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La mirada elocuente

Ofrecemos a continuación el texto leído por Marina Gasparini Lagrange (Caracas, 1955) en la presentación de su libro ‹Elocuencia de la mirada› (Kálathos ediciones, 2025) que tuvo lugar en la librería Kálathos de Caracas el pasado mes de marzo. «Quienes me conocen saben que mi relación con el arte no es de historiadora del arte, que no lo soy, y tampoco mi aproximación sigue la línea de la historia. Me interesa la línea transversal, la línea oblicua, la que atraviesa los tiempos, los modos, las distintas disciplinas y regresa a nosotros con un temblor, una visión, un silencio.»

Canaletto. «Veduta del Canal Grande.» c.1726. Galleria degli Uffizi, Palazzo degli Uffizi, Firenze.

Tengo sobre la mesa la bella edición de mi Elocuencia de la mirada (Kálathos Ediciones, 2025). Muchas emociones acompañan el libro que veo y toco con una lentitud de caricia. Me tomó muchos años la escritura de estas pocas páginas y siento la necesidad de acompañar la publicación del libro con algunas líneas, algunas reflexiones. Dedicada en este momento a este ejercicio de memoria llevo días anotando y borrando palabras. Ensayo como quien pesa y pone en la balanza lo vivido, lo visto y lo escrito, y recuerdo ese «¿Qué sé yo?» que grabó en una medalla Michel de Montaigne, padre de los ensayos. La necesidad, que desconoce el exceso de palabras y en su fragilidad selecciona las oportunas, quisiera que me fuese compañera en estas páginas. Es así como en este momento la mirada está en el ensayo, esa palabra que viene del latín exagium y que alude al acto de pesar, de poner en la balanza. Entonces, la ensayística, la escritura de ensayos, se trata de eso, de pesar y sopesar, en mi caso, miradas y palabras. Y es esa minuciosa y trabajosa dedicación la que llevan las páginas de Elocuencia de la mirada. Si el ensayo en su etimología nos ofrece la noción de peso y de balanza, he querido en estas páginas poner en equilibrio la mirada y la palabra y no sólo eso, pues en la suspensión de los platillos he buscado conjugar asombro, voz y mirada, es decir, he intentado ofrecerle vida y elocuencia a la mirada.

En los ensayos de Elocuencia de la mirada todo comienza con una mirada que primero es un asombro y posteriormente es una pregunta. ¿Por qué? Algo me para de golpe con los ojos fijos en algo. Algo me toca. ¿Por qué? Quizá es un gesto, una expresión, la curiosa representación de un motivo conocido de la pintura o tal vez es sólo aquello que estuvo siempre allí y no supe ver, hasta que un día, al verlo y reconocerlo, la necesidad de decir, de establecer relaciones y unir fragmentos terminan siendo una manera de ver viéndome. Ver en las imágenes del arte y la literatura ha sido y es para mí dar cuenta de un tránsito interior donde la mirada y el silencio buscan, y posiblemente tengan la gracia de encontrar la palabra que les corresponda. Cuando hablo de ver en el arte y la literatura lo hago a partir de mi experiencia, y es desde ese lugar tan personal e íntimo que puedo decir que ver es atrapar y ser atrapados por un gesto, por un fragmento o posiblemente por la mirada de un niño que como Leonardo Pesaro gira su cabeza y nos busca con su mirada.[1]

Marina Gasparini Lagrange. Elocuencia de la Mirada. Madrid: Kálathos ediciones. 2025.

Pero para mí todo comenzó con el Malte Laurids Brigge de Rainer Maria Rilke, quien apenas llegado un 11 de septiembre a la rue Toullier de París dice: «Aprendo a ver. No sé por qué, todo penetra en mí más profundamente, y no permanece donde, hasta ahora, todo terminaba siempre. Tengo un interior que ignoraba. Así es desde ahora.» Sí, así es desde hace bastante tiempo. He recorrido una educación en la mirada despojándome siempre más de muchas de las teorías que dan cuenta de ese proceso. De lo aprendido y puesto de lado, algo ha quedado grabado dentro de mí como en las tablillas de cera de las que en una oportunidad nos habló Platón; entonces desde la interioridad de ese lugar que conjuga memoria y olvido, con los ojos del alma, he hecho mío el consejo de James Joyce en su Ulises: «Cierra los ojos y ve».

