/ Cultura

¿Qué esconde la máscara de ‹Fantomas contra los vampiros multinacionales›?

«La lectura de la correspondencia y diversos textos y artículos escritos y publicados  desde 1962 hasta mediados de la década siguiente nos hace presumir que, además de "La inteligencia en llamas", el germen de Fantomas contra los vampiros multinacionales era el enorme anhelo que Julio Cortázar tenía de redimirse ante la burocracia cubana tras la "excomunión" de la que había sido objeto a raíz de su desempeño durante el "caso Padilla".»

Julio Cortázar. 1980. Enciclopedia Británica

“El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad”.
Julio Cortázar.
Carta a Jean Barnabé, 27 de junio de 1959

I

A principios de 1975, Julio Cortázar recibió un sobre postal enviado por su amigo Luis Guillermo Piazza, quien formaba parte del equipo de la editorial mexicana Novaro. El sobre contenía un ejemplar de La inteligencia en llamas, el número 201 de «Fantomas, la amenaza elegante», historieta en la que el héroe enmascarado requiere de la ayuda de Cortázar, Octavio Paz, Alberto Moravia y Susan Sontag para enfrentar a «La Espada de Gabriel», una secta secreta dirigida por un fanático multimillonario que hace de la destrucción de libros un apostolado.

Cuando recibió esa historieta donde alcanza el estatus de compañero de aventuras de Fantomas, el autor de Rayuela formaba parte del Tribunal Russell II, que en enero de ese año se había reunido en Bruselas para escuchar testimonios que aportaban pruebas de los crímenes cometidos por las dictaduras de Chile, Brasil, Argentina, Uruguay y Bolivia, y del papel que habían jugado el gobierno estadounidense y algunas trasnacionales en la consolidación de esos regímenes.

El Tribunal Russell II había sido convocado por el senador de la izquierda independiente italiana Lelio Basso y entre sus integrantes contaba con el historiador y ex presidente dominicano Juan Bosch, el Premio Nobel de Física Alfred Kastler y Gabriel García Márquez, de manera que sus sesiones no sólo merecieron amplia cobertura por parte de los medios con corresponsales en la capital de Ginebra sino que su veredicto fue publicado y difundido de manera masiva. Los miembros del Tribunal sabían que la única «sanción» que podían lograr era de naturaleza moral, lo único que podían hacer era sensibilizar la opinión pública sobre lo que había ocurrido en esos países de América Latina; pero Cortázar sabía que bastaba pasar la página para que esa labor de escuchar durante ocho días a testigos que referían persecuciones, torturas y asesinatos fuera desplazada por el desempeño al volante de Emerson Fitipaldi, la moda retro o el estreno de la última superproducción hollywoodense.

Esa historieta de Fantomas donde el escritor figuraba como personaje parecía oportuna para ofrecer una reflexión sobre la candidez que modela las aventuras de héroes enmascarados. En sus manos, La inteligencia en llamas se convirtió en el preámbulo de una aventura de mayor envergadura, porque la quema de libros y destrucción de bibliotecas no es obra de sicóticos como Steiner, el líder de la secta responsable del bibliocidio. Los hechos demostraban que los genocidios culturales eran maniobras planeadas por compañías como la ITT, Química Hoechst o Kennecot, de cuya participación en el golpe de Estado contra Salvador Allende había pruebas irrefutables.

Lo que hacía que esa lucha resultara particularmente ardua y demandante era que no podía ser emprendida por justicieros solitarios, como Fantomas, por muy admirables y dispuestos que estuvieran a jugarse la vida. A juicio de Cortázar, enfrentar a esos vampiros exigía líderes, «jefes de hombres», como Fidel Castro y el Che Guevara; sin embargo, lo que resultaba en verdad decisivo era no limitarse a esperar la aparición de alguien capaz de aglutinar a un grupo humano, de ofrecerles consignas y ponerlos en marcha, lo fundamental era entender que no nos va tan mal porque no han allanado nuestra casa o no nos han matado a patadas (Cfr. Cortázar, 2007, pp. 57-59).

En el marco de ese programa de acción, Fantomas contra los vampiros multinacionales obedecería al esfuerzo del escritor por llegar a un público ajeno a las inquietudes del Tribunal Russell.

II

Para anunciar la aparición de ese libro «heterodoxo, anfibio, ilustrado y en colores», Cortázar concedió una entrevista a Calac y Polanco, dos personajes de su novela 62. Modelo para armar, que sería publicada en Excélsior de México. En ese encuentro que tanto recuerda Seis personajes en busca de un autor de Pirandello, el escritor refiere la impresión que le causó la lectura del cómic. A pesar de su inteligencia, Fantomas había caído en una trampa: «el enemigo no era míster Steiner, sino míster Imperialismo [que tiene el poder de destruir] nuestros valores nacionales por medio de armas mucho menos espectaculares que los rayos láser pero harto más eficaces». (Cortázar, 2009b, p. 463)

Para ayudar al héroe enmascarado y revelarle la verdad, el escritor se vio impelido a acudir al único terreno común entre ellos dos: el cómic. Y esa nueva aventura serviría «para mostrarles a algunos lo que tan imperiosamente se necesitaba saber en toda América Latina», es decir, supondría un pequeño paso hacia la verdad, «la única manera de avanzar por el camino de la historia».

