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Salir a la realidad: un legado quijotesco

Por | 4 septiembre 2025

Ofrecemos la introducción a la nueva edición de Salir a la realidad: un legado quijotesco, de Cristian Alvarez, que ha sido publicado por la Universidad Monte Avila (2025). Al final del texto, se incluye un enlace que permite descargar el libro de forma gratuita. "Salir a la realidad: un legado quijotesco se publicó por primera vez en agosto de 1999 mediante una coedición de Monte Ávila Editores Latinoamericana –en su colección Estudios– y Equinoccio, Ediciones de la Universidad Simón Bolívar. A la decena de ensayos que junto a la introducción conformaban aquel volumen inicial, he sumado otros quince, los cuales han sido escritos en su mayoría durante las primeras décadas de este milenio. Pienso que estos últimos textos, en la dedicación a los temas que me han acompañado por mucho tiempo en mis reflexiones e indagaciones personales, así como en el gusto por la lectura de las obras de los autores a los que aludo o estudio con alguna reiteración –¿por qué negarlo?, se vinculan, a través de imágenes y ciertas constantes en visiones e ideas, con aquel conjunto de trabajos que integraban la primera edición". CA

Universidad Simón Bolívar. Caracas, 1999.

Casi al final de la primera parte del Quijote, entre los capítulos XLVI al XLIX, encontramos al Caballero de la Triste Figura en una tosca jaula, encerrado por una maquinación que han tramado el cura y el barbero con el fin de llevarlo de retorno a su aldea. Don Quijote cree que su estado de prisionero se debe a obra de “encantamiento”, así que ha aceptado sumiso –él que es todo “valor y coraje”– aquella “inevitable” situación. Pero su fiel escudero Sancho Panza sabe que todo es una acción de “malicia” y por ello quiere advertir a su señor y salvarlo del mal tratamiento que se le hace; también tiene la esperanza de seguir la ruta de sus aventuras. Ante el terco convencimiento de su amo, Sancho recurre al conocimiento de su muy concreto empirismo y expone lo que podríamos llamar la prueba orgánica, es decir, “gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores”, pues –como él observa– los “encantados” no hacen tales “obras naturales”. Aunque la necesidad de hacer aguas es irrefutable, ello aún no convence a don Quijote, quien encuentra toda la explicación de su enjaulamiento en la teoría de los malos encantadores. ¿Se engaña a sí mismo porque no quiere ver los hechos, lo que paradójicamente continuaría el engaño del cura y el barbero, esa comedia montada tan “literaria”? Don Quijote, “el desfazedor de agravios”, no puede creer que el maltrato sufrido tenga su origen en la realidad, en los hombres, a pesar de la insistente protesta de Sancho. Como aclara Marthe Robert, con esta actitud don Quijote echa las bases de su bondad: “No admite que haya tanto mal en la tierra (…) El mal tiene que venir de otra parte: este es un hecho que perder su infinita benevolencia y, lo cual es importante, su amor propio”[1].

Con la confianza puesta en el mundo y en los hombres por parte del hidalgo manchego, un mundo que a la vez quiere redimir de la injusticia, la literatura caballeresca ofrece no solo el modelo de acción aventurera, sino también aquello que puede explicar, hacer inteligible lo que se presenta extraño o familiar a su paso. Así, desde la mirada quijotesca, los libros de caballerías son el punto de referencia, la norma que le permite acceder a la realidad. Don Quijote confía en que esta no puede ser tan terrible y que tampoco debe de estar lejos de sus libros, los cuales constituyen la esencia que define su propio ser: “Yo sé quién soy, y sé qué puedo ser”, exclama aporreado después de su primera y breve salida, para luego enumerar una lista de los héroes caballerescos (primera parte, capítulo V). Difícilmente don Quijote renunciaría a esta “razón de su sinrazón” que sabe indispensable, la misma que inspira su aventura para enmendar el mundo. Por tal motivo en este intento de transformación de la realidad podemos ver algo más. Convencido de los valores eternos y verdaderos, de la necesidad de que ellos lleguen al mundo, Don Quijote muchas veces no alcanza a diferenciarlos del modo como se traducen en los libros de caballerías. ¿Acaso estos no ofrecen un “método” para llevar los valores a cabo? La lucha contra el mal, la defensa de la justicia, la idea del honor, la celebración de la belleza y la expresión del amor –que erige el mito de Dulcinea–, siguen, en la medida de lo posible, las imágenes y las formas que se leen en el Amadís o en los otros libros de su biblioteca. Don Quijote identifica el ideal con aquellas imágenes de la literatura que “ve” continuamente y trata de transportar a la realidad. Ello, por supuesto, no niega la posibilidad de que en su visión “idealista” se muestre una aguda intuición acerca de las cosas –lo que no deja de asombrarnos–, como lo demostró en su conmovedora confesión amorosa de la Sierra Morena, revelándole a Sancho la verdadera identidad de Dulcinea. Dentro de la situación llena de humor e ironía, la sinceridad de don Quijote descubre las grandes posibilidades y los sentimientos profundísimos del amor caballeresco: entrega, sacrificio, respeto, elevación.