Y cómo no dar palabras a lo que quise fuese puesto en la breve nota biográfica del libro; me refiero a que Venecia ha sido para mí una especial y magistral experiencia para la educación de la mirada. He vivido 17 años en esa ciudad y una de las enseñanzas que de ella recibí ha sido el modo en el que las imágenes, las formas, los colores y la vida fluyen como el agua sobre la que ella misma fue creada. En Venecia vemos palacios del gótico veneciano junto a iglesias de Palladio en piedra blanca de Istria, vemos fachadas que recuerdan encajes orientales y otras cubiertas con mármoles blancos, verdes y rosados, y no nos pasan desapercibidos los ventanales ojivales que están junto a casas con fachadas frisadas, pintadas y con frecuencia desconchadas por la humedad del agua sobre la que ellas se levantan. Y todo esto lo vemos y también se refleja de manera quebrada en el agua, siempre el agua, que un día es verde, otro día es gris y también puede suceder que la luz la coloree de rosados y naranja. Venecia ha sido para mí una escuela y una educación en la mirada. De ella aprendí que la mirada es una búsqueda, un ángulo, una perspectiva, un convivir con lo otro y lo distinto. En Venecia vislumbré que todos los reflejos que somos son siempre parciales y fragmentados. ¿Cómo entonces no intentar traducir ese aprendizaje en la escritura que soy y que está en Elocuencia de la mirada

Creo que cuando las descripciones y las palabras corresponden a una necesidad interior, cuando las palabras expresan la necesidad de una respuesta, cuando nos traducimos en lo que vemos, la mirada ha entonces logrado vislumbrar en lo invisible, en ese interior ignorado del que habló Rilke que transforma y nos transforma.

¿Cómo vemos las imágenes? Y no me estoy refiriendo sólo a imágenes poéticas o del arte. Quizá pudiera ser más precisa y preguntar: ¿cómo vemos en nosotros y en aquello que importa, que nos importa, y nos habla en su silencio? Yo no tengo fórmulas ni métodos y no creo nadie se atreva a tenerlos. Deseo compartir disposiciones, reflexiones e inquietudes que a lo largo del tiempo he recibido de poetas, escritores y algunos estudiosos que han hecho de la mirada un punto relevante de sus vidas y reflexiones. A ellos es mucho lo que yo y mi Elocuencia de la mirada les debemos. María Zambrano afirmó: «Nada es solamente lo que es». Y Rafael Cadenas escribió: «Lo importante no es el tema sino la visión…» Y son sus palabras, las de mi querido Rafael Cadenas, las primeras de este libro. En ellas va mi cariño, mi agradecimiento, mi sentida manera de honrarlo y siempre celebrarlo.

Algunas personas saben que para mí es de primordial importancia la relación del arte con la vida. El arte que dice y representa la vida; la vida que da forma en el arte a nuestra alma gozosa, dubitativa, abierta o sufriente. El alma que mira en el arte y el arte que ofrece reflexiones, miradas e inquietudes para la vida. Quienes me conocen saben que mi relación con el arte no es de historiadora del arte, que no lo soy, y tampoco mi aproximación sigue la línea de la historia. Me interesa la línea transversal, la línea oblicua, la que atraviesa los tiempos, los modos, las distintas disciplinas y regresa a nosotros con un temblor, una visión, un silencio. Me interesa la mirada oblicua a la que se refirieron Jean Starobinsky y José Saramago; esa es la mirada que cuestiona lo que ve y no se atiene a fechas o movimientos mientras mira con detenimiento en las imágenes, la tradición y sus correspondencias. 

La mirada oblicua está atravesada por la duda y la intuición; es la que interroga lo que mira y la que se abre a la posibilidad de una respuesta distinta a la establecida. «Pensar no es unificar», dijo Albert Camus. Pensar es aprender a ver, a estar atentos, es ofrecerle un lugar privilegiado dentro de nosotros a cada una de las imágenes que han detenido nuestro paso.

