Gilberto Pinto: rebelde con causa
Leonardo Azparren Giménez visita la obra de Gilberto Pinto (Caracas, 1929-2012), uno de los fundadores del teatro venezolano contemporáneo. Actor, dramaturgo, ensayista, docente. Pinto dejó un legado compuesto por dieciocho obras escritas, que tuvieron el extraño privilegio de ser escenificadas no solo en Venezuela, sino también en varios países de América Latina y los Estados Unidos. Pero además, publicó ensayos: Reflexiones sobre la condición y la preparación del actor, Gómez Obregón y su época, El texto teatral, notas y contranotas para jóvenes dramaturgos. Como docente, se incorporó al trabajo de formación de actores en un momento de auge de las artes escénicas en el país, al tiempo que se desempeñaba -lo que era usual en el medio- para la radio, el cine y la televisión. En 1999, le fue conferido Premio Nacional de Teatro. Sus piezas, identificadas con el realismo social, componen un notable corpus de trabajo que forma parte de lo mejor del teatro venezolano de la segunda mitad del siglo pasado.
La dramaturgia venezolana surgida con la democracia, a partir de 1958, fue diversa y crítica. Su variedad de visiones del mundo y de la sociedad fue una manera de representar la naciente libertad disfrutada. Por eso mismo fue una dramaturgia crítica, cuyos autores se interrogaron sobre las nuevas situaciones sociales y sobre la situación del Yo en los nuevos marcos sociales. La mayoría de esos creadores, nacidos en la década de los treinta, se había formado en la década anterior, por lo que tenía experiencia de lo que había sido la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), una perspectiva histórica que favoreció la diversidad temática del nuevo teatro.
Dramaturgo, actor, director y docente, Gilberto Pinto (1929-2011) inició su formación en el Curso de Capacitación Teatral que Jesús Gómez Obregón -mexicano con formación stanislavskiana- creó y dirigió en 1947 por solicitud del Ministerio de Educación. Gómez Obregón aportó una nueva visión artística y social del teatro alejada del oficio comercial, que conllevó la toma de conciencia del compromiso social y político en sus alumnos.
Después, Pinto fundó el Grupo Cuicas (1952) y el Teatro el Duende (1955), con el que trabajó hasta su muerte. Su debut dramatúrgico fue en 1961 con El rincón del diablo. Dirigió el Instituto de Formación para el Arte Dramático (IFAT). Recibió varios premios por su trabajo en la televisión y por sus obras de teatro. En 1999, le fue otorgado el Premio Nacional de Teatro y en 2008 el Premio Nacional de Cultura. Hizo importantes aportes teóricos para la formación del actor (Reflexiones sobre la condición y la preparación del actor, 1992) y para conservar la memoria de quien fue su maestro (Gómez Obregón y su época, el teatro venezolano de 1945 a 1955, 1999). En sus reflexiones, Pinto puso en evidencia su formación y su experiencia, alejadas de empirismos profesionales mercantiles y comprometidas con una actividad social interventora en la vida de los ciudadanos actores y espectadores. Es uno de los escasos casos de un hombre de teatro con capacidad reflexiva y teórica sobre su trabajo. En sus Reflexiones hizo aportes importantes sobre el arte del actor:
Cuando narra la presencia e importancia de Gómez Obregón en la formación de una nueva generación de teatristas, él incluido, destaca el contenido social en la formación del actor:
El compromiso de Pinto con el teatro de contenido social y denuncia no conllevó una escolástica ideológica. El conjunto de sus obras responde a una visión de la sociedad en la que las injusticias y los mecanismos del poder son factores de dominación y sumisión. Su permanente esfuerzo por representar la realidad social hizo que en algunas de sus obras apelara a recursos un tanto anacrónicos, tales como el habla popular de los autores del realismo ingenuo, escenografías detalladamente realistas, acotaciones minuciosas para describir a los personajes y sus estados de ánimo en situaciones culminantes y, por supuesto, la visión de la sociedad según sus clases sociales y las injusticias inherentes a ellas. También son tópicos de su teatro las frecuentes referencias a Dios por estar ausente o no oír, y el lenguaje y las situaciones en las que las relaciones sexuales están presentes.