“Imposible” hallar aquellos valores con toda su pureza en la realidad, el anacronismo caballeresco y literal, aunque totalmente impráctico, se convierte en lo único que conoce para cumplir su meta. Los libros son la fuente de su salida, de su drama –y más adelante de su melancólico desengaño que no olvidará los valores, pues se evidenciarán aún más en la derrota– y por eso insiste en este modo de entendimiento coherente en su intención, aunque ello lo tenga “enjaulado”. Tal vez por ello el título de este volumen pueda provocar alguna sorpresa. ¿Qué significa la “salida” a la que nos referimos? ¿Solo aquella que busca “cambiar” la realidad según los libros? ¿O acaso una que también permita verla, contemplarla, atenderla? Don Quijote, en vista de lo expuesto y de lo que ya sabíamos, no es precisamente un arquetipo de “atención a la realidad”. Hasta ahora todo apunta a lo contrario, a la confirmación de un personaje crédulo de una ilusión hermosa pero inaplicable; a la descripción de una mirada distraída, inspirada en la literatura que, no obstante se refiera al mundo, nada tiene que ver, al parecer, con la realidad concreta. Mas solo se ha descrito una perspectiva desde el encierro quijotesco y quizás nos falte apreciar otro aspecto para entender la proposición. Volvamos, entonces, al episodio del enjaulamiento.

Cristian Alvarez. Salir a la realidad: un legado quijotesco. Caracas: Monte Avila Editores Latinoamericana / Equinoccio. 1999.