Cortázar envió esa autoentrevista a Vicente Leñero, editor de Excélsior, el 12 de junio de 1975. Un par de meses más tarde, el 28 de agosto para ser más exactos, le envió un ejemplar del comic a Lelio Brasso, el presidente del Tribunal Russell II, acompañado de una carta donde decía:

Hace años que me preocupaba la falta de difusión y de información en América Latina en todo lo que se refiere a la labor del Tribunal Bertrand Russell. Los silencios culpables, la deformación de las noticias por obra de las agencias de prensa imperialistas, y tantas otras cosas que conoces mejor que yo, son culpables de que los pueblos latinoamericanos no sepan con detalle la labor que realiza el Tribunal, los nombres de quienes lo forman, y el texto de sus sentencias.
Tal vez este modesto cómic, al llegar por la vía popular, sirva para mostrarle a mucha gente lo que no le llegaría nunca a través de diarios y revistas.
Me alegra pensar, además, que la venta de Fantomas pueda dar algún dinero al Tribunal, puesto que conozco sus dificultades.

Uno de los aspectos más interesantes de Fantomas contra los vampiros multinacionales es que Cortázar apenas hace mención a esa aventura en clave de cómic en su correspondencia. A diferencia de otros proyectos, cuyo germen, desarrollo y consumación pueden ser rastreados en decenas de cartas a amigos, lectores, críticos, traductores  y editores, Fantomas… apenas llega a ser mencionada en seis cartas, siendo la misiva previamente citada la que más datos ofrece sobre esa aventura diestramente ensamblada a partir de un proceso de reformulación de las concepciones habituales de forma literaria y de la distinción entre lector y autor, es decir, a partir de lo que Walter Benjamin catalogó como «transformación funcional» [umfunktionierung] en «El autor como productor». Para esa fecha, el proyecto en el que Cortázar se hallaba enfocado con la inquietud y el ardor irreductible de un «intelectual comprometido» era Chili, le dossier noir.

La lectura de la correspondencia y diversos textos y artículos escritos y publicados  desde 1962 hasta mediados de la década siguiente nos hace presumir que, además de «La inteligencia en llamas», el germen de Fantomas contra los vampiros multinacionales era el enorme anhelo que Julio Cortázar tenía de redimirse ante la burocracia cubana tras la «excomunión» de la que había sido objeto a raíz de su desempeño durante el «caso Padilla».

III

Atendiendo una invitación para ser miembro del jurado del Concurso Casa de las Américas, Julio Cortázar viajó por primera vez a Cuba en enero de 1963. El escritor que descendió en el aeropuerto de Rancho Boyeros atesoraba el mérito de haber traducido al español los cuentos de Edgar Allan Poe y Memorias de Adriano, de Margarite Youcenar, se había vuelto una celebridad en Argentina tras la publicación de Los premios (1960), su primera novela, e Historias de cronopios y famas (1962), y era el autor de Bestiario (1951) y Las armas secretas (1959), los libros más vendidos de la editorial Sudamericana; además, había publicado Final de juego (1956) en México. Sin embargo, semejante trayectoria no permitía imaginar el impacto que causaría Rayuela, el libro que acababa de escribir y que lo consagraría como una de las figuras cimeras del «Boom» latinoamericano[1].

Cortázar buscó un momento en su apretada agenda el 22 de enero de 1963 para escribirle a su amigo Eduardo Jonquières una carta donde le cuenta el efusivo entusiasmo que siente ante los cubanos, La Habana y la revolución. Un mes más tarde, ya en París, le dirá a Manuel Antín: «El riesgo, la alegría, de sentirse libres, ha hecho de los cubanos algo nuevo, nunca visto en América». La primera carta a un amigo cubano será escrita en Viena, el 23 de marzo, y tendrá por destinatario a Antón Arrufat. Tras señalar que en comparación con la abundancia de vida, calor e intensidad de Cuba, Europa es terriblemente geométrica y cartesiana y muerta, Cortázar confiesa:

Aurora y yo pensamos continuamente en ti, en Calvert [Casey], y también en Edmundo [Desnoes]. Hay otros, lo sabes, pero no sé por qué ustedes tres son como un solo afecto para nosotros. Creo haberle dicho a Calvert que me he enfermado incurablemente de Cuba. Pero Cuba es una abstracción: si ustedes no hubieran estado allí para encarnarla frente a nosotros, quizá no hubiéramos entrado tan hondo en algunas cosas. El tiempo hará su solapada tarea, claro está, y un día todo eso que ahora vive en mí entrará en la galería de los recuerdos, se alisará y nivelará y falseará. Por eso te digo hoy que me duele haberme ido; no me creas demasiado romántico.

En cartas subsiguientes, Cortázar asegurará que el pueblo cubano está dispuesto a hacerse matar por Fidel, que si las cosas no llegaran a salir bien para Cuba será por culpa de los Estados Unidos y del resto de las republiquetas (sic) de América latina, que los únicos descontentos que hay en la isla son los que han visto perjudicados sus intereses por la revolución, pero que el pueblo, los obreros, los campesinos y los mejores, los más lúcidos escritores y artistas la apoyan. A su juicio, cualquier consideración geopolítica que se hiciera sobre la revolución cubana no podía ignorar el apoyo que le ofrecían centenares de artistas e intelectuales, como Carpentier, Jean-Paul Sartre, Fernández Retamar, Carlos Fuentes, Neruda, Vargas Llosa y Simone de Beauvoir, entre otros. No comprometerse con la Revolución cubana era una prueba de cobardía y estupidez.

