar más de diez mil – y ninguno de sus acompañantes dejó memoria escrita de aquellos catorce días desventurados.[16]

Sin embargo, confió la revisión histórica al venezolano Vinicio Romero Martínez, quien no sólo le reveló la supuesta “lengua gruesa del Libertador” sino que dejó pasar innumerables gazapos con lo cual quedó en evidencia la ingenuidad del novelista y la incompetencia de su asesor.[17] El mismo asesor le ofrece al novelista una “cronología sucinta” en la que sostiene la participación de Santander en el complot para asesinarlo en razón de haberlo dejado sin el cargo de la vicepresidencia. Con razón los ataques recibidos por su novela en Colombia fueron por su marcado antisantanderismo. Ya publicada la novela, así defiende su visión del personaje:

Estoy absolutamente seguro que Bolívar era así (…) que este hombre no tiene absolutamente nada que ver con lo que le enseñan a uno en la escuela (…) Era muy caribe. Empecé a quererlo mucho y empecé a tener una gran compasión por él. Y, sobre todo, empecé a sentir rabia por todo lo que le había hecho.[18]

Sin haberle leído esas justificaciones posteriores a la publicación de su novela (medio millón de ejemplares sólo en Colombia), nuestro dramaturgo, actor, y en su última fase cronista extraordinario de finales de la democracia, José Ignacio Cabrujas, se atrevió a reseñar la novela apenas leída y no le tembló el pulso para expresar lo que muchos sentíamos:

¿Qué poderes poseyó este hombre, como dirían los rosacruces, para seguir inspirando, ciento cincuenta y tantos años después de su muerte, el mismo ayayay lastimero, las mismas frases hechas, la eterna marmolería de ‘aquí yace quien fue en vida un incomprendido derrotado por los mediocres y los sinvergüenzas’?[19]

Habiendo vivido en Caracas por año y medio, resulta extraño que el novelista colombiano no sepa lo que en Venezuela significa popularmente “caribe”, ser caribe o caribear. Su connotación negativa tiene que ver con una frase que los caribes -o indígenas de lengua arawac- usaban para intimidar las otras etnias: ¡Ana karina rote! (sólo nosotros somos gente). No es casual que en el Amazonas se le diga “caribe” al pez piraña. Para García Márquez “ser caribe” (¿o quiso decir caribeño?) es algo positivo, es ser costeño[20], de espíritu abierto, llano, espontáneo y sensual, contrario al ser “cachaco” –supongo- propio de la sierra bogotana, gente de trato frío como su clima, soberbia y distante, desconfiados. Y si algo distingue a Bolívar es su lengua o “jerga” caribe, por decir ser mal hablado, como cualquier madrileño de medio pelo. Me recuerda una consigna populista de nuestras campañas electorales, aquella que pretendía que uno de los candidatos, el de Acción Democrática, era igual que uno, por su fama de borrachín y por tener una querida: “Jaime es como tú”. Hé aquí un muestrario de la jerga caribe de Bolívar:

“¿Y usted qué carajos hace aquí?”. “¡La pinga!”. ”Estoy seguro que el pendejo de Joaquín Mosquera lo dejará volver”. “Este es un juego de mierda”. De aquí nadie se mueve, carajos”. “Me sentía muy bien hasta que me sugestionaron con el cabrón indio de la camisa”. “¡Fíjese por dónde anda, carajos!”. “¿Qué carajos es lo que pasa?”. “¡Por favor, carajos, déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media!”. “Cuarenta y siete años ya, carajos”. “Ya quisiera ese coño de madre ser una hebra del cabello de Humboldt”. “¡Cállense, carajos!”. “¡Carajos… cómo voy a salir de este laberinto!”. En comparación a su compatriota Fernando Cruz Kronfly, Gabriel García Márquez se modera en la “jerga caribe” y deja claro que, para él, Bolívar era un “gran carajo”.[21]

Como lo expresa el colombianista David Bushnell, la visión de Bolívar corresponde a la trazada en su biografía por el político e historiador Indalecio Liévano Aguirre, a quien no menciona entre sus “gratitudes”, pero sí a Gustavo Vargas Martínez, historiador colombiano asentado en la UNAM, alineado a las tesis del populismo de izquierda[22], y, especialmente, al cubano Francisco Pividal, autor de Simón Bolívar, pionero del pensamiento antiimperialista (1977). El interés de García Márquez por el personaje en su etapa final, según su declaración, partía de la propia experiencia del río Magdalena en varios viajes de su juventud y primera madurez.