Sancho está consciente de la equivocación de don Quijote en atribuir su desgracia a los encantadores; sabe de este error –nosotros también lo sabemos–, pero no lo abandona. Lo que vemos a continuación resulta fundamental: don Quijote promete obedecer a Sancho en lo que este proponga si así lo libera de la prisión donde se encuentra, y aunque insiste en su razón, accede por la fidelidad que su escudero le tiene. Sigue la sugerencia de Sancho y no permanece encerrado en su percepción. A pesar de estar convencido de su entendimiento, sale. Esta “salida de su encierro” es significativa, ya que asomará una apertura dentro de su “salida caballeresca”, en la que el guía será Sancho Panza. El episodio confirma lo que podemos ver en las aventuras de estos compañeros de viaje: en su duro aprendizaje de la caballería, Sancho le enseña también a don Quijote, lo lleva a atender a algunos aspectos del rostro de la realidad que ignoraba o apenas tomaba en consideración en su parcial visión libresca. En su salida aventurera se presenta, así, un acercamiento a la realidad en la que tal vez podamos distinguir tres facetas. En primer lugar, el ingenioso hidalgo manchego no permanece en su biblioteca, busca llevar a cabo en el mundo la importante misión que describen sus libros poblados de maravillas y hechos prodigiosos. Ese paso inicial, aunque su intención no sea descubrir lo real sino “comprobar” –digámoslo así– las “hipótesis” y “teorías” de la literatura, permite que el contacto con lo real ocurra. Una atención a la realidad se lleva a cabo y su objeto primordial es “enderezarla” para aproximarla al ideal de sus libros. Los hechos se suceden y con ellos chascos y tropiezos –algunos dolorosos y con ciertos costos–, lo que no hará que don Quijote olvide la razón de su salida. En esta segunda fase podemos observar la distancia entre lo que dicen los libros y lo real. Y aunque don Quijote persevere en su visión y mantenga la fe en algunas de sus “explicaciones” que siguen lo imaginario, con Sancho va descubriendo otros aspectos; a veces con disgusto, en otras ocasiones con asombro, con placer y también con emoción, el hidalgo manchego atenderá a la realidad. En parte aprenderá a ver cómo es esta. No de un modo completamente objetivo, claro, pero esa misma parcialidad ya es un avance. La amistad entre don Quijote y Sancho resulta así provechosa para configurar, en su diálogo e intercambio, una aproximación al conocimiento que la literatura propicia. Esta, con su saber siempre incompleto, motiva una salida y un contacto que también arroja un conocimiento, igualmente parcial, pero que es el modo de establecer el acercamiento a la realidad. El tercer rasgo de la aventura quijotesca permite tomar conciencia de la limitación de la escritura y de la salida para conocer, y que ellas mismas, en su condición restringida, son el medio, aun la opción para atender a la realidad. Es así que para don Quijote su obligada salida caballeresca con el fin de aplicar lo que conoce trae un nuevo conocimiento de lo real. De ahí que su mirada, en ocasiones engañada a través del cristal de los libros, lo lleva a vincularse para aprender, lo que nos permite descubrir esa segunda necesidad después de la indubitable opción ética. Aquí encontramos otro riesgo de su mirada que, en y con la equivocación y el error, muestra no solo la vigencia de los valores, sino el necesario impregnarse de la realidad; un atenderla para conocer, comprender y algún día cuando se requiera –no falta la esperanza– transformar algún elemento de ella. Tal vez la jocosa aventura de los molinos de viento trocados en gigantes en la primera visión prejuiciada del Quijote –acaso la aventura más “comercial” como alguien diría hoy–, celebrada siempre por su gracia y que se ha convertido en el símbolo del idealismo frustrado, ha distraído la atención de las posteriores “hazañas” en que el “lance” de su entendimiento de las cosas se pone más a prueba. Con don Quijote y su inseparable amigo Sancho se nos presenta un especial legado en la forma del conocimiento a partir precisamente de la literatura.

Gran parte de la aventura de don Quijote de la Mancha y Sancho Panza toca, no sin alguna reflexión, el tema de la literatura o algún aspecto afín a ella. Podemos acudir a ciertas discusiones sobre la verdad y sentido de los libros; otras veces permanecemos expectantes y entretenidos con la sabrosa plática de los personajes; o simplemente estamos curiosos y suspensos ante la narración de un cuento pleno de fantasía o con la historia de una cuita que acontece, en la que lo cotidiano también ofrece sus maravillas. De esta forma, la literatura presenta varias de sus facetas, ninguna con pretensión exclusiva, sino más bien compartiéndose en un mismo espacio con toda ambigüedad: la literatura para elevarse y vivir otros mundos, un viaje que tiene su retorno a la realidad que es nuevamente reconocida y apreciada; la literatura también para conocer, comunicar, compartir y asimismo como un consuelo. Pero con el Quijote además descubrimos cómo ella propone o revela el desengaño, cuando el Caballero de la Triste Figura afirma que los “encantadores” están siempre al acecho tramando su desventura; o en las crudas respuestas que ofrece lo real ante su voluntad de hazañas heroicas; o especialmente en los momentos en que nos damos cuenta de que los libros son solo intentos, formas de acercarse a una realidad inatrapable y siempre desconcertante. Conocimiento limitado, pero conocimiento al fin que propicia la aventura del aprender incesante. ¿No percibimos con la conciencia de los límites una reconciliación y al mismo tiempo un punto de partida para continuar en la búsqueda, en la salida quijotesca?