A partir de enero de 1963, el escritor que tenía en prensa la obra que lo consagraría como una de las figuras del «Boom» empieza a ser un aliado excepcional de Casa de las Américas. La primera contribución para la revista de esa institución es «Algunos aspectos del cuento», que se desprendió de una charla que impartió durante esa primera estadía en La Habana y que apareció en los números 15 y 16, correspondientes a noviembre de 1962 y febrero de 1963. Además, autoriza a Antón Arrufat y Calvert Casey a realizar una antología de sus relatos. Asimismo, sirve de enlace para que Italo Cavino, Alejandra Pizarnik, Saúl Yurkievich y Jorge Edwards cedieran contribuciones para la revista. Por si eso fuera poco, convenció al «al gran novelista joven peruano» Mario Vargas Llosa para que enviara un cuento.

El primer fruto narrativo de Cortázar tras su primera visita a Cuba fue «Reunión», relato que él mismo consideraba equiparable a «El perseguidor» porque, a semejanza de Charlie Parker, el Che Guevara sería el catalizador, el símbolo de una gran fuerza que impulsa esos maravillosos momentos donde el hombre supera la mera condición de individuo, según lo expuesto en carta del 3 de julio de 1965 a Roberto Fernández Retamar. 

Ese entusiasmo por la revolución habría de ser sometido a prueba en 1965, cuando se enteró del saldo dejado por la presencia de Allen Ginsberg en Cuba. El poeta estadounidense había sido invitado como jurado del Premio Casa de las Américas y en cuanto fue entrevistado en La Habana declaró que era un maricón y un chupapijas (sic) y que le gustaría ver a Fidel para pedirle que ordenara el cese de la persecución de homosexuales y suspendiera la pena de muerte. Como la invitación de Ginsberg a Cuba había sido cortesía de Antón Arrufat, éste no sólo perdió su cargo como director de la revista Casa de las Américas sino que fue expulsado de su consejo directivo.

Al enterarse de lo ocurrido, Cortázar le escribió a ese amigo que había encarnado a Cuba para decirle que era tanta la distancia de La Habana a París que las noticias solían llegar tergiversadas, de manera que él solo podía mandarle un gran abrazo y desearle que viviera en paz trabajando en aquello que más le gustara. Desde luego, él seguiría haciendo lo que pudiera por la revista que ahora tenía a Roberto Fernández Retamar como director.[2] 

Para Cortázar, ofrecer su apoyo como intelectual era la única contribución verdadera que podía hacer para participar en ese esfuerzo desesperado por salir del colonialismo y del subdesarrollo que, según él,  era la revolución cubana.

Entre las cartas que escribió tras su segunda estadía en Cuba, una de las más reveladoras es la dirigida a Paco Porrúa con fecha del 24 de febrero de 1967, donde el narrador cuenta que se sintió «extrañamente argentino» durante un acto realizado el 2 de enero en la Plaza de la Revolución, cuando un saludo de Fidel «al comandante Guevara, allí donde esté» desató una ovación de diez minutos en las trescientas mil personas congregadas; además, en una actividad especial de nueve horas, quedó impresionado con el sentido ético de Fidel Castro, con «su manera de enfrentar cada pregunta desde un punto de vista en que la noción de justo e injusto, de bien y de mal son las que definen la respuesta».

Tras ese viaje, el escritor quedó convencido de que Cuba era el único país latinoamericano que había asumido su destino histórico, pero la gracia de la que se sirvió para pregonar esa convicción en «Viaje al país de los cronopios» es la de un entusiasta aparentemente exento de apremios ideológicos:

Los cronopios viven en diversos países, rodeados de una gran cantidad de famas y de esperanzas, pero desde hace un tiempo hay un país donde los cronopios han sacado las tizas de colores que siempre llevan consigo y han dibujado un enorme SE ACABÓ en las paredes de los famas, y con letras más pequeña y compasiva la palabra DECÍDETE en las paredes de las esperanzas, y como consecuencia de la conmoción que han provocado estas inscripciones, no cabe la menor duda de que cualquier cronopio tiene que hacer todo lo posible para ir inmediatamente a conocer ese país. (1967a, p. 203)[3]

Gracias a ese viaje, Cortázar descubrió su condición de intelectual latinoamericano y se convenció de que el socialismo «era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el (…) principio de que la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre». Una vez situado en ese punto donde convergían su regreso individual y sentimental al continente del que se había marchado décadas atrás y su convicción en el destino socialista de la humanidad, sintió que tomaba conciencia de un hecho humano esencial, un problema de orden metafísico: ¿cómo salvar la distancia que hay entre «el monstruoso error de ser lo que somos como individuos y como pueblos en este siglo, y la entrevisión de un futuro en el que la sociedad humana culminaría por fin en este arquetipo del que el socialismo da una visión práctica y la poesía una visión espiritual?» Entonces dejó de sentir que cumplía como escritor gracias a la literatura «de mera creación imaginativa».