A los dos novelistas colombianos, Fernando Cruz Kronfly y el premio Nobel Gabriel García Márquez, les hizo falta, para una mayor verosimilitud en cuanto al manejo de la lengua castellana de parte de Bolívar, revisar numerosos testimonios que los habrían salvado de la caricatura y el estereotipo. Me permito traer a cuento sólo algunos: cinco de extranjeros y uno de un compatriota de la entonces Colombia quienes trataron a Bolívar, aunque dos de ellos se convirtieron en enemigos. Aquí van.

Según Louis Perú de Lacroix -quien departió en Bucaramanga, 1828, por tres meses- sólo cuando Bolívar se refería a alguna persona desagradable por algún concepto, le aplicaba el calificativo “carajo”, nunca como interjección. Quien mejor lo conoció y trató pues fue su edecán desde 1819, el memorialista Daniel Florencio O´Leary, dice: «Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando irritado: el cambio era increíble.» Sin embargo, no dice que Bolívar acudiera a palabras malsonantes o vulgares. El médico y botánico además de artista aficionado Roulin comenta: «Su réplica era pronta, frecuentemente brusca, y en ocasiones dura y punzante; y no pocas veces, contestó a cumplimientos, en súplicas interesadas o a palabras lisonjeras con agudezas oportunas y aún con terribles epigramas.» Doucudray-Holstein, a pesar de su animosidad, reconocía que Bolívar «había adquirido en el curso de sus viajes aquel hábito mundano, aquella cortesía y suavidad de maneras que lo distinguían, y que tan atractiva influencia ejercieran sobre todos cuantos le trataban.» En tanto que William Miller testimonió:

Bolívar descollaba con especialidad en improvisaciones elegantes y apropiadas. En un día lo vi contestar diez y siete arengas sucesivas con la más asombrosa propiedad y con un colorido que es preciso renunciar a dar de él la más ligera idea; sus contestaciones hubieran podido imprimirse como salían de sus labios y hubieran sido admiradas por su precisión y oportunidad. ¡Qué poesía! ¡Qué lujo de imágenes! ¡Qué viveza de imaginación! Y con esto, ¡qué palabra tan llena de gracia y suavidad! ¡Qué epítetos tan propios! ¡Qué giros tan sorprendentes! Proponiendo un brindis, dando gracias, o hablando sobre cualquier materia dada, Bolívar no puede quizás ser excedido.

Por si alguien sospechara que entre estos extranjeros pudieran haberse puesto de acuerdo, buenos es advertir que no se conocieron entre sí. Pero la mejor confesión proviene del supuesto mayor enemigo de Bolívar, el propio Santander. En la tensa circunstancia de la Convención de Ocaña en 1828, alguien propuso que se invitara al Libertador a disertar, y el cucuteño de inmediato desaconsejó la medida en estos términos:

Que no venga. Tal es su influencia, y la fuerza secreta de su voluntad, que yo mismo, infinitas ocasiones, me he acercado a él lleno de venganza y al solo verle y oírle me ha desarmado y he salido lleno de admiración. Ninguno puede contradecir cara a cara al general Bolívar; y ¡desgraciado del que lo intente! [23]

Desde la acera de enfrente

Dos nuevas novelas se publican en Venezuela 2004 (año de conflictiva polarización por causa del “referendo revocatorio” solicitado por la oposición), y no por autores apegados al bolivarianismo chavista: el primero Eduardo Casanova, con La última muerte de Simón el triste, un diálogo imaginario entre el Libertador y la personificación de su propia muerte afanada en contradecirlo en sus lamentaciones por su fracaso; el segundo, Mario Szichman con Las dos muertes del general Simón Bolívar, un monólogo del mismo Libertador el 17 de diciembre de 1830 en la quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta.