¿Qué tienen en común los escritores y los temas mencionados? La palabra contemplación se repite en varios de los estudios y pienso que ello es importante. Quizás, me gustaría verlo así, hay una coincidencia en lo íntimo de cada escritura que busca asomarse al mundo con intención amoros

Es quizás este aspecto el que permite reunir los textos que conforman este volumen. Escritos en diferentes fechas y con diversos objetivos, constituyen ensayos que buscan comentar un tema o la obra de un autor. Presentan distintos estilos: el análisis vinculado al estudio, la visión más personal del comentario, o la reflexión de una conferencia. El ensayo, como una conversación que invita al pensamiento y al diálogo, no tiene que ser necesariamente uniforme. Su tono y rigor en la forma y las ideas dependerá del clima del evento, del oyente, del tema. Así, don Quijote puede verse como una imagen que sugiere una interpretación de nuestra historia. De aquí que lo quijotesco, esa salida aventurera que aludíamos, se enlace con dos problemas importantes, vitales se podría afirmar: la lectura y la cultura. Ambos temas, íntimamente ligados, son tocados en una particular aproximación a las obras de Mariano Picón-Salas y José Antonio Ramos Sucre, en diversos ensayos especialmente dedicados a cada uno. La obra de Jorge Guillén, de Jorge Luis Borges y de Guillermo Sucre –cada autor en un estudio individual y diferente– permiten, por otra parte, reflexionar sobre la literatura y su relación con la realidad; este aspecto finalmente se enlaza con el sentido y vocación del escritor. Y la estrecha vinculación de este tema con la escritura evocadora del tiempo de la infancia –que acaso guarde una gracia, una secreta clave de la integración y atención al mundo– puede revelarnos algo, al parecer, esencial. Nuevamente la lectura de la obra de Picón-Salas, además de la de Teresa de la Parra, entre otros autores, constituirá uno de los ejes de dos de los ensayos que indagan sobre esta cuestión.

Cristian Alvarez. Salir a la realidad: un legado quijotesco. Caracas: Universidad Monte Avila. 2025

¿Qué tienen en común los escritores y los temas mencionados? La palabra contemplación se repite en varios de los estudios y pienso que ello es importante. Quizás, me gustaría verlo así, hay una coincidencia en lo íntimo de cada escritura que busca asomarse al mundo con intención amorosa, una atención a la realidad y a lo ideal, en la que la escritura se convierte en forma de aproximación que se sabe incompleta, trunca, pero que a la vez favorece otros acercamientos. Como señala Josef Pieper, la contemplación ya no se asocia exclusivamente al claustro de los monjes; y habla de una contemplación terrenal que es siempre posible en la mirada que afirma nuestro amor y descubre la gloria y el sosiego divinos en “todo lo real”. Así, pretendo pensar que en la mirada de cada escritor dirigida al mundo acaso pueda distinguirse una chispa, una vislumbre de ese amor. Decíamos además que en la literatura hay un conocimiento. Conocimiento que podemos asociar a un habitar e integrarse a “todo lo real” –lo que no excluye lo imagina rio–; a un amar la vida por lo que es. Todo es don, dádiva, valioso por sí mismo como diría Rilke, aunque no lo comprendamos. Esto es también una iluminación que viene de ese atender a la realidad semejante al de un contemplar. Reconocer los límites del conocimiento y a esa posibilidad de integración que permite la mirada es tornar a una equilibrada condición humana.