Y continúo haciendo preguntas: ¿Cómo hablar de la mirada sin la emoción que la ilumina o la opaca? ¿Cómo hablar del Juicio Final de Tintoretto sin percibir el miedo de esa inmensa negrura? Sabemos que el arte es eficaz cuando toca, entra y dialoga en nosotros, y ese diálogo es una vía a la profundidad. Allí, donde en nosotros hay hondura es que el arte nos habla y nos toma de la mano. 

La pregunta es una vía a la imaginación que propicia una exploración interna. La imaginación y la sensibilidad nos susurran: «Atrévete», ellas estimulan y dan aliento a lo que en nosotros observa e interpreta. Ellas, la imaginación y la sensibilidad, son quizá esas compañeras de ruta que saben que la pasión y la curiosidad no transitan usualmente por un camino recto, al contrario, ellas aman las desviaciones, les gusta perderse y hacer tesoro de lo inesperado, para posteriormente volver al camino inicial que ahora se recorrerá de manera diferente.

No sabemos mirar; mirar de veras no es algo dado. Mirar es un trabajo largo, gozoso y dificultoso. Mirar: cada imagen nueva requiere un trabajo nuevo, es un continuo reaprender a ver y a hablar. Debemos respetar que las imágenes aparecen siempre de manera diferente y, por lo tanto, es importante verlas en su particularidad porque en su diferencia está su especificidad. Son imágenes no símbolos.

Tengamos siempre presente que leer imágenes es poner en conjunción la contemplación y la escucha, la paciencia y la espera. ¿Por qué determinadas obras nos atrapan mientras ante otras permanecemos indiferentes? Cuando le formulamos preguntas a una imagen, ésta, sin aspirar a explicar nada, suele responder involucrándonos en su respuesta.

Creo en las reacciones corporales y en la fuerza emocional que nos hace volver una y otra vez a una determinada imagen; esos lenguajes silentes son caligrafías anímicas que llaman a un reconocimiento.

Mirar con detenimiento puede hacernos ver lo que escapa a toda descripción. Para los griegos, nos lo dijo claramente Karl Kerényi, saber, el saber, se basa primordialmente en ver e implica a la contempla­ción. El saber griego es un contemplar, es una mirada, es un ver dirigido al mundo visible, así como también a lo intemporal y eterno de formas invisibles que, a pesar de su invisibilidad, requieren y exigen la lentitud y la entrega que acompaña a la contemplación. Y cómo no recordar a María Zambrano quien afirmó que saber contemplar debe ser saber mirar con toda el alma, con toda la inteligencia y hasta con todo el cuerpo, lo que, según agrega, es «participar», participar de la esencia contemplada en la imagen. Participar, es decir, hacerla vida.

Y como he mencionado la contemplación, quiero recordar a Filóstrato, el viejo. El afirmó que contemplar, ese mirar atentamente lo invisible, era imaginar, un hacer visible lo imperceptible, lo que no se tenía ante los ojos. Entonces, esos trazos, ni visibles ni evidentes, nos atrapan como una obligación personal ante la que no existe huida posible. Nos atrapan porque algo en nosotros lleva esos trazos. ¿Le sacamos el cuerpo a esa visión? ¿Le damos la espalda? Se trata, y estoy convencida de ello, de aceptar el riesgo de abandonar la mirada vestida que identifica, corrobora y uniforma.

En el último verso del «Requiem al Conde Kalckreuth», Rainer Maria Rilke pregunta: «¿Quién habla de victorias?» En esa interrogante formulada con dolor y decepción; en esas pocas palabras podemos intuir los modos establecidos y aceptados en la valoración de los logros, pero la pregunta en sí misma permite vislumbrar el sufrimiento y la fragilidad emocional que modelan las incertidumbres. La pregunta de Rilke deja en mí otra interrogante: ¿Quién habla de certezas?