Ambas novelas parten del filón explotado en Colombia desde 1987 por Fernando Cruz Kronfly y reafirmado en 1989 por Gabriel García Márquez, vale decir: la excusa de la muerte de Bolívar para recontar su vida, entre historia y leyenda. En su intención de desacralizar al personaje, mezclan la imaginación fantasiosa (erotismo en Casanova; mascarilla mortuoria en Szichman) con pasajes verídicos de la vida sin cuidarse del rigor de los datos y otros falsos o tergiversados. Eduardo Casanova fantasea con supuestas relaciones sexuales entre Bolívar con la mexicana María Ignacia Rodríguez (la “Güera” Rodríguez) y la francesa Teresa Laisney. Una edición muy descuidada, con ausencia de corrección orto-tipográfica y pésima encuadernación[24]. Comparada con la de Szichman, ésta revela mayor cuidado en la edición, pero desencanta la descarada imitación de la obrita maestra de Alejo Carpentier Viaje a la semilla, en parte de su novela.

Ninguna atrapó la atención de los lectores como tampoco provocaron estragos en el culto oficial, a pesar de que Mario Szichman, como articulista de TalCual, contaba con un prólogo de Teodoro Petkoff, de quien rescato este párrafo:

Al igual que las grandes religiones universales, la bolivariana se anida en esos pliegues del espíritu de donde la ciencia no ha podido desalojarla, proporcionando, como aquéllas, consuelo y alivio para las cuitas, no sólo políticas, de sus fieles. “Si Bolívar volviera…”, “Si Bolívar estuviera vivo…”. Por ello, así como la fe de los católicos ha sobrevivido a todos los crímenes y desaguisados que desde su iglesia y en nombre de ella se han cometido, la fe bolivariana ha resistido todas las trapacerías y sinvergüenzuras que se han adelantado colgándose de la guerrera del general. Es la robustez popular del mito la que mantiene viva la superestructura litúrgica desde donde ofician quienes manipulan, explotan y trafican con la fe bolivariana de los humildes.[25]

Manuela apócrifa

Con motivo de la campaña electoral por la reelección de Chávez en 2006, el ministerio de Cultura incorpora un personaje histórico que hasta el momento se le había mantenido en disparte: Manuela Sáenz, la amante más consecuente y rebelde de Bolívar. La recién adquirida imprenta, convertida en Fundación Editorial El Perro y La Rana, lanza un tiraje de cien mil ejemplares de distribución gratuita con Las más hermosas cartas de amor entre Manuela y Simón acompañadas de los Diarios de Quito y Paita, un refrito que tiene su origen en Ecuador pero que antes se publicó una versión en México como para disipar las sospechas por cuanto era, al parecer, una operación concebida desde el Museo Manuela Sáenz de Quito, por el industrial Carlos Álvarez Saá.

El caso se remonta a 1995, cuando el museo edita un libro titulado Manuela, sus diarios perdidos y otros papeles, que ya se había dado a conocer en el año 1993 en México con el título Patriota y amante de usted (Edit. Diana), promovido por el académico germano-mexicano de la UNAM, Heinz Dietrich, vinculado tempranamente al discurso bolivariano militarista surgido del conato de golpe militar en Venezuela, en febrero de 1992, y posterior teórico del “socialismo del siglo XXI”. Una de las firmas que se sumaba en México era la periodista de origen polaco, Elena Poniatowska, reconocida feminista, compensada posteriormente con el Premio de Novela “Rómulo Gallegos” en 2007. Ambas publicaciones, con variantes en la inclusión de documentos, han sido señaladas desde la academia como una impostura, en donde se mezclan numerosas cartas apócrifas, con unas pocas auténticas.[26]

En Venezuela, circuló una versión titulada Las más hermosas cartas de años entre Manuela y Simón, acompañadas de los Diarios de Quito y Paita, así como otros documentos en las Ediciones Piedra, Papel o Tijera y a partir de una segunda de 1998[27], el gobierno de Hugo Rafael Chávez Frías, justo el año de la reelección presidencial, 2006. Entre las cartas apócrifas recogidas en “otros documentos”, aparece un supuesto facsímil de Sucre, carta dirigida a Bolívar con la propuesta de ascender a Manuela Sáenz a coronel, dada su valiente participación en la batalla de Ayacucho, y otra carta, tan falsa como ésta, en que Bolívar felicita a su amante.