Todo esto se lo dijo a Roberto Fernández Retamar en una carta del 10 de mayo de 1967, que fue publicada ese mismo año como parte del dossier «Acerca de la situación del intelectual latinoamericano» en el número 45 de la revista Casa de las Américas, y que concluye de la siguiente manera: 

Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura, a mi empecinada búsqueda ontológica, a los juegos de la imaginación en sus planos más vertiginosos; pero todo eso no gira ya en sí mismo y por sí mismo, no tiene ya nada que ver con el cómodo humanismo de los mandarines de occidente. En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad. Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura este oficio de escribir para el que hemos nacido. (1967c, p. 12)

Esta visión del mundo se acendraría tras la muerte del Che Guevara. La noticia afectó sumamente al narrador e hizo que se sintiera extraviado durante meses, pero en enero de 1968, en otro viaje a La Habana, Cortázar vio que el Che seguía «vivo en un plano donde la muerte deja[ba] de ser negativa y hasta trágica», según refiere en carta a Jean Barnabé del 30 de ese mes, donde también dice: 

No estoy contento de la vida que he llevado ni de la que llevo; queda por verse cómo será la que voy a llevar desde el 9 de octubre del año pasado. Me creo bastante a salvo de ilusiones, pero hay a mi espalda treinta años de vocación literaria y de dedicación a la escritura; quisiera aprovechar todavía todo eso y a la vez encontrar la fórmula central, la clave que lo potenciara hacia lo que hoy me parece la obligación insoslayable de eso que llaman un intelectual. Tres semanas he pasado discutiendo de esos problemas con 400 delegados en el congreso cultural de La Habana; no crea que me ha ayudado a ver mucho más claro, pero en todo caso entiendo mejor lo que ya no puedo ni quiero hacer.

Días después creería ver las cosas con mayor claridad, como lo demuestra la carta del 2 de febrero a Jean Thiercelin, donde cuenta que las actividades del Congreso cultural de La Habana acarrearon «un aprendizaje penoso pero necesario» de lo que tenía que hacer para llegar a ser de verdad él mismo. Saberse sudamericano, saber cuán queridos eran sus libros en América Latina suponía asumir algo hermoso y fatal: que él se debía a esa región del llamado «Tercer Mundo», y como nadie había asumido más cabalmente ese deber que el Che Guevara lo que le correspondía era realizar una operación análoga desde la literatura. Como el azar lo había convertido en «una especie de mentor del sentir (más que del pensar)» de los jóvenes de Argentina y de los otros países latinoamericanos, él había tomado la decisión de «[e]scribir, sí, pero de manera que el afecto que sienten por mí se traduzca en fuerza, en levadura, en revolución. Y cuando digo revolución quiero decir también la lucha armada, los «cuatro o cinco Vietnam» que pedía el Che».

Una carta a Marina Torres y Francisco Uriz, fundadores del Club de Cronopios de Suecia, del 30 de enero ofrece más pistas al respecto:

El congreso de La Habana fue muy interesante y necesario; creo que se corrigieron algunas posiciones demasiado optimistas, y que en cambio se reforzaron aspectos un poco descuidados de la lucha revolucionaria en América Latina y en todo el Tercer Mundo. Hubo muchos cronopios y bastantes famas, como era lógico, pero el cronopio máximo fue una vez más y como siempre Fidel, con su discurso de clausura que les recomiendo.

A partir de ese momento, Cortázar se esmeró en actuar en estricto apego a lo que Haydée Santamaría y Roberto Fernández Retamar le permitieran hacer. En este sentido, en enero de 1969, le escribió al director de la revista Casa de las Américas para exponerle las razones por las que le había concedido una entrevista a ese «medio de desinformación del imperialismo norteamericano» que es Life en español. Para granjearse la aprobación del Comisario Retamar, Cortázar le aseguró que aquello iba a ser una «violenta incursión en terreno enemigo»…

La lectura de esa entrevista no tiene desperdicio. Una de las cosas que el escritor llegó a asegurar es que el espacio y la cabida que  la libertad de expresión tenía en las publicaciones liberales estadounidenses era el precio que el diablo, es decir, el capitalismo, tenía que pagar para alcanzar sus verdaderos objetivos (1969, p. 45). Lo paradójico del asunto es que en ese país que él no dudaba en enarbolar como el ejemplo irrefutable a seguir, Heberto Padilla y Antón Arrufat estaban siendo catalogados como contrarrevolucionarios, es decir, como enemigos públicos de la revolución por el contenido de las obras que  habían enviado al concurso literario convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Y Cortázar estaba al tanto de eso. Asimismo, para él resultaba inapropiado e inadmisible lo expresado por Mario Vargas Llosa en su artículo «El socialismo y los tanques» (1968), donde el escritor peruano criticaba que el «cronopio máximo» hubiese justificado la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia.

IV

A principios de abril de 1969, Cortázar le envió en sobre certificado a Roberto Fernández Retamar un ejemplar de la esperada edición de Life  acompañado de una carta donde le decía: «yo estaré siempre a la disposición de mis cronopios cubanos para lo que venga». La lectura de la correspondencia de esos días revela que Cortázar estaba exultante por la acogida que merecieron sus declaraciones en el público progre del continente, pero una inesperada nubecilla parisina empañó ese panorama. En su edición del 7 de abril, Le Nouvel Observateur había publicado un dossier sobre Fuera del juego, el poemario con el que Heberto Padilla había ganado el año anterior el premio Julián del Casal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Heberto Padilla había sido objeto de una furibunda campaña desde las páginas de Verde Olivo, semanario de las Fuerzas Armadas de Cuba. Además, su poemario había sido publicado con una nota de advertencia de la directiva de la UNEAC que permitía inferir los esfuerzos realizados por los funcionarios de esa institución para impedir que el libro resultara ganador del concurso. Era obvio que para los feligreses de Cronopiolandia, Fuera del juego era un acto imperdonable de apostasía. Ante semejantes circunstancias, Cortázar aprovechó la oportunidad que le ofrecía Le Nouvel Observateur para tratar de impedir que Padilla fuera presentado como un escritor disidente cubano en Francia, donde la editorial Du Seuil había lanzado al mercado la traducción del libro con una banda que decía «Peut-on être poète à Cuba?» Para eso escribió «Ni traîte ni martyr»,  pero —según Cortázar— los editores de Le Nouvel Observateur lo expurgaron de algunos pasajes y lo publicaron en una página donde el texto figuraba como una apología del polémico poemario.