Tomando una vez más la figura de don Quijote, vemos cómo este quiere ser un caballero. Intenta seguir así un camino que identifica con su vocación humana. El oficio del caballero consistía en el servicio de la fe, de la verdad y del honor; en la defensa de los débiles, humildes y desfavorecidos y en el castigo del opresor y tirano. Semejantes ideales y deberes lo impulsan a salir a la realidad para cumplir su misión y, por lo mismo, a arriesgarse con todo lo que significa este término: fracaso, aparentes triunfos. Todo va construyendo su ser que no niega la realidad sino que aspira a integrarla. Busca ser, busca ser simplemente hombre desde su especial concepción, al tratar de cumplir esa vocación a la cual todos estamos llamados. ¿No va dibujando así una profunda humanidad? En la aventura quijotesca uno puede reconocer algo trágico al presentarse el conflicto entre lo deseado que se inspira en los valores eternos y la realidad que reclama algunas veces su necesaria transformación. La acción caballeresca puede ser torpe en el caso de Don Quijote, pero ello no invalida su legítima propuesta. Equívoca, errática y aun con consecuencias inesperadas, la salida para enderezar entuertos o para conocer resulta inevitable, necesaria, como un apetito que intenta conciliar lo que parece “irreconciliable”. Saber que es irreconciliable y, sin embargo, obtener de ese conocimiento “valores y júbilo” define una tragedia ética, según apunta Fernando Savater. Descubrir la posibilidad, una probabilidad de algo mejor y a la vez la íntima alegría que ello provoca en un nuevo espacio del alma, nos va sugiriendo un modo de estar en la realidad. En otra oportunidad el mismo Savater observa en la literatura, especialmente en la de aventuras, muy afines al gusto quijotesco, cómo lo terrible, “lo más hostil a la personalidad y fraternidad humanas, lo que menos repara en nosotros o más nos amenaza, quiere también ser regenerado por nuestro esforzado coraje”[2]. Una frase de Rilke completa esta misma idea: “Quizá todos los dragones de nuestra vida son princesas que esperan solo eso, vernos una vez hermosos y valientes. Quizá todo lo espantoso, en su más profunda base, es lo inerme, lo que quiere auxilio de nosotros”[3]. Auxilio de nosotros: ¿No está definiendo la misma tarea heroica del Quijote, no solo la de enderezar entuertos, sino aquella que señala la posibilidad de una reconciliación? El ingenioso hidalgo es un hombre de acción y por esto sale a cumplir su meta, convertido en don Quijote de la Mancha. Podríamos decir que pasa de un estado conocido tradicionalmente como “contemplativo”, al de la “acción” concreta y terrena. En la posición que hemos descrito, en esa nueva atención a la realidad que en la aventura quijotesca se vuelve un acto necesario y buscado, se va perfilando una contemplación de otro orden, acaso más auténtica que la que supondríamos que podemos encontrar en la obsesiva lectura de los libros. Su intento de mirar –“aunque solo sea en una duración no mayor que la de un rayo”, como diría Pieper– es así análogo a una contemplación terrenal, la cual permite ver un orden al que todo puede ser llamado: una posibilidad de redención.

Santiago de León de Caracas, 4 de septiembre de 2025

Notas

[1] Marthe Robert, Lo viejo y lo nuevo. Traducción de Francisco Rivera. Caracas: Monte Ávila Editores, 1975, p. 189.

[2] Fernando Savater. “Lo que enseñan los cuentos”. Papel Literario de El Nacional, Caracas, 1º de julio de 1990, p. 1.

[3] Rainer Maria Rilke, Cartas a un joven poeta. Traducción de José María Valverde. Madrid: Alianza Editorial. Madrid, 1982. Carta del 12 de agosto de 1904, p. 85.

Cristian Álvarez (Maracaibo, 1959). Doctor en Letras por la Universidad Simón Bolívar (USB), es Profesor Titular en la misma universidad. En la USB se desempeñó en distintos momentos como Director de la Editorial Equinoccio, Coordinador fundador de la Licenciatura en Estudios y Artes Liberales, Decano de Estudios Generales y Jefe del Departamento de Lengua y Literatura. Ha publicado los libros Ramos Sucre y la Edad Media (1990; 1992. Premio CONAC de Ensayo «Mariano Picón-Salas» 1991); Salir a la realidad: un legado quijotesco (1999); La «varia lección» de Mariano Picón-Salas: la conciencia como primera libertad (2003; 2011; 2021); ¿Repensar (en) la Universidad Simón Bolívar? (2005); y Diálogo y comprensión: textos para la universidad (2006). Para Monte Ávila Latinoamericana, preparó la edición de las Biblioteca Mariano Picón-Salas, que consta de doce volúmenes, de los cuales fueron publicados seis.

Puede descargar gratuitamente la nueva edición del libro de Cristian Alvarez haciendo clic aquí.

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