Este bulo dio pie al presidente Rafael Correa para elevar a la heroína ecuatoriana al grado honorífico de General en 2007. Chávez, para no quedarse atrás -como comandante general de las Fuerzas Armadas Bolivarianas de Venezuela- hizo que se le concediera el grado de General de División en 2010, y ordenó una nueva edición de Las más hermosas cartas de amor entre Manuela y Simón, etc., por Ediciones de la Presidencia de la República.

Esta falsificación ha servido para dar visos de historicidad a una leyenda, recogida por el científico francés Jean Baptiste Boussingault de labios de la misma Manuela, a propósito de unos bigotes postizos supuestamente arrebatados por ella a un realista en esa batalla. Y, para dar mayor “autenticidad” a ese chisme, se incluye una página apócrifa del Diario de Bucaramanga, donde es el mismo Bolívar quien le cuenta a Perú de Lacroix el incidente, aderezado con todas las vulgaridades al uso del venezolano actual (ignaro o docto, sin distinción de sexo), con lo que se reafirma la condición lépera del supuesto mantuano.

Colofón

Para consuelo de quienes amamos la buena literatura, desde Colombia nos llegó la novela del colombiano Evelio Rosero, La carroza de Bolívar (México, Tusquets Editores, 2012), donde el protagonista, un ginecólogo amante del pasado independentista se empeña en la revaloración del historiador pastuso, José Rafael Sañudo, detractor de Bolívar, mediante la confección de una carroza burlesca que desfilaría para los primeros días del año, en el tradicional carnaval de blancos, ilustrada con los peores desafueros del personaje, para escándalo tanto del gobierno como de las guerrillas. El tono de chanza proviene del cine colombiano, con la película Bolívar soy yo, que supo sacar risas a costa del personaje trastornado por las triquiñuelas propias el medio farandulero y del cual doy cuenta en capítulo dedicado a la filmografía de Bolívar.

Notas

[1] Cfr. Eugenio Méndez y Mendoza, “Teatro Nacional, para el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes. Ofrenda al Gran Mariscal de Ayacucho. Caracas, Tipografía El Cojo (I parte), Tip. Moderna (II parte), 1895, p. 30.

[2] “Un llamado al patriotismo venezolano”, en Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela. Vol. XIX, No. 63. Caracas, 24 de julio de 1960, p. 276. Citado por German Carrera Damas, El culto a Bolívar. Esbozo para una historia de las ideas. Caracas, Instituto de Antropología e Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Central de Venezuela, 1969, p. 265.

[3] Álvaro Mutis, “El ultimo rostro” (Fragmento), en La mansión de Araucaíma [1974 Bibliotex]. México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 89-103; y Bogotá, Casa Editorial El Tiempo, 2002, pp. 93-134. Es curioso que este relato no haya sido incluido entre los textos estudiados por Ana Cecilia Ojeda Avellaneda, en El Mito bolivariano en la literatura latinoamericana. Aproximaciones. Bucaramanga, Edics. Universidad Industrial de Santander (Facultad de Ciencias Humanas, Maestría de Estudios Semiológicos), 2002.

[4] Algunos gazapos: El convento de la Popa había sido de monjes agustinos, no de monjas; la expresión “Gran Colombia” es un invento de la historiografía posterior a 1863, cuando la antigua Nueva Granada acepta llamarse nuevamente Colombia; el título de Libertador se lo dio la municipalidad de Caracas no el congreso de Colombia; todavía las cartas se lacraban, no se había inventado el sobre.