En El hombre de la rata (1963), uno de sus dos monólogos (el otro es Lucrecia, 1987), su protagonista, El Hombre, encarna las angustias e incertidumbres actuales. Como todo monólogo, el texto es una confesión pero sin estar claro a quién está dirigida. Una rata que se le aparece, a veces en dimensiones gigantescas, es el pretexto que enhebra la sucesión de tópicos expuestos sobre la vida moderna. El Hombre busca un lugar en el mundo donde vivir, trabajar y amar en paz. Al despedirse, sentencia:
Este texto es, en gran medida, una declaración de principios de toda su producción. Búsqueda frustrada, denuncia rabiosa y absurda en cada situación y personaje, incluso forzando el lenguaje para que el cauce de su visión de la sociedad no se desvirtúe.
En La noche moribunda (1967) ese lugar es la casona de una hacienda donde un grupo de personas se reúne para desahogar sus instintos, en una situación en la que las referencias a la bomba atómica y sus consecuencias, los juegos y el lenguaje sexuales no esconden la procacidad y la religión (“¡La virgen del Carmen parecía una pendeja al lado suyo!”, “la tabla de valores de Dios es una cosa ‘standard’. Sirve para todos los casos”) dan forma a una visión “moribunda” de la vida. Apunta Pinto contra la burguesía. Curiosamente, la casona donde están se llama Welpurgis, nombre de una celebración pagana de Europa central que tenía lugar a finales de abril.
El conjunto de sus obras responde a una visión de la sociedad en la que las injusticias y los mecanismos del poder son factores de dominación y sumisión.
Podría tratarse de un aquelarre, en el que una joven es embaucada para que pierda su virginidad en nombre de lo que es o debe ser la mujer moderna, mientras unos supuestos cazadores ponen un poco de orden. Esa noche moribunda es la descripción de un mundo decadente en espera de la destrucción final por una guerra atómica.
Texto ambicioso en sus propósitos y en el despliegue estratégico de situaciones y personajes, su descripción del mundo que critica se agota en incidentes en los que el autor incluye sus reflexiones sobre la época:
En su conjunto, la obra dramática de Gilberto Pinto aborda diferentes aspectos de la vida social, algunos apuntando a las relaciones de pareja, el absurdo de la existencia y las evocaciones un tanto poéticas a costumbres y creencias ancestrales, como intentó con La noche de San Juan (1976-1978), su versión de Sueño de una noche de verano de William Shakespeare.
El “ejercicio dramático” Un domingo de verano (1969) es el encuentro en un parque de dos jóvenes, con los lógicos acercamientos entre él y ella. El desarraigo familiar de ambos y la incertidumbre de sus vidas se hacen presentes:
Mayor ambición, coherencia y profundidad hay en La buhardilla (1970), con dos personajes femeninos en un a puertas cerradas que hace aflorar sus relaciones, eventualmente lesbianas, mientras esperan. Sandra es pintora, dispuesta a dejar su oficio a pesar de algunos compromisos pendientes, ante lo cual Rebeca la presiona. La muerte, al igual que en obras anteriores, ronda en la atmósfera general de la acción hasta que se hace presente al final, cuando Sandra provoca su propia muerte. El mundo exterior es una resonancia que, en el momento culminante se materializa en voces alarmadas por el disparo.
No tiene Pinto un núcleo ideológico sistemático que despliegue en sus obras. En Pacífico 45 (1976) se remonta a la Segunda Guerra Mundial para discutir los dilemas morales de quienes estuvieron involucrados en ella. Para tal propósito, uno de los personajes, Curley, cumple el rol de relatar y comentar la guerra con una postura crítica que representa el significado de la obra.
Otra visión de la guerra es La guerrita de Rosendo (1976), cuya acción tiene lugar pocos años después de la Guerra Federal venezolana del siglo XIX. Para darle consistencia a la época, Pinto apela a un lenguaje costumbrista con el que da forma al mundo popular de la obra. Rosendo Calcurián, herido, llega un rancho. Allí se encuentra con Ermelinda y a su alrededor se organiza la intriga, en la que las relaciones sexuales ocupan un lugar central y el mutuo interrogatorio que los va describiendo. Al final, después que la obra ha estado centrada en la pareja Rosendo queda en evidencia, es un soldado que abandonó sus compromisos militares en el lado liberal de la guerra contra los godos. Su fusilamiento es el desenlace lógico y necesario, previo a la acotación final:
En La noche de San Juan (1976-1978) Pinto ubica la acción en la zona de Barlovento con el objeto de aproximar la fábula shakesperiana a las costumbres y ritos religiosos de la cultura negra de la región. Es una traslación cultural que no profundiza en el nuevo contexto social en el que coloca la historia de Shakespeare. Los lenguajes local y aborigen empleados y las alusiones a la organización social de la época de la Colonia construyen una imaginería poco vinculada con el tema que quiso traducir a la cultura venezolana. La presencia de ninfas y Hércules en las referencias de algunos personajes lucen poco verosímiles, a pesar de conservar algunos nombre del texto original.