En la carta a Fernández Retamar del 15 de abril, el narrador refiere la supuesta transformación que su texto experimentó a manos de los editores de Le Nouvel Observateur y le comenta cuánto lamenta no poder mandarle una fotocopia del mismo en papel higiénico, «como correspondería». Lo curioso del asunto es que en epístola a José Agustín Goytisolo del 24 de julio, asegura que ese artículo obtuvo en Francia sus fines específicos, es decir, «impedir que algún cabrón se adelantara a fabricar un segundo Pasternak»; por desgracia, los cubanos «no pudieron o no quisieron comprender [sus] intenciones, e incluso vieron en [ese] artículo un ataque a la revolución y a la política del gobierno».[4]

A esas alturas lo que más anhelaba el papá de los cronopios era que caso Padilla hubiese concluido. El triunfo de Allende en Chile suponía el advenimiento de una nueva era para el Cono Sur, pero los esperanzas proponen y la Revolución dispone.

El 23 de marzo de 1971, Cortázar se enteró del arresto de Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé. Apremiado por saber con exactitud qué había ocurrido con el autor de Fuera del juego y su esposa, envió un cable a Fernández Retamar y fue a la embajada de Cuba en Francia, pero no obtuvo respuesta. Ese mutismo de semanas contrastaba con las especulaciones que ventilaban personas adversas al régimen cubano a partir de las escuetas noticias ofrecidas por la prensa.

Para cerrar filas ante la ola de calumnias y rumores que mancillaban la imagen de la revolución en París, Cortázar firmó una carta solicitando información al Comandante Fidel Castro sobre el arresto de Padilla. Esa es la célebre misiva publicada en Le Monde el 9 de abril y firmada por escritores e intelectuales a quienes el destinatario se refirió en el discurso de clausura del I Congreso Nacional de Educación y Cultura catalogándolos de «agentillos» del colonialismo cultural, seudoizquierdistas descarados que quieren ganar laureles viviendo en París, Londres y Roma, agentes de la CIA y «ratas que pretenden convertir en cosa trascendental su mísero papel de tripulantes de embarcaciones que se hunden en los mares tempestuosos de la historia» (Castro, 1971, p. 30).

Al verse incluido en ese grupo, Cortázar optó por no suscribir la carta que supuso la ruptura definitiva de personalidades como Simone de Beauvoir, Mario Vargas Llosa y Jean Paul Sartre con el gobierno cubano y escribió «Policrítica en la hora de los chacales», poema que se esmeró en difundir masivamente y donde se dirige al Comandante Supremo de la Revolución en los siguientes términos:

Tienes razón, Fidel: solo en la brega hay el derecho al descontento,
solo de adentro ha de salir la crítica, la búsqueda de fórmulas mejores,
sí, (…)
y reconozco la torpeza de pretender saberlo todo desde un mero
/escritorio

En esencia, «Policrítica en la hora de los chacales» puede ser tomado como sintomático del acatamiento que Cortázar hizo de una axiología y una jerarquía donde el deseo es reprimido y sometido a la preeminencia de una figura cuya voluntad es suprema e inobjetable. No es casual que en carta a Paul Blackburn del 20 de junio de 1971 llegara a señalar: «el resultado [del caso Padilla] ha sido malo para el prestigio de la revolución cubana, aunque en el orden interno tal vez haya sido necesario y útil». Tampoco es casual la naturaleza de algunos de los textos que escribió y publicó para que los comisarios culturales de Casa de las Américas le perdonaran el hecho de haber permitido que su nombre figurara en la carta publicada en Le Monde.

En el documental El caso Padilla (2022), Pavel Giraud incluye una secuencia donde Sartre, García Márquez y Cortázar ofrecen sus puntos de vista sobre el compromiso del escritor. Lo que éste dice al respecto es lo siguiente:

Me hacés acordar ahora a un humorista latinoamericano que dijo que los escritores en vez de comprometerse tanto harían mejor en casarse. (…) El compromiso central de un escritor es ser un escritor sin la menor concesión, porque esa palabrita «compromiso» tiene el inconveniente de que en muchos planos y en muchos sectores se tiende a imaginarlo como la obligación del escritor de bajar la puntería y escribir para la inmensa mayoría, para la mayoría de la gente, lo cual me parece perfectamente bien y perfectamente natural en el caso de muchos escritores, pero sucede que hay otros que están en un plano más experimental, en un plano de búsquedas más complicadas, y la peor traición al… a su propio pueblo y al destino de América latina sería dejar caer eso buscando una simplificación que, en definitiva, no le va a servir a nadie. (…) Pero no es toda, hay una segunda parte que es absolutamente capital, hay que responder también con la conducta personal, con la conducta ideológica, con la conducta política. El paralelismo, la coincidencia de esas dos cosas en el trabajo de un escritor, ése es el verdadero compromiso. En ese sentido, yo no estoy comprometido, te repito el chiste: estoy casado.

En esa caricatura de la relación conyugal a la que se refiere para ofrecer una idea de lo que entiende por «intelectual comprometido», a éste le correspondería algo muy cercano a lo que Morelli entendía por «lector hembra» en Rayuela: una subjetividad cuya carga libidinal está confinada, delimitada y sometida a un a priori normativo donde la creatividad es menos que la sierva o asistente promocional, burocrática, de un despotismo tan represivo, brutal y genocida como el que dice adversar.