[5] Manuel Trujillo, El Gran dispensador. Caracas, Fundación CADAFE (Col. Maroa), 1983. La novela se deja leer, sobre todo después de esa larga y cansona imitación de la picaresca, y habría ganado mucho si el editor la hubiese reducido a la segunda y tercera parte, además de corregido los innumerables errores orto-tipográficos. Hay versión en PDF. Esta novela fue distinguida con el Premio de Narrativa del CONAC, 1984. Manuel Trujillo (1925-1998 ca) perteneció al grupo Contrapunto (1948-1950)y concurrió al Taller Libre de Arte (1948-1952) y trabajó como periodista en Ultimas noticias. Es posible que, gracias a su novela, se le haya encomendado la compilación y prólogo del volumen dedicado a Bolívar. Caracas, Biblioteca Ayacucho (Colección Paralelos), 1983. Según Alicia Ríos, la edición circuló poco, y los ejemplares quedaron en un depósito que se incendió: Nacionalismos banales: el culto a Bolívar. Literatura, cine, arte y política en América Latina. Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universidad de Pittsburgh (Serie Nuevo Siglo), 2013, en nota 82, p. 137.

[6] Su primera novela, Desterrado en Madrid, 1975, recibió el Premio Municipal de Literatura en 1976.

[7] La década del ochenta fue pródiga en novelas históricas: La tragedia del Generalísimo (1983), Gran Tour (1987), La esposa del Doctor Thorne (1988) de Denzil Romero; La isla de Robinson (1987), de Arturo Uslar Pietri; Manuel Piar, Caudillo de dos colores (1987), de Francisco Herrera Luque. Cfr. Alicia Ríos, Nacionalismos banales: el culto a Bolívar. Literatura, cine, arte y política en América Latina. Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universidad de Pittsburgh, 2013, pp. 155-169.

[8] Alicia Ríos, Nacionalismos banales…, p. 160.

[9] Caupolicán Ovalles, Yo, Bolívar rey (Novela). París-Caracas, Contexto Audiovisual, 3 (Col. Salvador Garmendia), Asociación de Escritores de Venezuela, 1986, Ilustraciones de Andrés Salazar.

[10] Se nota que el autor conoce bien la observaciónde Daniel Florencio O´Leary: Muchas veces le vi lleno de ira, o más bien sufriendo indecible tormento, con la lectura de un artículo escrito contra él en algún despreciable papelucho. Puede esto no ser característico de un alma grande, pero sí manifiesta gran respeto a la opinión pública. Narración, vol. II, p. 95.

[11] Fernando Cruz Kronfly, La ceniza del Libertador. Los días perdidos del Libertador Simón Bolívar en su último viaje, por el río Magdalena, desde Honda hasta Santa Marta. Bogotá, Editorial Planeta, 1987, 341 pp. La portada es una creíble interpretación del rostro de Bolívar debida a Santiago Mutis, pero vestido con flux, chaleco y un par de anteojos en la mano derecha como cualquier político moderno.

[12] Guillermo Rodríguez Blanco (Julián Pacheco). El regreso del guerrero.  Caracas, Proimagen Editores, 1988. Prólogo de Rómulo Calderón Torrres, portada e ilustraciones por Ignacio Ojeda. Al parecer el autor no corrigió las pruebas de imprenta pues las errata son innumerables. De esta mediocre novela me enteré gracias a Ana Cecilia Ojeda Avellaneda, El mito bolivariano en la literatura latinoamericana. Aproximaciones. Bucaramanga, Edcis. Universidad Industrial de Santander (Facultad de Ciencias Humanas, Maestría en estudios Semiológicos), 2002; pp. 356-357. Julián Pacheco se dio a conocer por un programa radial, de humor crítico, realizado junto al también cómico Jesús Marcano: “Julián y Chuchín, dos vivianes de postín”.

[13] Denzil Romero ha sido reconocido como un brillante escritor de novelas históricas, dentro de la tradición del barroquismo latinoamericano, pero con una vena erótica, erudita, paródica, con anacronías humorísticas sobre personajes americanos como Francisco de Miranda, Manuela Sáenz Aizpuru o Pedro Carujo, y europeos como Humboldt y Bonplant.

[14] Anónimo, “Defensa oficial de Manuelita Sáenz: El Congreso Nacional de Ecuador resolvió exaltar la figura de la Libertadora de Libertador ante las ´ofensas´ de que ha sido objeto en el libro de Denzil Romero”, en El Nacional, Caracas, 1 de octubre de 1988.