Leerme en conjunción con la imagen que trabajo ha sido para mí una necesidad. Creo en las reacciones corporales y en la fuerza emocional que nos hace volver una y otra vez a una determinada imagen; esos lenguajes silentes son caligrafías anímicas que llaman a un reconocimiento. A medida que se ahonda en las imágenes, ellas van perdiendo los velos que las cubren. Ver en el arte requiere detener la mirada en lo que no siempre logramos ver con nuestros ojos abiertos, ver es relacionar lo mirado con nuestro ojo interno, ver es entonces una experiencia de lo invisible que observamos desde nuestra interioridad. Es entrar en nuestro silencio después de haber desalojado las frases desde siempre repetidas que cubren con un velo de ceguera los ojos del alma.

Me acerco al final de estas palabras y no quiero hacerlo sin honrar a Aby Warburg e Italo Calvino, quienes de manera muy distintas han estado y siguen estando muy cerca de mí. Aby Warburg nos dijo que eran la filiación y las analogías las que fundaban un pensamiento fortuito. ¿De qué manera relacionamos una cosa con otra? E Italo Calvino en su conferencia sobre la «Visibilidad» no dudó en decir que fue como un aviso a todos nosotros que quiso incluir la visibilidad en su lista de valores de aquello que se debía salvar; sus palabras fueron una «advertencia del peligro que nos acecha de perder la facultad humana fundamental: la capacidad de enfocar imágenes visuales con los ojos cerrados.»

Y dejo para el final un sentimiento y un saber que ha guiado mi educación y mis intereses a lo largo de los años. Me refiero a la convicción de que el arte es un asunto de alma. El arte es una vía y una posibilidad hacia el alma y una manera de llegar y acceder a ella. Esta ha sido mi vía y es una entre tantas otras. Es la mía, y no sigue un método establecido sino la atención a una posible escucha, a un fulgor y la traducción de una inquietud personal ante la imagen que me toma.

En Elocuencia de la mirada son seis los ensayos sobre obras de arte, también hay dos sobre imágenes contundentes que desde el inicio de nuestra cultura occidental han marcado los tiempos, me refiero a la imagen de la peste y a la del exilio, y el último ensayo es sobre La peste de Albert Camus. No quiero dejar de hacer mención al epílogo «Cartografía del aliento», esas páginas, por muchos motivos, son para mí muy queridas. Allí las últimas palabras son del querido poeta Guillermo Sucre: «escribir no el orden sino el ritmo de la vida / un ritmo que conocemos desconocemos y reconocemos / sólo por la respiración de la escritura». Las palabras de Rafael Cadenas y de Guillermo Sucre son principio y fin de Elocuencia de la mirada, en el centro de ellas van las mías, que mucho deben a ellos en la voz, la poesía y en la ética que da forma al vivir y a la palabra misma.

Deseo concluir estas líneas con un gracias muy especial a David Malavé y Artemis Nader por haber publicado tan bellamente mi Elocuencia de la mirada en sus Ediciones Kálathos. Muchísimas gracias.

Marzo 2025

Notas:

[1] Niño retratado por Tiziano en la obra conocida como Pala Pesaro. El niño es la portada de Elocuencia de la mirada.

Marina Gasparini Lagrange (Caracas, 1955), es egresada de la escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, donde ejerció la docencia entre 1989 y 2000. En este año establece su residencia en Venecia por casi dos décadas. Sus estudios ponen en relación distintas disciplinas en la lectura de las imágenes del arte y la literatura, correspondencias en las que se profundizan sus intereses. Es autora de Laberinto veneciano (Editorial Candaya, 2011), con traducción italiana Labirinto veneziano (Moretti & Vitali, 2009, 2014); Exilios. Poesía latinoamericana del siglo XX (Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana, 2012)y su más reciente libro Elocuencia de la mirada (Editorial Kálathos, 2025). Ha editado Obras de arte de la Ciudad Universitaria de Caracas (UCV, Monte Ávila Editores, Conac, 1992); Juan Sánchez Peláez. Antología poética (Visor, Fundación para la Cultura Urbana, 2018); Ángel González, Querido Antonio: aquí, como siempre. Cartas a Antonio Navas Jiménez (Papeles Mínimos Ediciones, 2022). Coordinó la alianza editorial de poesía venezolana de Fundación para la Cultura Urbana con la editorial Visor. Actualmente reside en Alcalá de Henares.

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