Esa idea de «compromiso» no puede ser desatendida; resulta imperativo tomarla como indicador del tipo de intelectual que no ha dudado en pregonar la supuesta superioridad histórica, política y moral del régimen impuesto por Fidel Castro y sus sucesores. Tampoco estaría de más preguntarse sobre su procedencia… La manera como Cortázar asumió el rol de «intelectual comprometido» y encarnó al «compañero de viaje» no solo definiría la naturaleza de Fantomas contra los vampiros multinacionales, sino que resulta reveladora de los resultados del dispositivo ideológico consolidado en la primera mitad del siglo XX por Willi Münzenberg, el hombre que llegó a ser el jefe de propaganda de la Komintern en Europa occidental hasta que Stalin así lo dispuso.[5]

V

No es casual que la máscara sea el rasgo que distingue a Fantomas contra los vampiros multinacionales; por sobre todas las cosas, esa aventura en clave de cómic es un relato que encubre intereses de índole diversa.

Al tiempo en que se esmera en infiltrar de manera masiva el veredicto del Tribunal Russel II, el narrador contribuye a la difusión de una de las falacias más cotizadas de la década de 1970: la que distinguía a Fidel Castro como el líder que históricamente encarnaba el ideal independentista postulado originalmente a nivel continental por Simón Bolívar y asumido en Cuba por José Martí, un mito que ha servido para hacer aceptable y perpetuar al régimen totalitario más longevo e invasivo del continente. 

Con todo, este objetivo no acataba un imperativo exclusivamente ideológico. La lectura del conjunto de enunciados coetáneos a Fantomas, como «Policrítica en la hora de los chacales», la correspondencia, los artículos de opinión y las declaraciones a los medios ofrecidas por Cortázar a partir del «caso Padilla», evidencian que, por sobre todas las cosas, lo que el escritor más anhelaba durante ese período era que los altos jerarcas de la burocracia cultural cubana le perdonaran el haber firmado aquella carta donde se le pedía al «Comandante en Jefe de la Revolución Cubana» información sobre el paradero del autor de Fuera del juego.

Lo más lamentable del asunto es que después de que le levantaran esa orden de restricción que le impedía regresar a Cuba — hecho ocurrido en abril de 1976— Cortázar no dejó de comportarse como una lamentable caricatura del «compañero de viaje» ideado por Willi Münzenberg. En este sentido, vale la pena citar un par de párrafos de la entrada que realizara Ángel Rama en su diario el 27 de abril de 1980, tras haber asistido a la presentación de Sin Censura, revista que el papá de los cronopios patrocinaba en París:

Me consta su falta de información política y no digamos económica y social, y su escaso discernimiento para la problemática internacional. Como él confiesa, hasta mediados de los sesenta era un literato puro que además nada sabía de América Latina. Lo desgraciado es que no ha hecho reales esfuerzos para informarse mejor, estudiar los problemas y verlos con una perspectiva objetiva. Pero a pesar de que sigue siendo un “literato puro” opina sobre política con tal simpleza, ignorancia de los asuntos y elementalidad del razonamiento, que produce o descorazonamiento o cólera. A mí las dos cosas y concluyo abominando de los escritores metidos a políticos: concluyen haciendo mal las dos cosas.
En Julio, dentro de ese constitutivo y original funcionamiento enrevesado del tiempo, se oye a un adolescente quinceañero decir simplezas, sobre el exilio, sobre Nicaragua (“en dos años habrán sido resueltos los problemas del país”), sobre los regímenes militares, sobre el socialismo (una simple panacea), sobre los escritores-comprometidos. (2001, pp. 153-154)[6]

Según se desprende del artículo «Fidel visita Chile»— que el autor se esmeró en enviar a Haydée Santamaría el 7 de diciembre de 1971—, Cortázar estaba seguro de que «asistía a las dialécticas de [su] tiempo desde ese puesto mal definible desde donde se captan a la vez los hechos, los símbolos y el gran misterio humano subyacente en cualquier movimiento de la historia» (2007, p. 445); sin embargo, en la manera como él asumió el rol del «intelectual comprometido» podría estar la respuesta a esa pregunta que se formula Giorgio Agamben en El poder soberano y la nuda vida: ¿Cuál es el punto en el que la servidumbre voluntaria de los individuos se comunica con el poder objetivo?

Notas

[1] Lo último que el escritor hizo antes de partir por primera vez a Cuba fue revisar las galeras de Rayuela y pedirle a su amigo y editor Paco Porrúa que anunciara que la ironía, la irrisión y la autotomadura de pelo de esa tentativa de romper los moldes que no le permitían al género novelesco romper la cáscara de la costumbre y de la vida cotidiana eran los componentes de una denuncia a gritos de “esa «seriedad» de pelotudos ontológicos” de la que se hacían eco algunos escritores argentinos desde la publicación de Sobre héroes y tumbas.

[2] Por más de un año, el cubano que mantuvo encendida con mayor intensidad la llama de la amistad en Cortázar fue Antón Arrufat, pero todo cambió a mediados de agosto de 1964, cuando el autor de Rayuela recibió una carta de Roberto Fernández Retamar que fue respondida en los siguientes términos:

«Anoche me entregaron tu carta del 3 de junio (¡cuánto tiempo, ya!) y me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente fasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan cerca de mí y tan amigo».