[15] Lo del “realismo grotesco” es el eufemismo (de origen bachtineano) usado por Ana Cecilia Ojeda Avellaneda para explicar el uso del lenguaje popular (en realidad soez y barriobajero) de Bolívar, con la excusa de “acercarlo” al pueblo, en las novelas de los años ochenta. Cfr. El mito bolivariano en la literatura latinoamericana. Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander,2002, pp. 349 y 359. Mi experiencia como viajero asiduo por Colombia me convence de un estereotipo respecto al venezolano común que no puede hablar sin decir “coño” y otras vulgaridades.

[16] El general en su laberinto. México, Biblioteca Popular de la Ciudad de México (Serie narrativa), 1990, pp. 271-272. A propósito de la afirmación del “período menos documentado de la vida de Bolívar”, con sólo dos o tres cartas escritas, Cfr. mi texto “Una larga despedida: de Bogotá a Santa Marta, 1830” para desmentir al escritor.

[17] No se puede responsabilizar a García Márquez del cúmulo de inexactitudes y leyendas reproducidas en su novela y que da por buenas, como que Bolívar tenía ascendencia africana y vivió su infancia en San Mateo, adonde regresó casado; repartió sus tierras entre sus esclavos o que en 1813 entró a Caracas en una carroza tirada por seis bellísimas doncellas, entre otras no menos inocentes. He contabilizado unas sesenta inexactitudes históricas, incluida las referidas a Manuela Sáenz, sin contar las de la cronología.

[18] María Elvira Salazar, “Entrevista a Gabriel García Márquez a propósito de El General en su laberinto”, en revista Semana, No. 358, Bogotá, 14 de marzo de 1989, p. 28; citado por Alicia Ríos, Nacionalismos Banales…, p. 134.

[19] José Ignacio Cabrujas, “Los otros laberintos del general”, El Nacional. Caracas, 21 abril 1989.

[20] Aunque nació en Aracataca, creció a la vida cultural en Barranquilla.

[21] No tardó en incorporarse esto de “mal hablado” a las características del caraqueño, según la descripción que hace el humorista colombiano Daniel Samper Pizano, en sus Lecciones histéricas de Colombia. Bogotá, El Áncora Ediciones, 1993, p. 141. Su fuente autorizada: Gabriel García Márquez.

[22] David Bushnell, Ensayos de Historia Política de Colombia. Siglos XIX y XX. Medellín, La Carreta Editores Unidos, 1906, 20 pp. 18 y 63-64. Sobre la novela de García Márquez, el mismo autor publicó “¿El primer Nobel historiógrafo?”, en Revista de Estudios Colombianos, No. 7, Bogotá, 1989, pp. 33-35.

[23] Cfr. Antonio Arráiz, Culto Bolivariano. Caracas, Publicado bajo los auspicios del Ministerio de Educación Nacional, 1940, pp. 10-11, 16-17.

[24] Eduardo Casanova, La última muerte de Simón el Triste. Caracas, Editorial Actum, 2003.

[25] Teodoro Petkoff, en prólogo a la novela de Mario Szichman, Las dos muertes del general Simón Bolívar. Caracas, José Agustín Editor, El Centauro edics., 2004, p. 10.

[26] Cfr. Gustavo Vargas Martínez, “Bolívar y Manuelita: con los puntos sobre las íes”, en Boletín de historia y antigüedades, 81.784. Bogotá, 1994, pp. 127-138; y Roberto Lovera de Sola, “Manuela Sáenz apócrifa”, en analitica.com entretenimiento/manuela-saenz-apocrifa- 2 de octubre de 2011; ahora en La pregunta por la Cultura. Caracas, RSLDS Editor, 2012;pp. 64-125.

[27] Esta publicación influyó en la confección del film Manuela, la Libertadora del Libertador del cineasta Diego Rísquez, 2000.

Roldán Esteva-Grillet (Caracas, 1946), historiador y crítico de arte. Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes (Mérida), Master en Historia del Arte por la Universidad de Bologna. Profesor titular de la Universidad Central de Venezuela. Fue jefe de Investigación de la Galería de Arte Nacional (Caracas). Posee una importante y amplia obra publicada. Entre sus trabajos más recientes se encuentran: Imágenes contra la pared: crónicas y críticas sobre arte (1981-2007) (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009), Las artes plásticas venezolanas en el Centenario de la Independencia 1910-1911 (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2010).

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