El tema de la guerra y la energía atómica es retomado en La visita de los generales (1980), una de las obras mejor estructuradas por Pinto. El propósito es discutir la responsabilidad política y moral del científico ante el poder destructor de la energía atómica. En este caso el doctor Zenning, quien padece cáncer terminal, es presionado por un grupo de generales para que entregue el resultado de sus investigaciones. Zenning resiste, aunque el doctor Kosta intenta un tratamiento para prolongarle la vida sin resultados para los generales. A lo largo de la acción sobresale la conciencia ética de Zenning y su responsabilidad frente a los generales por ser un científico vinculado con la energía atómica:
Cuando regresa a los temas sociales directos, Pinto presenta en La muchacha del blue-jeans (1982) el intento por amoldarse a las innovaciones escénicas del nuevo teatro: el escenario abierto y la simultaneidad de situaciones. Dispone, para tales efectos, un conjunto de tarimas en el escenario en el que se suceden las breves y fugaces situaciones en las que un policía interroga a Marisela por un asesinato, mientras tienen lugar los hechos vinculados con el interrogatorio. Pinto remarca el realismo con un lenguaje que no esconde su crudeza y situaciones y personajes que connotan los mecanismos ocultos de un sistema social injusto. El mundo desprejuiciado, sin sentido de normas ni compromiso social poco a poco revela sus mecanismos ocultos. Marisela, cuyas relaciones familiares son caóticas, es amante de un coronel, quien muere en circunstancias dudosas.
Diagnóstico social parecido es el propósito de El confidente (1985). Un dirigente político que luchó contra la dictadura, ahora enfrenta el problema de su honestidad porque en los años de la resistencia delató a un compañero por instrucciones del partido. El tema, como tal, fue atractivo para la izquierda venezolana desde temprano, tal el caso de Días de poder (1965), de Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas. En Gambito de dama (1989) Pinto presenta a Verónica, de 45 años, quien vive apartada en un chalet de montaña, asistida por una joven de dieciséis años. Después de un largo diálogo en el que ambos personajes se describen, aparece un tercero, Isaac, un detective privado, quien descubre un robo que Verónica hizo hace algún tiempo. Para no entregarla a la policía le propone la repartición de lo robado. Ella toma un revólver y lo mata.
Gilberto Pinto destaca por la firmeza y dureza con la que presenta sus temas, en primer lugar con el empleo de un lenguaje directo en el que el vocabulario sexual es frecuente, así como la elaboración de situaciones de mucho impacto por las interrelaciones que establece entre los personajes. Carlos Dimeo, quien ha estudiado la obra de Pinto, afirma:
©Trópico Absoluto
Leonardo Azparren Giménez (Barquisimeto, 1941), es licenciado en filosofía y magíster en teatro latinoamericano. Profesor titular de la Universidad Central de Venezuela y coordinador de la maestría en Teatro Latinoamericano de esa universidad. Miembro de número de la Academia Venezolana de la lengua. Ha sido diplomático (1971-1991), director del Fondo de Fomento Cinematográfico (1982-86), presidente del Círculo de Críticos de Teatro de Venezuela (1986-88), miembro de la Editorial Monte Ávila (1994) y de la Fundación Teresa Carreño (1995-1999). Especialista en teatro venezolano y teatro griego, sus investigaciones se centran en los procesos de modernización del teatro venezolano y en el discurso teatral. Ha publicado, entre otros: Cabrujas en tres actos (1983); Documentos para la historia del teatro en Venezuela, siglos XVI, XVII y XVIII (1994); El teatro en Venezuela, ensayos históricos (1997); El realismo en el nuevo teatro venezolano (2002), y Estudios sobre teatro venezolano (2006).
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Como siempre, Leonardo Azparren realiza una gran labor en relación al teatro venezolano y sus conexiones con el mundo.