[3] A petición de Marcia Leiseca —a quien Reinaldo Arenas señala como «una de las más grandes agentes de la Seguridad del Estado» (1998, p. 294)— y Roberto Fernández Retamar, Cortázar le envió «Viaje al país de los cronopios» a Ángel Rama para que lo incluyera en un número de Cuadernos de Marcha aparecido en julio de 1967 y dedicado a Cuba; además, ese texto fue incluido en la sección «Testimonios» de Cuba. Una revolución en marcha (1967), compilación publicada en París y realizada por Francisco Fernández-Santos y José Martínez.

[4] La sección de ese número de Le Nouvel Observateur dedicada al caso Padilla consta de dos textos que, a juicio de los editores, «discuten en términos claros el rol y el lugar del escritor en una sociedad revolucionaria». La traducción al francés de la “Declaración de la UNEAC” constituye la acusación; «Ni traître ni martyr», la defensa.

Desde el primer párrafo de su contribución, Cortázar deja en claro que su intervención en el asunto es un intento por obstaculizar esas maniobras tendientes a conferir a Padilla en el extranjero una corona de mártir; con todo, en algún momento, llega a asegurar que las circunstancias en las que se ha visto envuelta la revolución cubana han hecho que la definición de escritor revolucionario se haya simplificado en demasía, lo que ha permitido la figuración de quienes tratan de compensar su mediocridad intelectual destacándose en actividades extraliterarias.

Es probable que ese dossier de Le Nouvel Observateur haya resultado especialmente lesivo para Roberto Fernández Retamar debido a la foto de él que acompaña la traducción de la «Declaración de la UNEAC». En vez de estar en su oficina realizando actividades administrativas, o participando en una campaña de alfabetización, o haciendo de bracero en una jornada de corte de caña de azúcar—actividades propias de un intelectual que participa activamente en la «construcción material del socialismo»—, el entonces Secretario General de la UNEAC aparece disfrutando de un radiante día de piscina.

[5] Según refiere Arthur Koestler en sus Memorias, a partir de campañas de redacción cuya palabra clave era «solidaridad», Müzenberg (1889-1940) fundó periódicos, revistas, clubes de lectura y editoriales hasta llegar a ser el propietario del semanario Albeiter Illustrierter Zeitung, la contrapartida comunista de Life; además, como creía en el uso de las atrocidades con fines propagandísticos, se sirvió de medias verdades que resultaron más eficaces que la verdad y «como el mundo no estaba aún acostumbrado a esos efectos teatrales, a esos fantásticos engaños y a esos métodos de novela de espías propios de la propaganda totalitaria», millones llegaron a creer en la versión fraguada por ese hombre al servicio de Stalin. Por su parte, Stephen Koch, en Double Lives: Stalin, Willi Munzenberg and the Seduction of the Intellectuals (1993), asegura que el miembro fundador de la Internacional Comunista sembró en Occidente «la creencia de que cualquier opinión que pudiera servir a la política exterior de la Unión Soviética provenía de la esencia humana», estaba marcada por una sensibilidad refinada y profunda, y era la prueba indiscutible de la posesión de un «espíritu progresista, comprometido con todo lo que era mejor para la humanidad»; además, Müzenberg comprendió con absoluta claridad que «la Revolución necesitaba creadores de opinión de la clase media, artistas, periodistas (…) humanistas».

[6] Esa entrada del diario de Ángel Rama continúa así:

He defendido siempre su candor (como lo he hecho respecto a Benedetti) y su honestidad; quienes estaban cerca de mí en el acto no compartían mi creencia. Todos sin embargo coincidimos en la penosa impresión dada por su disertación y sus respuestas a las preguntas (infausta fue su explicación de lo ocurrido en la embajada peruana de La Habana, llegando a negar que hubiera 10.000 personas a pesar del testimonio peruano y del reconocimiento cubano) y a mí me volvió a plantear esta espina sobre los perjuicios que estos intelectuales ignorantes de la realidad social, económica y política de nuestros pueblos provocan en la jóvenes generaciones que creen en ellos (porque son buenos escritores no porque sean políticos buenos) y están dispuestos a aceptar sus juicios.
La extrapolación es evidente: aprovechando la autoridad ganada en el campo de la «literatura pura» se la usa para impartir una doctrina sobre asuntos que le son enteramente ajenos y donde no ha habido prueba de ningún tipo de competencia o de conocimiento serio. Desgraciado equívoco. He conocido sus desgraciadas consecuencias en el pasado y nada parece que ellas hayan contribuido a hacer más serias y responsables las palabras políticas que hoy siguen pronunciado los intelectuales.

Fuentes consultadas

Agamben, Giorgio. (2018). EI poder soberano y la vida desnuda: homo sacer I / Traducción de Mercedes Ruvitoso.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.

Arenas, Reinaldo. (1998). Antes que anochezca. Barcelona, España, Tusquets.

Benjamin, Walter (1991) «El autor como productor”» En Tentativas sobre Brecht. Iluminaciones III/Prólogo, traducción y notas de Jesús Aguirre.-Madrid, Taurus.

Castro, Fidel. (1971): »Discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura». Casa de Las Américas. (La Habana) XI (65-66): 21-33, marzo-junio.

Cortázar, Julio. (1962-1963). «Algunos aspectos del cuento». Casa de las Américas. (La Habana) (15-16): 3-14, noviembre-febrero.

______________  (1967a). Viaje al día en ochenta mundos. México, Siglo XXI.

______________ (1967b). «Viaje al país de los cronopios». En Cuba: una revolución en marcha. Selección, montaje y notas de Francisco Fernández Santos y José Martínez.-París, Ediciones Ruedo Ibérico, pp. 483-485.

