Rafael Sánchez Chacheiro, in memoriam
Rafael Sánchez descubrió de esta manera el secreto de nuestra esfinge, que en lugar de tener la cara humana y el cuerpo de un león, tiene una cara adusta, republicana, monumental, adherida a un cuerpo voluptuoso, exuberante, cargado de todas y cada una de las pulsiones que se consideran «bajas». Cara seria, culo rochelero es la figura de nuestra esfinge política.
En febrero murió de cáncer el antropólogo venezolano Rafael Sánchez. Tenía 74 años de edad.
Rafael fue un pensador notable y un gran conversador; su pensamiento era exuberante, se agolpaba y a veces le costaba sosegarlo, asentarlo. Esa dificultad, que a veces lo atormentaba un poco, no fue obstáculo para que su libro Dancing Jacobins: A Venezuelan Genealogy of Latin American Populism (Fordham University Press, 2016) sea una de las mayores obras que haya dado la antropología política latinoamericana. En ella, Sánchez inventó un concepto -la «gubernamentalidad monumental»- que es una aportación a la historia global de eso que Michel Foucault llamó la «biopolítica», y que se refiere a la forma de racionalidad de gobierno (la «gubernamentalidad»), en que la población se convierte en el sujeto pastoral del Estado, mediante un conjunto de saberes e instituciones disciplinarias.
Sánchez entendió que las repúblicas hispanoamericanas nacieron antes de que hubiera un Estado capaz de desarrollar semejante entramado institucional. En vez, y desde el principio, la política republicana recayó en la teatralidad, el gigantismo, y en lo monumental para compensar la escasa fuerza que podían desplegar las instituciones disciplinarias modernas como la escuela, la correccional, el hospital, o incluso la fábrica o la administración pública. El mundo político venezolano explorado por Sánchez estaba poblado por gente libre -miserables muchos de ellos, pero libres-, una masa pululante que se congregaba en la plaza pública o en torno de algún caudillo igual de fácil que se dispersaba.
Aquella libertad popular iba también de la mano de intentos articuladores, políticos, identificados por Rafael en su también notable segundo y último libro, que está por aparecer también con Fordham University Press, con un autoritarismo patriarcal. Así, la tensión entre una horizontalidad solidaria persistente pero fugaz, libertaria, y femenina, y los intentos constantes de ordenamiento vertical, dirigidos o concentrados en la figura patriarcal, heróica y militar del caudillo, es la base misma de la cultura política venezolana. Dicho de otra forma, Rafael Sánchez alcanzó a escribir una genealogía de la política popular, del jacobinismo venezolano, en que descubre y explica esta dinámica asombrosa, dándole además un nombre a cada uno de sus instrumentos.
Otro de los aciertos más impresionantes de Rafael Sánchez es que consiguió unir el análisis institucional o estructural del Estado republicano con el plano de la formación de sus sujetos políticos, y muy especialmente la de sus caudillos. Como toda buena teoría social que ha sido construida desde la etnografía, Sánchez consiguió esta síntesis por medio del estudio de proverbios y practicas locales: invenciones venezolanas, como el culto a María Lionza, por ejemplo. Entre algunos ejemplos de la «teoría etnográfica» desarrollada por Sánchez está el análisis que hace de un dicho venezolano que reza «cara seria, culo rochelero», y que yo mal traduciría al español mexicano como «cara seria, culo parrandero» o, quizá mejor, «cara seria, culo chacotero». Este adagio cifra un problema estructural que Rafael supo identificar y precisar, no sólo porque el dicho describe perfectamente la personalidad del propio prohombre venezolano, Simón Bolívar, una figura a la vez monumental y picaresca, sino porque el dicho apunta al fondo del problema de la gobernanza en repúblicas como la venezolana, donde «el pueblo» es en realidad tan heterogéneo como políticamente inestable, y se congrega políticamente en torno de líderes monumentalizados (de «cara seria») que sin embargo no cuentan con el poder institucional necesario para gobernar burocráticamente, desde y con la ley. Al contrario, para gobernar en estas república se necesita un «culo rochelero» -manifiesto en la práctica constante de negociar «en lo oscurito», así como en la transgresión de los límites de los cuerpos de los demás, tanto como de los del derecho.
Rafael Sánchez descubrió de esta manera el secreto de nuestra esfinge, que en lugar de tener la cara humana y el cuerpo de un león, tiene una cara adusta, republicana, monumental, adherida a un cuerpo voluptuoso, exuberante, cargado de todas y cada una de las pulsiones que se consideran «bajas». Cara seria, culo rochelero es la figura de nuestra esfinge política.
Durante sus últimos meses de vida Rafael Sánchez escribió un segundo libro, este sí breve, que es ya, y aún antes de aparecer publicado, otro clásico, donde Sánchez cuenta y da cuenta de su vida, de su primera infancia en la Cuba de Batista, de su adolescencia en la España de Franco, y de su arribo y emancipación en la Venezuela que siempre le fascinó y que lo obsesionó.
Rafael Sánchez murió Ginebra, Suiza, el 22 de febrero de 2024. Lo sobrevive su esposa, la notable antropóloga Patricia Spyer, su hermana, hermano, y sobrinos, y sus estudiantes y amigos que lo extrañaremos siempre.
©Trópico Absoluto
Claudio Lomnitz (Santiago de Chile, 1957) egresado de la UNAM en 1978, es doctor en antropología por la Universidad de Stanford. Actualmente es Profesor en el Departamento de Antropología de la Universidad de Columbia. Ha publicado, entre otros, La muerte y la idea de México (Zone Books, 2005), y El regreso del camarada Ricardo Flores Magón (Zone Books, 2014). Además de su trabajo académico, escribe regularmente para el diario La Jornada de Ciudad de México, y la revista Nexos. En los últimos años se ha dedicado también a la escritura dramatúrgica en colaboración con Alberto Lomnitz.
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