_______________ (1967c). «Situación del intelectual latinoamericano». Casa de las Américas. (La Habana) (45): 5-12, noviembre-diciembre.

_______________ (1969, 7 de abril): «Un gran escritor y su soledad». Life en español. (Nueva York), pp. 43-55.

_______________ (1970/2007). «Fidel visita Chile». En: Obras completas VI. Obra crítica/ Edición de Saúl Yurkievich con la colaboración de Gladis Anchieri; prólogo de Saúl Sosnowski.- Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores.

______________ (1971): «Policrítica a la hora de los chacales». Libre. Revista crítica trimestral del mundo de habla española. (París) (1): 126-131, septiembre-octubre-noviembre.

______________ (1971): «Policrítica en la hora de los chacales ». Cuadernos de Marcha. Cuba. Nueva política cultural. El caso Padilla. (Montevideo) (49): 33-36, mayo. Disponible en: Anáforas. Publicaciones periódicas del Uruguay. https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/42857?mode=full

_______________ (1988). Rayuela/ Prólogo y cronología: Jaime Alazraki.- Caracas, Biblioteca Ayacucho.

_______________ (2007). Fantomas contra los vampiros multinacionales.  Una utopía realizable. Pórtico: Gonzalo Ramírez Quintero.- Caracas, El Perro y la Rana.

______________ (2009a): «Estamos como queremos o los monstruos en acción». Papeles inesperados. Edición de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez. Buenos Aires-Madrid, Alfaguara. págs. 446-458

______________ (2009b): «Como ya lo hiciera otra vez, Julio Cortázar se deja entrevistar por dos de sus compatriotas…« En Papeles inesperados. Edición de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez. Buenos Aires-Madrid, Alfaguara, págs. 459- 465.

______________ (2012). Cartas 1955-1964. (Tomo 2). Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Alfaguara.

______________ (2012). Cartas 1965-1968. (Tomo 3). Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Alfaguara.

______________ (2018). Cartas 1969-1976.Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Buenos Aires, Alfaguara.

Giraud, Pavel. (2022). El caso Padilla. Dirección, guión y montaje: Pavel Giraud; producción: Lía Rodríguez. Ventú Productions.

Koch, Stephen. (2024). El fin de la inocencia Los intelectuales occidentales y la tentación de Stalin/ Traducción de Marcelo Covián revisada y actualizada por Teresa Bailach.- Barcelona, España, Galaxia Gutemberg.

Koestler, Arthur. (2023) Memorias/ Traducción: J. R. Wilcock & Alberto Luis Bixio.-  Barcelona, España, Lumen.

Martre, Gonzalo (libreto) y Víctor Cruz (dibujo). (1975, 18 de febrero): Fantomas. La inteligencia en llamas. Año VII, No 201, México, Novaro.  [consultado el 27 de diciembre de 2023] https://issuu.com/luisvan21/docs/_f_201_lainteligenciaenllamas_luisv/1epik=dj0yJnU9OWVCalFkd0oxNd6VGFFNGd3ckNhNHlHNzY1WUw3UEImcD0wJm49NGNndFlKTS1qd1lyWWRVWFczZG5HZyZ0PUFBQFBR1dKZlNn

Martré, Gonzalo (2014, 28 de septiembre): «La verdadera historia de Cortázar y Fantomas». Milenio. [consultado el 2 de julio de 2024] https://www.milenio.com/blogs/qrr/laverdaderahistoriadecortazaryfantomasfbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTAAAR1NvPHnXkChJmDdvudCcW5G5OBOMPf_FkeSCDCj1gdJT94Lgsc6D8BqEo_aem_OGNTovvS-e7h7wKJU8BSnw

Rama, Ángel. (2001). Diario 1974-1983. Prólogo, edición y notas de Rosario Peyrou. Caracas, Ediciones Trilce/Fondo Editorial La Nave Va.

Rodríguez, José Mario. (2003): «Allen Ginsberg en La Habana». Revista Hispano Cubana HC (Madrid) (15): 73-84, enero-abril.

Vargas Llosa, Mario (1968) «El socialismo y los tanques». Caretas (Lima, Perú), 26 de septiembre-10 de octubre, págs. 22-23.

Nota bene: La elaboración de este artículo exigió la búsqueda de textos que no se encontraban en las colecciones bibliohemerográficas de la Universidad de Los Andes. He podido conseguir la mayoría de esos textos gracias a la ayuda de algunos colegas y amigos que ahora forman parte de la diáspora venezolana. Hazael Valecillos me consiguió copia de «El socialismo y los tanques»; Álvaro Contreras me hizo llegar la entrevista de Cortázar a Life en español; Manuel Franco me consiguió el dossier de Fuera del juego publicado en Le Nouvel Observateur. Gracias, amigos, por tanta gentileza y consideración.

Arnaldo E. Valero (Caracas, 1967), catedrático adscrito al Instituto de Investigaciones Literarias Gonzalo Picón Febres de la Universidad de Los Andes, Mérida. Licenciado en Letras, Master en Literatura Iberoamericana especializado en cultura y literatura del Caribe.  Ha sido editor de Voz y escritura. Revista de Estudios Literarios (2008-2016). Es autor de Nación y transculturación (Mérida: APULA, 2002), Mínima historia (Mérida: APULA 2008), Entre zombis y caníbales. Ensayos sobre literatura del Caribe (Caracas: FUNDARTE, 2015) y Canciones de fuego negro. Del reggae a la poesía dub (Caracas: CELARG, 2015).

0 Comentarios

Escribe un comentario

XHTML: Puedes utilizar estas etiquetas: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>